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Biografías

Vita Sackville-West y la libertad

 

Habiendo visto recientemente Albert Nobbs con Glenn Close, película en la que se trata el tema del travestismo femenino por causas laborales en el Dublín de finales del XIX, me asaltó la certeza de que la Close había sido claramente superada por la actuación de Janet McTeer en el papel de Hubert Page (ambas nominadas al Oscar). Recordaba haberla visto en otras adaptaciones, como en Sentido y sensibilidad como la Sra. Dashwood, y sobretodo, en una de esas series de la tele inglesa que me chiflan, en el papel de Vita Sackville-West, escritora inglesa, y contemporánea y amante (más bien dicho, amada), de Virginia Woolf y musa de su novela Orlando.

Lo que me fascina de Vita Sackville-West es su enorme capacidad de ser en libertad, y de amar en libertad, sin prejuicios y sin límites; al mismo tiempo, me intriga la capacidad que tuvo para ser fiel a todos sus amores. Vita fue fiel al amor de su esposo, Harold Nicolson, con el que vivió toda su vida, y a sus amantes femeninas, y muy especialmente, a Violet Trefusis, cuyo amor la iluminó desde la adolescencia hasta bien entrada la madurez. Digo fiel en un sentido profundo, en el sentido de no abandonar, no herir, no maltratar, fiel en el sentido más profundo de la palabra. Vita amó siempre a su esposo y él la amó a ella. Supieron distinguir, no sin dolor, no sin aprendizaje, entre un amor y otro amor, o entre un amor y el sexo. El suyo fue un amor eterno. Tal vez, en Harold, un amor espoleado por el sentimiento de que no había conquistado a su mujer del todo, de que ella no era suya. Amor hecho también de nostalgia, de separaciones ( por el trabajo de él, que era diplomático, por las escapadas de ella con Trefusis), y nutrido de la mutua admiración intelectual que se tuvieron. Amor que puede ser leído en sus cartas, que se intercambiaron diariamente durante esos periodos de separación, durante 55 años. Amor culto, diría.

Me parece admirable la actitud de aceptación (no de tolerancia, que tolerancia implica sacrificio), de la bisexualidad de Vita por parte del esposo, quien también era bisexual, pero que, al contrario que Vita, nunca amó abiertamente  a ningún otro. La bisexualidad de Harold (tomemos en cuenta que la homsexualidad masculina fue considerada delito en Gran Bretaña hasta hace unos 40 años), fue siempre discreta y semi-secreta, mientras que la de Vita fue abierta e incluyó varios viajes al extranjero con Violet, estancias y periodos de convivencia, etc. además de que Vita se travestía abiertamente con sus famosos pantalones y casacas de caballero rural, cuando no se vestía de soldado en la escapadas con Trefusis durante la Gran Guerra. Ciertamente, Vita pudo expresar esta libertad porque nunca existió una ley que castigara las relaciones entre mujeres, sencillamente porque desde época victoriana se consideraba que tales amores eran "imposibles e inexistentes" y por tanto, nunca se legisló para prohibirlos o castigarlos, de manera que podían ser escandalosos socialmente, pero no eran delictivos.

 

Leonor de Aquitania, de Régine Pernoud

Leonor de Aquitania, de Régine Pernoud

Por fin se reedita en español la traducción de este magnífico estudio de Régine Pernoud (1909-1998), en la que se revisa concienzudamente la trayectoria vital de esta mujer extraordinaria que fue Leonor de Aquitania. Denostada y adorada a un tiempo, Leonor fue ejemplo de cultura, independencia, audacia política y visión de estado en una época (la medieval) que ha sido  mal conocida o recordada como época oscura (en parte a causa de la visión negativa que nos legó Petrarca) y que fue una época brillante y apasionante. 

En la historia de las mujeres, la Edad Media no puede decirse que fuera negativa, al menos en lo que respecta al género, aunque sí lo fuera en cuanto a la clase social. Muchas mujeres de alta cuna destacaron en esa época, y entre ellas, Leonor no fue de las menos importantes. Heredera de los ricos feudos de Aquitania y del Poiteu, la reina que se casó dos veces con reyes manejó las riendas de la complicada política de su época con perspicacia, siempre defendiendo sus derechos territoriales y exportando la alta cultura de su tierra a los dos reinos a los que accedió por matrimonio: Francia e Inglaterra. Conservó también y defendió sus dominios para pasarlos a su hijo favorito, Ricardo Corazón de León, quien, tras la muerte de sus hermanos mayores, Guillermo y Enrique, era el soberano legítimo. Leonor luchó por conseguir el altísimo rescate que el Emperador de Alemania pidió para liberar a Ricardo y luchó también porque Juan sin Tierra, su hijo pequeño, no usurpara los dominios que le correspondían a su hermano mayor. La biografía incide especialmente en la etapa en la que Leonor, ya mujer, y tras el divorcio de Luis VII de Francia, casa con Enrique Plantagenet e inicia con él un largo reinado en Inglaterra. Al principio, nos dice Pernoud, en íntima colaboración con esposo, Leonor reina en Inglaterra cuando Enrique está ausente en sus tierras francesas, y es reina en Aquitania cuando Enrique está en Inglaterra. Ambos esposos viajan constantemente, y al alimón gobiernan sus estados. Quince años después, y tras el golpe moral que supuso la entrada en escena de la bella Rosamunda, Leonor se separa de facto de Enrique e inicia una campaña de desprestigio contra él, consiguiendo que sus vasallos continentales y sus hijos se alcen en su contra. Después de la época dorada de su matrimonio con el extraordinario Enrique Plantagenet, en la que incluso es capaz de acompañarlo en la Cruzada, Leonor se despega de él, lo reta. Más tarde sufrirá prisión y exilio a causa de ello, para renacer después de la muerte del esposo de nuevo con la grandeza de una reina madre que cuida y gobierna en nombre del hijo ausente.  

Las turbulencias eran constantes en esta época feudalista, en las que las guerras, pequeñas y grandes, no cesaban de movilizar a los hombres. Europa ha sido siempre el escenario de cruentas guerras fratricidas, y lo fue también entonces.

La aportación de Régine Pernoud a la historia de Leonor de Aquitania es importante porque deja de lado los dimes y diretes que desde su propia época han venido empañando la labor política e histórica de esta mujer, centrándose en habladurías sexistas sobre sus amores, supuestos adulterios, supuestos amores incestuosos - con el padre de su esposo Enrique, por ejemplo,- y que se crearon sólo porque Leonor fue una mujer libre, hermosa y poderosa. Por tanto, muchos historiadores y cronistas se afanaron en ocultar la dimensión más política de su oficio de reina para poner el acento en su vida personal erótica. Naturalmente, como impulsora de las cortes de amor, de la poesía trovadoresca, Leonor estaba sujeta a la ficcionalización de su vida y a la idealización de su belleza y poderes femeninos en tanto que musa de tantos y tantos poetas cortesanos. Pero la historia tiene la obligación de separar literatura, leyenda y hechos reales, y no lo ha hecho bastante con Leonor. De ahí el interés de esta biografía, aparecida en Francia en  los años sesenta.

No sólo es una biografía extraordinaria: también es una gran relato narrativo, pero no es una novela. Es Historia de la mejor.

Lo único que se echa en falta es un mapa de los reinos y feudos de la época.

 

Régine Pernoud, Leonor de Aquitania, El Acantilado, Barcelona (Traducción de Isabel de Riquer).

El mono de Lord Rochester, de Graham Greene

El mono de Lord Rochester, de Graham Greene


A raíz de haber revisado la película El libertino, con Johnny Depp en el papel de John Wilmot, segundo conde de Rochester, poeta satírico y ’maudit’ en la época de Carlos II de Inglaterra, me acerqué a esta biografía escrita por Graham Greene.

El mono de Rochester alude a que el poeta libertino, en un gesto de provocación muy suyo, se hizo retratar ofreciendo la corona de laurel a uno de sus monos. Se reía, de este modo, de la Gloria y también de la Poesía.

Carlos II tuvo, en algún momento, esperanzas de que este poeta fuese para su reino un nuevo Spencer. No fue así. Rochester no sólo persistió en su vida licenciosa y en su caída vertiginosa en los vicios y sus consecuencias (sexo, bebida, enfermedades venéreas, tal vez locura), sino que también se dedicó a satirizar salvajemente, en poemas llenos de "inconveniencias", a la sociedad y a la corte de Carlos II y hasta al mismo monarca.

