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Sentido y sensibilidad de Jane Austen: el libro y la película

Sentido y sensibilidad de Jane Austen: el libro y la película

 

En estos días me he sumergido de nuevo en el universo narrativo de Jane Austen, con la relectura de Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio y Persuasión. He pensado otra vez en la suerte maravillosa que han tenido las adaptaciones de estas obras al cine y a la televisión. Lo bien que han sido trasladadas del papel a la imagen, y lo mucho que esto ha influido para que  el coronel BrandonDarcy o Emma formen parte integrante de la cultura cotidiana (por así llamarla) de los ingleses, que no son precisamente la gente más elaborada de este mundo, pero que tienen la suerte de tener unos actores, directores, guionistas y productores que valoran con justicia la literatura y la cultura propias, porque no sólo han pasado por la universidad, sino que, curiosamente, han aprovechado sus estudios. Por otro lado, estas adaptaciones han demostrado ser muy rentables económicamente y todo ello ha contribuido a esta oleada de versiones de obras clásicas que tanto envidio y que tanto aprecio. 

En muchas ocasiones, las series de la BBC o las películas me han llevado de la mano a la literatura; por ello no puedo estar en contra, globalmente, de la televisión (y mucho menos, claro está, del cine). En unas cuantas ocasiones he llegado a pensar que la traslación al medio audiovisual es incluso mejor que la novela en que se basa, como es el caso, por ejemplo, de La muerte en Venecia, de Thomas Mann, llevada al cine por el gran Luchino Visconti con la impagable colaboración de Dick Bogarde  y de la bellísima y elegantísima Silvana Mangano. 

En cuanto a Jane Austen, creo que puedo decir lo mismo: la versión de Sentido y Sensibilidad que dirigió Ang Lee en el 95, con un guión excelente de Emma Thompson (esa rara avis que conjuga belleza, inteligencia y humor en cantidades suficientes como para que nos postrásemos ante ella si la viésemos pasar por cualquier callejuela inhóspita y lodosa), es bastante mejor (a mi entender), que la obra misma.

Existen algunos problemas en la obra de Austen que desaparecen en la versión de Ang Lee. Por un lado, creo que Austen exagera la omnisciencia de un narrador o narradora que enjuicia constantemente a sus personajes, y que se decanta obviamente por la discreción y buen juicio de Elinor, la hermana mayor, y critica,  a menudo agriamente, el romanticismo o la sensibilidad extravertida de la mediana, Marianne. En ello radica principalmente la animadversión que sentían por Austen las hermanas Brontë, que la consideraban excesivamente artificiosa en lo que toca a la creación de sus personajes, y sobre todo, en la manera en que Austen planteaba las relaciones sociales y amorosas en sus novelas: con tiralíneas.

La arquitectura de la obra de Austen es perfecta. Todo está calculado y medido y todo encaja perfectamente. La técnica es intachable. Sin embargo, encuentro que el personaje de Elinor es excesivamente pasivo, introvertido, pacato, juicioso en demasía...Casi diría que, si la conociera, me resultaría bastante insoportable. Emma Thompson borda este papel otorgándole una humanidad, una sensibilidad, un amor por su hermana que verdaderamente nos arranca lágrimas. La Elinor cinematográfica me resulta mucho más amable que la austeniana (a pesar de que se enamora -con toda timidez, claro está- de Hugh Grant, cuya única gracia para mí consiste en que dice sus discursos de corrido, siempre poniendo esa cara de estreñimiento que suele poner en todas y cada una de sus actuaciones).

 Otro elemento interesante de la obra de Austen que queda bien reflejado en la adaptación cinematográfica es el económico. En Austen, la economía es vital, es central para comprender todas las relaciones planteadas en sus obras. En Sentido y sensibilidad, al igual que en Orgullo y prejuicio, las hijas se ven privadas del derecho a heredar las propiedades paternas (que pasan a cualquier otra línea masculina. En el caso de Sentido... a un hermano mayor, fruto de un primer matrimonio, y en el de Orgullo...a un pariente lejano, picajoso y snob y uno de los personajes más cómicos del universo austeniano: el clérigo Collins). Esa vulnerabilidad económica trasforma a las mujeres de Austen en mujeres que sólo pueden resolver sus vidas casándose con hombres de cierta fortuna. Y es una característica decisiva ( a mi modo de ver), cuando se produce el cambio de actitud de Lizzie Bennet ante la posibilidad de casarse con el dueño de Pemberley, el famoso Darcy de Orgullo y prejuicio, obra que trataré de reseñar algún día en este lugar. En Sentido y sensibilidad, la muerte del padre  deja a la viuda y a las tres hijas en una situación de comparativa pobreza. Sus vidas cambian radicalmente y esa pobreza condiciona la rastrera y desgraciada huida de Willoughby y la ruin actitud del hermano mayor , John Dashwood, y de la esposa de éste, la odiosa Fanny. Esto nos permite conocer, en cambio, la nobleza y la decencia de Edward Ferrars y del coronel Brandon, la generosidad desinteresada de Middleton, la entereza de Elinor, la incredulidad de la romántica Marianne, etc. Y a esta pobreza, finalmente, deben ambas hermanas su posterior felicidad, pues es asumida dignamente, casi heroicamente por ellas, frente a la sevicia y la avaricia del bello Willoughby (igual que en Orgullo... ocurre con el igualmente bello teniente Wickam), o con Lucy Steele, que, decantándose por Robert Ferrars hará posible la unión de su  hermano Edward con Elinor, hasta ese momento tan imposible como soñada por ambos.

Por otra parte, en la versión de Ang Lee-Thompson, el papel de la hermana pequeña, Margaret, expresa muchos pensamientos que en la novela corren a cargo de ese/a narrador/a tan pesado/a que he mencionado antes, liberándonos así de su omnipresencia. También consigue decir en voz alta lo que otros personajes piensan pero no pueden decir a causa de los convencionalismos sociales que ella, por su edad, puede ignorar. Margaret, en la película, se convierte en un personaje mucho más importante, imprescindible, mientras que en la novela pasa casi desapercibido. La obra gana así en análisis y profundidad y en perspectivas, en puntos de vista.

Para mí, uno de los grandes aciertos de Jane Austen es su impecable, extraordinaria técnica narrativa cuando emprende la descripción de las escenas en las que toman parte muchos miembros de la sociedad o de una familia. La descripción de las reuniones y cenas en casa de Sir John Middleton es absolutamente magistral. La extraña vitalidad del personaje, su buen corazón y su simplicidad típicamente masculina (que le hace elogiar a Willoughby como persona únicamente basándose en que es buen cazador y posee una excelente perrita cazadora), su anodina esposa, su suegra, la señora Jennings, también bondadosa, aunque insoportable, los hijos, el coronel Brandon, las hermanas Steele, los Palmer... Todo ese universo está narrado y expuesto con total coherencia y absoluta perspicacia.  En la película, todo ese fresco social queda reflejado en actuaciones magistrales de todos esos impagables secundarios: Elizabeth Spriggs, Imelda Staunton  (gran actriz y gran amiga de la pandilla Thompson-Fry-Laurie: si podéis verla en su Vera Drake, adelante, es una obra muy interesante de Mike Leigh), Hugh Laurie (universalmente conocido por su papel en la serie americana Dr. House y excelente, como siempre), Robert Hardy, en un gran papel como Middleton, Imogen Stubbs, etc., etc...

Tanto la novela como la película me parecen imprescindibles. Se complementan, se alimentan provechosamente la una de la otra para ofrecernos una extraordinaria visión de la sociedad, los sentimientos o de las diversas formas de encarar la desgracia o la pobreza. La felicidad que unos alcanzan al final es fruto de una actitud ética ante la vida, pero esto no resulta tan moralizante como cabe esperar. Y es de pura justicia poética que los sedientos de fortuna y de poder acaben sufriendo los tormentos de Tántalo.   

La película da cara y voz ( y qué actores, Dios) a los personajes. Están extraordinariosThompson, Winslet, Jones, ¡Rickman! Wise...¡y todos esos maravillosos secundarios!

En fin, leed la obra y ved la peli. Por cierto en una edición muy completa, con entrevistas y extras muy informativos ¡Y a muy buen precio!.

 

Jane Austen, Sentido y sensibilidad, Random House-Mondadori de Bolsillo, Barcelona, 2007 (4º ed). Traducción de Ana María Rodríguez.

Sentido y sensibilidad (USA, Reino Unido, 1995), Reparto: Alan Rickman, Emma Thompson, Kate Winslet, Hugh Grant, Imelda Staunton, James Fleet, Gemma Jones, Tom Wilkinson, Harriet Walter, Hugh Laurie. Director: Ang Lee; Guión:  Emma Thompson; Dirección artística: Philip Elton; Diseño de producción:  Luciana Arrighi; Fotografía: Michael Coulter; Música: Patrick Doyle; Productor ejecutivo: Sydney Pollack; Vestuario: Jenny Beavan, John Bright.

 

 

PD: Hay también una versión reciente  (2008) de la novela en una serie de la BBC (muy correcta, quizá menos lírica, sin la dirección de Ang Lee, especialista en fundir personajes y paisaje, y sin el duelo Thompson-Winslet),  que también recomiendo (pero que no lleva subtítulos en español, y no sé si se encuentra en el mercado hispanohablante). La versión es excelente, muy fiel a la obra. Dura tres horas y no desmerece, pero... 

Revolutionary Road (Vía Revolucionaria), de Richard Yates

Revolutionary Road (Vía Revolucionaria), de Richard Yates

Al hilo del estreno de la película de Sam Mendes (que no he visto), he leído la novela de Yates, precedida de algunas reseñas verdaderamente ditirámbicas. Como muy bien dice mi ciber colega Portnoy  de la literatura inglesa contemporánea, algunas obras, no se sabe bien por qué, son calificadas de ’obras maestras’ cuando realmente no lo son. Puede que sean buenas obras, obras interesantes, obras conseguidas... pero no son hitos en la historia de la literatura, ni siquiera de la literatura de su país. 

Esto pienso yo de Revolutionary Road, novela publicada en 1962 y ganadora del premio Nacional de Literatura en USA. 

Tengo la sensación de que es una historia que ya conozco. Me suena un poco a ¿Quién teme a Virginia Woolf? Está muy bien escrita, pero es una historia un poco repetitiva y bastante predecible. El tema no es tanto una crítica del llamado ’sueño americano’ como una radiografía de la desazón burguesa. Y sin embargo, qué poco variamos el esquema de esa vida vacía.

Lo que me parece más interesante de la obra es la forma en que Frank se imagina los diálogos. Los diálogos reales nunca se parecen a los imaginarios y nunca responden a sus expectativas, por lo que no tiene nunca las respuestas adecuadas ni las preguntas correctas y todo se vuelve un despropósito o peor todavía, un horrible malentendido.

Por otro lado, la pre-historia de su personaje protagonista femenino, April, se presta a hacer una ruda lectura psicoanalítica, la cual no deja de hacer su marido, y por supuesto, me temo que la mayoría de los lectores. Es un personaje que promete y no cumple con las (ni con sus) expectativas. No es interesante, ni inteligente, ni adorable. Peor todavía, actúa tan estúpidamente que uno no puede ni siquiera sentir una fugaz empatía. 

La vida en común destruye el amor -ya lo pensaba la princesa de Clèves (ver mi reseña anterior), señores, tres siglos antes, je-, y hasta puede llegar a convertirse en odio ¡Qué noticia!

Destrucción, autodestrucción, adocenamiento de clase media, urbanizaciones, uniformidad de casas, coches, sentimientos, reuniones... Para definir o describir esto me remito con mayor placer a la imaginería de Eduardo Manostijeras en esas escenas impagables en las que los coches de los maridos abandonan el falso paraíso a la vez y vuelven a la vez, y las mujeres salen y entran de sus casitas de colores, mientras fabrican su bien elaborado infierno.

¿Vale la pena la lectura de esta obra? ¿Por qué no? Es suficientemente cáustica  como para entretenernos un rato. Pero es olvidable. Dos tardes y un suspiro. Una lectura más. Tal vez la peli con la magnífica Kate...

