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Cine

Claude Chabrol ( 3 ) La dama de honor (2004)

 

Chabrol ya había dado a Benoît Magimel un papel en una de sus obras anteriores (La flor del mal, 2003), pero aquí, como en La chica partida en dos (2007), se convertirá en protagonista absoluto, en el rol de un joven normal y corriente, hijo devoto, trabajador, responsable, que de pronto se ve inmerso en un affaire amoroso turbador con la dama de honor de su hermana, Senta, interpretada por Laura Smet (hija de Natalie Baye, a quien se parece mucho, y Johnnie Halliday).

La historia, sin ser una de las mejor contadas por Chabrol, tiene todos los ingredientes de su cine: el mundo de la normalidad se trastoca de pronto sin que parezca que nada ocurre, pero se trastoca profundamente a causa de un trastorno de personalidad y la cosa termina en uno o varios crímenes. El monstruo que habita sigilosamente en uno o más de sus personajes, se manifiesta casi risueño: al principio no consigue ni siquiera ser comprendido como monstruo. A lo largo del film, Philippe irá comprendiendo, poco a poco, el profundo trastorno que mueve a Senta, empujándola hacia la destrucción. Se trata de una sociopatía cuyos orígenes desconocemos. En otras obras chabrolianas, sabemos o podemos intuir de dónde proviene la maldad: en El carnicero ( 1970, que quizá sea la obra maestra absoluta de la carrera de Chabrol), la guerra y sus horrores, en La ceremonia, la injusticia social y el haber tenido que cuidar de otras personas, cuando las protagonistas necesitaban que alguien cuidara de ellas, y así en otras de sus obras. Pero aquí, parece insuficiente que la muerte temprana de la madre y la posterior desaparición del padre hayan podido llevar a Senta a su particular orgía de muertes.

La película se centra tanto en la maldad intrínseca del juego que Senta propone a Philippe en su pacto de amor/muerte, como en la reacción de éste ante la peculiar exigencia de su amada. Y de nuevo asoman las orejas de otras obras en las que se lleva a cabo un pacto similar, como en Extraños en un tren, en donde también existe en principio, la incredulidad como reacción ante la singular propuesta. Philippe atribuye a la imaginación las historias de Senta, las minimiza, no quiere saber que son ciertas, y no quiere saberlo porque precisamente, intuye que pueden ser verdad. Y no reacciona hasta que no ve literalmente el cuerpo del delito. Y su reacción es de apoyo: "Nunca te abandonaré", dice, mientras el desenlace se acerca.

Aquí tenemos, además, varios subtemas, el de la historia de Christine, la madre de Philippe, y Gérard Courtois, un sinvergüenza cuyos motivos para abandonar a Christine desconocemos también, y el de la hermana pequeña, ladrona incipiente, cuya carrera posterior seguramente podría haber constituido otra película de Chabrol. El subtema de Courtois incide directamente en el desarrollo de la trama, ya que pasa a ser objetivo de Senta, aun a pesar de que Philippe realmente prefiera que haya desaparecido de la vida de la madre. Como todos los hijos, a Philippe le trastorna pensar en un su madre como una persona sexualmente activa. Aurore Clément personifica perfectamente el tipo de mujer chabroliana madura: atractiva, amorosa, inteligente, trabajadora y capaz ella sola de enfrentar al mundo sin perder una sola micra de femeneidad.

Como siempre en Chabrol, la estructuración de los planos es tan sutil que no se nota, y sin embargo, es en ella donde reside la maestría de su cine. Los planos en zoom-in, zoom-out, los lentísimos tilt, los barridos imperceptibles pero elocuentísimos, nos van narrando en paralelo las afinidades y disensiones de los protagonistas de esta historia poco ejemplar, basada de nuevo en una novela de Ruth Rendell, en la que los lugares, con su peculiar atmósfera, se convierten también en protagonistas.

 

La dama de honor (Francia, 2004), Dirección: Claude Chabrol; Guión: Claude Chabrol y Pierre Leccia, basado en una novela de Ruth Rendell, The bridesmaid; Música: Thomas Chabrol; Fotografía, Eduardo Sierra. reparto: Banoît Magimel, Laura Smet, Aurore Clément, Bernard Le Coq, Solène Bouton, Mathias Chabrol, Anna Mihalcea, Michel Duchaussoy.

Claude Chabrol ( 2 ) La Ceremonia (1995)

 

 

Chabrol reunió aquí a dos de las mejores actrices francesas a las que utilizó en varias de sus obras: Isabelle Huppert, a quien ya mencionamos en el primer artículo de esta miniserie, y Sandrine Bonnaire, una mujer con tanto talento como capacidad para encarnar personajes que abarcan la más amplia gama de los sentimientos humanos. Los actores que personifican a la familia burguesa son también excelentes, destacando, sobre todo, Jean-Pierre Cassel (padre de ese ’monstruo’ del cine francés actual que es Vincent Cassel) y Virginie Ledoyen en el papel de la hija que, con las mejores intenciones, actúa como la detonante del conflicto.

Chabrol hace aquí una de sus famosas adaptaciones policiacas o de suspense, sobre una obra de Ruth Rendell, una historia que tiene también conexiones con aquella contada en Las criadas de Jean Genet, que a su vez se basó en un crimen real ocurrido en Francia a principios de la década de los 30 y cuyas protagonistas reales fueron las hermanas Papin. La obra de Chabrol nos remite a un ramillete de películas basadas más o menos en la misma fuente: The maids (1975, con dirección de Christopher Mines), con Glenda Jackson y Susanna York o la más reciente Sister, my sister (de 1994, con Jodhi May y Joely Richardson, dirigidas por Nancy Meckler, que aporta una lectura lesbiana del caso).

Chabrol (que escribe el guión al alimón con la psicoanalista y escritora francesa Caroline Eliacheff, con la que colaboró en alguna otra película), como siempre, emprende una tarea que al mismo tiempo define la psicología de las dos protagonistas y el problema de la lucha de clases, que se resuelve en violencia y muerte. A diferencia de las otras películas mencionadas, ésta no muestra a la familia burguesa a cuya casa llega Sophie (Una eficacísima Sandrine Bonnaire), como una familia depredadora o cruel, o tiránica. Todo lo contrario, la familia se muestra considerada con la nueva asistenta, aunque no desinteresadamente, claro. En realidad, las diferencias entre los amos y la asistenta están más allá de la buena o mala voluntad de los amos y de la asistenta: son constitucionales de cada parte. Hay dos ejes principales sobre los que Chabrol subraya la diferencia: uno es la televisión. No sólo la de los amos es grande, con una infinita cantidad de canales, sino que es diferente por los programas que ellos ven. Por ejemplo, la ópera. La televisión de Sophie es pequeña, no tiene más canales que los normales y lo que en ella ve Sophie son los típicos programas llenos de vulgaridad y ejemplo de alienación; ante esa televisión, Sophie se siente fascinada: parece hipnotizada casi.

El segundo eje sobre el que se construye la diferencia entre amos y criada es la cultura de ellos y el analfabetismo de Sophie. La asistenta vive con vergüenza y terror su diferencia. Es una analfabeta secreta, incapaz de mencionar el hecho a nadie. Y esta carencia no sólo la hace sufrir y la coloca en situaciones imposibles, también alienta en ella el odio hacia la familia feliz, cuya originalidad (la mujer aporta un hijo al matrimonio, y el marido una hija, y todos parecen estar integrados perfectamente), la golpea como un insulto. 

Pero este odio no afloraría si ella estuviera sola. Chabrol y Eliacheff nos muestran el monstruo de dos cabezas formado por esta mujer joven, callada, tímida, secreta, que se combina con la personalidad extravertida, irónica, provocativa, rebelde de Jeanne (Huppert, como siempre, gloriosa).

En el pasado de ambas mujeres hay un secreto ¿Tal vez cada una ha cometido ya un crimen terrible? Y ambas se fusionan, después de tantearse, de irse revelando poco a poco la una a la otra en escenas de una absoluta perfección formal, cuyos cuidadísimos planos nos llevan a la conclusión de que nada serían la una sin la otra. Juntas serán, en cambio, imbatibles e inexpugnables. La fusión de las dos personalidades lleva a la apoteosis del odio: al crimen. Algo que ya había revelado Capote en su magistral reportaje novelístico, A sangre fría.

Contada con planos magistrales, la división de las clases y la fusión de las dos mujeres resulta a la vez obvia y comprensible, si bien no justificable, por supuesto, La conclusión, inevitable. El desenlace, brutal y característico de Chabrol, no hace concesiones, y ofrece una sorpresa final.

 

La ceremonia (Francia 1995), Director, Claude Chabrol; Guión, Claude Chabrol y Caroline Eliacheff sobre una novela de Ruth Rendell; Fotografía, Bernard Zitzermann; Música, Mathieu Chabrol; Reparto, Sandrine Bonnaire, Isabelle Huppert, Jacqueline Bisset, Jean Pierre Cassel, Virginie Ledoyen, Valentine Merlet.

Claude Chabrol ( I ), Madame Bovary (1991)

 

 

No me gustan las necrológicas de artistas. Los artistas no mueren nunca del todo, y este tópico es de una realidad apabullante. Chabrol ha dejado en herencia dos docenas de títulos indispensables para entender nuestro mundo y nuestra psicología. Ha sido capaz de retratar, no sólo a la pequeña burguesía de la provincia francesa, sino a todos nosotros. 

De mi particular panteón de los cineastas franceses, he comentado aquí películas de Maurice Pialat y de François Truffaut. También amo al Rohmer íntimo y colorista, así como al Patrice Leconte preciosista y romántico.

Recalaré esta semana en algunas películas de Chabrol, como pequeño homenaje al cineasta recientemente desaparecido. Comenzaré por su Madame Bovary de 1991.

La musa que ilumina muchas de sus obras (Isabelle Huppert),  no es como las de Truffaut (Isabelle Adjani o Fanny Ardant), una mujer de belleza o de presencia extraordinaria, no: Huppert es pecosa, pequeña, físicamente casi insignificante. Pero desde su aparición en aquella gloriosa película de Claude Goretta, La encajera, Huppert ha tenido y tiene y sostiene el cetro del cine francés (con permiso de Jeanne Moreau, claro está). La mirada de Huppert lo dice todo. Y su sumisión a los directores que la usan como vehículo de sus historias es total, tal como ella misma cuenta refiriéndose a Haeneke. Ella, dice, hace todo lo que ellos le piden. Y le piden, ni más ni menos que encarne a los personajes; literalmente, que los haga carne, que los viva con total naturalidad para que podamos comprenderlos. Y ella lo hace, así de fácil: coser y cantar. Madre mía, qué actriz. Y ahí nos encontramos con un pedazo de realidad desnuda, de la que no podemos apartar la vista. Me encanta la paradoja de que el cine, el cine que es un arte (es decir, un artificio), nos revele la verdad. Nos diga lo que ocultamos, lo que no queremos ver. Cruda o sutil, ahí está la verdad, o al menos una verdad que no podemos eludir: en el celuloide.

