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Pascal Quignard

Les solidarités mystérieuses de Pascal Quignard

Les solidarités mystérieuses de Pascal Quignard

 

Cada nueva novela de Quignard es un reencuentro. Te conocemos, autor, te reconocemos. Sabemos que en estas páginas nos esperan placer y melancolía, nostalgia y dulzor. Sabemos qué vas a decirnos y esperamos que nos lo digas y con distintas voces. La antigua leyenda que nos contarás, aunque transcurra en el siglo XXI, es una leyenda ancestral y las voces, tercera y primera, están lejos y cerca del hecho narrado, fuera y dentro de la ficción, que es más real que lo real, que encontramos en la paradoja de que lo que nos dices está callado. Háblanos, pues, silenciosamente con tus palabras, que son también las nuestras, pero que no han sido nunca dichas.

En Les solidarités tenemos al narrador omnisciente que nos cuenta la historia de Claire en tercera persona; tenemos a Paul, en primera persona, que nos cuenta su vida y la de su hermana (a quien llama alternativamente Chara y y Marie Claire). Tenemos a los personajes de Quignard, que en la mitad de sus vidas (in mezzo del camino), huyen sin razón aparente, buscando una nueva vida o buscando olvidar su vida presente. La huida se muestra como la única salida a una desesperación que viene de muy lejos, que acompaña siempre al personaje, a la persona. Pero esa nueva vida está (o mejor dicho, se encuentra) siempre en el lugar donde estuvo la vida de antes: está en la vida infantil y en el despertar juvenil. Esa nueva vida es la propia vida pasada, la vida de antaño a la que hay que volver. Es de ahí de donde se sacan las fuerzas para seguir viviendo: en los propios orígenes.
 
Hay mucho en común entre Anne (de Villa Amalia) o entre el innombrado narrador de Vida Secreta con la Claire de Les solidarités mystérieuses: los tres huyen hacia el origen en una inconsciente búsqueda de éste a través del retorno a los lugares de la infancia, al reencuentro con el inolvidable primer amor en la omnipresencia de la salvaje naturaleza de la Bretaña francesa, al lado del mar, al pie del acantilado. Es Quignard quien vuelve una y otra vez a ese lugar donde fue. Y somos nosotros, sus lectores, quienes volvemos con él.
 
He leído algunas reseñas que señalan que el plural del título en realidad es un singular. Según esto, la única "solidaridad" en la novela es la que se establece entre Claire y su hermano Paul. Falso. La novela comienza con el reencuentro entre Claire y su antigua profesora de música, Madame Ladon, del mismo modo que en Vida secreta el protagonista rememora su primer amor por la profesora de música Némie  (cuyo nombre lo dice todo: ella es nadie, ella es ella), personaje alrededor del cual gravita toda la obra. En Les solidarités, este encuentro entre Claire y Madame Ladon desvela la primera solidaridad: la antigua maestra de música acoge a la recién llegada (y huérfana temprana) Claire como a una hija pródiga. Le ofrece su casa, primero, y le cede su recóndita granja, después, para que Claire pueda encontrarse a sí misma en el silencio y la soledad. Para que pueda volver a su antaño (a su “Jadis”), hecho de naturaleza, mar, viento, tormenta, acantilado, arbustos, retamas, landas, espinos, conchas de mar, calas ocultas, piedras neolíticas, olores ancestrales, salvajes, de la infancia. Y Madame Ladon es indispensable para que Claire reencuentre primer amor, hermano, amigas infantiles, lágrimas, deseos, emociones, fuerzas y hasta a su hija, esa desconocida, esa abandonada. Madame Ladon es la madre perdida, y Claire es la hija encontrada. Así que no hay una sola solidaridad:

 "Examinons les choses froidement. Tu n’as plus de mère. je ne sais pourquoiquand je t’ai revue, un jour de marché, sur la place de Dinard, juste devant l’affreux immeuble de la Poste, tu est arrivée dans ma vie comme ma fille. Tu vis dans une ferme qui est à moi, je veux dire par là qu’elle n’est pas à toi et que, si je meurs, tot devient compliqué pour toi si jamais tu souhaitais y rester" (p.85).
 
Como Anne Hidden de Villa Amalia, Claire camina incansablemente; como ella, encuentra en esta huida perenne que es la caminata interminable, un poco de paz. Más todavía, Anne está presente en la Navidad de 2007 en Saint-Énogat, donde su hermano Paul y su amante programan un concierto (al que sólo asisten 7 personas), en el que tocan piezas de Anne Hidden y de otros músicos (Bach y Unsuk Chin). Un guiño quignardiano que no pasará inadvertido a sus lectores.


El dolor de Claire es el dolor de Anne y del protagonista de Vida Secreta. Es y será una herida siempre abierta, una ansiedad, una angustia, una mudez, un aislamiento, una pérdida nunca compensada, nunca aceptada. Es un vacío de amor. Una ausencia. Es un recuerdo vivo y sangrante, un recuerdo que se vive cada hora, cada minuto, en presente. Otra paradoja.
 
¿Quién no sueña con volver a la infancia, a la casa perdida, al jardín secreto que habitamos, y que nos habitó de niños, aunque sea para morir allí? Yo sé quién sueña con todo esto: los lectores fieles de Quignard, que en la lectura de sus obras buscamos ese camino de regreso al lugar de la inocencia, previo a la palabra, húmedo, lleno de árboles, poblado ahora de fantasmas, de amores perdidos o muertos, de muertos que insisten en vivir dentro de nosotros y que nos visitan, como la esposa del señor de Sainte-Colombe en Todas las mañanas del mundo. Los lectores quignardianos, con su libro en la mano, vivimos durante unas horas aislados del mundo, en el acto íntimo y ceremonial del retorno, muertos para todo, menos para la lectura: purificados por ella, y llenos de emoción, como habitantes de una de las Quimeras de Nerval, bajo el cielo negro de la melancolía.

 

Pascal Quignard, Les solidarités mystérieuses, Gallimard, París, 2011.

Butes, de Pascal Quignard

Butes, de Pascal Quignard

 

 

Amo la obra de Pascal Quignard con violencia, impetuosidad, obsesión, hondura y gozo.

Si no es así el amor ¿para qué amor?

En octubre de este año salió la traducción de su Boutès, aquí reseñado en su momento. Tengo las traducciones de todas sus obras traducidas, así como la casi totalidad de su obra en francés. En francés no entiendo el 100% de las palabras de Quignard, pero tengo su ritmo, tengo su respiración, tengo su esencia, tengo su alma: tengo la música callada de su frase. En la traducción tengo todas sus palabras, pero su sentido está ausente para mí. Para mí el enigma de su obra en francés es superior a todo. Traza la trayectoria de lo indecible. No importa la no comprensión. Es sentida. No sentido.

No me rebelo contra la traducción, no la cuestiono. Pero no es él, no. Es otra cosa.

Como para Quignard, hay algo en mí que habla sin palabras. Y es un latido de antes de la palabra. Un latido previo al nacimiento, quizá perteneciente al mundo del sueño uterino, húmedo y maternal. Un silencio que se oye y que oigo todavía cuando leo a Quignard. Algo trémulo y misterioso que me lleva a mi primera célula, no pensante ni elocuente, pero viva.

 

Pascal Quignard, Butes, Ed. sextopiso, Postfacio y traducción de Carmen Pardo y Miguel Morey, Madrid-México, 2011.

Pascal Quignard, Lycophron et Zétès (2010)

Pascal Quignard, Lycophron et Zétès (2010)

Hace ya unos meses apareció en la colección Poésie de Gallimard el último volumen de la serie Dernier Royaume de Pascal Quignard. Como en otras ocasiones, el volumen se compone de dos partes bien diferenciadas. En primer lugar, la traducción del poema alejandrino de Lycophron, Alexandra, que desarrolla la trágica historia de Casandra, profetisa condenada a no ser creída, condenada a decir la verdad, pero en vano; traducción que Quignard emprendió cuando sólo tenía 19 años. Poema oscuro y misterioso, cuyos versos ocuparon los días y las noches del joven Quignard. Luego viene la segunda parte, la de Zétès, fragmentos poéticos y ensayísticos a la manera inconfundible del autor, en la que recuenta o cuenta sobre sí mismo, sobre su relación con la palabra, con los amigos y mentores que estuvieron detrás de la traducción (Paul Celan, Klossowski, entre muchos otros), y con su propia máscara: el heterónimo Zétès. Esta segunda parte se subdivide en ocho pequeños tratados heterogéneos, pero siempre coherentes con el autor y su ritmo, con su tono y su voz.

El poema comienza con un palabra griega que quiere decir: Diré. Y sobre ello, Quignard expresa lo que hay en esta palabra, lo que significa, lo que anuncia, a lo que llama.

El poema viene acompañado del prefacio de 1971 (año de la primera edición de la traducción), y de un postfacio de 2009. Quignard nos cuenta aquí cómo este libro fue escrito sobre una mesa llena de diccionarios heredados de su bisabuelo y de su abuelo. Yo también heredé un Bailly de mi abuelo, que regalé a mi hijo, también dedicado a la literatura griega, como Quignard.

Quignard en el postfacio vuelve a su tema preferido: anorexia y palabra. Y cómo se puede vivir "24 horas sobre 24" en el mundo de los muertos, de las lenguas muertas, de las palabras. Y cómo se puede sentir que la vida es menos vida que ese mundo intangible de las palabras. Mundo de oscuridad y desesperación, mundo de misterio y de dolor, pero decible, mientras que el dolor real, el mundo real es indecible por naturaleza. Y por tanto, inescrutable.