 

Richard Yates, Revolutionary Road (Vía Revolucionaria), Madrid, Punto de lectura, 2009. (Traducción de Luis Murillo Fort).

 

 

 

La princesa de Clèves, de Madame de La Fayette

La princesa de Clèves, de Madame de La Fayette

Hace un par de años me compré este librito y desde entonces había estado durmiendo el sueño de los justos en un rincón de mi habitación, al lado de otros que también (alas!) siguen pendientes de lectura. Por fin, hace un par de tardes, me arrebujé en su compañía, "abrigándome del frío, de la lluvia y de las mareas", como dice Quignard, dentro de sus páginas (en realidad, de las mareas no tuve que abrigarme porque no lo necesito al no estar a la orilla del mar, pero en fin, todo sea por la literalidad de las citas...).

Al principio, la novela es dura. Lo es porque presupone un cierto conocimiento de los entresijos de la corte de Enrique II de Valois, rey de Francia, de sus asuntos (numerosos), de alcoba, y en general, de la historia francesa de ese periodo histórico. Como he visto unas cuantas veces La reina Margot (por ahí andan un par de posts sobre ella) y he leído también una biografía encantadora de Néstor Luján que no he reseñado aquí, así como varios libros sobre Felipe II (casado con Isabel de Valois, hija de Enrique y hermana de la susodicha Margot), debo decir que yo no estaba del todo ajena a tales enredos y líos entre Catalina de Médicis, Diana de Poitiers y demás personajes históricos. Sin embargo, esas primeras páginas me costaron un poquito, antes de que entrara de lleno en el terreno de lo ficticio, y de  que me dejara seducir por la curiosa y ejemplar historia de los amores (o desamores) de la princesa de Clèves, de su marido, el desdichado príncipe, y el duque de Nemours.

La novela plantea un espinoso tema: la virtud nos hace desdichados. La virtud mata. La pasión no desatada tiene un poder destructor equiparable a la del Hambre, el Fuego o el Infierno. La princesa de Clèves es una joven inmisericorde, consigo misma, en primer lugar, y con los dos hombres que la adoran : su marido, el príncipe, a quien no puede amar, y el duque de Nemorus, el cortesano más bello y seductor del momento, a quien ama, pero a quien no permitirá nunca ni el más leve destello de amor o de alegría. Sorprendentemente, la carrera galante de este bello Casanova se verá truncada bruscamente cuando se entrega en cuerpo y alma al amor que le despierta la hermosísima y cruel Princesa.  

Ella, guiada por una madre virtuosa, no cederá jamás a las tentaciones de la promiscua y desenfadada corte francesa. Su sinceridad es total, como lo es su rigidez, y por ello, hace partícipe, en un momento dado, a su marido, del amor que siente por el bello Nemours. Esta sinceridad impoluta mata al príncipe de Clèves y la princesa, sintiéndose o sabiéndose culpable de esa muerte, renuncia a un segundo matrimonio y con él, a ser feliz, y a hacer feliz a Nemours. En el contexto de la época, todo esto no es más que un despropósito. Pero en el fondo de la decisión de la princesa late algo más que el amor puro a la virtud. En la base de esta cruel decisión está el convencimiento de que Amor y Matrimonio son enemigos naturales. Y que pasión y convivencia son excluyentes. Por ello, ansiosa de evitar el Dolor, renuncia a una fugaz felicidad, en pos de una satisfacción de la renuncia que al menos engrandece su concepto de la Razón, que todo lo preside.

Así, la princesa explica a Nemours su negación a casarse con él, una vez muerto de dolor el príncipe. La sinceridad de la princesa, al contar a su esposo que ama, aunque no se ha entregado ni se entregará nunca al amante, tiene un poder destructor terrible. El marido es destruido por la verdad de un amor que no se ha consumado ni se va a consumar. Incapaz de sobrellevar el peso de esa confesión, el príncipe sucumbe. Sucumbe, paradójicamente, aunque crea en la fidelidad de ella. Esta fidelidad, creada por el matrimonio, pero no por el amor, le devora por dentro hasta terminar con su vida.

En la novela se cuentan otras historias galantes, que no tienen el dramatismo de la historia principal, y que nos enseñan que el galanteo, por ser distinto al amor, puede llegar a causar problemas, pero nunca la muerte o el dolor que causa la pasión verdadera, convertida en fuego que consume a los que aman sin poder poseer. El príncipe de Clèves posee físicamente a su esposa, pero sabe que no es amado por ella, y por eso sufre y muere. Nemours, que se sabe amado, pero no puede poseer, sufre y pervive, aunque herido para siempre por este amor inalcanzable. Ella es quien maneja estos sentimientos, negándose siempre la posibilidad de la felicidad y optando por la tranquilidad de un retiro de la vida en el que sus sentimientos no se verán mezclados ni sacudidos por la previsible desilusión.

La obra es interesante, aunque muestre este retorcimiento que bien podríamos llamar psicoanalítico: la princesa teme amar de verdad porque teme sufrir, pero sufre igualmente y hace sufrir también ¿Es esto virtud? El juicio lo hacemos nosotros.

¿Esa Razón, más poderosa que el sentimiento o que la aparta de él, es mejor que dejarse llevar por las pasiones?

¿Es la princesa de Clèves más moral que Diana de Poitiers, que la Delfina de Francia, María Estuardo,  o que las otras damas que tienen una sucesión de amantes? ¿Es mejor que las damas que se entregan a sus amantes y disfrutan de esos amores adúlteros?

Cléves, por otra parte, triunfa cuando niega sus favores o su amor, pues tanto su esposo, el príncipe, como Nemours o el caballero de Guisa, que la aman, acaban dedicándole todos sus pensamientos y todas sus acciones.

En todo caso, la princesa de Clèves es distinta, y esa diferencia con las otras damas le proporciona una sensación de orgullo y de seguridad.

En el interesante prólogo de mi edición , se nos dice que estas novelas se escribían colectivamente , cosa que yo ignoraba, y que en la escritura y desarrollo de La princesa de Clèves participaron varios escritores, entre los que se cuentan La Rochefoucauld o Segrais, bajo la batuta de Madame de La Fayette. También se explica cómo y porqué la escena de la confesión entre la princesa y el príncipe (motivo de la ulterior muerte del desdichado esposo), la sitúa en niveles de inverosimilitud paralelos al de cualquier cuento de hadas, aunque la acción se sitúe en un contexto bien real, el de la corte de Enrique II. Por ello, la novela mezcla el cuento de hadas (terrible, como solían ser, realmente), con la novela histórica.  

 

Madame de La Fayette, La princesa de Clèves, ed. Losada, Buenos Aires-Madrid, 2005. Introducción, prólogo y notas de Cristina Peña

 

Middlemarch, una novela extraordinaria de George Eliot

Middlemarch, una novela extraordinaria de George Eliot

En primer lugar, debo dar las gracias a los que amablemente se han interesado por mi ausencia de este blog. He tenido y tengo algunos problemas con el router y eso ha sido lo que fundamentalmente me ha impedido continuar, así como algunas incidencias personales del todo agradables.

 

Vuelvo con esta reseña de Middlemarch, una novela a la que llegué después de haber visto la serie de la BBC del mismo nombre, que como todas estas series de época tan bien saben hacer los británicos.

 

Finalmente, hace un par de meses, decidí hincarle el diente a la novela (y no fue una decisión fácil, ya que tiene más de mil páginas). Coincidió esta lectura con el final del trimestre escolar, lo que me llevó a hacer una lectura lenta de la obra, cosa que no es habitual en mí, que soy una devora-libros.

He disfrutado mucho de la lectura, ya que tenía en mente la dramatización que se había hecho para la tele. En una obra tan larga y tan compleja, en la que hay varias tramas argumentales, la multiplicidad de los personajes puede llegar a ser un problema abrumador.

 

Algunos consideran esta obra de George Eliot (esa gran escritora inglesa de corte liberal, cuya fructífera obra se publicó, como la de muchos de sus contemporáneos, por entregas), como una especie de culebrón decimonónico.

 

Considerarlo de este modo sería como considerar que los Dickens, Balzac o Pérez Galdós son folletineros y no verdaderos escritores. Sólo quien ignora los mecanismos de esta literatura por entregas puede considerar que tiene algo en común con los modernos seriales televisivos, tan ayunos de literatura como llenos de tópicos,

 

Middlemarch, terminada en 1871 (año en el que La Fontana de Oro de Pérez Galdós vio la luz), ha sido correctamente considerada por Virginia Woolf y por otros, como una obra maestra de la literatura inglesa y continúa siendo una novela de referencia actualmente. Penúltima de las obras de Eliot, muestra su madurez como escritora y constituye un análisis especialmente lúcido de la sociedad victoriana con todas sus contradicciones, sus miserias, sus anacronismos, sus luchas de clase y de género, su religiosidad y su moral.

 

Como obra compleja que es, discernir el tema resulta arduo. A través de las historias entrelazadas de Dorothea Brooke y de su hermana Celia, del tío de ambas, Arthur Brooke, un terrateniente insulso y sin sentido de la virtud, aunque cariñoso y atento con sus sobrinas, de Casaubon, con sus manías pseudo intelectuales, su egoísmo feroz, su hipócrita sentido de lo conveniente y del joven y enamorado Ladislaw entramos en la primera historia. Historia que podríamos conectar por sus ecos religiosos (o más bien de crítica de la religión), con otra de las obras de Eliot, Daniel Deronda.

 

En la intrincada red de las relaciones de los personajes que pueblan esta historia primera de Middlemarch vemos la inteligencia y ternura juveniles de Dorothea estrellarse contra la frialdad y estrechez de miras de su esposo, Casaubon, y vemos desarrollarse también la historia del amor romántico y puro de Ladilsaw por la esposa de su tío. Pero también se nos describen los intríngulis de la vida política del pueblo, las relaciones entre los habitantes de esos feudos ingleses tan peculiares y tan distintos de los nuestros, pero sin embargo, y en el fondo, tal como los describe Eliot, podemos tender una línea que nos lleva hasta esos mismos problemas y corrupciones que están tan presentes en Los pazos de Ulloa, de Pardo Bazán, en los que el caciquismo se equipara con esas elecciones que transcurren en aquel pueblecito imaginario de Inglaterra en el que Eliot coloca a sus personajes.

 

En esta, que llamaremos la primera historia de Middlemarch, tenemos pues bien desarrollados y tratados los temas de la política y sus corrupciones, de las clases sociales (o sus diferencias), y del amor, enfrentándose a las convenciones sociales, que ante todo ven el matrimonio como un negocio o un trato sociales entre iguales y no como una unión amorosa. Y no menos importante, Eliot desarrolla aquí el tema del género. Dorothea es una mujer educada, ambiciosa (en el sentido de que desea hacer uso de sus cualidades intelectuales y de sus ideas de reforma social), y que se ve completamente decepcionada, primero como esposa de Casaubon, al darse cuenta de que él no es el gran intelectual al que ella había ambicionado ayudar en su magna obra, sino un mediocre recopilador de citas ajenas, y que después, ya unida a Ladislaw, sólo podrá ver cumplidos sus deseos por su interpósita persona, conformándose así con un segundo plano muy modesto, oscuro y sin relieve y encontrando en ese ámbito, al parecer, la felicidad.

 

No estamos ante una obra irrealista, y el planteamiento de este fracaso vital de Dorothea no puede verse como un argumento de feminismo avant la lettre sino más bien como una descripción bastante ajustada a la realidad de la época. Dorothea misma no es un personaje totalmente positivo. Eliot nos la muestra extremadamente ingenua en sus suposiciones, muchas veces precipitadas, como en el juicio equivocado que hace sobre su primer marido, Casaubon, el incluso después, la vemos moverse en un terreno muy próximo al fanatismo religioso, en este caso protestante, que suele ser tan nocivo como el de esos personajes ultracatólicos galdosianos de La familia de León Roch, o de Doña Perfecta, pero Eliot no usa ni abusa, como Galdós en estas dos novelas, del personaje-arquetipo, ni de la tesis. Y por lo tanto, su obra resulta en su conjunto más convincente que la del canario, o si se quiere, más moderna.

