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Literatura y Libros

Suite inglesa de Julien Green

Suite inglesa de Julien Green

Los lectores fieles a este blog habrán podido notar (aunque indirectamente), que estoy en una de mis etapas literarias recurrentes: la literatura inglesa del siglo XIX. Por una revista, me enteré que se había reeditado este libro, en sus tiempos, traducido y publicado por Jesús Aguirre, un hombre cuya cultura enciclopédica sólo podía ser superada por su petulancia (no sólo enciclopédica sino también universal). Pedí el libro, y mi librera, Pilar me lo ha regalado. Es un precioso volumen de tapa dura, bella y cuidada encuadernación, perfecta impresión: en fin, una delicia que se merece este pequeño librito, originalmente publicado en Londres en 1928. Julien Green es un escritor franco-americano, autor de una serie de obras muy interesantes entre las que destacaría su Leviatán, Green fue elegido miembro de la Académie Française. Como Lytton Strachtey, Green posee una gran capacidad de síntesis y mucha elegancia y amenidad, traspasada por el traductor a nuestra lengua con total perfección.

Los retratos que hace Green son perfectos en estilo y en esencia porque consigue capturar los rasgos más singulares de cada uno de los personajes escogidos y nos adentra en su intimidad, en sus penas y delirios y sus miedos o sus fobias. Green nos hace entrar en el alma de cada uno de sus retratados por la puerta de su dolor sin condenarnos a un sólo segundo de aburrimiento: tan límpida y graciosa arde la llama de su prosa.

La Suite comienza con una exploración de la vida y la fama de Samuel Johnson (1709-1784), y lo hace recordándonos la paradoja de que Johnson haya sido conocido por los siglos que han seguido, fundamentalmente, gracias al libro de otro: James Boswell, su fiel biógrafo y no verdaderamente porque su prosa se pueda leer actualmente más que como ejercicio escolar .(Por cierto que la famosísima biografía de Johnson hace poco más de un año que fue reeditada entre nosotros por Acantilado, y ya va por su segunda edición).Green nos retrotrae al momento en que Boswell, entonces de 23 años, conoce a Johnson y decide dedicarle la vida entera. Desde ese momento, ni uno sólo de los momentos de Johnson es un momento íntimo: se vive para la posteridad, para la posteridad de la biografía que >Boswell arma con toda la paciencia y el amor del mundo. Por lo ue toca a Johnson, erudito, luchador, incansable investigador, su nombre ha quedado en el siglo de los Fielding, los Richardson o Goldsmith como el del rey de la literatura inglesa de su tiempo y único autor de esa monstruosa y extraordinaria hazaña que es el Diccionario de la lengua inglesa.

Uno de los primeros libros de arte que compré cuando era una jovencita fue el Matrimonio del cielo y del Infierno de William Blake. La poesía y el arte en hermandad (y el genio). De este ángel o demonio u hombre sólo exteriormente, también se ocupa Green, describiendo su vida en medio de esas alucinaciones místicas o trascendentales, su extraño empeño por ilustrar sus libros con acuarelas y dibujos originales, y por imprimir él mismo esas raras joyas bibliográficas. Blake pertenece a una estirpe muy reducida, muy exclusiva, donde apenas entrevemos a John Donne y a San Juan de la Cruz. Tal vez Rimbaud. Green nos seduce con la descripción de su personalidad incomparable, al tiempo que nos recuerda las obras de Blake que se han perdido, quizá para siempre.

Charles Lamb (poco conocido entre nosotros), Charlotte Brontë ( y el enigma de su vida con relación a su obra), y Nathaliel Hawthorne, ese puritano capaz de conmovernos con La letra escarlatacompletan el volumen. Todos los retratos se ajustan a la línea que ya he señalado: la elegancia, la comprensión del sujeto y la descripción de su mundo más íntimo y más vulnerable.

Se trata de una obra deliciosa, que no hay que dejar pasar si uno es admirador de la literatura inglesa.


Julien Green, Suite inglesa (Trad. Jesús Aguirre), Barcelona, Ariel, 2008. (Ilustrada).

El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser, de W. G. Sebald

El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser, de W. G. Sebald

Los que amamos el silencio, amamos a a Walser. Wlaser o la literatura del silencio. Walser, afirma Sebald, sólo estuvo unido al mundo de la forma más fugaz. Walser nunca tuvo nada ni a nadie. Pero tuvo la firmeza, la fueza, la obsesión de la escritura.

Yo puedo imaginar cómo esa grafomanía que lo llevó a llenar con su minúscula letra decenas de miles de folios debió constituir para él el único mundo, con su infierno y su cielo.
En este pequeño volumen delicioso, Sebald repasa los avatares de la desdichada vida de Walser y explica de qué forma tan milagrosa su obra se salvó del olvido y pasó a formar parte de nuestro universo. Cuántos Walsers no habrá por ahí, surge la pregunta...

Pero Sebald introduce también un elemento biográfico: la muerte de su abuelo y la de Walser son similares e incluso, Walser y su abuelo se parecen. Murieron el mismo año: 1956. Me resulta curioso este dato, porque, habiéndolo leido miles de veces, al leer a Sebald me he dado cuenta de que cuando yo tenía 6 años, Walser murió. Y me resulta extraño porque al leerlo, siempre me remito a un mundo intemporal, onírico, por lo que me resulta difícil pensar que Walser y yo estuvimos seis años en el mismo planeta.