Algunos críticos han sugerido que el Edward Rochester de Charlotte Brontë está basado en John Wilmot, idea que me resulta realmente absurda, porque no hay una sola característica que estos personajes puedan compartir.

John Wilmot fue hijo de un caballero que siempre apoyó a Carlos I (ese rey inglés que fue decapitado públicamente, acusado de traición) y a su hijo Carlos II, en su exilio europeo. De modo que Carlos le concedió el título de conde (Earl), por sus servicios militares. A su tiempo, Wilmot heredó el título, pero no la lealtad de su padre. En la época de la Restauración, Rochester fue el niño mimado de Carlos, quien siempre esperó de él unos frutos que nunca llegaron.

A temprana edad, Rochester inició sus estudios en la universidad de Oxford, y después brilló en la batalla de en la que perdió a uno de sus mejores amigos. Greene considera que éste incidente pudo explicar el tremendo dolor que causó posteriormente ese cinismo militante del que Rochester hizo gala durante todo el resto de su vida.

Greene no sólo nos cuenta esta vida extraña, perdida, en cierto modo, en medio de una Inglaterra permisiva y profundamente amoral, en la que el mismo rey proponía un modelo de libertinaje nunca antes visto, no. Greene traza un fresco de esta sociedad de la Restauración. Y a veces parece sugerir que Rochester, al mismo tiempoq ue abraza sus vicios, también los desprecia.

En la biografía de Greene podemos ver cómo Rochester raptó a una de las herederas más codiciadas de la corte (Elizabeth Malet), con su consentimiento, por supuesto, logrando con ello una esposa hermosa, riquísima y muy cortejada por otros que, con mucho más dinero y prestigio que él, tuvieron que conformarse con mujeres menos espectaculares. Rochester, a pesar de estar endeudado de una manera crónica, no aprovechó las riquezas de su esposa, a la que descuida y engaña, pero a la que no roba (algo es algo). Con ella tuvo varios hijos, a los que escribe cartas llenas de sensatez y buenos consejos.

Parece que, en efecto y aunque pudiera parecer extraño o contradictorio, Rochester fue un buen padre a su modo. Al mismo tiempo, se enamoró perdidamente de una actriz, la señora Elizabeth Barry, que llegó a ser considerada una de las mejores de su tiempo y a la que se dice que él entrenó para que recitara con naturalidad, iniciando así una nueva etapa en la actuación, que hasta entonces era tremendamente artiificiosa.

El libro de Greene no sólo repasa la decadencia en la personalidad de Rochester y de su salud, minada por una sífilis: también cuenta la temporada (novelesca) en la que ejerció de médico ambulante (Doctor Bendo), y las aventuras, que terminaron tragicamente, con un grupo de amigos entre los que se contaban dramaturgos y nobles como el duque de Buckingham o George Etherege, que le hizo protagonista en su obra El hombre a la moda (1676),

La biografía de Greene tardó 40 años en ser publicada a causa de la censura. El personaje era demasiado escandaloso. Sin embargo, Greene nos lo presenta como un pecador cuyo arrepentimiento llegó a tiempo. En efecto, uno de los acontecimientos más destacados de la Restauración fue la retractación pública que hizo Rochester, que murió de sífilis, abrazando la religión que con fanatismo defendía su madre. Muchos de sus poemas, dibujos y papeles fueron destruidos por expreso deseo suyo después de su muerte.

Resulta un poco triste, aunque comprensible, que la obra se haya visto oscurecida por la fama de una vida escandalosa.

Que yo sepa, la obra de Rochester no ha sido traducida al castellano.

Graham Greene, El mono de Lord Rochester, ed. Península, Barcelona, 2007.


Tinísima, de Elena Poniatowska

Tinísima, de Elena Poniatowska

Nos llega la biografía novelada de Tina Modotti a través de la edición de bolsillo de la editorial Era. Sobre Tina yo tenía, desde hacía muchos años, un precioso volumen, ilustrado con fotos de Weston y de la propia Tina, que editó el Fondo de Cultura Económica*. Como Tina pertenece a una época trubulenta, idealista, fecunda de la historia de México, es un capítulo que admite muchas versiones y me interesó conocer la de Elena Poniatowska, periodista y escritora que posee un estilo muy concreto, peculiar, coloquialista y fluido, que me gusta más en ciertos momentos (cuando transcribe el lenguaje popular mexicano, por ejemplo, en Hasta no verte Jesús mío o en La noche de Tlatelolco). Como novelista, en cambio, Poniatowska nunca me ha dejado satsfecha, aunque su éxito internacional sea grande. De todos modos, ocupa, por derecho propio, un lugar importante en las letras mexicanas.
De modo que cuando vi en la Librería Taifa de la calle Verdi, este voluminoso librito, me sentí tentada y naturalmente, caí. Qué menos.
Lo primero que me llamó la atención en los primeros capítulos fue la visión ultra-romántica que Poniatowska muestra sobre la relación de Tina con Julio Alberto Mella. asesinado en México cuando paseaba del brazo de Tina. Poniatowska describe el hecho como un cataclismo para la Modotti, enamorada hasta las cachas, sexualmente dependiente y anhelante del guapísimo revolucionario cubano. Y se extiende bastante, en tono más bien ditirámbico, sobre esta relación. A mí me parece por lo menos extraño que Poniatowska no haga mención, en el incio de su relato, de la duda razonable que planea sobre el crimen de Mella. Crimen que fue ordenado por el propio Partido Comunista a través de Vittorio Vidali, alias Enea Sormenti, Comandante Carlos, José Díaz, Carlos Contreras), quien fuera amante de Tina Modotti (alias María Ruíz). quien luego fuera ¿no es extraño? amante y compañero de Tina desde Moscú hasta su vuelta a México y su muerte, también sospechosa (me refiero a la muerte de Tina), de un ataque al corazón a los 46 años.
El crimen de Mella sigue siendo, en cierto modo, un misterio sin resolver, puesto que aparte de Vidali, no se llegó a saber hasta qué punto Tina estuvo envuelta en el complot. Los testigos del crimen dijeron que Tina y Mella no iban solos por la calle (como ella declaró en la Procuraduría), sino que iban acompañados de una tercera persona. Por otro lado, Tina declaró que ella tomaba del brazo a Mella, precisamente por el lado izquierdo, que es desde donde se hicieron los disparos que acabaron con la vida del revolucionario cubano. Vidali era un matón de Stalin y el probable asesino de Mella, así que ¿cómo se explica que Tina, enamorada del modo que narra Elena Poniatowska en su biografía, haya terminado compartiendo su vida con el asesino del hombre que, segín Poniatowska, tanto amaba?

En cuanto al resto del relato, para mi gusto es excesivamente prolijo. Tanto cuando narra su vida en común con Edward Weston (y sus idas y venidas de USA a México y viceversa), y sus crecientes contactos con el Partido Comunista Mexicano a través, sobretodo, de su relación con Xavier Guerrero, pintor mexicano y militante con el que también vivió hasta que éste marchó a la URSS. Fue entonces, cuando Guerrero estaba en Rusia, que Tina se enamoró de Mella y se produjo el atentado mortal. Finalmente, Tina fue acusada de haber intentado asesinar al Presidente y fue expusada de México, hecho que la llevó a exiliarse en Europa con Vidali. La verdad es que es entonces cuando las fotos de Tina pierden todo interés artístico y todo fuelle. Basta con ver las fotos que tomó en Roma, Berlín o Austria, que de ningún modo pueden compararse con las que hizo en México.

Más tarde, Tina volvió a México con Vidali, donde murió.

Poniatowska documenta todas las relaciones amistosas y amorosas de Tina en México exhaustivamente, con atención especial a la figura omnipresente de Diego y de su entonces mujer, Lupe Marín. Tina fue una de las modelos que con mayor asididuidad pintó Diego en sus murales. El libro mantiene el interés en la medida en que describe la efervescencia y los distintos niveles de compromiso social que existían en el seno de esa sociedad intelectual y/o comprometida en el México de los años 30 y 40 pero, una vez más, se excede y no profundiza. La suya es una narrativa superficial, aunque atractiva.

