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Vita Sackville-West y la libertad

 

Habiendo visto recientemente Albert Nobbs con Glenn Close, película en la que se trata el tema del travestismo femenino por causas laborales en el Dublín de finales del XIX, me asaltó la certeza de que la Close había sido claramente superada por la actuación de Janet McTeer en el papel de Hubert Page (ambas nominadas al Oscar). Recordaba haberla visto en otras adaptaciones, como en Sentido y sensibilidad como la Sra. Dashwood, y sobretodo, en una de esas series de la tele inglesa que me chiflan, en el papel de Vita Sackville-West, escritora inglesa, y contemporánea y amante (más bien dicho, amada), de Virginia Woolf y musa de su novela Orlando.

Lo que me fascina de Vita Sackville-West es su enorme capacidad de ser en libertad, y de amar en libertad, sin prejuicios y sin límites; al mismo tiempo, me intriga la capacidad que tuvo para ser fiel a todos sus amores. Vita fue fiel al amor de su esposo, Harold Nicolson, con el que vivió toda su vida, y a sus amantes femeninas, y muy especialmente, a Violet Trefusis, cuyo amor la iluminó desde la adolescencia hasta bien entrada la madurez. Digo fiel en un sentido profundo, en el sentido de no abandonar, no herir, no maltratar, fiel en el sentido más profundo de la palabra. Vita amó siempre a su esposo y él la amó a ella. Supieron distinguir, no sin dolor, no sin aprendizaje, entre un amor y otro amor, o entre un amor y el sexo. El suyo fue un amor eterno. Tal vez, en Harold, un amor espoleado por el sentimiento de que no había conquistado a su mujer del todo, de que ella no era suya. Amor hecho también de nostalgia, de separaciones ( por el trabajo de él, que era diplomático, por las escapadas de ella con Trefusis), y nutrido de la mutua admiración intelectual que se tuvieron. Amor que puede ser leído en sus cartas, que se intercambiaron diariamente durante esos periodos de separación, durante 55 años. Amor culto, diría.

Me parece admirable la actitud de aceptación (no de tolerancia, que tolerancia implica sacrificio), de la bisexualidad de Vita por parte del esposo, quien también era bisexual, pero que, al contrario que Vita, nunca amó abiertamente  a ningún otro. La bisexualidad de Harold (tomemos en cuenta que la homsexualidad masculina fue considerada delito en Gran Bretaña hasta hace unos 40 años), fue siempre discreta y semi-secreta, mientras que la de Vita fue abierta e incluyó varios viajes al extranjero con Violet, estancias y periodos de convivencia, etc. además de que Vita se travestía abiertamente con sus famosos pantalones y casacas de caballero rural, cuando no se vestía de soldado en la escapadas con Trefusis durante la Gran Guerra. Ciertamente, Vita pudo expresar esta libertad porque nunca existió una ley que castigara las relaciones entre mujeres, sencillamente porque desde época victoriana se consideraba que tales amores eran "imposibles e inexistentes" y por tanto, nunca se legisló para prohibirlos o castigarlos, de manera que podían ser escandalosos socialmente, pero no eran delictivos.

 

Perder la ilusión o el poder de la política

Perder la ilusión o el poder de la política

 

Siempre tuve ilusión por mejorar en mi trabajo y por ofrecer a mis alumn@s lo mejor de mí misma: mis conocimientos, mi forma de conectar unas cosas con otras. Ir de la literatura a la historia y a las otras artes, explicar las costumbres, dinamizar con mis propios documentos, presentaciones, antologías... Auxiliada por la tecnología, en estos años he publicado en el campus virtual de mi Instituto y en otros lugares, decenas de presentaciones y bastantes documentos.

Mis tres hijos estudiaron en escuelas públicas, y de ellos, dos han merecido su premio extraordinario de carrera en la Universidad, también pública. Aprendieron inglés perfectamente (nunca los tuve que enviar a una academia, aunque sí leíamos y traducíamos en casa, que para eso su madre sabe inglés), y una de mis hijas aprendió italiano (ahora es traductora) durante su año de Erasmus en la Universidad de Bolonia.

Hoy, debo decir, he perdido la ilusión y he dejado de creer en la educación pública. Hoy, si tuviera hijos en edad escolar, los mandaría a la privada. Hoy, si pudiera dedicarme a otra cosa, elegiría cualquier otra profesión: sería informática, o guionista de cine, o periodista, pero no profesora.