En la segunda parte, Zétès (como Boutès, otro argonauta), se convierte en el personaje principal de la reflexión redundante, siempre circular de Quignard. La segunda parte trata así, del silencio, del anuncio de la mudez, de la máscara, de la persona y habla también de la traducción, de qué significa estar en varias lenguas buscando lo indecible.

Los lectores de Quignard buscamos también saltar, como Boutés o volar como Zétès, hundirnos o tomar vuelo en ese mundo de palabras que hablan anunciando el silencio, la noche que nos precede, el Antaño. El mundo del grito inarticulado, anterior al lenguaje.

Dice Quignard: "Écrire constitue un second parler muet seul capable d’accéder au dire plus vivant.

Écrire déstérilise la parole collective, souffrante, désirriguée, familiale, abstraite, séche. Courante, dans le discurs courant, la langue courante court les rues, s’étiole, se délave, s’assèche, se recroqueville, tombe. Elle tombe sur l’asphalte, ou sur le goudron, ou sur les pavés, aussi sèche, aussi pulvérulente, aussi siccative et fragile qu’une fuille morte..."  (p. 147).

La traducción es la tela de araña que construye el traductor para ocultarse y defenderse. Es la piel de ciervo en la que se envuelve para cambiar su olor y su aspecto, para no ser reconocido o devorado: es el antifaz de Perseo. Quignard escuchó, dice, la voz del poema de Lycophron como si fuera la suya propia, como la de un ser antiguo que lo habitó durante un año entero durante 24 horas al día: un poema que le dio la voz que le pertenecía, y a cuya sombra escribió durante los años 1972 a 1979, poemas propios bajo el seudónimo de Zétès, que en griego quiere decir el que busca. Y esta voz es la del castillo interior.

El libro de Zétès está formado por la traducción que hizo Quignard de esos fragmentos atribuidos a otro ¿Se traduce a sí mismo o a otro que lo habitó? No es la primera vez. Quignard se ha ocultado también en Albucius* o tras la matrona romana Apronenia Avitia**.

Esos fragmentos ¿son un ensayo o son poesía? Gallimard los ha editado en su colección Poésie... Quignard el inclasificable.

"Toda traducción es una cabaña de Sainte Colombe, construida bajo una morera, a la que no toca el sol". (p. 149)

Leerlo constituye un viaje peligroso como el de los argonautas, lleno de impresiones indelebles, de historias conocidas o desconocidas. De personajes que reconocemos, de alusiones autobiográficas , de autocitas y sobre todo, de verdad.  

 "Casandra dice la verdad, mas en vano.

No es la falsedad la que hace el corazón de la literatura, sino la verdad, mas en vano". (p. 162)

                                                 ***

Como todo verdadero amor, el amor a Quignard exige mucho. No fácilmente se van pasando las páginas de sus libros ¿Es la fidelidad del pensamiento la más larga de todas? ¿Es absoluta? Persiste la sensación escalofriante de estar abriendo un alma. Y también la certidumbre de que en el fondo de esa alma hay un espejo: la imagen reflejada es la mía.

 

 

Pascal Quignard, Lycophron et Zétès, (Col. Poésie), Gallimard, Paris, 2010.

*Pascal Quignard, Albucius, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2010. (la edición francesa es de 1990, ed. Gallimard).

**Pascal Quignard, Las tablillas de boj de Apronenia Avitia, Espasa-Calpe, Madrid, 2003.  

Una entrevista a Pascal Quignard: Sobre La barque silencieuse

Os cuelgo aquí una entrevista hecha a Quignard en Septiembre de 2009 con ocasión de la salida de La barque silencieuse. Siento que no haya subtítulos, pero su francés es transparente y creo que se entiende bien.

 

Pascal Quignard: L'enfant au visage couleur de la mort

Pascal Quignard: L'enfant au visage couleur de la mort

Pascal Quignard escribió este cuento  terrorífico como desprendido del ensayo El lector ( que está escrito en forma de epístola, en segunda persona). Ya había hecho algo similar con El nombre en la punta de la lengua, que viene acompañado por un cuento que ilustra perfectamente las hipótesis expresadas en el ensayo. De este modo, cuento y pensamiento se entrelazan y complementan. Es una idea preciosa y no sé por qué no se publicó L’enfant... en el mismo volumen, junto con Le lecteur.

L’enfant au visage couleur de la mort es un relato que no se ha traducido al español. Como tantas obras de Quignard, ésta fue editada varias veces por distintas editoriales hasta que en 2006 apareció la edición definitiva en Galilée. Ya he comentado en otro lugar la belleza de estas ediciones, y es aquí donde Quignard publica su narrativa breve con muy buen criterio. Si yo tuviera una editorial, negociaría los derechos de todos estos cuentos y los publicaría en español sin tardanza en un solo volumen, porque son tan bellos y terribles como los que editó Bruno Bettelheim en el XX o recopilaron los Andersen, Grimm o Perroult en el siglo XIX. Quignard ha escrito que aspira a ser leído por los hombres y mujeres del 1640. Es decir, él aspira al clasicismo. Y clásico es su francés, sobrio y contenido en los relatos. Apenas aparece el narrador-estilista que hay en él. Quignard elude su propia sombra en estos cuentos y hay unos ’ Dicen’, unos ’Contaban que’... que desvanecen la personalidad del autor para subrayar el carácter tradicional del cuento. Un cuento cuyos orígenes se muestran, así, brumosos. No es un cuento del siglo XXI, es un relato ancestral.   

En muchos otros escritos suyos, pero especialmente en El lector y en La barque silencieuse, Quignard teoriza sobre la peligrosidad de la lectura. Los libros nos apartan de los otros, y más radicalmente, de la vida. Es verdad que lo hacen para darnos una vida distinta, tal vez más intensa y verdadera, pero el suyo es un peligro real: un lector se divorcia de la sociedad. Los libros excluyen a la sociedad porque leer te encierra dentro de ti mismo, alza fronteras entre tú y los otros y entre tú y el mundo y crea una adicción solitaria que pocos pueden eludir o vencer, una vez experimentada.

En el cuento de Quignard vemos estas ideas en acción: un padre se ausenta para ir a la guerra y pide a su hijo dos cosas: que no le espere y que no abra nunca un libro. El niño se queda con la madre y obedece la primera orden pero desobedece la segunda. La madre, al principio, no ve mal en ello y compra libros para el niño. Poco a poco, éste se va metamorfoseando y su rostro adquiere el color de la muerte. Vive encerrado con sus libros en una torre en la que nadie entra. Sus ojos se han apagado, su color se ha marchitado, su vista horroriza: se convierte en un monstruo. Pero llega el momento en que el infante desea una esposa. Y la madre, angustiada, tiene que suplicar a la más pobre de las pobres de su reino para que le ceda una de sus tres hijas... La pobre más pobre del reino se compadece del dolor de la otra madre que sufre por su hijo y deja que su hija mayor se vaya con la castellana. Pero la hija muere. Como en todos los cuentos tradicionales, esto se repite tres veces. Tres son las hijas que la pobre cede a la castellana para que pasen la noche con su hijo, el infante del rostro color de la muerte. Al emprender el camino, una vieja las interpela: ’¿Adónde vas?’ La dos hijas no contestan a la vieja, a la que desprecian ostensiblemente, pero la tercera y última hija, responde a la vieja: ’ ¡Oh, vieja! A quien me habla, yo respondo. Marcho con lentitud porque es mi último viaje como ser vivo. Escucho así  a las aves y al aire que resuenan en las hojas de las hayas. Respiro así el aire y el viento que pasa. Así yo te hablo y así te saludo porque allá donde voy, allá está la muerte, y allá ni el cielo ni los campos se escuchan, ni el ave canta, ni las hojas se mueven, ni el aire ni el viento pasan’. 

La vieja, entonces, aconseja a la joven que se ponga tres vestidos, y que cada vez que el infante del color de la muerte le pida que se desnude, ella le pida que se desnude antes él. Y cada vez, la joven se despojará de uno de los vestidos: primero del vestido blanco, luego del vestido amarillo, el tercero será el vestido marrón. Así lo hace la joven, y la tercera vez que el infante le pide que se desnude, ella le pide que antes, se desnude él. Así, el desnuda primero su piel tan blanca como la muerte, la segunda, la carne enfermiza y los ojos sin brillo, y la tercera, él se desvanece para convertirse en la imagen de un libro: ’Desnúdate, le ordena el infante. Desnúdate tú también, delante de mí, le dice ella. Entonces un gran gemido se escucha en el lugar donde se encontraba el infante, y un largo aullido desde allí se fragmentó, poco a poco al contacto con el aire. Y la voz y el aliento se desvanecieron, dejando en su lugar la página de un libro iluminado’.

Entonces la joven vio que en la página aparecía la imagen de un hombre hermosísimo, que era el verdadero infante. Y tanto lo vio que llegó a amarlo: ’Ellos terminan diciendo que ella se aproxima, toma la página del libro y mira con sorpresa el dibujo de un hombre más bello que el amanecer de un día. Con una mirada más vívida que la vida que impulsa el batir de su corazón. Un rostro más luminoso que el sol reflejado en las mareas de una ribera de mar. Ellos cuentan que repentinamente se enamora de esta cabeza, la cabeza del infante de colores muy vivos. Cuentan que ella deseó abrazar ese cuerpo que retrataba la imagen. Dicen que ella no deseaba más que esto en el mundo: apretar contra su seno la cabeza del hombre que aparecía sobre la página del libro’. 