 

La que llamaremos la segunda historia de Middlemarch, fue en realidad, la primera que ocupó a Eliot en los inicios de la escritura de esta novela. Aquí tenemos a Lydgate, un joven médico, miembro subalterno de una familia de la ’gentry’, es decir, de elevada posición, pero sin medios económicos propios, cuyo alto idealismo y merecimientos académicos son extraordinarios. Su ambición es llevar a cabo investigaciones pioneras en una ciudad pequeña, de provincia, que resulta ser Middlemarch.Tertius Lydgate quiere llevar allí la ciencia y el progreso en el ámbito de la sanidad publica. Desea promover los estudios de la medicina moderna. Tiene todas las cualidades, pero no tiene las posibilidades materiales para llevar a cabo su proyecto, y por ello necesita alianzas. Alianzas que, en lo económico, lo llevarán a unirse a un hombre cuyo oscuro pasado hasta el momento de la historia nadie conoce, pero que saldrán a la luz con toda su vileza y maldad y que hundirán a Lydgate, lo mismo que lo hará una decisión equivocada: un matrimonio, como en caso del de Dorothea, fallido. Una mujer que no le merece, una mujer hermosa, aparentemente buena, pero realmente considerablemente indigna, que jamás comprenderá sus ideales, que sólo deseará opulencia, lujo, todo aquello que Lydgate desprecia y que acabará por tener que darle. El fracaso de Lydgate es total. Los ideales que acariciaba serán completamente aplastados por la crudeza de la realidad que lo rodea y a la que él ha tenido que rendirse.

 

Finalmente, la historia de la familia Garth, una familia de gente honesta, trabajadora y verdaderamente moral, es la única que tiene un final feliz, ya que Fred Vincy, muchacho alocado y bueno para nada, acaba siendo un hombre honrado al hacerse merecedor del amor y la confianza de Mary Garth. De las tres, esta historia es la más pura, en el sentido de que en ella no toman parte otros elementos, aparte de los puramente referidos a los personajes que la viven. Es una historia no romántica, pero sí de amor. O sobre el poder que tiene el amor para redimir a quien verdaderamente ama, como es el caso de Fred Vincy.

 

En esta ciclópea novela, hay muchas más historias, la de los padres de Ladislaw, la de Featherstone, la del hipócrita Bullstrode y su amada esposa Harriet, etc.

Middlemarch es una obra mayor.


George Eliot, Middlemarch, ed. Random House-Mondadori, (Col. Clásicos de bolsillo), Barcelona, 2004.

 

 

El coronel Chabert, un hombre que murió dos veces

El coronel Chabert, un hombre que murió dos veces

Balzac describió en esta nouvelle la tragedia de un hombre que tuvo que morir dos veces. Una, en Eylau, en una carga del victorioso ejército de Napoleón y otra en la época de la Restauración, cuando su esposa le niega y le pide que vuelva a desaparecer entre las sombras.

El coronel Jacint Chabert es uno de los héroes napoleónicos y es dado por muerto erróneamente en esa singular batalla. Herido en la cabeza y enterrado en una fosa común, sale de ella sin saber cómo, y tarda diez largos años en volver a París. Enfermo, depauperado y casi loco, Chabert envía cartas a su esposa, pero ésta ha contraído ventajoso matrimonio, ha multiplicado la herencia recibida tras la ’muerte’ de Chabert y no desea saber nada de éste.

Solamente un hombre es capaz de escuchar al muerto vivo: el procurador Derville. Ellos, hombres de honor, deben enfrentarse en desigual batalla contra la ambición, la avaricia y la frialdad de la condesa (primero condesa Chabert y después condesa Férraud), que con uñas y dientes, como una hiena, defenderá su matrimonio con su segundo esposo, que ansía el nombramiento de Par del reino en el nuevo régimen. Con él defiende su ascensión social, su familia y su estatus.

Ningún escritor ha tenido, como Balzac, la fuerza dramática para contar esta historia cortante como el filo de un sable. Batalla moral en la que Chabert triunfa a pesar de perderlo todo: amor, fama, razón, salud, posición, nombre. 

La obra fue llevada al cine por Yves Angelo (fotografo de Tous les matins du monde), con Gérard Depardieu, Fanny Ardant, André Dussollier y Fabrice Luchini en los papeles principales (Francia ,1994). La peli cambia ligeramente el final de la nouvelle, concediendo a Chabert una justa revancha, orquestada por el procurador. Sin embargo, pienso que este final, en cierto modo más justo y más sentimental, quita fuerza y horror a lo que plantea Balzac en una obra en la que el tema es precisamente la radical injusticia de la vida y la terrible maldad de muchos seres humanos capaces de mezquindades y traiciones tan humanas como deplorables.

 Chabert le dice a su esposa - a la que, sin embargo, ama-, en una escena clave de la novela: "Doy gracias al azar que nos ha separado". 

August Strindberg escribió una vez que tras leer por diez años la obra de Balzac, salía convertido en otro hombre. No hay duda de ello. Balzac es una forma de vida.

"En estos momentos, corazón, fibras, nervios, fisonomía, alma y cuerpo, todo,hasta los poros, se estremecen. La vida parece no ser ya nuestra; se sale de nuestro ser, se comunica como un contagio y se transmite con la mirada, con el acento de la voz, con el gesto, imponiendo nuestra voluntad á los demás. El veterano se estremeció al oír aquella primera palabra, aquel primero, aquel terrible: «¡Señor!» Pero es que también dicha palabra encerraba un reproche, un ruego, un perdón, una esperanza, una desesperación, una interrogación, una respuesta."

Honoré de Balzac, El coronel Chabert, ed. Valdemar, Madrid, 1996. (Traducción de Mauro Fernández Alonso).

 

 

 

 

 

Philippe Claudel: Almas grises y La nieta del señor Linh

Philippe Claudel: Almas grises y La nieta del señor Linh

Llevo semanas queriendo ver la peli de Philippe Claudel, Hace mucho que te quiero, porque me interesa el cine francés y porque me gusta mucho Kristin Scott-Thomas, a pesar de que reconozco que no es una Duse, ni siquiera una Judi Dench. He visto otras cosas por puro azar, como Hellboy II, el ejército dorado (qué grande es Guillermo del Toro, y que universo el suyo tan lleno de barroca y tremenda belleza) y Dejad de quererme (un drama previsible pero no por ello menos atractivo). En fin, que no he podido ver la peli de Claudel, y en cambio, he leído dos de sus novelas. Y aquí es cuando la cosa se pone buena.

 

Comencé por La nieta del señor Linh porque es más breve, aunque es posterior a Almas grises. Se trata de una nouvelle cuyo terreno es la metáfora. No hay lugares concretos o más bien dicho, reconocibles o nombrados de los que proceden los personajes o a los que se dirigen, y en los que se asientan para después, morir. Pero podemos pensar que el señor Linh procede de aquel lugar llamado Indochina, que padeció bajo el colonialismo francés hasta que llego el otro gran Imperio y emprendió aquella guerra espantosa cuya memoria parece que yace en la zona cero del World Trade Center. Guerras injustas (si hubiera guerras justas) e ilegales, en las que el Imperio de vez en cuando se mete para sacar mucho dinero, sin importarle las víctimas. (Debo aclarar que este rollo no se deprende en absoluto del libro de Claudel: es enteramente de mi cosecha). Sigo: el anciano señor Linh puede que desembarque en Francia, aunque no sabemos muy bien dónde, entre otras cosas porque él no sabe dónde, donde está. Llega (adondequiera que sea),  con su exigua carga: una nieta que es todo lo que le queda de su país. Niña callada y paciente, que nunca llora ni pide nada, pero que le acompaña en sus soledades, en su desconcierto.

Linh no entiende la lengua en la que le hablan los otros, no sabe dónde se encuentra ni qué hacer en ese sitio, excepto recordar. Su aislamiento no se ve paliado por el hecho de que convive con otras familias que proceden, como él, de ese territorio devastado que les ha obligado a huir. La soledad de Linh, la mudez de su pena sólo podrá ser comprendida o compartida por otro ser igualmente solo y aislado: un jubilado que ha perdido a sus esposa y que carece de un ancla en esta vida. Sin comprenderse lingüísticamente, Linh y Bark se hablan, se acompañan en el banco, en los paseos, en la taberna. Para ellos, el único asidero en este mundo es el otro, y el puente que une esas dos soledades es la niña: la nieta de Linh, a quien el señor Bark ha traído un regalo: un lindo vestidito, como de fiesta.

La nouvelle, como todas las obras delicadas y hermosas ( y tristes), dice mucho más que lo que escrito por Claudel. El discurso no contiene todo lo que dice el autor. Va mucho más allá. La nieta del señor Linh es una miniatura delicada y trémula, emocionante. Lo que una vez fue fuerza es hoy vulnerabilidad y sin embargo alguien, algún día, inesperadamente, puede ser que entienda lo que se oculta en ese reducto del ser que es lo más íntimo nuestro y que no puede ser dicho nunca, a nadie: lo perdido. El silencio de la pequeña es una metáfora de eso que se fue, quién sabe cuándo ni cómo, dejándonos con la vida que nos queda después del naufragio.


Premio Renaudot, Finalista del premio de los Libreros franceses y de la revista Lire en 2003, Almas grises es más compleja estructuralmente, que La nieta..., pero su tema es similar: trata de lo perdido. Y la muerte, también, es una omnipresencia. El narrador es un participante: un policía que nos narrará (aparentemente), un ’caso’ mal resuelto o no resuelto: el del asesinato de una hermosa niña de 10 años en un pueblo de la provincia francesa, en tiempos de la Primera Guerra Mundial.

La atmósfera del libro me recuerda poderosamente las películas de Chabrol. Estamos en esa provincia francesa, aparentemente segura y confiada, aparentemente sana y respetable, en la que lo más espantoso crece, larvado, a la vista de todos, pero oculto a la vez, hasta que estalla.

La delicadeza del trazo de Claudel persiste. Pero hay aquí algo muy venenoso, muy perverso, a la vez que sutil. La malicia. La soledad de la joven y hermosa maestra, enamorada de un muchacho que está en el frente y la soledad del viudo que accede a alquilarle aquella casita...

Los personajes, con sus meandros interiores y sus tristezas, con sus melancólicos silencios, me retrotraen (es le problema de ser tan vieja, que una cosa te lleva a otra), a aquella Mouchette del gran Bresson que ahora han reeditado en DVD y que es tan hermosa como terrible). Esa atmósfera, también terrible de la novela de Claudel, trasciende lo policial del ’caso’, y también lo psicológico, para llevarnos a dar un paseo por las almas. En efecto: almas grises, tristes, sucias a veces, de los habitantes del pueblo francés que sirve de escenario (en el sentido francés del término -el guión- y en el sentido español de la palabra), y nos inunda de melancolía, a la vez que concebimos su historia como posible, como verosímil, como real. Qué terrible carga la nuestra: lo humano, qué cosa insondable y dolorosa.

 

Philippe Claudel, La nieta del Señor Linh, ed. Salamandra, Barcelona, 2008 (7ª ed.), Traducción de José Antonio Soriano Marco.

                                 Almas Grises, ed. Salamandra, Barcelona, 2005 (traducción de José Antonio Soriano Marco.

 

 

 

 

 

Mal de escuela, de Daniel Pennac

Mal de escuela, de Daniel Pennac

Hace unos días, mientras iba a la panadería, me crucé con tres cicistas. Uno de ellos se detuvo y pude reconocer a un ex-alumno, Nos saludamos y al detenerse también el padre y el hermano, fui presentada con estas palabras: " Es Gabriela, mi antigua profesora de castellano". El padre me dio la mano mientras me decía -¡Muchas felicidades! Le pregunté ¿Por qué, felicidades? --Porque, a pesar de que le hizo usted trabajar mucho, mi hijo la tiene en un gran concepto.

Tener en gran concepto al otro: los profesores a alumnos; los alumnos a profesores. Saber que quien te enseña está de tu lado, "aunque te haga trabajar mucho". Qué alegrías da esta profesión. No cambiaría estas alegrías por todo el oro del mundo.