Esta desilusión se la debo a los sucesivos consellers, a los sucesivos gobiernos, a los sucesivos governs.

Es la nefasta influencia de la política: no deja lugar para el ideal.

Feliz Navidad a tod@s!!!

Feliz Navidad a tod@s!!!

 

 

Que los valores que nos permiten ser felices sigan siendo espirituales y morales y no económico-sociales: ésos son mis deseos para estas fiestas.

Les solidarités mystérieuses de Pascal Quignard

Les solidarités mystérieuses de Pascal Quignard

 

Cada nueva novela de Quignard es un reencuentro. Te conocemos, autor, te reconocemos. Sabemos que en estas páginas nos esperan placer y melancolía, nostalgia y dulzor. Sabemos qué vas a decirnos y esperamos que nos lo digas y con distintas voces. La antigua leyenda que nos contarás, aunque transcurra en el siglo XXI, es una leyenda ancestral y las voces, tercera y primera, están lejos y cerca del hecho narrado, fuera y dentro de la ficción, que es más real que lo real, que encontramos en la paradoja de que lo que nos dices está callado. Háblanos, pues, silenciosamente con tus palabras, que son también las nuestras, pero que no han sido nunca dichas.

En Les solidarités tenemos al narrador omnisciente que nos cuenta la historia de Claire en tercera persona; tenemos a Paul, en primera persona, que nos cuenta su vida y la de su hermana (a quien llama alternativamente Chara y y Marie Claire). Tenemos a los personajes de Quignard, que en la mitad de sus vidas (in mezzo del camino), huyen sin razón aparente, buscando una nueva vida o buscando olvidar su vida presente. La huida se muestra como la única salida a una desesperación que viene de muy lejos, que acompaña siempre al personaje, a la persona. Pero esa nueva vida está (o mejor dicho, se encuentra) siempre en el lugar donde estuvo la vida de antes: está en la vida infantil y en el despertar juvenil. Esa nueva vida es la propia vida pasada, la vida de antaño a la que hay que volver. Es de ahí de donde se sacan las fuerzas para seguir viviendo: en los propios orígenes.
 
Hay mucho en común entre Anne (de Villa Amalia) o entre el innombrado narrador de Vida Secreta con la Claire de Les solidarités mystérieuses: los tres huyen hacia el origen en una inconsciente búsqueda de éste a través del retorno a los lugares de la infancia, al reencuentro con el inolvidable primer amor en la omnipresencia de la salvaje naturaleza de la Bretaña francesa, al lado del mar, al pie del acantilado. Es Quignard quien vuelve una y otra vez a ese lugar donde fue. Y somos nosotros, sus lectores, quienes volvemos con él.
 
He leído algunas reseñas que señalan que el plural del título en realidad es un singular. Según esto, la única "solidaridad" en la novela es la que se establece entre Claire y su hermano Paul. Falso. La novela comienza con el reencuentro entre Claire y su antigua profesora de música, Madame Ladon, del mismo modo que en Vida secreta el protagonista rememora su primer amor por la profesora de música Némie  (cuyo nombre lo dice todo: ella es nadie, ella es ella), personaje alrededor del cual gravita toda la obra. En Les solidarités, este encuentro entre Claire y Madame Ladon desvela la primera solidaridad: la antigua maestra de música acoge a la recién llegada (y huérfana temprana) Claire como a una hija pródiga. Le ofrece su casa, primero, y le cede su recóndita granja, después, para que Claire pueda encontrarse a sí misma en el silencio y la soledad. Para que pueda volver a su antaño (a su “Jadis”), hecho de naturaleza, mar, viento, tormenta, acantilado, arbustos, retamas, landas, espinos, conchas de mar, calas ocultas, piedras neolíticas, olores ancestrales, salvajes, de la infancia. Y Madame Ladon es indispensable para que Claire reencuentre primer amor, hermano, amigas infantiles, lágrimas, deseos, emociones, fuerzas y hasta a su hija, esa desconocida, esa abandonada. Madame Ladon es la madre perdida, y Claire es la hija encontrada. Así que no hay una sola solidaridad:

 "Examinons les choses froidement. Tu n’as plus de mère. je ne sais pourquoiquand je t’ai revue, un jour de marché, sur la place de Dinard, juste devant l’affreux immeuble de la Poste, tu est arrivée dans ma vie comme ma fille. Tu vis dans une ferme qui est à moi, je veux dire par là qu’elle n’est pas à toi et que, si je meurs, tot devient compliqué pour toi si jamais tu souhaitais y rester" (p.85).
 