Lo que más admira Sebald de Walser es su inmensa modestia, su pobreza exterior, su capacidad de asumir el desprecio de los otros.
No hay nada fatuo o prescindible en este libro: es un sincero homenaje a un escritor sincero.
Un pequeño volumen editado primorosamente por Siruela, traducido del alemán por el extraordinario Miguel Sáenz e ilustrado,

Si eres un amante de Robert Walser, este librito te resultará indispensable.


W.G. Sebald, El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser, (trad, de Miguél Sáenz), Siruela, Madrid ( Biblioteca de Ensayo, serie menor), 2007.


Lectura y escuela

Lectura y escuela

Estos días he estado leyendo algunos libros que considero que pueden convertirse en lecturas para mis alumnos de Primero de ESO. Hemos tenido problemas con la Editorial Anaya, porque clásicos que los chicos leían este curso, como El príncipe y el mendigo, de Dickens, Primer amor, de Turguénev o El prisionero de Zenda de Anthony Hope, que pertenecían a la colección Tus libros, han sido descatalogados. Aparentemente, porque la colección está cambiando las portadas duras por unas nuevas, blandas. En realidad, se va imponiendo desde hace mucho la moda de los libros de usar y tirar, libros ’juveniles’ que no tienen sustancia, o que tienen moraleja y carecen de méritos literarios. Libros sin estilo y sin valor, olvidables. Libros que nunca me han interesado como lectura para mis chicos. La idea de que los chicos lean estos librillos y se ’enganchen’ a su lectura por su sencillez y su simplicidad siempre me ha repugnado. Creo sinceramente que aunque los clásicos sean más difíciles, aportan algo, aunque aunque sea una semilla de algo, a las almas de mis criaturas pequeñas.


Ha caído en mis manos una obra de Ian McEwan: En las nubes (Anagrama), que creo que les puede gustar y estoy considerando agregarla a la lista de los libros que pueden leer en el tercer trimestre. Mi librero, Ferran, me ha dicho que le gusta que yo crea en la capacidad de lectura de mis chicos. Si no creyera yo en ella...apaga y vámonos, he pensado.
El libro está narrado por un adulto Peter Fortune, que rememora las metamorfosis que tuvo de los 9 años a los 12, gracias a su imaginación. Convertido en gato, en muñeca mala, en bebé o en adulto, Fortune experimentó en su propio cuerpo tales metamorfosis vivamente, y a través de ellas comprendió el mundo. Su imaginación lo llevaba lejos de la realidad, pero sólo para entenderla. Es un libro hermoso, poético, a ratos terrorífico. Cada capítulo narra una de esas metamorfosis, que finalmente constituyen el proceso de crecer. Crecer poéticamente, creando un mundo tan rico de sensaciones que deja chiquito el mundo real, tan rutinario, tan superficial, lleno de puras apariencias.

El otro libro que he estado considerando es el de Frances Hodgson Burnett, El jardín secreto (Siruela), que narra la historia de una niña decimonónica, dura de corazón y que ha crecido en la India, y que, a la muerte de sus padres, pasa a la tutela de su tío político, un noble jorobado y desdichado cuya vida es un infierno. Trasplantada a la vieja mansión de los páramos, la niña comienza por fin a ser mejor, al calor de la compañía de una criadita cariñosa, primera que la considera como persona, y de su hermano Dickon, conocedor de los secretos de los pájaros y de los animalillos del páramo. Al cabo de un tiempo, Mary descubre la existencia de un primito de su edad, confinado en sus habitaciones. Solitario, privado de amor, como ella. Poco a poco, los niños van creando su propio mundo, y como resultado de ello, ambos se redimen de su dolor, de su abandono, de su enfermedad nerviosa. En el jardín secreto, las plantas florecerán como sus pequeños jardineros. Y la felicidad por fin podrá establecerse en la vieja mansión.
Se trata de una novela que algunos han comparado con Cumbres Borrascosas: gótica, oscura, misteriosa, extraña. Y hermosa.

Por otra parte, en Bachillerato sobrellevamos como podemos las absurdas pretensiones de quienes nos prescriben las lecturas. Y nada menos que nos ordenan leer en el curso de 2º de Bachillerato (Literatura de Modalidad), fragmentos de El Quijote, El caballero de Olmedo, de Lope de Vega, Los pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán y Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Me pregunto con qué criterio ( o ausencia de criterio), se obliga a los alumnos a ’zapear’ por las dos partes de El Quijote en una treintena de capítulos que no siguen la historia, sino que la trocean, haciéndola verdaderamente incomprensible, para luego pasar al inabarcable Lope. Y de ahí saltar al naturalismo español y luego a la literatura hispanoamericana del XX. Me pregunto a quién se le ha ocurrido que la inmensa novela política y psicológica de doña Emilia y la genial obra de Gabo puedan leerse así, en un curso en el que vamos de las jarchas a la literatura contemporánea en 9 meses. Estoy convencida que hay que luchar contra esta tendencia mutiladora de la educación que nos quiere obligar a dar nombres y títulos en una interminable lista sin sentido; que hay que luchar contra la superficial manía de amontonar obras en una frágil tentativa de dar un ’barniz’ de ’cultura’ a los muchachos. Me siento obligada a hacer calas, a profundizar en lo posible, pero ¿cuánto tiempo tengo? Muy poco, pero no quiero hacer una lista de la compra con estas obras.


El programa de Primero de Bachillerato incluye las lecturas de Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, que es una obra de humor surrealista y con toques racistas que hoy día ya no se entienden: una obrita prescindible; Amor y pedagogía de Unamuno, y las poesías de Antonio Machado. Ah ¡pero el programa de literatura de Primero de Bachillerato no es de literatura del siglo XX! Pequeño detalle que se ha escapado a Ensenyament. De modo que hay que situar estas obras al margen de lo que se está enseñando en el curso. Un despropósito.