Cuando Flaubert escribió su Madame Bovary, por la que fue llevado a los tribunales, declaró que no era él el creador de semejante adúltera y suicida, sino la sociedad francesa de provincias con su mezquindad y su hipocresía. Recordemos que después, el autor fue declarado inocente. La sociedad, representada por los jueces, asumía así su culpa, su mezquindad, su hipocresía asesina. La obra ha sido llevada al cine muchas veces, pero sólo Chabrol ha sabido desentrañar la verdad profunda de todo cuanto acontece en esa obra, en esa vida. Su Bovary es la crónica de esa sociedad hipócrita, mezquina, aburrida y sexista, que lleva a esa quijotesca mujer a su perdición. Como la Isidora Rufete de Galdós (La desheredada es una obra inexplicablemente olvidada por los cineastas españoles), Emma Bovary sueña a través de la literatura romántica con otra vida. Una vida de pasiones y de ascensión social. Y convierte su vida, no en una gran novela romántica, sino en un folletín que transcurre entre engaños, empeños y vejaciones hasta su suicidio. La obra de Flaubert no es un folletín, por supuesto, pero sí lo es la vida de Emma que, engañada por su imaginación, intenta primero con el pobre Charles, luego con León y finalmente con Rodolphe, salir de la mediocridad que la rodea, vivir el gran amor, la gran ascensión, sólo para probar el amargo sabor del fracaso repetido hasta llegar a la destrucción de todos sus sueños, materiales e inmateriales.

Chabrol nos entrega a su Emma en un retrato integral, y con su pincel realista nos entrega, asimismo, el hastío que la domina, la rebeldía que la sustenta, la esperanza que la lleva adelante, el dolor y el miedo que la desesperan. Y el entorno de Emma se devela ante nuestros ojos en las interminables horas de su frustrada historia.

En la literatura y en el cine es muy difícil casar lo individual con lo colectivo. Flaubert y su intérprete, Claude Chabrol, lo consiguen en esta obra.

 

Madame Bovary (Francia, 1991), Dirección y guión: Claude Chabrol sobre la novela homónima de Gustave Flaubert; Música, Mathieu Chabrol; Fotografía, Jean Rabien; Vestuario, Corinne Jorry;  Reparto: Isabelle Huppert, Jean-François Balmer, Christophe Malavoy, Lucas Belvaux, Jean Yanne, Christianne Milazzoli, Thomas Chabrol.

El cine de Maurice Pialat ( I )

El cine de Maurice Pialat ( I )

En mis grandes pasiones cinéfilas, Maurice Pialat se disputa el primer puesto con François Truffaut. Pero si hablamos de amores, diré que Truffaut es el de mi juventud y Pialat el de mi madurez.

La primera película que filmó Pialat fue gracias a los buenos oficios de Truffaut.

Pialat era un hombre imprevisible e iracundo. Cuenta Isabelle Huppert que, mientras filmaban Loulou, Pialat desapareció durante tres días completos y que cuando por fin fue encontrado (en una época en que no había teléfonos móviles), su director artístico bajó las escaleras para hacer una llamada al set y anunciar que lo había encontrado sólo para encontrarse que Pialat, en el ínterin, había vuelto a desaparecer.

En cuanto a la dificultad de su carácter: todos sus actores y técnicos sufrieron sus ataques de ira. Algunos dejaban el trabajo a medio hacer, huyendo de él para nunca más volver. Otros, como Jacques Dutronc, Depardieu o Sandrine Bonnaire, comprendían que esas crisis se debían a su anhelo de perfección, a su dolor ante la vida, a su vulnerable y extraña manera de vivir. Amaban trabajar con él. Y a él. Como dice Depardieu en una entrevista, Maurice era el amor y el odio en estado puro. Lo daba todo y todo lo quitaba, como Dios.

En España se han editado varias de sus obras (por separado y en un pack) y  podéis ver A nuestros amores, Police, Van Gogh, Nosotros no envejeceremos juntos y Bajo el sol de Satán. Resta por editarse la otra mitad de su obra: L’enfance nue, su primer largo, L’amour existe, un extraordinario y lírico mediometraje, Le garçu, su última obra, Loulou, con la inmejorable Isabelle Huppert y Depardieu, La maison des bois, y La guele ouverte

 

Tomás Segovia escribió en  A Contracorriente (UNAM; Mëxico, 1966) que el arte no busca la belleza, sino la verdad. Y Maurice Pialat hace cine (ese arte hecho de artificio y de simulación) con esa premisa. De ahí que muchas veces, viendo sus películas, el único tributo que puedo hacerle se traduce en lágrimas. Reconozco en su cine esa verdad que sólo puede decir el arte y que la vida nos esconde.

Gérard Depardieu ha manifestado en alguna ocasión que Pialat era un monstruo precisamente porque era un genio. Casi nadie podía soportarlo y menos que nadie, él mismo. En sus rodajes nadie decía ’acción’ o ’corten’, porque la actuación brotaba  de la situación y fluía en el plano secuencia -otra de las características de su cine-, sin que los actores supieran bien a bien desde cuándo estaban siendo filmados, o cuándo paraba la filmación. Pialat mezclaba actores (actorazos) con personas que jamás habían estado frente a las cámaras. Por ejemplo, en Police (1985) intervenían policías, inspectores, delincuentes y abogados reales metidos en situación, sin guiones escritos: trabajaba frecuentemente con guiones orales, dejándose llevar por la acción, pero sin embargo, siguiendo una idea muy precisa de lo que deseaba. A menudo Pialat hacía 30, 40 tomas, hasta quedar satisfecho. A medio rodaje despedía gente o la gente huía de él, llegaba gente nueva y sin embargo, la obra terminada es de una consistencia, de una coherencia absoluta, única.

Pialat es una paradoja, un autor imprescindible.

Jane Eyre, con Orson Welles y Joan Fontaine (1944)

Jane Eyre, con Orson Welles y Joan Fontaine (1944)

¡Este artículo contiene spoilers!

 

Con el pintoresco título de Alma Rebelde, por fin ha salido a la venta el DVD de Jane Eyre con Orson Welles y Joan Fontaine como Rochester y Jane.  Se trata de una versión ya clásica en un gótico blanco y negro dirigida, se dice que a medias, por Robert Stevens y Welles. Aparte de esta curiosidad, encontramos en ella a una jovencísima Elizabeth Taylor, toda dulzura y rizos, en el papel de Ellen Burns, la única amiga de Jane. Lo curioso es que su nombre no aparece en los créditos.

El problema de trasladar la novela de Charlotte Brontë a la pantalla grande ha sido siempre su compleja estructura narrativa. Para empezar, la novela tiene como narradora a la propia protagonista, y esa voz narrativa nos informa de cosas que no nos son narradas, sino comentadas por ella, que escribe su historia diez años años después. Como ejemplo, podríamos citar la celebérrima frase que inicia el último capítulo de la obra: Reader, I married him: Lector, me casé con él. Esa frase nos dice que Jane toma la decisión, no Rochester; nos dice que ella lleva las riendas de su vida, que ha conseguido ser dueña de su vida y hacer lo que quiere y lo que debe hacer siguiendo su particular código ético y sus sentimientos. En esa frase se resume la autonomía conseguida por Jane, nos habla de su infinita libertad interior y por eso es tan importante conservar esa voz. Nada hubiera hubiera sido igual si Jane hubiera escrito: El señor Rochester se casó conmigo...

Conservar esa voz en off conlleva muchas cargas en el cine y pocas veces resulta soportable. Por el contrario, prescindir de ella nos quita esa esencial cualidad del libro, que es la columna sobre la que Brontë edifica su extraordinaria narración.

Por tanto, en la pantalla debe conservarse, sin con ella restar fuerza a las acciones. Difícil tarea.

Un segundo problema de la estructura narrativa es la sucesión de tres tramas inextricablemente unidas, cada una con su estructura de planteamiento, desarrollo y desenlace. Cada una con personajes distintos, lugares distintos, épocas distintas: la infancia de Jane, primero en casa de la tía Reed (personaje difícilmente olvidable en su execrable frialdad) y en el internado de Lowood, donde se forja el carácter de Jane; en segundo lugar, la trama ’central’ de Thornfield, con Rochester, Adèle, la Sra Fairfaix y Bertha, y la subtrama que introduce Rochester con su falso cortejo de la vanidosa Blanche Ingram, y tercero, la huida de Jane tras el descubrimiento del matrimonio de Rochester, que tiene lugar en la casa del páramo, con Saint-John, sus hermanas, Hannah, la escuela para niñas, la proposición de Saint-John, la herencia del tío de Jamaica y la llamada telepática de Rochester, que hace a Jane volver a Thornfield para reunirse con su amado, ahora ciego y desesperado en su indefensión y soledad. 

Todo ello se ha revelado como un material imposible de resumir en una película de duración convencional, y es por ello que solamente las versiones seriadas hechas por la televisión inglesa han podido ajustarse a la obra de Brontë, aunque también han debido ’saltarse’ ciertos aspectos (especialmente, en varias de ellas, el amor de Saint-John por Rosamunda, aunque se trate de una historia que revela muchísimo sobre este personaje singular).

Al ver esta versión de Jane Eyre debemos ser conscientes de esas limitaciones insuperables. El guión está firmado por Aldous Huxley, que resuelve con enormes elipsis los problemas estructurales y que modifica sin contemplaciones y excluye toda la tercera parte de la novela, que es tan importante para Jane. Pues es en compañía de Saint-John y de sus hermanas que Jane consigue crecer, madurar, saber quién es, decidir por sí misma. Este largo proceso queda eliminado en la versión que nos ocupa, así como la herencia de la fortuna del tío de Jamaica, que tanto explica sobre la nueva igualdad sobre la que Jane edificará su unión con Rochester: en el libro, Jane aporta al matrimonio una fortuna -que ha compartido con sus primos pero que no es pequeña ni mucho menos-. Ya no es una huérfana destituida y empobrecida. Ya es la igual de Rochester. Y este elemento es importantísimo. Sin embargo, debemos quedarnos sin él y conformarnos con verla de vuelta en casa de la tía Reed, cuyas posesiones, después de su muerte, están siendo subastadas. La llamada telepática se produce, pero en condiciones muy distintas a las imaginadas por Brönte. Y Jane vuelve a Thornfield sin haber experimentado esa transformación liberadora que se produce en el libro. Son las servidumbres que impone la duración de una película convencional de menos de hora y media.