Después de contar el cuento, Quignard agrega algunas palabras enigmáticas, misteriosas, seductoras:

’Los nombres mismos perdieron la fuerza que tienen los nombres para evocar. Parecen indescernibles, erróneos. Signos sordos. Vanos.Temerarios.’ *

 

Y otras cosas que dice después en su forma habitual, en versículos, en pequeños ensayos y que no voy a traducir. A quienes sepan leer en francés: es un hermoso libro, como un texto medieval. Con su misterio y su pesadilla. A los que no sepan leer en francés: ¡vale la pena aprender esa lengua sólo para leer a Quignard!

 

Pascal Quignard, L’Enfant au visage coleur de la mort (conte), Paris, Galilée, 2006.

 

* La traducción es mía, pido perdón por los posibles fallos.

 

 

 

 

Pascal Quignard, La barque silencieuse

Pascal Quignard, La barque silencieuse

 

Este año se inicia la nueva temporada literaria en Francia con la publicación del último volumen (el sexto) de la serie que Pascal Quignard llamó Dernier Royaume (cuyo primer volumen recibió el prestigioso premio Goncourt en 2002). La obra salió a la luz el 3 de septiembre y ha llegado a mis manos en unos cuantos días. Se trata de una lectura que me ha proporcionado gozo estético y meditación sobre temas que son caros a Quignard y cuya preocupación comparto.

Desde el punto de vista del lenguaje, noto que en este sexto volumen Quignard ha simplificado la sintaxis, ha depurado el estilo, a veces barroco, de sus anteriores obras en busca siempre de pureza y verdad. Quignard explora los temas siempre partiendo del lenguaje (de ahí la importancia de la etimología), buscando el sentido verdadero. Un punto no baladí, ya que las palabras, como sabemos, no sólo muestran: también esconden sentido. Y saber exactamente qué quiere decir una palabra, que quiso decir en sus orígenes, nos lleva al origen mismo de nuestro ser como humanos, como en busca de nuestra verdadero lugar en el mundo, como aventureros de las palabras y su significado primero, aquel que hace la luz en el cerebro y nos lleva a la comprensión de un mundo que a menudo es tan evanescente, tan elusivo, tan engañoso que nos impide ver, ver de verdad y saber, saber de verdad qué estamos viendo, que estamos sintiendo, que estamos temiendo o deseando de la vida y de la muerte. Esta búsqueda nos lleva, de la mano de Quignard, a esa selva venturosa, donde encontramos el origen. Donde todo lo que no comprendemos adquiere por fin un sentido que revela una verdad que apenas hemos adivinado, pero que no hemos tenido entre las manos. Esta búsqueda es en sí misma la posibilidad de la felicidad en el ser. En el sí. En el mí. Hay vivos que no viven, pero quien lee tiene la sola posibilidad de vivir abandonando su ser en la lectura. Sin embargo, este privilegio no es para todos, porque leer es peligroso y sólo unos cuantos pueden atreverse a emprender esta aventura de dejar de ser para ser. 

Como todos sus textos, La barque silencieuse es una mezcla de ensayo, narrativa breve, poesía, etimología y filosofía. El tema central es la libertad y las variaciones sobre las que están tejidos sus mimbres son el nacimiento,  la muerte y el suicidio, el amor y el deseo, la religión y el ateísmo, el ruido y el silencio, la sociedad y la soledad. 

Qué duro resulta reconocer el mundo. Verlo con ojos nuevos. Y qué hermoso y terrorífico. Así son los mejores libros de Quignard: duros, hermosos y terroríficos.

Me imagino al escritor en su casa de Sens, escribiendo en esas octavillas incansablemente, recluido en su ensimismada búsqueda. Inagotable. Lo imagino como un ser obsesivo que a duras penas se desprende de su BIC, y que escribe mientras lee, todo el tiempo*. Porque Quignard escribe incansablemente en tanto que lee incansablemente. Y de sus lecturas surgen sus reflexiones, y de sus reflexiones surgen sus escritos. Y en sus escritos habitamos sus lectores tal como él quiere que habitemos: olvidados de todo, siendo ya nadie. Seres que suspendidos en las palabras ya no existen sino dentro de su libro, en sus palabras, paladeando cada frase, cada idea. Al menos por un momento, tal como indica en El lector , dejamos de ser para ser de otro modo, desapareciendo del mundo, evadiéndonos de él, sólo para existir mejor en él, más conscientes, en ese mismo mundo de las ideas que él recrea para nosotros. Es como en la mística. Se deja de ser para ser. Por eso leer a Quignard es exigencia pura de olvido y de dejación. Un no sé qué que quedan balbuciendo, dice San Juan. Pues eso.

La noción de creación no es otra cosa. Es la revelación de algo ya sabido pero no enunciado. Quignard enuncia y crea aquello que sabemos que existía dentro de nosotros pero no encontraba las palabras para ser. Y de ahí su grandeza. Pero claro, sus libros han de buscar a sus lectores. Una vez encontrados, libro y lector dialogan y susurran, en la soledad y en el silencio: Era esto, era esto ¡Eureka!

Editada primorosamente por Éditions du Seuil, el libro tiene la elegancia y la pureza que contienen sus páginas. Impoluta, no encontrarás una sola errata.

Como toda gran literatura, la obra de Quignard no puede encontrar otras palabras que las suyas. Es literal o no es. Así que ahí van algunos fragmentos, traducidos por mí. Pido perdón por los fallos.

Capítulo XXII

La comunicación separada y sagrada

 

(...) Quien tiene un secreto tiene un alma (...)

(...) Una escena desnuda o al menos vergonzante, misteriosamente nocturna, rodeada de linternas, rodeada de candelas, rodeada de luces, se busca en la lejanía del cuerpo que ella fabrica. Una no comunicación, que se aleja y se aparta de la comunicación debe ser preservada en el mundo atmosférico. Es una reserva animal, feroz, que jamás debe someterse al lenguaje, ni a las artes, ni a la comunidad, ni a la familia, ni a la confianza amorosa.

(...) El corazón de cada mujer, el corazón de cada hombre debe ser concebido como inexpugnable.

Es lo que a ningún precio debe ser descubierto por los otros, ni excitar su envidia, ni ser percibido por las otras fieras, por las aves, ni ser desnudado, ni ser devorado (...)

El libro abre el espacio imaginario, espacio él mismo originario, donde cada ser singular se reconduce a la contingencia de su fuente animal y al instinto indomesticable que hace que los vivos se reproduzcan.

Los libros pueden ser peligrosos pero es la lectura sobre todo, por ella misma, la que presenta todos los peligros.

Leer es una experiencia que transforma profundamente a aquellos que vuelcan su alma en la lectura. Hay que encerrar los libros verdaderos en un rincón porque los verdaderos libros son siempre contrarios a las costumbres colectivas. Aquel que lee vive solo en su ’propio mundo’, en su ’rincón’, en el rincón de su muro. Es por ello que solo en la ciudad el lector afronta físicamente, solitario, en su libro, el abismo de la soledad anterior en la que él vivió (antes de nacer) (...)

Sólo la letra colocada delante de sus labios puede atestiguar que su aliento ya no es (...)

Aquel que lee la letra ha perdido el ser, el nombre, la filiación, la vida terrestre.

En la literatura hay alguna cosa que resuena del otro mundo.

Una cosa que transmite un secreto.

(...)

El amor define este ’aquel’: la comunicación separada y sagrada, la vida secreta, la vida intensa apartada de la sociedad, de la familia, del lenguaje común. En la novela más bella escrita en Francia, La castellana de Vergy, el amor es descrito como la relación que excluye toda intervención de un tercero. Que excluye toda confidencia. Que impone el secreto de la guarida. Lo mismo pasa en la novela más hermosa escrita en Gran Bretaña, Cumbres Borrascosas. En la materia de Bretaña, los secretos no pueden ser revelados. Las confidencias del amor no pueden ser confiadas al aire sin invocar los desastres. Ellas deber ser reveladas solamente por escrito, sin caer en los oídos de nadie, deben ser ocultadas a la naturaleza y a todas las clases de la sociedad. 

’Por favor no deje de escribirme

aquello que su boca no osa decirme’.

 

(pp. 59-60,61,66)

Pascal Quignard, La barque silencieuse, Editions du Seuil, París, 2009 (Sexto volumen de la serie Dernier Royaume).

*Quignard en el documental A mi mots muestra su forma de trabajar: escribe sobre una tablita en la que engancha octavillas en blanco, y escribe con un BIC recortado (para que no sobresalga de la hojita). Con ese simple artefacto se mueve por el mundo, escribiendo siempre. Ni máquina de escribir ni ordenador.

 

 

 

Volviendo a La vida secreta, de Pascal Quignard

Volviendo a La vida secreta, de Pascal Quignard

 

¿Qué hay de mí aquí?

¿Qué cosa tocan estas palabras? ¿Qué fibra? ¿Qué recuerdo olvidado?

¿Qué momento vivido o soñado?  

Qué potencia tienen las palabras. Mueven, conmueven, reavivan, despiertan.

                      ***

Non manifeste sed in occulto.

Así es como Jesús asistió a la fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén ("No abiertamente sino a escondidas", Juan, VII, 10).

Así fue como nos amamos.

No abiertamente, sino a escondidas.

Así vagaba yo por Verneuil cada noche, nunca seguro de que fuera ni posible ni imposible. Ya porque me prohibiera entrar. Ya porque tuviera que esperar la hora acordada para reunirme con ella. 