Finalmente, Tina se nos aparece como una mujer eternamente dependiente y eternamente domesticada y moldeada por sus parejas excepto, quizá, por su marido, Robo, que muere en México antes de que ella llegue. Por lo demás, Cuando vive con Weston, su principal motor es la fotografía, que éste le enseña, y cuando vive con Guerrero, con Mella o con Vidali parece que sólo sabe seguirlos o imitarlos en su entrega al Partido. Me queda la duda de si su relación con Mella es como quiere ver Poniatowska o si verdaderamente fue cómplice en sus asesinato como parece sugerir la relación posterior con Vittorio Vidali y con los sectores más doctrinarios del estalinismo, para los que el estilo de Mella resultaba tremendamente heterodoxo e inaceptable.

(Sobre la magnífica obra de Edward Weston se pueden consultar los volúmenes que en dos colecciones distintas le dedica la editorial Taschen. Yo tengo la versión pequeña, en la colección Icons, Colonia, 2001, en la que se encuentran los bellísimos desnudos que le hizo a Tina en la azotea de su casa y que por sí solos constituyen una obra de arte. Weston es uno de los grandes fotógrafos del siglo XX).


Elena Poniatowska, Tinísima, México, Era, 2006, 660 p.

* Mildred Constantine, Tina Modotti, una vida frágil, FCE, México, 1979 (traducción de Flora Botton).

Lou Andreas Salome, de François Giroud



Hace un año largo, mi hija pequeña me regaló esta biografía de Lou, de quien ya había leído algo hace tiempo. Aunque en su momento leí el libro que ahora reseño, no lo había mencionado aquí. Se trata de una biografía breve, que no incide demasiado en ciertos pasajes de la vida de Lou, como en su falta de atracción por el sexo (parece que sentía verdadera repulsión, que algunos han atribuido a una temprana violación incestuosa que habría causado también una anorexia, todo ello sin tener la más mínima prueba ni indicio. Como si no fuera lógico que una mujer principalmente preocupada por el intelecto fuera, al mismo tiempo, naturalmente reacia a atarse a un hombre: consideremos el tiempo en que vivió).
Lou procedía de una familia de judíos sefarditas que primero se instalaron en Alemania y después pasaron a Rusia, donde nació Lou en 1861. De clase alta, el padre recibió un título nobiliario de mediana importancia, y la única hija, menor de 6 hermanos, desarrolló una inteligencia deslumbrante y una duda metafísica religiosa. Como discípula del pastor protestante de San Petesburgo (la familia se había convertido al protestantismo en el siglo XVI), fue instruida tanto en temas teológicos y biblicos como filosóficos. Con Guillot, su primer maestro y su primer amor platónico, Lou inició los estudios que después intentaría proseguir en París, Berlín y Viena. Pero por desgracia para ella, el pastor se enamoró, le pidió su mano y ella, horrorizada, huyó.
Dsede entonces, un número apreciable de hombres de talento se enamoraron locamente de ella. Pero Lou no cedió. Incluso cuando aceptó casarse con Andreas, lo hizo bajo la condición de que el matrimonio fuera blanco. Y blanco permaneció hasta el fin de sus vidas.
A los 36 años, tras rechazar a Reé (que luego se suicidaría), a Nietzsche (que enloquecería, pero no por culpa de Lou, que oonste), a Zemeck, también suicida y a otros muchos, llegó Rilke, que se cree que fue su primer amor completo (otros se inclinan por Zemeck, de quien pudo tener un hijo si no hubiera sido porque Lou cayó oportunamente de un árbol y abortó y con quien Lou vivió intermitentemente durante once años). Luego vino una larga lista de psicoanalistas afectos, que probablemente gozaron de su alegría innata, de su inmenso talento y de su estimulante compañía, hasta llegar a la ternura y a la devoción que Freud sintió por ella.
¿Qué es lo sobresaliente de Lou? No fue una gran escritora, ni filósofa, ni siquiera aportó grandes cosas al psicoanálisis. Lou fue una mujer libre, consciente de su poder (basado tanto en su belleza como en su aire andrógino y en su soberbio talento e inmensa cultura), antifeminista ( o feminista heterodoxa, si se quiere), que vivió como quiso, que puso las bases de sus relaciones con los hombres y con el conocimiento, que impuso su punto de vista siempre, sin por ello perder el afecto, al amor y la admiración de los que la rodearon. Ése es el rasgo sobresaliente de Lou, mujer única, quizá sólo comparable, en autodeterminación, a George Sand. Su mejor obra fue su misma vida, su optimismo imbatible, su conocimiento de sí misma y de las necesidades de su alma y de su mente, su valor a la hora de luchar por lo que ella quería hacer e hizo, contra o con todos. Siempre. Con un par.

François Giroud, Lou. Histoire d’unne femme libre, Fayard, Paris, 2002.
Los extractos de cartas que aparecen en el anexo (de Freud, Rilke y la propia Lou, se reproducen con permiso de Gallimard).

Gerard Vergés, Tretze biografies.

Gerard Vergés, Tretze biografies.

He estado leyendo un libro de Gerard Vergés, Tretze biografies imperfectes, (Premi Josep Pla 1985), publicada por Destino un año después. He encontrado algunas muy interesantes, no porque el libro sea erudito o muy profundo, sino porque ofrece sugerencias, pensamientos del autor que me han enriquecido. Por ejemplo, me ha recordado a un pintor en el que hace mucho que no pienso: Gustave Moreau, a quien califica de decorativo (y es muy cierto), aunque no es menos cierto que también lo es Klimt, por ejemplo, y su fama ha sobrevivido. No así la de Moreau, ya muy olvidado. Me ha sorprendido saber que hay un Museo Moreau en París (yo me las daba de conocer todos los pequeños museos parisinos y he aquí uno que se me había escapado).

Vergés  me habla también de aquella pintura, vista en el Musée d’Orsay, el Desayuno en la hierba, de  Edouard Manet, y de su protagonista femenina, Victorine Meurent, musa de Monet hasta la aparición de Berthe Morisot (a quien pinta en El balcón), la pintora impresionista de la que acabaría enamorándose locamente y que se casó con su hermano Eugène. Una forma –dice Vergès- como cualquier otra de convertirse en Madame Manet.

Me recuerda el autor que Victorine fue la protagonista no sólo del famoso –y escandaloso- Desayuno, sino de la también famosa Olimpia, y de La dama del papagayo. Como es posible que en mayo vaya un fin de semana a París, puede que busque el museo Moreau y que mire, con más interés y conocimiento de causa esos retratos de Victorine pintados por Manet.

 

Arte y vida de Glenn Gould, de Kevin Bazzana

Arte y vida de Glenn Gould, de Kevin Bazzana

Tras algunas confusiones con la distribuidora, por fin, hace una semana y media, mis libreros, Ferran y Pilar, del Celler de Llibres, me pudieron entregar el flamante ejemplar de Vida y arte de Glenn Gould, de Kevin Bazzana y publicado por Turner.

Se trata de un libro de casi 600 páginas, con una tipografía menuda y algunas fotografías de Gould en blanco y negro.

No es una hagiografía, y Bazzana, musicólogo canadiense y profesor de la prestigiosa Universidad de Berkeley, traza en ella, sin ambages, las contradicciones, las flaquezas y las excentricidades del famoso pianista, así como sus inmensas cualidades como persona, como intérprete-compositor y como documentalista de radio y creador de arriesgados experimentos de radio-arte.

No puedo recordar cuándo ni cómo escuché por primera vez a Gould, ni cuándo lo vi en alguna de las grabaciones de la CBS, pero sé que fue en mi adolescencia. En aquellos tiempos, otro gran pianista me encantaba: Van Cliburn. Que yo era ‘rara’ ya lo he comentado antes aquí, por boca de mis hijas. La verdad es que me gustaban también Elvis Presley y Enrique Guzmán. Tanto Gould como Van Cilburn estaban en mi pequeño Olimpo particular. Con el tiempo volví a Gould, dejando por el camino a Van Cliburn, quizás injustamente, y hoy tengo de él casi toda su discografía y muchas de las grabaciones documentales que hizo para la cadena canadiense en dvd. También me compré hace tiempo esa pequeña obra maestra que es “32 pequeños films sobre Gould” de Francois Girard (1993)  y las dos películas de Bruno Monsaingeon.

