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Literatura y Libros

El día de Sant Jordi, 23 de abril

El día de Sant Jordi, 23 de abril La leyenda de Sant Jordi, el dragón y la princesa ocurrió en la villa de Montblanc (Tarragona) hace ya mucho tiempo.  El dragón era el más poderoso de los dragones puesto que podía moverse por el cielo, por la tierra y por el agua. Y la princesa era la de más linaje de todas ya que era la misma hija del Rey.  El terror que el dragón imponía era terrible. Cada día devoraba un par de corderos. Después le ofrecieron bueyes y caballos, pero tampoco tuvo suficiente. Y así fue creciendo su ira, hasta que tuvieron que sortear personas para apaciguar el hambre de la Bestia.Y el Rey que era el de más linaje y que vivía en la villa, quiso poner a su familia en el sorteo, para dar ejemplo, confiando que no le tocaría. La fatalidad quiso que saliera el nombre de la princesa.  El Rey aceptó el cruel destino y no quiso cambiar el sacrificio por el de ningún otro vecino de los que se ofrecían.  Vestida de blanco, temblando de pavor, la princesa fue al sacrificio.

                         

Y apareció desde la lejanía un joven caballero, armado de pies a cabeza, cabalgando un corcel blanco: venía a liberarla.  Era bello como el sol, era forastero y se llamaba Jordi. Embistió con furia al dragón que venía, hambriento, por la princesa. Lo atravesó con su lanza; ató el dragón con el cinturón de la princesa y lo llevó hasta la villa de Montblanc como quien lleva un tierno corderillo. El dragón, herido, lo seguía mansamente.  Después, ante todo el pueblo congregado, Jordi remató al dragón con un golpe de lanza. Al morir se fundió en el suelo, y de donde el dragón se fundió, nació un rosal de rosas rojas como la sangre. Sant Jordi cogió la más hermosa y la ofreció a la princesa. Montó a caballo, y entre gritos de gozo y alegría atravesó la muralla por la puerta que, en su recuerdo de esta gesta, hoy en día es conocida aún como el "Portal de Sant Jordi".  Y todo esto ocurrió delante de los ojos del Rey y los vecinos de Montblanc, que contemplaban aterrorizados el combate.  Y fue por esto que escogieron a Sant Jordi como patrón de la Villa. Más tarde lo fue (y es) de Catalunya, de Gran Bretaña y de otras naciones.

                                 

En  Catalunya este día es el más grande. En el resto del mundo se celebra como “Día del Mundial del Libro” desde que, en 1995, la UNESCO  conmemora el fallecimiento de dos grandes escritores universales: el español Miguel de Cervantes y Saavedra y el inglés William Shakespeare. Aquí se regalan libros y rosas. Probablemente, el lugar más emblemático de esta fiesta, que ya se celebra en casi todos los países, sean Las Ramblas barceloninas, pero en cada pueblo o en cada ciudad se celebra esta preciosa fiesta, fiesta de paz, fiesta de la cultura y fiesta del amor.

                            

Mi rosa (en la foto de arriba): un testimonio de amor correspondido.

Mi libro: Françoise Giroud, Lou (Histoire d’unne femme libre), Fayard, Paris, 2002, enviado por mi hija Sara desde Bolonia con una dedicatoria que dice: Para mi primer modelo de "femme libre", de tu hija que te adora, Sara.

Y dos: Pascal Quignard, The salon in Württemberg, Grove Weidenfield, New York, 1991.

Sergio Pitol, Premio Cervantes 2006

Sergio Pitol, Premio Cervantes 2006

(Tomado de El Mundo)

MADRID.- Sergio Pitol tiene ya entre sus manos el Premio Cervantes con el que fue reconocido en diciembre. Durante la ceremonia de entrega en Madrid, este ilustre mexicano de 73 años echó la mirada atrás y explicó cómo la literatura marcó su vida. El Rey, en su discurso, ha elogiado su "lúcida trayectoria literaria, que enriquece el valor de nuestra lengua común".

Cada año, desde 1976, el 23 de abril, fecha en la que se conmemora la muerte de Cervantes, se entrega este prestigioso galardón, el más importante de las letras hispanas, dotado con 90.180 euros, pero este año por caer este día en domingo, la ceremonia de entrega se ha pasado al viernes.

Pitol evocó retazos de su propia vida en el discurso que pronunció nada más recibir de manos del Rey el Premio Cervantes, galardón que le llegó en "un mágico día -dijo- que pareciera haber cambiado mi vida". Pitol recordó agradecido cómo, nada más conocerse en diciembre pasado la noticia del premio, su casa de Xalapa (México) fue invadida por equipos de televisión y radio, familiares, amigos y vecinos", y "desde ese día -dijo- he recordado imprevisiblemente fases de mi vida, unas radiantes y otras atroces", pero siempre, destacó, volviendo a su infancia.

Una infancia en la que Pitol, autor de una obra eminentemente memorialística, quedó huérfamo a los cuatro años y padeció de paludismo; fue criado por su abuela, heredó de ella su pasión por la lectura, de manera que a los doce años había leído ya a Verne, Stevenson, Dickens y Tolstoi, como él mismo contó a todos los asistentes al solemne acto celebrado en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Sus palabras posteriores han enviado un emotivo mensaje al exilio español en México, por su decisiva contribución a la cultura mexicana y del resto de Iberoamérica.

Palabras sinceras e innovadoras

Un año más, en un día de homenaje a las Letras hispanas, como lo calificó don Juan Carlos, los Reyes han presidido en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el solemne acto de entrega del Premio literario más importante del mundo en lengua castellana.

El Rey elogió la obra de Sergio Pitol, porque "nos seduce con la verdad", y destacó del escritor mexicano, tras entregarle el Premio Cervantes 2005, su "lúcida trayectoria literaria que enriquece el valor de nuestra lengua común".

Un Premio que en 2005, año del Cuarto Centenario de la publicación de la primera parte de "El Quijote", fue a parar a un hombre de letras de profunda "dimensión cervantina", Sergio Pitol, de quien el Rey destacó su "talante innovador" y el haber sido un "adelantado a su tiempo".

Junto a los Reyes ocuparon la mesa presidencial del acto el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero; las ministras de Cultura de España, Carmen Calvo, y México, Sari Bermúdez; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre; el rector de la Universidad alcalaína, Virgilio Zapatero, y el alcalde de la ciudad complutense, Bartolomé González.

Bibliografía

De su obra destacan: ’No hay tal lugar’ (1967); ’Infierno de todos’ (1971), llevada al cine en 1989 como ’El acoso’ por Miguel Barbachano y con guión de Gabriel García Márquez; ’Los climas’ (1972); ’El tañido de una flauta’ (1973); ’Asimetría’ (1980); ’Nocturno de Bujara’ (1981); ’Cementerio de tordos’ (1982); ’Juegos florales’ (1985); ’El desfile del amor’ (1985); ’Domar a la divina garza’ (1988); ’Vals de Mefisto’ (1989); y ’La casa de la tribu’ (1989).

En la década de los 90 publicó ’La vida conyugal’ (1991); ’Todos los cuentos más uno’ (1998); ’Soñar con la realidad’ (1998); y su trilogía ’Tríptico de Carnaval’ (1999), que componen las novelas (reeditadas) ’El desfile del amor’, ’Domar a la divina garza’ y ’La vida conyugal’.

De sus últimos libros cabe citar ’El viaje’ (2000); ’Todo está en todas las cosas’ (2000); ’De la realidad a la literatura’ (2002); el libro de memorias ’El mago de Viena’ (2005); y la selección de cuentos ’Los mejores cuentos’ (2005).

Asimismo, los siete volúmenes de sus ’Obras reunidas’ (hasta ahora sólo tres editados): ’Obras reunidas I’ (2003), formado por ’El tañido de una flauta’ y ’Juegos florales’; ’Obras reunidas II’ (2003), con las novelas ’El desfile del amor’, ’Domar a la divina garza’ y ’La vida conyugal’; y ’Obras reunidas III. Cuentos y relatos’ (2004). ’El Mago de Viena’ (2005) y ’Cuentos completos’ (2005), recopilados por Enrique Vila-Matas.

Entre los galardones que ha recibido figuran los siguientes: Premio Nacional de Novela de México (1973), Premio Xavier Villaurrutia (1981) por ’Nocturno de Bujara’, Premio Nacional de Literatura de México (1983), Premio Herralde de Novela (1985) por ’El desfile del amor’, Premio Nacional de las Artes y Letras de México (1994), Premio Juan Rulfo de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (1999), Premio Internacional Bellunesi che Hanno Onorato la Provincia la Provincia in Italia e nel Mondo (2000) y Premio Nacional Francisco Javier Clavijero de México (2002).

Sant Jordi 2006

Sant Jordi 2006

Mis alumnos de Primero de Bachillerato (Tecnológico) y yo hemos preparado esta Antología de Sant Jordi que esperamos que os guste a todos.

Os deseamos un feliz día del libro y de la rosa.

