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Literatura y Libros

El rey con el corazón de alondra

El rey con el corazón de alondra

Felipe el hermoso (Felipe IV de Francia), nació en 1268 en el castillo de Fontainebleau, del matrimonio de Felipe III con Isabel de Aragón y murió a los 46 años de un accidente de caza. Destacaban en él dos características: la belleza y armonía de su cara y cuerpo, y la obstinación y rigidez de su carácter, por lo que también se le llamó el rey de hierro
Casó a los 16 años con Juana de Navarra, con la que tuvo siete hijos. Le sucedieron tres de sus hijos, Luis X, Felipe V de Francia y Carlos IV, y con ellos terminó la dinastía de los Capeto, cuyos restos descansan en la basílica de Saint Denis. Su hija Isabel casó con Eduardo II, rey de Inglaterra. Ella, en colaboración con Mortimer y con el apoyo de Francia, encarceló al rey y lo mandó matar, por sodomita, en 1327, antes de hacerse con la regencia del reino. Christopher Marlowe escribió una tragedia sobre este hecho y Derek Jarman hizo una película basada en la obra del dramaturgo inglés.
Felipe ataca a los templarios y consigue acabar con su poder. Jacques de Molay, gran maestre de la Orden, acabó siendo quemado en París y según se cuenta, maldijo a Felipe y a su dinastía y predijo la muerte de sus tres poderosos enemigos en menos de un año: el propio Felipe el Hermoso, el Papa Clemente V (Papa francés, instalado por Felipe en Avignon), y el burgués Nogaret, mano derecha del rey de Francia. Cuando en efecto murieron los tres en menos de un año, se comenzó a hablar de la dinastía de los "reyes malditos".
He comenzado a leer la serie de novelas históricas escritas por Maurice Druon (de la Academia Francesa), que escribió 7 libros sobre estos reyes Capetos.
En el primer volumen (El rey de hierro), se cuenta que al morir Felipe el Hermoso y extraerse su corazón para ser llevado al monasterio de Poissy, pudo observarse que se trataba de un corazón muy pequeño, como el de una alondra.
Saquen ustedes sus conclusiones.

Maurice Druon, Los reyes malditos ( 7 volúmenes), Barcelona, Byblos.


Jeeves y Wooster en otra historia de P.G. Wodehouse

Hace tiempo que me hice fan de Jeeves y de Bertie Wooster (a través de la serie de la BBC interpretada por Hugh Laurie, en el papel del atolondrado y encantador juerguista, y Stephen Fry, impagable mayordomo y cerebro gris de todas las aventuras). Como he terminado el curso, y a la vez que leo un estudio sobre el drama renacentista inglés, a ciertas horas me entrego al relajo y a la risa que me provocan las historias de P.G. Wodehouse.

De acuerdo, Jeeves comienza con uno de esos tour de force que a menudo se establecen entre el mayordomo y el joven inglés, cuando Jeeves, horrorizado por la compra de una chaqueta blanca con botones dorados, hace ver a su amo la inconveniencia de lucir tan horripilante prenda en Inglaterra. Bertie, quien apela a los sentimientos de orgullo y de pundonor de los Wooster, no cede. Se lleva la chaqueta a Brinkley, desafiando a su mayordomo. La guerra comienza. No sólo eso: Bertie se siente ofendido porque todos confían más en Jeeves que en él, a la hora de arreglar los desaguisados amorosos de toda esa tropa de jóvenes estrafalarios que constituyen el centro de la sátira en las novelas de Wodehouse.


Así, pues, Bertie toma las riendas del desaguisado, primero aconsejando a Gussie Fink-Nottle, el amante de las salamandras, y después a Tuppy Glossop, al mismo tiempo que asesora su tía Dahlia con la mejor estrategia para hacerse con quinientas libras para salvar su revista femenina. Previsiblemente, ocurre un gran desastre y nada puede hacer Bertie para arreglar el gran lío que ha montado, por lo que Jeeves debe intervenir.
Los diálogos son brillantes y las descripciones espléndidas. Entramos de lleno en el mundo de la sátira inglesa. Wodehouse es heredero de Shandy, Thackeray, Austen... El mundo de Jeeves y Bertie Woster es surrealista, delirante, simpático y absurdo y la lectura de cualquiera de sus historias es absolutamente recomendable para pasar ratos inmejorables.

(Ah, y si es posible, no dejéis pasar la serie, una de las mejores de aquellos tiempos míticos de la BBC).


P.G. Wodehouse, De acuerdo, Jeeves, Anagrama, Barcelona, 1990.

Papá, dame la mano que tengo miedo, de Leopoldo María Panero

Papá, dame la mano que tengo miedo, de Leopoldo María Panero

Leopoldo María Panero hace tiempo que me parece el mejor poeta en español vivo, Su prosa poética vuelve a ser torrente pasional de dolor y de herida. Junto a Rimbaud, a Lautréamont, a Nerval, esculpe sus palabras contra el abismo que lo sustenta. Panero salmodia su "temporada en el infierno", desde donde nos sacuden sus palabras. El alma, tras leerlo, duele y se agita.
Un libro que no debéis dejar de leer.

Cito:
Mi alma no es más que vejez y un río en la noche, un nudo de asfixia verde en la garganta, una imposible proximidad, una terrible dulzura de almas que gimen bajo el viento; una "Muerte de Virgilio" que nunca termina, una novela sin diálogos y sólo terror en la sombra, una araña que teje su propia desdicha, una telaraña de desdichas donde los pájaros se restriegan los unos contra los otros, gimiendo por la flor de una bofetada, de una bofetada del loquero, de una flor en la sombra (p. 26).

La casa de papel, de Carlos María Domínguez

La casa de papel, de Carlos María Domínguez

Mi amigo Ferran Pontón me regaló ayer este pequeño y hermoso libro, muy bien ilustrado. Es una nouvelle (novela corta o cuento largo) llena de encanto y de imaginación. Repleta de referencias bibliófilas, su planteamiento ya nos intriga y nos llena de emoción, porque describe muy bien a esa raza escogida y extraña, un poco freaky, que somos los letraheridos. Muy recomendable, tanto por el estilo como por el argumento. El autor, aunque creo que no es muy conocido aquí, tiene una trayectoria considerable, entre biografías, estudios y novelas.
Si queréis leeros un relato breve, lleno de suspenso y de belleza intrínseca, no lo dudéis.


Carlos María Domínguez, La casa de papel, Mondadori, Barcelona, 2007 (Ilustraciones de Peter Sís).
Premio Lolita Rubial, ha sido traducida a 18 lenguas.


El corazón devorado, de Isabel de Riquer

El corazón devorado, de Isabel de Riquer
Hace muchos años leí un libro de Néstor Luján sobre Margot, la reina de Navarra, y creo que fue entonces (aunque no recuerdo si en el libro
que cito se habla de ello), cuando supe de la leyenda del 'corazón comido'. O tal vez relacioné las dos cosas, pues se decía que Margot llevaba siempre un cinturón del que colgaban los corazones de sus numerosos amantes y la morbosidad de esta leyenda parisina quizá se entrecruzó en mi mente con la crueldad y el morbo del relato del corazón comido.
Cuando hice la reseña de la película francesa Margot, mencioné este hecho. Más tarde compré, en edición de bolsillo, La leyenda del castellano de Coucy, de Isabel de Riquer, pero algún tiempo después lo regalé a mi ex-marido, que se ocupa de temas medievales.
Ahora ha aparecido en Siruela una reedición ( y a un precio módico para esa editorial), ampliada y puesta al día, de ese mismo texto.

En el libro que hoy me ocupa, se narra primero la leyenda (culta, no de origen folklórico), que explica la historia de los amores adulterinos entre un poeta (en muchas versiones, ese poeta es el trovador Gillem de Cabestany) y la castellana de Coucy. Enterado el marido, hace matar al poeta y exige a su cocinero que prepare su corazón. (Por cierto que este hecho da lugar a un peculiar 'recetario' de corazones humanos).
Luego, el airado marido da a comer a su esposa el despojo del amado y ella, ignorante de todo, lo come con delectación. Enterada después por su marido, de la verdadera naturaleza del manjar comido, decide dejarse morir de hambre (en algunas variantes, en otras se suicida o se aleja para siempre, perdiéndose en la nada), expresando su deseo de no probar más manjar, pues ninguno puede superar la delicia del corazón comido.
La creación de la leyenda se sitúa en el siglo XII y nace en Francia, pero da muchas vueltas por toda Europa y llega hasta Oriente y las Américas, en donde con diferentes variantes, se va expandiendo y metamorfoseando en los detalles, aunque conserve su esencia narrativa.
El libro de Isabel de Riquer compila 22 textos que van desde los primeros textos del siglo XII hasta los de Mújica Laínez o Pere Gimferrer, pasando por los de Dante, Petrarca y otros autores. Y debería interesar a lectores curiosos y amantes de las historias extrañas.

Os dejo con el poema de Gimferrer:

Amb tanta la dolor les arracades
al penjoll de la vinya de la nit
no es mouen perquè el cor ara s'esquinci:
els enamoradisssos de l'ocell,
amb la testa de mort enllumenada,
ens migpartim al crit del cel del vespre
com el cor de Guillem de Cabestany
i l'ocell fa el revolt a la tortaxa
tres cops potser; l'ocell de jovenesa,
la mà parada de la nit als núvols,
l'ocell que és tot ferida quan vivim.

