Le lecteur, de Pascal Quignard
Primorosamente editado por Gallimard en esa colección de pequeños volúmenes sobria y sin una errata, que parece que estás en el XVIII, leo estos pensamientos de Quignard. Estos escritos, sobre la desaparición del lector en la lectura, sobre la familiaridad del lector con ese mundo de muertos que son los autores, y que paradójicamente están más vivos que muchos seres vivos pues nos hablan con sabiduría o con imaginación de cosas necesarias. Tantas veces me he sumergido en ese mundo circular de Quignard, en el que las ideas dan vueltas y vueltas sobre sí mismas, en el que los conceptos alcanzan profundidades peligrosas, que sólo es cuestión de poderlo leer (por así decirlo), cerrando los ojos, concentrándome en sus palabras y tratando de llegar ahí donde nadie más llega, cuando no hay nadie más en el mundo que esas palabras y yo.
Porque en verdad un lector es alguien que se olvida de sí mismo para sentir con el libro, para pensar con él y en él, borrando todo aquello que puede resultar un obstáculo: tiempo, circunstancia, sexo, incluso opiniones. Y todo lector renuncia al mundo para entrar en ese otro universo, buscando un espejo en el cual contemplarse para conocer. Sí. Esa aventura de leer.
Cualquier libro de Quignard me remite a Quignard y a mí misma, a mi ser más remoto y más solitario, más aislado y sin embargo, más vivo. A mi ser pensante, cuyas remotas oscuridades ni yo misma conozco. Leer puede ser una road movie en la que uno viaja hacia afuera o hacia adentro con el otro, que pilota: el escritor.
Y el escritor Quignard escribe de manera que sus palabras no pueden ser cambiadas o glosadas. Escribe con la precisión de la poesía, que nos obliga a la literalidad. Por eso es imposible reseñar un libro de Quignard. Lo que él dice es el cómo lo dice, y cualquiera otra formulación traiciona su pensamiento y con él, el sentimiento de su lector. Lo que el lector aprehende de él sólo puede ser dicho palabra por palabra.
En ese mundo despoblado, silencioso de Quignard es donde yo soy más yo: leyendo a otro. Paradoja que explica por sí misma lo que significa ser un lector: alguien que da vida a esa cosa que espera, muerta y callada, a que le den vida: el libro. Mientras que el libro vive dentro del alma del lector, éste está muerto para la vida y sólo vivo para el libro.
Vous souvient-il dun prêche que Claude de Marolles, vers le milieu du XVIII siècle, fit au sujet de la lecture?
Il décelait dans la pasion de lire un péril mortel pour lâme du lecteur; la lecture était un rapt dâme. Cet enlèvement, aux yeux du Créateur, équivalait à une perdition totale et ne durât-elle que le temps que durât la lecture, les flammes de léternité ne pouvaient laver ce péché (cette métamorphose extraordinaire, monstrueuse, au regard du statut de notre condition), ne pouvaient pas régénérer ce mort. (p.29).
Recordáis la prédica que Claude Marolles hizo hacia mediados del siglo XXIII como tema de la lectura ?
Él descubrió en la pasión de leer un peligro mortal para el alma del lector: la lectura era un rapto del alma. Este robo, a los ojos del Creador equivalía a una perdición total que no duraba nada más que el tiempo que perduraba la lectura, el fuego y la eternidad no podían lavar este pecado ( esta metamorfosis extraordinaria, monstruosa de la mirada del estatus de nuestra condición ), no podía regenerar esta muerte. ( p. 29 ).
(...)
Son tombeau? un auditorium muet et étrange: son corps. Le visage abîmé. Le corps pesant, assis ou affaissé, corps témoin opaque et lourd ainsi quen termes de marine flotte immuable et fixé, sous bruine infranchissable, dans locéan, le repère du "corps mort".
Enfin, le souffle rare. La vie à demi vive, les apparences de la mort. Le silence du lecteur. (p.34-35).
¿ Su tumba ? un auditorio mudo y extraño sin cuerpo. El rostro ajado. El cuerpo pesado, sujeto o abatido, cuerpo testimonio opaco y pesado, tanto como cuando en términos marinos algo flota inmutable y fijo bajo la llovizna infranqueable en el océano, la marca de la muerte. En fin, la respiración rara. La vida a medias viva, la apariencia de la muerte. El silencio del lector.(pp. 34-35).
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Pascal Quignard, Le lecteur, Gallimard, París, 1976.
(La traducción es de mi amigo y compañero, Gonçal Tomás)
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