Los placeres de Versalles (Teatro y Música) de Philippe Beaussant

Los placeres de Versalles (Teatro y Música) de Philippe Beaussant


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El tema del teatro europeo siempre me ha interesado, especialmente el del Siglo de Oro sobre todo en su faceta material: el de la estructura de los escenarios, el de las construcciones, las tramoyas, los efectos especiales. En ese contexto, he publicado en mi blog educativo un articulo para mis estudiantes de Bachillerato que trata, brevemente, del teatro en la era del Rey Sol. Sobre ello ya había leído los libros de Marc David Calvet, Le fracas du Soleil ou Jean-Baptuiste Lully, le musicien du roi (Ed. Perrin, París, 2000) y Philippe Beaussant, Lully ou le musicien du Soleil, (Gallimard, Paris, 1992). Ahora leí, de este último, Les plaisirs de Versailles. Theatre et Musique, Arthème Fayard, 1996.

Musicólogo y novelista francés, Philippe Beaussant nació en 1930 en Caudéran (Gironde). Ejerció como profesor de literatura francesa en Francia y Suiza antes de hacerlo en la Universidad de Australia del Sur en 1965. Al mismo tiempo, creó un conjunto de cámara instrumental y vocal, The Armidian Players, consagrado a la música barroca francesa, su especialidad.

En 1977 fundó el Instituto de música y danza antigua que dio el primer paso en una larga sucesión de grupos musicales muy reconocidos internacionalmente como La Chapelle Royale  o la troupe de danza Ris et danceries.

Después de 1974, ejerció como productor de Radio-France/Musique.

En 1962, pblicó un primero libro sobre el arte romano,  Le Jeu de la pierre et de la foi , a la que siguieron varias novelas y libros sobre musicología e historia de la música y del arte dramático. Le Biographe (1978), L’Archéologue (1979), La Belle au bois (1990). En cuanto a la música, ha escrito: Versailles-Opéra (1982), Rameau de A à Z (1983), François Couperin (1986), Vous avez dit «  baroque » ? (1988), Vous avez dit « classique » ?

Con Le Roi Soleil se lève aussi (Gallimard, 2000), Philippe Beaussant reabre la bibliografía sobre el Rey Sol (su obra, Louis XIV, artiste (1999), fue la base sobre la que se construyó el film de Gerard Corbiau, Le Roi Danse, ya reseñado aquí.

En 2002, Philippe Beaussant publica Le Chant d’Orphée selon Monteverdi y en 2003, Le rendez-vous de Venise.

Beaussant  fue consejero artístico del Centro de Música Barroca de Versalles  y dirigió el Teatro Barroco de Francia. Ha sido galardonado con el Gran Premio de novela de la Academia Francesa.

En todos sus libros (al menos en los que he leído) se mezclan armoniosamente la erudición y el encanto de una prosa llena de tersura. A pesar de que tiene más de una similitud con Pascal Quignard, su escritura no se parece en nada a la del difícil, filosófico autor de La lección de música y del Odio a la música.

En Les plaisirs de Versailles, Beaussant nos muestra la transformación del modesto pabellón de caza construido  por Luis XIII, para evadirse del mundo cortesano y para olvidarse del protocolo de la corte de París, que se va a convertir en el centro cultural y artístico de Francia durante el largísimo reinado de su hijo, Luis XIV, el Rey Sol, y explica, a lo largo de más de 500 páginas, los lugares, los artistas, las obras, los placeres musicales, teatrales, las fiestas, todo lo referente a ese esplendor que llegará hasta el reinado de Luis XVI.

Tomando prestado el título del músico real  Marc-Antoine Charpentier, Los placeres de Versalles se despliegan ante nuestros ojos. Revelan la unión inextricable de todas las artes bajo una perspectiva única, totalizadora, en la que el poder emana como fuente de belleza, de sabiduría, de esplendor. Arquitectura, escultura, teatro, música, todos los placeres imaginables y todos los programas, los jardines, los estanques, las galerías, los salones, los lugares del placer. Miles de conciertos, miles de representaciones de danza, de teatro, de música. Y el cómo. Las instituciones y los hombres que lo hacen posible.

El libro se divide en tres partes: La historia y su actantes. La segunda parte trata de las instituciones que organizaron aquellos espectáculos y los hombres que les dieron su aliento. La tercera ofrece una visión de los lugares del teatro y de la música, todo ello con profusión de grabados, diseños y planos.

Un gran libro para conocer por qué el XVII y el XVIII son los siglos de Francia en Europa. 

Yasmina Khadra, Cousine K (La prima K )

Yasmina Khadra, Cousine K        (La prima K )

Un algeriano, Mohammed  Moulessehoul, que escribe con seudónimo femenino (Yasmina Khadra), ha de ser necesariamente un ser especial. Un escritor especial.  Nació en 1955 en el pueblo de Kenadsa, en el Sahara Algeriano y se ha convertido en una de las voces más importantes del mundo cultural árabe dentro del panorama francés. Traducido a diecisiete lenguas, Khadra es autor de Las golondrinas de Khaboul, Los corderos del Señor, Lo que sueñan los lobos. Khadra fue hasta el 2000, oficial superior del Estado Mayor argelino. Por esa razón, sus obras habrían sido fuertemente censuradas y por ello optó por utilizar. como seudónimo, el nombre de su mujer.  Khadra es uno de los pocos escritores árabes capaz de explicar la atroz situación que vive su país (y el mundo islámico en general), a causa de las luchas entre integristas y moderados, mediante una literatura de denuncia altamente corrosiva. Destaca su espléndida Trilogía de Argel: Morituri, Doble Blanco y El otoño de las quimeras, novelas policíacas de ambiente argelino que han conseguido sacudir las conciencias de muchos lectores europeos. Adscrito a una unidad de elite que ha combatido el terrorismo durante estos últimos años, el autor llevaba tiempo intentando abandonar las armas para dedicarse por entero a la escritura, y sólo en septiembre de 2000 consiguió licenciarse para dedicarse plenamente a la literatura.  Merecen también mención especial : La parte del muerto (2004) además de esta pequeña joya que es Cousine K ( La prima K), que he leído en francés pero que está traducida al español, como casi toda su obra.

Víctima del dolor, el protagonista, innombrado, vuelve la vista atrás para contar (¿a quién, por qué?), el incandescente dolor de la infancia. La infancia puede ser un Paraíso, pero también puede ser un Infierno. Marcado por la muerte brutal de su padre, a quien él mismo encontró colgando de una viga en el establo cuando tenía cinco años, y herido por la ausencia de su amadísimo hermano Amine, el innombrado vive (no vive) en perpetua agonía. Hay un amor que ilumina fugazmente sus días: la prima K. Pero ese amor se convierte en obsesión primero y luego en dolor inmenso. Inaccesible, la prima K, también adolescente, se convierte en su verdugo. El hombre narra desde una casa que han abandonado ya los criados, cansados de la tiranía de la madre. La madre lo ignora absolutamente: sólo tiene miradas y caricias para el otro hijo. Visitas del hermano: abandonos también, cada vez que se aleja camino del cuartel (es primero cadete, luego oficial del ejército). La casa, sola, antigua, el pueblo, como un espejismo. El cementerio, que visita los viernes, fascinado por los rituales de los entierros. La soledad. El tiempo, siempre igual, que pasa. En medio de esa monotonía, de ese dolor sordo, una luz. Luz que se convierte en sombra: la prima K., que aparece cuando el innombrado tiene 14 años. Luz y día, sombra y noche:
” Nunca había visto nada más grande que sus ojos. Nunca había visto nada más duro que su corazón. Ella era, ella sola, el día y la noche.”

En la primera parte de este relato predomina la figura del hermano. El hermano y la madre, unidos, cercanos. El innombrado queda excluido del vínculo. Apenas se le mira. La madre apenas existe hasta que llega el hijo, entonces, vive, tiembla, se emociona, cantan sus ojos, su cabello reluce, sus dedos avanzan una caricia.

“Su habitación no era un santuario, más bien era una ciudad prohibida”.

“Cada vez que él vuelve, se diría que los dioses entran en trance.”

“Mi madre fluye, mi madre es cascada; no es más que un surtidor, una resaca, rápidos espumeantes. Sus manos – por lo general reservadas, distantes-, sus manos son riberas, sus brazos, deltas; mi madre es océano”.

La madre, cuando Amine llega con una joven hermosa, se encela, se rebela. El hijo es feliz. Amado por dos mujeres.

“Mi hermano nació para ser feliz”.

La escuela, parapetado tras su mesita de escolar. La juventud en el liceo, apartado de los jóvenes que ríen, que juegan, que disfrutan. Siempre el tiempo, la ventana, a lo lejos, el pueblo, el odiado lugar: "He buscado por todas partes un rostro, una mirada digna de interés: nada. En Douar Yatim todo está enterrado…una vez terminada la plegaria del viernes, nadie se detiene en sus calles…es el estío, el estío magrebí…Los escasos olivos parecen supliciados: ellos jalonan el camino que lleva a las puertas del Infierno.”

La soledad y el tiempo minan el alma del innombrado. Ausente, ya para siempre la prima K., el tiempo: “Hoy como ayer, seguramente igual que mañana, continúo escrutando la penumbra sin saber por qué, velando el silencio sin saber para qué. Me tiendo en mi lecho. Los ojos cerrados, las manos sobre el pecho, yo me tiendo y espero...pero el tiempo no espera, él, no. Sordo como la suerte, ciego como la muerte. Traiciona con magnificencia la inconstancia de las penas perdidas.”