Como Anne Hidden de Villa Amalia, Claire camina incansablemente; como ella, encuentra en esta huida perenne que es la caminata interminable, un poco de paz. Más todavía, Anne está presente en la Navidad de 2007 en Saint-Énogat, donde su hermano Paul y su amante programan un concierto (al que sólo asisten 7 personas), en el que tocan piezas de Anne Hidden y de otros músicos (Bach y Unsuk Chin). Un guiño quignardiano que no pasará inadvertido a sus lectores.


El dolor de Claire es el dolor de Anne y del protagonista de Vida Secreta. Es y será una herida siempre abierta, una ansiedad, una angustia, una mudez, un aislamiento, una pérdida nunca compensada, nunca aceptada. Es un vacío de amor. Una ausencia. Es un recuerdo vivo y sangrante, un recuerdo que se vive cada hora, cada minuto, en presente. Otra paradoja.
 
¿Quién no sueña con volver a la infancia, a la casa perdida, al jardín secreto que habitamos, y que nos habitó de niños, aunque sea para morir allí? Yo sé quién sueña con todo esto: los lectores fieles de Quignard, que en la lectura de sus obras buscamos ese camino de regreso al lugar de la inocencia, previo a la palabra, húmedo, lleno de árboles, poblado ahora de fantasmas, de amores perdidos o muertos, de muertos que insisten en vivir dentro de nosotros y que nos visitan, como la esposa del señor de Sainte-Colombe en Todas las mañanas del mundo. Los lectores quignardianos, con su libro en la mano, vivimos durante unas horas aislados del mundo, en el acto íntimo y ceremonial del retorno, muertos para todo, menos para la lectura: purificados por ella, y llenos de emoción, como habitantes de una de las Quimeras de Nerval, bajo el cielo negro de la melancolía.

 

Pascal Quignard, Les solidarités mystérieuses, Gallimard, París, 2011.

Butes, de Pascal Quignard

Butes, de Pascal Quignard

 

 

Amo la obra de Pascal Quignard con violencia, impetuosidad, obsesión, hondura y gozo.

Si no es así el amor ¿para qué amor?

En octubre de este año salió la traducción de su Boutès, aquí reseñado en su momento. Tengo las traducciones de todas sus obras traducidas, así como la casi totalidad de su obra en francés. En francés no entiendo el 100% de las palabras de Quignard, pero tengo su ritmo, tengo su respiración, tengo su esencia, tengo su alma: tengo la música callada de su frase. En la traducción tengo todas sus palabras, pero su sentido está ausente para mí. Para mí el enigma de su obra en francés es superior a todo. Traza la trayectoria de lo indecible. No importa la no comprensión. Es sentida. No sentido.

No me rebelo contra la traducción, no la cuestiono. Pero no es él, no. Es otra cosa.

Como para Quignard, hay algo en mí que habla sin palabras. Y es un latido de antes de la palabra. Un latido previo al nacimiento, quizá perteneciente al mundo del sueño uterino, húmedo y maternal. Un silencio que se oye y que oigo todavía cuando leo a Quignard. Algo trémulo y misterioso que me lleva a mi primera célula, no pensante ni elocuente, pero viva.

 

Pascal Quignard, Butes, Ed. sextopiso, Postfacio y traducción de Carmen Pardo y Miguel Morey, Madrid-México, 2011.

Tomás Segovia muere en México

Tomás Segovia muere en México

 

Conocí a Tomás Segovia en 1973. Entonces ni siquiera estaba El Colegio de México en el Ajusco: todavía tenía repartidos sus Seminarios por toda la colonia Roma. Tomás dirigía entonces el de Traducción. Cómo me hizo disfrutar con la de Nerval, con esas Quimeras enigmáticas. Y con sus propios sonetos votivos. Entonces yo sólo conocía su Terceto y era una muchacha flaca y aniñada. Tomás me hizo crecer.  Como todo ser amable (literalmente), era cercano, sencillo y hermoso. Cuando caminaba, siempre erguido, Tomás parecia mirar al horizonte, como en una ensoñación lírica, y sin embargo era realista, carnal, humano y erótico. Nadie como él ha cantado al erotismo del cuerpo femenino. Nadie como él ha conocido sus secretos, su magia y su olor.