Tercer problema: los escenarios. Esta versión de 1944, rodada en plena Segunda Guerra Mundial, carece de presupuestos lujosos y prescinde de los lugares reales donde ocurre la acción. Está rodada íntegramente en estudio ¿Y cómo prescindir de esos páramos de Yorkshire inmensos, solitarios, salvajes? El mismo problema lo encontramos en la versión -también clásica y mítica- de Wuthering Heights (Cumbres Borrascosas), rodada en estudio por Laurence Olivier y  la inadecuada Merle Oberon. Es obvio que un elemento importante de la obra es el lugar donde ocurren los hechos. Thornfield, cuyo nombre mismo evoca la soledad y la hosquedad en la historia de Rochester, que oculta ahí la miseria y el secreto de su matrimonio y de su vida secreta. El misterio que rodea Hay Lane, el lugar del primer encuentro entre Rochester y Jane, que a él se le figura un elfo o una bruja que hace un conjuro para que caiga su caballo y lo desmonte, y a ella le recuerda una leyenda sobrenatural, al ver a Rochester montado en aquel corcel, precedido por el fantasmagórico Pilot y surgiendo de la niebla como un fantasma... Escena en la que ambos se imaginan al otro saliendo de un mundo sobrenatural, en la que se habla de hechizos, de anillos mágicos...Y la casa de Saint-John, en medio del páramo lluvioso, apartado del mundo, estoico, sobrio como el propio Saint-John. 

Todo esto no puede ser reflejado con los efectos de niebla artificial o con decorados pintados, y sin embargo, de algún modo, la película consigue, a pesar de su pobreza visual evidente, crear la ilusión del páramo o de Hay Lane ¿Por qué no? Queremos creer que lo que vemos es eso. Y lo creemos, a pesar de los pesares. Incluso diría que esa limitación se convierte en otro factor poético de la película.

Así pues ¿qué elementos hacen que esta versión sea imprescindible?

Las escenas del internado están muy bien rodadas, tanto por lo que toca al reparto como a la atmósfera, genialmente fotografiada en esos contrastes de luz y sombra tan expresionistas como elocuentes. En ese calvario que modela el alma de Jane, el internado toma vida propia. Sólo hay dos luces ahí: la inocencia de Ellen y la bondad del médico. Todo lo demás es horror, pura tortura. Y sin embargo, Jane sale indemne de la prueba, fortalecida y ennoblecida por la influencia benéfica de esas presencias y del conocimiento que recibe, a pesar de todo, en ese lugar y que le permitirá ganarse la vida, salir al mundo, encontrar su propio camino.

Ya en Thornfield, encontramos dos actrices que me parecen dos joyas relucientes de esta versión: la Sra. Fairfax, interpretada por Agnes Moorehead, y la pequeña Adèle, por Margaret O’Brien. La primera, amable, pero también reticente ante los acontecimientos. Misteriosa (¿sabe algo la Sra. Fairfax?). Y la pequeña, deliciosa, encantadora, vaporosa, vanidosa...la mejor Adèle de todos los tiempos. No sé qué sería de esta actriz infantil (sólo la recuerdo en una versión de Mujercitas que no he visto hace mucho, y no sé si en otra de El Jardín Secreto), pero está perfecta como esa florecilla parisina que tan malos recuerdos le trae a Rochester sobre su oscuro pasado.

Aún mutilada, la historia de Jane es hechizante. Fascina. La unión improbable de los dos polos opuestos que son Jane y Rochester hace saltar chispas. La bondad de ella no es sosa ni aburrida, porque ella es fuerte y heroica. Actúa movida por fuerzas imbatibles: su ética y su sentimiento. Su evolución es hermosa y noble. Admirable, diría. Y su amor no es un regalo de los dioses, es una amor conflictivo y en el que luchan elementos universales: atracción y rechazo. Afirmación y negación de sí misma. Su amor llegará a triunfar porque ella, antes, ha sabido vencerse y renunciar a lo que Rochester pretendía. Ante todo, ella es veraz, incluso a costa de lo que más ama ¿Y Rochester? ¡Ah, esa paradoja viviente! Quizá es uno de los héroes más extraños de la literatura, porque es al mismo tiempo despreciable y  mentiroso, manipulador, cruel, inmoral, a la vez que tierno, apasionado, generoso, igualitario, divertido, sarcástico, fuerte y vulnerable a un tiempo. Un personaje cuya complejidad fascina, no cabe duda, a todos los lectores de esta obra máxima. Y que acaba siendo un personaje amado por Jane y por nosotros, a pesar de que debería ser odiado y denostado. Una maravilla de personaje. 

Y la encarnación de Welles está a la altura de ese prodigio de hombre. Welles cuenta con esa fuerza, esa rudeza, esa presencia escénica imborrable que suponemos en Rochester. Tiene su carisma. En la escena de Hay Lane se yergue poderoso, aunque herido tras el accidente, y amedrenta, a la vez que nos hace sonreír con su sorna. Parece que Welles nació para encarnar a este hombre contradictorio e inolvidable.  Su Rochester es tan oscuro y misterioso como Thornfield. Es también un ’campo de espinos’ (que es la traducción de ese nombre). Y tan luminoso cuando toma delicadamente la mano de Jane, cuando se despide de ella.

Intenso, Welles es Rochester, a pesar de su acento americano. Y un Rochester que no desmerece en la lista de los actores que lo han encarnado en estas décadas, sino que los supera (quizá con la excepción de Michael Jayston, para mí el mejor de todos y un poco por delante de Toby Stephens, a quien le falta la presencia escénica y un poco más de vigor perverso para erigirse como el Rochester definitivo).

 Las actrices que han encarnado a Jane han sido siempre, desde mi punto de vista, el lado más débil de las adaptaciones hasta la llegada, muy reciente, de Ruth Wilson, que la retrata con una compleja delicadeza hasta en sus mínimos matices), pero la Jane de Joan Fontaine me parece muy digna, muy en su papel de muchacha ingenua pero decidida. Quizá menos acertada en las escenas pasionales, Fontaine se empareja con el coloso Welles sin perder pie y sin desmerecer a su lado, y ya es mucho decir.

El error de esta parte central de la historia es la elección de Blanche Ingram, que no sé por qué se empeñan en retratar como rubia, cuando su cabello es tan negro como el plumaje de un cuervo, según la descripción de la Sra. Fairfaix. Sólo en dos versiones televisivas Blanche se parece a la oscura figura de esta mercenaria con la que Rochester intenta presionar a Jane y despertar sus celos para descubrir si lo ama. El color oscuro de la bella Blanche es importante, pues es trasunto de la belleza criolla de Bertha Mason. Las únicas versiones que respetan este importante detalle narrativo son las que hizo la BBC en 1973 (para mí la mejor Blanche: Stephanie Powers), y la de 1983. 

En suma, a pesar de las importantes lagunas de esta versión de 1944, es imprescindible.

El DVD, por desgracia, no está a la altura de la importancia de la película. Viene con un precio alto (18.95, un euro menos en FNAC), y a pesar de estar remasterizada, arrastra un sonido pésimo. Sin extras, ni bonus, ni un triste material adicional que llevarse a la boca, sólo aporta un librillo del todo prescindible con algunas notas sobre el rodaje o la adaptación y una galería fotográfica. Francamente, es una pena que no se aproveche mejor la oportunidad de ofrecer algo digno de esta obra clásica.

Enlace a unas escenas de la película (en inglés).

Alma Rebelde (Jane Eyre) Director: Robert Stevenson, Reparto: Orson Welles, Joan Fontaine, Margaret O’Brian, Peggy Ann Garner, Agnes Moorehead, John Sutton, Hillary Brooke. Productores: William Goetz, Kenneth MacGowan. Orson Welles. Guión (sobre la novela de Charlotte Brontë): John Houseman, Henry Koster, Aldous Huxley. Fotografía: George Barnes. Música: Bernard Herrmann. 20 th Century Fox, USA (1944).

 

 

 

 

A taste of honey (Un sabor a miel), de Tony Richardson

A taste of honey (Un sabor a miel), de Tony Richardson

Por casualidad han coincidido en el tiempo la edición en DVD de A taste of honey (1961), de Tony Richardson y la prematura muerte de la hija del fallecido cineasta y de Vanessa Redgrave, Natasha Richardson, de quien escribiré muy pronto.

Cuando yo era casi una niña, empecé a ver películas en el cine club de la UNAM, allí en Copilco. Una de las pelis que más me impresionó fue esta crónica, tan realista como conmovedora, de un sector de la sociedad inglesa poco utilizada en la cinematografía de aquel país hasta ese momento: los pobres y desvalidos. Tony Richardson fue, no lo olvidemos, uno de los principales representantes de aquella corriente neorrealista inglesa denominada Free Cinema, y esta película fue uno de sus mayores logros. Ken Loach, Jim Sheridan o Stephen Frears han sido algunos de sus descendientes.

A taste of honey  cuenta la historia de una muchacha abandonada a su propia suerte por una madre frívola y egoísta, de quien no recibe amor. Fea, solitaria y pobre, la muchacha sale del paso como puede. Los temas de la película son varios, y todos resueltos de una manera eficaz: el embarazo adolescente, la homosexualidad, la maternidad despreocupada, el paro y la pobreza. Todo ello cabe en esta historia triste, en la que sin embargo triunfan los sentimientos, la solidaridad entre Jo y su amigo Geoff, que la atiende y la cuida como su madre nunca hizo, Jimmy, el marinero que se enamora fugazmente de la chica y parte... y hasta la madre, a veces consciente de su actitud errónea, a veces torpemente tierna con la hija adolescente que ha conseguido fundar un hogar al lado de alguien que la quiere, el muchacho generoso, aceptado como es y finalmente rechazado por la madre. Un momento dulce en medio de la tristeza y de la desolación. Un toque de miel en esa amarga pócima que es la vida de los desheredados, de los desechados de la sociedad, de los pobres, de los feos, de los distintos.

La fotografía en blanco y negro, la banda sonora, los actores,la historia,  todo contribuye a hacer de esta película una pequeña joya cuyos valores son eternos, o así quisiera creerlo. 

 

A taste of honey (Un sabor a miel), Dirección y Producción: Tony Richardson, Guión: Tony Richardson y Shelagh Delaney, Fotografía: Walter Lasally, Música: John Addison, Reparto: Rita Tushingham, Dora Bryan, Murray Melvin, Robert Stephens, Paul Danquah (Gran Bretaña, 1961).

 

 

¿Quién no ama a Johhny Depp?

¿Quién no ama a Johhny Depp?