El dolor se volvió odio. El amor despreciado, la crueldad de los otros, el desprecio, el despego, la soledad, la ausencia, todo clamó venganza.  

Incandescente, el dolor acumulado se levantó como un puñal sobre el muro.

Yasmina Khadra, Cousine K, Éditions Julliard, París, 2003.

En español: La prima K, Zoela Ediciones, 2003.

  

Las cartas de amor de Emilia Pardo Bazán a Galdós

Las cartas de amor de Emilia Pardo Bazán a Galdós

Ahora que he tenido a mi pequeña filóloga conmigo, he sacado de uno de mis estantes una deliciosa recopilación de cartas amorosas escritas por Emilia Pardo Bazán a Benito Pérez Galdós, descubiertas y publicadas en 1976 por Carmen Bravo Villasante.

En su momento, mi amiga Pilar Alegret y yo disfrutamos con ellas,  poniendo a la carta la voz, intentando buscar los matices del humor, de la inquietud amorosa, de la pena o de la culpa, que todo ello se reúne en esas extraordinarias muestras de la personalidad de la gran escritora gallega.  Una de mis pasiones en aquellos años fue leerla. Hace algún tiempo, cuando pude conocer la ciudad de A Coruña (para mí, la más bella de España), sentí una gran emoción al acercarme a su casa, visitar su pequeño museo, caminar por las habitaciones curioseando, como una invitada, las cosas de doña Emilia, sus retratos, sus muebles, sus manuscritos. La amabilidad de la gente que lleva el museo  me hizo sentir muy a gusto y al final de la visita me senté  en un lucernario que para ello han adecuado, a leer unos pasajes de su extraordinaria obra. Yo de niña ya conocí a esta señora. Mi mamá me había comprado una antología de Carlos González Peña: Florilegio de cuentos; el nombre me encantó, aunque no sabía qué significaba esa palabra. Ahí encontré varios de la Pardo. No olvido el de La cabellera de Laura, leído muchas veces y mi preferido junto con ¡Adiós, cordera!, de Clarín y El patio azul, de Santiago Rusiñol

En los años de facultad, Pilar y yo disfrutamos como locas de la lectura de sus novelas, desde Un viaje de novios hasta La madre Naturaleza y también de  La cuestión palpitante, porque no hay que olvidar que además de su talento como escritora, la Pardo introdujo el tema del naturalismo francés en plan teórico y práctico en España, y también fue pionera en su interés por los escritores rusos que hoy todos admiramos. Entonces, allá por el 1976, estas Cartas a Galdós nos ayudaron a entrar un poquito en la intimidad de esta mujer, grande por su extraordinario talento, su humor y su valor como persona.

De modo que, al llegar mi pequeña Sarita, ninguna otra propuesta me pareció más idónea que la lectura en voz alta de estas cartas, que ella desconocía. Francamente, disfrutamos. Hace poco, Sara había leído a Galdós en dos de sus obras más interesantes: Fortunata y Jacinta, y La Desheredada, novela injustamente relegada, cuando es tan interesante y enjundiosa como La Regenta de Clarín. Algún día os hablaré de ese personaje quijotesco y complejo que es Isidorita Rufete y de toda la gente que puebla su universo y que la acompaña en su imparable descenso a los infiernos.

 

                                                                      

A lo que iba. No se puede decir que Emilia fuese una mujer hermosa. Era alta, robusta (luego sería algo más que robusta), ligeramente estrábica. Sin embargo, todos sus compañeros de generación (menos Juan Valera, que era misógino y antifeminista), la adoraron. Fue educada por un padre generoso y progresista, que jamás le prohibió leer ningún libro, consciente de que como heredera absoluta de sus bienes, que no eran pocos, y por su inmenso talento, su hija podía hacerlo todo: todo lo que quisiera. Ella se formó en la biblioteca paterna, aprendió idiomas, viajó. Se casó muy joven como era costumbre y estuvo siempre unida a su madre y a sus numerosos hijos. La relativa facilidad con la que entró en el mundo literario no es ajena a su posición social y económica. Otro gallo le hubiera cantado de no haber sido quien era, pero lo que llegó a ser...eso se lo ganó a pulso ella solita, trabajando y escribiendo incansablemente.

Bravo Villasante encontró estas 32 cartas inéditas datadas en 1889-1890 (la correspondencia de todos los miembros de esta generación del 68 es muy abundante), aunque la amistad entre doña Emilia y Galdós data probablemente de 1881, año de publicación de La Desheredada y de La cuestión palpitante y de la separación conyugal (muy discreta y de común acuerdo), de la autora gallega.

El amor y la pasión de doña Emilia aparecen aquí teñidos con los tonos del humor, de la ternura y de la clandestinidad a que estaban obligados. También de la sinceridad.  Comienzan amablemente, asépticamente; son los inicios y la escritora encabeza: Mi querido amigo y maestro... y firma, muy seria, Su amiga, E., pero pronto cambia el signo: en la tercera carta, que le escribe desde París, dice:

Triste, muy triste...como diría un orador de la mayoría, me quedé al separarme de ti, amado compañero, dulce vidiña...¿quién reemplazará condignamente nuestras expansiones a la mesa y el el execrable puesto, nuestras dulces y disparatadas causeries, nuestra charlas, ora guasonas, ora serias y literarias, nuestra ternura que era la salsa secreta de todo el compagnage y de toda el alma amistad que nos veníamos mintiendo? Ahora es cuando la p...ícara imaginación representa con lindos colores toda la poesía de este viaje feliz...Hemos realizado un sueño, miquiño adorado, un sueño bonito, un sueño fantástico que a los 30 años yo no creía posible. Le hemos hecho la mamola al mundo necio que prohibe estas cosas; a Moisés que las prohibe también con igual éxito; a la realidad, que nos encadena; a la vida que huye; a los angelitos el cielo, que se creen los únicos felices porque están en el Empireo con cara de bobos tocando el violín... Felices, nosotros ¡Ay, cuándo volveré a estrecharte en mis brazos, mono, felicidad mía, cuándo será!

Y esta vez se despìde de modo muy distinto:

...Que sueñes en renovar horas tan venturosas, que vayas tramando el modo de realizarlo en compañía de tu

Peinetita,

que te besa un millón de veces el pelo, los ojos, la boca y el pescuezo.

La dificultad de encontrarse se manifiesta en muchas de las cartas. Los encuentros debían ser secretos, a horas muy bien estudiadas, porque la Pardo viaja con frecuencia con su madre y con los niños:

Le escribe desde Lourdes: Mi vida, en este momento acabo de perder el tren que debía llevarnos a España...Lo que me consterna es pensar que tal vez no me esperes ya, con tantas dilaciones...Soy tu rata, que te ama y está rabiando con este contratiempo...

Y un lunes: Mi propósito es plantarme el jueves de 6 a 7 de la tarde near Maravillas Church (Palma Strasse), pero voy con mamá...Iré al loco citato, si no me es absolutamente imposible, el jueves; y si no, el viernes, all' ora stessa. Te abrazo con toda la fuerza de mis brazos y de mi corazón, diletto, vita ed anima mia. Ti bacia caldamente, tu Porcia. 

(La Pardo y Galdós solían reunirse en un discreto apartamento de la calle de La Palma, cerca de la iglesia de Maravillas, que ella llama, con su humor habitual, Palma Street o Palma Strasse y Maravillas Church).

Un domingo, le escribe:

Minino: Ayer nos convidaron al Real: mamá en casos tales se pone como una niña: quiere ver subir el telón...Al ver esto, y ver que en el fatídico reloj sonaba la media, y transcurría tiempo, y las siete se apropincuaban, huí del impuro nido. El martes ahí tendrás a tu Suriña. Se me hace el tiempo largo; la metá de mis deseos, cual huye ante mis asombradas pupilas ¡Ah! ¡Oh! ¡Seductor, no me fascines con tu serpentina lengua! Adiós mono, hasta el martes -loco citato, all’ora stessa: En cuantique te vea, te como.  

No todo son mieles en la relación. Ella tiene un affaire con Lázaro Galdiano en Barcelona. Narcís Oller, que los ha presentado, se siente celoso y se lo cuenta a Galdós. En una carta que desconocemos (las cartas de él no han llegado hasta nosotros), se lo reprocha. Doña Emilia, sorprendentemente, confiesa:

...Mi infidelidad material no data de Oporto, sino de Barcelona...Perdona mi brutal franqueza. La hace más brutal el llegar tarde. Y no tener color de lealtad. Nada diré para excusarme y sólo a título de explicación te diré que no me resolví a perder tu cariño confesando un error momentáneo de los sentidos fruto de circunstancias imprevistas. Eras mi felicidad y tuve miedo a quedarme sin ella. Creía yo que aquello sería para los dos culpables igualmente transitorio y accidental. Me equivoqué: me encontré seguida, apasionadamente querida y contagiada. Sólo entonces me pareció que existía problema: sólo entonces empecé a dejarme llevar hacia donde -al parecer- me solicitaban fuerzas mayores, creyendo que ahí llenaba yo mayor vacío y hacía mayor felicidad. Perdóname el agravio y el error, porque he visto que te hice mucho daño, a ti, que sólo mereces rosas y bienes, y que eres digno del amor de la misma Santa Teresa que resucitase...