                    ***

Némie la de los labios mordidos, la de los ojos entrecerrados para despedirme. Nos sumergíamos juntos en la intensa complicidad del silencio rítmico y vacío que precede a la despedida.

Al acabar la sonata nos volvíamos a encontrar, juntos y atónitos, en la orilla de lo real.

                   ***

¿Iba yo a tener éxito en lo que ella no se había atrevido a tenerlo?

Ella tenía la absoluta certeza de mi talento.

Sobre la carrera sacrificada de Némie, quiero argumentar que el arte tiene una parte maldita.

Voy a definir esa parte maldita del arte: tirarse de cabeza al agua. Vuelvo a Paestum y a su saltador, con los dos brazos extendidos hacia delante sobre el dorso de la piedra de la tumba. Es un juicio divino. Todo artista debe acceder a perder la vida.

 

Pascal Quignard, Vida Secreta, Madrid, Espasa, 2004 (traducción de Encarna Castejón). 

 

Pascal Quignard en 2009

Pascal Quignard en 2009

Este año se enuncia  (para el 3 de septiembre), la aparición del sexto volumen de Dernier Royaume, que se llama La barque silensieuse. Desde octubre del 2008 ando descifrando, leyendo, traduciendo (por gusto) y disfrutando del segundo volumen ( Sur le Jadis) de la que hasta ahora era una pentalogía. El título del último volumen de la serie promete, por ser el silencio uno de los leitmotifs principales de la obra de Quignard (y mío, también).

Por otro lado, a principios de este mes se estrenó en Francia un film basado en su novela Villa Amalia.

Al parecer, no ha obtenido el éxito rotundo que tuvo en su momento Todas las mañanas del mundo: las opiniones. según he podido leer en Allociné (donde se pueden ver los trailers en francés y las críticas), están muy divididas. Desde los que la consideran una obra maestra hasta los que la sienten como un peñazo y un rollo macabeo. La obra, como todas las de Quignard, está en su lenguaje mucho más que en su argumento, y por ello es difícil de trasladar al cine, aunque la gran Isabelle Huppert se meta en la piel de la elusiva Anne Hidden y Benoît Jaquot dirija la obra ( a mí no me gustó La escuela de la carne, por lo que no sé qué esperar esta vez del tandem Huppert-Jaquot). Ya opinaré cuando la vea. Espero que no tarde tanto en llegar a los cines barceloneses, porque tengo mucha curiosidad.  

 

Boutès, de Pascal Quignard

Boutès, de Pascal Quignard

El último libro de Quignard, Boutès, me ha llegado por correo hace unas dos semanas. Desde entonces, entro y salgo de sus páginas. Estoy dentro y fuera. Me aíslo en él y en él, nado. Me zambullo, como el protagonista, en su mar.

El último libro de Quignard tiene su origen en un libro muy anterior, Terraza en Roma (Terrasse à Rome), reeditado recientemente en español por Espasa-Calpe (2008, aunque originalmente salió en Gallimard, 2000). Aquí leemos: Aristóteles de Estagira: ’ Al igual que el nadador que se zambulle desde lo alto de una roca no puede dener su impulso antes de hundirse en el agua, el hombre iracundo no puede detener su furia’. ( p. 79).

Boutès trata de la música y de un hombre que se zambulle, sin temor, para escuchar la música prohibida de las sirenas. Boutès  (o Butes, según lo llaman en español), es el argonauta que salta del barco en busca de esos sonidos que llevan a la muerte. De esa música pre-civilizada emitida por los seres con cabeza de pájaro y senos de mujer, para luchar contra los cuales, Ulises se hace atar al mástil. Boutès es el poeta, es el impulsivo, es el que se zambulle para morir, ahogado en la espuma de Afrodita.

Anecdóticamente, el libro cuenta, entre otras muchas historias la de Orfeo, quien toca su música para acallar la de las Sirenas y así escapar de su fantasmagórico hechizo, de su condena a muerte. De entre todos los remeros sólo Boutès, desoye a Orfeo y se lanza en busca de esa música sirenaria, sin importarle la muerte que le espera. Pero el libro también cuenta historias antiguas de Alcibiades, de Catón, de Apolonio de Rodas, de Safo, de Licofrón, de Séneca... Y al final, una pequeña, delicada confesión biográfica. Aunque toda la obra de Quignard no es más que esa música antigua y esa lengua antigua, aprendidas preconscientemente de los antepasados músicos, de los antepasados filólogos.

Como siempre en Quignard, es el lenguaje el que nos lleva a ese mundo sonoro, musical, lírico y al mismo tiempo espantoso y apocalíptico que es el dominio de lo prelinguístico. Misterio y sombra de lo que tal vez somos pero no conoceremos porque no tenemos las palabras para decirlo. Pero tenemos el ritmo y en él no nos dormimos:vivimos y soñamos, aprendemos, valsamos. Nadamos, nos zambullimos, dejamos de ser, por un momento, nos elevamos. 

No sé cuándo será posible leer este libro hermoso y terrible de Quignard en español. Yo me adentro en sus páginas armada de todos mis instrumentos y antenas. Yo también, como Boutès, me zambullo. Al leer una y otra vez cómo salta Boutès del barco, salto también, con él, como el nadador de Paestum. Me tiro sobre la tierra vacía como el hombre muerto de Lascaux, me adentro en el vacío que me separa del agua que me lleva a las sirenas con los clavadistas de la Quebrada.

 Y una vez más me dejo llevar por el subir y bajar de las olas del ritmo de esta prosa que amo por encima de cualquier otra. Asciendo y desciendo. Me empapo de sus riitmos, a ratos lacónico:

* "¿Qué tiene el valor de entregarse totalmente al mundo de la tristeza? La música". (p.20).

* "¿Qué es la música? La danza.

O ¿qué es la danza? El deseo de elevarse de una manera inaprensible.

Me acerco al secreto.

¿Qué es la música originaria? El deseo de tirarse al agua." (p.26). 

* "Qué alma no vuela en pleno día? ¿Quién está muerto?¿Quién come? ¿Quién canta? ¿Quién es el invitado en este mundo? ¿Quién acoge? Quién parte?" (p. 44).

 

A ratos desbocado, imparable, Quignard inunda de palabras esta silenciosa lectura. Llama a mis sentidos y a mis recuerdos prenatales, prelingüísticos, musicales, abismales, acuáticos y sombríos.

"La musique commence par murmurer à la oreille de celui qui l’aime et qui s’approche du chant qui l’enveloppe, où il consent à perdre son identité et son langage: Souvenez-vous, un jour, jadis, on a perdu ce qu’on aimait. Souvenez-vous qu’un jour vous avez tout perdu de tout ce qui était aimé. Souvenez-vous qu’il est infiniment triste de perdre ce qu’on aime". (p. 79).

 El libro está primorosamente editado.

 

 

Pascal Quignard, Boutès, Galilée, Paris, 2008. 88 p. 

 

(La traducción de estos fragmentos es mía). La imagen es la del ’Nadador’ de Paestum.

 

 

 

El lector, de Pascal Quignard

El lector, de Pascal Quignard


Hace poco escribí un comentario sobre la bellísima obra de Quignard, Le lecteur, editada por Gallimard en el 76. Ha aparecido la traducción castellana. Por una vez, debo decir que la edición española no sólo es tan bonita y elegante como la de Gallimard, sino que, mejor todavía, es más barata (13,50 €).
La edición consta además de un prólogo (Pascal Quignard, riesgo, trance y feracidad de la lectura), y notas a cargo del traductor, Julián Mateo Ballorca, así como de una cronología biobibliográfica de Quignard, todo lo cual se agradece.
Por otro lado, y para seguir con el Plan, encontramos una reproducción de Hammershøi y dos más de Rembrandt.
Lo único que quisiera, como lectora del gran escritor francés, es que las traducciones de sus libros no estuvieran dispersas en una docena y media de editoriales distintas y que no fueran tan tardías...

Pascal Quignard, El lector (prólogo, traducción y notas de Julián Mateo Ballorca), cuatroediciones, Valladolid, 2008.


Leyendo a Pascal Quignard...

Leyendo a Pascal Quignard...

Hace tiempo que no encuentro interlocutores. Cada vez me resulta más difícil relacionarme con la sociedad de los hombres, con la humanidad. Mis únicos instrumentos para hacerlo son los libros. Y los libros de Quignard son mi ventana, mi ventana interior.

Dentro de la casa silenciosa, la página ilumina y dialoga.

Por casualidad encontré la semana pasada, en La Central, el primer tomo de los Petits traités, editados (en su primera edición de 1990), por Maeght Éditeur. Es una edición preciosa. Sólo el primero de los ocho tomos. Aún así, lo compré, a riesgo de no poder encontrar los siete restantes.

La condición de este amor es el aislamiento.


" Quand le silence paraît, tout perd face, ce qui disparaît survient. Les livres sont cette face perdue, pertes de sens, visages morts. De bois. Obscurs. Silencieux." (p. 109).


Le lecteur, de Pascal Quignard

Le lecteur, de Pascal Quignard

Primorosamente editado por Gallimard en esa colección de pequeños volúmenes sobria y sin una errata, que parece que estás en el XVIII, leo estos pensamientos de Quignard. Estos escritos, sobre la desaparición del lector en la lectura, sobre la familiaridad del lector con ese mundo de muertos que son los autores, y que paradójicamente están más vivos que muchos seres vivos pues nos hablan con sabiduría o con imaginación de cosas necesarias. Tantas veces me he sumergido en ese mundo circular de Quignard, en el que las ideas dan vueltas y vueltas sobre sí mismas, en el que los conceptos alcanzan profundidades peligrosas, que sólo es cuestión de poderlo leer (por así decirlo), cerrando los ojos, concentrándome en sus palabras y tratando de llegar ahí donde nadie más llega, cuando no hay nadie más en el mundo que esas palabras y yo.