Y con tanto dolor las arracadas
de la vid de la noche en su racimo
no se mueven porque ahora el corazón
se desgarre: los enamoradizos
del pájaro, alumbrada de muerte la cabeza,
nos partimos por la mitad al grito
del cielo del crepúsculo como el
corazón de Guillem de Cabestany
gira en la torre el pájaro tres veces
quizás, el pájaro de la juventud,
la mano de la noche que se alarga en las nubes,
el pájaro que es sólo llaga cuando vivimos.

(Versión de Justo Navarro). p. 282.



Néstor Luján, Margot, la reina de los corazones, Barcelona : Planeta, 1994.
Isabel de Riquer, El corazón devorado, Una leyenda desde el siglo XII
hasta nuestros días
, Madrid, Siruela, 2007.

 

 

 

Pequeña trilogía: La mujer, por Mario De Lille Fuentes

Pequeña trilogía: La mujer, por Mario De Lille Fuentes
Mi primo Mario * es escritor y arquitecto ha publicado varios libros (novelas, cuentos, poesía), dirige la Escuela de Escritores de Tabasco (vive, desde hace décadas, en Villahermosa, Tabasco), y le he pedido que me cediera un texto para publicar en esta página. Ha accedido y me ha enviado estos tres mini relatos. Gracias, querido Mario.


MUJER DE PIEDRA


Le dijo que lo esperara. Que iba a probar suerte al otro lado.
Que era un hombre de palabra y eso vale en cualquier parte
del mundo. Que le fuera fiel porque las mujeres tienen la
paciencia de las hormigas. Que pensara en todos esos días y
esas noches cuando el amor no les cabía en el cuerpo y
menos cuando ella sentía que la cama se poblaba de
ángeles. Que no en balde después de tanto polvo de tantos
caminos, no era como para decir el surco es un animal
estéril. Sin embargo, la mujer permanecía callada como
piedra.
-Espérame mujer, con las uñas prendidas en la colcha de los
cien cuadros que nos regaló tu madre en la noche de bodas
–le dijo.
Le recordó que el no tener hijos no significa nada porque al
fin y al cabo, ahí estaban sus ahijados: desobligados,
incrédulos, holgazanes, maloshijos. Que la cosa del dinero
siempre tiene compostura pero la salud, no. Que a eso iba y
no a otra cosa. Que vería cómo iban a arreglar la casita y que
entonces vamos a salir de vacaciones a muchos lados. Que
le tuviera fe, pues, casi como al Cristo de las cuatro llagas,
porque ¿qué otro remedio les queda a los pobres que creer
en los santos y sus santos sufrimientos? Sin embargo la
mujer permanecía callada como piedra.
En fin, se pasó toda la madrugada y parte del amanecer con
la palabra en la boca. A veces como orando y otras como
haciéndose el enojado; porque está bien que sea callada y
sumisa con su marido pero no con esa sarta de parentela,
sobre todo los compadres, exigente y hasta grosera. Incluso
se le rodaron las lágrimas porque sabía que a pesar de
tantos ruegos la mujer no iba a cambiar.
Fuerte su mujer, de ahí sus esperanzas. Sin embargo la
mujer permanecía callada como piedra.
Se fue. Nunca escribió ni mandó un quinto partido por la
mitad.
Pero la mujer de veras es aguantadora y paciente. No se
movió ni un pedacito de esa piedra pesada y gris que su
hombre le había mandado hacer con tanto esmero y
sacrificio.


EL CUENTO DE NUNCA ACABAR



¿Qué te pasa criatura amada? ¿Por qué tanto temor a la luz?
Si aquí está mamá para que no pases miedos ni fríos. Anda,
corazón mío, estate tranquilo un momento que no me dejas
terminar este trabajo. A ver chiquito: ¿tienes hambre? Abra
esa boquita preciosa. ¡Caramba! ¿por qué tanta inquietud?
¿por qué tanto ruido? Duérmase mi niño y duérmase ya, que
si no se duerme va a venir el coco y se lo comerá. No papito,
claro que no: esas son cosas de mi abuela que le cantaba a
mi mamá y mi mamá a mí,  pero no es cierto, el coco no
existe. Lo que sí existen son los malos hombres que de
grandes juran y perjuran que madre sólo hay una, pero no la
de sus hijos. Pero tú no vas a ser así ¿verdad precioso?
Tienes que tomar conciencia que la mujer es muy sensible –
mucho más que el hombre– y esas cosas ya pasaron a la
historia. Por lo menos eso dicen en Civismo y en los
periódicos. Créemelo hijito, créemelo. Y ya estate quieto,
por Dios. Deja un rato tranquila a tu madre que tiene tantas
cosas que hacer. Así, así angelito, si tú siempre has sido tan
entendido y tan bueno. Por eso te adoro, hermosura mía. Te
juro que no tienes idea de cómo hemos sufrido las mujeres
a través de los siglos. Cuánta razón tiene el curita nuevo, las
cosas tienen que ser parejas, aunque yo no veo tan claro
cómo hacerle. La vida es dura, pero nuestra esperanza está
puesta en ustedes, estos muchachitos en esta nueva era. ¡Ay
nene! ¿Qué acaso no te gusta que mamita te cuente sus
cosas? Tranquilo, tranquilo.
Porque oye, no se te vaya a ocurrir que seas una bebita y
toda la ropa que te he hecho es azul. Por favor Diosito
santo, una sola cosa te pido: no quiero traer al mundo a otra
mujer para que sufra como yo.
Con una basta, porque todo lo que dije me suena al cuento
de nunca acabar.

¿NATALIA-JULIANA?


Cuentan los biógrafos de Pedro Pablo Rubens (entre ellos el
joven Marcello, el pintor tuerto, hijo de la fiel Juliana) que
ese día el excelso pintor se levantó con un humor de
placenta  negra.
La noche anterior se había excedido en beber “la leche de la
mujer amada”. Y a pesar que era un estupendo bebedor –
sobre todo de los vinos de Alemania–, mostraba a todas
luces los estragos del desaforo reciente; aunque nunca como
el adolescente pintor preferido. Pero el lienzo más reciente
lo estaba esperando, y el maestro, acompañado de sus
alumnos, se dirigió a grandes zancadas al estudio.
       La bella Natalia, ansiosa, se bajó el camisón más allá
del recato impuesto por su amante, el duque de Mantua.
Rubens entrecerró los ojos y con un furor realmente
desconocido, le mordió el seno izquierdo, brotando un
chorro, mitad leche, mitad sangre (que sirvió después para
otro tema universal). Por cierto que Natalia había dado a luz
hacía unas cuantas semanas y sus pechos reventaban por los
ilustres gemelos; por eso el chorro no se hizo esperar.
Como toda mujer de la corte, Natalia se escandalizó y
montando en cólera rompió el retrato, no sin antes
amenazar al ilustre pintor con la ira y venganza del duque.
Rubens renegó de su suerte y del genio terrible de la
cortesana. Salió dando un portazo que hizo temblar el ala
norte del castillo y juró no volver a pintar a ninguna dama de
la corte.
Ofreció sus disculpas al duque –mismas que fueron
aceptadas para no hacer más grande la cosa y por tratarse
de quien se trataba–, trató de rehacer el cuadro, tomando
como modelo a la nodriza; se volvió a emborrachar y repitió
la historia de la mordida. Dicen sus alumnos, sobre todo
Marcello, que la buena mujer se mordió los labios hasta
sangrar, no emitió ningún grito y por supuesto no tomó
represalia alguna en contra del amado, tierno y eminente
pintor. Al contrario, ascendió unas cuartas del suelo y lívida
como la asunción de la Virgen, quedó plasmada por el pincel
maravilloso del ilustre flamenco.

Gracias a esta curiosa anécdota, “La virgen y el niño” pasó a
la posteridad como un claro ejemplo de cómo las soberbias
mujeres plebeyas son mejores modelos que las sofisticadas
mujeres de la corte; repitiéndose el tema por muchísimos
pintores barrocos.
Lo que nunca supo Rubens ni tampoco sus discípulos, y
mucho menos Marcello, es que la nodriza –dentro del área
del castillo– se ganaba el diez por ciento del descorche de
cada botella de “la leche de la mujer amada”.


* (Noticia biobibliográfica)

Mario De Lille Fuentes

 

Nació en México, D. F. el 6 de noviembre de 1936. Profesión: arquitecto. Renace en Tabasco desde 1961.

 

Participó como tallerista en los dos primeros talleres literarios de la localidad: Fernando Nieto Cadena y Andrés González Pagés. Coordinador de once talleres literarios en el estado y actualmente Director de la Escuela de Escritores “José Gorostiza” SET-SOGEM.

 

Obtuvo el premio “Justo Sierra O’Reilly” en 1986 y ha sido editado en diez obras, en los géneros de narrativa (novela, cuento y cuento infantil), poesía y dramaturgia.

 

Fue presidente fundador de la Sociedad de Escritores Tabasqueños “Letras y Voces de Tabasco” A. C. y actualmente es Director de la Escuela de Escritores “José Gorostiza”, (filial de dicha asociación) en Villahermosa.