La relación prosiguió, pese al obstáculo. Y Emilia sigue desplegando su humor sano y contagioso:

Cariño, caro (acabo de recibir una carta muy apasionada de un siciliano y por ende me dan ganas de seguir requebrándote en la lengua de Petrarca) no emprenderé il mio viaggio hasta domani, ossia martedí alle cinque e mezzo...y ahora recobro el idioma natal para decirte que es preciso, en esta ocasión tan excepcional, que te revistas de alguna indulgencia para la cuestión de las citas...Ratonciño, adiós, hasta mañana.

De nuevo, desde París, adonde acude a ver la Exposición Universal, le invita:

Por ahora la Exposición para mí sólo se traduce en gasto, polvo, sudor, mareo y traqueteo de tren. Veremos si mañana, ante la Torre Eiffel, mudo de pauta y canto un himno al progreso. De todas suertes se me figura que prefiero ya a Steinkopfenkerken o como se llama esa ignorada aldea en que...

Y Tras los viajes a París, Suiza y Alemania, le escribe:

Mi vida, al abrir los baúles fueron saliendo objetos que eran otras tantas reminiscencias de nuestra feliz escapatoria... Pero sobre todo lo que yo tengo presente es la (escena) de Francfort, que pertenece al número de las que por rebasar de los límites del amor nefando y el deleite vil, se graban en el espíritu con imborrable huella... Haz por venir pronto, cielo, feo, monigote...¡Cuán grande va a ser mi orgullo si me dices que tus saudades corren parejas con las mías, y que tú también has encontrado en mí la compañera que se sueña y se desea para ciertas escapatorias en que burlamos a la sociedad impía y a sus mamarrachos de representantes!...Imposible parece que después de lo muchísimo que charlamos, ya en los fementidos y angostos lechos germánicos, ya en los lujosos vagones, al amparo de los feld-mariscales que nos abrían las portezuelas y nos llamaban príncipes, quede todavía una comezón tan grande de charlar más, y un deseo tal de verte otra vez en cualquier misterioso asilo, apretaditos el uno contra el otro, embozados en tu capa o en la mía los dos a la vez, o tumbados en el impuro lecho, que nuestra amistad tiernísima hace puro en tantas ocasiones. Sí, yo me acuesto contigo y me acostaré siempre, y si es para algo execrable, bien, muy bien, sabe a gloria...porque tienes la gracia del mundo y me gustas más que ningún libro. 

Sé que debo dejar de transcribir este delicioso diálogo, del que conservamos sólo una parte, la de doña Emilia. Debemos dejar al Miquiño y a Porcia. Antes sólo permitidme deciros que si algún día en alguna librería de viejo encontráis estas cartas, las llevéis con vosotros. Las vais a disfrutar. Ternura, humor, amor.

Carmen Bravo Villasante, ed., Emilia Pardo Bazán, Cartas a Benito Pérez Galdós (1889-1890), Ediciones Turner, Madrid, 1975. 

 

 

El Memorial de Paolo Volponi

El Memorial de Paolo Volponi

Como he escrito atrás, mi hija pequeña está haciendo su último curso de Filología Hispánica en la Universidad de Bolonia gracias a una beca Erasmus. Como sabéis, me gusta compartir lecturas con mis hijos, y también discutir o dialogar sobre ellas. Es una costumbre que tenemos desde que eran pequeños. Como mis lecturas de literatura italiana han sido recurrentes pero no uniformes, y como soy ecléctica por naturaleza, no tengo un verdadero conocimiento de esa literatura. En suma, no se podría hablar de mis lagunas, sino de los mares de mis desconocimientos.

Y aquí entra Volponi, a quien ahora leemos las dos: escritor contemporáneo (y amigo) de Pasolini, quien lo inlcuyó como actor en Mamma Roma (1962). Nació en la bella ciudad de Urbino en 1924, y compaginó sus escritos con trabajos en la industria italiana (en la FIAT y en la Olivetti). De estas experiencias laborales nació sin duda la obra que nos ocupa, el Memoriale (1962), una de sus novelas más conocidas. Volponi pereteneció durante muchos años al Partido Comunista Italiano (PCI) y fue elegido senador de la República en 1983. Volponi es poeta: El lagarto-1948-, Las puertas de los Apeninos -1960- o Testo a fronte -1986-, y publicó una Antología poética que recogía su obra desde 1946 hasta 1966, (1980). Como narrador, Volponi escribió cuentos y novelas : el ya citado Memoriale (1962), La máquina mundial (1965), Corporal (1974), El planeta irritable (1978) o La mosca del capital y El camino hacie Roma (1991). El escritor italiano murió en 1994.

Al principio, como no encontré la traducción, temí que mi italiano estuviese demasiado olvidado como para poderlo leer. Pero no fue así. El ritmo de la prosa me ha ido llevando adelante sin demasiados escollos. No soy una lectora preocupada por no entender exactamente alguna que otra palabra, y no me he visto en la necesidad de usar el diccionario con exceso.

El Memoriale es el diario o recuento de un hombre enfermo que ha vuelto de la guerra y de la prisión sufrida al final de ésta en Alemania; padece tuberculosis y progresivamente, paranoia. Su mísero estado le conduce a la casa materna y a la oficina de colocación. Al principio, Albino confía que su salvación llegará a través del trabajo en la nueva fábrica, pero poco a poco la fábrica se transformará en el monstruo que va a devorarle. El protagonista está en manos de un sistema médico surgido del capital y que no se ocupa de su salud verdaderamente y de un sistema de trabajo que en su conjunto le rodea de normas, reglas, avisos e imposiciones que le colocan cada vez más en una situación desesperada, completamente incomprensible para él: asfixiante. 

La obra transcurre entre los años 1946-1956, periodo en el que Italia desarrolla su neocapitalismo. En esos años, su paisaje urbano se hace radicalmente distinto y los italianos cambian la azada por el martillo o el destornillador en un proceso paralelo entre el despegue económico y la despersonalización del individuo.

Albino Saluggia es en la obra el epítome de la destrucción del ser originario, rural,  que no puede convertirse en engranaje en medio de una Italia que trata de salir de la postguerra a base de  industrialización y que no repara en la depauperización y polución del campo o en la alienación del individuo. La fábrica (cuyo nombre y funciones concretas no llegamos a conocer), es la idea, convertida en realidad, de la opresión y de la industria deshumanizadora. La fábrica es totalitaria, abstracta, inhumana, inmensa. La fábrica no siente ni protege, no estimula ni ayuda al hombre: es un factor alienante y duro, ajeno a su naturaleza.

La enfermedad (o mejor, las enfermedades) de Albino Saluggia son un síntoma de su desaveniencia con ese mundo incomprensible de la modernidad, en el que él no puede integrarse; de modo que paulatinamente sus delirios persecutorios pasan de los médicos de la compañía a los jefes, a la policía y a su propia madre, que no sólo no comprenden el profundo malestar que esa nueva vida le produce, sino que son vistos por él como cómplices y aliados de su destrucción.

La obra entra de lleno en el discurso que otros hombres de su generación (de los que aquí he tratado superficialmente), como Pavese, Pasolini o Italo Calvino, elaboran sobre el dificultoso paso de la ntigua Italia rural, humanísima, quizá un punto perezosa, a la Italia industrializada de la postguerra.

El estilo es rítmico, hipnótico y hermoso. El vocabulario asequible, coloquial y sin artificio y está al alcance de cualquiera que tenga alguna noción del italiano. Lo recomiendo.

Dice Pasolini de Volponi: Yo pienso que ninguna voz de novelista, en estos últimos años, había encontrado la propia fisonomía con tanta precisión, con tanta pureza, con tanto poder revelador".

(Paolo Volponi, Memoriale, Ed. Einaudi, Turín, 2004) 

Italia, nuevamente

Italia, nuevamente

Hoy iré a buscar para mi hija un libro, editado póstumamente, de Pier Paolo Pasolini: Petróleo. Al comentarlo a Óscar, me ha dicho que ignoraba que Pasolini fuese escritor. Es curioso. Pasolini, es sobretodo, escritor. Poeta y novelista, pero también ensayista y autor teatral. Y vuelvo a él periódicamente, o él vuelve a mí, como hoy, en que debo ir a buscarlo entre los estantes de La Central, junto con el Memorial de Paolo Volponi, otro autor comunista cuya obra ella está a punto de conocer.

Buscando entre mis recuerdos, creo que Pasolini, Gramsci, Pavese, Ungaretti, son los grandes compañeros de mi juventud.  Y de Pavese recupero hoy estos versos, que dedico a mi muchacho:

Estas colinas duras que han formado mi cuerpo
y lo sacuden con tantos recuerdos, me han abierto el prodigio
de aquella que no sabe que la vivo y no llego a entenderla.

Me la encontré una noche: una mancha más clara
bajo las inciertas estrellas, en la oscuridad del verano.
Percibíase en torno la fragancia de estas colinas
más profunda que la sombra y de repente sonó
como si saliera de estas colinas, una voz más limpia
y áspera, a la vez, una voz de tiempos perdidos.

