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Carlos Fuentes, Diana o la cazadora solitaria

Carlos Fuentes, Diana o la cazadora solitaria

Hace décadas que la creación novelística de Carlos Fuentes me resulta decepcionante. Cuando lo comencé a leer, yo tenía 18 ó 19 años. Me inicié con esos relatos magistrales de Aura o La muñeca reina, y después me interné en aquel universo culto, vertiginoso y especial que creó desde su primera novela:   Los días enmascarados, La región más transparente,  Las buenas conciencias, La muerte de Artemio Cruz, Cantar de ciegos o Cambio de piel (mi preferida).

Creo que su decadencia comenzó cuando publicó Zona sagrada en 1967, una novela muy parecida a ésta, Diana o la cazadora solitaria, A partir de entonces, Fuentes ha incursionado con varia fortuna en el ensayo (es notable para mí su Tiempo mexicano ( 1971) , y se ha convertido en un intelectual tal como se entiende esa palabra en América Latina. Un  hombre comprometido, lúcido en lo político y en lo ético, con una prosa excelente, una gran capacidad de análisis, pero ya sin magia, sin esa magia que elevaba sus creaciones iniciales. Sus primeras novelas nada tienen que ver con las publicadas después de los setenta. 

La verdad es que yo estaba en medio de una crisis de creación que yo mismo aún no medía. Mis primeras novelas tuvieron éxito  porque un público lector nuevo en México se reconoció (o todavía mejor, se desconoció) en ellas, dijo así somos o así no somos, pero en todo caso, les dio una respuesta interesada, y a veces hasta apasionada, a tres o cuatro libros míos, que eran vistos como puente entre un país convulso, mustio, rural, encerrado, y una nueva sociedad urbana, abierta y acaso demasiado abúlica (…) No quise repetir el éxito de esas novelas. Acaso me equivoqué en buscar mi nueva fraternidad sólo en la forma, divorciándome de la materia. El hecho es que un día llegué al agotamiento palpable entre el fondo vital y la expresión literaria. (p.63). 

En cuanto a las novelas posteriores, Terra Nostra (1975), La cabeza de la hidra (1978), Gringo viejo ( 1985), Cristóbal Nonato (1987), Instinto de Inez (2001), La silla del águila (2003) o Inquieta compañía (2004),  me han parecido obras fallidas. A menudo su escritura se me ha vuelto aburrida, farragosa, superficial o prescindible.

Y sin embargo, le sigo leyendo. ¿Y por qué? Quizá porque sigo buscando aquel don primero, aquella fascinación, aquel placer de tardes de lectura en el Parque Hundido, entre el reloj floral y el exhibicionista de la Avenida de los Insurgentes; tardes de la colonia Florida, cuando yo era poco más que una adolescente ávida de palabras, aventurera de lecturas interminables.  

La naturaleza muere pero sus nombres son idénticos. La flor, el pájaro, el río, el árbol, la cosecha, tienen siempre el nombre de la rosa y el colibrí, el Nilo y el pirul, el trigo. Su muerte, su paso, no cambia sus nombres (Cambio de piel). 

Así que después de un tiempo sin leer a Fuentes, y habiendo visto hace poco la Santa Juana  de Otto Preminger con Jean Seberg por enésima vez, decidí adentrarme en esta novela, más autobiográfica que lo que suele serlo cualquier novela, pues está basada en la historia de amor y de pasión que mantuvo Fuentes con Seberg en los años 69/70.

La obra está escrita en primera persona: son unas memorias de aquellos días, de aquellas semanas, de aquellos dos meses en que Fuentes y Seberg se amaron y se dejaron de amar.

La historia de la creación de una pareja y de su posterior disolución es universal, pero es siempre distinta, siempre íntima. Hacerla pública le confiere una categoría ficcional a lo vivido, le confiere un análisis que no lleva en sí ninguna relación, que por naturaleza es pasional, es irracional y no meditada: es absurda, siempre. Pero después, ay, sí, después, cuando esa relación es vertida en palabras, entonces se ve, se ve verdaderamente  lo que fue, y más todavía, lo que significó. Escribir lo vivido permite también ponerlo en contexto. Toda vida transcurre dentro de una coordenadas políticas, económicas, sociales, pero mientras es vivida estas redes no se ven. Es cuando volvemos la vista atrás, cuando ponemos eso vivido en palabras, cuando reflexionamos y pensamos sobre ello, que nos damos cuenta de cuánto influyó en nosotros ese contexto inevitable. Al mismo tiempo, todo cuanto escribimos, de modo radical, ya no late. 

Diana la cazadora solitaria. Esta narración lastrada por las pasiones del tiempo se derrota a sí misma porque jamás alcanza la perfección ideal de lo que se puede imaginar. Ni la desea, porque si la palabra y la realidad se identificasen, el mundo se acabaría, el universo ya no sería perfectible simplemente porque sería perfecto. La literatura es una herida por donde mana el indispensable divorcio entre las palabras y las cosas. Toda la sangre se nos puede ir por ese hoyo. (p.16). 

La figura de Seberg-Soren  se recorta así en un primer plano en que resaltan su pureza de muchacha de Iowa que salta a la fama de un día para otro, tras su elección como Doncella de Orleáns en el film ya citado; su inconsciente y candorosa posición política, sus relaciones con los grupos de los Panteras Negras, su matrimonio abierto con un escritor e intelectual francés, su incómoda posición frente al cine de Hollywood y la persecución de que fue objeto por parte de FBI y CIA. El discurso político de Fuentes entra en todos los ámbitos de esta narración: la sustenta. La poderosa fuerza destructora de ese imperio represivo e intrusivo se hace visible en todo: no sólo en la persecución de Diana, también en otros ámbitos, impregnándolo todo, manchándolo todo.  