No puedo imaginar un actor más amable que Johnny Depp. Desde sus comienzos como Eduardo Manostijeras hasta hoy, me parece un actor coherente. Su apariencia no es extraordinaria y no la necesita: le basta con su mirada, tan expresiva, y con su voz y movimentos, tan adecuados siempre a lo que podemos llamar ’el hombre romántico’. Porque Depp encarna a ese hombre: contestatario, extraño, original, anticonvencional: es el pirata (Piratas del Caribe), el robot no terminado (Manostijeras) , el hombre justo enfrentado al más allá (Sleepy Hallow), el gitano errante ( The man who cried) , el poeta cínico y autodestructivo (El Libertino), el cineasta pobretón y fracasado (Ed Wood), el desperado que por salvar a su familia es capaz de todo (The Brave).

Aunque el concepto de hombre romántico da vida a todas estas actuaciones, no vamos a confundirlo con un héroe romántico. Una de las características de Depp es que humaniza a sus personajes. Ninguno está por encima de la realidad, ni siquiera los más fantasiosos. Todos tienen una humanidad que podemos ver y tocar y sentir.

Y todos son amables.

Herida (Damage), de Louis Malle



Hoy es día de Sant Jordi y quiero celebrarlo recordando esta hermosa, oscura película de Louis Malle, con un Jeremy Irons en el apogeo de su masculina belleza ( bordando uno de sus torturados personajes) y Juliette Binoche que, cuando está bien dirigida, hace verosímil cualquier personaje, por más extraordinario que sea. Basta recordarla como mendiga en la fabulosa Los amantes del Pont Neuf, de Leos Carax.
Hay muchos tipos de amor. Uno lleva a la muerte. Es el amor- pasión, el que no puede aguardar a llegar a la cama, el que comienza a desabrochar botones antes de que se abran las puertas del ascensor, o el que rompe la tela del vestido rojo para tocar antes la piel deseada. El amor que es una borrachera de deseo. Desbocado, absurdo, amor loco y destructor. Amor que te lleva al límite del dolor cuando, solo en una cama vacía, no puedes hacer otra cosa que doblar las rodillas y aguantar, en posición fetal, a que pase el remolino de emociones y el deseo de morir ahí mismo.
Amor que no conoce a nadie, amor que puede asesinar al hijo, al esposo, al padre con tal de cumplir su deseo. Amor que dio sentido a tu vida, a mi vida, en un momento que siempre vuelve a ser: eterno retorno. Rosa incorrupta, rosa abierta de sangre. Rosa herida.



Louis Malle, Herida (Damage, basada en la novela de Josephine Hart), Reparto: Jeremy Irons, Juliette Binoche, Miranda Richardson, Rupert Graves; Guión: David Hare; Dirección artística: Richard Earl; Diseño de Producción: Brian Morris; Fotografía: Peter Biziou; Montaje: John Bloom; Música: Zbigniew Preisner; Productores: Louis Malle, Simon Relph, Vincent Malle; Vestuario: Milena Canonero (Francia, Reino Unido, Alemania, 1992).







Algunos actores favoritos

Todo el mundo sabe que tengo gustos raros. Por gustos raros entiendo que me gustan los libros y las pelis que poca gente ha leído o visto, y que me fijo en autores o actores o actrices o directores que no son precisamente ’populares’. Algunas veces esto me resulta simpático, sentirme así, tan exótica para los demás (incluidas mis hijas o mis mejores amigos). Y para que consta una vez más de ello, aquí os va una lista ’rara’, como yo misma: la de actores no muy conocidos o no muy populares que a mí me encantan y que han actuado en películas que considero relevantes:


* Tim Robbins en Código 46 de Michael Wintherbottom (2003) y La vida secreta de las palabras de Isabel Coixet (2005). Un actor larguilucho y desgarbado, con una sensibilidad a flor de piel.

* Ciaran Hinds, un actor irlandés, en Persuasión (1995) y El alcalde de Casterbridge . Por cierto que para que se vea que todo es inescrutable, Wintherbottom filmó majestuosamente una versión adaptada de El mayor... con Sarah Polley, co-protagonista de Robbins en la peli de Coixet, con el nombre de The Claim. Tal vez Ciaran os suene porque ha sido el Julio César de la serie Roma.

* Alan Rickman en Sentido y sensibilidad de Ang Lee ( 1995) y en Tierra de armarios, con Madeleine Stowe , de Rahda Bharawdaj (1991). Aparte de sus actuaciones, me encanta su voz.

* Miguel Ángel Solá en Fausto 5.0 (2001) y La playa de los galgos, de Mario Camus ( 2002). Me gusta su sobriedad y su talante concentrado.

* Pascal Greggory en Gabrielle y en La reina Margot, ambas de Patrice Chéreau. A pesar de que ha tenido una época de crisis, lo encuentro un actor eficaz, con una gran presencia escénica y un carisma especial.

* Romain Duris en Arsène Lupin, Molière, o De latir, mi corazón se ha parado (2005). Es un actor cuya energía voraz traspasa la pantalla. Tiene una gran personalidad, que pone al servicio de su oficio.

* André Dussollier en La fortuna de vivir de Jean Becker, una de mis películas favoritas y Un corazón en invierno,de Claude Sautet, con el gran Daniel Auteuil. Ganó un César con On connaît la chanson, de Resnais. De él me gusta su ductilidad: todos los papeles que hace están bien hechos. Un actor sólido.

* Benôit Magimel en La pasión del rey y La dama de honor de Chabrol. Como Greggory, ha tenido el mérito de sobresalir al lado de ese monstruo de la pantalla que es Isabelle Huppert (Greggory en Gabrielle, Magimel en La pianista, ese Chabrol inolvidable...) Además, Magimel es hermoso como un dios griego.

* Klaus Maria Brandauer, en la trilogía centroeuropea de István Szabó: Mephisto, Coronel Redl y El Adivino.

* Bruno Ganz en Nosferatu de Werner Herzog y La marquesa de O de Eric Rohmer. Ambos actores frecuentan poco la pantalla: son actores de teatro. Pero ambos, cada vez que incursionan en el cine, dejan actuaciones memorables.

* Daniel Brühl en Salvador y Ladies in Lavender, con dos de las grandes damas del cine británico, Judi Dench y Maggie Smith, ahí es nada o Good bye Lenin. Una carita joven, un actor fresco y con gran capacidad, como ha demostrado encarnando a Puig Antich.

Jane Eyre: sobre el personaje de Edward Rochester: Orson Welles y Toby Stephens


En 2006, y tras una cantidad ingente de mediocres versiones de la gran novela romántica de Charlotte Brönte, la BBC llevó a cabo esta miniserie.
De todas las versiones anteriores, la única que se sostiene por sus méritos es la que se filmó en 1944, con Orson Welles como Edward Rochester y Joan Fontaine como Jane. La firmaba Robert Stevens, pero en su oscuridad, goticismo y tenebrosa belleza neoexpresionista se adivina la mano prodigiosa de Welles.

Desde entonces, todos los Edward Rochester de la pantalla han estado por debajo de ese gran personaje masculino, entre otros, George C. Scott, demasiado estólido y cuadrado, Timothy Dalton, mediocre en sí mismo, incapaz de dotar a Rochester de su fiereza y ternura o William Hurt, completamente desangelado, frío y fuera del personaje...

Pero en este miniserie de 2006 encontramos a un Toby Stephens en Rochester (de casta le viene al galgo, pues es hijo de Maggie Smith).

Todas las obras literarias necesitan revisarse, y en cierto modo, actualizarse de tanto en tanto. Su lectura es múltiple y va de acuerdo con los tiempos.

La versión (excelente) de 1944, fruto de nada menos que de Aldous Huxley en el guión, pecaba quizá de una cierta timidez en cuanto a la pasión que unía a Rochester y a Jane, no haciéndola visible ante los espectadores excepto en momentos clave, y se personificaba ante nosotros en unos pocos besos apasionados, miradas ardientes y manos entrelazadas compulsivamente. En la versión de la BBC se nos muestra de mejor manera la pasión que une a estas dos almas solitarias, heridas: su unión no es sólo espiritual, es también física, y es por eso que el sacrificio que se impone Jane ( y que le impone al desdichado Rochester), es tan insoportable.

Que Jane se enamore perdidamente de Rochester parece bastante comprensible. Es un ser torturado por misteriosas y tremendas desdichas, un viajero impenitente, un cascarrabias capaz de la más sutil ternura. Un ser poderoso, que trata a la joven mujer como a su igual, que en cuestiones morales la sabe superior a sí mismo, y que confía en ella (y sólo en ella), ciegamente.

Rochester ve en la pequeña Jane la fuerza ética, la incorruptibilidad, la pureza. Como expresó muy bien Toby Stephens en una entrevista, Jane es prístina. Carece de la carga de oscuro pecado que él lleva sobre sus hombros. Y sin embargo, Jane es también oscura como él puesto que ha sufrido. Ha sido una niña huérfana de padre y madre, rechazada, reprimida por su tía Reed y por el internado; Jane ha sufrido la pérdida de su única amiga y por todo ello, Jane puede comprender a Rochester y Rochester a Jane, como si ’un hilo invisible atara su corazón al mío’.

El carácter, la personalidad de Rochester, qué reto para un actor. Ciclotímico y sereno, violento, rudo y también exquisito y tierno, anegado por la angustia de su pasado y a la vez capaz de enfrentarse ’ a la ira de Dios’ en su búsqueda de la felicidad con Jane. Sufriente y capaz de inocentes alegrías, como cuando sale con Jane a comprar vestidos para su luna de miel. Herido de muerte, vulnerable cuando se siente solo, cuando le pide a Jane ’No te vayas ¿quién me ayudará si tú no estás?’, y al mismo tiempo fuerte, viril, potente y decidido. Rochester, se nos dice, no es guapo, pero qué personaje más atractivo.

Para mí, el primero en encarnarlo después de Welles es Stephens, incluso cuando físicamente carece de esa estatura que hacía que Welles llenara toda la pantalla con su inmensa presencia. Stephens es pequeño, y sin embargo, su Rochester está lleno de grandeza. Todos los matices del dolor han sido interiorizados; transmite todo ese sarcasmo profundo de Rochester (que hace que se permita burlarse de su adorada Jane, cuando le indica, perversamente, que puede llegar a casarse con la vanidosa Blanche Ingram), pero sin hacerlo caer en la maldad. Le da una fuerza sexual que Welles transmitía también: Rochester es sexy, muy sexy. Y Welles y Stephens demuestran esa pulsión abismal, esa necesidad de hembra, pero también de alma, que se une en Jane para encarnar, como indica Rochester ’la otra parte de mi alma, la compañera de mi vida’.