Porque en verdad un lector es alguien que se olvida de sí mismo para sentir con el libro, para pensar con él y en él, borrando todo aquello que puede resultar un obstáculo: tiempo, circunstancia, sexo, incluso opiniones. Y todo lector renuncia al mundo para entrar en ese otro universo, buscando un espejo en el cual contemplarse para conocer. Sí. Esa aventura de leer.
Cualquier libro de Quignard me remite a Quignard y a mí misma, a mi ser más remoto y más solitario, más aislado y sin embargo, más vivo. A mi ser pensante, cuyas remotas oscuridades ni yo misma conozco. Leer puede ser una road movie en la que uno viaja hacia afuera o hacia adentro con el otro, que pilota: el escritor.


Y el escritor Quignard escribe de manera que sus palabras no pueden ser cambiadas o glosadas. Escribe con la precisión de la poesía, que nos obliga a la literalidad. Por eso es imposible reseñar un libro de Quignard. Lo que él dice es el cómo lo dice, y cualquiera otra formulación traiciona su pensamiento y con él, el sentimiento de su lector. Lo que el lector aprehende de él sólo puede ser dicho palabra por palabra.


En ese mundo despoblado, silencioso de Quignard es donde yo soy más yo: leyendo a otro. Paradoja que explica por sí misma lo que significa ser un lector: alguien que da vida a esa cosa que espera, muerta y callada, a que le den vida: el libro. Mientras que el libro vive dentro del alma del lector, éste está muerto para la vida y sólo vivo para el libro.

Vous souvient-il d’un prêche que Claude de Marolles, vers le milieu du XVIII siècle, fit au sujet de la lecture?

Il décelait dans la pasion de lire un péril mortel pour l’âme du lecteur; la lecture était un rapt d’âme. Cet enlèvement, aux yeux du Créateur, équivalait à une perdition totale et ne durât-elle que le temps que durât la lecture, les flammes de l’éternité ne pouvaient laver ce péché (cette métamorphose extraordinaire, monstrueuse, au regard du statut de notre condition), ne pouvaient pas régénérer ce mort. (p.29).

Recordáis la prédica que Claude Marolles hizo hacia mediados del siglo XXIII como tema de la lectura ?
 Él descubrió en la pasión de leer un peligro mortal para el alma del lector: la lectura era un rapto del alma. Este robo, a los ojos del Creador equivalía a una perdición total que no duraba nada más que el tiempo que perduraba la lectura, el fuego y la eternidad no podían lavar este pecado ( esta metamorfosis extraordinaria, monstruosa de la mirada del estatus de nuestra condición ), no podía regenerar esta muerte. ( p. 29 ).

(...)

Son tombeau? un auditorium muet et étrange: son corps. Le visage abîmé. Le corps pesant, assis ou affaissé, corps témoin opaque et lourd ainsi qu’en termes de marine flotte immuable et fixé, sous bruine infranchissable, dans l’océan, le repère du "corps mort".
Enfin, le souffle rare. La vie à demi vive, les apparences de la mort. Le silence du lecteur. (p.34-35).


¿ Su tumba ? un auditorio mudo y extraño sin cuerpo. El rostro ajado. El cuerpo pesado, sujeto o abatido, cuerpo testimonio opaco y pesado, tanto como cuando en términos marinos algo flota inmutable y fijo bajo la llovizna infranqueable en el océano, la marca de la muerte. En fin, la respiración rara. La vida a medias viva, la apariencia de la muerte. El silencio del lector.(pp. 34-35).

.

Pascal Quignard, Le lecteur, Gallimard, París, 1976.

(La traducción es de mi amigo y compañero, Gonçal Tomás)

Volviendo a La Vida secreta de Pascal Quignard

Lo que Quignard me ofrece no son las palabras ni su sentido: es el rumor.
El rumor de algo indecible que está en mí desde hace mucho, pero que no ha sido nunca articulado. Un rumor que resuena como un río que fluye en en el interior de una caverna.

Las sombras errantes, de Pascal Quignard

Las sombras errantes, de Pascal Quignard


Antes que nada, debo decir que si alguien odia a Quignard, ése es el diseñador de la portada de este libro. No he visto portada más fea. Tengo el libro en Gallimard y qué diferencia. Por otro lado, la contraportada informa falazmente que ésta es la primera obra de una trilogía, cuando se trata de una pentalogía que lleva el nombre de Dernier Royaume (El último reino) y que está constituida por los siguientes títulos:Les ombres errantes I (Premio Goncourt en 2002), Sur le jadis II, 2002, Abîmes, III, 2002, Les paradisiaques IV, 2005,  Sordidissimes V, 2005. Todas publicadas inicialmente por Grasset & Fasquelle, y en segunda instancia, en edición de bolsillo, por Gallimard (en su colección Folio). En España, la horrible edición de la editorial Elipsis vale 18 euros. Las de Gallimard, 7,80. 

Les ombres errantes de Pascal Quignard




Una vez sentado que quien escribió la contraportada del libro NO CONOCE la obra de Quignard y que el diseñador de la portada tiene un gusto deplorable, paso a hablar de la obra.

Traducido, qué autor no pierde magia.
Ese francés elegante, ese francés musical, que se eleva como columna de notas, que te hipnotiza y te lleva al no lugar. al vacío de la palabra, a su otro lado, vertido al castellano se endurece y a ratos se pierde. Pero no en todos los fragmentos. Hay lugares aquí en los que reencuentro a mi Quignard. 
Una vez, Tomás Segovia me dijo que todo lo importante en la vida es ritmo y música. Qué cierto es. Y muchas veces he pensado que Quignard escribe para mí, que me escribe a mí, que escribe lo que yo escribiría si yo escribiera porque su ritmo es el mío, un ritmo obsesivo, espiral, incisivo, que se adentra en mi interior o que da voz a mi interior; que me mece al mismo tiempo que despierta en mí algo que está ahí, latiendo tímidamente pero dormido, exhausto, escondido, no sé si por insensibilidad o para sobrevivir entre la mediocridad del mundo, o por temor a la herida irreparable o qué sé yo.

El último reino bucea, busca, hunde sus raíces en la sombra, el abismo, el paraíso, lo perdido y lo sórdido.
Quignard piensa, fabula sobre el pasado, reflexiona y filosofa. Todo su discurso calla, con ser tan abundante y tan elocuente. Al escribir, calla: lo ha dicho muchas veces. Y al leerlo, yo callo con él, callo en conjunción, en colaboración con otro. La soledad de la lectura se vuelve compañía. Aunque no estemos muertos, es como si lo estuviéramos. Muertos pensando en la vida. Viéndola desde lejos. Él escribe y yo leo y juntos reformulamos la vida; la palabra y el silencio de la palabra escrita palpitan y suenan.

- XXXI

La pierre est un boue durcie. La grotte est de la boue durcie. Je ne cherche ni la pierre ni la dureté.
Cheval blanc n'est pas cheval. Je cherche la boue.
Qu'on comprenne ceci: Mon ermitage n'est pas solide. On ne peut rien bâtirsur ce que j'ecris.
La main qui écrit est comme la main qu'affole la tempête. Il faut jeter la cargaison à la mer quan la barque coule.


La piedra es un lodo endurecido. La gruta es lodo endurecido. No persigo la piedra ni la dureza.
Caballo blanco no es caballo. Yo persigo el lodo.
Entiéndase esto: mi ermita no es sólida. No se puede construir nada sobre lo que escribo.
La mano que escribe es como la mano que la tempesta enloquece. Hay que arrojar la carga al mar cuando el barco se hunde.


-XXXVII

L' appel que lance le cri, une fois qu'il est devenu chant, n'est plus adressé a personne.
Les arts n'ont pas pour destin, comme fait l'Histoire, d'organiser l'oubli. Ni de donner du sens à l'Autre du sens. Ni de souiller et d'engloutir l'Austrefois de la terre. Ni d'anéantir sur place l'Ailleurs du temps. Ni de proscrire les langages en amont de toutes les langues naturelles. Ni d'emmurer l'Ouvert. Il faut être nazi pour penser que l'art est un mensonge qui décore. Il faut être communiste pour estimer que l'art divertit. Il faut être bourgeois libéral pour penser qu'il égai. Il n'ya que dans les régimes totalitaires que l'art conçu comme une esthétisation de l'assujettissement, une mise en légende du passé, un truquage à tout instant de l'heure qui vient et passe. L'artiste ne peut pas prendre sa part dans le fonctionnement de la communauté humaine dans l'instant où il s'efforce de s'en desprendre. Il n'a même pas à recevoir de gages en contrapartie de son oevre. Il est plus proche du deuil que du gage. Moins oublieux que la mémoire volontaire. Moins intéressé que la monnaie dans l'échange. L'art n'a pas pour function de dénier l'Autre du social.

L'individu est comme la vague qui se soulève à la surface de l'eau. Elle ne peut s'en séparer tout à fait. Et elle retombe très vite dans la masse solidaire qui l'engloutit. Elle retombe toujours dans le mouvemement irrésistible de la marée qui la porte. Mais pourquoi ne pas se soulever encore et encore et encore?