Ella, todos los años regresaba a su pueblo en Iowa a conmemorar el Día de Acción de Gracias, ese Thanksgiving que sólo los gringos celebran. Les recuerda su inocencia: eso es lo que de verdad celebran. Evocan el año cumplido por los fundadores puritanos (…) Yo los llamo, para hilaridad de algunos amigos los primeros espaldas mojadas de los Estados Unidos. ¿Dónde estaban sus visas, sus tarjetas verdes? Los puritanos eran trabajadores inmigrantes, igualito que los mexicanos que hoy cruzan la frontera sur de los Estados Unidos  en busca de trabajo y son recibidos, a veces, a palos y a balazos.  ¿Por qué? Porque invaden con su lengua, su comida,  su religión, sus brazos, sus sexos un espacio reservado para la civilización blanca. Son los salvajes que vuelven. En cambio, los blancos gozan de la buena conciencia del civilizador. Roban tierras,  asesinan indios, decretan la separación sexual, impiden el mestizaje, imponen una intolerancia peor que la que dejaron atrás, cazan brujas imaginarias y son, sin embargo, los símbolos de la inocencia y de la abundancia. (p. 91).   

El interludio mexicano de Jean Seberg es breve pero no ya anecdótico, puesto que ha sido rescatado por la literatura y ha sido completado su retrato con el retrato de su nación y de su tiempo. Fuentes también se retrata a sí mismo y no es autocomplaciente. Se nos muestra soberbio, pero también consciente de sus fallos, de la pérdida del don mágico de la escritura, consciente de que su matrimonio con Luisa Guzmán (en la realidad Rita Macedo, una excelente actriz que podemos ver en películas de la etapa mexicana de Buñuel, como Nazarín, o en otras de Ripstein como El Castillo de la Pureza)  ha fallado ya, a pesar de los esfuerzos de ella. Fuentes nos cuenta con franqueza su donjuanismo, su esnobismo, su persistente lucha contra y por las palabras…  

Mínimo Don Juan cuarentón de la noche mexicana yo aspiraba como hombre a este poder de metamorfosis y movimiento, pero sobre todo lo deseaba como escritor. Amando o escribiendo, nada es más excitante o más bello que reconocer  la resietncia mutua entre el poder que ejercemos sobre un semejante y el poder que el otro –hombre o mujer- ejerce sobre nosotros (…) Este es el terreno común del sexo y la literatura. Pasa un ángel con alas de ceniza. (p.22).  

El matrimonio de Fuentes y Macedo es otra relación que se deshace, al mismo tiempo que se deshace el breve encuentro con Seberg. Todo se desvanece en esta novela: los  yo de Fuentes y de Seberg, sus matrimonios, su relación con el cine (en el caso de ella) y con la literatura (en el de él). Todo está en crisis y en proceso de destrucción. El mundo también se deshace en medio de la corrupción, de la suciedad de los agentes secretos de la CIA o el FBI empeñados en el fútil intento de destruir a una actricita de Iowa. 

Me crucé con ella una noche en un restaurante de París a finales de los setenta. Me sonrió fijamente pero no me reconoció. Era como una muerta a la que no le cerraron los ojos. Una sonrisa sin destinatario. El desfase de la mirada. Una zombi de carnes hinchadas. Una carne miserable. Una belleza mal nutrida. (p.219).  

Sin embargo, él seguirá escribiendo tras esa tormenta, mientras que ella, más frágil, más sola,  también más implicada en la política aunque sea de manera un tanto irresponsable, irá cayendo hasta llegar al momento de la muerte. Drogas, cirugía plástica, tristeza, depresión, la muerte de un hijo recién nacido…todo la lleva hasta su destrucción como ser humano, pero no como actriz ni como musa. Al menos dos obras, aparte de sus films, sobrevivieron a su caída: Diana o la cazadora solitaria, y Lágrimas negras, la obra póstuma de Ricardo Franco.

Recuerdo y escribo para recordar el momento en que ella siempre sería como fue, esa noche, conmigo. (p.12).  

Carlos Fuentes, Diana o la cazadora solitaria, Madrid, Punto de lectura, 2006 (14ª edición).

       

4 comentarios

Diana -

He tenido la suerte de conocerle personalmente y la verdad es que me firmo este libro, sin que haya podido terminarlo. Para mi es un poco infumable, como el de Artemio, sin embargo, me encanta su relato corto, Chac Mool y como habla...

Paco -

Me encanta "La muerte de Artemio Cruz" y "Aura". No he leído nada de la obra más reciente de Fuentes. En principio no siento mucha curiosidad por la obra de madurez de los escritores consagrados. Casi todos pierden su magia, su frescura, su carácter transgresor; empiezan a repetirse, a amoldarse a lo que se espera de un escritor maduro y respetable. A veces, topo con alguna novela que todavía me gusta, como La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa (lástima ese último capítulo tan patético: hubiera ganado mucho contado por un narrador externo, más frío a la hora de referirse a las atrocidades del dictador); pero por lo general casi todas las novelas de autores consagrados son aburridas y no soportan la comparación con la obra de juventud de estos autores. Habría que seguir más el ejemplo de Juan Rulfo: ¿no crees?

Gabriela -

Sí, pienso que lo mejor de la producción de Fuentes fue la de su primera época. Un abrazo, Fernando.

fgiucich -

De Carlos Fuentes he leído poco, por ejemplo, "El mal del tiempo I (Aura, Cumpleaños y Una familia lejana),"Los cinco soles de México" y "La silla del águila". Con tan poco no puedo juzgar, aunque como lector no comprometido con la crítica literaria, debo confesarte que me ha costado terminarlos. Abrazos.