Alguna vez la veo, y se pone ante mí
definida, inmutable, como un recuerdo.
Nunca he podido asirla: su realidad
cada vez se me escapa y me lleva más lejos.
Si es bella, no lo sé. Es joven entre las otras:
me sorprende, al imaginarla, un lejano recuerdo
de mi infancia vivida entre estas colinas,
tan joven es. Semeja la mañana. Me muestra en los ojos
todos los cielos lejanos de aquellas mañanas remotas.
Y tiene en los ojos un firme propósito: la luz más limpia
que jamás tuvo el alba sobre estas colinas.

La he creado del fondo de todas las cosas
que me son más queridas, y no llego a entenderla.

(De Trabajar cansa, Florencia 1936, edición definitiva, 1946).

Pavese (1908-1950) escribe en piamontés, porque quiere reivindicar el italiano de la provincia frente al habla burguesa y citadina, pero no lo hace por diletantismo dialectal, sino por conciencia de nobleza. Pavese, que es un poeta antifascista que se unirá a la resistencia, que probará la cárcel y la lejanía de todo lo que ama (tierra, mujer amada), intenta, como él mismo dice, nutrirse de lo propio para nutrir universalmente. Licenciado en Filología Inglesa y traductor de Steinbeck, de Hemingway y de Gertrude Stein, Pavese no puede estar más distante del provincianismo. Alcanzará lo universal desde lo cotidiano, desde lo contemporáneo, desde el propio yo transido de melancolía. Melancolía por la conciencia de lo perdido. Todo eso surge de la obra del poeta y novelista, editor y fundador de la editorial Einaudi, que una noche se suicidó en un hotel de Turín, después de haber recibido un premio literario, pero que nos dejó entre otras muchas obras eternas, el poema: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (1951) y ese Oficio de vivir (1952) inolvidable.

 

Soliloquio

Soliloquio

Para M.J.S.


Mi cárcel comenzó siendo una metáfora, pero hoy es una espantosa realidad. En ella el tormento se acrecienta a causa de la soledad. He tenido todos los años de esta prisión mía para pensar en mí, en mi vida, en mis errores, en mis dichas, en mis fracasos, en mis éxitos, en mi dolor de hombre solo. He tratado de dialogar con Dios, pero Dios no me ha contestado.

A menudo he sentido que rodeaban mis hombros los delicados brazos de la muerte o que tocaban mis cabellos los dedos de la locura. Las palabras leídas taladran mis sesos y me hacen desvariar en la oscuridad de la noche. La noche me ha negado su misericordioso sueño, y en la vigilia retumban en mi mente las frases de los libros y las notas de mis composiciones favoritas. Como el caballero de Cervantes, quise crearme una realidad diferente, de justicia poética y de honor, pero a menudo en mi vigilia me pregunto si por todo esto he sido incapaz de vivir de verdad, aceptando el error o el fracaso plenamente, como los demás mortales. He tenido crueles enemigos: la enfermedad, el dolor, la soledad, el miedo, y me he creado mis propias grandezas íntimas, mis alegrías al compartir mis saberes, mis momentos de éxtasis. Anhelo el respeto de los demás y he tratado de volar por encima de mis iguales elevándome por medio de mis conocimientos, en parte para olvidar que estoy pegado al suelo, igual que ellos.

Ambicioné un reino para mí. El de la belleza que no se corrompe y que no muere. El de las suaves palabras o el de las notas sublimes.  Quizá leyendo a Campanella o a Bacon pensé en una utópica región, en la que no cupiesen injusticias ni desigualdades. Mi amada no fue ni la Beatriz de Dante, ni la Laurita del ’Cancionero’ ni la dama oscura de Shakespeare. Tampoco un noble hermoso como Southampton, aunque quizá en ciertos jardines busqué la complicidad de un joven-niño que había perdido su sombra, como yo perdí la mía.

A pesar de mi amor por la música, he amado el silencio. Y sólo los salvajes bosques que rodeaban mi casa y los caminos que me llevaban al río a través de las montañas con sus profundos precipicios, con sus bancos de arena o sus altos arbustos conseguían hacerme salir de mi cámara. Aún cuando paseaba por esos lejanos sitios, mecía junto a mi pecho los sonidos interiores.

Como todo hombre que piensa, yo he sido una isla para los otros hombres.

Al mirar esa estrecha frontera que separa el cielo de la tierra buscaba mi propia trascendencia, sin encontrarla. Amé y busqué la trascendencia en mis creaciones y a través de la observación de los astros, por las armonías que descubría en el concierto de la naturaleza que me rodeaba, pero no pude encontrarla. Ni antes ni ahora se me ha revelado el secreto de la trascendencia, ni he saboreado en mi boca el dulce néctar de la satisfacción.

Hoy pienso que crecí con el recuerdo de la muerte. Que fue ella quien me acompañó en mis paseos y lecturas, en mis divagaciones y en todos mis trayectos. Ella quien me acunó en mis sueños y ella quien tocó con sus fríos huesos mis labios desde la cuna, quizá desde el mismo momento de mi alumbramiento. La muerte dictó desde el inicio de mi vida el libro que escribí, viviendo: los caracteres que debían cifrar mi destino. Paso a paso y acto a acto he querido negarla, vencerla y acobardarla. Y sólo después, cuando todo esto acabe, sabré si lo he logrado.

Dentro de mí emergía la amargura por un destino que era injusto y era cruel. Luchaba contra la amargura y el dolor con la alegría de la respiración y de la vida, que a pesar de todo se manifestaban en mí con inmensa fuerza. La rabia y el dolor fueron mis compañeros y la ira era seca, era un deseo de no seguir más, nunca cumplido, pero yo avancé, yo caminé a pesar de todo, luchando contra esa ira con amor ¿Cómo puede alguien albergar amor en este caso? Sin embargo, lo opuse a la amargura y  lo dejé fluir, a veces calladamente, como una imperceptible fuente Castalia: suave, pura y transparente a la que dejé cruzar mi alma; consentí que ese amor traspasase mi corazón, dándome fuerza para resistir un poco más, a veces un minuto más. Después de pronto todo estaba en su sitio nuevamente. Podía ver la luz, aunque sólo parcialmente, en medio de la salvaje oscuridad del bosque; aún en medio de la noche, mi pequeña lámpara podía arder: alumbraba, sí, alumbraba con su minúscula luz un trozo de mundo, que me correspondía a mí habitar.

¿Presentía yo de niño que la mía iba a ser una existencia extraña? No busqué jamás lo que otros hombres buscan: la felicidad simple, el fuego amable del hogar, la dulce charla de las mujeres  o la gloria y la honra de una vida entre los aceros y las armas. No busqué la oración que conforta las almas en los tranquilos claustros. No jugué con las letras como suelen hacer los caballeros, por mera distracción o adorno, ni pulsé las cuerdas de los instrumentos o me entretuve en un piano para cantar canciones de galantería, no. Me volqué en letras y notas, verso a verso y nota a nota. Busqué el supremo conocimiento de las cosas para anegarme en ellas y disolver el dolor que me causaba mi existencia. Busqué la pureza, pero no pude ser ángel.

 

Julien Sorel y Rojo y Negro, todavía.

Julien Sorel y Rojo y Negro, todavía.

La última vez que estuve en París, volvía de Holanda. Había llevado a cabo un viaje que ya comenzaba a hacerse demasiado largo. Ansiaba llegar a casa. En el viaje de ida, había permanecido unos días en la capital francesa, en la que me siento casi como en casa, pero a la vuelta no pensaba ya detenerme. Llegué a la estación del Norte y, como me quedaban unas horas libres antes de coger el tren en la de Austerlitz con destino a Barcelona, decidí bajar zigzagueando, con mi maletita de ruedas, por las calles de París.

Caminar es una de las cosas que hay que hacer cuando se viaja. Pensé atravesar París a pie y en último caso, si se me hacía ya un poco tarde, tomaría un taxi en cualquier punto de mi recorrido.

Y así, me lancé a la caminata o al vagabundeo. Sabiendo más o menos hacia donde me dirigía, pero sin estar verdaderamente preocupada por la ruta que iba a seguir.

Antes de llegar a un parque, donde pensé detenerme a fumar un cigarrillo y a pensar (sí, me gusta detenerme en los parques a pensar o a hablar conmigo misma, machadianamente), tuve una sorpresa inesperada y sentí una gran emoción. En un edificio cualquiera de una avenida cualquiera, vi una placa. En ella se decía, más o menos, que en esa ubicación, en una casa ya inexistente, había vivido Henry Beyle, más conocido como Stendhal. Como la tentación de hincar dos rodillas en tierra era excesiva ( no había tierra sino vulgar cemento, las calles de París son inmundas y el edificio en cuestión no era la casa de Stendhal ya), simplemente permanecí delante, emocionada, sintiendo el improbable fetichismo del lugar.

Todo esto lo recuerdo ahora con una media sonrisa ¡Lo románticos que podemos ser los lectores!