El grito que pide socorro, una vez convertido en canto, ya no se dirige a nadie.
Las artes no tienen por destino, como hace la Historia, organizar el olvido. Ni dar un sentido a lo Otro del sentido. Ni manchar y engullir el tiempo pasado de la tierra. Ni aniquilar in situ la otra parte del tiempo. Ni proscribir los lenguajes anteriores a todas las lenguas naturales. Ni emparedar lo Abierto. Hay que ser nazi para pensar que el arte es una mentira decorativa. Hay que ser comunista para pensar que el arte divierte. Hay que ser burgués liberal para pensar que alegra. Sólo en los regímenes totalitarios el arte es concebido como una estetización del sometimiento, una mitificación del pasado, una falsificación constante de la hora que llega y pasa. El artista no puede tomar parte en el funcionamiento de la comunidad humana desde el momento en que se esfuerza por desprenderse de ella. Ni siquiera tiene derecho a recibir un sueldo como contrapartida de su obra. Está más cerca del duelo que del sueldo. Menos olvidadizo que la memoria voluntaria. Menos interesado que el dinero en el intercambio. El arte no tiene como función negar lo Otro en lo social.

El individuo es como la ola que se levanta en la superficie del agua. No puede separarse de ella completamente. Y vuelve a caer rápidamente en la masa solidaria, que se la traga. Vuelve a caer una y otra vez continuamente con el movimiento irresistible de la marea que la arrastra. Per ¿por que no levantarse una vez, y otra vez, y otra vez?

-XL


Il n'y avait plus de gaieté à ma table. Chacun était perdu dans sa réminiscence personelle. 
Les plus jeunes en étaient encore à decouvrir ce pauvre marécage interne, intime, qui pue et où finalement on se noie,
Je sortis.
Sur le gravier, je me retournarai brusquement pour regarder la maison  comme si je la découvrais.
Je regardai la maison, le jardin, l'étang, les buis.
Puis je regardai en contrebas la fôret verte que la brume qui montait de la rivière envahissait peu à peu.
Je m'en allai.
Lancelot erra,

No había alegría en mi mesa. Cada cual estaba absorto en sus recuersos personales.
 Los más jóvenes estaban todavía descubriendo esa pobre ciénaga interior, íntima, que apesta y en la que finalmente uno se ahoga.
Salí fuera.
Desde el paseo me volví bruscamente a mirar la casa como si acabara de descubrirla.
Miré la casa, el jardín, el estanque, los setos.
Luego miré más abajjoel verde bosque que la bruma que subía del río iba invadiendo poco a poco.
Me fui de allí.
Lancelot andaba errante.

-LI

D'où venait cette manie rétrospective au fond de moi qui ne se souciait plus de moi - ni même de l'empreinte reçue d'une langue et d'une civilisation- mais s'était ouverte à jamais au plus lointain?
Comme déverrouillée au plus lointain? Offerte à la perception pure? Abandonnée à cette attention qui oublie le sens de ce qu'elle voit et perd le temps en même temps que le langage?
D'où venait ce goût pour l'odeur du passé et pour la luisance du jadis qui, elles, loin de me lasser jamais, me passionnaient partout dans ce monde?

¿De dónde procedía esa manía restrospectiva en mi interior que no se preocupaba lo más mínimos por mí -ni siquiera por la huella recibida de una lengua y de una civilización- pero que estaba  abierta constantemente a lo más remoto?
¿Como si estuviera descerrajada en lo más remoto? ¿Expuesta a la percepción pura? ¿Entregada a esa atención que olvida el sentido de lo que ve y pierde el tiempo al mismo tiempo que el lenguaje?
¿De dónde procedía esa afición por el aroma del pasado y por el brillo de otro tiempo que, lejos de cansarme nunca, me apasionaban en cualquier parte de este mundo? 


Pascal Quignard, Las sombras errantes, Elipsis ediciones, Barcelona, 2007. (traducción de Manuel Arranz).
Pascal Quignard, Les ombres errantes, Gallimard (Folio), París, 2004 (1º ed. Grasset & Fasquelle, 2002. Premio Goncourt).


  

Día de muertos

Día de muertos Dice Pascal Quignard que le intriga haberse pasado la vida entre los muertos. Se refiere a los autores que ha leído. 

Tous les matins du monde, de Pascal Quignard

Tous les matins du monde, de Pascal Quignard

Cuando escribí la reseña de la película de Alain Corneau, adaptación de la ’nouvelle’ de Pascal Quignard, ignoraba si la película se basaba en uno de los relatos de La lección de música (ed. Funambulista, 2005), concretamente, del primero, donde se cuenta la anécdota de un Marin Marais escondido debajo de la cabaña de Monsieur de Sainte Colombe para aprender de él los secretos de su arte.
Hoy, en la Biblioteca del Mil.lenari de Sant Cugat, encontré la novelita original (cuento largo o novela corta), que da origen a la película.
Publicada en la colección Folio de Gallimard ( e impresa en Barcelona, paradojas de la globalización), me he apresurado a leerla. He amenizado la lectura con los Concerts a deux violes egales du Monsieur de Sainte Colombe (tomo II), en la interpretación de Jordi Savall y de Wieland Kuijken (Astrée,1992).

La remembranza de la muerte, he aquí el tema. La música existe para rememorar a los muertos y para consolarlos. No para los vivos: para los ausentes. Sainte Colombe toca y compone para su esposa muerta.
Alejado de todos, en su pequeña cabaña hecha con madera de morera, el músico, iluminado sólo por el débil resplandor de una bujía, bebiendo de vez en cuando un sorbo de vino, rememora los momentos felices. Inevitablemente idos. Sólo una vez, explica a sus hijas:

" J’ai le regret de votre mère. Chacun des souvenirs que j’ai gardés de mon épouse est un morceau de joie que je ne retrouverai jamais".*

El verdadero arte no nace del ansia de la gloria, de la ambición de la fama, ni nace de la idea de la inmortalidad del artista. Nace del dolor, nace de la necesidad de vivir este dolor, una vez y otra vez. No de negarlo, no de apartarlo; de incorporarlo a nuestra alma, de vivir con él. Hora tras hora y día tras día, en silencio, porque no puede ’decirse’ el dolor, no puede compartirse. Del mismo modo, la música es un arte indecible. Este lenguaje ’sin palabras’ de la música es el que permite a Sainte Colombe ponerse en contacto con su esposa muerta.

"Il poussa la porte qui donnait sur la balaustrade et le jardin de derrière et il vit soudain l’ombre de sa femme morte qui se tenait à ses côtés. Ils marcheèrent sur la pelouse. Il se print de noveau à pleurer doucement. Ils allèrent juasqu’à la barque. L’ombre de Madame de Sainte Colombe monta dans la barque blanche tandis qu’il en retenait le bord et la mantainaint près de la rive. Elle avait retroussé sa robe pour poser le pied sur le plancher
humide de la barque. Il se redressa. Les larmes glossaient sur ses joues. Il murmura: -- Je ne sais comment dire: Douze ans ont passé mais les draps de notre lit ne sont pas encore froids"**.

Por eso Sainte Colombe se aparta de todo y de todos. Para crear en silencio su doloroso silencio metamorfoseado en música. Sólo así, apartado, Sainte Colombe es capaz de llegar a la cima de su arte:

"Le Blanc le père, disait qu’il arrivait à imiter toutes les inflexions de la voix humaine: du soupir d’une jeune femme au sanglot d’un homme qui est àgé, du crit de guerre de Henri de Navarre à la douceur d’un souffle d’enfant qui s’applique et dessine, du ràle désordonné auquel incite quelquefois le plaisir à la gravité presque muette, avec très peu d’accords, et peu fournis, d’un homme qui est concentré dans sa prière".***

En la nouvelle se cuenta también la historia de Marais, su juvenil deseo de éxito, la seducción de una de las hijas de Sainte-Colombe, Madeleine, la muerte de ésta, su maravillosa técnica musical, que hace
decir a su maestro en su primer encuentro: "Vous faites de la musique, Monsieur. Vous n’ètes pas musicien."

Tras muchos años de haberse alejado de su maestro, famoso, rico, reconocido como el mejor músico de la corte de Lusi XIV, por fin Marais encuentra el secreto.
Por fin puede contestar a su maestro cuando éste le pregunta:

"--Que cherchez vous Monsieur, dans la musique?
--Je cherche les regrets et les pleurs".****

Entonces, ambos hombres tocan, a dos violas, "Les pleurs".

Pascal Quignard, Tous les matins du monde, Folio, Gallimard, 1991.


Os dejo con la versión para una viola de Les pleurs con Jordi Savall.

* "Llevo un pesar por vuestra madre. Cada una de las memorias que guardé de mi esposa es un pedazo de alegría que jamás encontraré de nuevo ".

**"Empujó la puerta que daba a la balaustrada y al jardín posterior y vio de repente la sombra de su mujer muerta que se ponía a su lado. Caminó sobre el césped. Se puso a llorar despacio. Fueron hasta la barca. La sombra de la señora de Sainte Colombe subió en la barca blanca mientras que él cogía el borde y mantenía la barca cerca de la orilla. Ella se había remangado el vestido para poner el pie sobre el suelo húmedo de la barca. Él se incorporó. Las lágrimas resbalaron sobre sus mejillas. Murmuró: - No sé cómo decirlo: han pasado doce años, pero las sábanas de nuestra cama no están frías todavía."

***" Le Blanche padre decía que lograba imitar todas las inflexiones de la voz humana: del suspiro de una joven mujer al sollozo de un hombre viejo, del grito de guerra de Enrique de Navarra a la dulzura de la respiración de un niño que se aplica y dibuja, del estertor desordenado al cual incita algunas veces el placer, a la gravedad casi muda, con pocos acordes, sin variaciones, de un hombre que está concentrado en su oración ".

