Terraza en Roma, de Pascal Quignard
A pesar de que no he escrito últimamente, no he estado ociosa. He leído varios libros, entre los cuales destacaría éste de mi querido Pascal Quignard. Llevaba tiempo intentando localizar un ejemplar de Terraza en Roma. La edición de Espasa (2002) era inencontrable: al parecer, el libro está en reimpresión (según informan algunas librerías en sus webs), y por fin, el otro día, en Laie de Via Layetana, encontré la edición francesa (col. Folio, Gallimard) y la compré.
La primera cosa que pensé al adquirir la obrita es ¿Por qué un libro francés en Barcelona me cuesta 3,80 euros, mientras que la edición española cuesta 14,80? ¿Es ésta una de las razones por la que en España se lee menos? Es evidente que es mucho más cómodo leer en español para mí, y que la escritura de Quignard no es especialmente fácil, pero quizá me tire en brazos de las ediciones francesas, dado que Quignard es un autor prolífico, con más de 70 títulos, y aunque no creo poder leerlo completo (lo que me llevaría demasiado lejos), sí me apetece hacer un esfuerzo, no sólo para ahorrarme el dinero (que también), sino para leer la obra original. Quignard es un autor que publica en varias editoriales: en Gallimard, en Galilée( mucho más cara, aunque muy bellamente editada), y en otras editoriales. En español, su producción también ha sido publicada por varias editoriales: Espasa, Debate y ahora Cuenco de Plata (en Argentina), de manera bastante caótica y sin un orden, y por ejemplo, su Darnier Royaume, que ya va por el quinto tomo en Francia, aún no ha sido traducida al español.
La novela que hoy me ocupa trata de la vida de el grabador Meume, cuya relación amorosa con Nanni Veet Jakobsz termina trágicamente cuando su rostro queda deesfigurado a causa del ataque, con ácido, del prometido de la joven. La melancolía, nunca la desesperación, son el tema de este libro. Sólo en el tramo final del libro intuimos que la rabia también ha presidido su existencia.
Nada resulta más interesante que tomar el pulso a la prosa de Quignard, a ratos lacónica, escueta, precisa, casi fría en su perfecta prudencia expresiva y a ratos desatada, nerviosa, altiva, arrolladora en su elocuencia. La prosa de Quignard es musical. La historia nos remite a la sutileza y al mismo tiempo a la pervivencia de un sentimiento avasallador que llena la vida del personaje, que le aísla, pero que no le impide surmegirse en su obra, la verdadera vida de Meume. La autobiografía está presente en la obra de Meume, así como los sueños, que se convierten en sueños imposibles una vez que Nani decide que ya no lo ama a causa de su horrible rostro.
Hay un encuentro que es un reencuentro, y hay un hijo. Y ese hijo vuelve para herir a Meume. De modo que todas las heridas proceden de su amor por Nanni, la bella joven de cuello largo y finas manos. La musa.
Quignard describe con precisión las obras que Meume va diseñando y plasmando en sus grabados a punta seca, o en sus aguafuertes. La precisión descriptiva no sólo consigue mostrar la obra ante los ojos del lector, sino también el alma del artista. Todo lo que hacemos es lo que somos, seamos conscientes o no.
La vida y la obra de Meume no pueden sustraerse nunca del hechizo inicial de Nanni, de esa primera mirada, de esos abrazos. Y en sus periplos por Salerno, Brujas, el Milanesado, España, y en su terraza en Roma, Meume sigue aferrado a ese recuerdo y a esa imagen de Nanni. Itinerante, como todos los artistas de su época (Meume nace en 1617), no se separa jamás de sus recuerdos: "También dibujé toda mi vida el mismo cuerpo, en los gritos del abrazo con los que soñaba siempre".
Su vida puede ser resumida en éxtasis, sueños, unos cuantos objetos que siempre le acompañan y una imagen que queda en su retina: la de la bella Nanni.
El hecho de que Meume viva de un arte sin color, sólo trazado a base de la luz y de la sombra que otorga a las figuras y al paisaje, tiene que ver con la forma de la novela, también sombría, luminosa a ratos, siempre misteriosa. Una novela en claroscuro. Meume muere en Utrecht en 1667.
Alguien ha dicho que Quignard es el menos contemporáneo de los escritores. Y es cierto. Quignard es un autor neojansenista, racionalista y apasionado a un tiempo, perfeccionista de la sencillez, es profundamente complejo. Su literatura está hecha de contrastes, de luces y de sombras, de vacío y de abundancia, de silencio y de torrentes de palabras, de soledad y de silencios que de pronto estallan como luces lejanas que iluminan un rostro: nuestro rostro interior. No retórico, sino íntimo: verdadero.
"Cada día, aun bajo la lluvia marítima, aun cuando las brumas de la calor se elevaban bajo el río y se agarraban a los muros y a los árboles, iba a algunos metros de ahí, hasta el puente Fabricius. Descendía hasta el río, cerca de las ruinas y cerca del torrente. Apoyada la espalda contra la corteza de un árbol o al amparo de la enramada o bajo el desplome de una vieja piedra, entre los patos y los gansos que chapotean en el lodo, bajo la mirada de las corzas grises, miraba el Tíber, sus remolinos, su precipitación, sus chorros de espuma blanca que se revolvían sobre las rocas. Se enterraba en su ruido sordo".
Pascal Quignard, Terrasse à Rome, París, Gallimard (Col. Folio), 2000.
Terraza en Roma, Madrid, Espasa, 2002 (en reimpresión).
4 comentarios
Gabriela Zayas De Lille -
¡Misterio!
Paco -
Un saludo.
Gabriela Zayas De Lille -
fgiucich -