Luchamos, en primer lugar, contra el sistema educativo. Para poder dar sentido a esto, para sacar de esto algo valioso y perdurable.

Cinco caballeros románticos que pueden matarte (accidentalmente) mientras duermes

1. Heathcliff (de Cumbres Borrascosas: Emily Brontë)

2. Edward Rochester (de Jane Eyre: Charlotte Brontë)

3. Drácula ( de la novela del mismo nombre: Bram Stoker)


4. Michael Henchard (de El mayor de Casterbridge: Thomas Hardy)

5.El doctor Frankenstein (Mary Shelley)


La televisión pública, una comparación



Dado que esta semana he estado enferma y como no me gusta abundar en este tema (a pesar de que conozco blogs que no hablan de otra cosa que de enfermedades y recetas de forma verdaderamente impúdica), y como tampoco he podido leer a causa de la gripe, he dedicado los ratos de vigilia a repasar las series de la BBC o de la PBS (Public Broadcasting System), y de su Masterpiece Theater: series que adaptan los grandes clásicos de la literatura, preferentemente victoriana. Lo hice a tenor de mi reseña de Jane Eyre: una producción de 2006 que costó cuatro millones de libras y que constó de cuatro capítulos de una hora.

Creo que la televisión pública española ha fallado siempre como vehículo educativo. Nunca se ha planteado como necesario dar una pincelada de cultura a los televidentes. Si se han adaptado obras literarias, ha sido a salto de mata, sin una línea clara, esporádicamente. No creo que se hayan gastado nunca el equivalente a cuatro millones de libras en ninguna serie de estas características.

A bote pronto, recuerdo las adaptaciones de Los gozos y las sombras, de Gonzalo Torrente Ballester, Los pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán, una lejana y creo que barata producción de Fortunata y Jacinta de Galdós, y más recientemente (pero de eso hace ya algunos años), una versión de La Regenta, la obra maestra de Leopoldo Alas, Clarín.

Por tanto, no es extraño que, poseyendo una de las literaturas más potentes de Europa, los españoles ignoren casi todo sobre sus clásicos. Siempre me he preguntado por qué nunca se han hecho versiones televisivas de las Novelas Ejemplares de Cervantes, con lo deliciosas que son, o de las Leyendas de Bécquer (mientras que los anglosajones no han dejado de llevar a las pantallas grande y pequeña a Edgar Alan Poe). Ya no hablo de Lope, Calderón o Ruiz de Alarcón...

En Inglaterra, cualquier ente medianamente avispado sabe quién es Mr, Darcy. Me pregunto cuántos sabrían aquí quién es el Magistral,

La televisión puede llevarnos de la mano hacia la obra. Una buena serie, una buena adaptación es una invitación a la lectura.

En cuanto me he metido un poco a investigar las versiones de Jane Eyre, encuentro que se han hecho, para la televisión y solamente por lo que toca a escritores victorianos, media docena de ambiciosas adaptaciones, todas ellas con sus cualidades y defectos. Veo también versiones de obras de Thomas Hardy (El mayor de Casterbridge, Tess la de los Uberbille), de Emily Bronté, Cumbres Borrascosas, de Anne Brontë, La inquilina de Wildfell Hall; de Jane Austen, varias y hermosas versiones de Emma, de Persuasión, de Orgullo y Prejuicio, de Northanger Abbey, de Sentido y Sensibilidad. También están las adaptaciones de obras del gran Dickens: Nicholas Nickelby, David Copperfield, etc. Todo esto, sólo referido a un período: el de la prosa victoriana que coincide con la del Realismo español. Una época feliz para la literatura española, en la que Clarín, Galdós, Pardo Bazán, Pereda e incluso Valera podrían compararse con cualquier Balzac o Dickens ¿Y qué me dicen de Unamuno? Sus novelas darían maravillosas horas de reflexión y de entretenimiento. Ibsen no era mejor.

Todo esto, me temo, no sólo está relacionado con la falta de una meta educativa en la televisión pública española: también abarca otros campos: está relacionado con la falta de preparación de los actores en el mismo tema. Las obras clásicas españolas, las grandes obras, no son llevadas al teatro. Aquí nadie o casi nadie sabe decir el verso, aparte del bueno de Flotats, criado a los pechos de la Comèdie Francaise y no pocos lo ignoran todo acerca de la literatura española según he podido ver en algún concurso donde exhiben su ignoracia en medio de risas y jaleos (me refiero al programa Pasapalabra, de Telecinco). ¿Y los guionistas, cuya joya de la corona son las series de Telecinco que miran mis alumnos, como Aída o Escenas de Matrimonio? ¿Dónde estarían los guionistas para las grandes adaptaciones?

Es preocupante que la televisión pública española no se sienta con la obligación de instruir deleitando, como quería Horacio.

No educar desde la televisión pública ¿es una estrategia?

N.B:El clip es de Jane Austen, Northanger Abbey (2008) No he podido poner ningún video de serie española, porque significativamente ¡NO HAY NINGUNO en Youtube!

Comentario a las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, por Carlota Blanch

Antes de las vacaciones, pedí a mis chicos de Modalidad de Literatura que me pasaran a documento sus exámenes de comentario de texto. Los poemas eran variados: desde estas Coplas hasta sonetos de Garcilaso o Francisco de Aldana. Carlota Blanch ha sido la primera en hacerlo, y aquí os dejo su comentario. Creo que para otros estudiantes puede ser útil. Demuestra también la calidad de los textos que pueden producir nuestros alumnos.


