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Tala, de Thomas Bernhard

Tala, de Thomas Bernhard

Thomas Bernhard es otro de mis escritores favoritos. Un hombre con un discurso en espiral, con un estilo repetitivo y obsesivo, amargo y profundamente irónico.
Después de un largo periodo de tiempo (mi última referencia sobre un libro suyo es de hace más de un año), escojo, de entre los libros que tengo, Tala, monólogo sobre la falsedad o la representación, sobre el tiempo y sus estragos, sobre la ausencia y sobre la soledad, también sobre la farsa social.
La voz narrativa es siempre, en todas las obras de Bernhard, omnipresente y exclusiva y corre acelerada y sin descanso hacia su propia extinción, hasta el final de la obra. No podemos juzgar los hechos ni las sensaciones si no es a través de esta voz, que fácilmente puede confundirse con ese personaje, también llamado Thomas Bernhard, que se inventó Thomas Bernhard, ése que estudió música en el Mozartorum, que cantó con una voz de barítono-bajo y que despreció olímpicamente todo lo relacionado con Austria y especialmente con Viena.
En Tala ese narrador, nacido en Salzburgo, habitó varios años en Londres, huyendo de la odiada Viena, pero una vez vuelto a la capital austriaca paseó una y otra vez por aquellos sitios por donde necesariamente tenía que encontrar alguna vez a algunos antiguos amigos a quienes de ningún modo quisiera volver a ver.
La obra comienza el mismo día que recibe la noticia de que una gran amiga suya se ha ahorcado en su casa paterna y encuentra, mientras pasea, a los Auersberger , que no solamente le vuelven a dar la triste noticia (que ya conocía a través de la mejor amiga de la difunta), sino que lo invitan a una de sus cenas artísticas, y él acepta. Todo lo que sigue es lo que pasó y no debería haber pasado, pues el haber aceptado esa invitación iba en contra de su voluntad y de su deseo.
Sobre esta base, el discurso del narrador se establece desde un sillón de orejas en la casa de los Auersberger, mientras espera la cena y durante la cena artística.
En el monólogo primero -y después en la transcripción del monólogo de un actor del teatro de Viena que ha tenido gran éxito en el papel central de El pato salvaje de Ibsen, al que tienen que esperar hasta las doce y media de la noche-. el narrador nos expresa el asco y la visceral repugnancia que le despierta la sociedad artística vienesa, su desprecio por los snobs que la conforman, su rechazo a ese mundo que vivió intensamente en su juventud, idea que repetirá de nuevo, cada vez profundizando o extendiéndola más, y que complementa la descarnada descripción de ese matrimonio formado por un músico "seguidor de Webern" y su esposa de la baja nobleza rural de Estiria, y el ridículo intento de ambos de actuar como aristócratas verdaderos y como verdaderos artistas, cuando no son ni una cosa ni la otra.
El mal gusto y la presencia de una antigua amiga (la versión vienesa de Virginia Woolf según se califica ella misma), aumentan el asco y el rechazo del narrador.

"Tenemos una intimidad tan grande con las personas que creemos que se trata de un vínculo para toda la vida, y de la noche a la mañana las perdemos de nuestra vista y de nuestra memoria, ésa es la verdad, pensaba en mi sillón de orejas de los Auersberger" (p. 45).

Con su estilo característico, abunda sobre esto una página más adelante:

" Tenemos una amistad de la forma más intima con unas personas, y creemos realmente que es para toda la vida, y un día nos vemos decepcionados por esas personas que estimamos más que a cualquier otra, incluso admiramos, en definitiva hasta amamos, y las aborrecemos y las odiamos y no queremos tener que ver nada más con ellas, pensaba en mi sillón de orejas" (p.46).


Cuando la obra fue publicada en Austria, fue retirada de las librerías durante unas semanas debido a una demanda presentada por un prócer vienés que se vio reflejado en la narración. En realidad, la narración refleja ese mundo artificioso, opuesto al natural, expresado en el titulo y en una frase que hacia el final de la cena repite el actor: "bosque, monte alto, tala". Mundo al que no escapa el propio narrador, quien se recrimina a sí mismo los mismos defectos de los que acusa a los de la cena artística, La obra concluye con la descripción de este conflicto de amor-odio, atracción-rechazo que bascula siempre en la obra de Bernhard:

"(...) Hubiera sido mejor leer mi Gogol o mi Pascal o mi Montaigne y pensaba, mientras corría, que escapaba de la pesadilla auersbergiana, y corría realmente y con energía cada vez mayor huyendo de aquella pesadilla auersbergiana hacia el centro de la ciudad y pensaba mientras corría que aquella ciudad por la que corría, por espantosa que la encuentre siempre, es para mí, sin embargo, la mejor de las ciudades, esa Viena odiada, siempre odiada por mi, era otra vez de repente para mí querida, mi querida Viena, y que aquellas gentes que siempre he odiado y que odio y que siempre odiaré son sin embargo las las mejores gentes, que las odio, pero son conmovedoras, que odio a Viena y, sin embargo, es conmovedora, que maldigo a esas gentes y, sin embargo, tengo que quererlas y que odio a esa Viena y, sin embargo, tengo que quererla y pensaba, mientras corría ya por el centro de la ciudad, que esa ciudad es sin embargo, mi ciudad y siempre será mi ciudad y que esas gentes son mis gentes y siempre serán mis gentes y corría y corría y pensaba (...)". (p. 187).


Como pasa con otros grandes autores o quizá en mayor grado, la escritura de Bernhard es amada u odiada. Yo la amo, a pesar de que reconozco que no siempre puedo con ella: no siempre tengo la fuerza para soportar su discurso sin pausa, acelerado, crispado, neurótico, y tan verdadero.


Thomas Bernhard, Tala, Alianza Editorial, Madrid, 2002 (Versión española de Miguel Sáenz)

1 comentario

jandark -

yo también lo amo, y tampoco puedo con su lectura siempre. el cuento largo de los hermanos enn la torre, uno de ellos epiléptico, cuyos padres se han suicidado es fantástico, y oscurísimo, y ese sí lo he leído muchas veces. saludos