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La princesa de Clèves, de Madame de La Fayette

La princesa de Clèves, de Madame de La Fayette

Hace un par de años me compré este librito y desde entonces había estado durmiendo el sueño de los justos en un rincón de mi habitación, al lado de otros que también (alas!) siguen pendientes de lectura. Por fin, hace un par de tardes, me arrebujé en su compañía, "abrigándome del frío, de la lluvia y de las mareas", como dice Quignard, dentro de sus páginas (en realidad, de las mareas no tuve que abrigarme porque no lo necesito al no estar a la orilla del mar, pero en fin, todo sea por la literalidad de las citas...).

Al principio, la novela es dura. Lo es porque presupone un cierto conocimiento de los entresijos de la corte de Enrique II de Valois, rey de Francia, de sus asuntos (numerosos), de alcoba, y en general, de la historia francesa de ese periodo histórico. Como he visto unas cuantas veces La reina Margot (por ahí andan un par de posts sobre ella) y he leído también una biografía encantadora de Néstor Luján que no he reseñado aquí, así como varios libros sobre Felipe II (casado con Isabel de Valois, hija de Enrique y hermana de la susodicha Margot), debo decir que yo no estaba del todo ajena a tales enredos y líos entre Catalina de Médicis, Diana de Poitiers y demás personajes históricos. Sin embargo, esas primeras páginas me costaron un poquito, antes de que entrara de lleno en el terreno de lo ficticio, y de  que me dejara seducir por la curiosa y ejemplar historia de los amores (o desamores) de la princesa de Clèves, de su marido, el desdichado príncipe, y el duque de Nemours.

La novela plantea un espinoso tema: la virtud nos hace desdichados. La virtud mata. La pasión no desatada tiene un poder destructor equiparable a la del Hambre, el Fuego o el Infierno. La princesa de Clèves es una joven inmisericorde, consigo misma, en primer lugar, y con los dos hombres que la adoran : su marido, el príncipe, a quien no puede amar, y el duque de Nemorus, el cortesano más bello y seductor del momento, a quien ama, pero a quien no permitirá nunca ni el más leve destello de amor o de alegría. Sorprendentemente, la carrera galante de este bello Casanova se verá truncada bruscamente cuando se entrega en cuerpo y alma al amor que le despierta la hermosísima y cruel Princesa.  

Ella, guiada por una madre virtuosa, no cederá jamás a las tentaciones de la promiscua y desenfadada corte francesa. Su sinceridad es total, como lo es su rigidez, y por ello, hace partícipe, en un momento dado, a su marido, del amor que siente por el bello Nemours. Esta sinceridad impoluta mata al príncipe de Clèves y la princesa, sintiéndose o sabiéndose culpable de esa muerte, renuncia a un segundo matrimonio y con él, a ser feliz, y a hacer feliz a Nemours. En el contexto de la época, todo esto no es más que un despropósito. Pero en el fondo de la decisión de la princesa late algo más que el amor puro a la virtud. En la base de esta cruel decisión está el convencimiento de que Amor y Matrimonio son enemigos naturales. Y que pasión y convivencia son excluyentes. Por ello, ansiosa de evitar el Dolor, renuncia a una fugaz felicidad, en pos de una satisfacción de la renuncia que al menos engrandece su concepto de la Razón, que todo lo preside.

Así, la princesa explica a Nemours su negación a casarse con él, una vez muerto de dolor el príncipe. La sinceridad de la princesa, al contar a su esposo que ama, aunque no se ha entregado ni se entregará nunca al amante, tiene un poder destructor terrible. El marido es destruido por la verdad de un amor que no se ha consumado ni se va a consumar. Incapaz de sobrellevar el peso de esa confesión, el príncipe sucumbe. Sucumbe, paradójicamente, aunque crea en la fidelidad de ella. Esta fidelidad, creada por el matrimonio, pero no por el amor, le devora por dentro hasta terminar con su vida.

En la novela se cuentan otras historias galantes, que no tienen el dramatismo de la historia principal, y que nos enseñan que el galanteo, por ser distinto al amor, puede llegar a causar problemas, pero nunca la muerte o el dolor que causa la pasión verdadera, convertida en fuego que consume a los que aman sin poder poseer. El príncipe de Clèves posee físicamente a su esposa, pero sabe que no es amado por ella, y por eso sufre y muere. Nemours, que se sabe amado, pero no puede poseer, sufre y pervive, aunque herido para siempre por este amor inalcanzable. Ella es quien maneja estos sentimientos, negándose siempre la posibilidad de la felicidad y optando por la tranquilidad de un retiro de la vida en el que sus sentimientos no se verán mezclados ni sacudidos por la previsible desilusión.

La obra es interesante, aunque muestre este retorcimiento que bien podríamos llamar psicoanalítico: la princesa teme amar de verdad porque teme sufrir, pero sufre igualmente y hace sufrir también ¿Es esto virtud? El juicio lo hacemos nosotros.

¿Esa Razón, más poderosa que el sentimiento o que la aparta de él, es mejor que dejarse llevar por las pasiones?

¿Es la princesa de Clèves más moral que Diana de Poitiers, que la Delfina de Francia, María Estuardo,  o que las otras damas que tienen una sucesión de amantes? ¿Es mejor que las damas que se entregan a sus amantes y disfrutan de esos amores adúlteros?

Cléves, por otra parte, triunfa cuando niega sus favores o su amor, pues tanto su esposo, el príncipe, como Nemours o el caballero de Guisa, que la aman, acaban dedicándole todos sus pensamientos y todas sus acciones.

En todo caso, la princesa de Clèves es distinta, y esa diferencia con las otras damas le proporciona una sensación de orgullo y de seguridad.

En el interesante prólogo de mi edición , se nos dice que estas novelas se escribían colectivamente , cosa que yo ignoraba, y que en la escritura y desarrollo de La princesa de Clèves participaron varios escritores, entre los que se cuentan La Rochefoucauld o Segrais, bajo la batuta de Madame de La Fayette. También se explica cómo y porqué la escena de la confesión entre la princesa y el príncipe (motivo de la ulterior muerte del desdichado esposo), la sitúa en niveles de inverosimilitud paralelos al de cualquier cuento de hadas, aunque la acción se sitúe en un contexto bien real, el de la corte de Enrique II. Por ello, la novela mezcla el cuento de hadas (terrible, como solían ser, realmente), con la novela histórica.  

 

Madame de La Fayette, La princesa de Clèves, ed. Losada, Buenos Aires-Madrid, 2005. Introducción, prólogo y notas de Cristina Peña

 

3 comentarios

Gabriela -

Gracias, Fernando, por tu visita. Qué bueno que ya regresaste de tus vacaciones.



Libros blog, gracias por comentar.

Libros blog -

Buenísima la reseña, gracias por la recomendación.

fgiucich -

Como siempre, muchas gracias por la sugerencia. Te dejo un abrazo y espero que estès bien.