 

En sus veintiséis años como escritor, ha producido poco, pero malo: Solamente yo quedo, Novela, 1986; Advertencias amorales al lector y cierto tipo de cuentos sumamente inocentes, 1988; Dios te salve Maria, non sancta, 1990), poemario. Un poema largo: Somos por la danza de tus manos (1998), incluido en el poemario: Semilla a punto de vuelo, 1999;  así como una pequeña obra trágico-narrativa: Dino a las drogas (1999, de la nueva narraturgia tabasqueña). También ha participado en varias colecciones colectivas: de la Sociedad de Escritores Tabasqueños: Antología de narrativa contemporánea de Tabasco, (1994); Primero a voz, (1995) y en ese mismo año: Antología de poesía. Además participa también en Eroticom plus, 2000; en la plaqueta En un ambiente sin hombre, 2001; y en el libro de cuentos infantiles y juveniles Casa llena, 2001 (en prensa). Lo más reciente publicado es un cuentario también de título corto, pero sugerente: Breve y verídica historia de como los lunáticos poblamos la Tierra. Y sus consecuencias, 2001. ¡Ah!: un libro de cuentos (Los cuentos del PaloMario), en extremo interesante, que está  revisando al haber terminado al alimón con su hermana (quien radica en el DF.), así como una recolección de ponencias con temática diversa. Como becario del FECAT, en  2004 terminó una antinovela o varia invención: Tropicalia. Su libro más reciente es de literatura para niños: Nuestro mundo con Clau-dia (coeditado por la SECURED, la UJAT y la SET). En este año de 2007 está trabajando en unos textos narrativos para niños: Minianimalismos del Trópico.



Jakob von Gunten de Robert Walser

Jakob von Gunten de Robert Walser

Jakob von Gunten fue la primera novela de Robert Walser que alcanzó una fama envidiable.

Leerla me ha recordado mucho a Thomas Bernhard, escritor austriaco que también hace un repaso demoledor de los fines de la enseñanza en uno de los volúmenes de su famosa pentalogía: la enseñanza destruye la iniciativa, la creatividad del individuo y le convierte en una oveja del rebaño social.

Éste es el tema de la novela de Walser. En Bernhard, este hecho incontestable se vive como una frustración, como una herida. En Jakob von  Gunten es una bendición, un bien precioso. No ser nadie, no tener opiniones propias, no hacer nada, no aprender nada, no cuestionar: obedecer, callarse, Aceptar la mediocridad. ¿Por qué? No lo sabemos. Jakob se sumerge en el mundo de la Academia Benjamenta y se enamora de la señorita y del director: son sus maestros. A su lado, los compañeros ( Fuchs, Schilinski, Schacht, Kraus  y otros), unos más torpes que otros, alguno con grandes cualidades. Jakob -voz narrativa-,  resalta siempre en ellos lo positivo, sin dejar de mencionar, de pasada, sus defectos. Von Gunten asume la realidad, la acepta, sólo a veces duda, se contradice muchas veces, medita, decide no ser. No ser importante, no ser encantador, no ser elegante, no resaltar, no llamar la atención: ser una persona invisible, prescindible para todos menos para los Benjamenta.

Lo extraordinario del enfoque y la escritura, una escritura distante, y sin embargo activa, emocional por ese mismo distanciamiento que es el del personaje con relación a la vida, nos involucra en la trama. Una trama de extraño realismo, a la vez que onírica por su transparencia metafórica, que se proyecta como una radiografía de la realidad de nuestras sociedades-castradoras.

En el conformismo puede encontrarse la felicidad, nos viene a decir Jakob. En la ausencia de ambiciones, en la aceptación de una realidad mísera es en donde podemos ser. Sin pensamiento crítico, podemos vivir, plenamente imbuidos de esa nada. Marchar por la vida como si estuviéramos en un inmenso páramo blanco, nevado, frío, ausente de vida o de floración en ausencia de ilusiones que, de existir,  sin duda alguna se evaporarían dejando dolor. 

Jakob siente. Pero siente como en segunda potencia, lejos, a la vez que multiplicado. No quiere ser otro von Gunten. Quiere ser un Bejamenta. Su entrada en la casa de los hermanos es su iniciación en ese mundo hiperrealista y lleno de misterios para el joven estudiante. 

Hay algo de perverso en todos esos libros que hablan de internados. Lo hay tanto en Jane Eyre de Charlotte Brönte como en  la primera parte de La sombra del ciprés es alargada de Delibes, aunque los mundos de sus narradores estén tan lejos, en el tiempo y en el espacio. El interregno del internado (también pienso en Cero en conducta de Jean Vigo), es ese purgatorio de soledades y de lejanías y de descubrimientos personales que no están lejos del dolor, pero que son sólo preparatorios, aunque en sí mismos constituyan un mundo. Un mundo en que se vive absolutamente, como si el mañana no existiese.

Jakob von Gunten es una gran novela. Misteriosa, evocadora, triste, con una melancolía tenue, casi imperceptible, tan evanescente como los sueños que tiene el adolescente narrador sobre la señorita Benjamenta.

Walser es como Lucien Freud, como Stanley Spencer, un creador de miradas.



Robert Walser, Jakob von Gunten, Ed. Siruela, Madrid, 2003. Trad, de Juan José del Solar.  

Cooper o las soledades elementales de Patrick Lapeyre

Cooper o las soledades elementales de Patrick Lapeyre La última novela de Patrick Lapeyre, publicada con mucho mimo por Funambulista, me ha decepcionado. Es una trama monotemática: la obsesión que un hombre de 40 años siente por su hermana y su perpetua espera: ella está en Canadá y él agoniza entretanto, incapaz de pensar en otra cosa que no sea ella.  A pesar de estar escrita con toques de humor, la narración se hace tediosa; la repetición y la poca altura literaria que hay en el texto se me hicieron muy difíciles de soportar; sobre todo acostumbrada al lirismo de Auster cuando sus personajes llegan a ese punto de no retorno, cuando carecen ya de todo, cuando están a un minuto de morirse de pena.

El libro que nos ocupa ganó el premio Livre Inter 2004 en Francia y al parecer, fue éxito de ventas. No me explico por qué… A ver si alguno de mis lectores me ilumina al respecto, porque, por lo que veo, ya va por la segunda edición en España.

Patrick Lapeyre, Cooper o las soledades elementales ( L'Homme-soeur), ed. Funambulista, Madrid, 2006. (Traducción de Ninca L. Bassols, e ilustraciones de Aifos Álvarez).

El quinto en discordia, de Robertson Davies

El quinto en discordia, de Robertson Davies

Mi librero, Ferran Pontón, me recomendó este libro y no es extraño porque fue premio de los libreros catalanes en 2006. Aparte de John Irving no he leído nada de literatura canadiense. Me he encontrado con un libro hermoso, bien escrito a la manera clásica, realista y descriptivo; dotado de un humor corrosivo y crítico hacia la sociedad que retrata y al mismo tiempo, un libro atravesado por un halo de melancolía y de nostalgia.

El quinto en discordia es la primera obra de una trilogía, la de Deptord, lugar de nacimiento del narrador, Dunstan Ramsay. No me cabe duda de que leeré los otros dos volúmenes que la conforman.

Un accidente trivial marca el inicio de la historia: un chico, Boy Staunton, lanza una bola de nieve con una piedra dentro a nuestro narrador, en un lejano día de infancia. La bola es esquivada y no da en el blanco. Golpea a la señora Dempster, quien se va a convertir, a partir de este hecho, en el eje sobre el que va a girar toda la existencia de Ramsay. A partir de aquí, la historia se centra en ese pequeño pueblo dividido no sólo por clases sociales, sino por las diferentes iglesias, la presbiteriana,, la anabaptista y la católica. Los dimes y dientes, la crueldad de los rumores, la intransigencia de unos, la bondad de otros, los sentimientos ocultos, todo se va desplegando ante nuestros ojos. La relación profunda que surge entre la señora Dempster y Ramsay a pesar de la diferencia de edades y la responsabilidad que él siente hacia ella marcan toda la primera parte de la novela. La dulzura de ella es un descubrimiento precioso para un chico oprimido por unos padres que son como dos extraños. Vínculos. Los vínculos misteriosos.

El otro eje sobre el que gira la novela, de muy distinto signo, es el que unirá a Ramsay con Boy Staunton: por oposición. Boy es brillante, guapo, rico y tiene mucha suerte: el reverso de Ramsay. Hay un poso de envidia y a la vez de desprecio: Boy no es lo que quisiera ser Ramsay y sin embargo, Ramsay lamenta no ser como él. Sin embargo, la relación será siempre cordial, incluso de mutua ayuda, casi de amistad. La bola de nieve que Staunton le lanzó un día empujó la vida de Ramsay en un sentido que jamás habría tenido de otro modo. A lo largo de la novela, la presencia de Boy siempre será decisiva para el narrador.

Las diversas etapas de la vida de Ramsay: sus cuidados y preocupación por el triste estado de la señora Dempster, su participación en la Primera Guerra Mundial, su heroísmo involuntario, su regreso al hogar, sus amores, su vida como profesor de Historia, todo es narrado con pasión y a la vez con un distanciamiento irónico, siempre ameno. Ramsay es un bicho raro y él lo sabe. Robertson Davies sabe imprimir a su historia la fuerza y la belleza necesarias para no dejarnos salir de sus páginas.