Rochester es sin duda un icono de la masculinidad bien entendida. El hombre fuerte y débil, todopoderoso y vulnerable, rudo y tierno, distante y complaciente que todas desearíamos tener o por lo menos, haber amado alguna vez. Porque además, Rochester posee una cualidad : la fidelidad. Jamás veremos a Rochester gustar verdaderamente de la presencia de la hermosa y ambiciosa Blanche. Él sabe de quién es su corazón, y lo mantiene alejado de tentaciones mientras ama a Jane, es decir, desde ese primer encuentro, en medio de la niebla, en medio del páramo. Cuando ella ’se le aparece’ como una hechicera, haciéndolo caer del caballo.

Veo muy poco la televisión y no sé si en España se ha visto esta serie. Os recomiendo las dos: La indispensable Jane Eyre de 1944 y la Jane Eyre de la BBC de 2006.
Una y otra se complementan y nos invitan a la lectura de una de las grandes obras de la literatura universal, la Jane Eyre de Charlotte Brönte, esa extraña mujer que imaginó esa gran historia de amor que nunca vivió. Y que lo hizo magistralmente.

No me es posible enlazar directamente este fragmento con Welles, pero podéis seguir el enlace y verlo. Vale la pena.


Jane Eyre (USA 1944), Director: Robert Stevens, Guión: Aldous Huxley y John Houseman sobre la novela homónima de Charlotte Brönte. Música: Bernard Hermann, Fotografía: George Barnes.Reparto: Orson Welles, Joan Fontaine, Margaret O’Brien, Agnes Moorehead, Peggy Ann Gardner y Elizabeth Taylor (en el pequeño papel de Helen).

Jane Eyre (BBC, UK, 2006, miniserie en 4 capítulos), Directora: Sussanah White, guión: Sandy Welch, M´suca: Rob Lane, Fotografía: Mike Eley. Reparto: Toby Stephens, Ruth Wilson, Tara Fitzgerald, Francesca Annis, Claudia Colter.


Charlotte Brönte: Jane Eyre, Alianza Editorial, Madrid, 2006.

Sesiones Dobles. Segunda sesión: El séptimo sello, de Ingmar Bergman

Sesiones Dobles. Segunda sesión: El séptimo sello, de Ingmar Bergman


El Séptimo sello es probablemente la película más vista y comentada de Bergman, la que ha calado más hondo en la memoria colectiva. La idea estética y metafísica que le sirve de aliento (la de la Muerte jugando al ajedrez con el caballero), le vino a Bergman cuando, acompañando a su padre por las iglesias del lugar, vio un fresco que documenta ese encuentro. El mismo fresco que Anton Block ha visto también. Cuando la Muerte le pregunta que cómo sabe que juega al ajedrez, Block le responde: "Porque lo he visto en algunas pinturas".  

La película hermana de ésta es El manantial de la Doncella en la que también se mezclan en un solo plano la realidad y el mito o la leyenda.

Yo creo que si hay una película que explique qué fue la Edad Media, ésa es El séptimo sello, cuando lo maravilloso formaba parte de la vida cotidiana (esa bellísima escena, llena de candor, en la que el juglar ve a la Virgen María enseñando a andar al niño Jesús), y en la que la fe y la duda formaban parte integrante de la mentalidad colectiva. Cuando la muerte era una presencia, una acompañante de la vida.

Block y su escudero, un poco cínico y un mucho lúcido y descreído, vuelven de la Cruzada a cumplir su destino, que no es otro que morir. 

En su camino hacia y con la Muerte, encuentran cadáveres, un pintor de iglesias, una joven martirizada como bruja, una muchacha que va a ser violada, una compañía de juglares (que protagonizan una pequeña historia picante), y una esposa que espera el regreso de su marido, Penélope medieval.

Durante ese largo trayecto, avanzan con la Muerte. El juglar, que ve a la Virgen, curiosamente no percibe la presencia de la Muerte excepto cuando va huyendo de ella en medio de una tormenta casi sobrenatural.    

El juglar, José, y su esposa, María, con su hermoso bebé son los verdaderos vencedores. Ellos no morirán (por el momento). El caballero los salva. Es ese pequeño gesto el que lo eleva y redime y no su participación en la Cruzada. A pesar de que no tiene fe, y quiere tenerla, como el San Miguel Bueno de Unamuno, Anton lleva a cabo esta pequeña acción de amistad: distrae a la muerte para que los tres huyan y se salven. Anton sabe que lleva a la muerte consigo y que su juego de ajedrez no es más que una triquiñuela inútil. Pero salvar a esos tres seres llenos de pureza es su acción particular, la que le salvará a él, finalmente. La que le hará sentir que su vida ha tenido un propósito, lejos de la muerte y de la destrucción de su Cruzada, lejos de la frialdad y soledad de su alejamiento del hogar. 

Su reencuentro con la paciente esposa es frío, distante: ya no es de este mundo. El momento más bello es el de la amistad, cuando en el campo come las fresas y bebe la leche que les ofrece María, en compañía de los otros.

El caballero es un ser descreído que necesita creer, el escudero es su conciencia crítica. La Muerte existe, pero no sabe nada. Ella no sabe siquiera si Dios existe ni dónde está. La Muerte lo ignora todo, igual que él. Sólo cumple con su trabajo. 

Como le dice Oliverio a una Muerte más seductora que ésta en El lado oscuro del corazón de Eliseo Subiela : "¡Vaya laburo de mierda que tenés! ¡Muerte puta, puta Muerte!"



El séptimo sello, Dirección y guión: Ingmar Bergman. Producción: Allan Ekelund. Música: Erik Nordgren. Fotografía: Gunnar Fischer. Reparto: Max von Sydow, Bibi Andersson, Gunnar Björnstrand, Bengkt Ekerot, Nils Poppe (Suecia, 1957).

 

Club de Sesiones Dobles:  Sesiones Dobles (Organizador), Books & Films, El diario de Mr. MacGuffin, Sesión doble, Cineahora, El espejo de los sueños, Arte y literatura, El trono de Hatti, La mujer justa, Ojo de buey, Himnem, El lamento de Portnoy, Otros clásicos, La linterna mágica, Mitte, El dia del cazador, Marcovelez.net, Corten!!!, Rulemanes para Telémaco, Cinefilo-Compulsivo, Intramuros, Arricom.


Sesiones dobles. Primera sesión: Fresas salvajes, de Ingmar Bergman

Sesiones dobles. Primera sesión: Fresas salvajes,  de Ingmar Bergman

 

Aun cuando me había retirado del blog, acepté el reto lanzado desde Sesiones Dobles para hacer una revisión de estas dos obras del Bergman temprano.
Han pasado los días y no conseguía sentarme a ver las películas. Debo aclarar que cuando yo comencé a ver Bergmans en el cineclub de la Ciudad Universitaria de México (corrían los años de 1966 y 1967), no vi estas películas. Yo comencé por Persona, por Pasión, por Vergüenza, para luego ver El rostro o La noche del Lobo. En otras palabras, comencé por el postre.
Fue ya en Barcelona cuando me topé con el Bergman de El séptimo sello, y su fastuoso blanco y negro me era bien conocido, junto con su mezcla de onirismo y neoexpresionismo que todavía hoy me siguen asombrando.

 Hasta hace poco, no había visto Fresas salvajes. Creo que fue a raíz de un post de Portnoy que me picó la curiosidad por esta obra, que en principio no me había apetecido.

Es una obra oscura, misteriosa, deshilvanada. Creada a partir de la intersección del recuerdo y la realidad, y con el añadido de los sueños. Los sueños que muestran, elocuentemente, la realidad que el profesor nos va detallando pocos segundos antes, cuando, tomando la voz narrativa, nos habla de su misantropía, de su egoísmo, de su carencia de verdaderos afectos.


El profesor Isak Bjork inicia su viaje hacia Lundt para recibir una distinción por su jubileo como médico. Antes, tiene un sueño, o mejor dicho, una pesadilla: el sueño de los relojes me recuerda la leyenda de Félix de Montemar, variante de la de don Juan, cuando el personaje principal contempla su propio entierro. El trasfondo es el mismo: el tiempo vuela, y cuando se detiene (ya no hay manecillas que corren para marcar las horas), ¿qué queda? Tal vez sólo el amargo sabor de la soledad y de la nada.


Y sin embargo, la vida corre pararela a esta convicción pesimista (o tal vez sólo realista de la existencia), y al mismo tiempo que el profesor constata que ha vivido -tal vez equivocadamente-, volcado en su profesión, sin atender a los cariños, aparecen nuevos personajes en su vida, y con ellos, nuevos florecimientos, nuevos amores. Al mismo tiempo que de su memoria emerge el primer amor, Sara, que luego casó con su hermano Siegfried, aparece otra Sara, viva, palpitante, cariñosa, aventurera, que viaja hacia Italia (hacia la luz), con sus dos compañeros, Viktor y Anders. Como la antigua Sara, escoltada por los dos pretendientes, Isak y Siegfried, esta Sara irrumpe en la vida de Isak y se siente ’orgullosa’ de él.


También su nuera, Marianne, antes lejana, a raíz del viaje se encuentra con él. Los resabios de un viejo rencor entre el profesor y su hijo desaparecen, Marianne y el profesor ven nacer o renacer el tímido sentimiento paterno-filial. Marianne y el profesor se ven reflejados en un matrimonio con el tienen un accidente, aunque Marianne apostilla: ’Pero nosotros nos queremos’, refiriéndose a ella y al hijo del profesor, Evald. El profesor evoca también a su esposa, a quien, como Evald a Marianne, trató ’glacialmente’.

De todo toma nota el viejo, mientras se acerca el momento de recibir los honores de la universidad. Y así, la extraña película llega a un dulce final, con el profesor que sonríe desde su cama, quizá deseando ser otro ser después del viaje, un ser más humano, más cariñoso, menos solitario.


Algunos críticos piensan que estos sueños o estos recuerdos aparecen en la obra de Bergman para decirnos que el profesor ya no tiene vida. Yo no lo creo. Creo que los recuerdos, los sueños forman parte de nuestro presente, somos lo que fuimos, no dejamos de ser o de tener un presente por recordar nuestro primer amor, nuestra infancia...

Quizá el profesor, que hace un examen de conciencia que dura lo que su viaje, refleje la mirada protestante de ese Bergman moralista que tanto molesta a algunos; pero creo que todos, llegados a la vejez, vamos trazando ese camino que nos lleva hacia atrás, hacemos balance, vemos con claridad nuestros defectos, nuestras carencias, nuestros errores. Como el profesor, creemos que todavía, quizá...tenemos tiempo...