Ante esta muerte de Tomás, me interrogo si los poetas mueren, y me contesto que sólo mueren cuando ya nadie los lee. Y me digo que las personas amadas sólo mueren cuando quienes los han amado, los olvidan. No creo que nadie que amó a Segovia lo pueda olvidar y no creo que quien lo haya leído alguna vez deje de leerlo.

¡Viva Tomás eternamente, y viva su poesía!

 

 

Dicho a ciegas

Di si eran éstas las palabras
Míralas bien
Córtalas con cuidado
Y vamos a guardarlas
Sepultadas debajo de la casa
Tesoro rescatado
Devuelto al culto
Palabras guarecidas
Mantenidas en vida
Que de secreto se alimentan
Reverenciadas en su catacumba
Ocultas mientras dure afuera
         la locura lasciva del lenguaje
Para sólo sacarlas
Cuando pisemos el silencio soberano
En la omnisciente noche de la afasia
Y antes de que la clave se nos borre
Mirarlas un instante en su esplendor
Carne verbal viviente en el silencio
Inmaculadas concepciones
Rompedoras del círculo vicioso
Otra vez mediadoras
Para que se hagan mutuos mediadores
Dos que dicen tú y yo
Antes de que la noche del amor los borre
Mas todo está fundado si al borrarse se hablan.

Emmanuel Carrère: sin respuesta...todavía

Emmanuel Carrère: sin respuesta...todavía

 

 

Hace unas tres semanas, escribí a la editorial P.O.L. para pedir a Emmanuel Carrère, autor de El adversario, una charla internáutica con mis alumn@s de Literatura Universal de 4º de ESO.

Había escrito primero a la editorial española, Anagrama: una dama muy amable, Anna Jornet, me remitió a la editora francesa, la Sra. Vibeke Madsen.

Mi objetivo era poner en contacto real a mis estudiantes con el autor del libro de lectura obligatoria de este trimestre, en el que estamos estudiando la literatura francesa.

Pensé que para todos (autor y estudiantes), el encuentro virtual podría ser muy satisfactorio.

Por supuesto, sé que Emmanuel Carrère es un hombre ocupado. Acaba de publicarse en Francia su último libro, Limonov, y estaba propuesto en las primeras rondas del Prix Goncourt de este año, del que ha saltado prematuramente. Esta "nominación" sin embargo, es lo suficientemente importante como para que todos sepamos cuán importante está siendo su aportación a las letras francesas. Acaba de ganar también el Prix de la Langue Française. Jornet me comentó también, via email, que está escribiendo un guión televisivo en estos momentos y que está muy ocupado. En fin, Carrère es un autor de campanillas.

De todos modos pensé que no hay peor lucha que la que no se hace. También pensé (confieso mi inocencia y mi optimismo), que recibiría una respuesta. No se ha producido.

Sin embargo, seguriré esperando...

 

Una historia de familia, 2ª Parte: Mi familia y yo. Recurso pedagógico para 1º y 2º de Secundaria

Una historia de familia: Frida Kahlo. Recurso pedagógico para 1º y 2º de Secundaria

Mi nuevo recurso para Castellano de Refuerzo

Mi nuevo recurso de Literatura en inglés

Mi nuevo recurso de Literatura Francesa (siglos XIX y XX)

¿Modificar la ortografía es necesario?

¿Modificar la ortografía es necesario?

 

Hace unos días me llamaron de Radio Sabadell para comentar las modificaciones propuestas por la nueva ortografía presentadas en Guadalajara, México. No pude contestar porque estoy acampada todavía en la UCi de bebés del Hospital de Sant Pau con mi nieto y no estaba para nada más. Ahora comento.

