Blogia

arteyliteratura

Lauren Bacall en su cumpleaños

Lauren Bacall en su cumpleaños

Al cumplir los 85 años, Lauren Bacall ha declarado:

Lo bueno que tiene cumplir los 85 ¡es que ya puedes fumar hasta caerte muerta!

 

Pascal Quignard, La barque silencieuse

Pascal Quignard, La barque silencieuse

 

Este año se inicia la nueva temporada literaria en Francia con la publicación del último volumen (el sexto) de la serie que Pascal Quignard llamó Dernier Royaume (cuyo primer volumen recibió el prestigioso premio Goncourt en 2002). La obra salió a la luz el 3 de septiembre y ha llegado a mis manos en unos cuantos días. Se trata de una lectura que me ha proporcionado gozo estético y meditación sobre temas que son caros a Quignard y cuya preocupación comparto.

Desde el punto de vista del lenguaje, noto que en este sexto volumen Quignard ha simplificado la sintaxis, ha depurado el estilo, a veces barroco, de sus anteriores obras en busca siempre de pureza y verdad. Quignard explora los temas siempre partiendo del lenguaje (de ahí la importancia de la etimología), buscando el sentido verdadero. Un punto no baladí, ya que las palabras, como sabemos, no sólo muestran: también esconden sentido. Y saber exactamente qué quiere decir una palabra, que quiso decir en sus orígenes, nos lleva al origen mismo de nuestro ser como humanos, como en busca de nuestra verdadero lugar en el mundo, como aventureros de las palabras y su significado primero, aquel que hace la luz en el cerebro y nos lleva a la comprensión de un mundo que a menudo es tan evanescente, tan elusivo, tan engañoso que nos impide ver, ver de verdad y saber, saber de verdad qué estamos viendo, que estamos sintiendo, que estamos temiendo o deseando de la vida y de la muerte. Esta búsqueda nos lleva, de la mano de Quignard, a esa selva venturosa, donde encontramos el origen. Donde todo lo que no comprendemos adquiere por fin un sentido que revela una verdad que apenas hemos adivinado, pero que no hemos tenido entre las manos. Esta búsqueda es en sí misma la posibilidad de la felicidad en el ser. En el sí. En el mí. Hay vivos que no viven, pero quien lee tiene la sola posibilidad de vivir abandonando su ser en la lectura. Sin embargo, este privilegio no es para todos, porque leer es peligroso y sólo unos cuantos pueden atreverse a emprender esta aventura de dejar de ser para ser. 

Como todos sus textos, La barque silencieuse es una mezcla de ensayo, narrativa breve, poesía, etimología y filosofía. El tema central es la libertad y las variaciones sobre las que están tejidos sus mimbres son el nacimiento,  la muerte y el suicidio, el amor y el deseo, la religión y el ateísmo, el ruido y el silencio, la sociedad y la soledad. 

Qué duro resulta reconocer el mundo. Verlo con ojos nuevos. Y qué hermoso y terrorífico. Así son los mejores libros de Quignard: duros, hermosos y terroríficos.

Me imagino al escritor en su casa de Sens, escribiendo en esas octavillas incansablemente, recluido en su ensimismada búsqueda. Inagotable. Lo imagino como un ser obsesivo que a duras penas se desprende de su BIC, y que escribe mientras lee, todo el tiempo*. Porque Quignard escribe incansablemente en tanto que lee incansablemente. Y de sus lecturas surgen sus reflexiones, y de sus reflexiones surgen sus escritos. Y en sus escritos habitamos sus lectores tal como él quiere que habitemos: olvidados de todo, siendo ya nadie. Seres que suspendidos en las palabras ya no existen sino dentro de su libro, en sus palabras, paladeando cada frase, cada idea. Al menos por un momento, tal como indica en El lector , dejamos de ser para ser de otro modo, desapareciendo del mundo, evadiéndonos de él, sólo para existir mejor en él, más conscientes, en ese mismo mundo de las ideas que él recrea para nosotros. Es como en la mística. Se deja de ser para ser. Por eso leer a Quignard es exigencia pura de olvido y de dejación. Un no sé qué que quedan balbuciendo, dice San Juan. Pues eso.

La noción de creación no es otra cosa. Es la revelación de algo ya sabido pero no enunciado. Quignard enuncia y crea aquello que sabemos que existía dentro de nosotros pero no encontraba las palabras para ser. Y de ahí su grandeza. Pero claro, sus libros han de buscar a sus lectores. Una vez encontrados, libro y lector dialogan y susurran, en la soledad y en el silencio: Era esto, era esto ¡Eureka!

Editada primorosamente por Éditions du Seuil, el libro tiene la elegancia y la pureza que contienen sus páginas. Impoluta, no encontrarás una sola errata.

Como toda gran literatura, la obra de Quignard no puede encontrar otras palabras que las suyas. Es literal o no es. Así que ahí van algunos fragmentos, traducidos por mí. Pido perdón por los fallos.

Capítulo XXII

La comunicación separada y sagrada

 

(...) Quien tiene un secreto tiene un alma (...)