El libro de Pennac nos habla de esto: de la alegría de enseñar y de aprender. De salir del pozo, de ser rescatado de la nada por alguien, en un momento dado. De que alguien rescata al que todos parecen condenar. Hay una evolución, hay un cambio, hay una salida, hay un disfrute. Más allá de los obstáculos, de los problemas, de los dolores, de las luchas contra la ignorancia o contra la propia torpeza hay un lugar donde misteriosamente, el milagro ocurre. Y es este milagro el que nos relata Pennac, a veces en primera persona (él fue uno de los "salvados"), otras en tercera. 

¿Y cuál es el secreto de esta profesión? Mirar. Mirar a los ojos del otro, saber ver la persona, no el estereotipo, no la máscara. Saber mirar y estirar la mano. Hablar mirando a los ojos. Exigir, entonces. Sacar del pozo. Finalmente, amar. De una manera no sentimentaloide, sino de verdad. Ser feliz en ese trabajo. Comprender su incomparable nobleza. Estar orgulloso/a, de mí, de ti, de mis chicos, de mis chicas. Yo ilumino sus vidas con el conocimiento, con el placer de aprender: pero ellos también iluminan la mía. Estamos en paz: nos lo debemos todo. 

Es el mensaje de Pennac. Optimista, realista. El de uno que está en el ajo. Qué cansada estaba de oír, leer y ver tantas opiniones de gente que nada tiene que ver con la escuela. Gracias, Pennac, no das lecciones. Cada uno sabe su cuento. Gracias por contarme el tuyo. Yo también creo en esto. Y mis chicos/as me lo confirman: esto funciona si uno quiere que funcione. Estamos en el mismo barco. Y hay mar, y hay puerto, aunque tengamos que atravesar las tempestades.

 

Daniel Pennac, Mal de escuela, Mondadori, Barcelona, 2008 (Traducción de  Manuel Serrat Crespo). Premio Renaudot (Francia), 2007.

 

 

 

El amante del volcán, de Susan Sontag

Cuando yo era una adolescente sesentayochera, admiré profundamente a Susan Sontag. Hoy, varias décadas después, me gusta redescubrirla y me complace observar que la Sontag merecía ser uno de mis iconos.
Cuando un libro como éste cae en mis manos, pienso en la verdadera esencia de la literatura. Lenguaje y Pensamiento, pero también Pasión, Belleza. La emoción no es más que un derivado. Esto es lo que produce un libro como éste.

La historia de Emma Hamilton y de Lord Nelson es, como toda historia amorosa, un lugar común de sentimientos, encuentros y desencuentros, separaciones y dolor. La muerte de uno de los amantes y la decadencia del superviviente pueden estar hundidos en la vulgaridad más absoluta o ser elevados a las alturas de, digamos, un Romeo y Julieta shakespiriano. En realidad la historia, la formulación narrativa pueden llegar a ser perfectamente irrelevantes. Lo que eleva todo esto es el estilo y el estilo es, señores y señoras, una cosa que uno no sabría definir pero que sabe percibir perfectamente.

En la historia de Emma y Nelson hay otros personajes. Y éstos han sido casi siempre secundarios: Sir William Hamilton, que en la novela de Sontag es llamado El Cavaliere, Charles, su sobrino y primer amor de Emma. Catherine, la primera esposa del Cavaliere o Frances, la esposa de Nelson. Pero también el rey la reina de Nápoles, Tolo, el guía que acompaña a Hamilton en sus ascensiones al Vesubio, o Jack, el mono que adopta el coleccionista.

Sontag divide su libro en cuatro partes, en las que el personaje principal, a pesar de todo, es el Cavaliere, y en el que el paisaje principal es, sin duda, el Vesubio.

En la primera parte, El Cavaliere y Catherine (su primera esposa), presiden la acción y la emoción: un amor no dicho, silenciado (casi diría secreto), precisamente porque es un amor conyugal (¡y entre dos ingleses!), interrumpido inoportunamente por la muerte de la dama. El Cavaliere conoce entonces el amargo sabor de una soledad antes anhelada y ahora temida. Catherine habría conocido la ternura y la admiración gracias a otro de los sobrinos de él: William Beckford, un homosexual que cae fascinado a los pies de la mujer madura, de la extraordinaria compositora y ejecutante, de la sensible madonna de 42 años. El muchacho vuelve a Inglaterra (¿He dicho ya que toda la historia inicial transcurre en Nápoles, donde Hamilton es embajador de su Graciosa Majestad Jorge III? No, no lo he dicho, pensando que todos los que me leéis habéis visto la película de Vivien Leigh y Laurence Olivier y estáis en antecedentes de la historia: perdonadme).

Toda esta primera parte de la obra de Sontag es indispensable y es profunda y es poco narrativa y muy psicológica y descriptiva. En suma: es pura literatura, puro lenguaje y pensamiento. Una parte que me ha llenado de satisfacción. El Cavaliere es un coleccionista de arte: ésa es su pasión; sus colecciones y la belleza de sus objetos llenan su vida y llenan las páginas de Sontag. Una narradora visible, que comenta desde su momento histórico los avatares de la vida de este hombre, explorador, coleccionista, científico... tan alejado del Nueva York de Sontag de finales del siglo XX, y sin embargo, elegido por ella como sujeto de su propia exploración por quién sabe qué mecanismos. El primer libro termina cuando El Cavaliere, tras largos años de soledad y viudez, recibe en su casa a la antigua amante de su sobrino Charles: Emma. la belleza de 21 años que va a cambiar su vida (y la de Nelson, más adelante).

El proceso de aprendizaje de Emma en Nápoles, al lado del Cavaliere, conmueve y emociona. Es la historia mil veces repetida de Pigmalión y Galatea, pero ella es entusiasta: no lo hace por obligación. Emma amará a William y querrá agradarlo, sí, pero sentirá sinceramente que ama el saber, las lenguas que aprenderá, los cantos, la música, la danza, la literatura, la poesía....

En la segunda parte de la obra asistimos al encuentro de los tres personajes: el Cavaliere, Emma y Nelson. Impresionado por su belleza, y tras varios encuentros y habiendo pasado bastantes años desde el primero, el almirante se enamora de la bella, no tanto por su belleza como por su ternura, al mismo tiempo que se siente muy ligado al Cavaliere. Los tres forman una alianza feliz, un trío de personas excepcionalmente unidas por la admiración y el afecto. En esta segunda parte Sontag, sin soltar el discurso reflexivo sobre la naturaleza del coleccionista : el Cavaliere colecciona obras de arte, incluida Emma; Emma colecciona cualidades y conocimientos, ya que su humilde origen y escasa instrucción la llevan a desear la sabiduría y Nelson, glorias y heroicidades). Es una historia extraña, el gran escándalo del XVIII. Una historia de amor y también de lealtad (ya que no de fidelidad) entre tres seres excepcionales.

Pero también se nos cuenta la historia del siglo XVIII, de la Revolución Francesa y de su influencia sobre la política mediterránea y más concretamente, sobre el papel que Nápoles jugó en esa guerra; trata sobre Napoleón y Nelson, sobre Francia e Inglaterra luchando por el predominio marítimo y político. Un siglo tan rico en acontecimientos como extraño, contradictorio, cuna de nuestra modernidad.

La tercera y cuarta parte vienen narradas por los propios protagonistas en primera persona: el Cavaliere y Catherine, la madre de Emma, la propia Emma y la revolucionaria napolitana Eleonora Fonseca.
El cambiante punto de vista sobre las cosas, sobre los hechos, agrega una riqueza al relato que al fin queda convertido en un estroboscopio.

La sociedad nunca estuvo a la altura de esta historia ni de estos personajes. Todo amor es un insulto para ella, y éste no fue una excepción.

La belleza, la inteligencia, el valor, la erudición, la cultura: los tres protagonistas reunían todas estas cualidades. Cuando Hamilton murió, Emma tenía a Nelson. Pero cuando Nelson murió, Emma quedó a merced de un destino de decadencia, alcohol, pobreza y olvido. Y sin embargo, el legado es grande. La obra pictórica inspirada por ella, la literatura generada...No, no fue en vano. Esta mujer, nos dice Sontag, no sólo se limitó a sacar partido de su belleza, también aprendió, fue inteligente, participó en política, creó sus cuadros dramáticos (sus "Actitudes"). No sólo fue una modelo excepcional, fue una coautora de sus representaciones. Y fue cálida, cariñosa, amorosa y leal.

Sontag no degrada la historia al puro romanticismo, no. La enuncia en toda su complejidad y riqueza. La sitúa en el momento histórico, en el lugar. El Vesubio, que preside toda la primera parte es una metáfora que trasciende toda la novela y la recorre: el volcán que arroja fuego y lava tras extraños periodos de aparente serenidad. La belleza del lenguaje o la crudeza. Sontag está allí y no se oculta. Investiga y muestra todo el terror de la revolución en Nápoles y todo el terror de la represión de esa revolución, así como el papel que en ella tuvieron la reina, Nelson, Hamilton y Emma.

Del mismo modo que me gustan las películas lentas, debo admitir que me gustan también estas historias con muchas facetas, con misterios que se desvelan muy lentamente, con personajes que no entregan del todo sus secretos, con narradores que van y vienen, atentos a su quehacer, descorriendo el velo poquito a poco, apenas, atendiendo cuidadosamente a las palabras, pero sin descuidar los ademanes, a veces muy reservados, de los personajes, ahí, en el escenario. Entonces yo me dejo llevar, yo salgo de mí tal como dice Quignard: abandono mi cuerpo y mi tiempo y mi circunstancia, y me introduzco, fascinada, en el libro.

Además, la edición es realmente bonita para lo que estamos acostumbrados en libros de bolsillo, con bellas ilustraciones y tapas y contratapas doradas.

Susan Sontag, El amante del volcán, ed. Punto de lectura-Biblioteca de Bolsillo, 2000 (traducción de Marta Pesarrodona).

Aunque completamente distinta de esta novela, la película de Alexander Korda, "That Hamilton woman", con Vivien Leigh y Laurence Olivier, es muy recomendable. Ella está maravillosa.



La Praga de Kafka, de Klaus Wagenbach

La Praga de Kafka, de Klaus Wagenbach

Wagenbach es uno de los mejores especialistas en Kafka y en este minúsculo librito condensa ( y muy bien), lo que sabe, para que podamos emprender un periplo por la ciudad a la que estuvo tan ligado el extraordinario señor K. El librito se divide en varias partes. Como introducción, una historia breve de lo que fue la que hoy día es capital checa: su cosmopolitismo, sus nacionalismos, su división entre germanos y checos, sus contradicciones; una biografía mínima pero exhaustiva de Kafka, punteada con fragmentos de su obra, especialmente de la Carta al Padre en la que hace hincapié en las frustradas expectativas paternas sobre su futuro. En otro capítulo, Wagenbach nos habla de las casas en las que residió Kafka, y en cuáles escribió qué cosas. Los periodos de calma o de ruido que alejaban o llamaban a las musas, y nos cuenta si aún se hallan en pie o ya han sido demolidas. Cuándo, con quién, cómo fueron alquiladas. Las casas de los escritores, siempre conmovedoras: en ellas laten los esfuerzos de la creación. Otro capítulo está destinado a describir e ilustrar las escuelas primaria, secundaria, la universidad...así como los lugares en que trabajó Franz Kafka: Las Assicurazioni Generali, La Academia Mercantil, la Mutua de Seguros y Accidentes Laborales...Wagenbach nos introduce en los sentimientos de terror o de tedio que presidían sus días en esos lugares amenazantes en los que el joven Kafka iba desmenuzando las propiedades y características del Gran Destructor. Finalmente, en esta guía de la Praga de Kafka, Wagenbach nos describe itinerarios afines, placenteros o utilitarios, que ocuparon a Kafka y que podemos seguir en nuestra visita a la ciudad.

Se trata de un pequeño volumen muy ilustrativo para viajar in mente o realmente a la Praga de Kafka. Trae mapas, ilustraciones de la época y una preciosa selección de textos.