****"--¿Qué busca, usted, señor, en la música?
--Busco los pesares y las lágrimas."

(Perdonad la mala traducción: es mi asignatura pendiente)

Fragmento de una crítica del momento en que apareció la nouvelle:

"Quignard no ha querido escribir la biografía de Sainte Colombe, porque nada o casi nada se sabe de él. Se ignora hasta su primer nombre, la fecha exacta de su nacimiento y la de su muerte. Fue intérprete reputado y compositor de viola durante la segunda mitad del XVII y conocemos sus relaciones con el más célebre de sus alumnos, Marin Marais (1656-1728), que conoció la gloria después de Lully, mientras que su maestro renunció a todos los honores de la corte. Quignard aprovecha la oscuridad que envuelve a Sainte Colombe, la extrema parvedad del número de sus obras, para construir un personaje inolvidable, una especie de quintaesencia del músico, del creador por excelencia. Sainte Colombre vive sólo para su música, no existe más para este diálogo extenso, apasionado, exclusivo con la muerte"(…)
(Pierre Le Pape, Le Monde, 13 Diciembre, 1991)

Leer y aprender, fragmento de Pascal Quignard

Leer y aprender, fragmento de Pascal Quignard

Aprender era un placer intenso. Aprender equivalía a nacer. Se tenga la edad que se tenga, el cuerpo experimenta entonces una especie de expansión.

De repente la sangre fluye mejor en el cerebro, detrás de los ojos, en las yemas de los dedos, en la parte superior del torso, en la parte baja del vientre, en todas partes.

El universo se dilata: de pronto se abre una puerta donde no había puerta alguna y el cuerpo se abre con esa misma puerta.

El cuerpo antiguo se convierte en otro cuerpo. Un país desconocido se extiende o avanza a toda velocidad y crecemos con lo que crece. Todo lo conocido cobra un nuevo sentido, atrae una nueva luz, y todo lo que hemos abandonado regresa de repente a la nueva tierra con un nuevo relieve todavía inexpresable, porque no era posible preverlo.

Esta metamorfosis se describe en todos los héores de todos los cuentos antiguos, y quizá sea eso lo que suscita cada tres o cuatro noches la irresistible atracción que la lectura de esos pequeños mitos tiene para mí: tanto en la lectura del cuento como en el propio cuento se liberan ciertas fuerzas. Unas pocas palabras susurradas por hadas o animales se convierten en poderosos gestos o miradas semánticos. Esas palabras casi se convierten en manos que inventan realmente a su presa, inventando a su vez una aprehensión completamente nueva: un bastón, un arco, un ladrillo, una fronda, una barca, un caballo.

Las nuevas armas, inventando sus nuevas presas, engendran nuevas astucias, dan lugar a nuevos cazadores.

Desafíos que no conciernen a nadie se descubren de pronto en el azar de una consecuencia que no habíamos buscado. Eso es aprender. Caen las barreras y, al caer, desaparecen las distancias. Eso es aprender. La oscuridad del bosque se desvanece. Aumenta el recorrido del viaje.

No hay que enseñar a quien no siente alegría al aprender.

Apasionarse por lo que es otro, amar, aprender, es lo mismo.

Pascal Quignard en Vida Secreta, Espasa, 2000, p. 18.

Terraza en Roma, de Pascal Quignard

Terraza en Roma, de Pascal Quignard A pesar de que no he escrito últimamente, no he estado ociosa. He leído varios libros, entre los cuales destacaría éste de mi querido Pascal Quignard. Llevaba tiempo intentando localizar un ejemplar de Terraza en Roma. La edición de Espasa (2002) era inencontrable: al parecer, el libro está en reimpresión (según informan algunas librerías en sus webs), y por fin, el otro día, en Laie de Via Layetana, encontré la edición francesa (col. Folio, Gallimard) y la compré.
La primera cosa que pensé al adquirir la obrita es ¿Por qué un libro francés en Barcelona me cuesta 3,80 euros, mientras que la edición española cuesta 14,80? ¿Es ésta una de las razones por la que en España se lee menos? Es evidente que es mucho más cómodo leer en español para mí, y que la escritura de Quignard no es especialmente fácil, pero quizá me tire en brazos de las ediciones francesas, dado que Quignard es un autor prolífico, con más de 70 títulos, y aunque no creo poder leerlo completo (lo que me llevaría demasiado lejos), sí me apetece hacer un esfuerzo, no sólo para ahorrarme el dinero (que también), sino para leer la obra original. Quignard es un autor que publica en varias editoriales: en Gallimard, en Galilée( mucho más cara, aunque muy bellamente editada), y en otras editoriales. En español,  su producción también ha sido publicada por varias editoriales: Espasa, Debate y ahora Cuenco de Plata (en Argentina), de manera bastante caótica y sin un orden, y por ejemplo, su Darnier Royaume, que ya va por el quinto tomo en Francia, aún no ha sido traducida al español. 
La novela que hoy me ocupa trata de la vida de el grabador Meume, cuya relación amorosa con Nanni Veet Jakobsz termina trágicamente cuando su rostro queda deesfigurado a causa del ataque, con ácido, del prometido de la joven. La melancolía, nunca la desesperación, son el tema de este libro. Sólo en el tramo final del libro intuimos que la rabia también ha presidido su existencia.
Nada resulta más interesante que tomar el pulso a la prosa de Quignard, a ratos lacónica, escueta, precisa, casi fría en su perfecta prudencia expresiva y a ratos desatada, nerviosa, altiva, arrolladora en su elocuencia. La prosa de Quignard es musical. La historia nos remite a la sutileza y al mismo tiempo a la pervivencia de un sentimiento avasallador que llena la vida del personaje, que le aísla, pero que no le impide surmegirse en su obra, la verdadera vida de Meume. La autobiografía está presente en la obra de Meume, así como los sueños, que se convierten en sueños imposibles una vez que Nani decide que ya no lo ama a causa de su horrible rostro.
Hay un encuentro que es un reencuentro, y hay un hijo. Y ese hijo vuelve para herir a Meume. De modo que todas las heridas proceden de su amor por Nanni, la bella joven de cuello largo y finas manos. La musa. 
Quignard describe con precisión las obras que Meume va diseñando y plasmando en sus grabados a punta seca, o en sus aguafuertes. La precisión descriptiva no sólo consigue mostrar la obra ante los ojos del lector, sino también el alma del artista. Todo lo que hacemos es lo que somos, seamos conscientes o no. 
La vida y la obra de Meume no pueden sustraerse nunca del hechizo inicial de Nanni, de esa primera mirada, de esos abrazos. Y en sus periplos por Salerno, Brujas, el Milanesado, España, y en su terraza en Roma, Meume sigue aferrado a ese recuerdo y a esa imagen de Nanni. Itinerante, como todos los artistas de su época (Meume nace en 1617), no se separa jamás de sus recuerdos: "También dibujé toda mi vida el mismo cuerpo, en los gritos del abrazo con los que soñaba siempre".
Su vida puede ser resumida en éxtasis, sueños, unos cuantos objetos que siempre le acompañan y una imagen que queda en su retina: la de la bella Nanni. 
El hecho de que Meume viva de un arte sin color, sólo trazado a base de la luz y de la sombra que otorga a las figuras y al paisaje, tiene que ver con la forma de la novela, también sombría, luminosa a ratos, siempre misteriosa. Una novela en claroscuro. Meume muere en Utrecht en 1667.
Alguien ha dicho que Quignard es el menos contemporáneo de los escritores. Y es cierto. Quignard es un autor neojansenista, racionalista y apasionado a un tiempo, perfeccionista de la sencillez, es profundamente complejo. Su literatura está hecha de contrastes, de luces y de sombras, de vacío y de abundancia, de silencio y de torrentes de palabras, de soledad y de silencios que de pronto estallan como luces lejanas que iluminan un rostro: nuestro rostro interior. No retórico, sino íntimo: verdadero.

"Cada día, aun bajo la lluvia marítima, aun cuando las brumas de la calor se elevaban bajo el río y se agarraban a los muros y a los árboles, iba a algunos metros de ahí, hasta el puente Fabricius. Descendía hasta el río, cerca de las ruinas y cerca del torrente. Apoyada la espalda contra la corteza de un árbol o al amparo de la enramada o  bajo el desplome de una vieja piedra, entre los patos y los gansos que chapotean en el lodo, bajo la mirada de las corzas grises, miraba el Tíber, sus remolinos, su precipitación, sus chorros de espuma blanca que se revolvían sobre las rocas. Se enterraba en su ruido sordo". 


Pascal Quignard, Terrasse à Rome, París, Gallimard (Col. Folio), 2000.
Terraza en Roma, Madrid, Espasa, 2002 (en reimpresión). 

Villa Amalia de Pascal Quignard

Villa Amalia de Pascal Quignard

La última novela de Pascal Quignard, Villa Amalia, es una novela con varios estilos y varios narradores: escueta y detallista, casi objetiva como un informe en algunas de sus partes; poética y reflexiva en otras. Narrada desde fuera y desde dentro por diversos narradores cuya implicación en la trama varía de la primera a la tercera persona.