Os recomiendo calurosamente la lectura.

 

Carlos Fuentes, Diana o la cazadora solitaria

Carlos Fuentes, Diana o la cazadora solitaria

Hace décadas que la creación novelística de Carlos Fuentes me resulta decepcionante. Cuando lo comencé a leer, yo tenía 18 ó 19 años. Me inicié con esos relatos magistrales de Aura o La muñeca reina, y después me interné en aquel universo culto, vertiginoso y especial que creó desde su primera novela:   Los días enmascarados, La región más transparente,  Las buenas conciencias, La muerte de Artemio Cruz, Cantar de ciegos o Cambio de piel (mi preferida).

Creo que su decadencia comenzó cuando publicó Zona sagrada en 1967, una novela muy parecida a ésta, Diana o la cazadora solitaria, A partir de entonces, Fuentes ha incursionado con varia fortuna en el ensayo (es notable para mí su Tiempo mexicano ( 1971) , y se ha convertido en un intelectual tal como se entiende esa palabra en América Latina. Un  hombre comprometido, lúcido en lo político y en lo ético, con una prosa excelente, una gran capacidad de análisis, pero ya sin magia, sin esa magia que elevaba sus creaciones iniciales. Sus primeras novelas nada tienen que ver con las publicadas después de los setenta. 

La verdad es que yo estaba en medio de una crisis de creación que yo mismo aún no medía. Mis primeras novelas tuvieron éxito  porque un público lector nuevo en México se reconoció (o todavía mejor, se desconoció) en ellas, dijo así somos o así no somos, pero en todo caso, les dio una respuesta interesada, y a veces hasta apasionada, a tres o cuatro libros míos, que eran vistos como puente entre un país convulso, mustio, rural, encerrado, y una nueva sociedad urbana, abierta y acaso demasiado abúlica (…) No quise repetir el éxito de esas novelas. Acaso me equivoqué en buscar mi nueva fraternidad sólo en la forma, divorciándome de la materia. El hecho es que un día llegué al agotamiento palpable entre el fondo vital y la expresión literaria. (p.63). 

En cuanto a las novelas posteriores, Terra Nostra (1975), La cabeza de la hidra (1978), Gringo viejo ( 1985), Cristóbal Nonato (1987), Instinto de Inez (2001), La silla del águila (2003) o Inquieta compañía (2004),  me han parecido obras fallidas. A menudo su escritura se me ha vuelto aburrida, farragosa, superficial o prescindible.

Y sin embargo, le sigo leyendo. ¿Y por qué? Quizá porque sigo buscando aquel don primero, aquella fascinación, aquel placer de tardes de lectura en el Parque Hundido, entre el reloj floral y el exhibicionista de la Avenida de los Insurgentes; tardes de la colonia Florida, cuando yo era poco más que una adolescente ávida de palabras, aventurera de lecturas interminables.  

La naturaleza muere pero sus nombres son idénticos. La flor, el pájaro, el río, el árbol, la cosecha, tienen siempre el nombre de la rosa y el colibrí, el Nilo y el pirul, el trigo. Su muerte, su paso, no cambia sus nombres (Cambio de piel). 

Así que después de un tiempo sin leer a Fuentes, y habiendo visto hace poco la Santa Juana  de Otto Preminger con Jean Seberg por enésima vez, decidí adentrarme en esta novela, más autobiográfica que lo que suele serlo cualquier novela, pues está basada en la historia de amor y de pasión que mantuvo Fuentes con Seberg en los años 69/70.

La obra está escrita en primera persona: son unas memorias de aquellos días, de aquellas semanas, de aquellos dos meses en que Fuentes y Seberg se amaron y se dejaron de amar.

La historia de la creación de una pareja y de su posterior disolución es universal, pero es siempre distinta, siempre íntima. Hacerla pública le confiere una categoría ficcional a lo vivido, le confiere un análisis que no lleva en sí ninguna relación, que por naturaleza es pasional, es irracional y no meditada: es absurda, siempre. Pero después, ay, sí, después, cuando esa relación es vertida en palabras, entonces se ve, se ve verdaderamente  lo que fue, y más todavía, lo que significó. Escribir lo vivido permite también ponerlo en contexto. Toda vida transcurre dentro de una coordenadas políticas, económicas, sociales, pero mientras es vivida estas redes no se ven. Es cuando volvemos la vista atrás, cuando ponemos eso vivido en palabras, cuando reflexionamos y pensamos sobre ello, que nos damos cuenta de cuánto influyó en nosotros ese contexto inevitable. Al mismo tiempo, todo cuanto escribimos, de modo radical, ya no late. 

Diana la cazadora solitaria. Esta narración lastrada por las pasiones del tiempo se derrota a sí misma porque jamás alcanza la perfección ideal de lo que se puede imaginar. Ni la desea, porque si la palabra y la realidad se identificasen, el mundo se acabaría, el universo ya no sería perfectible simplemente porque sería perfecto. La literatura es una herida por donde mana el indispensable divorcio entre las palabras y las cosas. Toda la sangre se nos puede ir por ese hoyo. (p.16). 

La figura de Seberg-Soren  se recorta así en un primer plano en que resaltan su pureza de muchacha de Iowa que salta a la fama de un día para otro, tras su elección como Doncella de Orleáns en el film ya citado; su inconsciente y candorosa posición política, sus relaciones con los grupos de los Panteras Negras, su matrimonio abierto con un escritor e intelectual francés, su incómoda posición frente al cine de Hollywood y la persecución de que fue objeto por parte de FBI y CIA. El discurso político de Fuentes entra en todos los ámbitos de esta narración: la sustenta. La poderosa fuerza destructora de ese imperio represivo e intrusivo se hace visible en todo: no sólo en la persecución de Diana, también en otros ámbitos, impregnándolo todo, manchándolo todo.  

Ella, todos los años regresaba a su pueblo en Iowa a conmemorar el Día de Acción de Gracias, ese Thanksgiving que sólo los gringos celebran. Les recuerda su inocencia: eso es lo que de verdad celebran. Evocan el año cumplido por los fundadores puritanos (…) Yo los llamo, para hilaridad de algunos amigos los primeros espaldas mojadas de los Estados Unidos. ¿Dónde estaban sus visas, sus tarjetas verdes? Los puritanos eran trabajadores inmigrantes, igualito que los mexicanos que hoy cruzan la frontera sur de los Estados Unidos  en busca de trabajo y son recibidos, a veces, a palos y a balazos.  ¿Por qué? Porque invaden con su lengua, su comida,  su religión, sus brazos, sus sexos un espacio reservado para la civilización blanca. Son los salvajes que vuelven. En cambio, los blancos gozan de la buena conciencia del civilizador. Roban tierras,  asesinan indios, decretan la separación sexual, impiden el mestizaje, imponen una intolerancia peor que la que dejaron atrás, cazan brujas imaginarias y son, sin embargo, los símbolos de la inocencia y de la abundancia. (p. 91).   

El interludio mexicano de Jean Seberg es breve pero no ya anecdótico, puesto que ha sido rescatado por la literatura y ha sido completado su retrato con el retrato de su nación y de su tiempo. Fuentes también se retrata a sí mismo y no es autocomplaciente. Se nos muestra soberbio, pero también consciente de sus fallos, de la pérdida del don mágico de la escritura, consciente de que su matrimonio con Luisa Guzmán (en la realidad Rita Macedo, una excelente actriz que podemos ver en películas de la etapa mexicana de Buñuel, como Nazarín, o en otras de Ripstein como El Castillo de la Pureza)  ha fallado ya, a pesar de los esfuerzos de ella. Fuentes nos cuenta con franqueza su donjuanismo, su esnobismo, su persistente lucha contra y por las palabras…  

Mínimo Don Juan cuarentón de la noche mexicana yo aspiraba como hombre a este poder de metamorfosis y movimiento, pero sobre todo lo deseaba como escritor. Amando o escribiendo, nada es más excitante o más bello que reconocer  la resietncia mutua entre el poder que ejercemos sobre un semejante y el poder que el otro –hombre o mujer- ejerce sobre nosotros (…) Este es el terreno común del sexo y la literatura. Pasa un ángel con alas de ceniza. (p.22).  

El matrimonio de Fuentes y Macedo es otra relación que se deshace, al mismo tiempo que se deshace el breve encuentro con Seberg. Todo se desvanece en esta novela: los  yo de Fuentes y de Seberg, sus matrimonios, su relación con el cine (en el caso de ella) y con la literatura (en el de él). Todo está en crisis y en proceso de destrucción. El mundo también se deshace en medio de la corrupción, de la suciedad de los agentes secretos de la CIA o el FBI empeñados en el fútil intento de destruir a una actricita de Iowa. 

Me crucé con ella una noche en un restaurante de París a finales de los setenta. Me sonrió fijamente pero no me reconoció. Era como una muerta a la que no le cerraron los ojos. Una sonrisa sin destinatario. El desfase de la mirada. Una zombi de carnes hinchadas. Una carne miserable. Una belleza mal nutrida. (p.219).  