 

A pesar de todo ello, mi ignorancia sobre Gould es oceánica, como me pasa con tantas otras cosas, de modo que la lectura del libro de Bazzana viene a cubrir un hueco: no sabía, por ejemplo, que su infancia en Toronto había sido tan especial, ni que sus padres habían sido convencidos puritanos protestantes y que por esa razón le habían apartado cuidadosamente de ser considerado un ‘niño prodigio’, a la vez que habían hecho todo lo posible porque su formación fuese la mejor en un medio todavía muy provinciano, en una ciudad muy cerrada, primitiva en muchos aspectos, pacata en todas sus manifestaciones. El padre de Gould, Bert, además de comerciante con una buena posición, había sido un impulsor de actividades musicales dentro de la comunidad religiosa a la que pertenecían, así como la madre, Florence, que tocaba el piano y que fue quien enseñó a Gould desde pequeñito a pulsar las teclas, siendo uno de los amores más intensos de Gould, a quien no pocas se veces se tildó de padecer un complejo de Edipo (vivió con sus padres hasta los 30 años y no parecía dispuesto a cambiar esta situación hasta que se hizo evidente que debía ‘independizarse’). Su madre tenía 40 años cuando Glenn nació y fue hijo único y mimado.

Gracias al libro de Bazzana, me imagino perfectamente a un pequeño Gould, tocando himnos religiosos, con una intuición o con un don que quién sabe de dónde provenía…

Gould sufrió el acoso y la agresión en la escuela a causa de su radical diferencia de personalidad. Odiaba la escuela y al mismo tiempo, su entrega a la música era ya absoluta. Su pedantería partía de la seguridad absoluta que tuvo desde pequeño acerca de su talento y de su indiferencia por todo lo que no fuese el lenguaje musical.

Antes de leer el libro llegué a creer a pie juntillas que Gould padeció algún trastorno de la personalidad (se ha hablado tanto del síndrome de Asperger al respecto), pero después, me he dado cuenta de que Gould no era un autista, porque no sólo se dedicó a su faceta interpretativa (yo siempre creí que se aislaba del mundo en una burbuja de sonidos), sino que llevó a cabo numerosos y persistentes esfuerzos en otros campos como el de la escritura, las conferencias, los programas radiofónicos y televisivos, la composición, y en todas esas actividades entró en contacto con muchas personas a las que trató durante años cariñosamente, aunque después, súbitamente, pudiera abandonarlas. Yo también lo hago. Así que, cualquiera que fuese el trastorno que padeció Gould, no le impidió disfrutar de su vida, tal como él concebía la felicidad.

Me gustó saber que Gould nunca fue de prima donna por el mundo, que era un hombre cortés, amable y sencillo. Independiente, pero no aislado de los demás: al menos, no totalmente aislado.

El mito de sus extravagancias acompaña a Gould, pero estas extravagancias están fundamentadas en la obsesión por la música y en la obsesión por su propio cuerpo, que él deseaba que fuera un instrumento perfecto (su salud lo obsesionaba a un punto tal que tomaba decenas de pastillas cada día y veía al médico cada dos o como mucho, cada tres semanas, con síntomas que anotaba cuidadosamente). Su obsesión por buscar el piano perfecto es paralela a su hipocondría, a su manía por tomarse la presión cada 5 minutos, por zamparse decenas de pastillas al día; se cubría con infinidad de prendas de abrigo, bufandas, guantes, en pleno verano; abandonó las salas de conciertos a los 32 años, tras un sinfín de cancelaciones y de quejas; trajinaba por todas partes la ruinosa y chirriante sillita que le había construido su padre, sin la cual jamás tocó ninguna pieza; inventó el ‘clavipiano’, una mezcla de piano y clavecín de su invención que al parecer torturaba con su metálico sonido a no pocas audiencias azoradas… Bazzana pasa revista, asimismo, a los incesantes canturreos, los movimientos incontrolados de sus piernas, la mano que cada vez que no tocaba una tecla se alzaba en una especie de auto-dirección musical y todos esos manierismos que ponían los pelos de punta a muchas audiencias severas.

Su ansiedad era permanente y su necesidad de soledad, también.  La falta de relaciones amorosas de Gould ha hecho correr ríos de tinta. Sin embargo, nada permite suponer, según el autor,  que fuese homosexual: es posible que el sexo o el amor no hayan tenido cabida en su vida o que hayan sido para él una cosa secundaria, esporádica, oculta a los ojos de los demás. Su compromiso era solamente con la música. Probablemente su narcisismo impidió que se volcara con alguien que no fuera él mismo, pero es evidente que había muchas personas que le importaban. En primer lugar, sus padres, en segundo lugar, sus amigos, en tercer lugar, sus colaboradores. Hay una frase suya que merece ser citada, en este contexto: “Preguntado por cuál sería su consejo a algún joven músico, respondió: que abandone todo lo demás”.

Sin embargo, su necesidad de llamar la atención y de proclamarse original en medio de la general mediocridad le hizo desdeñar injustamente la influencia que tuvo en su carrera su maestro Alberto Guerrero, un musicólogo e intérprete chileno que lo marcó para todo (especialmente en su extraña técnica pianística, tan cerca su cara del teclado, en esa posición casi fetal tan bien conocida por todos sus admiradores). También lo marcó con sus filias: Bach y la música dodecafónica en general, y en particular a Shönberg, a quien Gould veneraba siguiendo a Guerrero, que había sido siempre un innovador, un hombre de vanguardia.. Y más todavía, según Bazzana, alguna grabación privada de Guerrero muestra las similitudes entre su estilo de interpretación y el de su discípulo más conocido.

La actitud de Gould para con el chileno fue de ingratitud. Sin embargo, el mismo Guerrero enseñaba que nada era peor que el servilismo, de modo que Bazzana insiste que lo que hizo Gould con Guerrero debe entenderse como un éxito de la propuesta pedagógica del chileno: nada de nostalgias ni de respeto por la autoridad o la tradición. Por encima de todo, la visión del pianista debe ser autónoma, original, audaz y sincera.

El tardo-romanticismo de  Gould queda patente a lo largo del libro: su amor por Strauss o Scriabin, o incluso por Orlando Gibbons, por ejemplo, es significativo. También la estructura de sus propias composiciones, que en general se quedaron como mero proyecto, a pesar de que desde los 16 años declaró que él era, por encima de todo, un compositor. Bazzana confirma que a Gould le faltaba una preparación académica para dedicarse a la composición, al tiempo que parecía incapaz de pedir consejo o de admitir que como compositor tenía los fallos de un principiante.

En esta obra quedan patentes las poderosas fobias: Mozart. Scarlatti, Debussy o Mussorsky entre otros: todo lo que Gould consideraba superfluo, innecesario, antiético en la música. Porque sobretodo, en esta obra de Bazzana queda muy claro que Gould no sólo consideraba a la música estéticamente, sino que la consideraba desde una perspectiva profundamente ética y moral y  que esa perspectiva dominaba a todas las demás aproximaciones que hizo a la música.

Bazzana explica perfectamente el porqué abandonó los conciertos, su entrega al mundo de las grabaciones, la perspectiva moderna y democrática que tenía Gould de la música en el siglo XX, su fe en las nuevas tecnologías: el anhelo de perfección que lo embargaba al editar sus interpretaciones en un estudio de grabación, si interés, casi maniaco en su obra de documentalista radiofónico con obras como La idea del norte y otros, todos basados en el contrapunto de las voces.

 

En ciertos momentos, el libro de Bazzana es excesivamente técnico, pero siempre es interesante e informa de todo lo que tiene relevancia para entender a este músico excelso, cuyo legado, para mí y para muchos,  sigue siendo inestimable.

 

 

Kevin Bazzana, Arte y vida de Glenn Gould, ed. Turner, Madrid, 2007. Trad. de Eugenia Vázquez Vacarino y Miguel Martínez-Lage.  

http://www.turnerlibros.com

 

Víctor Hugo y su hija Adèle H.

Víctor Hugo y su hija Adèle H.

De entre los libros más bonitos que tenía mi abuelo, destacaban los de una editorial barcelonesa cuyas ediciones estaban cuidadas al máximo: bellos grabados interiores, hermosas tipografías y cubiertas grabadas sobre tela de distintos colores, con reproducciones sobre cartoné, ediciones donde el arte modernista se revelaba también fructífero en la vertiente libresca. La Colección de Arte y Letras , editada en Barcelona entre los años 1881 y 1890, constituyó una biblioteca con verdaderas joyas bibliográficas. Entre esos bellos libros se encontraban las obras teatrales de Víctor Hugo: recuerdo perfectamente la lectura de Hernani, mi primer acercamiento al gran hombre: el mayor escritor de Francia. Más tarde, en mi adolescencia, leí Los miserables, la obra cumbre.
Entonces yo desconocía la trágica vida del escritor: Hugo sufrió durante toda su vida por la pérdida de sus seres más queridos y padeció un larguísimo exilio por defender los derechos del hombre y por oponerse a Napoleón III, antes de recibir los lauros nacionales y la aclamación popular.