Mi primera incursión en el universo stendhaliano fue con La Cartuja de Parma y yo era una niña de unos 14 ó 15 años. La lucha, destino de Fabrizio del Dongo, el fresco de la Europa postnapoleónica y esa figura femenina poderosa, ambigua, encantadora de la Sanseverina, más las incontables aventuras del héroe, me cautivaron. Sin duda esta novela stendhaliana posee la misma grandeza que los cuadros épicos de Delacroix. De momento, todo ello no me llevó a Sorel. Ya estaba yo en mis veinte cuando se cruzó ante mí, Julien. Casi al mismo tiempo en que descubrí a Maupassant. Sorel es el prototipo del hombre que contempla cómo sus propios merecimientos se ven oscurecidos por su situación social.  Simpaticé con él instantáneamente. Cuántas veces he pensado en la ambigüedad de su alma, por un lado sensible, romántica y generosa; por otro, mezquina, envidiosa y  amarga. Sorel es el hombre capaz de terminar con la vida de la única persona que en verdad ha amado y también el que llora en silencio su frustración intelectual y social. Su crimen es castigado con una crueldad sin paliativos por esa sociedad injusta e hipócrita, y su culpa sólo puede ser atenuada por el perdón sublime de su víctima: ese otro personaje extraordinario que es Madame Renal.

Mi ejemplar de Rojo y Negro era una belleza. Se trataba de dos pequeños volúmenes, encuadernados delicadamente en piel, con algunas ilustraciones y editados en 1919, traducidos al español por Enrique de Mesa. Antes de venir a España, los regalé a su nieta, Teresa Lobo, exiliada en México a causa de la Guerra Civil, que no los tenía. Nunca he poseído ejemplares más bonitos que ésos, ni tampoco me he desprendido con menos pena de ellos, dadas las circunstancias.

Julien Sorel ha vuelto a aparecer, esta vez en la pantalla, en la última película de Woody Allen, Match Point, que no voy a reseñar aquí, a la espera del artículo que mi querido Óscar estará ya preparando para su Parnasillo. Óscar ve a Chris Wilton más como Raskolnikov que como Sorel. Yo, sin dejar de darle la razón, prefiero pensar hoy en Sorel y dedicarle estos pensamientos al gran Stendhal, autor de esa maravilla que es Rojo y Negro.

Anna Karenina, Greta Garbo y Dido: literatura, cine y música

Anna Karenina, Greta Garbo y Dido: literatura, cine y música

Recuerdo perfectamente aquella primera conversación con Óscar sobre Anna Karenina. Anna sólo puede ser objeto de amor (o sujeto de amor, si preferís), lo mismo que Anita Ozores. Karenina es tan superior a la sociedad que la rodea (en honestidad, en entrega, en inocencia), que se yergue como arquetipo de inconsciencia por la manera en que se abisma en su amor, sin importarle nada, ni su hijo amado, ni la posición económica, ni la situación social y política de su marido. Víctima (como tantas otras heroínas decimonónicas), de un matrimonio convenido y de una unión sin amor: mujer sin hogar verdadero, aunque dueña o huésped de un palacio, Anna tiene el arrojo suficiente para oponerse abiertamente a una sociedad con doble moral que tolera el adulterio de manera complaciente, pero que en cambio condena sin paliativos la franca exhibición de su amor por Vronski. Mi lectura no pudo ser feminista, puesto que cuando la leí por primera vez, yo era una niña; pero la injusticia de aquel juicio social hipócrita, la crueldad de Karenin, el sufrimiento del hijo (súbita e inexplicablemente separado de su madre), el estupor de Kitty, la ingratitud de Vronski y el suicidio de Anna en aquel andén, después de haberla acompañado tantas veces de Moscú a San Petesburgo, de San Petesburgo a Moscú me hicieron derramar muchas lágrimas. Sentí, cuando se muere Anna, como si se muriera un familiar querido, una amiga íntima, alguien muy cercano. Como lectora conocí todos los secretos de Anna, todos sus anhelos, sus sueños, sus decepciones.

Amar a Anna nos unió a Óscar y a mí en 2001. Sí, lo recuerdo. En cambio, he olvidado cómo empecé a amar a Anna. Ya no sé si fue gracias a Greta Garbo que me acerqué a la novela de Tolstoi o si fue la novela la que me llevó a la Garbo. Cuando yo era chica, en el canal 4 de la Televisión Mexicana pasaban los grandes clásicos, y entonces conocí a Garbo, a Davies, a Bogart, Edward G. Robinson, John Garfield. Ahí nació mi pasión por el cine. Para mí, Anna no puede ser otra que Garbo, a pesar de que Vronski seguramente no debería haber sido el gris Frederick March, sino Clark Gable, pero claro, hay ciertas cosas imposibles en el cine. La deliciosa Greta es la débil Anna, que se convierte en la aguerrida Anna, la que se enfrenta a Karenin, monolítico, inapelable en su decisión de alejarla para siempre del pobre Freddie Bartholomew…  Y amé a Greta-Anna, bajando las escaleras, mientras la criada llora, para reunirse con su amor, que resultará, inevitablemente, indigno de su sacrificio. Y sufrí viéndola enceguecida por el amor, soportando las cada vez más frías miradas de su amante...

La historia de amor y de traición de Anna y de Vronski, ahora me doy cuenta, es similar a la de Dido y Eneas (que  en mi juventud también tenía muy fresca en la memoria). Pero por aquel tiempo, yo todavía no sabía relacionar las cosas. Supongo que al crecer, uno va estableciendo los sutiles vasos comunicantes que más o menos constituirán eso que llamamos cultura. Anna y Dido: dos mujeres traicionadas, entregadas absolutamente, y sin miedo o noción del futuro abandono. Orilladas a morir (a suicidarse, mejor dicho), como lógica consecuencia de un amor tajante y crudamente interrumpido.

En el Lamento de Dido, Henry Purcell plasma con absoluta genialidad esta desesperación cerrada, este desasosiego, imposible de superar: “Recuérdenme, recuérdenme, pero, ay, olviden mi destino”, canta Emma Kirkby, aunque en su libreto (Nahum Tate, 1689) Eneas no se va de Cartago por su gusto: In spite of Jove’s command,/ I’ll stay/ offend the Gods/ and Love obey (Me quedaré, a pesar/ de las órdenes de Júpiter/ ofendiendo a los dioses/ y obedeciendo al Amor), sino que es obligado a ello por la propia Dido, que cree en su destino, inducida por el engaño de las hechiceras. Sin embargo, rápidamente (como Vronski), Eneas se deja convencer y parte a la guerra (a la gloria), abandonando a Dido a la muerte, que ella le anuncia.

Dido y Anna pueden decir lo mismo: Sí, en él había el triunfo del éxito que halagaba su amor propio. Desde luego y también había amor, pero, más que nada, había orgullo. Se enorgullecía de mí (...) Ha tomado de mí todo lo que ha podido y ya no le hago falta. Le molesto, aunque trata de no ser cruel conmigo (...) Mi amor se vuelve cada vez más apasionado y más susceptible y el de él, en cambio, se va extinguiendo...  En la novela, Tolstoi compara a Anna con una vela que se apaga. Arde un momento y se extingue, junto con sus recuerdos de la infancia, su amor y todas sus emociones: Chisporroteó, comenzó a extinguirse y se apagó para siempre. Para nosotros, esa vela sigue ardiendo.

 

 Anna Karenina (1935) Dirección: Clarence Brown, Diálogos: S.N.Berhman-Clarence Dane, con Greta Garbo, Fredric March, Freddie Bartholomew, Maureen 0’Sullivan, Basil Rathbone (USA).

Leon Tolstoi, Anna Karenina, en Obras Completas (vol. II), trad. de Irene y Laura Andresco, Madrid, 2003.

 

Beatrice, puerta angélica de Dante: la Vita Nova

<strong>Beatrice, puerta angélica de Dante: la Vita Nova</strong> Beatrice es para Dante la puerta angélica, la llave que abre el ultramundo. El amor que trasciende lo terreno y diviniza al amador tanto como a la amada. Por extensión, a todos sus lectores.

Beatrice: muchos han querido, desde la época de Dante, biografiarla, cuando lo verdaderamente importante es su imagen literaria. Respecto a esta paradoja, Unamuno ya señaló en su día que no es Don Quijote el personaje ficticio: lo es Cervantes. Del mismo modo, Beatrice es el epítome de la realidad amorosa, siendo pura literatura.

Beatrice posee todos los dones. La belleza, la inocencia, la virtud. Viva, Beatrice ilumina los días de Dante con sólo una mirada. La mirada platónica trasvasa un alma a otra alma a través de los ojos o “ Per questo mio guardar m’è ne la mente/ una giovane entrata che m’ha presso”(Por dentro estos ojos míos, una joven ha entrado, que me ha preso). La mirada vacía el alma del amante primero, para llenarla luego con la imagen deseada. La obsesión se apodera entonces del amante y sólo ve ante sí una imagen: la de ella. Beatrice marca así a fuego (a fuego erótico, con solamente una mirada), para siempre a Dante, que se aterra: “La mia persona pargola sostene/una passïon nova/ tal chi’o rimasi di paura pieno” (Mi joven ser sostiene una nueva pasión tan poderosa, tal que quedé de terror lleno). El secreto del amor, indispensable en estos casos para no manchar el honor de la dama, se apodera del Dante en forma de sueño, de pesadilla, de fatalismo y de destino. De similar manera dirá Garcilaso que fue arrastrado por el amor a pesar suyo: “Por ásperos caminos he llegado/ a parte que de miedo no me muevo,/ y si a mudarme a dar un paso pruebo,/ allí por los cabellos soy tornado” (Soneto VI). No hay marcha atrás en estos amores. Y el preso de amor lo es de por vida. Literariamente, nada más cierto, pues Dante hoy día sigue amando a Beatriz en nuestros ojos que leen, cautivados, sus versos.

