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Pascal Quignard: L'enfant au visage couleur de la mort

Pascal Quignard: L'enfant au visage couleur de la mort

Pascal Quignard escribió este cuento  terrorífico como desprendido del ensayo El lector ( que está escrito en forma de epístola, en segunda persona). Ya había hecho algo similar con El nombre en la punta de la lengua, que viene acompañado por un cuento que ilustra perfectamente las hipótesis expresadas en el ensayo. De este modo, cuento y pensamiento se entrelazan y complementan. Es una idea preciosa y no sé por qué no se publicó L’enfant... en el mismo volumen, junto con Le lecteur.

L’enfant au visage couleur de la mort es un relato que no se ha traducido al español. Como tantas obras de Quignard, ésta fue editada varias veces por distintas editoriales hasta que en 2006 apareció la edición definitiva en Galilée. Ya he comentado en otro lugar la belleza de estas ediciones, y es aquí donde Quignard publica su narrativa breve con muy buen criterio. Si yo tuviera una editorial, negociaría los derechos de todos estos cuentos y los publicaría en español sin tardanza en un solo volumen, porque son tan bellos y terribles como los que editó Bruno Bettelheim en el XX o recopilaron los Andersen, Grimm o Perroult en el siglo XIX. Quignard ha escrito que aspira a ser leído por los hombres y mujeres del 1640. Es decir, él aspira al clasicismo. Y clásico es su francés, sobrio y contenido en los relatos. Apenas aparece el narrador-estilista que hay en él. Quignard elude su propia sombra en estos cuentos y hay unos ’ Dicen’, unos ’Contaban que’... que desvanecen la personalidad del autor para subrayar el carácter tradicional del cuento. Un cuento cuyos orígenes se muestran, así, brumosos. No es un cuento del siglo XXI, es un relato ancestral.   

En muchos otros escritos suyos, pero especialmente en El lector y en La barque silencieuse, Quignard teoriza sobre la peligrosidad de la lectura. Los libros nos apartan de los otros, y más radicalmente, de la vida. Es verdad que lo hacen para darnos una vida distinta, tal vez más intensa y verdadera, pero el suyo es un peligro real: un lector se divorcia de la sociedad. Los libros excluyen a la sociedad porque leer te encierra dentro de ti mismo, alza fronteras entre tú y los otros y entre tú y el mundo y crea una adicción solitaria que pocos pueden eludir o vencer, una vez experimentada.

En el cuento de Quignard vemos estas ideas en acción: un padre se ausenta para ir a la guerra y pide a su hijo dos cosas: que no le espere y que no abra nunca un libro. El niño se queda con la madre y obedece la primera orden pero desobedece la segunda. La madre, al principio, no ve mal en ello y compra libros para el niño. Poco a poco, éste se va metamorfoseando y su rostro adquiere el color de la muerte. Vive encerrado con sus libros en una torre en la que nadie entra. Sus ojos se han apagado, su color se ha marchitado, su vista horroriza: se convierte en un monstruo. Pero llega el momento en que el infante desea una esposa. Y la madre, angustiada, tiene que suplicar a la más pobre de las pobres de su reino para que le ceda una de sus tres hijas... La pobre más pobre del reino se compadece del dolor de la otra madre que sufre por su hijo y deja que su hija mayor se vaya con la castellana. Pero la hija muere. Como en todos los cuentos tradicionales, esto se repite tres veces. Tres son las hijas que la pobre cede a la castellana para que pasen la noche con su hijo, el infante del rostro color de la muerte. Al emprender el camino, una vieja las interpela: ’¿Adónde vas?’ La dos hijas no contestan a la vieja, a la que desprecian ostensiblemente, pero la tercera y última hija, responde a la vieja: ’ ¡Oh, vieja! A quien me habla, yo respondo. Marcho con lentitud porque es mi último viaje como ser vivo. Escucho así  a las aves y al aire que resuenan en las hojas de las hayas. Respiro así el aire y el viento que pasa. Así yo te hablo y así te saludo porque allá donde voy, allá está la muerte, y allá ni el cielo ni los campos se escuchan, ni el ave canta, ni las hojas se mueven, ni el aire ni el viento pasan’. 

La vieja, entonces, aconseja a la joven que se ponga tres vestidos, y que cada vez que el infante del color de la muerte le pida que se desnude, ella le pida que se desnude antes él. Y cada vez, la joven se despojará de uno de los vestidos: primero del vestido blanco, luego del vestido amarillo, el tercero será el vestido marrón. Así lo hace la joven, y la tercera vez que el infante le pide que se desnude, ella le pide que antes, se desnude él. Así, el desnuda primero su piel tan blanca como la muerte, la segunda, la carne enfermiza y los ojos sin brillo, y la tercera, él se desvanece para convertirse en la imagen de un libro: ’Desnúdate, le ordena el infante. Desnúdate tú también, delante de mí, le dice ella. Entonces un gran gemido se escucha en el lugar donde se encontraba el infante, y un largo aullido desde allí se fragmentó, poco a poco al contacto con el aire. Y la voz y el aliento se desvanecieron, dejando en su lugar la página de un libro iluminado’.

Entonces la joven vio que en la página aparecía la imagen de un hombre hermosísimo, que era el verdadero infante. Y tanto lo vio que llegó a amarlo: ’Ellos terminan diciendo que ella se aproxima, toma la página del libro y mira con sorpresa el dibujo de un hombre más bello que el amanecer de un día. Con una mirada más vívida que la vida que impulsa el batir de su corazón. Un rostro más luminoso que el sol reflejado en las mareas de una ribera de mar. Ellos cuentan que repentinamente se enamora de esta cabeza, la cabeza del infante de colores muy vivos. Cuentan que ella deseó abrazar ese cuerpo que retrataba la imagen. Dicen que ella no deseaba más que esto en el mundo: apretar contra su seno la cabeza del hombre que aparecía sobre la página del libro’. 

Después de contar el cuento, Quignard agrega algunas palabras enigmáticas, misteriosas, seductoras:

’Los nombres mismos perdieron la fuerza que tienen los nombres para evocar. Parecen indescernibles, erróneos. Signos sordos. Vanos.Temerarios.’ *

 

Y otras cosas que dice después en su forma habitual, en versículos, en pequeños ensayos y que no voy a traducir. A quienes sepan leer en francés: es un hermoso libro, como un texto medieval. Con su misterio y su pesadilla. A los que no sepan leer en francés: ¡vale la pena aprender esa lengua sólo para leer a Quignard!

 

Pascal Quignard, L’Enfant au visage coleur de la mort (conte), Paris, Galilée, 2006.

 

* La traducción es mía, pido perdón por los posibles fallos.

 

 

 

 

2 comentarios

Manuel López-Benito -

Me he quedado impresionado. Siempre creí que el divorcio de la sociedad por la presencia del libro era recomendable. Hoy, inmersos en la que nos toca vivir, más si cabe. Pero nunca reparé en la importancia de "desnudarse".
Muchas gracias por tan maravilloso descubrimiento.

fgiucich -

Gracias por tus visitas y más aún por tus palabras. Abrazos.