Me parece que la única modificación aceptable es la de quitar la tilde a "guión", porque, en efecto, es una palabra monosilábica igual que "bien". Lo demás, lo encuentro inaceptable.

a) Quitar la tilde a la "o" entre números es una babosada porque se confunde con el cero.

b) Quitar la tilde al adverbio "sólo" es una barbaridad porque se confunde con el adjetivo "solo", de soledad. Quitar esta tilde creará una indeseable ambigüedad y es innecesario. Ya estaba bien como estaba.

c) Llamar "ye" a la "y griega", ya se hace en algunos países como México y no hace falta legislar sobre ello. Lo mismo pasa con la "w", que en Hispanoamérica se llama "doble u" y en España "doble v", porque en la América Hispana predomina la influencia del inglés y en España la del alemán. Y sobre esta letra no se han pronunciado. No entiendo por qué corrigen la "y" y no la "w": o las dos, o ninguna...

 

Finalmente, deberían pronunciarse por una forma no machista de género y no lo han hecho. A estas alturas debería crearse una forma neutra. Hace muchos años, el gran Antonio Alatorre ya proponía la "e" como alternativa: les niñes, les humanes, nosotres...pero esto parece que todavía no les interesa a los viejitos o viejites de la RAE, cuando es indispensable que nuestro idioma deje de usar esas horribles el/la profesor/a  a que obliga el anacrónico uso del masculino en los plurales y que lleva a barbarismos como el famoso "miembros y miembras" o a de plano seguir usando discriminatoriamente el masculino, como si las mujeres no existiéramos cuando mezcladas con un solo elemento macho. A riesgo de incurrir en barbarismo, a menudo me veo obligada a usar la arroba: compañer@s, alumn@s, por puro espíritu ahorrativo o, si se quiere, por espíritu corporativo.

 

 

 

Gustavo Dudamel, de Arturo Márquez, Danzón Núm. 2

 

 

De México y Latinoamérica para el mundo ¡Maravilloso!

La llave de Sarah, de Tatiana de Rosnay

La llave de Sarah, de Tatiana de Rosnay

Tatiana de Rosnay ha escrito una novela con dos protagonistas y dos historias que confluyen. Una de ellas, una periodista americana, Julia Jarmond, en época actual, comienza a indagar sobre la espantosa detención de 13,000 judíos franceses por parte de las fuerzas policiales francesas en el verano de 1942. Un hecho prácticamente ignorado por muchos de sus contemporáneos. La investigación la lleva a interesarse por el destino de una niña, Sarah Starzynski, cuya terrible, conmovedora historia, resulta entrelazada con la de la familia de su marido y la golpea de tal modo que acaba modificando su propia historia.

Es una obra testimonial, política más que literaria, un recordatorio de la crueldad y el sinsentido de la colaboración franco-nazi y también un testimonio del sufrimiento y de la solidaridad en épocas siniestras, no tan lejanas.

No puedo juzgar si el orginal francés es literariamente relevante porque la he leído en castellano, pero puedo testificar que a ratos su lectura me pareció dolorosa. Quizá la narración adolece de ciertos fallos hacia el final, cuando de algún modo resulta complaciente, tópico, o previsible y deriva hacia un sentimentalismo que para mí no era necesario.

La potencia del relato de Sarah no está compensado con el relato referente a Julia Jarmond, la periodista. Desde mi punto de vista, la historia actual no tiene una riqueza igual. Los personajes de la vida de Julia son demasiado planos y algunas descripciones las siento estereotipadas. Esto no obsta para que la lectura de esta novela me parezca interesante.

Los hechos acaecidos en el Velódromo de Invierno y la posterior salida de los judíos hacia los campos de concentración nazis está contada con excelente pulso. La historia de Sarah y la llave que guardará hasta su muerte es conmovedora y extraordinaria.

A una gran novela no le falta ni le sobra nada. A esta obra le sobra una parte, pero de todos modos, recomiendo su lectura.

 

Tatiana de Rosnay, La llave de Sarah (trad. de José Miguel Pallarés), Punto de Lectura, Barcelona, 2008.     

Nota: Kristin Scott-Thomas estrenó en octubre de este año la película basada en esta obra.

La visita del Papa a Barcelona

La visita del Papa a Barcelona

 

                         ¡Yo no te espero!

L'amant (El amante) de Marguerite Duras

 

Literatura y vida se funden en este texto visceral y a la vez profundamente objetivo en que Marguerite Duras narra su primera experiencia sexual, no reconocida como amor hasta muchos años después, cuando el alcohol y la vida la dotaron de aquel rostro que ya se prefiguraba en la jovencita de 15 años y medio que se acostaba con un chino.