Sin embargo, él seguirá escribiendo tras esa tormenta, mientras que ella, más frágil, más sola,  también más implicada en la política aunque sea de manera un tanto irresponsable, irá cayendo hasta llegar al momento de la muerte. Drogas, cirugía plástica, tristeza, depresión, la muerte de un hijo recién nacido…todo la lleva hasta su destrucción como ser humano, pero no como actriz ni como musa. Al menos dos obras, aparte de sus films, sobrevivieron a su caída: Diana o la cazadora solitaria, y Lágrimas negras, la obra póstuma de Ricardo Franco.

Recuerdo y escribo para recordar el momento en que ella siempre sería como fue, esa noche, conmigo. (p.12).  

Carlos Fuentes, Diana o la cazadora solitaria, Madrid, Punto de lectura, 2006 (14ª edición).

       

Felicitamos a Paul Auster por su premio Príncipe de Asturias de las Letras

Felicitamos a Paul Auster por su premio Príncipe de Asturias de las Letras

Paul Auster, uno de los escritores consentidos de este blog, ha recibido hoy su merecido premio Príncipe de Asturias de las Letras. Ha venido acompañado de su esposa, la también escritora Siri Hustvedt y de su hija Sophie (que ha sido protagonista en este espacio a pesar de su juventud), Auster ha estado tres días en Oviedo, cerca de todos: ha dado conferencias, ha concedido entrevistas, ha fraternizado con todos. El gran creador, el gran narrador Paul Auster, un hombre que sabe escribir, y que sabe escuchar. Y que hoy ha dicho, en su discurso,  algo que me ha gustado mucho: ¿Qué es lo que lleva a un hombre a sentarse solo, con una pluma en la mano, en un cuarto cerrado, día tras día, semana tras semana, mes tras mes y año tras año? No lo sé. Sólo sé que no podría hacer otra cosa, y que quiero seguir haciéndolo hasta mi último aliento.

Tus lectores, Paul, te lo agradecemos.

Y esperamos que en esa habitación cerrada sigas esgrimiendo tu pluma día tras día, semana tras semana, mes tras mes y año tras año, hasta tu último aliento.   

 

Podéis consultar el discurso completo aquí.

Foucault: Vigilar y Castigar. Los vicios del poder

Como os he comentado, comencé mi curso de 2º de Bachillerato hablando del ensayo y de Montaigne. Al hilo, mencioné a dos escritores franceses del siglo XX: Pascal Quignard, por quien sabéis que siento una atracción irresistible, algo lujuriosa, y Michel Foucault, autor que comencé a leer antes de cumplir los veinte, cuando cayó en mis manos su Yo, Pierre Rivière... junto con La reclusa de Poitiers de André Gide. Ambas lecturas me dejaron una impresión imborrable. Después, Las palabras y las cosas, la inconclusa Historia de la sexualidad o Vigilar y Castigar han sido algunas de mis lecturas de cabecera.
En este video vemos un fragmento de diálogo entre Noam Chomsky ( a quien como pensador cuestiono, si bien reconozco que como lingüista es fundamental), y Foucault. Oyendo a éste último, pienso que su pensamiento sigue vigente, especialmente por lo que toca al significado de "educar"desde el Poder: vigilar y castigar, reprimir y condicionar... y por tanto, incidir sobre el problema de la Libertad y de la Justicia.

Releyendo a Montaigne

Releyendo a Montaigne

He vuelto a clases y a las lecturas pertinentes. El primer tema de mi programario de Bachillerato es el ensayo, y he vuelto a Montaigne. Cuando leo a Quignard o a Foucault, me olvido de que mi primer contacto con el pensamiento francés fueron los Ensayos de Montaigne; su clara prosa, su pensamiento siempre conciliador y amable, a veces crítico, siempre analítico, en el mejor sentido de la palabra, fueron los faros que me llevaron después hacia esa prosa francesa límpida y racionalista que tanto amo.
Una de las cosas que debo agradecer a mi profesión es que hace surgir en mí la necesidad de volver a las fuentes y refresca mis más emotivos recuerdos literarios.

"Es el juicio un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razón me sirvo de él, sondeando el vado desde lejos; y luego, si lo encuentro demasiado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideración. A veces imagino dar cuerpo a un asunto baladí e insignificante, buscando en qué apoyarlo y consolidarlo; otras, mis reflexiones pasan a un asunto noble y discutido en el que nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino está tan trillado que no hay más recurso que seguir la pista que otros recorrieron. En los primeros el juicio se encuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se le antoja, y entre mil senderos decide que éste o aquél son los más convenientes. Elijo al azar el primer argumento. Todos para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos, porque a ninguno contemplo por entero: no declaran otro tanto quienes nos prometen tratar todos los aspectos de las cosas. De cien miembros y rostros que tiene cada cosa, escojo uno, ya para acariciarlo, ya para desflorarlo y a veces para penetrar hasta el hueso. Reflexiono sobre las cosas, no con amplitud sino con toda la profundidad de que soy capaz, y las más de las veces me gusta examinarlas por su aspecto más inusitado. Me atrevería a tratar a fondo alguna materia si me conociera menos y me engañara sobre mi impotencia. Soltando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin designio ni plan, no se espera de mí que lo haga bien ni que me concentre en mí mismo. Varío cuando me place y me entrego a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual que es la ignorancia".

Algunos libros leídos y no reseñados


Este verano he leído mucho, pero no todo lo he podido reseñar aquí. Os dejo la referencia de lecturas que me han gustado mucho.

Adolphe, de Benjamin Constant, ed. Acantilado, 2002, Traducción de Marta Hernández. Benjamin Constant es un ensayista, pensador, político liberal y hombre de mundo, que mantuvo una historia de amor prolongada con otra gran escritora francesa de su época, Madame de Staël. Su trayectoria es muy amplia y su legado, inmenso, pero curiosamente, ha pasado a la historia de las letras por dos novelas breves, publicadas con ánimo pedagógico: Adolphe (1816), que ahora nos ocupa, y Cécile, que no he leído. Amor, desengaño, aburrimiento, manipulación. Una novela moralizante, nada complaciente. Tzvetan Todorov le dedicó un estudio: Benjamin Constant. La passion démocratique, París, 1997. Un clásico.

Trastorno, de Thomas Bernhard, ed. Alfaguara, Madrid, 1995, Traducción de Miguel Sáenz. Leer a Bernhard siempre es una experiencia inquietante. ESta novela me ha recordado mucho El Castillo de Kafka, una de mis obras favoritas, pero el estilo inconfundible, obsesivo, maniaco de Bernhard, a la vez que me exaspera, me fascina. Es un autor imprescindible.

Thomas el oscuro, de Maurice Blanchot, ed. Pre-Textos, 2002, Traducción de Manuel Arranz. Una obra, la primera novela del gran Blanchot, oscura y turbia, pura y bella; escrita desde un punto de vista imposible. Maravillosa, terrible, romántica, racional...perfecta para todos los amantes de Bataille y similares.

Encuentros con Samuel Beckett, de Charles Juliet, Biblioteca de ensayo Siruela, 2006, Traducción de Julia Escobar. El autor refleja en este pequeño gran libro, las conversaciones qu emantuvo con Beckett en 1968. 1973, 1975 y 1978. Indispensable para los amantes de ese escritor único, el autor de Malone muere, de Esperando a Godot, de Fin de partida, de Molloy. Con él, el lenguaje parece recién nacido, recién salido del magma originario. En este libro, Beckett nos descubre muchas cosas, y todas valen la pena.

Esperando a los bárbaros, de J.M. Coetzee y nosotros

Esperando a los bárbaros, de J.M. Coetzee y nosotros

Hoy que se paralizan vuelos cada dos por tres porque una pasajera lleva una crema “sospechosa” (y se comprueba después que es una crema limpiadora), que un ataque de claustrofobia de una pasajera hace que los servicios especiales de USA ocupen las pistas y por poco no sacan los tanques; hoy que las madres de bebés hayan de probar en presencia de las autoridades el líquido contenido en los biberones de sus hijos, y hoy que se desvían vuelos por “actitudes sospechosas” manteniendo un alto nivel de alerta en la mitad de los aeropuertos europeos, he recordado a J.M.Coetzee y su famoso libro Esperando a los bárbaros. Hace ya mucho tiempo que lo leí. Tanto, que ni siquiera conservo el ejemplar y he bajado a mi librería a comprarme otro. Vale la pena recordar que Coetzee escribió esta novela alegórica en una Sudáfrica paranoica y racista, en la que el apartheid era una forma de vida sancionada por la comunidad internacional. En la que los derechos de ciertos humanos (los nativos, por cierto, de ese inmensa tierra), eran sometidos a un régimen de esclavitud, segregación, tortura y crueldad extrema que podría, por sí solo, llenar todas las páginas de una Historia de la infamia no escrita por Borges.
La paranoia social, el miedo, la negación del otro a través de su destrucción, constituyen los ejes de esta novela. El otro, que nunca llega a tener rostro ni nombre. Incluso para el protagonista, un hombre bueno, que no aprueba las represiones de los del Tercer Departamento, ellos, los otros, no llegan a encarnarse. Duerme al lado de una chica durante cinco meses, la lava, la masajea, trata de aliviar las secuelas de la tortura a la que ha sido sometida (no por él, sino por los soldados), y sin embargo, no recuerda su cara, no sabe quién es ella.