Si queréis verlo a pantalla completa pinchad en el icono (abajo a la derecha) de la presentación para ir a la página web y una vez ahí, clicad en Full.

Lecturas para el puente

Lecturas para el puente

 


 

A lo que iba: aparte de tener una montaña de exámenes de diverso pelaje y categoría, estoy a medias con un libro de Bartolomé Bennassar, Reinas y princesas del Renacimiento a la Ilustración. El lecho, el poder y la muerte, publicado por Paidós, Barcelona, 2007 (trad. de Núria Petit). La historia de las mujeres en el poder o en sus aledaños es siempre apasionante y aleccionadora, porque hay tantos tópicos que es necesario desterrar...

Esta tarde me he comprado El gran duque de Alba de William S. Maltby, editado por Atalanta (o séase, Siruela), en Girona, 2007 (trad. de Eva Rodríguez Halffter). El libro me permitirá, además, saber un poco más sobre la amistad que mantuvo Garcilaso con este extraordinario personaje, virrey de Nápoles y gobernador de Flandes y protagonista muy principal de la famosa leyenda negra.

Es imposible profundizar en la Literatura sin la ayuda de la Historia.  Siempre he disfrutado con ella, como con la mejor novela. 

Ya os contaré.

 

Antonio Machado, sobre la pérdida de Leonor

Antonio Machado, sobre la pérdida de Leonor

 

La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor, está la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por esto viniera Dios al mundo. Pensando en esto, me consuelo algo. Tengo a veces esperanza. Una fe negativa es también absurda. Sin embargo, el golpe fue terrible y no creo haberme repuesto. Mientras luché a su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dolorosa. En fin, hoy vive en mí más que nunca y algunas veces creo firmemente que la he de recobrar. Paciencia y humildad.

 

Antonio Machado, Prosas dispersas (1893-1936), Madrid, Páginas de Espuma, 2001, pp. 340 y 343.

 

(Leonor se casó a los 15 años con Machado, que tenía 34, y murió tres años después, de tuberculosis).

 

Palabra y silencio

Palabra y silencio



Decíamos ayer, hablando del silencio de los textos, de lo que Wolfgang Iser llamó los blancos del texto, eso que no se dice, pero está, está debajo del texto, está en estado subyacente, callándose (y en ese silencio nos habla), que es lo que importa de los textos. Y del arte en general. Lo que importa, no está. No está evidenciado. Está detrás, debajo, dentro.

 

Dos fragmentos:


 La escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.


(Escribe Vila-Matas que escribió Marguerite Duras en París no se acaba nunca,  Anagrama, Barcelona, 2003, p. 215).


Guardavo l'orizzonte, e il lago, ancora non sapevo que anche su quel lago ci sarabbe stato un collegio per me. Mangiavo una mela e camminavo. Cercavo la solitudine e forse l'assoluto. Ma invidiavo il mondo.



Fleur Jaeggy, I beati anni del castigo, Adelphi Edizioni, Milano, 2003 (5ª ed).

 

 

Sabato y el ciego de las ballenitas

Sabato y el ciego de las ballenitas

Conocí a Sabato poco después de terminar mi tesina sobre Abaddón el Exterminador. Yo le había escrito, desconociendo su dirección, a Santos Lugares. La carta le llegó y me contestó: su carta no traía sello. Extrañamente, ambas cartas llegaron a sus respectivos destinos y cuando vino a España, me llamó. Nos encontramos en Madrid. Todavía conservo (creo), el borrador de la introducción de mi tesina, trufada con sus comentarios, con su minúscula e ilegible letra.
Un año después nos encontramos de nuevo, en Barcelona. Fue entonces cuando me llevó a casa de Mario Satz, donde nos contó una historia estremecedora.
Sabato se había inventado el personaje de un ciego que vendía ballenitas en un cruce de calles en el Informe sobre Ciegos de Sobre héroes y tumbas. Un dia, pasó casualmente por aquel cruce y vio a su ciego, vendiendo ballenitas. Estupefacto y aterrado, echó a correr, pensando que el ciego, como en su novela, lo perseguiría e intentaría matarlo.
Más tarde, ya en Santos Lugares, pensó que había tenido una alucinación y creyó o quiso creer que el ciego, el verdadero ciego, no podía existir.
Pero amigos y conocidos suyos le confirmaron su existencia.
Quienes escuchamos a Sabato esa tarde, en casa de Mario Satz, no dudamos ni un durante un segundo que Sabato había creado al ciego verdadero, y que el escritor había corrido un verdadero peligro al encontrárselo.
Porque, queridos todos, la literatura crea la vida.

N.B. Las ballenitas con unas láminas de plástico que se insertan en el interior de los cuellos de las camisas, para que no se arruguen.




Postdata: el Hotel de Suède

Postdata: el Hotel de Suède

Pues finalmente resultó que el Doctor Pasavento sí estuvo en Les Deux Magots, que es mi café, por lo que me he visto obligada a hacer una reserva para pasar dos noches en el Hotel de Suède, en el 31 de la Rue Vaneau. Que sea lo que Dios quiera. No sé si encontraré al Doctor o a Walser o quizá desapareceré ahí como estaría mandado.


Vila-Matas, Axel Munthe y yo

Vila-Matas, Axel Munthe y yo


Como a tantos escritores que amo, a Enrique Vila-Matas lo tenía abandonado desde el deslumbramiento que me causó la lectura de Bartleby y compañía. Hay tanto en común a veces, con ciertos escritores, que me asusto, me coge un escalofrío. Lo dejo, pienso: ya te veré luego.