La familia, la madre, los hermanos, la miseria, el consciente y omnipresente racismo al tiempo que la atracción por el dinero del riquísimo amante. El sombrero de hombre color de palo de rosa, el cinturón de cuero masculino, el vestidito de seda gastado, los zapatos de lamé dorado y la mirada del chino, semioculto en su magnífico cochazo, en aquel atardecer en un barco en medio del río Mekong. He aquí los materiales de lo que Marguerite llamó "la fotografía" del hecho que le cambió la vida.

En entrevista de 1984, la autora dice que le cambió la vida, sí, pero que no cambió para nada su destino, que sería escribir. Y en la escritura, todo lo que parece extraño resulta natural y todo lo que parece sórdido parece deslumbrante. Y todo ello porque la Duras tiene, en su nerviosa manera de escribir, en sus frases cortas y en sus cambios de punto de vista (el relato va de la primera a la tercera persona, del subjetivismo al objetivismo), el secreto de la Belleza. Y el secreto de la Verdad. No hablo de la verdad de la vida, que va siempre con minúscula, sino de la Verdad artística, que o va con mayúscula o no va.

No sé cómo será la traducción al español. Pero este francés escueto, clásico, lúbrico y pudoroso a la vez, esta escritura a la vez erótica y frígida, este nadar en dos aguas (subjetiva-objetiva) del texto de la Duras fascina, hipnotiza y te deja sin aliento, y te enamoras de esa adolescente fría, calculadora, cálida, vulnerable e indestructible que cruzó sola el Mekong aquella tarde en que el chino, subido en su carrazo, la miró para no poder volver a mirar hacia otro lado.  Y no extraña nada que a pesar del turbio pasado político de la autora este texto (que no sé si es novela o si es poesía), haya sido premiado con el prestigioso Goncourt, porque pocas veces la lengua francesa ha llegado tan alto, diciendo y ocultando, hablando y callando. Y pocas veces los puntos y seguido que enhebran las cortísimas frases han sido tan elocuentes y tan íntimos en cualquier lengua, en cualquier tiempo.

 

Marguerite Duras, L’amant, Les éditions du minuit, Paris, 1984.

Marguerite Duras y el erotismo

Marguerite Duras y el erotismo

 

La belleza y el misterio nunca desvelado. Observado ese cuerpo, ese misterio permanece. Descrito el cuerpo, permanece oscuro, velado, secreto, atrayente y a la vez ausente. Invicto. Lejano en su belleza, en su inocencia inmerso.

Nunca un escritor volvió tan secreto el secreto erótico como Marguerite Duras, exploradora precoz de sus sutilezas y de sus silencios. Cuerpo femenino que interroga a la especie, sin consignar jamás una respuesta.

Ninguna escritura fue jamás tan clásica como la de Marguerite Duras al describir el deseo que ese cuerpo suscita.

Ningún cuerpo fue descrito con palabras más claras, ni tampoco evocado con tanta exactitud desde el observatorio de unos ojos que miran desde fuera ese secreto, sin comprenderlo.

Esculpido, el cuerpo femenino sigue sin entregarse. Sólo se muestra. Y mostrándose, lo deja todo dicho al mismo tiempo que no dice nada. Calla y se enrosca o se despliega, se arrebuja o se estira. Siempre más lejos.

Marguerite Duras o la imposibilidad de la posesión o el porqué de la persistencia del deseo.

 

Marguerite Duras, El hombre sentado en el pasillo. El mal de la muerte, (trad. de Beatriz de Moura y José M.G. Holguera, respectivamente), Tusquets, Barcelona, 2010.

Claude Chabrol ( 3 ) La dama de honor (2004)

 

Chabrol ya había dado a Benoît Magimel un papel en una de sus obras anteriores (La flor del mal, 2003), pero aquí, como en La chica partida en dos (2007), se convertirá en protagonista absoluto, en el rol de un joven normal y corriente, hijo devoto, trabajador, responsable, que de pronto se ve inmerso en un affaire amoroso turbador con la dama de honor de su hermana, Senta, interpretada por Laura Smet (hija de Natalie Baye, a quien se parece mucho, y Johnnie Halliday).

