Como ando bastante despistada por el aluvión de exámenes ( y las consecuentes correcciones) de fin de trimestre, había olvidado que encargué a mis libreros Pilar y Ferran Pontón del Celler de Llibres, el último libro de Paul Auster, aún no publicado en español.
Ayer, que pasaba a comprar un regalo de cumpleaños, me lo entregaron. La edición es muy bonita, en tapa dura, con una portada a la par elegante y sobria.
La novela pertenece a esa vertiente austeriana en la que reflexiona metafóricamente sobre la creación propia, sobre su encierro como escritor, A esta primera trama que podríamos llamar metaliteraria, entrelazará Auster la lectura de un manuscrito ajeno: las memorias de un soldado Sigmund Graf, de un estado que es también metáfora de USA: la Confederación. Ambientado en 1830, este relato se irá desarrollando hasta quedar inconcluso, para asombro y disgusto de Mr. Blank, que tendrá que imaginar el desenlace. Se trata de un relato apenas esbozado, en su esqueleto: una nouvelle folletinesca, con cierto saborcillo a western crepuscular, desengañado.
Para empezar, en Travels in the Scriptorium, como en La trilogía de Nueva York , existe un escritor cautivo, un alter ego de Auster. Esta vez se llama El señor Blanco (Mr. Blank). Es viejo, se olvida de todo, está cautivo o cree estarlo (en realidad, no sabemos dónde está, si hay una ventana en la habitación que puede abrirse al exterior o si no la hay, si la puerta está cerrada o está abierta, si puede salir libremente o no, si hay un armario o no lo hay en la habitación), Mr. Blank no recuerda cómo llegó ahí ni qué hace ahí. Tampoco recuerda, más que muy vagamente, a su criaturas, pero ellas lo acompañan. En su habitación todo está rotulado: la pared lleva un nombre inscrito con cello: PARED, la mesa, otro: MESA
Las fotos de esas criaturas que él ha creado están sobre su escritorio, pero él no las reconoce, si acaso se acuerda del nombre de pila de una: de Anna Blume , o de la inicial del nombre de Sophie
pero ahí están Quinn, Fanshowe, Stillmann, el recuerdo de David Zimmer, de El Palacio de la luna y de El libro de las Ilusiones
reprendiéndole por lo que les hizo, pero también queriéndole, pues gracias a él, como dice Anna, han vivido
Este tipo de novelas tienen un indiscutible sabor becketiano, pero también, para un lector español, unamuniano. Es imposible leer esta novela (corta, para lo que venía siendo habitual últimamente), sin acordarse de aquella famosa escena de Augusto Pérez y Unamuno en la Universidad de Salamanca en Niebla ( 1914 ):
Bien, ¿y qué? me interrumpió, volviéndome a la realidad. Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme? , ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a manos de una de mis criaturas! No tolero más. y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes, extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!
Pero... por Dios...
No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
¿Conque no, eh? me dijo, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá ala nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos, sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima...
¿ Víctima ? exclamé.
¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir! ¡Usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues! Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto. Y le empujé a la puerta, por la cual salió cabizbajo. Luego se tanteó, como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.
De manera paralela, aunque sin la acritud de Unamuno y Augusto, en Travels in the Scriptorium, Anna Blumme le dice a Mr. Blank:
Sin usted, yo nunca habría conocido a David (Zimmer). Créame, Mr. Blank, no es su culpa. Usted hace lo que tiene que hacer, y después las cosas pasan. Cosas buenas y cosas malas. Es así. Nosotros podemos ser los que sufran, pero hay una razón para ello, una buena razón, y cualquiera que se queje es que no comprende lo que es estar vivo. (p. 22)
Más adelante, el diálogo continuará de este modo:
Empiezo a recordarte ahora, dice él. No todo, pero pequeños fragmentos, trozos, y piezas aquí y allá. Yo era muy joven la primera vez que te vi ¿ no es cierto?Cerca de los veintiuno, creo, dice Anna.
Pero continué perdiéndote. Estabas ahí por unos días, y después te desvanecías. Pasó un año, pasaron dos años, cuatro, y de repente volviste a aparecer.
Usted no sabía qué hacer conmigo, ésa es la razón. Le tomó mucho tiempo imaginarme.
Y entonces te mandé a tu
a tu misión. Recuerdo que temía por ti. Pero eras una auténtica guerrera en esos dias, ¿no es así?... y eso es lo que me dio esperanza. Si no hubieses sido una persona con recursos, no lo habrías conseguido. (p. 24).
El narrador es un omnisciente parcial. Y su relato, objetivo y externo, se puede confrontar con una cámara cenital que toma nota, cada segundo, de la actividad o reposo de Mr. Blank. Para mí, la vertiente más interesante de Auster no es ésta. No son éstas las narraciones suyas que más me atraen.
Pero es una vertiente muy suya. Reflexionar sobre la escritura, sobre las criaturas, sus agonistas (como diría Unamuno), sobre su propia condición de recluso de su obra, de cautivo en una habitación cerrada, es muy propio de Auster.
El porqué de que Auster se convierta en personaje es muy sencillo:
Mr. Blank es uno de nosotros ahora y aunque tenga dificultades para comprender su predicamento, siempre estará perdido. Creo que hablo por todos los cargos que se pueden hacer contra él, cuando digo que tiene lo que merece, no más, no menos. No como un castigo, sino como un acto de suprema justicia y compasión. Sin él, no somos nadie, pero la paradoja es que nosotros, los hilos desprendidos de otra mente, sobreviviremos a la mente que nos creó, porque una vez que fuimos echados al mundo, contonuamos existiendo siempre, y nuestras historias seguirán siendo explicadas, incluso después de nuestra muerte. (p. 129) Así que, convierténdose en agonista, él sobrevivirá como personaje. No como Auster, condenado, como todos los demás, a la muerte y el olvido. Esa es la razón de que Auster esté, en sus mismas ficciones, ficcionalizado.
Paul Auster, Travels in the Scriptorium, Faber and Faber, London, 2006. (La traducción de los fragmentos citados es mía)
Nota posterior: Anagrama ya ha editado en español este libro, con traducción de Benito Gómez Ibáñez (2007).