Parecía haber siempre una neblina diseminándose desde su mirada vacía, una vaguedad que se apoderaba totalmente de ella. Fijo la vista en la oscuridad, esperando que surja una imagen; pero el único recuerdo en que puedo apoyarme completamente es el de mis manos llenas de aceite deslizándose por sus rodillas, sus pantorrillas, sus tobillos.

El protagonista, Administrador de ese territorio de frontera indeterminado, acaba naturalmente, siendo apresado y torturado por los mismos que han apresado y torturado a los bárbaros, acusado de traición.

Y es cierto que traiciona al Imperio, en la medida en que se permite cuestionar y rechazar sus métodos.
Obligado por ese deber íntimo, es sometido a la deshumanización constante a través del maltrato y se convierte en una sombra, un ser apenas humano, que sólo está pendiente de comer, de defecar, de caminar por la sombra cuando le es permitido.

Alguien me da un empujón y empiezo a balancearme de un lado a otro describiendo un arco a treinta centímetros del suelo como una vieja y enorme polilla cogida por las alas, gritando, clamando.
Prorrumpen en risas.

Pero los civilizados, los occidentales, los europeos invasores, los del Imperio, no se libran del miedo que estos bárbaros les provocan.
Su miedo hace que la vida del enclave civilizado transcurra como en una pesadilla. Una pesadilla de rumores, de expectativas aterradoras, de inseguridades profundas:

Los bárbaros salen de noche. Antes de que oscurezca hay que recoger la última cabra, atrancar las puertas y apostar un centinela en cada atalaya para dar las horas. Dicen que los bárbaros merodean por los alrededores durante toda la noche, resueltos a asesinar y saquear. Los niños ven en sueños cómo se abren las contraventanas y cómo los rostros feroces de los bárbaros les dirigen miradas aviesas. “¡Han llegado los bárbaros!”, gritan los niños, y no hay quien los tranquilice. Desaparece ropa tendida y comida de las despensas, por muy herméticamente cerradas que estén. Dicen que los bárbaros han excavado un túnel bajo las murallas; que entran y salen a placer y cogen lo que quieren; que nadie está seguro ya. Los campesinos todavía labran sus campos, pero salen en grupo, nunca solos. Trabajan sin ilusión: dicen que los bárbaros aguardan tan solo a que hayan sembrado para volver a anegar los campos.


17 de agosto de 2006: El vuelo 923 de United Airlines que cubría la ruta de Londres a Washington fue ayer desviado a Boston donde tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia. Aunque inicialmente se barajó la existencia de terroristas a bordo, finalmente resultó ser una pasajera que sufrió un ataque de claustrofobia. La ansiedad provocó que la mujer de 60 años mantuviera un altercado con la tripulación. El capitán del avión, que transportaba 82 pasajeros y 12 tripulantes, declaró entonces una emergencia de seguridad. El vuelo aterrizó sin incidentes en el aeropuerto Logan International de Boston después de ser escoltado por aviones de combate, según confirmó Amy von Walter, portavoz de la Administración de Seguridad en el Transporte de EE UU.

18 de agosto de 2006: Una terminal del aeropuerto Tri-State de Virginia Occidental (EEUU) fue evacuada después de que un perro adiestrado reaccionase ante una botella llena de un líquido sospechoso en el bolso de una pasajera, que resultó ser una crema limpiadora del cutis, según informó la Oficina Federal de Investigaciones (FBI).

La mujer propietaria del equipaje de mano en el que se halló el líquido fue detenida por la policía para ser interrogada, informó el director del aeropuerto, Larry Salyers, en declaraciones a la cadena de televisión "CNN".

La mujer, que iba a embarcarse en un vuelo a Charlotte (Carolina del Norte), nació en 1978 y es oriunda de Jackson (Michigan), según Salyers.
El servicio de vuelos comerciales fue interrumpido, y unas cien personas tuvieron que ser evacuadas de la terminal.

23 de agosto de 2006: La tripulación informó al piloto del comportamiento extraño de algunos de los 149 pasajeros al advertir que usaban el móvil, según informa la cadena Fox.

El fin de semana pasado quedó en evidencia el sistema de alerta terrorista en Holanda, después de que la oficina del Coordinador Nacional de Lucha contra el Terrorismo fuera informado tarde de la presencia de un sospechoso de portar una bomba en un festival de música, aunque finalmente todo resultó ser una falsa alarma.

24 de agosto de 2006: LONDRES.- Otro de los sospechosos detenidos en relación con una supuesta conspiración para derribar aviones en vuelo desde el Reino Unido a EEUU fue liberado anoche sin cargos, según confirmó Scotland Yard.

Según la nueva legislación antiterrorista británica, en vigor desde este año, las fuerzas del orden disponen de un plazo máximo de 28 días, desde el momento de la detención, para interrogar a los sospechosos.

(Las noticias están tomadas de la edición digital de los periódicos El Mundo y Cinco días)


J. M Coetzee, Esperando a los bárbaros, (Traducción de Concha Manella y Luis Martínez Victorio), Debolsillo, Barcelona, 2004.


Suelo Virgen, de Iván Turguénev

Suelo Virgen, de Iván Turguénev

Suelo Virgen es la última novela que escribió Iván S. Turguénev. Como supongo que sabéis, en Rusia había dos bandos: los occidentalistas y los eslavófilos. A ninguno gustó el tratamiento que otorga Turguénev aquí a la cuestión política previa que se planteó antes del advenimiento de la Revolución Rusa.  La causa que abrazan los protagonistas es la de los llamados Populistas, socialistas utópicos que precedieron a los revolucionarios en el último tercio del siglo XIX. Naturalmente, para leer Suelo Virgen no es necesario conocer los acontecimientos históricos. La novela por sí sola los explica. Turguénev no se casa con nadie, y de ahí que su novela explique muy bien las contradicciones inherentes a todos los implicados.La novela tiene como protagonistas a dos personajes: Nezdhánov, estudiante de 27 años, soñador, poeta (que reniega de sus raptos líricos por considerarlos superfluos y banales dado el momento histórico que le toca vivir), abocado a una causa que tampoco llega a ser para él central. Amargado por su origen (es el bastardo de un noble: ésa su herida incurable), huye de sus amigos populistas para ejercer de profesor para el hijo de un terrateniente liberal. Liberal entre comillas, ya que Sipiaguin, como todos los de su clase es, a pesar de sus convicciones pseudoliberales, un enemigo.El otro protagonista es Solomin. Solomin es el tecnócrata educado en el extranjero, el hombre de acción, el que sin teorías (incomprensibles, por otra parte, para el pueblo), hace: dirige una fábrica, crea una escuela para los hijos de los obreros, trabaja por el cambio progresista, que para Turguénev es la industrialización, la modernización de Rusia.Los Populistas (Markélov, Ostrodúmov, Mashúrina, Paklin, o el propio Nezdhánov), a pesar de luchar por el pueblo, están muy lejos de él. El pueblo, para ellos sigue siendo impenetrable, incomprensible: son los téoricos, los que deben aprender a relacionarse con su sujeto histórico, pero no lo consiguen. En cambio, Solomin es considerado por sus obreros como uno de ellos. Los Populistas son extraños para el pueblo al que intentan liberar (tanto, que incluso son aprehendidos por los propios mujiks), peroSolomin consigue comprender y ser comprendido. La paradoja no es nueva ni está en desuso. Recuerdo que una cosa muy similar le pasó al Comandante Marcos, que describe con sorna cómo los indígenas que él deseaba salvar del capitalismo se mostraban completamente ajenos a su discurso, cómo su vocabulario estaba lejos de reflejar las inquietudes de sus oyentes, cómo, a través de sus muchos años en la selva, tuvo que reeducarse él: que para poder ser comprendido tuvo que comprender, que cambiar. Esa misma incomprensión entre oprimidos y presuntos liberadores se muestra en Selva Virgen. Nezdhánov es un personaje semi-trágico. Lo es porque nunca alcanza a comprender realmente cuál es su finalidad en la vida, para qué está aquí. Incapaz de entregarse al amor o a la lucha, se aparta de todo. Acaba renunciando. Se ilusiona con Marianna, la sobrina de Sipiaguin, que hace esfuerzos increíbles para convertirse en una mujer del pueblo (esfuerzos que oscilan entre la comicidad y el patetismo, ante la mirada incrédula de Tatiana, la verdadera mujer del pueblo que la instruye (en la deseada e improbable metamorfosis : de baríshina a proletaria), pero Marianna sí cree, aunque sea una revolucionaria de salón. Ella también cree amar a Nezdhánov, pero pronto se siente desilusionada, y al mismo tiempo, atraída por Solomin. Como es habitual en Turguénev (quiero referirme a su propia vida sentimental para explicar esta característica de su narrativa), las escenas de amor son inexistentes. Nezdhánov ama a Marianna como Turguénev debió amar a Paulina Viardot: platónicamente, sin fuerzas o sin ánimos o sin valor para entregarse a sus pasiones y por tanto, incapaz de alimentar o de satisfacer las expectativas de Marianna. Ella, sin embargo, leal y pura como es, no dudaría en seguir al lado de Nezdhánov, cerrando los ojos a la atracción que siente por Solomin (y que es correspondida por éste),  sacrificando su vida al lado del imperfecto, mutilado anímicamente, Nezdhánov. Nezdhánov, sin embargo, es puro, es honesto, es bueno. Lejos de todos: de Solomin, de Markélov (el revolucionario convencido), de Mashúrina, que le ama secretamente, y lejos incluso de su mejor amigo, con quien se comunica sólo epistolarmente, se apartará de la vida.     La novela de Turguénev no hace concesiones ni a la paradoja política-social que se plantea a los pre-revolucionarios populistas, ni a las contradicciones anímicas de Nezdhánov. Una galería de personajes secundarios bien complejos y representativos, cuya descripción no cae jamás en el arquetipo mecánico completa la narración, en la que no sabemos qué plano es más importante: si el íntimo o el histórico, porque ambos se complementan perfectamente y se entrelazan con la maestría de la que sólo son capaces los grandes, los de la talla de Tolstoi, de Stendhal o de Thomas Mann.Como siempre, Turguénev hace gala de su elegante prosa, de su penetración psicológica, de su conocimiento profundo de la patria (o matria) Rusia, pero no se queda ahí. Es un texto perfectamente actual. Y puede suceder hoy, en cualquier sitio.Una gran novela y un placer para cualquier lector.  