Es una historia de muerte, renacimiento y muerte otra vez: la de una mujer (Anne Hidden: Ana Escondida, Ana Oculta), que por una razón aparentemente banal abandona su vida, toda su vida. Qué curioso es encontrar en dos escritores tan distantes como Auster y Quignard ese mismo motivo: el abandono de todo, la renuncia a todo: el cataclismo de una vida que en un momento dado no puede seguir siendo. Hay una vida que debe terminar bruscamente, alguien debe buscar otros lugares, despojarse de todo, terminar una biografía (un pasado), para fraguarse un futuro, quizá todavía más doloroso.
La metamorfosis que plantea la huida es cuidadosa y puede darse sólo a partir de un azar: el encuentro entre Anne y un antiguo compañero de la escuela, un paisano bretón. Un ser al que había olvidado completamente y que aparece en el lugar justo y en el momento necesario para que Anne pueda desaparecer de su vida y resurja en otro sitio, sin ataduras, aunque no sin dolor.
Anne es minimalista, como lo es el propio Quignard, y también es música, como él. Su aislamiento debe ser parecido al del autor francés, capaz de publicar seis libros en un año. Volviendo a Auster, que se define como un hombre que escribe, encerrado en una habitación, yo imagino a Quignard del mismo modo: atado a su escritura como al aire que respira. Igualmente, Anne vive atada a su soledad y silenciosa, buscando hogar y encontrándolo; buscando despojar a su música de todo adorno y buscando también despojar su vida de todo lo accesorio, de todo lo que es fútil, transitorio.
Pero la futilidad estará enraizada en la misma vida, que fluye, y que la coloca de nuevo en una situación imposible: la de la pérdida de un ser querido: una niña, un ser con el que Anne se regocija y renace, se comunica, Una niña que media entre Anne y la realidad del sentimiento humano al que nadie puede resistirse. Anne media también entre la niña y el mundo: el mundo de la música, el mundo de las tormentas, el mundo de los cataclismos, hasta que el cataclismo la recoge y se la lleva.
Villa Amalia es una historia de abandonos perennes, el de la muerte, por supuesto, pero también el de los seres que, sabiéndose extraños a casi todo, tienen el valor de abandonar el bullicio y el valor de elegir el silencio y la soledad.


Citas:


* Los que no son dignos de nosotros no nos son fieles. Eso es lo que estaba pensando en el sueño que estaba soñando.
Observamos sentados en nuestros sillones, tumbados en nuestras bañeras, acostados en nuestras camas, a unos seres embotados o ausentes para los que ya no existimos.
No es a ellos a quienes traicionamos al abandonarlos.
Su inercia o sus quejas nos han abandonado antes de que pensáramos en separarnos de ellos.
Cruzó la tercera frontera sin dificultad alguna.

* Zapatos cada vez más manchados de barro, sucios, cenagosos,
llenos de hierbas,
de tanto andar por doquier en la isla. Andaba infatigablemente. Surcaba, se hundía en todos los caminos, bajaba todas las cuestas del volcán cada día.

* Pues la vida entre hombres y mujeres es una perpetua tormenta.
El aire entre sus rostros es más intenso - más hostil y más fulgurante- que entre los árboles o las piedras.
A veces, escasas veces, hermosas veces, el rayo cae de verdad, mata de verdad. Es el amor.
Tal hombre, tal mujer.
Caían hacia atrás. Caían de espaldas.

* En el mundo en que viven las abejas, las obreras cambian de funciones al envejecer. Limpiadoras en los primeros días, luego nodrizas, luego ceríferas durante lo que sería la segunda década de su vida, al final libadoras hasta su muerte. Al envejecer, yo me he vuelto libadora.

* Algo de lo incomunicable se le ha comunicado a esta mujer e ilumina mi vida.

* A final aceptó. Al final se dio cuenta de que en parte él tenía razón. El deseo que el otro tiene de sí mismo inventó un reino cuya desaparición lo llena de dolor.

Pascal Quignard, Villa Amalia, Espasa, Madrid, 2006 (Traducción de Ascensión Cuesta).

El salón en Württemberg, de Pascal Quignard

El salón en Württemberg, de Pascal Quignard

Leo y escribo. Escribo y escribo, y me digo a mí mismo que este espíritu debe tener un cuerpo, estos ojos deben tener lágrimas, estos labios necesitan algún tipo de lamento. Escribo y súbitamente pienso que también, quizá, este sueño necesita un durmiente.(p. 274).  

Mi ejemplar de este libro tiene su pequeña historia. Lo compré a través de  amazon porque en español está agotado, y me costó un céntimo (más los portes). Me llegó de Australia en perfectas condiciones: no creo que nadie lo haya abierto antes. Pertenecía a la biblioteca de algún pueblo canadiense: Fraser Valley Regional Library. No lo compré en francés  porque, aunque lo leo, los volúmenes nutridos me agotan: muchas veces debo mirar el diccionario, demasiadas para también disfrutar con la lectura, así que opté por esta versión inglesa, ya que la versión española está agotada desde hace mucho tiempo.

Este libro, este ejemplar del libro de Quignard ha viajado hasta aquí, me digo, para que yo lo lea.  

El salón en Württemberg es una novela primeriza de Quignard (publicada originalmente en 1986). Pero ya es su voz. Cuando la escribió ya tenía 40 años. Ya tiene su estilo: su sugerente,  magnífica prosa, su toque exquisito y  misterioso: oraciones como gemas que se ocultan y cuyo brillo llega afuera. Siempre hay un misterio detrás de las palabras de Quignard, detrás de su prosa. Ese misterio se encarna en nuestro interior, mientras leemos. Cuando cerramos el libro el misterio quiere irse, escaparse y huir, como si su destello fuese sólo un silencio y toda palabra dicha fuese una profanación.

En cierto modo, la suya es una literatura del silencio, como lo es la pintura de Vermeer. 

El protagonista, Charles Chenognes resulta ser cellista como Quignard,  y la acción tiene lugar retrospectivamente a partir de 1963, en la época en la que el narrador, un joven de 21 años, está haciendo su servicio militar. El hecho de que Quignard escoja la novela como medio, no excluye que la obra esté trufada con sus habituales reflexiones, algo que dota a la obra de un aire profundamente lírico y poético, una de cuyas cumbres ya conocidas es el tema del lenguaje o más bien, de la incapacidad del lenguaje para decir aquello que verdaderamente importa: para describir un cuerpo amado, para decir el deseo, el placer que en él buscamos. Hablamos en científico, en pedante o en procaz, pero nunca decimos lo que verdaderamente quisiéramos decir sobre el amor y el deseo: no hay un lenguaje para ello. Dice Quignard: ‘es un gemido, es un grito, es un suspiro o es un vago silencio’ 

Hay un aire decadentista en todo lo que toca Quignard y así, muchas veces, se nos hace difícil situar en los años sesenta esa tertulia en casa de Madmoiselle Aubier  o la estancia de los tres jóvenes en la casa de la Provenza, o ya solos los dos amantes en la casa de verano de Normandía: podríamos perfectamente visualizarlas un siglo antes. Tras muchos años de exitosa carrera musical,  este alter ego de Quignard rememora aquel tiempo vivido en casa de Mademoiselle Aubier, la amistad profunda que le unió a Florent Seinecé, el amor que sintió por la mujer de éste, Isabelle, la ternura que le provoca la hija del matrimonio, Delphine o la simpatía del perrito de Mademosielle Aubier, Poncio Pilatos.

La historia de Chenognes es también la de su familia, escindida entre Alemania y Francia, en esos territorios que las guerras hicieron pasar de Francia a Alemania a causa de las guerras. Y él, Charles, es un niño escindido entre dos lenguas: el francés y el alemán, y entre dos nombres: Charles y Karl.

La muerte de la madre de Florent le remite a la muerte y al recuerdo de su propia madre: qué extraño resulta que la familia más cercana sea como una sombra nunca encarnada de nuestras vidas… un recuerdo de  un pasado que no fue, que nunca fue común.

El amor entre Ibelle y Charles cede paso, poco a poco, a la separación. Algo se rompe, no sé sabe ni cómo ni cuándo. Todo se vuelve oscuro y frío. ‘Estaba inmerso en una extraña tristeza que no era realmente dolorosa pero que no cesaba’. Poco a poco, la sombra de Seinecé ganó terreno entre los dos amantes. Los reproches que se hacían el uno al otro también se los podían haber dicho a sí mismos. Ibelle le reprocha: ‘ Lo sé, es a Florent a quien amas –dijo-, te equivocaste al venir conmigo. Vuelve a él’. La separación es como una muerte y a la vez un renacimiento. Y ese renacimiento es la música y también la vuelta a la casa familiar de Bergheim, la dedicación a la música barroca y a la viola de gamba, los conciertos, las traducciones de biografías de músicos. Finalmente, la adquisición de una casita en medio de un bosque en Oudon. La vida simplificada de un eremita. Las pesadillas, los terrores nocturnos, la soledad y el dolor. La culpa, la muerte del único ser que verdaderamente le había amado, Dido.

A lo largo de los años que vendrán, Florent Seinecé. el amigo de la juventud, el marido de Ibelle, el padre de Delphine, el huésped de Mademoiselle Aubier seguirá vivo en Charles, al igual que todo lo vivido después de su primer encuentro. Veinte años después, el resultado es El salón en Württemberg, que leemos. Recuerdo y memoria de un tiempo que fue. Reflexión sobre el amor, los amores, la soledad y la muerte. Sobre las palabras y el silencio.

Parece que estas novelas de Quignard van a reeditarse. Al menos, he leído que Terraza en Roma está por aparecer en Espasa. Ojalá.     

Pascal Quignard, The Salon in Würtemberg, (trad. Barbara Bray), ed. Grove Weidenfeld, New York, 1991.