 

Título español: Fresas Salvajes (Smultronstället). Director y guionista: Ingmar Bergman. Fotografía :Gunnar Fischer. Música: Erik Nordgren. Montaje: Oscar Rosander. Producción: Svensk Filmindustri. Reparto:Victor Sjöstrom, Bibi Andersson, Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand, Max von Sydow.

Club de Sesiones Dobles:  Sesiones Dobles (Organizador), Books & Films, El diario de Mr. MacGuffin, Sesión doble, Cineahora, El espejo de los sueños, Arte y literatura, El trono de Hatti, La mujer justa, Ojo de buey, Himnem, El lamento de Portnoy, Otros clásicos, La linterna mágica, Mitte, El dia del cazador, Marcovelez.net, Corten!!!, Rulemanes para Telémaco, Cinefilo-Compulsivo, Intramuros, Arricom.

 

 

La donna scimmia, de Marco Ferreri

La donna scimmia, de Marco Ferreri

Hace varios años vi por la tele esta pelicula de Ferreri, autor que trabajó en España en tandem con el gran Rafael Azcona, con quien también firma el guión de esta singular película italo-francesa.

La película desarrolla un tema extraído de la realidad y guarda muchas coincidencias con la historia de la mexicana Julia Pastrana, mujer que padecía una enfermedad que unos llaman hirsutismo.

La película de Ferreri, en tono neorrealista y  con una música jaranera, nos muestra el esperpento: un cara-dura, un pobre diablo que no tiene de qué vivir, conoce a María, huérfana que reside en un orfanato religioso. 

Al ver su rostro, brazos y manos cubiertos de pelo, a Antonio se le ocurre vivir de ella, explotando el morbo de todos, exhibiéndola en un espectáculo que no era infrecuente en el mundo occidental de los años 30 y 40: las ferias de fenómenos.

Si Lynch en El hombre elefante (1980), nos obsequia con un melodrama memorable; Ferreri, unos años antes, nos había dado un esperpento engañoso, porque a ratos puede parecer que Antonio trata a la mujer simia con ternura, cuando en realidad no hace sino explotarla.  

Antonio la exhibe en un galpón, inventando una historia mítica de coyunda zoofílica (sé que esto le gustará a Luri ). Tras de un intento por vender la  virginidad de la extraña criatura a un exótico 'patricio' napolitano y tras el regreso de la joven al orfanato, se ve obligado a casarse con ella para asegurarse la explotación de 'su' monstruo.

María, inocente siempre, siempre dulce y buena, agradece a la vida la oportunidad de ser una mujer casada, de ser 'libre'. Jamás llega a sospechar los verdaderos sentimientos de su 'dueño', ni siquiera cuando éste se resiste a cumplir con el 'débito' conyugal.

La vida parece transcurrir para ella con felicidad y armonía. La actuación pasa por teatruchos napolitanos y parisinos hasta que la joven se queda embarazada. 

Cuando ella muere y muere el bebé, que también heredará la condición pilosa de la madre, cede los cuerpos a un museo para su embalsamamiento y finalmente los exhibe en un teatrillo.


El tono de la obra es escrupuloso y neutro. Ferreri no toma partido ni juzga: eso nos lo deja a nosotros, que asistimos a este drama pensando aquello que un par de veces dice María (cuando el médico le aconseja abortar, por ejemplo): "¡Sois unos monstruos!" Es la misma sensación que tenemos con la película de Lynch. Los monstruos son los otros (¿nosotros?).


La donna scimmia (Italia-Francia, 1964), Dirección:Marco Ferreri. Productor: Carlo Ponti. Guión: Marco Ferreri y Rafael Azcona. Intérpretes: Ugo Tognazzi, Annie Girardot, Achille Majeroni, Elvira Paolini. Fotografía: Aldo Tonti; Montaje: Mario Serandrei: Música: Teo Usuelli.





Sesiones dobles. Fresas salvajes y El séptimo sello, de Ingmar Bergman

 

Tras el éxito que tuvo la propuesta de escribir sobre las dos pelis de oro de Won Kar-Wai, desde  Sesiones Dobles (Organizador) se pasó a la propuesta de proseguir esa buena práctica con el maestro de los maestros: el inigualable señor Ingmar Bergman.

A pesar de que ya había anunciado mi retirada de la blogósfera, acepté el reto, o más bien dicho me apunté al reto. Por tres razones: porque me interesa interactuar desde aquí, porque la propuesta era bonita y porque me gusta revisar mis grandes favoritos.

Aunque, como veréis, he llegado tarde a la promo del asunto, me he propuesto cumplir con los plazos y hoy he visto ya Fresas salvajes. Naturalmente, la reseña queda para más adelante, cumpliendo el calendario dado por el organizador.

El post original es éste:


Sesión Doble I: Ingmar Bergman


Título español: El septimo sello
Título inglés: The seventh seal
Título original: Sjunde Inseglet, Det
Director: Ingmar Bergman
Guionista: Ingmar Bergman
Año: 1957
País: Suecia
Idioma orginal: Sueco





Título español: Fresas Salvajes
Título inglés: Wild strawberries
Título original: Smultronstället
Director: Ingmar Bergman
Guionista: Ingmar Bergman
Año: 1957
País: Suecia
Idioma original: Sueco


Fechas de visionado: 17 de Septiembre al 31 de Octubre de 2.007
Fechas de publicación posts: 1 al 15 de Noviembre de 2.007
Blogs participantes:
  • Books & Films
  • El diario de Mr. MacGuffin
  • Sesión doble
  • Cineahora
  • Fabrica de ilusiones
  • El espejo de los sueños
  • Arte y literatura
  • El trono de Hatti
  • La mujer justa
  • Ojo de buey
  • Himnem
  • El lamento de Portnoy
  • Otros clásicos
  • La linterna mágica
  • Mitte
  • El dia del cazador
  • Marcovelez.net
  • Corten!!!
  • Rulemanes para Telémaco
  • Cinefilo-Compulsivo
  • Así, pues, hasta pronto.

     

     

    Un adiós a Ingmar Bergman

    Un adiós a Ingmar Bergman

    Yo tenía 16 años. Iba cada domingo al cineclub del CUC, en la UNAM. Con Bergman (Persona, Pasión, Vergüenza) y con Truffaut, especialmente, comencé a ver cine, a ver cine de verdad.
    Persona ha sido para mí, junto con El séptimo sello, una de sus mejores películas. En Persona, Bergman nos habla del silencio, silencio necesario, autoimpuesto, porque llega un momento en que ya no se tolera la impostura, el teatro, la representación de algo que no somos nosotros y hace falta callar. Los otros querrán romper ese silencio, interpretarán ese silencio según su propio discurso interior, como si ese silencio no pudiera, no debiera ser vacío puro, silencio verdadero, como si hubiera que poblarlo de palabras o buscarle un sentido, cuando lo que se manifiesta en él es precisamente la nada. Como en muchas de sus películas, hay un proceso de vampirización, hay una destructividad que se manifiesta a través del amor, amor que en verdad no es más que narcisimo, egoísmo, en fin: mentira.
    Después, ya en el Festival de cine, El rostro, El rito, La noche del lobo, y más tarde, Secretos de un matrimonio, Gritos y susurros y ya en España, Fanny y Alexander y las obras anteriores, que antes no había conocido, entre otras, El manantial de la doncella o Fresas salvajes. Toda mi vida ha estado marcada con sus obras. Esas obras duras, severas, pensativas, a veces incluso terroríficas, con un terror profundo, como el que nos hizo salir de la proyección de La noche del lobo casi precipitándonos, al final de la película, atacados todos por un miedo irracional ¿ a qué? ¿a nosotros mismos? El horror de El huevo de la serpiente, lectura implacable del nazismo y de la maldad...
    Rara en su obra es la alegría y la frescura de La flauta mágica, o ciertos pasajes de Fanny y Alexander, antes de que esta película se torne sombría y estremecedora.
    Bergman llenó mis tardes de domingo de preguntas a las que todavía no he respondido, de inquietudes que todavía me asaltan. En las tertulias posteriores al cineclub y ya por la noche en animada tertulia ante los pambazos de mole de El Convento de Coyoacán, o delante de la fondue de carne de El Coyote Flaco, en la calle de Francisco Sosa, palabras, preguntas, debates y mucho tabaco nos llevaban de regreso, una y otra vez, al cine del maestro sueco durante horas. Recuerdos de una felicidad intelectual que le debo a Ingmar Bergman. El hombre ha muerto, pero la obra queda.

    Proyecto Sesiones Dobles. Won Kar Wai: In the mood for love y 2046

    Proyecto Sesiones Dobles. Won Kar Wai: In the mood for love y 2046
    No he tenido tiempo para escribir la crítica de 'In the mood for love', pero os adelanto la de '2046'.
    Mañana pago mi deuda...
    Los otros blogs del proyecto ya han posteado: los podéis leer: 
    Books&Films, ¿Y si esta vez te quedaras?, Cineahora,Cinematic World, El día del cazador, El séptimo arte, El diario de Mr. Macguffin, Marco Velez, Himnem, Fabrica de ilusiones, Padded Room: Chronics floor, El lamento de Portnoy, La mujer justa, Bogotá 35MM, Ojo de buey, Viaje a Itaca, Sesión Doble, Ekilore, Rulemanes para Telémaco, La linterna mágica, Rod@ndo, El trono de Hatti, Palabras ocultas, Mitte, The Observer...
    Director: Wong Kar-Wai, con Tony Leung, Gong Li, Takuya Kimura,Faye Wong, Zhang Ziyi, Carina Lau, Chang Chen, Wang Sum, Siu Ping Lam, Maggie Cheung.
    Año de producción: 2003 Duración: Dos horas, 9 minutos. Hong-Kong-Francia
    Enlace al trailer de la película

    Hong Kong, 1966. En su pequeña habitación de hotel, Chow Mo Wan, escritor en crisis de inspiración, trata de terminar un libro de ciencia ficción situado en 2046. A través de la escritura, Chow recuerda a las mujeres que han atravesado su vida solitaria.Apasionadas, intelectuales o románticas, todas ellas han dejado una huella imborrable en su memoria y en su imaginario personal. Son sus recuerdos, y el libro es ese tronco al que se le susurran las palabras que nos llevan a lo más secreto de nuestro corazón, para que él los guarde. Su Li Zhen, que sin duda ha sido su amada, se aloja en la habitación 2046...
    El nuevo trabajo de este autor irreemplazable, de talento intuitivo y meticulosidad enfermiza, puede ser entendido como una continuación, temporal y evolutiva, de su anterior film, la excepcional “In the mood for love" ("Deseando amar"), cuya filmación discurrió en paralelo a ésta; en realidad, dos manos cuyos dedos se entrelazan para complementarse hasta la disolución de las fronteras, por lo que no resulta recomendable acercarse a la más reciente sin conocer sus precedentes. Pero el presente largometraje es también el espacio interior en el que se dan cita las obsesiones que pueblan ese universo personal, hipnótico, perturbador, al que uno se asoma con el pudor de pisar en existencias ajenas y la convicción de contemplar su propio retrato.