La familia de Adèle

Víctor Hugo vivió una infancia nómada, siguiendo el trayecto que la carrera militar y política de su padre le marcaba: Italia, varios lugares de Francia y España, con José Bonaparte, y algunos periodos de internado le marcaron profundamente. Sus padres tuvieron un matrimonio infeliz, lleno de altibajos. La madre de Hugo tuvo un sonado romance con otro general, bonapartista como su marido, Víctor Lohaire y desafiante, bautizó a su hijo con su nombre. El padre de Hugo, por su parte, vivió abiertamente durante años con su amante, Catherine Thomas, hasta que Bonaparte le obligó a abandonarla. Finalmente, los padres del poeta se divorciaron.

Víctor Hugo conoció a los 7 años a una niña de 6: Adèle Foucher, hija de unos íntimos amigos de sus padres. Sorprendentemente, tanto los Foucher como los Hugo opusieron muchos obstáculos al matrimonio de Adèle y Víctor cuando éstos decidieron unir sus vidas, a pesar de que Hugo, en 1822, ya comenzaba a hacerse célebre tras vencer en los Juegos Florales y publicar su primer libro de poemas, Odas, por el que obtuvo una pensión de Luis XVIII. Finalmente, el matrimonio se llevó a cabo tras la muerte de la madre del poeta en ese mismo año. El hermano de Víctor, Eugène, enamorado perdidamente de su cuñada, padeció una crisis mental tan terrible que tuvo que ser internado en un asilo, tres meses después de la boda. La sombra de la locura comenzó entonces a planear sobre la familia del poeta. Adèle Foucher fue una mujer hermosa, inteligente, cuyo espíritu inquieto se manifestaba en sus escritos, dibujos y pinturas. Aun cuando su amor por Víctor Hugo fue muy grande, el narcisismo de Hugo y la vocación exigente de su esposo la decepcionaron. Ambos vivieron juntos y separados en una relación inestable que no consiguió romperse del todo ni ser del todo satisfactoria para ninguno de los dos.


El matrimonio tuvo cinco hijos y a todos los vio morir Víctor Hugo, con excepción de Adèle, quien murió en 1915: Léopold (1823), el primogénito, murió recién nacido; Léopoldine (1824), murió ahogada junto con su esposo, Charles Vacquerie, a los pocos meses de su boda; Charles (1826), por una tuberculosis galopante, François-Víctor (1828) de cáncer. Sólo le sobrevivió Adèle (1830).

Tanto Adèle Foucher como Víctor Hugo fueron infieles: Adèle amó sin discreción al famoso crítico literario Charles Augustin Sainte-Beuve. Incluso se llegó a rumorear que Adèle era hija de Sainte-Beuve y así lo creyó también el célebre crítico, cuando escribió que su único aliciente en la vida era la hija menor de ’los Hugo’. Adéle Foucher, cuando la niña cumplió diez años, envió a Sainte-Beuve un retrato -dibujado por ella misma-, de la niña de sus amores, a lo que el crítico respondió con la publicación de un libro de poemas cuyo título es suficientemente explícito: Livre d’Amour.


Víctor Hugo tuvo varias amantes. Especialmente importante fue Juliette Drouet, también inteligente y hermosa, con quien compartió su vida durante más de 30 años. Y tuvo algún que otro affaire, alguno de opereta, como cuando fue sorprendido en flagrante delito por un ofendido marido. Aunque la ley penalizaba el adulterio, sólo la amante cumplió pena de cárcel, pero Hugo fue objeto de burla para todo París.
Así pues, la tragedia, el drama y el melodrama (aparte de alguna que otra astracanada), formaban parte de la vida de la familia Hugo.


La tragedia de Léopoldine


La gran tragedia de la familia fue la muerte de Léopoldine. Adèle tenía 13 años cuando su hermana, la preferida de Hugo, cayó de una barca en el Sena y se ahogó. Su marido, Charles Vacquerie, excelente nadador, se tiró tras ella y se dijo que prefirió morir con ella que salvarse. Sus cuerpos se encontraron en el fondo del río en ceñido abrazo. En el infortunado accidente murieron también un tío y un primo de Charles.
Durante años, los Hugo se reunieron en la salita del apartamento parisino para invocar a Léopoldine, desplegando el vestido que llevaba cuando cayó al río, en inútiles, patéticas reuniones espiritistas. No cabe duda de que todo esto afectó profundamente a la joven Adèle.

La tristeza invadió a toda la familia y se puede observar en el semblante de Adèle en las pocas fotografías que conocemos. Melancolía que no es sólo retórica fotográfica.

Amor (es) y Exilio (s)


A partir de 1848, la situación política se complicó para Hugo y para sus hijos y amigos, que se oponían francamente a Napoleón III y que defendían la necesidad de la República.
Hugo no compendió, a pesar de sentirse campeón de la libertad, la necesidad de Adèle de llevar su propia vida. Adèle se quejó de que no podía siquiera salir sola a comprar un periódico. George Sand y otras mujeres luchaban por la emancipación femenina. Leer a Sand fue para Adèle una revelación. Francia se agitaba bajo vientos de renovación.
Los hijos de Hugo fueron encarcelados, así como Auguste Vacquerie, hermano de Charles y enamorado de Adèle, quien probablemente fue su primer amor.
Auguste Vacquerie representaba para Adèle –bastante más joven que él- , la oportunidad de saber qué tipo de pasión había encendido su hermana Léopoldine en Charles. Ambos hermanos eran tan parecidos como las dos hermanas. El amor que sintió Adèle por él fue intenso y fugaz y probablemente no fue un amor platónico.
Adéle escribió: Sé que sufres. Me entregué a ti porque sufrías. La prostitución puede significar una sublime devoción y no sabemos si una mujer pública no es una hermana de la caridad.

Este enamoramiento duró poco.

En ese mismo año de 1846 (ella tenía 16 años), Adèle se enamoró de un escultor mucho mayor que ella y muy poco recomendable: solía maltratar a sus amantes. Se trataba de Jean-Baptiste Augustin Clésinger. Años después, en su diario íntimo, ella escribió: ¿Qué sentí por tres años? ¡Clésinger! Recuerdo la última vez que te vi, fue en París. Te amé. Estuviste cerca de mí toda la noche, me cortejabas, estabas absorto en mi amor ¡Oh, eras un genio! ¡Había genio en tus manos, genio en tus ojos! Cuando estabas conmigo, era feliz.
El diario sugiere intimidad amorosa, pero él pronto se cansó de la joven Hugo y se casó con la hija adolescente de George Sand, Solange. En una ocasión, el violento Clésinger estuvo a punto de matar a Solange, a su hermano y a George, quien juró que nunca más le admitiría en su casa. Sin embargo, Adèle (quien debía conocer todo esto a través de Sainte-Beuve), escribía después: Tuve el cielo en mi alma. Amé, sentí que me encontrabas hermosa. Tenía 18 años ¡Amor, amor feliz! ¡No hay nada más hermoso en este mundo!
Poco después, Adèle soñó (ella siempre pensó que premonitoriamente), que encontraría a un inglés y que ese inglés sería su verdadero amor.
En 1852 Hugo se ve precisado a exiliarse, primero a Bélgica, de donde es expulsado, luego a Jersey y Guernessey, islas del canal de la Mancha que gobernaba Inglaterra y en las que Adèle conocerá a Alfred Pinson, a quien identificó como el inglés de sus sueños. Escribió: Al verlo, me encendí. Sin embargo, rechazó su oferta de matrimonio. Para ella, el matrimonio equivalía a tiranía masculina.

Antes de huir hacia Nueva Escocia en busca de ese sueño, Adéle intentó ser reconocida como compositora y pianista y comenzó a hacer trámites para publicar sus obras en Bruselas. Víctor Hugo no la apoyó. Para él, el piano era Una bestia de palo. Adèle proyectaba también un libro sobre la emancipación femenina, pero el destino de una escritora era aún más incierto: claudicó, aunque siguió escribiendo compulsivamente.