La historia, sin ser una de las mejor contadas por Chabrol, tiene todos los ingredientes de su cine: el mundo de la normalidad se trastoca de pronto sin que parezca que nada ocurre, pero se trastoca profundamente a causa de un trastorno de personalidad y la cosa termina en uno o varios crímenes. El monstruo que habita sigilosamente en uno o más de sus personajes, se manifiesta casi risueño: al principio no consigue ni siquiera ser comprendido como monstruo. A lo largo del film, Philippe irá comprendiendo, poco a poco, el profundo trastorno que mueve a Senta, empujándola hacia la destrucción. Se trata de una sociopatía cuyos orígenes desconocemos. En otras obras chabrolianas, sabemos o podemos intuir de dónde proviene la maldad: en El carnicero ( 1970, que quizá sea la obra maestra absoluta de la carrera de Chabrol), la guerra y sus horrores, en La ceremonia, la injusticia social y el haber tenido que cuidar de otras personas, cuando las protagonistas necesitaban que alguien cuidara de ellas, y así en otras de sus obras. Pero aquí, parece insuficiente que la muerte temprana de la madre y la posterior desaparición del padre hayan podido llevar a Senta a su particular orgía de muertes.

La película se centra tanto en la maldad intrínseca del juego que Senta propone a Philippe en su pacto de amor/muerte, como en la reacción de éste ante la peculiar exigencia de su amada. Y de nuevo asoman las orejas de otras obras en las que se lleva a cabo un pacto similar, como en Extraños en un tren, en donde también existe en principio, la incredulidad como reacción ante la singular propuesta. Philippe atribuye a la imaginación las historias de Senta, las minimiza, no quiere saber que son ciertas, y no quiere saberlo porque precisamente, intuye que pueden ser verdad. Y no reacciona hasta que no ve literalmente el cuerpo del delito. Y su reacción es de apoyo: "Nunca te abandonaré", dice, mientras el desenlace se acerca.

Aquí tenemos, además, varios subtemas, el de la historia de Christine, la madre de Philippe, y Gérard Courtois, un sinvergüenza cuyos motivos para abandonar a Christine desconocemos también, y el de la hermana pequeña, ladrona incipiente, cuya carrera posterior seguramente podría haber constituido otra película de Chabrol. El subtema de Courtois incide directamente en el desarrollo de la trama, ya que pasa a ser objetivo de Senta, aun a pesar de que Philippe realmente prefiera que haya desaparecido de la vida de la madre. Como todos los hijos, a Philippe le trastorna pensar en un su madre como una persona sexualmente activa. Aurore Clément personifica perfectamente el tipo de mujer chabroliana madura: atractiva, amorosa, inteligente, trabajadora y capaz ella sola de enfrentar al mundo sin perder una sola micra de femeneidad.

Como siempre en Chabrol, la estructuración de los planos es tan sutil que no se nota, y sin embargo, es en ella donde reside la maestría de su cine. Los planos en zoom-in, zoom-out, los lentísimos tilt, los barridos imperceptibles pero elocuentísimos, nos van narrando en paralelo las afinidades y disensiones de los protagonistas de esta historia poco ejemplar, basada de nuevo en una novela de Ruth Rendell, en la que los lugares, con su peculiar atmósfera, se convierten también en protagonistas.

 

La dama de honor (Francia, 2004), Dirección: Claude Chabrol; Guión: Claude Chabrol y Pierre Leccia, basado en una novela de Ruth Rendell, The bridesmaid; Música: Thomas Chabrol; Fotografía, Eduardo Sierra. reparto: Banoît Magimel, Laura Smet, Aurore Clément, Bernard Le Coq, Solène Bouton, Mathias Chabrol, Anna Mihalcea, Michel Duchaussoy.

Claude Chabrol ( 2 ) La Ceremonia (1995)

 

 

Chabrol reunió aquí a dos de las mejores actrices francesas a las que utilizó en varias de sus obras: Isabelle Huppert, a quien ya mencionamos en el primer artículo de esta miniserie, y Sandrine Bonnaire, una mujer con tanto talento como capacidad para encarnar personajes que abarcan la más amplia gama de los sentimientos humanos. Los actores que personifican a la familia burguesa son también excelentes, destacando, sobre todo, Jean-Pierre Cassel (padre de ese ’monstruo’ del cine francés actual que es Vincent Cassel) y Virginie Ledoyen en el papel de la hija que, con las mejores intenciones, actúa como la detonante del conflicto.