Pero Exploradores del abismo me llamó. A este libro me unen Paul Auster, Sophie Calle y París, ciudad en la que estoy convencida que he vivido, aunque mi tentativa más seria tuvo lugar en 1973, cuando estuve a punto de quedarme en aquel hotelito de la Rue des Écoles para iniciar la carrera de letras en la Sorbona. Pero ignorar el francés me echó para atrás, me dio pereza pasarme un año aprendiéndolo, y finalmente decidí cambiar el rumbo y venir a Barcelona. Mi historia habría sido otra.


El caso es que, retomando la lectura de Vila- Matas con Exploradores del abismo, y habiéndome quedado verdaderamente satisfecha con el relato sobre Sophie Calle y lo que NO le pidió a Vila-Matas en un café de París que no es el que suelo frecuentar (yo soy del club de los del Deux Magots aparte del de Ocata), seguí con el Doctor Pasavento, libro que había comprado oportunamente pero que por las precauciones ya mencionadas más arriba no había abierto, y lo abrí.


Lo abrí y me encontré de manos a boca con la calle Vaneau, en donde me alojé, justamente, la última vez que viajé a París, y donde, naturalmente, también se había alojado Vila-Matas. Esto no es ninguna coincidencia, puesto que fue precisamente por saber que ahí se había alojado, y que ahi había vivido Saint- Exúpery, que me alojé en el hotel antes dicho. Hasta aquí, todo normal. Pero ahora, avanzando en el libro, me encuentro con Axel Munthe y con la villa de Nápoles, la villa que Axel compró, en donde había vivido el emperador Tiberio.

Munthe es el autor de una obra que amé tempranamente y que vino a ser como mi libro de cabecera cuando yo tenía 12 años. Me lo regaló mi primera maestra de literatura, Consuelo Coronado, a quien yo adoraba, y que creía, acaso ingenuamente, que yo iba a ser una famosa escritora mexicana. Ni fui escritora, ni sé ya si soy siquiera mexicana.


Pero el caso es que el libro de Munthe me ha seguido a todo lo largo de mi existencia, y yo lo he regalado a una persona que antaño me importaba. No hace tanto. Y ahora, Vila-Matas me lo trae a colación, ahora que leo su Doctor Pasavento con retraso.


Bueno, me resulta escalofriante, así. sin más.


Porque uno no puede confiar en el azar, ni siquiera en que las afinidades sean azarosas. Hay un camino, un sendero oculto, pero esplendorosamente claro, que me lleva desde mis doce años vividos en Coyoacán, con el libro de Munthe bajo el brazo, hasta esta habitación en donde a mis 57 años, leo a Vila-Matas que escribe sobre Axel Munthe. Y ya sólo me resta saber hasta cuándo sigo con ellos o hasta dónde me lleva ese sendero. 



Enrique Vila-Matas, Exploradores del Abismo, Anagrama, Barcelona, 2007.

Doctor Pasavento, Anagrama Barcelona, 2005.

Axel Munthe, La historia de San Michele, ed. Juventud, Barcelona.




De la Autobiografía de Jorge Luis Borges

De la Autobiografía de Jorge Luis Borges "Al preparar El Hacedor ya había comprendido que escribir de manera grandilocuente no sólo es un error sino que es un error que nace de la vanidad. Creo con firmeza que para escribir bien hay que ser discreto".



Jorge Luis Borges, con Norman Thomas di Giovanni, Autobiografía (1899-1970), ed. El Ateneo, Buenos Aires, 1999. 



La colección Découvertes de Gallimard

La colección Découvertes de Gallimard

Últimamente me he aficionado a la colección Découvertes de Gallimard. Son libros de divulgación y están muy bien ilustrados. Los autores son conocidos especialistas de los temas que tratan y su precio es muy asequible.

Hay en ella libros de arte, biografías de artistas, incluidos los literatos, Historia y en general, Humanidades. Los libros son pequeños, pero incluyen de 200 a 300 ilustraciones perfectamente explicadas, así como textos muy útiles y una última parte de Apéndices (con trascripción de documentos, muy acertada, en mi opinión).
De los que he leído últimamente, recomiendo:
* Les miroires du Soleil, de Christian Biet, que habla de los artistas que poblaron la corte de Luis XIV. No sólo habla de los autores teatrales (Molière, Recine, Corneille), o de los músicos Jean-Baptiste Lully, Charpentier (sobre quien, por cierto, he comprado un DVD espléndido), sino también de los arquitectos e ingenieros que hicieron de Versalles el lugar de ensueño que fue durante aquel Gran Siglo. También habla del contexto cultural y social que hizo posible que el gran sueño de Versalles se hiciera realidad.

* Henri IV Le règne de la tolérance, de Jean-Paul Desprat y Jacques Thibau, en el que se nos describe el reinado del hugonote que terminó por ser el mejor rey que tuvo Francia y fue el fundador de la dinastía borbónica. Desde su nacimiento en el reino de Navarra hasta su asesinato, pasando por la terrible noche de San Bartolomé, su matrimonio con Margot de Valois, la muerte de sus parientes Valois (Catalina de Médicis y sus tres hijos, los reyes Francisco II, Carlos IX, Enrique III y el duque D’Alençon, que no llegó a reinar), y el asesinato de Enrique de Guisa, quizá su más potente enemigo y lider de la Liga Católica. Sus leyes, sus tratados, que devolvieron a Francia la paz que parecía perdida después de esas guerras civiles y religiosas cuya crueldad no ha sido superada.