La percepción del amante se hace por los sentidos y la intuición, no por el intelecto. Razón perdida, en busca de algo más profundo que el pensamiento. Dante se da cuenta de la diferencia que existe entre la profundidad del amor y el análisis de los sentimientos. Pero por el amor debe unir los tres conceptos: intuición, sentimiento y pensamiento. En la “Vita Nova” lleva a cabo un curioso ejercicio de autoanálisis. Después de escribir, desmembra, deconstruye el sentimiento poética, buscando esa razón oculta entre los versos. Crea dos textos: el poético (en prosa y poesía), y el analítico; el sentimental y salido de las entrañas y el sesudo, intelectual y frío. Dante explica. Se quiere explicar a sí mismo y a los demás su proceso amatorio. Y sigue la transformación de la amada Beatriz en la santa Beatriz. Al divinizarla, no solamente une las dos tradiciones, la pagana clásica y la cristiana (en la figura de la Virgen María), sino que nos advierte de la principal característica del amor verdadero: su trascendencia, su carácter eterno e inmutable. La trascendencia no está en Beatrice misma, que es mortal, como el propio Dante, como nosotros mismos, sino en las palabras que ella inspira: “Lo mio signore Amore (…) ha posto tota la mia beatitudine in quello che non mi puote venire meno (la mia beatitudine sta) in quelle parole chi lodano la donna mia”: “ Mi señor Amor (…) ha puesto toda mi beatitud en aquello que no puede empequeñecerse dentro de mí .(Mi beatitud está) en aquellas palabras que alaban a mi dueña”. Así, no solamente Beatrice tiene el poder de ennoblecer cuanto mira, sino que Dante, alabándola, alcanza también la beatitud y el ennoblecimiento que, surgiendo de ella, le (nos) alcanzan y le (nos) inundan: “Nelli occhi porta la mia donna Amore/ per che si fà gentil ciò ch’ella mira,/ ov’ella passa, ogn’om ver si lei gira,/ e cui saluta fa tremar lo core, // sì che, bassando il viso, tutto smore,/ e d’ogni suo diffetto allor suspira:/ fugge dinanzi a lei superbia ed ira./ Aiutatemi, donne, farle onore.// Ogne dolcezza, ogne pensero umile/ nace nel core a chi parlar la sente,/ ond’è laudato chi prima la vide.// Quel ch’ella par quando un poco sorride, non si pò dicer né tenere a mente,/ sì è novo miracolo e gentile”.


Amor lleva en los ojos mi señora,
Por lo cual ennoblece cuanto mira;
Por donde pasa gírase la gente,
Y a quien saluda hace temblar el pecho,

Tal que la vista baja y palidece,
Por todos sus defectos suspirando:
Ira y soberbia escapan ante ella.
Ayudadme a rendirle honores, damas.

Toda dulzura y pensamiento humilde
Nace en el corazón de quien la escucha,
Por ello a quien la vio primero alaban.

Lo que parece cuando se sonríe,
No puede ni expresarse ni entenderse,
Es el milagro nunca visto, gentil.

El fuego erótico, presente en todo amante y tema único y central de este libro extraño que es la Vita Nova, se transforma, a lo largo de sus páginas en amor trascendente: amor virtuoso, único motor del amante. Virtud que consiste en desaparecer para convertirse en llama (“Llama de amor viva”, diría San Juan). Beatrice, en su apoteosis, redime a Dante y a todos cuantos, leyendo su Vita Nova, nos giramos al verla pasar, joven y hermosa, vestida de rojo, pura: como la vio él aquella mañana del 1 de mayo de 1284.

Ésta es la grandeza de la literatura.

(Dante Alighieri, Vida Nueva, ed. Cátedra, (Letras Universales), edición bilingüe de Raffaele Pinto, trad. de Luis Martínez de Merlo, Barcelona, 2003)

¿Y ahora qué?

¿Y ahora qué? Después de terminar el libro sobre Panero, no sé qué hacer. tengo una cantidad de libros aquí... el de Odiseas Elytis, la novela de Elena Garro, el de Foucault, y tengo pedido el de Nerval en la traducción de Tomás Segovia, que ya conozco, parcialmente, desde que estaba en México. No sé qué hacer, porque son encrucijadas. Hay momentos en que siento que estoy parada en una cruz del término municipal. Me parece mentira que una cosa así me haga sentir tan indefensa. Yo creo que ya no estoy en edad de sentir esto, pero eso no ayuda. Lo siento y punto. Me siento desconcertada ante todo lo que no sé y nunca sabré, ante lo que no sé y puedo llegar a saber, ante toda esa montaña que no sé si podré subir ¿Pero hasta qué punto uno aprende? ¿O aprende y olvida? ¿Y por qué? ¿Esto llena de sentido una vida o es solamente un pretexto para sentirla llena, cuando en realidad está vacía? Sentimiento de la muerte, de la nada. Todo se va a perder o yo me voy a perder en la nada. Pero no, todavía no. Ya sé que esto no me va a detener: sé que hay más libros, más museos, más películas que veré. Es sólo un momento de pánico.

Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas

<a href=&quot;http://technorati.com/tag/Bartleby y compañía&quot; rel=&quot;tag&quot;>Bartleby y compañía</a>, de Enrique Vila-Matas Editorial Anagrama, 2004.

Siempre he disfrutado con Enrique Vila-Matas. Después de leer a Auster, que siempre me deja agotada, necesitaba un poco de aire fresco. Ayer de nuevo visité La Central y me traje un botín variopinto: Las partículas elementales de Michel Houellebecq, Las palabras y las cosas del gran Foucault, que en una de mis muchas mudanzas se perdió, o se lo llevó mi amado ex (pero no lo creo, porque él lo tenía en francés), y que estuvo mucho tiempo agotado, y este Bartleby y compañía de al que me dediqué inmediatamente, ya en el Metro del Vallès que me traía hasta casa.
La escritura de Vila-Matas tiene la prodigiosa levedad y aérea gracia de un pétalo de flor. No por ligera es menos profunda. A veces pienso que su alma de artista es similar a la de un prestidigitador o un mago del siglo XIX, pero no uno circense, sino uno verdadero, al estilo del que hizo desaparecer para siempre a Lady Mildred Chaunce en aquella histórica sesión de espiritismo y magia a la que asistió sir Arthur Conan Doyle en el castillo de Kilkenny en una tormentosa noche de invierno. Que el mago desapareciese también no quita verosimilitud al relato.
Bartleby y compañía trata de todos aquellos no escritores o escritores interruptus que han existido. Aquellos que, como Rimbaud o Rulfo, dejaron de escribir tras la publicación de sus obras maestras. Aquellos que nunca escribieron, como Sócrates o como Clément Cadou, que tras conocer a Witold Gombrowicz (a quien admiré mucho en mis juveniles años), decidió no escribir nunca y sólo fue autor de su epitafio, que pasó así a ser su opera omnia.
Es un tema que a mí me ha gustado mucho, éste del silencio y de la palabra. Y he meditado mucho y creo que tdos los amantes de las palabras sabemos, con un conocimiento que nos llega a herir, que las palabras son algo muy peligroso. Armas de dos filos, elementos casi vivos, que como los hombres y las mujeres, halagan, aman y traicionan y matan. Palabras que matan o que mueren, o si no son dichas, su enverso, su no existencia, dice también, a veces. El silencio también habla, inspira o sugiere.
Yo creo que toda persona que haya tratado con ellas largamente sabe que las palabras no son suficientes nunca, y en ese sentido, todos nos hemos planteado alguna vez el porqué de seguirlas enlazando, dándoles un sentido a través de la sintaxis o del discurso, o tratando de buscar un sentido a algo que quizá no lo tiene. Al mismo tiempo ¿qué seríamos sin ellas? ¿o cómo nos reconoceríamos? Y todos los que hemos escrito, profesionalmente o por amor a las palabras nos hemos preguntado muchas veces si vale la pena escribir, si no es más normal simplemente leer. No a todos las palabras leídas les convocan unas palabras escritas. Y no todo a los que les dirgimos las palabras tienen a bien contestarnos, dejando así, un vacío, una frustración inetrna en nuestra alma. Una herida. Una herida que no tiene cura.
Así que el libro de Vila-Matas, Bartleby y compañía, nos remite a esos escritores del "No", como él los llama, a los que han renunciado a la escritura (con pretexto o sin él) y también a la posibilidad de que esos libros en realidad no escritos, floten o estén en estado latente en el mundo, hasta que alguien los encuentre y los escriba. Habla también Vila-Matas de una biblioteca de libros no publicados en Burlington, Vermont (USA), en donde aquellos libros escritos, pero no leídos, son mimados, guardados y cuidados con esmero, a la espera de lector.
Hombres que han amado tanto las palabras, de una manera tan sublime, que se han pasado la vida buscando la forma de hilvanarlas, como el español exiliado en México, Pedro Garfias (que se pasaba meses en busca de un adjetivo), o el ilustrado Joseph Joubert. "Locos", que han terminado sus días en un psiquiátrico o en una oscura oficina portuaria como Robert Walser, Samuel Beckett, o desaparecidos en las aguas de México como Arthur Cravan. Personas que nunca han podido comenzar a escribir, aterradas por el ¿Por dónde empezar? (que también leí, en la facultad) de Barthes o que mueren sin haber dado a la luz sus escritos, olvidados tal vez en algún cajón que se llevará la basura un día, cuando la casa donde ellos han vivido desaparece, cuando se vende la casa, cuando los muebles se cambian por otros más modernos. Libros escritos y olvidados, libros ocultados, libros no escritos pero pensados, anhelados quizá, pero no encontrados en ningún sitio. Atxaga dice que después de 25 años de escribir empieza a no querer escribir: síntomas de la enfermedad de Bartleby: escritores que quieren dejar de escribir.
Podría parecer que éste es un libro triste. No lo es. Es un libro escrito sobre los que no escriben, no han escrito o ya no escribirán. Pero no es triste. Es hermoso y está lleno de historias, que son, como todos sabemos, las semillas de la escritura.