    Persecución estéril de lo huidizo, de aquello ya superado en cronología pero no en cuanto a equilibrio interior, “2046” trata de los demonios que habitan ese territorio compartido por el amor y la memoria, de una realidad sentimental que, como notas musicales, precisa de un tiempo concreto para distribuirse y hacerse oír, fuera del cual alteraría la melodía completa y carecería de sentido. El tímido, prudente y delicado Chow Mo Wan (Tony Leung) de “In the mood for love (Deseando amar)”, visiblemente tocado por su frustrada relación con Su Li Zhen (Maggie Cheung), se ha convertido con el paso de los años en un mujeriego cínico y descarado que, entregado a la bebida y al juego, busca compañía femenina pero, según sus propias palabras, sólo está dispuesto a comprarla al por menor, sin compromisos ni implicaciones emocionales que repitan su sufrimiento. Chow no ha abandonado su anodino trabajo en el periódico, aunque también en las ficciones que escribía se ha producido un cambio simultáneo: ya no son las novelas de artes marciales las que lo ocupan, sino historias de sexo bien pagadas y de dudosa calidad. Y es que a la contención y sobriedad erótica que presidían “In the mood for love (Deseando amar)”, ha venido a substituirlas una carnalidad mucho más explícita de placeres desatados en lugares nocturnos.

    El título de la película hace referencia a la habitación del hotel donde, en el pasado, acordaron encontrarse Su Li Zhen y Chow; cuatro paredes, ahora contiguas a la suya, por las que desfilarán diferentes mujeres, sustitutas parciales de aquélla. Porque en esa búsqueda infructuosa de la mujer que reemplace los recuerdos del amor de su vida, Chow halla a Su Li dividida en tres: el cuerpo Bai Ling (Zhang Ziyi, habitual en los films del director chino Zhang Yimou), una joven impulsiva, dispuesta a cobrarse, que se enamora irremediablemente de él, la mente Wang Jing Wen (Faye Wong), la sensible hija del dueño del hotel, y escritora aficionada, a la que Chow ayuda en su relación con un novio japonés que cuenta con la oposición del padre, como si con ello expiara culpas y saldara cuentas pendientes y el nombre otra Su Li Zhen (Gong Li, la antigua musa y compañera de Yimou), tahúr profesional apodada “La araña negra”, -quizás la más consciente de su ingrato papel en la función— , todas ellas marcadas por la fatali-dad y ninguna de las cuales logrará satisfacer lo imposible: que Chow recupere aquello que quedó tan atrás. Tres capítulos —al que cabe agregar el estelarizado por la madura bailarina Lulu/Mimi (Carina Lau)— pautados por la Nochebuena de años consecutivos, fechas éstas de las Navidades que, como bien sabe Charles Dickens, se prestan mejor que ninguna otra a la visita de fantasmas pretéritos que ahuyenten la soledad.

    Asimismo, “2046” es el título del relato futurista que Chow está escribiendo, cuya acción transcurre, precisamente, en ese mismo año. En esta segunda ficción, trasunto de la primera, los protagonistas viajan sin retorno, a bordo de un tren ultramoderno, hacia un tiempo que promete haber conservado intacta la memoria, caso de ese joven nipón (Takuya Kimura) que persigue en una androide de reacciones retardadas lo mismo que anhela Chow, con idénticos resultados.

    De este modo paralelo, va cobrando forma la paradoja que empuja a los personajes a huir hacia el futuro para reencontrar un pasado idealizado que nunca volverá. Amor y tiempo como dos coordenadas invisibles que marcan el destino —uno, determinado e irrepetible— y se cruzan en ese número mágico —estancia de hotel, emplazamiento en la ficción literaria, morada de recuerdos—.

    Toda esta maraña de episodios vitales y tormentas sentimentales, llevados con parejo tacto y expresión por los actores principales, se transforma, a efectos prácticos, en un puzzle argumental de círculo cerrado, conducido por la voz en off de su protagonista masculino, que a menudo se desliza atrás y adelante en el tiempo, y donde el plano real convive con la fabulación. Pero a pesar de su aparente complejidad conceptual, “2046” discurre con la misma solidez y cla-rividencia que el material del que se nutre, el idioma de las emociones. La película exhibe la solución estilística que ya empleara en “In the mood for love (Deseando amar)”, de un preciosismo estético fascinante. Y es esa caligrafía de Wong Kar-Wai, intrínseca y tan reconocible, la más apropiada para desmigajar los pormenores del amor y sacar a la luz las dobleces del corazón. Su narración, con el falso aspecto de una improvisación musical, de borrador de un proyecto inacabado, tan pronto ahonda en el detalle tangencial como se recrea en lo pasajero, consciente como es de que lo importante no tiene por qué ser obvio y de que lo parcial es tan válido como el conjunto. Esto se traduce en sus acostumbrados e insinuantes fuera de campo, en los encuadres donde los personajes aparecen solitariamente descentrados o en esas escenas ralentizadas que pretenden congelar inútilmente el tiempo, siendo su dominio del ritmo y la composición, una lección magistral de las posibilidades que esconde el lenguaje cinematográfico.

    Al de Hong Kong le gustan los pasillos estrechos llenos de puertas de las casas de huéspedes, que propician el cruce de desconocidos; los espejos y marcos que ejercen de guillotina; las escaleras en las que los encuentros se hacen fugaces; los callejones nocturnos con esquinas de paredes desconchadas que invitan a apoyar la espalda; la lluvia que parece precipitarse desde las farolas; las volutas de humo ascendiendo hasta perderse contra el techo; los pies femeninos que danzan como si tuvieran vida propia.... Gestos, roces, retales; coreografías y espacios con los que levanta una arquitectura de lo efímero, caricia sobre la herida cotidiana con guantes de seda.

    Así, a esa primera piel hecha con las manifestaciones del alma, se suma una segunda capa, sucesión de imágenes exquisitas que la fotografía de Christopher Doyle, Lai Yiu Fai y Kwan Pun Leung arropa de nuevo, en ese tapiz con sello propio donde el rojo, el verde y el ámbar tienen adjudicado un puesto de honor. Y a este envoltorio visual, se añade una tercera textura, compuesta por el terciopelo de cuerdas, vocales o instrumentales, que conforman su banda sonora —otro tema principal y magstral de Shigeru Umebayashi rotundo e imborrable-, y un puñado de canciones tan atemporales como la historia misma, entre las que destacan “Siboney” de Xavier Cugat, “Perfidia” de Alberto Domínguez, “Sway” de Dean Martin, “The Christmas Song” de Nat King Cole, o el “Casta Diva” de la “Norma” de Vinenzo Bellini—. Diferentes pelajes indisolubles que constituyen una única epidermis.

    El resultado, engañosamente casual pero preciso en su construcción, es un sublime revulsivo para el espíritu, extraordinario en su belleza, elegante en sus maneras y agitador por su exótica proximidad. En “2046”, sentido y sensibilidad se abrazan para dar cobijo a una visión descarnada, pesimista, extenuante de nuestra naturaleza romántica, es decir, espantosamente real. Resaca, íntima e intimista, de ideas y vivencias, revisitación propia y ajena donde la sombra de lo perecedero es más alargada que nunca, a lo que hace Wong Kar-Wai la etiqueta de película se le queda corta. Sus trabajos son siempre experiencias demoledoras, porque acarician sentidos y muerden sentimientos. Si su cine gusta, no se aprecia, se adora. Salir con lágrimas en los ojos y transidos de emoción del cine es casi una declaración de amor."

    Proyecto Sesiones Dobles. Won Kar Wai: In the mood for love y 2046

    Proyecto Sesiones Dobles. Won Kar Wai: In the mood for love y 2046

    Por el blog de mi querido Portnoy me enteré de la iniciativa de postear sobre dos películas de un director. Y hacer referencia a los blogs que están en el ajo. Comoquiera que uno de mis directores favoritos es este maravilloso señor, me he apuntado. Las bases y las normas son éstas:

    Invito a todos (¡a todos, qué pretenciosa!), a que se animen a ver una o dos de estas pelis, y que se animen también a postear sus comentarios. Nos lo vamos a pasar la mar de bien.

    Comenzamos este nuevo y apasionante proyecto en el que proponemos a nuestros lectores a que vean dos películas de un determinado director para luego comentarlas, tal y como se explica en las instrucciones. En esta ocasión comenzaremos con Wong Kar-Wai, un director nacido en Shangai pero criado en Hong Kong, con numerosos premios y reconocimientos a sus espaldas, entre ellos el de mejor director en Cannes en 1997 por ‘Happy Together’.

    Las películas seleccionadas de este director son las siguientes:

    Título: ‘2046′
    Título original: ‘2046′
    Año: 2004
    Director: Wong Kar-Wai
    Guión: Wong Kar-Wai
    Reparto: Tony Leung Chiu-Wai, Ziyi Zhang, Chang Chen, Faye Wong, Maggie Cheung

    Título: ‘Deseando amar’
    Título original: ‘Fa yeung nin wa’ / ‘In the mood for love’
    Año: 2000
    Director: Wong Kar-Wai
    Guión: Wong Kar-Wai
    Reparto: Tony Leung Chiu-Wai, Maggie Cheung, Ping Lam Siu


    Fechas de visionado: Del 30 de Marzo al 15 de Abril
    Fechas de comentarios: Del 16 al 20 de Abril

    Blogs que participan:

    Books&Films, ¿Y si esta vez te quedaras?, Cineahora, Cinematic World, El día del cazador, El séptimo arte, El diario de Mr. Macguffin, Marco Velez, Himnem, Fabrica de ilusiones, Padded Room: Chronics floor, El lamento de Portnoy, La mujer justa, Bogotá 35MM, Ojo de buey, Viaje a Itaca, Sesión Doble, Ekilore, Rulemanes para Telémaco, Arteyliteratura, La linterna mágica, Rod@ndo, The Observer.