Chabrol hace aquí una de sus famosas adaptaciones policiacas o de suspense, sobre una obra de Ruth Rendell, una historia que tiene también conexiones con aquella contada en Las criadas de Jean Genet, que a su vez se basó en un crimen real ocurrido en Francia a principios de la década de los 30 y cuyas protagonistas reales fueron las hermanas Papin. La obra de Chabrol nos remite a un ramillete de películas basadas más o menos en la misma fuente: The maids (1975, con dirección de Christopher Mines), con Glenda Jackson y Susanna York o la más reciente Sister, my sister (de 1994, con Jodhi May y Joely Richardson, dirigidas por Nancy Meckler, que aporta una lectura lesbiana del caso).

Chabrol (que escribe el guión al alimón con la psicoanalista y escritora francesa Caroline Eliacheff, con la que colaboró en alguna otra película), como siempre, emprende una tarea que al mismo tiempo define la psicología de las dos protagonistas y el problema de la lucha de clases, que se resuelve en violencia y muerte. A diferencia de las otras películas mencionadas, ésta no muestra a la familia burguesa a cuya casa llega Sophie (Una eficacísima Sandrine Bonnaire), como una familia depredadora o cruel, o tiránica. Todo lo contrario, la familia se muestra considerada con la nueva asistenta, aunque no desinteresadamente, claro. En realidad, las diferencias entre los amos y la asistenta están más allá de la buena o mala voluntad de los amos y de la asistenta: son constitucionales de cada parte. Hay dos ejes principales sobre los que Chabrol subraya la diferencia: uno es la televisión. No sólo la de los amos es grande, con una infinita cantidad de canales, sino que es diferente por los programas que ellos ven. Por ejemplo, la ópera. La televisión de Sophie es pequeña, no tiene más canales que los normales y lo que en ella ve Sophie son los típicos programas llenos de vulgaridad y ejemplo de alienación; ante esa televisión, Sophie se siente fascinada: parece hipnotizada casi.

El segundo eje sobre el que se construye la diferencia entre amos y criada es la cultura de ellos y el analfabetismo de Sophie. La asistenta vive con vergüenza y terror su diferencia. Es una analfabeta secreta, incapaz de mencionar el hecho a nadie. Y esta carencia no sólo la hace sufrir y la coloca en situaciones imposibles, también alienta en ella el odio hacia la familia feliz, cuya originalidad (la mujer aporta un hijo al matrimonio, y el marido una hija, y todos parecen estar integrados perfectamente), la golpea como un insulto. 

Pero este odio no afloraría si ella estuviera sola. Chabrol y Eliacheff nos muestran el monstruo de dos cabezas formado por esta mujer joven, callada, tímida, secreta, que se combina con la personalidad extravertida, irónica, provocativa, rebelde de Jeanne (Huppert, como siempre, gloriosa).

En el pasado de ambas mujeres hay un secreto ¿Tal vez cada una ha cometido ya un crimen terrible? Y ambas se fusionan, después de tantearse, de irse revelando poco a poco la una a la otra en escenas de una absoluta perfección formal, cuyos cuidadísimos planos nos llevan a la conclusión de que nada serían la una sin la otra. Juntas serán, en cambio, imbatibles e inexpugnables. La fusión de las dos personalidades lleva a la apoteosis del odio: al crimen. Algo que ya había revelado Capote en su magistral reportaje novelístico, A sangre fría.

Contada con planos magistrales, la división de las clases y la fusión de las dos mujeres resulta a la vez obvia y comprensible, si bien no justificable, por supuesto, La conclusión, inevitable. El desenlace, brutal y característico de Chabrol, no hace concesiones, y ofrece una sorpresa final.

 

La ceremonia (Francia 1995), Director, Claude Chabrol; Guión, Claude Chabrol y Caroline Eliacheff sobre una novela de Ruth Rendell; Fotografía, Bernard Zitzermann; Música, Mathieu Chabrol; Reparto, Sandrine Bonnaire, Isabelle Huppert, Jacqueline Bisset, Jean Pierre Cassel, Virginie Ledoyen, Valentine Merlet.