En 1892 fueron descubiertas dos mil páginas sobre los años de exilio de Hugo en las islas del canal Jersey y Guernessey, que fueron atribuidas, en un primer momento, al propio Víctor Hugo. En 1952, Réné de Messières, cónsul francés en Nueva York, reveló en la universidad de Harvard que la verdadera autora del dietario fue la hija más joven de Hugo: Adèle. En realidad había dos diarios, uno trataba con minuciosa exactitud de los días pasados en las islas por la familia Hugo. El otro, escrito en lenguaje cifrado, era el diario íntimo de Adèle.
Como es normal en estos casos, los manuscritos estaban separados, algunos en Francia, otros en Estados Unidos. Hubo también algunos hallazgos de ciertas páginas perdidas en diferentes bibliotecas. Por fin, en 1968, Frances Vernor Guille publicó tres volúmenes (de los cuatro proyectados), del Diario íntimo de Adèle Hugo. Diario que sirvió a François Truffaut como base para la película que reseñé aquí.
Escritora compulsiva, escribía sin parar, especialmente en los años que pasó en Nueva Escocia, mientras esperaba (inútilmente) que el mediocre teniente Alfred Andrew Pinson le correspondiera. Víctor Hugo, campeón de la Libertad, nunca consideró a su hija como un talento digno de ser reconocido: para él era una mujer más, cuyo destino era el matrimonio. A los 33 años Adèle huyó en pos de un hombre que la había cortejado anteriormente y a quien ella había rechazado. Para entonces, Pinson había cambiado de idea: ya no la quería ¿Por qué, pues, ella le consideró digno de centrar sus obsesiones? ¿Por qué perseveró durante nueve años, de 1863 a 1872, en una persecución inútil, dolorosa, exacerbada? Desde el 69 Pinson ya no se encontraba en las Barbados, hacia donde ella le había seguido tres años antes. Ella no se enteró. Vagaba sola, vestida de harapos, soñando con un amor que había soñado…soñando con un inglés que sería su amor eterno…
Cuando Adèle decidió viajar sola a Halifax, en Nueva Escocia, al otro lado del mar, para seguir a quien en su imaginación amaba tierna y apasionadamente ¿qué buscaba? Bajo nombre supuesto recibía la subvención de su padre quien, disgustado, no se atrevió a negarle su asignación. Pero las cartas las escribía su hermano François-Víctor. Hugo no se desentendió de su hija, pero nunca le escribió.
En 1872, Madame Baa llevó a Adèle a Francia. Víctor Hugo ingresó a su hija en una institución, Adèle murió para el mundo, aunque su vida acabó en 1915.
François Truffaut la resucitó.


Leslie Smith Dow, Adèle Hugo, La Miserable, Goose Lane Editions, New Brunswick, Canada, 1993.

La fascinación de la locura: El rey Ludwig de Baviera

La fascinación de la locura: El rey Ludwig de Baviera

Desde pequeña me han gustado mucho las biografías. En la biblioteca de mis abuelitos había muchas, y especialmente las de André Maurois captaron mi interés (algún día no lejano os hablaré de su Ariel o la Vida de Shelley). Hoy por casualidad estaban pasando las imágenes que tengo por mi pantalla. He estado escribiendo un informe del trimestre en el Instituto y me he detenido demasiado a buscar unos papeles. He visto pasar la de Ludwig de Baviera y he pensado que, aunque no hace mucho tiempo que hablé de la película que Visconti le dedicó, podría hablar hablar también de los libros que tratan de su vida. Uno de ellos me lo regaló mi hija mayor, Paulina, sabedora de que me interesaba por su vida. Su figura está enmarcada en el contexto del panorama histórico de aquellos momentos previos a la primera unificación ’alemana’ y previos también a la Primera Guerra Mundial, pero su poderosa y extraordinaria personalidad acaba siempre centrando el interés biográfico.

Las obras comienzan por el final, cuando Holnstein, Törring, Dursheim y otros escoltan el cadáver del Rey Ludwig II para conducirlo a su última morada. Detenido el 11 de junio en su castillo de Neuschwanstein, Luis II había sido conducido al día siguiente al castillo de Berg, a orillas del lago Starnberg. El 13 de junio, cuando paseaba en compañía del Dr. Von Gudden que tenía asignado como alienista de cabecera, se ahogó (se ahogaron) misteriosamente. Baviera entera hablaba de suicidio o de asesinato. Cualquiera de las dos posibilidades manchaba la honra real y hacía imposible un entierro católico. Al otro lado del lago, en Possenhofen, esa otra alma romántica y excéntrica que era Elisabeth de Baviera, emperatriz de Austria-Hungría, velaba la muerte de su primo más afín, quizá envidiándole. De él, escribirá: Lo amaba porque como yo, despreciaba a la multitud y no vivía sino para sus ensueños; más valiosa que su vida era su tristeza.

La sucesión recae sólo nominalmente en el hermano menor del monarca, Otto, quien hace más de diez años está internado, a causa de una demencia profunda, en el castillo de Furstenried, a las afueras de Munich. La sucesión directa queda extinguida, ya que ni Luis ni Otto tuvieron descendencia.

La locura asoma por todas partes al recorrer la historia de estas familias: se encuentra en los Hanover (Jorge III de Inglaterra), en Luis de Hesse, aterrorizado por su sombra; en la parte prusiana, Federico-Guillermo la padecerá también. Alejandra de Baviera cree haberse tragado un piano de vidrio...Parte de la excentricidad de la familia consistirá en su acendrada sensibilidad artística y en su desprecio por la politica. El escándalo que suscita la pasión de Ludwig por Wagner en la sociedad muniquesa ha sido precedido por la pasión, igualmente devoradora y pública, que sintió su abuelo por Lola Montez. Tanto Lola como Wagner tuvieron que salir por pies de la capital bávara.

Desde pequeño, Ludwig se siente atraído por el arte. Y este amor, especialmente concretado en la música (de Wagner) y en la arquitectura serán los dos pilares sobre los que los cortesanos y las intrigas internacionales van a edificar su tumba. La megalomanía y el sentimiento de superioridad sobre los otros crecen con él desde pequeño. Manifestaciones extremas que entonces hacen gracia y que después serían esgrimidas como síntomas de enajenación, como cuando ata, amordaza y golpea a Otto (dos años menor que él) a los 8 años, y se justifica ante todos diciendo, con gran dignidad: Es mi vasallo y me faltó al respeto.

Ludwig se encontrará a sí mismo en la figura del cisne, en Lohengrin, en la mitología y en la leyenda de los pueblos germánicos. Vivirá en un mundo mitológico, imaginario, en el que sólo lo bello y lo ideal conviven. Sin embargo, agitado por oscuras pasiones que él mismo rechaza y no comprende, yacerá en los refugios alpinos muchas veces, entre caballerizos borrachos y mozos analfabetos.

El destino de Baviera no le será indiferente, pero como gobernante se limitará a firmar los acuerdos tomados por sus sucesivos gobiernos, sin implicarse nunca en la tarea, ni tampoco en la representación del Estado. Al igual que su prima Elisabeth en Viena, eludirá tercamente, todas las ceremonias oficiales. Como ella. huirá por lo caminos, escondiéndose, Elisabeth tras un abanico, Ludwig en el interior de sus castillos.

Inmerso a su pesar, en una guerra fratricida, no tendrá más remedio que rendirse a la unión que se le propone. Pero él sabe que su patria, Baviera, ha dejado de existir como nación, al menos políticamente.

Todos sus amores (Pablo de Thurn y Taxis, Wagner, Alberto Niemann, Emilio Rohde, Varicourt, Hornig, Josef Kainz y un largo etcétera), le decepcionaron, menos uno: el imposible, pero cierto amor que sintió por Elisabeth, su Paloma. Amor narcisista, pues amaba en ella lo que ella tenía de parecido con él: el elitismo, la fácil huida del mundo, la incapacidad de amar realmente, la poesía, el ideal siempre inalcanzado, la melancolía morbosa, la búsqueda compulsiva de la soledad...

A los 25 años, Luis ha perdido ya su legendaria belleza. El kronprinz Federico, futuro emperador de Alemania, lo describe: El rey Luis ha cambiado de una manera que me ha sorpendido: ha perdido mucho de su hermosura. Le faltan varios dientes del frente. Pálido, nervioso, su palabra es inquieta, tiene tendencia a engordar. En cuanto a sus dientes, una enojosa inclinación por los dulces se los ha estragado definitivamente.