Iván S. Turguénev, Suelo Virgen, Cátedra (Letras Universales), Madrid, 1992. Traducción y Edición de Manuel de Seabra.      

Lecturas

Lecturas

Como habréis notado, llevo más de una semana sin escribir. He tenido mucho trabajo: he estado haciendo un curso de Innovación en TIC-E (Tecologías de la Información y Comunicación en la Enseñanza), en la UPC, gracias a que el Departament d'Ensenyament nos ha admitido, a mi compañero Carles Ferrer y a mí, un proyecto de Innovación e Integración Curricular en el IES donde trabajamos. Después, cosas de organización, reuniones en el Instituto, proyectos atrasados en pdf de mis alumnos que tengo inacabados...

Esto no me ha mantenido lejos de la lectura, aunque sí de la escritura. He releído Veinticuatro horas en la vida de una mujer de Stefan Zweig (Acantilado), que os recomiendo. Se trata de un breve relato (una nouvelle), digno de la precisa perspicacia psicológica y de la maestría descriptiva del escritor austriaco. Está llena de sutileza y de fuerza, a la vez.

Releí también a Blas de Otero en una Antología: Expresión y reunión (Alianza Editorial), porque será una de las lecturas obligatorias del Curso de Segundo de Bachillerato que daré el próximo 2006-2007. Sin que se trate de un poeta al que yo leería por gusto, no dejo de reconocer su maestría, aunque su universo me resulta ajeno y sobre todo, su dramatismo, su tono recitativo o grandilocuente, me aleja de él. Aún así, he disfrutado de la lectura. Hay poetas a los que uno reconoce su calidad desde fuera, objetivamente, sin que por ello uno se sienta implicado en su discurso: éste es uno de ellos. Jamás me emocionará profundamente. Pero es probable que este tipo de poesía sea más adecuada para dar a leer a adolescentes, aunque yo prefiera a José Ángel Valente, a Cernuda o a Pedro Salinas...

Ahora estoy en medio del Suelo virgen de Ivan Turguénev ( o Turguéniev -con estos nombres rusos siempre oscila la ortografía española-, en Cátedra Universales). Me gusta mucho este hombre. Su sutileza, su prosa, elegante y profunda, tras de la que siempre hay una reticencia. Reticencia que es pudor y que es elocuencia al mismo tiempo. Me gustan los escritores que no lo dicen todo, que no son explícitos o expresionistas.  Y lo estoy disfrutando. La novela transcurre en la época pre-revolucionaria en Rusia, con los Populistas intentando insuflar rebeldía en las clases esclavizadas del campo y de la ciudad. El personaje central, Nezhdánov, es todo un logro. Pero también quienes lo acompañan en su periplo: Valentina Mijáilovna, Sipiaguin, Ostrodúmov, Paklin, Mashúrina... Como mi amigo Óscar, yo también tengo el alma un poco rusa.

Pasé por la librería a recoger un libro de texto y me traje una versión original y traducción de Who is me/Poeta de las cenizas de Pier Paolo Pasolini (DVD Poesía), de quien ya he escrito algunas veces y a quien siempre vuelvo con renovado placer interés. Me traje también En el trineo de Schopenhauer de Yasmina Reza (Anagrama), autora que me gustó mucho cuando vi en teatro (con Flotats, Carlos Hipólito y el gran - en todos sentidos- Josep Maria Pou), su obra Arte, tan inteligente como divertida, y  tan real y al mismo tiempo tan bien construida como artefacto teatral.

Finalmente, me compré a mi inevitable Pascal Quignard, en un pequeño opúsculo cuyo título me sedujo totalmente: El nombre en la punta de la lengua (Arena Libros).

De todas estas lecturas presentes y futuras ya os daré referencia en cuanto pueda.

 

   

La impaciencia del corazón, de Stefan Zweig

La impaciencia del corazón,  de Stefan Zweig

De niña, en la biblioteca de mi abuelo, se encontraban algunas obras de Zweig: Veinticuatro horas en la vida de una mujer, y las biografías de María Antonieta y de María Estuardo. Antes de los doce años ya las había leído, porque ya he comentado antes que yo, en cuestión de libros, he sido siempre omnívora. No sé si a mi abuela, a mi abuelo o a mi madre les gustaba el género biográfico, el caso es que, aparte de las de Zweig, había muchas biografías, por ejemplo, las de André Maurois (especialmente, recuerdo la de Ariel, o la vida de Shelley). Cuando mi madre me pescó con esta última, me dijo que no era apropiada para mi edad. De modo que tuve que leerla a escondidas, escudada tras el inmenso Atlas del National Geographic, debilidad que también me ha durado hasta hoy: amo los Atlas casi tanto como las enciclopedias… De ahí que los post viajeros de Ferre en retroklang me atraigan como la miel al osito Winnie the Pooh.

A lo que iba: mi otra gran afición era sentarme por las tardes a ver las películas americanas de los años cuarenta y cincuenta que pasaban por el canal 4 de la televisión mexicana. Y los domingos, a las ocho, el Teatro. Fue en esa hora teatral en que Emilia Carranza y Lorenzo de Rodas presentaban obras (me imagino que con inusual modestia y toneladas de cartón piedra), donde vi esta obra de Zweig, La impaciencia del corazón. Me conmovió. Cuando a los doce años, mi tío Mario me llevó por fin a conocer el mar, quiso la casualidad que en una playa (quizá la de Caleta o la de Caletilla), conociera a Emilia Carranza. Fue muy amable. Le dije que me había gustado mucho una obra que le había visto; yo no recordaba el nombre, pero sí el argumento. La impaciencia del corazón, me dijo. También me dio un autógrafo, que vete a saber dónde y cuando se perdió. Hace unas semanas, cuando buscaba un libro para mi ex, vi que Acantilado la había reeditado y me la traje. He tardado un poco en leerla. Nunca la había leído y el estilo absorbente, hermoso, implacable e impecable  de Zweig se me había quedado olvidado entre los pliegues de la memoria de mi infancia devoradora de libros.

 

La obra es un excelente melodrama. El tema que la recorre es la crueldad inesperada, agazapada detrás de la compasión. Los movimientos contradictorios de un alma que desea hacer el bien, pero que no acaba de aceptar que para hacerlo debe inmolarse en aras de ese bien. En esas vacilaciones, en esas idas y venidas desde los buenos propósitos hasta la realidad no deseada del sacrificio se mueve esta historia, magníficamente contada.

 

Zweig penetra con la precisión de un cirujano en la interioridad de sus personajes. Cuántas veces hemos leído historias bien contadas, argumentos bien planteados, en los que los personajes no acaban nunca de tener una entidad verdaderamente humana, no acaban de encarnarse. En Zweig, en cambio, los personajes laten, viven, piensan, aman y sufren desde el primer momento. Los lectores asistimos a su drama como si estuviéramos en su interior, torturados, como ellos, por la duda o por la angustia del ¿qué hacer? Buscamos el camino con ellos, pero el camino se va cerrando. Comprendemos que el desenlace se acerca, ineluctable, pero no podemos hacer otra cosa. La vida es injusta y el drama se perfila.

El teniente Hofmiller es un buen hombre, un hombre de 25 años, sensible, compasivo. Sin embargo, esa misma capacidad de conmoción, esa misma sensibilidad exacerbada, le llevan a ejecutar actos de piedad impulsivos que en el fondo no puede sostener, porque van en contra de sí mismo. Llevado y traído en un vaivén angustioso, su piedad por la inválida Edith von Kekesfalva lo impele a dejarse embaucar en esa trampa mortal, de la que, lo sabemos, va a huir en un momento o en otro, echando abajo el edificio todo que con trabajos había ido construyendo: el de la fe y la esperanza de un futuro normal que habita en el corazón de la pobre niña.