* Georges de La Tour. Histoire d’une redécouverte, de Jean Pierre Cuzin y Dimitri Salmon, En el pequeño y muy bien ilustrado volumen se nos explica cómo, después de haber sido en su tiempo un pintor muy famoso, Georges de la Tour fue completamente olvidado por la historia del arte, hasta tal punto que su nombre era desconocido a finales del siglo XIX, y algunas de sus obras se habían atribuido a Le Nain o a algún pintor holandés o flamenco, aun cuando el estilo y el sujeto pictórico levantaba olas de admiración. (Hablo, entre otros, del caso de El recién nacido del museo de Rennes, admirado desde 1794, pero cuyo autor era ignorado hasta que llegó Hermann Voss que comenzó a investigar hacia 1915 y dio con el nombre y las referencias de Georges de la Tour). El libro narra lo que a partir de ahí fue sucediendo: los hallazgos y las atribuciones, el redescubrimiento de la obra hasta llegar a la gran exposición que el Louvre dedicó al gran pintor en 1997. Como sabéis, de la Tour es uno de mis pintores favoritos, con Vermeer y Gaugin o Lucien Freud.

 

 

 

Las golondrinas de Kabul, de Yasmina Khadra

Las golondrinas de Kabul, de Yasmina Khadra

Ya escribí hace un tiempo sobre Yasmina Khadra. Hoy vuelvo a hacerlo a propósito de Las golondrinas de Kabul, novela en la que Khadra nos revela lo que es vivir bajo un estado totalitario y ciegamente fanático. Fanatismo y ceguera, (perdón por el pleonasmo) que destruyen una ciudad antaño viva, hoy destruida por la guerra y el miedo, en la que las mujeres son tratadas peor que los animales, obligadas a llevar un burka que las despersonaliza y las anula, lapidadas por causas inversímiles o sometidas en todos sus actos. Lugar donde los hombres son despojados de su vida, de su libertad para actuar, para creer, para sentir. Lugar donde hay sólo dos salidas: la locura o la muerte. El régimen talibán es descrito en todo su horror. Las ejecuciones sumarias, las lapidaciones, la anulación de la voluntad individual, la prohibición de la felicidad: todo eso ocurre en la novela de Khadra.
Dos parejas, la de un carcelero y su mujer, enferma terminal, y la de un antiguo intelectual y su mujer ex-abogada, que prefiere ocultarse en su casa antes que ser denigrada con el uso público del burka, confluyen en la historia. Historia que sólo puede tener un final, el de la aniquilación.
Novela bella, sobre todo en sus primeras páginas, novela terrible. La poética del horror: la verdad escrita en estas páginas cuya melopea puede ser escuchada en todos los lugares donde haya un régimen totalitario. Sin llegar a ser metafórica, como El informe sobre ciegos de Sabato, y sin el moralismo de Saramago, es una novela imprescindible.


Yasmina Khadra, Las golondrinas de Kabul, Alianza Editorial, Madrid, 2003 (Traducción de María Teresa Gallego Urrutia).

Tala, de Thomas Bernhard

Tala, de Thomas Bernhard

Thomas Bernhard es otro de mis escritores favoritos. Un hombre con un discurso en espiral, con un estilo repetitivo y obsesivo, amargo y profundamente irónico.
Después de un largo periodo de tiempo (mi última referencia sobre un libro suyo es de hace más de un año), escojo, de entre los libros que tengo, Tala, monólogo sobre la falsedad o la representación, sobre el tiempo y sus estragos, sobre la ausencia y sobre la soledad, también sobre la farsa social.
La voz narrativa es siempre, en todas las obras de Bernhard, omnipresente y exclusiva y corre acelerada y sin descanso hacia su propia extinción, hasta el final de la obra. No podemos juzgar los hechos ni las sensaciones si no es a través de esta voz, que fácilmente puede confundirse con ese personaje, también llamado Thomas Bernhard, que se inventó Thomas Bernhard, ése que estudió música en el Mozartorum, que cantó con una voz de barítono-bajo y que despreció olímpicamente todo lo relacionado con Austria y especialmente con Viena.
En Tala ese narrador, nacido en Salzburgo, habitó varios años en Londres, huyendo de la odiada Viena, pero una vez vuelto a la capital austriaca paseó una y otra vez por aquellos sitios por donde necesariamente tenía que encontrar alguna vez a algunos antiguos amigos a quienes de ningún modo quisiera volver a ver.
La obra comienza el mismo día que recibe la noticia de que una gran amiga suya se ha ahorcado en su casa paterna y encuentra, mientras pasea, a los Auersberger , que no solamente le vuelven a dar la triste noticia (que ya conocía a través de la mejor amiga de la difunta), sino que lo invitan a una de sus cenas artísticas, y él acepta. Todo lo que sigue es lo que pasó y no debería haber pasado, pues el haber aceptado esa invitación iba en contra de su voluntad y de su deseo.
Sobre esta base, el discurso del narrador se establece desde un sillón de orejas en la casa de los Auersberger, mientras espera la cena y durante la cena artística.
En el monólogo primero -y después en la transcripción del monólogo de un actor del teatro de Viena que ha tenido gran éxito en el papel central de El pato salvaje de Ibsen, al que tienen que esperar hasta las doce y media de la noche-. el narrador nos expresa el asco y la visceral repugnancia que le despierta la sociedad artística vienesa, su desprecio por los snobs que la conforman, su rechazo a ese mundo que vivió intensamente en su juventud, idea que repetirá de nuevo, cada vez profundizando o extendiéndola más, y que complementa la descarnada descripción de ese matrimonio formado por un músico "seguidor de Webern" y su esposa de la baja nobleza rural de Estiria, y el ridículo intento de ambos de actuar como aristócratas verdaderos y como verdaderos artistas, cuando no son ni una cosa ni la otra.
El mal gusto y la presencia de una antigua amiga (la versión vienesa de Virginia Woolf según se califica ella misma), aumentan el asco y el rechazo del narrador.