Klaus Wagenbach, La Praga de Kafka , Guía de viajes y de lectura, ed. Península, Barcelona, 2008, Col. Quinteto. Traducción de Javier Orduña.



Una lectora nada común, de Alan Bennett

Una lectora nada común, de Alan Bennett En la literatura en lengua inglesa es muy común la sátira. Un subgénero que entre nosotros no es muy popular. Alan Bennett nos deleita con esta nouvelle encantadora, en donde la carga satírica y crítica de la obra apunta al punto de flotación de un mundo (el nuestro), regido por personas cuya cultura es casi igual a cero, y cuya curiosidad intelectual deja mucho que desear. También trata, como muchos han señalado, de la propiedad subversiva y destructora de la literatura, puesto que nada escapa a su análisis y todo análisis desmonta tópicos, desmonta medias verdades, desmonta convenciones absurdas y va fulminando y haciendo explotar nuestras falacias vestidas de pura apariencia, vacías, en realidad, de sustancia, especialmente de sustancia gris. Bennett también se ríe del fetichismo literario: los autores no se parecen a sus obras: son tremendamente aburridos...

La reina Isabel II de Inglaterra, por accidente, entra en una humilde biblioteca móvil que se estaciona todos los miércoles al lado del palacio. Al principio recelosa, poco a poco le va cogiendo el gusto a la lectura. Ha participado como actuante en muchos de los acontecimientos más importantes del siglo XX, pero nunca ha analizado ninguno. Ha conocido a los hombres y mujeres más significativos de ese siglo, pero no les ha dicho nada que no haya sido neutralizado y tamizado por el protocolo. Tampoco ha escuchado de ellos nada que no fuese pactado previamente. Más todavía, en sus muchas reuniones con gente del pueblo, no ha intercambiado más que frases hechas sobre el tiempo, las cosechas o las particularidades de la zona. Nunca ha tenido hobbies. No debe mostrar preferencias. No debe decir nada que pueda ofender a otros. Es una reina y a la vez una secuestrada. El protocolo lo preside todo, y la viste con un traje transparente tras el cual no se adivina nunca su cuerpo desnudo. Mucho menos, su mente.

La obrita se lee de un tirón y dice más de lo que parece. Diversión, deleite y reflexión: un buen cocktail.


Alan Bennett, Una lectora nada común, ed. Anagrama, Barcelona, 2008 (2ª ed). Traducción de Jaime Zulaika.




Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead

Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead

Estaría descubriendo el Mediterráneo si comienzo esta reseñita diciendo que Retorno a Brideshead es una de las novelas más importantes de la postguerra. Compleja, fascinante, profunda, decadente y bellamente escrita, Retorno a Brideshead nos habla de un mundo cuando este mundo está ya desapareciendo, barrido por la destrucción, la guerra, la indiferencia y el vacío.

Sería difícil determinar de qué trata Retorno a Brideshead. Algunos hablarían del tema de la religión, puesto que se narra la vida de un puñado de católicos ingleses cuya estirpe se pierde en la noche de los tiempos y cuyo telón de fondo es, precisamente, la residencia que aparece en el título. Las nociones de culpa y de pecado penden, omnipresentes, en todas y cada una de las acciones de todos (de lord y lady Marchmain y sus cuatro hijos: Brideshead, Juia, Sebastian y Cordelia Flyte) y tiñen sombríamente la muerte del padre, lord Marchmain, quien se apartó de la religión para vivir su vida en Venecia, acompañado de su amante, Cara.

Pero también trata de la historia de dos amores: los que Charles Ryder, narrador y personaje principal de esta obra coral, siente en dos etapas de su vida por los dos hermanos Flyte, Sebastian y Julia. EL primero es el amor adolescente, un poco gamberro, solitario, romántico, excluyente, un amor que se aparta de la sociedad y que se vive entre borracheras y travesuras escolares en Oxford, Londres, Venecia y Brideshead. El amor de Charles y Sebastian es un amor de fulgor, en el que se adivina la tragedia del eterno insatisfecho que es Sebastian, que jamás logra encontrar un sentido a su vida, y que termina sus días, según sabemos después, como hermano lego en un lejano monasterio en el norte de África. Sebastian es un ángel caído, pero siempre un ángel. Un ser bueno, al que el alcohol no logra desprender de su aura.

Charles nos lleva, con sus memorias (pues el libro todo no es más que un largo flashback proyectado hacia su pasado), hasta Julia Flyte , un amor de madurez. Sorprende la frialdad que existe entre Charles y su esposa tras dos años de estancia del ahora pintor en América Latina. En el trasatlántico que los transporta a Inglaterra, Charles reencuentra a Julia, también casada infelizmente. Surge un amor que durará dos años. Intenso, total. Y roto por la culpa, por el pecado católico. Tal vez por la misma vida, que huye, pasa, y se lleva todo por delante.

No es casual que la reminiscencia de Charles concluya con el regreso de lord Marchmain a su casa natal. Se cierra un ciclo que nunca volverá a abrirse. El esplendor de Brideshead no volverá a brillar. La casa quedará desierta hasta que la ocupen los ejércitos ingleses en la reserva y Charles vuelva a ese lugar, Brideshead, y nos narre la extraordinaria historia de sus habitantes. Los Flyte se habían dispersado ya: todo acaba. Todas esas vidas finalizan o transcurren con un fracaso estrepitoso, una soledad inexpugnable, un dolor sordo, bien guardado, una muerte.

Qué novela, qué historia, qué personajes, qué escenarios, qué lenguaje. Lo exquisito no excluye lo grandioso. Si no la habéis leído, os la recomiendo como lectura indispensable.

P.D.

Por cierto que esta obra fue llevada a la televisión en 1981 -y es una de esas series míticas de la BBC-, con Jeremy Irons, Anthony Andrews, Diana Quick, Laurence Olivier, John Gielgud y otros grandes actores, en once capítulos. No es baladí. La televisión es la única que puede llevar a buen puerto la traslación a la pantalla de grandes obras cómo ésta. En dos horas, una película, por excelente que sea, no puede dar cuenta de la complejidad narrativa de novelas así. Os dejo una muestra de lo que fue la serie con este documental conmemorativo (Primera parte de cinco):


Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead, ed. Tusquets, Barcelona, 2005 (5ª ed). Traducción de Caroline Phipps. Bonita edición y nada cara (menos de ocho euros).


Anna Gavalda: escritura curativa

Anna Gavalda: escritura curativa


A veces leo lentamente y otras veces, devoro. Debo confesar que he devorado las dos novelas de Gavalda que han caído en mis manos: Juntos, nada más, y La amaba. Mi amigo Gonzalo me ha prestado ya una tercera: El consuelo, que está en lista de espera, aguardando a que termine la lectura de Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh, que tengo ahora en las manos.
Los libros sirven para muchas cosas, para evadirnos, para pensar, para entretenernos, para sufrir con ellos. Y los de Gavalda sirven para consolar. Son libros en los que los personajes, solitarios y de alguna manera, exiliados del mundo, se abren y se entregan a otros para dar, para amar (de muchas formas). Las heridas que no se consiguen curar en solitario pueden ser paliadas en compañía de otros. la hipótesis es arriesgada en un mundo como el nuestro, cínico y escéptico. pero la literatura de Gavalda no escapa por la vía fácil de la cursilería. Tal vez sea irrealista, pero es delicadamente medicinal.
La amaba es una nouvelle que consiste, básicamente, en un intercambio de confidencias secretas entre un suegro y la nuera que acaba de ser abandonada por su hijo. Un diálogo en el que se relata una experiencia: "La amaba y..."
Una estructura simple, una historia tal vez previsible, pero llena de encanto y de emoción.
En Juntos, nada más ( con la que Claude Berri hizo una película también muy hermosa, con Audrey Tatou, y ahora en DVD), Gavalda nos enfrenta a tres personajes y una ancianita: una chica anoréxica y desesperada, pero con un don, un aristócrata venido a menos, tartamudo y compasivo, un chef basto y dolorido, que se hace cargo, con la ayuda de los otros dos, de la anciana Pauline... Una historia hermosa, una estructura narrativa sencilla. Literatura de sentimientos, pero no sentimental. La recomiendo calurosamente.


Anna Gavalda, Juntos, nada más, ed. Seix-Barral, Barcelona, 2004.
La amaba, ed. Seix-Barral, Barcelona, 2007 (5ª impresión).
El consuelo, ed. Seix-Barral, Barcelona, 2008.

(Todos ellos, traducidos por Isabel González Gallarza).

El hombre del salto, de Don DeLillo

El hombre del salto, de Don DeLillo


"(...) El estrépito permanecía en el aire, el fragor del derrumbe. Esto era el mundo ahora. El humo y la ceniza venían rodando por las calles, doblando las esquinas, arremolinándose en las esquinas, sísmicas oleadas de humo, con destellos de papel de oficina, folios normales con el borde cortante, pasando en vuelo rasante, revoloteando, cosas no de este mundo en el fúnebre cobertor de la mañana..."

La obra (no sé si llamarla ’novela’), de DeLillo comienza con un mundo de súbito transformado en infierno: Keith baja las escaleras de una de las dos torres gemelas un 11 de septiembre. ve una camisa flotando en el aire chamuscado y huracanado. Una camisa que flota. Es una imagen que flotará también a todo lo largo de la obra. Igual que la figura del hombre del salto que le da nombre a la obra. Un hombre fue fotografiado mientras caía. Otro hombre, quizá superviviente del desastre, imita su caída durante meses, cayendo, con sólo la ayuda de un arnés, de los más diversos lugares, siempre repentinamente, siempre emulando, con su performance, ese minuto agónico en el que el hombre del salto verdadero huyó de una muerte de fuego y humo para enfrentarse a otra muerte inminente, cuando chocara con el suelo. Pero por un minuto, Ícaro, por un minuto ángel de luz, por un minuto grácil acróbata.

Esta obra no es un reportaje. Es un testimonio de vidas rotas, de vidas postapocalípticas pero silenciosas, vidas comunes, sin sentido, como otras vidas antes y después del 11-S. La prosa de Don DeLillo es seca, es escarpada y es hermosa. Hermosa como un desierto americano, inacabable y feroz.

Los personajes, meros muñecos: Keith, Lianne, Justin: esa familia rehecha aparentemente tras el desastre, pero en realidad desnucleada desde antes, durante y después del hecho. Nina y su amante, probable terrorista alemán en su juventud, pero ser enigmático, que abandona la escena sin explicar su porqué. La madre, el padre de Lianne, el suicidio de uno y la decadencia de la otra, otrora hermosa, inteligente mujer. El Alzheimer como dato, no sólo periférico, porque qué es el Alzheimer sino un olvido y una desmemoria, tal vez providencial, de la tragedia de la vida. Y por tanto se puede sonreír, incluso reír, y escribir, sí, escribir las memorias que se quedan como pedazos o retazos de esa camisa al viento que vio volar Keith ese día.

Historias fragmentadas, contertulios de poker, Cheng, Ramsey en su silla, abatido por al avión, muerto aunque no muerto todavía, cuando Keith intenta salvarlo. El Corán y la iglesia. los guerrilleros islámicos muertos, los mártires de sus creencias, las víctimas. Otro mundo nació o se reveló ese día. Y DeLillo no lo evoca en vano.

Un libro magnífico. Una prosa que dice tanto de nuestro tiempo como esa fotografía del hombre del salto, a la vez espanto y belleza.

Don Delillo, El hombre del salto, Barcelona, Seix-Barral, 2007 (Traducción de Ramón Buenaventura).


Las series literarias de RTVE

Las series literarias de RTVE Hoy leo esta noticia en EL PAÍS: "El archivo histórico de RTVE se abre para los internautas con todo un icono de las series españolas, Los gozos y las sombras.
Por medio de una encuesta en la Red, RTVE ha propuesto a la audiencia escoger entre varias de sus producciones clásicas, y la serie dirigida por Rafael Moreno Alba, que lanzó a la popularidad a Charo López y Eusebio Poncela, venció con un 32% de los votos. De este modo, y desde hoy, rtve.es colgará los 13 capítulos de la serie, a razón de una entrega diaria, de lunes a viernes, en la sección ’TVE a la carta’, donde quedarán permanentemente a disposición de los internautas".