Zweig traza con precisión los desvaríos, las vacilaciones, las dudas y los tormentos de Anton Hofmiller. Y también la manipulación (bienintencionada, pero implacable) del padre de la criatura, el judío disfrazado de noble húngaro, Lajos von Kekesfalva (en realidad llamado Leopold Kanitz), cuya historia es también extraordinaria y conmovedora, por contradictoria e imprevisible.

Edith, con sus ataques de ira, sus intentos de suicidio, su desesperación, su amor imposible por el bello teniente, es el epítome del enfermo crónico, aquel que con la piedad que despierta con sus sufrimiento lo obtiene todo de los demás; aquel que no tolera la más mínima rebelión, aquel que empuña su enfermedad como un arma para erigirse en tirano. Los demás, Ilona -la bella prima de la muchacha-, los criados, el padre, el teniente, son muñecos en sus manos. Pero hay una cosa en la que ella no puede imponerse: el alma, los sentimientos del teniente, que no son más que de lástima, de piedad y no de amor, como ella desearía, necesitaría. Hofmiller se horroriza en el fondo, al pensar en ese compromiso que le ha sido arrancado de forma tan alevosa. Piensa en las risas de sus compañeros del regimiento, en las burlas inacabables de todos al verle ligado de por vida a una tullida, a una inválida contrahecha, como él la llama para sus adentros. La figura del padre se le representa como la del Djin, un duende malévolo que convence a un viajero compasivo de que le lleve a cuestas, y una vez subido en su espalda lo ahoga con las piernas, lo destruye. El sonido de las muletas de Edith lo persigue en sus sueños pesadillescos: ¡Toc, toc, toc!

--Tiene que ayudarla...sólo usted puede ayudarla, sólo usted...También Condor lo dice: ¡Usted y nadie más! Se lo suplico, tenga compasión...no puede seguir así..., de lo contrario, cometerá algún desatino, se perderá.

A pesar de que las manos me tiemblan, obligo al anciano a levantarse, pero él sigue aferrándose a los brazos que intentan ayudarle; siento en mi carne sus dedos desesperadamente atenzados como garfios...es el djin, el djin de mis sueños, que abusa del compasivo.

El terror casi alucinatorio que la perspectiva de esa unión despierta en Hofmiller es la parte mejor trazada del relato de Zweig.

Todos los personajes se mueven enajenados en el círculo de la enfermedad de Edith menos el médico, Condor, hombre que sí conoce la verdad del sacrificio de su vida en aras de la piedad, pues se ha casado con una paciente ciega para no abandonarla y ha sido premiado con el amor incondicional de su esposa y ha encontrado en ella la verdadera felicidad. Condor explica a Hofmiller, impávido, que:

Hay dos clases de piedad. Una, débil y sentimental, que en realidad sólo es impaciencia del corazón para liberarse lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la compasión desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá.

Esta última, Hofmiller no puede sentirla sino fugazmente. Pero al momento siguiente, se arrepiente, da marcha atrás, termina huyendo. Tres veces huyó de esa casa maldita, tres veces,  hasta la definitiva.

El drama se cierra. El estallido de la Primera Guerra Mundial da al teniente la posibilidad de buscar la muerte, que no llega. La apreciación de valentía que sugieren sus actos heroicos durante la contienda son una losa más que añadir a su cruz.

Gran novela, extraordinario estilo, penetración psicológica y humanidad: son mis conclusiones al cerrar la novela que, según veo, se sigue representando como obra de teatro en nuestros días.

  

Stefan Zweig, La impaciencia del corazón, Barcelona, Acantilado, 2006.


Henryk Szeryng, Brahms, Danza Húngara 17

Un detective bonaerense

 

Marcelo Guerrieri hace meses que publica una novela policiaca aquí. Disfrutad de ella. 

Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa (2006)

Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa (2006)

La última novela de Mario Vargas Llosa me ha desconcertado, no tanto por su argumento tragicómico (recordemos  Pantaleón y las visitadorasLa tía Julia y el escribidor), como porque su estilo narrativo en esta obra es mucho más convencional. Esto no es necesariamente malo, pero desconcierta. Vargas Llosa suele dejar fluir el texto narrativo y el diálogo en un solo plano,  haciendo que el lector no interrumpa su lectura para pasar al plano del directo, sino que procura, con este recurso, que el lector se sumerja en la historia hasta el punto de que la narración y el diálogo integrado en ella lo envuelvan como si se tratase de un testigo mudo, participante del relato. Este estilo tan vargasllosiano no se encuentra aquí, en Travesuras de una niña mala.

La historia transcurre durante muchos años, los que van de la adolescencia temprana del personaje hasta la vejez. Cuarenta años, aproximadamente, en que Ricardo  tiene dos obsesiones. una cumplida: vivir toda (o casi) toda su vida en París, y otra inalcanzable: la niña mala.

El problema de un argumento como éste es que a la segunda vez que la niña mala emprende el vuelo, metamorfoseándose después, ya sabes lo que va a ocurrir. Es un ave pasajera, es un camaleón. Aparecerá de nuevo en la vida de Ricardo en el momento menos esperado, asumiendo un nuevo aspecto, una lengua (de adopción) prestada, una identidad nueva, un nuevo amante, un nuevo nombre, y Ricardo volverá a caer en el lazo que le tiende, tropezando siempre con la misma piedra: la frialdad y la fugacidad del encuentro con la niña mala, el sufrimiento subsiguiente, la confirmación de que es ésta la esencia de su amor por ella: su transitoriedad (también su superficialidad). Estos encuentros fortuitos los hemos encontrado antes en otras obras, incluida Rayuela (pero ¡qué diferencia!). También en el cine (L’ennui -1998-) trata de una historia muy similar).

El estilo que nos ofrece Vargas Llosa en esta novela no es precisamente brillante, y la historia que nos cuenta tampoco es de las mejores que nos ha presentado: es previsible, repetitiva, y lo es porque en el fondo no sabemos nunca por qué razón Ricardo amará toda su vida (intermitentemente, eso sí), a  esta niña, joven, mujer madura, vieja, que se le va presentando siempre con una característica indiferencia hacia él, con un distanciamiento no disimulado, manipulándolo claramente y con un evidente desprecio hacia lo que él es y sobre todo, valorándolo (negativamente), por lo que no tiene: dinero, poder, glamour e incluso, crueldad. La niña mala no me seduce en ningún momento, no llego nunca a saber por qué Ricardo no la puede apartar de sus pensamientos.

Así, la historia se muestra como la de un hombre esclavizado, no tanto por la niña mala, como por sí mismo; es víctima de una obsesión en realidad vacía, inmotivada, turbia e insustancial. Ella no le da nada. Nada que justifique la adicción de él.  Ricardo es incapaz de sustraerse al poder destructivo de aquella que apareció en su vida cuando era niña (fingiendo ser chilena), a la que reencontró en París como proyecto de guerrillera, que fue después esposa de un funcionario de la UNESCO para más tarde asumir la identidad de mujer de un rico criador de caballos inglés, y que terminó siendo la prostituta y la mula de un gángster japonés que la maltrata espantosamente y la hace pasar por las aduanas de medio mundo llevando vaya usted a saber qué.

La última parte de la historia, la historia de la destrucción de ese mito, es lastimosamente banal y previsible: el bueno de Ricardo se gasta todo lo que tiene en curar a la niña mala de las animaladas que le ha hecho el japonés, y ella, naturalmente, una vez curada, vuelve a irse. El largo epílogo (que comienza con la historia de Marcella), no agrega nada. El episodio del niño mudo es cursi, trapacero y sentimentaloide. No consigue convencerme de la entidad de la niña mala, ahora convertida (eso sí, fugazmente), en la buena vecinita que juega al ajedrez con un traumatizado niño vietnamita. Tampoco los personajes secundarios me llegan a parecer de carne y hueso. Tampoco agrega nada que en un viaje a Perú, Ricardo por fin consiga establecer la verdadera identidad de la falsa chilenita y consiga saber el verdadero nombre, o tal vez debo decir el nombre original, el primer nombre de esta mujer que, a pesar de aparecer en toda la novela, no acaba de encarnarse ante mis ojos de lectora más que como una snob, una mitómana, una mujer sin hondura emocional que se pasea por Perú, París, Newmarket, Tokio, y Madrid para torturar a ese pobre muñeco o marioneta al que, significativamente, llama “pichiruchi”.

A esto hemos de agregar un fondo histórico hecho a brochazos, que nos informa del Perú a través de diversos personajes: Paúl, y especialmente el tío Ataúlfo. Galdós lo hacía mucho mejor.

Por supuesto, partimos de la base de que Vargas Llosa sabe lo que hace. La historia entretiene y se lee de un tirón: si no se le pide más a un libro, cumple.  Pero a mí no ha conseguido convencerme  en ningún momento de que estoy leyendo la historia de un gran amor. Ricardo no llega a ser un héroe romántico (todo lo más, parece un poco idiota, un hombre sin verdadero fondo, que consecuentemente se enamora de otra que tal). Una historia que acaba repitiendo hasta la náusea una situación básica: ella se irá para reaparecer transformada, mientras él la seguirá y se plegará a sus deseos con toda docilidad en medio de algún que otro exabrupto. El final de esta historia sólo puede llegar cuando la susodicha, muere.

Vosotros mismos.

Mario Vargas Llosa, Travesuras de la niña mala, Alfaguara, Barcelona, 2006.