Ocupado en la construcción de sus castillos, elude la posibilidad de reunirse con los otros príncipes alemanes tras la victoria contra Francia y por tanto, nadie se ocupa de los asuntos de Baviera en esos cónclaves sobre la unificación de los pueblos alemanes en una gran Confederación. A Luis le duelen las muelas, desea abdicar. Huir. Pero no es posible la abdicación. A su fiel aya Meulhais le escribe: ¡Es muy doloroso y desconsolador ver sufrir así al pobre Otto! cada día, su estado se agrava. A veces se queda dos días sin acostarse. No puede dormir. Durante ocho semanas no se ha quitado ni un momento su calzado o su ropa. Diríamos que ya es un loco. Hace gestos espantoso, ladra como un perro y llega a veces a decir las peores groserías. Se queda así varios días hasta que, agotado, vuelve a la normalidad.

Bismarck le obliga a traspasar todos sus poderes reales a la Confederación. Consciente de lo que esto significa, Ludwig se niega a firmar, pero no puede ni siquiera negarse. El 18 de enero de 1871, el rey Guillermo de Prusia se proclama Emperador de Alemania en el salón de los Espejos del palacio de Versalles. En julio se firma la paz con Francia y días después, el kronprinz Federico hace su entrada triunfal en Munich. Al bajar del caballo, Ludwig exclama :Creo que he cumplido con mi primera cabalgata como vasallo.

A partir de ahí, Ludwig se dedica a sí mismo, a su mitología, a sus castillos, a sus caballerizos borrachos. Hasta su muerte.

El misterio de Ludwig es el de un hombre sensible, irrealista y romántico al que le tocó un papel equivocado en una obra en la que no quería actuar.

Greg King, El Rey Loco, Luis II de Baviera (1835-1886), Javier Vergara ed., 1997.
Pierre Combescot, Luis II de Baviera, Fondo de Cultura Económica, México, 1989. (Breviarios,504)

El contorno del abismo.Vida y Leyenda de Leopoldo María Panero

<strong>El contorno del abismo.Vida y Leyenda de Leopoldo María Panero</strong>

de J. Benito Fernández, Tusquets (col. Andanzas),1999. Con un prólogo de Antonio Martínez Sarrión.

Llegué a la lectura de este libro con retraso, porque mi relación con Leopoldo María Panero es ambigua. Por una parte, reconozco en él al gran poeta. Por otra, su temática me resulta difícil de digerir, antiestética, sucia. Lo considero un autor irregular, capaz de escribir el mejor verso y el poema más deleznable. Pero lo mismo pasa con Picasso o con cualquier creador importante. A la postre, resulta que lo que sobrevive es mucho menos de lo esperado. Unos cuantos poemas de una obra ingente. Unos cuantos cuadros del pintor más prolífico del siglo XX. No hablo del valor comercial o del mercado, hablo de la calidad de la obra.
Esta biografía, basada en hechos narrados puramente desde el exterior, no exégetica, tiene ventajas y desventajas. La ventaja es que no es cursi ni apologética. La desventaja es que tienes la sensación de ir siguiendo los pasos de un muñeco que no llega nunca a encarnarse.
Es evidente que desde El Desencanto, de Jaime Chávarri, los Panero pasaron a categorizarse como arquetipo ¿De qué? Del fracaso, tal vez, de la familia burguesa. La destrozada morfología se hace evidente, pero no la razón de tal destrozo, de tal decadencia. En la biografía, me entero de que hay una parte de la familia con enfermedades mentales. Y está el alcoholismo, quizá heredado, del padre. La violencia, que se intuye aunque no se nombra, forma parte del cuadro. La familia es un monstruo de mil cabezas. Lo verdaderamente llamativo es la ejemplaridad de la persistencia. Persistir en la búsqueda del poema a lo largo de tantos años, en medio de la locura, en medio de la desesperación, en medio de la propia mierda, como dijera Sartre en los años 50. Para mí lo heroico es esa gesta de Leopoldo María Panero: ser poeta, a pesar de estar loco, de ser destructivo y autodestructivo, a pesar de ser drogadicto, borracho, promiscuo, coprolálgico: despojo, pero despojo poético. "No soy un monstruo", dice. Me recuerda la escena de El hombe elefante de Lynch en que John Merrick responde a la furiosa turba: "Soy un hombre". Panero también es un hombre, herido, mutilado y creador. Al fin y al cabo, cada uno en distinta medida somos Gregorio Samsa. Pero no todos tenemos el valor de asumir eso como provocación, como escupitajo, como rebelión, como herida abierta.
A pesar de que lectura de este libro me ha servido, me sirven más sus poemas. No me molesta convenir con Octavio Paz cuando afirma que la única biografía de un poeta es su obra.
Y la obra de Leopoldo María Panero persistirá. La finalidad del arte, me dijo hace mucho Tomás Segovia, no es la belleza, sino la verdad. En la obra de Panero hay verdad, y esa belleza oscura, turbia de la pureza. Vida u Obra.

Más allá de donde
aún se esconde la vida, queda
un reino, queda cultivar
como un rey su agonía,
hacer florecer como un reino
la sucia flor de la agonía:
yo que todo lo prostituí, aún puedo
prostituir mi muerte y hacer
de mi cadáver el último poema.

De Last River Together 1980

Eduardo Haro Ibars: o el asco que dan algunas vidas vacías

Eduardo Haro Ibars: o el asco que dan algunas vidas vacías

J. Benito Fernández
Eduardo Haro Ibars: los pasos del caído
Anagrama, 2005
¡Finalista del premio Anagrama de Ensayo!

Leer la biografía de este desquiciado que fue Eduardo Haro Ibars me ha resultado tan tediosa y monótona y sin sentido como la lectura de los 120 días de Sodoma del marqués de Sade. Un niño de papá (o de abuela, pues a ella le endosaron “el regalito” los padres, quizá de antemano aterrorizados por este muñeco diabólico), drogadicto, ladrón, encarcelado por tráfico de drogas, sádico, maltratador de mujeres y sólo anecdóticamente escritor, me ha dado asco. El biógrafo, J. Benito Fernández, describe objetivamente, con enfermizo detallismo, las idas y venidas de este fantoche sin pronunciarse sobre sus actos. Eso es reseñado como un buen detalle ya que no “glorifica” las “hazañas” de su biografiado. Pero el sólo hecho de haber escrito esta biografía, ya lo hace.
Nacido de un matrimonio inestable (no inestable en el sentido de roto, sino en el sentido de separaciones y reuniones múltiples, de cambios de domicilio constantes, de probables aventuras de ambos cónyuges: en el sentido también de “irresponsable”), dejado en manos de la abuela, recogido en el seno del “hogar” y vuelto a dejar en las manos de la anciana muchas veces. Errante en mil colegios y con un padre y una madre ausentes o consentidores al extremo de lo criminal, este engendro de la España de la transición se droga con todo lo que tiene a mano, desde pegamento hasta insecticida, se folla (pues no otra cosa son sus encuentros), a hombres y mujeres, va y viene por Madrid, Tánger, Londres, París o Amsterdam con el dinero de papá o de la abuela, y termina muriendo, como casi todos sus amigos y como sus tres hermanos varones, de Sida. Que en una familia de 6 hijos mueran 4 en plena juventud ya nos dice de qué estamos hablando. En el libro se sugiere que no solamente estos hijos varones del matrimonio Haro han estado viviendo su corta vida en las drogas, el sexo indiscriminado, animal, el incesto y todas las perversiones imaginables.
Locura colectiva. Perversión, enfermedad mental, vacío interior. Estas vidas gastadas no me parecen ejemplares, ni siquiera de la pretendida “bohemia”. Porque el talento es pequeño. Haro Ibars no es Rimbaud, no es Verlaine, no es Baudelaire. Es sólo un hijo de un padre que publica (Eduardo Haro Teclen, que paga los desmanes a la vez que se horroriza, distancia y deja hacer), un enchufado, un mantenido y un pelele.
No recomiendo esta lectura, a menos que se quiera vomitar.

Las siete cabritas, de Elena Poniatowska

Las siete cabritas, de Elena Poniatowska

Se trata de un libro en el que la periodista y escritora mexicana expone, con su vitalista y coloquial estilo, la vida y milagros de siete mujeres mexicanas del siglo XX. Mujeres que fueron independientes, creadoras, rompedoras. Pintoras (Frida Kahlo, María Izquierdo, Nahui Olln), Escritoras (Pita Amor, Nahui,de nuevo, Rosario Castellanos, Elena Garro), y la bailarina y coreógrafa Nelly Campobello.
Probablemente, desde Europa sea difícil comprender cómo un país considerado el paraíso del machismo pudo permitirse a estas mujeres, que no son las únicas, ni mucho menos. Las mujeres mexicanas han sido grandes. México es revolucionario y dio paso a estas privilegiadas mentes y a estos corazones femeninos. Como los hombres, se llenaron de vida y murieron, como tantos artistas, devoradas por sus propios fantasmas, por la incomprensión del mundo ante su talento, o por la ancianidad, la muerte o la locura.
El libro, editado en España por la editorial vasca Txalaparta, es indispensable para conocer un poco de la historia (cultural y social) de México en el siglo XX.