"Tenemos una intimidad tan grande con las personas que creemos que se trata de un vínculo para toda la vida, y de la noche a la mañana las perdemos de nuestra vista y de nuestra memoria, ésa es la verdad, pensaba en mi sillón de orejas de los Auersberger" (p. 45).

Con su estilo característico, abunda sobre esto una página más adelante:

" Tenemos una amistad de la forma más intima con unas personas, y creemos realmente que es para toda la vida, y un día nos vemos decepcionados por esas personas que estimamos más que a cualquier otra, incluso admiramos, en definitiva hasta amamos, y las aborrecemos y las odiamos y no queremos tener que ver nada más con ellas, pensaba en mi sillón de orejas" (p.46).


Cuando la obra fue publicada en Austria, fue retirada de las librerías durante unas semanas debido a una demanda presentada por un prócer vienés que se vio reflejado en la narración. En realidad, la narración refleja ese mundo artificioso, opuesto al natural, expresado en el titulo y en una frase que hacia el final de la cena repite el actor: "bosque, monte alto, tala". Mundo al que no escapa el propio narrador, quien se recrimina a sí mismo los mismos defectos de los que acusa a los de la cena artística, La obra concluye con la descripción de este conflicto de amor-odio, atracción-rechazo que bascula siempre en la obra de Bernhard:

"(...) Hubiera sido mejor leer mi Gogol o mi Pascal o mi Montaigne y pensaba, mientras corría, que escapaba de la pesadilla auersbergiana, y corría realmente y con energía cada vez mayor huyendo de aquella pesadilla auersbergiana hacia el centro de la ciudad y pensaba mientras corría que aquella ciudad por la que corría, por espantosa que la encuentre siempre, es para mí, sin embargo, la mejor de las ciudades, esa Viena odiada, siempre odiada por mi, era otra vez de repente para mí querida, mi querida Viena, y que aquellas gentes que siempre he odiado y que odio y que siempre odiaré son sin embargo las las mejores gentes, que las odio, pero son conmovedoras, que odio a Viena y, sin embargo, es conmovedora, que maldigo a esas gentes y, sin embargo, tengo que quererlas y que odio a esa Viena y, sin embargo, tengo que quererla y pensaba, mientras corría ya por el centro de la ciudad, que esa ciudad es sin embargo, mi ciudad y siempre será mi ciudad y que esas gentes son mis gentes y siempre serán mis gentes y corría y corría y pensaba (...)". (p. 187).


Como pasa con otros grandes autores o quizá en mayor grado, la escritura de Bernhard es amada u odiada. Yo la amo, a pesar de que reconozco que no siempre puedo con ella: no siempre tengo la fuerza para soportar su discurso sin pausa, acelerado, crispado, neurótico, y tan verdadero.


Thomas Bernhard, Tala, Alianza Editorial, Madrid, 2002 (Versión española de Miguel Sáenz)

Lola Álvarez Bravo, la primera fotógrafa profesional mexicana

"Busco la esencia de los seres y de las cosas".

El libro de Poniatowska que reseñé hace poco me llevó de la mano hasta la revisión de la obra de esta mujer extraordinaria que fue Lola Álvarez Bravo; en sus inicios, discípula de Edward Weston (por delegación, ya que no llegó a conocerlo durante su estancia en México), y de Tina Modotti, junto a la que creció su amor por ese nuevo arte del siglo XX que es la fotografía. Entre Weston, Modotti, Cartier-Bresson y Manuel Álvarez Bravo, la obra de Lola se mantiene en igualdad de categoría y de calidad plástica y expresiva.
La editorial Turner publica, en colaboración con el Fondo de Cultura Económica, este cuidado libro sobre la vida y la obra de la primera fotógrafa profesional mexicana. Las fotografías a toda página, editadas con primor y gran calidad gráfica. El libro cuenta con un estudio muy interesante sobra la vida y la obra de esta mujer.
Lola Álvarez Bravo había nacido en una familia de la burguesía jaliciense, en Lagos de Moreno, allá por el año de 1907. Fue la primera mujer de otro gran fotógrafo: Manuel Álvarez Bravo, cuya obra también puede ser encontrada en España (Könemann, en edición trilingüe -inglés, francés y alemán-, Nueva York, 1997). Primero en colaboración estrecha con su marido y luego sola, Lola se forjó un nombre y una vida propia; creó y vivió intensamente.
La fotografía de Lola tiene un carácter específico, un estilo personal. Es una fotografía que no descuida el encuadre ni la composición, pero que está abierta a todas las posibilidades de la realidad. Realidad ante la que la fotógrafa reacciona de dos maneras: reflejándola y recreándola con el uso del collage. Lola es una fotógrafa osada, carnal, emotiva.
Me encantan sus desnudos, su autorretrato, así como sus retratos indígenas, como el que aparece en la portada del libro, en la que se aprecia esa capacidad para reflejar la sutileza de la piel y la impasibilidad del gesto misterioso del sujeto.
Lola no se pierde con el psicologismo, sino que muestra al sujeto en contemplación. La mirada no es invasiva sino cómplice. No hay voyeurismo sino participación, espacio común de mirada y mirado.
Lola no es una fotógrafa rural, como lo es Rulfo, testigo de un mundo atávico, extraño, onírico, pasado en su intemporalidad, mitificado, estático, detenido en el tiempo por su Leica. El mundo de Lola es un mundo que ya es contemporáneo, un mundo dentro del tiempo que le tocó vivir, un mundo reconocible, cercano.
En la efervescencia cultural del México de los años veinte, posteriores a la Revolución Mexicana y hasta su muerte en 1993, Lola evoluciona, crece, siempre atenta. En medio de esa clase intelectual internacional e internacionalista que se refugia en México o que pasa por México, su obra sigue siendo un referente no ya de mexicanidad, sino de contemporaneidad. Apartada de la lucha feminista, ella esgrime su profesión y su femeneidad sin sobresaltos: naturalmente. Como ha de ser.
Más allá del estetiicismo que se puede achacar a otros fotógrafos (Weston, Manuel), las fotografías de Lola interrogan a la vida en todas sus manifestaciones privadas y públicas. La vida, multiforme, queda en su cámara, ante nuestros ojos, no sin intervención de la belleza, pero no buscándola frenéticamente, sino encontrándola, haciéndola suya a través de la lente. La fotografía de Lola se reconoce como suya en todas sus etapas.
En nuestro tiempo ya es imposible entender el arte sin la fotografía.