Si RTVE fuera o fuese como la BBC, no colgaría esta serie, basada en la famosa trilogía de Gonzalo Torrente Ballester: se gastaría cuatro millones de euros en hacer una nueva adaptación, como hizo la BBC con su más reciente Jane Eyre. Pero no, RTVE sigue en sus trece: no versiona literatura ¡Con lo que se podría conseguir con las Leyendas de Bécquer, o con las Novelas Ejemplares, si hubiese una voluntad educadora! Pero tenemos una televisión Española que no tiene ninguna vocación por la cultura. Si Jane Austen o las hermanas Brontë, Shakespeare, Elizabeth Gaskell, Wilkie Collins, Thomas Hardy, Conan Doyle o Evelyn Waugh son tan familiares para los ingleses es gracias a la BBC, que ofrece nuevas versiones de sus obras periódicamente: ahí tenemos el ejemplo de Jane Eyre, versionada excelentemente en 1973, 1983 y 2006. La literatura española no tiene nada que envidiar a la inglesa, pero la televisión, sí.
No contamos con grandes guionistas-adaptadores como Andrew Davies o Sandy Welch, no porque no pudieran existir en España, sino porque no se les ofrecen estos trabajos. Guionistas, haylos. Y actores, y grandes fotógrafos. Escenarios: haylos. Falta voluntad.



Infancia e infierno

Infancia e infierno

Para escribir un comentario como éste debería inaugurar un nuevo tema en este blog con el nombre de ’Citas de libros’, pero no voy a hacerlo. De hecho, ya alguna que otra vez he puesto citas de libros (recuerdo una sobre la casa, de Pascal Quignard), y seguramente esta cita de hoy tampoco será la última.

¿Y por qué Bernhard, hoy? ¿Cuando es primavera, el curso se acaba, yo estoy razonablemente feliz, mis orquídeas florecen lujuriosamente, acabo de leer el magnífico libro de Robertson Davies, Ángeles Rebeldes, y tengo un fin de semana perfecto en perspectiva? Pues porque el alma humana está llena de misterios.

Bernhard es el oscuro. El hijo de Kafka (aunque bien podría ser su padre); en su literatura, la soledad y de la obsesión circulan por el laberinto; es un pesimista sarcástico y se burla cruelmente de todo lo respetado y respetable. En Maestros antiguos , que es también el único sitio de su literatura donde nos habla de ese ser que él amó y que perdió ( y lo hace maravillosamente, sin desvelarnos nada, sólo diciendo lo que dice... que es lo que hay que decir cuando se vive o se muere esa experiencia aterradora), nos cuenta la historia de un hombre que a días alternos se sienta en una sala del Museo de Arte de Viena para contemplar un cuadro de Tintoretto. Reger es observado y reseñado por un narrador (Atzbacher), que testifica no sólo lo que ve, sino lo que piensa Reger, y no sólo lo que piensa sino lo que cree que dice o dice al vigilante de la sala Bordone, Irrsingler. Reger escribe para The Times, pero en realidad y fundamentalmente, observa el cuadro de Tintoretto, El hombre de la barba blanca. Delante de ese cuadro es donde encuentra la temperatura ideal para pensar y escribir, e incluso para beber un vaso de agua.

La prosa de Bernhard me envuelve:

" Mi padre era un hombre sin sentido musical, dijo, mi madre tenía sentido musical, según creo, incluso mucho sentido musical, pero con el tiempo su marido le había quitado la musicalidad. Mis padres eran un matrimonio espantoso, dijo, se aborrecían en secreto, pero no podían separarse. La propiedad y el dinero los mantenían unidos, ésa es la verdad. Teníamos muchos cuadros, bellos y costosos, colgados de nuestras paredes, dijo, pero durante decenios no los miraron una sola vez, teníamos muchos miles de libros en las estanterías, pero durante decenios no leyeron ni uno solo de esos libros, teníamos un piano Bösendorfer, pero durante decenios nadie lo tocó. Si la tapa de ese piano hubiera estado soldada, no se hubieran dado cuenta en decenios, dijo. Mis padres tenían oídos, pero no oían nada, tenían ojos, pero no veían nada, sin duda tenían un corazón, pero no sentían nada. En medio de esa frialdad me críe yo, dijo. Toda mi infancia no fue otra cosa que una época de desesperación. Mis padres no me querían y yo tampoco los quería. No me perdonaban el haberme hecho, en toda su vida no me perdonaron el haberme hecho. Si existiese el infierno, y naturalmente que existe el infierno, dijo, entonces mi infancia fue el infierno. Probablemente la infancia es siempre un infierno, la infancia es el infierno, da igual qué infancia sea, es el infierno. La gente dice que ha tenido una hermosa infancia, pero sin embargo fue el infierno".


Cadencia. A veces la literatura es eso; ritmo respiratorio de las palabras. Verdad airosa.


Thomas Bernhard, Maestros antiguos, Alianza editorial, Madrid, 1999. (Versión española de Miguel Sáenz).

La elegancia del erizo, de Muriel Barbery

La elegancia del erizo, de Muriel Barbery

Mi compañero de Departamento, Gonzalo, me ha regalado esta deliciosa novela francesa. No se trata de nada especialmente profundo o logrado desde el punto de vista narrativo, pero sí es una historia peculiar, la del encuentro de tres personas ’diferentes’: la portera del edificio sito en el 7 de la calle Grenelle, Renée Michel, lectora insaciable y erudita oculta; Paloma, la niña superdotada de los Josse, y el japonés Kakuro Ozu.
Lo de menos son las disquisiciones de la portera sobre temas filosóficos (la autora es filósofa). Lo más interesante resulta el entramado que se forma entre esos ’exiliados’, entre los que podemos incluir a Manuela, la criada portuguesa, única amiga de la señora Michel.
La historia de esta amistad, basada en la exclusión del mundo burgués, no pasa de la superficialidad. La niña quiere suicidarse y quemar el inmueble, la señora Michel quiere esconderse de los otros tras la apariencia anodina de una portera ’normal’, porque no quiere ser molestada en sus estudios; Kakuro, a través de su amor por Tolstoi, reconoce a Renée como una igual (en su diferencia), y es la única habitante del inmueble que le interesa, aparte de la estudiosa de japonés y niña superdotada, Paloma, con quien establece una alianza.
Desde el punto de vista puramente narrativo, la obra no ofrece sorpresas más allá de una variación del punto de vista bastante predecible.
Es una novela que ganó el premio de los libreros franceses en 2007 y vale la pena leerla. Es entretenida, tierna e irónica.

Muriel Barbery, La elegancia del erizo, ed. Seix Barral, Barcelona, 2008. (Traducción de Isabel González- Gallarza).

El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez

El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez

Releer la novela que a Gabriel García Márquez y a mí nos parece su mejor obra, al anochecer, mientras que por las mañanas me dedico a la narrativa femenina del XIX inglés, puede sonar esquizofrénico pero ¿a quién le importa? El mundo de los lectores es así de contradictorio y conflictivo.

¡Cómo he disfrutado! He pasado las mañanas en los páramos de Yorkshire, escuchando a Catherine Earnshow llamar a Heatchcliff con desesperación, mientras que por las noches he paseado por esa ciudad colombiana agobiante de calor, en la que el río resulta ser el mejor camino para un amor eterno, un amor que sobrevivió a su propia hecatombe con la singular obsesión de Florentino Ariza por la esquiva. cambiante, extraordinaria Fermina Deza. Todas las tardes, desde que volvió de Europa, he acompañado al doctor Juvenal Urbino en sus visitas médicas, y me he rendido por fin a los encantos de la señorita Lynch anhelando que Fermina no oliera las ropas del doctor y no descubriera su secreto. He jugado al ajedrez con Jeremiah de Saint-Amour y he ido y venido con las ciento cuarenta y tres cartas que Florentino Ariza escribió durante un año a Fermina tras la muerte de su marido. He temido que ella quemase las cartas sin leerlas. Me he alegrado de que no lo hubiese hecho, y de que, tras cierto tiempo, esas cartas obtuvieran una respuesta. He visitado con ella la hacienda de Hildebranda Sánchez, me he escondido en los lavabos con las primas a fumar los cigarrillos prohibidos, y he buscando con la vista los extintos manatíes en esa travesía que acabaría siendo perpetua, una travesía de toda la vida, de todo el tiempo que nos queda en este mundo. hasta encontrar al último de todos, abrazado a la madre en aquel rincón del río que también lleva los cadáveres de los muertos del cólera.

No sin un guiño del Plan, he descubierto que Florentino llegó a tener negocios con Joseph Conrad casi cuando (en otro momento), revisaba la obra de Patrice Chéreau, Gabrielle (2005), basada en un relato de Conrad (El retorno) con Isabelle Huppert y Pascal Greggory. Y he encontrado en la película francesa un matrimonio que pudo ser similar al del doctor y Fermina, pero por supuesto sin el incidente adúltero.

Con cuánto amor, con cuánta exacerbada enajenación vive el lector en unos cuantos días ese relato que abarca más de medio siglo de obsesión y de locura, y con cuánta curiosidad vemos a Florentino en brazos de todas esas amantes que no pudieron sustituir el perfume evanescente de Fermina en su alma. Qué pena nos da Escolástica, qué lágrimas vertemos por el inocente y turbio amor de la niña América Vicuña, verdadero antecedente de la niña adorada de Memoria de mis putas tristes . Todo libro nace mucho antes de ser escrito y América está aquí prefigurando aquella adolescente dormida de la nouvelle de 2004*.


Gabriel García Márquez El amor en los tiempos del cólera. Mi edición es de La Casa de las Américas, Cuba, 1986, pero naturalmente, hay otras mucho más recientes, como Barcelona, Mondadori, 2008.

* Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes, Barcelona, Mondadori, 2004.


Dinero y amor: Catherine Earnshow y Jane Eyre

Dinero y amor: Catherine Earnshow y Jane Eyre

Algunos especialistas opinan que el otro yo de Jane Eyre, aquel que está al otro lado de su espejo, es Bertha Mason, la esposa escondida en el tercer piso de Thornfield Hall. Incluso algunos, haciendo uso de estudios psicoanalíticos claramente anacrónicos con la novela de Charlotte Brontë, han señalado que Bertha es la sensualidad que Jane no se atreve a dejar salir y que encarna su violencia y su rabia (ocultas) ante la sociedad patriarcal de la época. Bertha, según estos investigadores, lleva a cabo todas sus acciones en reacción directa a los temores y a las fobias sexuales y pasionales de Jane. Estas elucubraciones siempre me han parecido absurdas. En cambio, Catherine Earnshaw sí puede ser considerada la anti-Jane. Doy por supuesto que ambas hermanas, Emily y Charlotte, guardaron para sí la creación de estos extraordinarios personajes femeninos mientras los escribían en la vicaría de su padre, Patrick Brontë. En primer lugar, el escribir es siempre una cosa demasiado íntima para ser considerada como tópico en una conversación familiar, y más todavía cuando sabemos que Emily era extraordinariamente reservada, casi de una manera autista y Charlotte sin duda lo fue también. Por ejemplo, en sus cartas a su mejor amiga, Charlotte jamás mencionó la creación de Jane Eyre. Es como si no la estuviese escribiendo: queda al margen de sus confidencias.

Para mí, la anti Jane Eyre es Catherine Earnshow, de Cumbres Borrascosas. Cathy es inmisericorde, es ambiciosa, es egoísta, es monstruosamente manipuladora, es coqueta y tiene un corazón desgarrado que vacila entre Edgar Linton y Heathcliff, y que a los dos daña, dañándose antes (y en primer lugar), a sí misma. Cuando está a punto de morir, y ante los reproches de Heatchcliff, Cathy reconoce que ella misma ha sido ’el ministro de su mal’ (como dijera Francisco de Aldana), pero no permite que ninguno de los dos amantes se quede sin su buena ración de insuperable sufrimiento. Hay un ingrediente tremendamente destructivo en Catherine, al margen de su ambición: " ¡Entre tú y Edgar habéis destrozado mi corazón, Heathcliff, y los dos venís a mí para lamentaros de lo sucedido, como si fuerais dignos de compasión. Pues no pienso compadeceros, ya lo creo que no, Me habéis matado...".