De Pita Amor:

Dios, invención admirable
hecha de ansiedad humana
y de esencia tan arcana
que se vuelve impenetrable
¿por qué no eres tú palpable
para el soberbio que vio?
¿por qué me dices que no
cuando te pido que vengas?
Dios mío, no te detengas,
¿o quieres que vaya yo?

Pita Amor, que no amó a nadie más que a sí misma...

"Porque yo que he sido joven, soy joven porque tengo la edad que quiero tener. Soy bonita cuando quiero y fea cuando debo. Yo, que he sido la mujer más mundana y frívola del mundo, no creo en el tiempo que marca el reloj ni el calendario. Creo en el tiempo de mis glándulas y de mis arterias. La angustia hace mucho que la abolí. La abolí por haberla consumido".

Nahui Olin escribe a los 10 años:

"Soy un ser incomprendido que se ahoga por el volcán de pasiones, de ideas, de sensaciones, de pensamientos, de creaciones que no pueden contenerse en mi seno y por eso estoy destinada...
No soy feliz porque la vida no ha sido hecha para mí, porque soy una llama devorada por sí misma, que no se puede apagar. Protesto, a pesar de mi edad, por estar bajo la tutela de mis padres".

¿Sorprendente?
Maravilloso.

Elena Garro:

"Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga".

Leyendo este libro no puedo evitar pensar en mi abuela, María Aizpuru Álvarez, profesora de canto y de piano, mujer extraordinaria, a la que México ( y mi abuelito, Pedro De Lille Borja), dejaron ser y desarrollarse. Así,leyendo este libro, me encuentro memorizando, de nuevo, mi país.

Isadora Duncan y Sergéi Yesenin

Isadora Duncan y Sergéi Yesenin “Isadora Duncan y Sergéi Yesenin”
Carola Stern
Muschnik editores.
Barcelona, 2001

Por Gabriela Zayas.
Fascinante historia de dos artistas revolucionarios: Isadora Duncan, la mítica creadora de la danza moderna (indispensable su autobiografía: “Mi Vida”), y el poeta ruso por excelencia Sergei Yesenin.
Por separado, la vida de Isadora ya es de por sí materia novelesca: su bohemia infancia y juventud, sus danzas semidesnuda y descalza, su sueño de reencarnar la naturaleza en el movimiento, su fe en el amor libre, la muerte de sus pequeños hijos, precipitados dentro de un coche en el Sena. Sus éxitos mundiales. Su extraña muerte en Niza, a bordo de un Bugatti descapotable, estrangulada por el largo y vaporoso “echarpe” que abrazaba su cuello. El mundo mitológico de Duncan es el mundo de Sarah Bernhardt, de Diaghilev, de Bernard Shaw: un mundo desaparecido, donde las “celebridades” eran artistas verdaderos, cuyas aportaciones hacían del arte de su tiempo un campo de experimentación.
Isadora Duncan, ya en su madurez, busca en la Rusia revolucionaria el aliento de su propia lucha: un arte por y para el pueblo, alejado de las convenciones de lo clásico: nuevo, orgánico y libre, como la propia sociedad que (sueña) está naciendo en la nueva Rusia.
Ahí encontrará al ángel rubio, mezcla de campesino rudo de la estepa y de Rimbaud atormentado que era Sergéi Yesenin. Diecisiete años más joven, gamberro, destructivo, borracho y maltratador, pero poseído por las musas. Probablemente bisexual, sus excesos con el alcohol y una posible epilepsia le equiparan con otros creadores como Dostoievski, Edgar Alan Poe, Scott Fitzgerald o Jack London, pero su poesía lo coloca en el olimpo de los grandes poetas rusos como Pushkin, Gogol o Máximo Gorki, quien le admiró profundamente. En él, Isadora encuentra el hijo que perdió y el amante mudo que todas hemos soñado. La pasión entre ellos se produce sin que puedan intercambiar palabra: Yesenin no habla ni francés ni inglés ni alemán. Duncan no conoce la lengua de Tolstoi. Así que, impelidos ambos solamente por la sexualidad o por el instinto, vivirán una pasión llena de altibajos: ternuras y violencias, cuidados y maltratos. Tiranías y dulces retahílas sin sentido. Viajan por Europa: París, Berlín, Venecia son algunos de los escenarios en que Yesenin, torturado, destrozará muebles y cuadros en las lujosas suites de los mejores hoteles como cualquier moderno cantante de rock, mientras Isadora paga las facturas y mece a su niño una vez pasada la turbiedad de la borrachera y del “delirium tremens”
Finalmente, la vuelta a Rusia y las palabras de Duncan “He devuelto el niño a su patria y ya no tengo nada que ver con él”. La renuncia de Duncan acendrará la tortura del poeta que, tras diversas angustias (duda de su importancia como poeta, duda de la importancia de la poesía en un mundo tal), terminará suicidándose, no sin antes escribir con su sangre un último poema:

Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto.
Te llevo, querido mío, en el corazón
Esta separación predestinada
Nos promete un encuentro en algún otro lugar.

Hasta pronto, amigo mío, no sufras, no te lamentes.
Sin estrechar tu mano me voy y sin palabras.
En la vida, morir no es nada nuevo.
Ni es nada nuevo vivir.

Andrew Wyeth

Andrew Wyeth Enlace a obras más representativas
Algunas obras menos conocidas de Wyeth

Pintor realista americano nacido en Pennsylvania. Su aprendizaje se lo dio el padre, pintor e ilustrador. A partir de 1945, comienza a pintar acuarela y paisajes con tempera. Crea sus propios pigmentos y comienza a desarrollar una personalísima paleta. Sus retratos adquieren pronto una cualidad casi fotográfica. Sus paisajes y personajes de Pennsylvania y Maine adquieren proporción poética y metafórica, aparte de una maestría en el oficio que parece casi renacentista. Es uno de mis pintores favoritos.

Guadalupe Amor (1918-2000)

Guadalupe Amor (1918-2000) Guadalupe Amor (Pita Amor, llamada "La undécima musa")

Fue idolatrada por Alfonso Reyes, Albert Camus, Sartre, el Dr. Atl, Diego Rivera, Roberto Montenegro. Neruda la describió "como el canto del agua cristalina que corre, te nombro franca e inmemorial, dulcísima..."

Trabajó en cine y teatro antes de llegar a la literatura. Fue extraordinaria como conferenciante y recitaba sus poemas como nadie. Nunca pasaba inadvertida. Genial, hermosa, hiperbólica y enloquecida, fue todo: humo y fuego al mismo tiempo.

La poesía de Guadalupe Amor nos habla de la angustia de vivir, de Dios, de la nada. De la tortura de vivir, de la muerte y de la sombra. Quevedo femenina y mexicana...sensual, atormentada, soberbia, humilde, hueca y llena de luz. Todo eso y más ha sido Pita, maestra del soneto y de la décima. Ardió...de vida.

Algunas de sus obras son:(Puerta obstinada (1947); Círculo de angustia (948); Polvo (1949); Décimas a Dios (1953); (1958) Sirviéndole a Dios, de hoguera (1958); Todos los siglos del mundo (1959); Soy dueña del universo (1984). En prosa: Yo soy mi casa (1959):"Paralelamente a ese placer de los sentidos, de verme o creerme bella, crecía en mí una callada angustia: el pavor de la soledad, un miedo incontenible de lo oscuro"...

Dos poemas:

Dios, invención admirable,
hecha de ansiedad humana
y de esencia tan arcana,
que se vuelve impenetrable.
¿Por qué no eres tú palpable
para el soberbio que vio?
¿Por qué me dices que no
cuando te pido que vengas?
Dios mío, no te detengas,
o ¿quieres que vaya yo?

*******

Es tan grande la ovación
que da el mundo a mi memoria.
Que si cantando victoria
me alzase en la tumba fría.
En la tumba me hundiría
bajo el peso de mi gloria.

Enlace a poemas de Pita Amor recitados por ella misma.