Elizabeth Ferrer, Lola Álvarez Bravo, Fondo de Cultura Económica-Ed. Turner (Presentación de Douglas R. Nickel, traducción española de Pedro Serrano), México-Madrid, 2006.


La literatura según Han-Yu

La literatura según Han-Yu

En un pequeño volumen que publica Octavio Paz con textos de antiguos escritores chinos (que confiesa haber traducido del inglés y del francés en 1957), encuentro este fragmento:

(...) El más perfecto de los sonidos humanos es la palabra; la literatura, a su vez, es la forma más perfecta de la palabra. Y así, cuando el equilibrio se rompe, el cielo escoge entre los hombres a aquellos que son más sensibles, y los hace resonar.


Octavio Paz, Chuang-Tzu, Bibioteca de Ensayo Siruela Núm 6, Madrid, 2005.

Carlota Fainberg, de Antonio Muñoz Molina

Carlota Fainberg, de Antonio Muñoz Molina

Una nouvelle curiosa. A ratos, los anglicismos que trufan el discurso del profesor-narrador tras sus muchos años de estancia en USA como profesor auxiliar, se me hacen molestos. La historia, de todos modos, me atrapa. Dos hombres, muy diferentes entre sí, se encuentran en un aeropuerto. Sus vuelos de retrasan durante horas por una tremenda nevada. Claudio es el receptor de una historia de pasión desatada. La verborrea de Abengoa a ratos le parece agobiante, a ratos fascinadora. Un tono irónico satiriza, en un segundo plano, la vida académica. Es un plus.

Sin duda, lo mejor es el final que, ambiguo, nos lleva a reconsiderar un relato que hasta entonces no parecía fantástico.


Antonio Muñoz Molina, Carlota Fainberg, Punto de lectura, Madrid, 1999. (Sí, como tantos otros libros que tengo en mi biblioteca, lo he dejado ’reposar’ algunos añitos: ¡mea culpa!).

Los reyes malditos de Maurice Druon

Estas novelas históricas comienzan con el final de reinado de Felipe el Hermoso, rey de Francia, cuando éste decide terminar con la Orden del Temple y manda quemar vivo al Gran Maestre de la orden, Jacques de Molay, quien desde la pira, maldice a la dinastía hasta la decimotercera generación. A partir de ahí, se suceden las muertes y la tragedia en el reino de Francia. El hilo conductor que unifica todas las novelas son dos historias: la de Roberto de Artois en su lucha contra su tía Mahout por el control del condado de Artois, y también la de Guccio, banquero lombardo, y su amor imposible por la condesa de Cressy.
Las novelas describen muy bien las intrigas y las luchas de poder en los reinados de Felipe y sus sucesores hasta el cambio de la dinastía, y todos sus problemas políticos y familiares: Luis el Obstinado, Felipe de Poitiers y Carlos el Hermoso, los adulterios de las esposas de Luis y de Carlos, la muerte por estrangulamiento de la esposa de Luis, que necesita un heredero legítimo, el asesinato de su hijo en la cuna(nacido de su segundo matrimonio, con Clemencia de Hungría), Isabel de Francia (única hija de Felipe el Hermoso), y el derrocamiento de su esposo, Eduardo II de Inglaterra, a la vez que une los hechos a través de las historias intercaladas de Robert y Mahaut (historia de odio), y de Guccio y María (historia de amor). También tratan, de manera secundaria, pero con cierta morosidad, del tema del Papado en Avignon. Iglesia y estado envueltos en una misma maraña de intriga.
La serie es interesante porque divulga hechos históricos de manera amena y relativamente precisa, ya que el autor es miembro de la Academia Francesa.

La obra ha inspirado dos series de televisión, una en 1972 y otra en 2005, con Philippe Torreton, Jeanne Moreau, Gerard y Guillaume Depardieu, Jeanne Balibar, Tcheky Karyo, Claude Rich y otros grandes actores y actrices franceses.

Maurice Druon, Los reyes malditos (siete volúmenes), Barcelona, Byblos. (A cinco euros el volumen).