Jane Eyre, en cambio, desde el momento en que se enamora ( contra su propia voluntad), de Edward Rochester, se entrega exclusivamente a este amor sin pensar jamás en otra cosa que no sea él. Y aunque, en el último tercio del libro, se ve tentada por St. John Rivers para entregarse a la labor misionera en el ’papel’ de su esposa, ella sabe que no puede hacerse amar por este hombre frío y duro, que sólo quiere entregarse al amor de Dios. Jane reconoce ante Diana que quizá, debido a las cualidades de St. John, podría en algún momento llegar a amarlo, pero sabe que ese amor se asfixiaría en sí mismo, pues él jamás podría corresponderla como lo había hecho Rochester. Y entonces Jane sería víctima de un sufrimiento insoportable. Por ello ofrece a St. John el único sacrificio que podría hacer por él: acompañarlo en su misión a la India, pero como una igual, no como una esposa. Es curioso que ella se plantee esto como un dilema con relación a Rivers y no con relación a Rochester, porque en general, la esposa decimonónica es, por definición, inferior al marido. Deja de tener autonomía económica (ya que él será el dueño de todo lo que posea), será su esposa obediente, su propiedad. Por ello, Jane no puede casarse con St. John y en cambio desearía haber podido hacerlo con Rochester, puesto que Rochester la ha amado precisamente como a una igual, mientras que St. John la ve siempre como una subordinada. Desde la segunda conversación, Edward le deja claro ’que no desea tratarla como a una inferior’ . Así lo reafirma en la escena de la declaración amorosa: " Así es: somos iguales (...) Aquí está la que es igual a mí, la que será mi segundo ser, mi mejor compañera en la tierra. (...) Te ofrezco mi mano, mi amor y todas mis posesiones"...

De modo que Rochester, al revés que los personajes de Cumbres Borrascosas, no contempla la situación de clase como un elemento de dominio.Y una vez que se ha establecido la relación, cuando la señora Fairfaix hace notar a Jane que no debería saltarse su lugar (en el mundo, en la sociedad) aceptando esta desigual relación y Jane transmite esta opinión a Rochester, él responde: "Tu lugar está en mi pecho". Jane no da importancia a esta convención económica o social en ese momento. Su mirada hacia él o hacia Blanche Ingram está desposeída del concepto ’dinero’ o ’clase’. Las prioridades de Jane son morales y éticas y por ellas se guía absolutamente. Ella sabe que es digna de Rochester y que ambos son de la misma condición, mucho más que Blanche, con quien él no tiene nada que ver: "La señorita Ingram no daba la talla para despertarne celos, era demasiado poca cosa". Jane se juzga y se sabe muy superior a Blanche y por ello es incapaz de sentir celos de esa muñeca frívola, aunque sea noble y hermosa y Jane se describa a sí misma como "pobre, fea, obscura y pequeña" (Poor, plain, obscure and little).

Sin embargo, cuando Rochester ha conseguido el anhelado "Sí, Edward, me casaré contigo", él, de manera desconcertante, desea dar constancia de su amor por Jane tratándola como ha tratado antes a su amante, Céline Varens: dándole regalos, intentando cubrirla de joyas, comprándole vestidos y anunciándole que si bien ella ahora lleva las riendas de la situación, después, él la llevará atada a su pecho como lleva la cadena de su reloj. Lo dice en broma, pero realmente, Jane siente en ese momento que él la quiere transformar en otra y pretenderá cosificarla: "Entonces ya no seré tu Jane Eyre". Jane teme la dependencia económica absoluta que después de su abandono de Thornfield, tras el terrible descubrimiento del secreto de Rochester, quedará conjurada por la cuantiosa herencia que recibe de su tío John Eyre desde Madeira. Esta herencia la convierte por fin en igual a Rochester en términos económicos y le permite por fin acceder a su hombre con todas las seguridades que una situación independiente le otorgan.


Catherine Earnshaw reacciona de muy distinto modo. Desde la llegada del "gitano" que su padre ha encontrado vagando sin rumbo ni destino por las calles de Liverpool y que se lleva a su casa otorgándole el mismo nombre que a un hijo ya fallecido, Heathcliff estará marcado por la desigualdad de su nacimiento, misterioso y seguramente infamante. Nelly, la criada de la casa, le dirá en alguna ocasión que, al desconocer absolutamente su origen, puede fantasear con que es, en realidad, el hijo de un príncipe extranjero o de algún desconocido potentado. Pero Heathcliff es y será siempre un marginado, un ser extraño, ajeno: el "otro". Su carácter salvaje y su oscura piel, su violencia congénita no son más que las marcas de esta otredad radical, que se presente ante la agresiva mirada de Hindey, su enemigo radical, su rival natural dentro de la casa. Heathcliff es un ladrón: roba a Hindley el amor de su padre. Y cuando éste muere, el hijo le hará pagar caro esta suplantación ignominiosa para él, rebajándole y humillándole constantemente y estimulando así el caldo de cultivo de la posterior venganza, cuando le robará la casa, el hijo y la poca dignidad que le quedaba.

Cathy y Heathcliff son dos ramas de un arbusto salvaje, expuesto a la violencia de los vientos del páramo y como él indomables; están unidos por un amor asocial, anticonvencional, en el que no puede entrar nadie. Un amor que no puede prosperar en la medida en que Cathy no puede desclasarse, no puede alejarse de la sociedad, ni siquiera en el páramo. Cathy tiene 15 años cuando se da cuenta de que desea ser una señora, poseer trajes bonitos, tener una casa linda, tomar el té...ser, como ella dice, la señora más importante de la comarca, y esto no puede dárselo Heathcliff. De modo que Edgar Linton, a quien aprecia por su elegancia, por su educación, por ser distinto a ella y a Heathcliff, resulta la opción deseada. Sin saber que Heathcliff escucha, Cathy razona que no puede vivir con Heathcliff porque ambos se convertirían en dos vagabundos y dice la frase que condenará a los dos amantes al infierno que vendrá después: " Casarme con Heathcliff me degradaría".

Catherine traiciona así la promesa hecha a Heathcliff: "No te abandonaré nunca, jura que tú tampoco te irás"(...) por el dinero y la refinada vida en la granja de los Linton. De este modo, Cathy hace lo que Jane nunca hizo: dejar de lado sus sentimientos en favor de una ambición económica y social: "Yo soy Heathcliff", le dice a Nelly después de comentarle que ha aceptado la oferta de matrimonio de Linton ¡Qué paradoja! Cathy no es consciente de esta contradicción mortal. En esa misma noche fatídica, Cathy tiene la certeza de que ha obrado mal aceptando a Edgar: confiesa que su afecto por él es como el follaje de los árboles, que cambia con las estaciones, mientras que el amor que siente por Heathcliff es como las rocas del páramo: permanece siempre. Es la ambición la que la hace aceptar esa boda monstruosa que va contra su naturaleza.

La huida del despreciado sólo puede traer consigo la tragedia, que desde el momento en que se concierta la boda entre Cathy y Edgar comienza a rondar tanto Cumbres Borrascosas como la granja de los Linton. Más o menos a los trece años, ella le había reprochado a Heathcliff que no tuviera conversación, que estuviera siempre sucio, que fuera, en suma, un bruto o un salvaje. De modo que él se irá (no sabremos nunca adónde) para volver convertido en un caballero, pero sólo externamente. En su interior no es más que una fiera salvaje, herida de muerte por la decisión equivocada de Cathy Earnshaw.

Cuando Jane abandona a Rochester, lo hace para ser fiel a sus creencias y a sus principios: no puede convertirse en su esposa y por lo tanto, no debe convertirse en su amante. Pero esta decisión la toma doliéndose profundamente por el sufrimiento que va a causarle a él. Y curiosamente, no se siente orgullosa de su decisión: se va contradiciendo su propio corazón, y odiándose por el daño que va a hacerle a Rochester, a quien perdona inmediatamente. Sus sentimientos por él son siempre de disculpa, de comprensión, de pena y sus palabras, al despedirse, son extrañamente paradójicas y desde luego, muy generosas, porque le dice "Que Dios lo bendiga, mi querido dueño. Que Él le proteja de todo mal, le sirva de guía y de consuelo, y le pague todo el bien que me ha hecho".

Cuando Cathy va a morir, víctima del dolor que le produce no poder ser de Heathcliff ni poder amar como debe a Linton, tanto como de un mal parto, dice: " ¡Ojalá pudiera abrazarte hasta que nos llegara la muerte a los dos! -continuó con amargura-. No me importaría que sufrieras. No me importan nada tus sufrimientos ¿Por qué no has de sufrir? ¡Yo lo hago! ¿Te olvidarás de mí, serás feliz cuando yo esté bajo tierra?".

Cathy anuncia que nunca descansará en paz. Catherne está en las Antípodas de Jane y es, desde mi punto de vista, su verdadera imagen inversa en el espejo.


Emiliy Brontë, Cumbres Borrascosas, Siruela, Madrid, 2007 (Prólogo de Alejandro Gándara, traducción y notas de Cristina-Sánchez Andrade)

Chesil Beach, de Ian McEwan

Chesil Beach,  de Ian McEwan


Aunque resulte una confesión atroz, diré que me he identificado con Florence, como creo que muchas mujeres de generaciones pasadas pueden hacer. Para nosotras, el sexo fue al mismo tiempo una conquista y un calvario.

El libro de Ian McEwan indaga en las profundidades de aquellas generaciones que se debatieron entre la moral victoriana, todavía vigente (no puedo evitar la sonrisa - tal vez nostálgica-, cuando recuerdo las condiciones de los noviazgos de los años sesenta: chaperoneados, vigilados y reprimida toda libertad) y la nueva moral sexual a la que, inevitablemente y a veces con muchos problemas, íbamos incorporándonos.

McEwan, con su prosa seductora,, intoxicante, hechizante, nos lleva por esos vericuetos tan oscuros como reales: miedos y terrores, fobias y huidas hacia adelante, frigideces e inexperiencias drámaticas, que en el caso de su historia llevan al fracaso total de una relación.

Este libro es la historia claustrofóbica y detallada de un homicidio: el del placer.


Se trata de una obra terrorífica por su verdad. Exquisitamente escrita, porque hablamos de uno de los mejores escritores actuales.

Cómo se puede escribir hoy día una obra como esta si no es situándola en el pasado.

El último momento romántico de Occidente: los años sesenta.

Absolutamente recomendable.


Ian McEwan: Chesil Beach, Barcelona, Anagrama, 2008 (Trad. de Jaime Zulaika).

Jane Eyre y Edward Rochester: el primer encuentro y las dos primeras conversaciones

Jane Eyre y Edward  Rochester: el primer encuentro y las dos primeras conversaciones

No voy a descubrir el Mediterráneo cuando digo que Jane Eyre es una de las grandes novelas decimonónicas, junto con Madame Bovary, Los miserables, Cumbres Borrascosas, Ana Karenina, La Regenta o la menos conocida pero extraordinaria La Desheredada, de Benito Pérez Galdós.

La originalidad de Jane Eyre resalta en este contexto, porque es una mujer que no asume el papel de ’víctima’ de su tiempo o de su sociedad, ni siquiera de sí misma, que podemos atribuir a las demás protagonistas de las novelas mencionadas.

Jane Eyre no sólo no se hunde en la miseria social, moral o económica como las demás heroínas: no sucumbe a un destino fatal. Por el contrario, Jane Eyre se erige dueña de su persona y de su destino, crea su propio valor al margen del amor que concibe y que centra su vida y al que tiene el valor de abandonar por sus principios. Jane, después de su personal travesía del desierto, en los páramos, huyendo sin un penique, sin abrigo, sin nadie, es capaz de regenerarse en compañía de los hermanos Rivers, es capaz de buscar una nueva identidad como profesora rural, de enaltecer su oficio y a sus alumnas, chicas empobrecidas de los alrededores. Es capaz de despertar la admiración de Saint-John Rivers, y una vez ha heredado de su lejano tío de Madeira, es capaz de rechazar a Saint-John y volver a buscar a su amor: Rochester. Una vez a su lado, desaparecido el obstáculo que significaba Bartha Mason, Jane se erigirá en el pilar sobre el que Edward Rochester fundará su vida: ella es la mujer fuerte, ella la que tiene la llave de la verdad, de los principios, de la felicidad y de la regeneración.