Harry Potter y el príncipe mestizo, la última novela de la serie

Harry Potter y el príncipe mestizo, la última novela de la serie Harry Potter and the Half-Blood Prince
J.K. Rowling
ed. Bloomsbury,
UK, 2005

Por Paulina Obregón Zayas

Aún no publicada en castellano, la última novela de la mundialmente famosa serie de J.K. Rowling ya está a la venta en España; se trata de Harry Potter and the Half-Blood Prince en su versión inglesa.
En esta penúltima entrega de Harry Potter se acentúan rasgos que ya ha desarrollado la autora anteriormente; Harry es leal, valiente y un poco imprudente, aunque menos bocazas que antes. Como saben todos los que conocen la saga, en este libro muere una persona cercana a Harry, lo que acentúa su soledad. Al parecer está destinado a perder a aquellas personas adultas en quienes pueda confiar. Y no voy a decir quién es el que muere...
Sus amigos le siguen demostrando su lealtad y son su apoyo y ayuda constante. Tras el fiasco sentimental que sufrió con Cho Chong, Harry se vuelve a enamorar, lo que le provoca los habituales problemas inherentes a esa situación: dudas, nervios y miedo. Aparentemente, Harry encuentra a una persona realmente especial y capacitada para compartir su situación, pero... a Ron y a Hermione les sucede lo mismo, al parecer.
Su enfrentamiento con Draco Malfoy se recrudece, porque éste le culpa por el encarcelamiento de su padre; a lo largo del relato observamos que Draco está realizando alguna tarea para Lord Valdemort dentro de Hogwarts, que desconocemos en qué consiste. Por lo que se refiere a Snape, la duda persiste en lo tocante a quién obedece: en este aspecto, el misterio se mantiene, aunque al poco de comenzar el libro se nos explica algo que nos hace dudar sobre la total confianza de Dubledore en él.
Dubledore está en este libro mucho más cercano a Harry y comparte con él sus conocimientos sobre Lord Valdemort. De esta manera, se nos explica una teoría sobre por qué sobrevivió el Señor Oscuro cuando la maldición asesina rebotó en Harry y le dio a él.
Y en cuanto a la identidad del príncipe mestizo, o sea el Half-Blood Prince...¡Realmente Rowling consigue sorprendernos!
La novela va cerrando las claves que ha venido abriendo...se acerca el final de la obra y comenzamos a ver la el final del túnel.
Os la recomiendo calurosamente.

Historia de la Crítica Literaria de David Viñas

Historia de la Crítica Literaria de David Viñas Por Sara Alcina Zayas

Ariel, Barcelona, 2002, (Literatura y Crítica).

Nos encontramos ante un manual de historia de la crítica literaria. El hecho de titularlo "Historia de la Crítica literaria" nos indica ya que nos hayamos ante un manual que se sirve de un ordenamiento cronológico de los datos y diversos contenidos, como el mismo autor advierte en su breve nota preliminar:"Esta obra se propone como objetivo primordial ofrecer una panorámica bastante completa de lo que ha sido la Historia de la Crítica Literaria en Occidente".En estas primeras palabras que abren la introducción encontramos la adscripción a una tradición literaria y cultural muy concreta: la Occidental, (que parece ser la única merecedora de aparecer en letras mayúsculas...)No es peraremos pues de la citada obra ninguna incursión, ni tan siquiera mención a la tradición oriental, pese a su importancia. A mi modo de ver Viñas sigue con la línea etnocéntrica adoptada por la mayoría de manuales que, como éste, presumen de tener un carácter universitario.
A continuación el autor justifica el punto de vista diacrónico aduciendo que este enfoque facilita un prisma multidisciplinar: "Una visión diacrónica permite advertir, cómo, efectivamente, las aproximaciones a la literatura se han hecho a menudo desde posiciones pertenecientes a otras esferas: a la Filosofía, a la Estética, a la Retórica, a la Ética, a la Política, a la Sociología, a la Lingüística, al Psicoanálisis. Y, por supuesto, también desde disciplinas propias del ámbito literario: desde la Historia Literaria, desde la Crítica Textual, desde la Teoría de la literatura, desde la Crítica Literaria, desde la Literatura Comparada."
Prosigue la nota citando a dos críticos literarios de prestigio que adoptaron a su vez este mismo criterio: René Wellek y el también poeta T.S Eliot.
La perspectiva diácronica, la mención a las distintas disciplinas en mayúsculas -y digo esto, literalmente-y en general el carácter marcadamente etnocéntrico del manual-aunque este rasgo cultural sea compartido por la inmensa mayoría de la producción manualística universitaria-, son grises frutos nacidos de la herencia decimonónica del más rancio positivismo.
En el índice, muy pormenorizado y bastante extenso (siete caras), se puede observar esa "multiplicidad" a la que alude el autor, tanto de autores como de escuelas y corrientes. Esto le sirve a Viñas también para seguir explicando el porqué de la diacronia: "Sólo la adopción de un sentido considerablemente amplio de la actividad crítica como el que aquí se postula permite englobar en una misma obra material tan heterogéneo..."
Respecto a los materiales y fuentes utilizados y el factor subjetivo que toda obra de estas características puede contener, obras en la que el estudioso en cuestión debe seleccionar los autores y fenómenos que considera más importantes para excluir otros, el profesor explica: "...ha tratado de atenuarse la inevitable subjetividad confrontando algunos de los más prestigiosos estudios y antologías de Estética y de Crítica Literaria en busca de coincidencias, en busca de aquellos textos unanimámente considerados esenciales en la historia de los estudios literarios."Todos ellos se hayan citados detalladamente en la bibliografía.
Formalmente, el manual está dividido en seis grandes capítulos que van desde la Antigüedad Clásica hasta la Crítica Literaria del siglo XX, pasando por la Edad Media, el Humanismo-ciclo clasicista, el Romanticismo y las tendencias de la crítica de la segunda mitad del XIX. Según el tratamiento de cada capítulo puede dividirse a su vez el manual en dos grandes bloques separados por la frontera artificial que marca el siglo XX, que ocupa una tercera parte de lo que es el grueso de la obra.
Los capítulos del primer bloque contienen una introducción más o menos general sobre la época, el contexto histórico, político, económico y en muy menor medida: social (atrás deja Viñas Piquer las historias marxistas de la literatura y el arte, que, aunque ya superadas, tanto han aportado a la Estética y a la Crítica en general). También nos habla del papel de la literatura en esas esferas y cita otros datos de interés contextual. A continuación se dedica una entrada orientativa acerca de la adscripción del autor que se comentará seguidamente.Y finalmente, en toda una serie de subcapítulos se desarrollan las ideas básicas contenidas en la obra del autor. En la trilla de esas ideas se consideran a lo sumo una o dos obras críticas de cada autor, sin profundizar en la producción menor de cada uno, si no es para mencionarla muy brevemente.
En el segundo bloque cronológico del manual se sigue la misma dinámica, pero en vez de tratar de autores individualizados como en la anterior, se profundiza en corrientes y escuelas donde se inscribe una mayor o menor variedad de autores, que se citarán o no según sus respectivos papeles en dicho movimiento.
La totalidad de los capítulos y subcapítulos están salpicados de citas o referencias a textos clave de la historia de la crítica; referencias que se pueden completar y en las que se puede ahondar con la ayuda del índice bibliográfico.
El manual es, en términos de estructuración de contenidos y de selección de autores y corrientes, absolutamente clásico. Maneja un lenguaje neutro, con un léxico estándar y poco especializado, lo que lo posibilita como lectura óptima para primeros cursos universitarios e incluso para un público menos específico. Aún así, en ocasiones, se extiende innecesariamente en adulaciones sobre la repercusión, prestigio e importancia de los autores tratados. Quizás sería más interesante entretejer con más firmeza las redes y el sistema de influencias entre los distintos temas y autores, trabajo que aportaría al manual la unidad y cohesión de la que en ocasiones carece.