     

     

    La Bella y la Bestia de Jean Cocteau

    En 1946, el cineasta, poeta y pintor Jean Cocteau estrenó una de las películas más hermosas jamás filmadas: La Bella y la Bestia. Jean Marais, a la sazón amante suyo, llena la pantalla con su magnetismo, su belleza y sus enormes ojos claros. Dota a la Bestia de la majestad y de la melancolía que requiere esta historia de amor aparentemente imposible.
    Bella, que no sólo es bella sino buena, es fotografiada por Cocteau con reminiscencias de La joven de la perla, de Vermeer.
    Ella es Diana, la virgen pagana, y Bestia es el sol, con su enorme melena dorada de león hirsuto, ardiendo (literalmente) de deseo.
    El castillo donde habita ese ser solitario, pasional, intuitivo y desdichado está lleno de presencias: brazos sin cuerpo que sostienen los candelabros, puertas que hablan, espejos que muestran la imagen deseada. Bella se desliza por los pasillos como una aparición (efecto que Coppola plagió en su estimable Drácula), y ambos consiguen enamorarse del otro en esa convivencia forzada y un poco cruel.
    A pesar de que Cocteau contaba con un presupuesto modesto y utilizó deshechos de la guerra para crear ese maravilloso escenario y ese vestuario deslumbrante, la película brilla en todas sus partes y constituye toda ella un poema. Decadentista y esteticista aun siendo vanguardia pura, su estilo me fascina, tanto en El águila de dos cabezas, como en El testamento de Orfeo (en donde deslumbran Marais y la actriz española María Casares), o en el díptico de Los padres terribles, que por cierto se dice que estaba basada en la vida de los de Balthus (el mundo es un pañuelo).
    Hoy que vuelvo a ver La bella y la Bestia me vuelve a maravillar su romanticismo surreal. Plagada de erotismo y de pureza, es una obra que permanecerá, porque hay películas que no envejecen y ésta es una de ellas.


    La bella y la bestia, (Francia, 1946). Director y guionista(sobre le cuento dieciochesco de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont: Jean Cocteau; Reparto: Josette Day, Jean Marais (en el triple papel de Avenant, Bestia y Príncipe), Marcel André, Mila Parely, Nane Germon, Michel Auclair;Productor: André Paulvé; Fotografía:Henri Alekan;Música: Georges Auric; Escenografía: Christian Bérard y René Moulaert; Vestuario: Christian Bérard.

    Mis tres películas favoritas de 2006


    1. Babel, de Alejandro González Iñárritu.


    Durante mucho tiempo permanecerá en la retina ese suntuoso travelling inverso horizontal que marca el final de las cuatro historias entrelazadas con tanta solvencia como sensibilidad por el que es hoy, sin duda ninguna, el mejor director en activo (con permiso de David Lynch, naturalmente), Alejandro González Iñárritu.
    Extraordinario viaje por el dolor y el amor, por la injusticia y la solidaridad, por la herida personal y colectiva; por las fronteras que separan y por la hermandad entre los hombres. Con la belleza de un tratamiento cinematográfico que en todo momento es soberbio (y especialmente las escenas filmadas en Tokio) y que elevan la película a una categoría sublime, con actuaciones que quitan el aliento (de los actores profesionales y de los improvisados), con una fotografía impecable, caliente y fría, alternativamente roja, ocre y azul, muy personal, muy expresionista, y con una música absolutamente perfecta, Babel se erige como la película de 2006. Honda, viva, poética y realista.

    Babel, Dirección: Alejandro González Iñárritu. Guión: Guillermo Arriaga.
    Reparto: Cate Blanchett, Brad Pitt, Gael García Bernal, Adriana Barraza, Mahima Chaudhry, Jamie McBride, Kôji Yakusho, Rindo Kikushi, Shilpa Shetty, Lynsey Beauchamp, Paul Terrell Clayton, Fernández Mattos Dulce, Nathan Gamble. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Gustavo Santaolalla. Producción: Raúl Olvera Ferrer, Steve Golin, Jon Kilik, Tita Lombardo. USA, 2006.


    2. El Nuevo Mundo, de Terrence Malick.


    La mirada de Malick profundizando en una herida abierta, pero tocando únicamente lo que podríamos llamar la metáfora del Paraíso Terrenal hollado. Naturaleza y guerra, amor y odio. La épica del mundo virginal en el rostro de la bellísima Pocahontas. Toda la primera parte de esta película es un ejercicio que pocos pueden igualar: poesía pura.
    En la última parte, la que transcurre en Inglaterra, el drama ocurre ya en un ámbito más político que íntimo, más aparencial que auténtico, más convencional, y la película baja su tono lírico y diría, sinfónico, para hacerse melodía de cámara.
    Aunque irregular, una de las grandes películas de este año.

    El Nuevo Mundo, Dirección: Terrence Malick. Producción: Sarah Green, Terrence Malick . Guión: Terrence Malick. Música: James Horner . Fotografía: Emmanuel Lubezki. Vestuario: Jacqueline West . Reparto: Q’Orianka Kilcher, Colin Farrell, Christian Bale, Christopher Plummer, August Schellenberg, Wes Studi, David Thewlis, Yorick Van Wageningen. USA, 2005.


    3. El laberinto del Fauno, de Guillermo del Toro.


    Fábula e historia entrelazadas en una película sobre la muerte y el terror, sobre el fascismo y la intolerancia, sobre el miedo y el dolor, sobre la soledad y la inocencia.
    Abriendo brecha, la fábula nos interna en el mundo de la guerra y de la destrucción con una sutileza incontestable, con una delicadeza de cuento de terror gótico y a la vez con una dulzura lúcida, que interfiere con el horror de lo contado sólo para resaltarlo.
    La gran actuación de Sergi López ha pasado en cierto modo desapercibida entre las excelencias de los efectos especiales, la originalidad del acercamiento al tema de la postguerra española y la potencia de un guión prácticamente perfecto.


    El laberinto del Fauno, Guión y Dirección: Guillermo del Toro. Productores: Berta Navarro, Alfonso Cuarón, Frida Torresblanco, Álvaro Agustín, Guillermo del Toro. Productor ejecutivo: Edmundo Gil. Fotografía: Guillermo Navarro. Música: Javier Navarrete. Montaje: Bernat Vilaplana. Diseño de producción: Eugenio Caballero. Efectos especiales: David Martí (maquillajes), Reyes Abades. Reparto: Sergi López, Maribel Verdú, Ivana Baquero, Doug Jones, Álex Angulo, Ariadna Gil, Roger Casamajor, César Bea, Manuel Solo, Federico Luppi, Sebastián Haro, Mina Lira, Iván Massagué, Chema Ruiz, Milo Taboada. España-México-USA, 2006.



    Profundo Carmesí, de Arturo Ripstein

    Profundo Carmesí, de Arturo Ripstein

    En realidad, me había propuesto hablar de Pialat nuevamente (quería escribir sobre L’enfance nue), pero la reseña sobre la novela de Carlos Fuentes me llevó inesperadamente a revisar la que para mí es la mejor película de Arturo Ripstein, Profundo Carmesí por una asociación de ideas muy lógica. Al hablar de Carlos Fuentes hablé de Rita Macedo, y al hacerlo, cité su magnífica actuación en una obra juvenil de Ripstein: El Castillo de la Pureza; de ahí salté a reflexionar sobre la poética del cine ripsteniano, tomando como ejemplo esta película descarnada e intensa, cuyas virtudes son paradigmáticas dentro del universo de este autor.

    De nuevo en tandem con su esposa y guionista, Paz Alicia Garciadiego, Ripstein reelabora aquí una historia real ocurrida en los Estados Unidos que ya había sido filmada por Leonard Kastele en The Honeymoon Killers en 1970. Curiosamente, François Truffaut la cita como su película americana favorita. Salma Hayek se metió también en el papel de la verdadera protagonista de esta historia, Martha Beck, en Lonely Hearts, dirigida en este 2006 por Todd Robinson.

    Los verdaderos protagonistas murieron en la silla eléctrica en la prisión de Sing-Sing, en 1951: habían sido acusados de 17 asesinatos, aunque sus víctimas llegaban al centenar.
    Aquí, el desenlace se mexicaniza y los asesinos son ajusticiados con la famosa ‘ley fuga’ en medio del desierto sonorense, en un plano secuencia largo y esperpético, en el que Coral murmura a su amado Nico : ‘Hoy es el día más feliz de mi vida’ antes de caer fulminada por los disparos.
    A medio camino entre el esperpento y el melodrama, el cine de Ripstein se nutre de estos temas: crimen, miseria, amor desesperado. La muerte ronda siempre a sus protagonistas: es un personaje más. La historia de Coral y Nico (de Raymond y de Martha) le viene como anillo al dedo. El bolero que podría haber sido leit-motif de esta película se convierte en vals en esta obra, gracias a un tema hermoso de David Mansfield (la música del film ganó también en Venecia, donde Profundo Carmesí consiguió tres galardones).

    La interpretación es ejemplar. No es novedad en cuanto a Daniel Jiménez Cacho (Cronos, Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, Celos), uno de los grandes actores mexicanos, ni por lo que toca a Marisa Paredes, excelente como la viuda beata que sucumbe a los encantos del engañador; aparece brevemente la gran Patricia Reyes Spíndola, actriz fetiche de Ripstein (La reina de la noche, Así es la vida, La virgen de la lujuria, El coronel no tiene quien le escriba, El Evangelio de las maravillas, para sólo citar las obras de Ripstein en las que aparece); sobresale también Rosa Furman, en un breve pero contundente papel, y sobre todo Regina Orozco, (cantante de ópera y vodevil mexicano), estupenda como la enfermera Coral (verdadero ángel de la muerte), a quien dota de humanidad, locura y pasión verosímiles: decidida y sangrante en su amor incondicional.

    Los largos plano-secuencias característicos de Ripstein dan a la obra su ritmo ceremonial. El rito del amor convertido en sangre, en crimen, en huida y en redención. Es un tema vampírico: la sangre que alimenta el amor y la necesidad mutua de dependencia, de complicidad más allá de toda regla humana.

    Desgraciadamente no está disponible en DVD.


    Profundo carmesí (México-España-Francia, 1996):Dirección: Arturo Ripstein, Asistentes de Dirección: Iván Ávila y Edmundo Díaz, Producción: Pablo Barbachano y Miguel Necoechea [México]; José María Morales [España]; Marin Karmitz [Francia]; productora ejecutiva: Tita Lombardo; administrador de la producción: Puy Oria. Guión: Paz Alicia Garciadiego, Fotografía: Guillermo Granillo, Diseño de Producción: Mónica Chirinos, Marisa Pecanins, Macarena Folache y Patricia Nava; decorados: Antonio Muño-Hierro, Vestuario: Mónica Neumaier, Edición: Rafael Castanedo, Sonido: Antonio Betancourt, Gabriel Romo, Carlos Faruelo y Eduardo Valverde ,Música: David Mansfield ,Reparto: Daniel Giménez Cacho, Regina Orozco, Marisa Paredes,Verónica Merchant, Julieta Egurrola, Patricia Reyes Spíndola, Rosa Furman.