Esta historia de redención tiene una base sólida: las conversaciones entre Jane Eyre y Edward Rochester. Es ahí donde el personaje de Jane toma forma ante nosotros, lleno de coherencia y de valor. Y es ahí donde averiguamos el porqué Rochester, desilusionado, quemado, amargado y ’maldito’ (tal como él se define), puede descansar por fin y soñar en la felicidad al lado de ese ’ser élfico’, ’casi sobrenatural’ que es Jane, y que en su primer encuentro ’hace caer’ a Rochester del caballo, tal como San Pablo ante la revelación de Dios. Rochester tendrá también una revelación, aunque no en ese momento, a pesar de que más tarde diga a Jane sobre su extraño encuentro en Haylane: ’Yo necesitaba ayuda, y ayuda recibí...de esta pequeña manita".

El encuentro entre Rochester y Jane resulta extraordinario por la carga reveladora que encierra. La primera conversación, cuando él cae del caballo y se tuerce el tobillo, revela la fuerza de Jane y la ambigüedad del carácter de Rochester. Ella ofrece su ayuda, él maldice y se queja de su mala suerte al caer, y decide que ella es una hechicera y que ha hechizado a su caballo. Él la cree proveniente de un mundo mágico, alejado de la realidad, extraño y misterioso desde un principio. Y en verdad que Jane es extraña al mundo de él, oscuro y lleno de una agobiante angustia. Jane, a pesar de su bagaje de extraordinarios sufrimientos y soledades es un ser puro, en efecto: ’sobrenaturalmente’ distinto a lo que él está acostumbrado a ver en su mundo licencioso y fatuo. Jane se ha sobrepuesto a su dolor, a su soledad en el mundo: se ha encontrado consigo misma en los años de purgación de Gateshead y de Lowood, gracias a la influencia benéfica de Helen Burns (su ángel, su mejor amiga, muerta casi en olor de santidad), y Miss Temple, su maestra y protectora. A pesar de la crueldad de Mrs. Reed y de Blocklehurst, Jane ha triunfado sobre el rencor y el odio y tiene sus propios principios, alejados del fanatismo religioso o incluso de la falsedad de las convenciones religiosas. Jane ha encontrado su propio camino hacia la pureza. De ahí que Rochester reconozca en ella, tras ese primer encuentro, al ser élfico, puro, superior espiritualmente, que ella, en efecto, es.
Pero Rochester muestra también en ese primer encuentro su amargura, su rechazo, su dureza de espíritu. A pesar de la actitud extremadamente amable de Jane, su respuesta es amarga y está llena de soberbia: esa soberbia que le caracteriza, y que le será arrebatada para siempre tras su castigo. Rochester será humillado. Su error le conducirá hasta alcanzar la humildad al final de la obra.

Retrospectivamente, Rochester recordará aquel encuentro con Jane en estos términos:


"Cuando tomé, aquella tarde helada de invierno, la senda que trae a Thornfield Hall, lugar para mí tan aborrecible, no tenía el menor asomo de esperanza de encontrar entre estos muros nada parecido a la paz, cuanto menos al placer. Pues bien, sentada en una valla del camino de Hay, vislumbré una figura pequeña y solitaria. Pasé de largo, prestándole tan poca atención como al sauce que había al otro lado, sin sentir el más leve presentimiento de lo que aquel encuentro iba a significar para mí, ni de que, disfrazado bajo apariencias andinas, el árbitro de mi vida y mi destino, mi genio del mal y del bien acaba de aparecérseme. Ni tampoco lo sospeché cuando tras el accidente de Mesnour se me acercó con aspecto serio y se ofreció para prestarme ayuda. Aquella muchacha delgadita y de aire candoroso fue, sin embargo, como un jilguero posado en mi pie, capaz de abrir las alas y llevarme en volandas. La traté con rudeza, pero no se marchó; se mantuvo allí con inesperada pertinacia, sin dejar de mirarme y dirigirme la palabra, imbuida de una rara autoridad. Estaba escrito que había de llegarme el socorro por su cauce, y me llegó". p. 474-75.


Tras este primer encuentro, Jane ignora quién es el misterioso viajero accidentado de Hay Lane, hasta que llega a Thornfield Hall y ve allí a Pilot, el perro de Rochester. Al día siguiente, Jane es llamada a tomar el té con el amo, y Rochester, implacable, la somete a un interrogatorio que dará pie a que su interés por ella vaya siempre in crescendo. Jane se ve confrontada con un hombre brusco, sin modales sociales, extraño en todo a ella. Sin embargo, nos dice que se siente a gusto en su compañía, que prefiere esta rudeza a una afectada cortesía: desde el principio, Jane ’entiende’ a Rochester ¿Y Rochester? Edward dirá en la siguiente conversación, que ésta primera lo lleva a desear ’saber más de Jane’. Las respuestas de Jane, y sus dibujos le dejan intrigado: Edward sabe ahora que ella es diferente ¿Pero qué significa esta diferencia para él? Lo descubrirá sólo más tarde, en la tercera conversación.

De momento, debemos imaginar a la joven e inexperta institutriz ante la implacable mirada del señor de Thornfield. No intimidada, sin embargo. Edward le pregunta por su paso por Lowood y se asombra de su capacidad de supervivencia. Se asombra también ante la falta de empatía entre Jane y Blocklehurst, porque asume que ella, tras tantos años en la institución de caridad, ha sido sometida a los dictados del fanatismo de su director. pero Jane desmiente esto categóricamente ’con un frío : ¡No!’ : primera sorpresa.

Las respuestas de Jane no son convencionales, si bien son corteses, pero bajo ellas, Edward percibe de inmediato la originalidad de su espíritu, su falta de convencionalismo. A ello contribuyen poderosamente las tres pinturas que él admira: las tres que califica de ´élficas’. Los especialistas han estudiado pormenorizadamente estas tres pinturas, que son la expresión misma del alma de Jane Eyre y que contienen también elementos proféticos en cuanto a su historia con Rochester. No poseen, dice Edward, la maestría necesaria, pero son muy originales, para una joven estudiante. Cuando él le pregunta si estaba satisfecha de su labor, ella responde, también sorprendentemente para él, que no lo estuvo. que lo que pintó era sólo un pálido reflejo de lo que había imaginado. Rochester termina esta rara entrevista abruptamente y se sumerge inmediatamente en sus más oscuros pensamientos. Sin embargo, la impresión que Jane le ha causado le hará llamarla de nuevo, poco después. La tercera conversación será la definitiva. Cuando termina, Edward ya sabe que Jane es su amada, que lo será siempre. Y toda la historia que viene comienza a desarrollarse ante nuestros ojos, con toda su increíble complejidad.

En esa segunda conversación, Rochester es objetivo de la observación de Jane. Él pregunta, intempesitivamente - ¿Me encuentra guapo, señorita Eyre? Y ella responde impulsivamente - ¡No, señor!. Este comienzo humorístico da pie a que él reafirme su idea sobre Jane: ella es honesta. Sus respuestas no están marcadas por el convencionalismo. Como dirá él mismo más adelante: la respuesta al candor suele ser la hipocresía. Pero Jane no es hipócrita. La tercera conversación comienza de este modo, y prefigura la observación que hará Blanche Ingram acerca de la ’fealdad’ como condición (deseable) masculina. Blanche retomará pues, el tópico, dándole la vuelta y mostrándose ante Rochester como es: una joven mundana que manipula y miente, mientras que Jane, no.

Aquí Rochester ya se define a sí mismo ante Jane y lo hace despiadadamente: sabe que es un pecador vulgar, un hombre que ha pasado de la desesperación a la degeneración por debilidad, que no se ha enfrentado a su abismo para resistir, sino para entregarse a la perdición de su alma. Y sin embargo, Rochester también confía a Jane, en esta extraordinaria segunda conversación, que siente repugnancia por sus errores, que quisiera ser puro y tener ’una memoria impoluta’ como ella. Todas estas confesiones resultan tan sorprendentes como inesperadas, sobre todo si tomamos en cuenta que Rochester y Jane sólo han hablado dos veces más, y si consideramos que él tiene 38 años y ella sólo 18, que él es un hombre experimentado y ella una huérfana sin ninguna experiencia de la vida. Pero ella se presenta ante él como el ser puro que necesita para purificarse. La puerta de su corazón se abre cuando Jane le dice que ’ni siquiera por un salario ella toleraría una insolencia’. Ahí es donde él percibe la pureza inmarcesible de Jane. Ahí queda rendido ante ella. Y también ante su dignidad. Porque Rochester, ante todo, encuentra la dignidad del ser humano en Jane; una dignidad que ha visto tan poco en sus viajes desde las Indias Occidentales hasta su paso por París. Y ahora la cobija bajo su propio techo en la forma de esta pequeña, delgada, extraordinaria jovencita.

Rochester pide ayuda a esta mujer digna cuando le dice que se jacta de ser tan duro como una pelota de caucho, pero que tiene conciencia, y que dentro de esa dureza todavía queda un remanente sensible (¿su corazón?). Le pregunta a Jane -¿Queda aún esperanza? Ella responde -¿Esperanza, para qué? No hay duda de que él habla de su salvación.

Un poco más adelante, ella dice que teme decir estupideces, ya que la conversación se convierte en extremadamente enigmática para ella. Él le responde: -"Si usted las dijera, con ese aire tan suyo, tan serio y grave, yo las tomaría por sensateces".

Es aquí, en esta segunda conversación, cuando él recibe la inspiración: ella será su guía, su estrella matutina, su ángel salvador. Le habla a Jane con enigmas porque no puede ser explícito, pero le confía que a partir de ese momento, sus intenciones han cambiado: piensa pavimentar con buenas intenciones sus antiguos pecados, su antiguo camino al infierno. Sus compañías serán otras, otras sus prioridades. Ella se asusta un poco, pensando en nuevas tentaciones, pero él le asegura que no se trata de tentaciones, sino de inspiración.

El remordimiento no basta, dice Edward, hace falta reformarse. Edward quiere ser feliz, quiere fabricar el placer de la vida como la abeja fabrica la miel en el páramo. Abre los brazos, en una acción sin duda teatral, para abrazar este sueño: sueño de paz, de felicidad y de bondad que representa Jane.

Sin embargo, Rochester tomará de nuevo el camino equivocado, a pesar de todo lo que dice. Ocultará la verdad a Jane (su terrible, indecible secreto), intentará llevársela consigo sin tener derecho a ello. Pero ella los salvará a los dos. Su conciencia, esa conciencia que él denominará ’clara, impoluta, límpida’se impone para conseguir, más tarde, la redención de los dos, una vez unidos para siempre.

Cuando se despiden esa noche, aunque Jane no lo sabe, ya está en el corazón de Rochester para siempre.




Ninguna traducción hace justicia a esta maravillosa obra literaria cuyo lenguaje y cuyos diálogos inigualables tal vez jamás puedan ser vertidos con la debida fidelidad a ninguna otra lengua; pero, puestos a escoger os recomiendo, de todas las ediciones, ésta: Charlotte Brontë, Jane Eyre, Debolsillo, Barcelona, 2003, (Prólogo y traducción de Carmen Martín Gaite).


Esta versión de Jane Eyre para la BBC (1973), a pesar de sus defectos de producción (debidos a la época), es la más fiel al libro, y la que mejor refleja las personalidades de los dos protagonistas principales. Los actores son Michael Jayston y Sorcha Cusack. En esta escena podemos ver escenificada parte de la primera conversación Rochester-Eyre:


Y la segunda conversación, que comienza: -¿Me encuentra guapo, señorita Eyre?
-¡No, señor!