(...) Una escena desnuda o al menos vergonzante, misteriosamente nocturna, rodeada de linternas, rodeada de candelas, rodeada de luces, se busca en la lejanía del cuerpo que ella fabrica. Una no comunicación, que se aleja y se aparta de la comunicación debe ser preservada en el mundo atmosférico. Es una reserva animal, feroz, que jamás debe someterse al lenguaje, ni a las artes, ni a la comunidad, ni a la familia, ni a la confianza amorosa.

(...) El corazón de cada mujer, el corazón de cada hombre debe ser concebido como inexpugnable.

Es lo que a ningún precio debe ser descubierto por los otros, ni excitar su envidia, ni ser percibido por las otras fieras, por las aves, ni ser desnudado, ni ser devorado (...)

El libro abre el espacio imaginario, espacio él mismo originario, donde cada ser singular se reconduce a la contingencia de su fuente animal y al instinto indomesticable que hace que los vivos se reproduzcan.

Los libros pueden ser peligrosos pero es la lectura sobre todo, por ella misma, la que presenta todos los peligros.

Leer es una experiencia que transforma profundamente a aquellos que vuelcan su alma en la lectura. Hay que encerrar los libros verdaderos en un rincón porque los verdaderos libros son siempre contrarios a las costumbres colectivas. Aquel que lee vive solo en su ’propio mundo’, en su ’rincón’, en el rincón de su muro. Es por ello que solo en la ciudad el lector afronta físicamente, solitario, en su libro, el abismo de la soledad anterior en la que él vivió (antes de nacer) (...)

Sólo la letra colocada delante de sus labios puede atestiguar que su aliento ya no es (...)

Aquel que lee la letra ha perdido el ser, el nombre, la filiación, la vida terrestre.

En la literatura hay alguna cosa que resuena del otro mundo.

Una cosa que transmite un secreto.

(...)

El amor define este ’aquel’: la comunicación separada y sagrada, la vida secreta, la vida intensa apartada de la sociedad, de la familia, del lenguaje común. En la novela más bella escrita en Francia, La castellana de Vergy, el amor es descrito como la relación que excluye toda intervención de un tercero. Que excluye toda confidencia. Que impone el secreto de la guarida. Lo mismo pasa en la novela más hermosa escrita en Gran Bretaña, Cumbres Borrascosas. En la materia de Bretaña, los secretos no pueden ser revelados. Las confidencias del amor no pueden ser confiadas al aire sin invocar los desastres. Ellas deber ser reveladas solamente por escrito, sin caer en los oídos de nadie, deben ser ocultadas a la naturaleza y a todas las clases de la sociedad. 

’Por favor no deje de escribirme

aquello que su boca no osa decirme’.

 

(pp. 59-60,61,66)

Pascal Quignard, La barque silencieuse, Editions du Seuil, París, 2009 (Sexto volumen de la serie Dernier Royaume).

*Quignard en el documental A mi mots muestra su forma de trabajar: escribe sobre una tablita en la que engancha octavillas en blanco, y escribe con un BIC recortado (para que no sobresalga de la hojita). Con ese simple artefacto se mueve por el mundo, escribiendo siempre. Ni máquina de escribir ni ordenador.

 

 

 

El uso de las TIC-TAC en la enseñanza del Castellano

 

Escribí esta memoria hace un par de meses para las oposiciones a cátedra de Instituto y espero que ayude a orientar a otros profesores.

(Para ver a pantalla completa hay que pinchar el icono ’Fullscreen’)

 

 

Diosito santo de Luis Pérez Meza, con Liliana Felipe y Eugenia León

 

 

Diosito santo, de Luis Pérez Meza

 

 

Diosito santo, diosito santo:

antes que muera de amor

baja y bórrame esta pena.

Se me ocurrió quererla

como nunca había querido

y ahora sólo pido olvido

y valor para olvidar.

 

Tan seguro estaba yo

ser el dueño de su vida 

como creer en mi Dios

así en ella yo creía. 

¡Válgame el cielo!

La verdad que este dolor

ya no tuvo compañero.

Si vivir o morir:

no hallo por cuál decidir.

 

Diosito santo, diosito santo:

antes que muera de amor

baja y bórrame esta pena.

Se me ocurrió quererla

como nunca había querido

y ahora sólo pido olvido

y valor para olvidar.

 

 

 

Peter O'Toole y el soneto 18 de Shakespeare

 

Soneto 18


Shall I compare thee to a summer’s day? 
   Thou art more lovely and more temperate: 
Rough winds do shake the darling buds of May, 
   And summer’s lease hath all too short a date: 

Sometime too hot the eye of heaven shines, 
   And often is his gold complexion dimm’d; 
And every fair from fair sometime declines, 
   By chance, or nature’s changing course, untrimm’d; 


But thy eternal summer shall not fade, 
   Nor lose possession of that fair thou owest; 
Nor shall Death brag thou wander’st in his shade, 
   When in eternal lines to time thou growest; 


So long as men can breathe, or eyes can see, 
   So long lives this, and this gives life to thee.


Soneto 18

 

 

¿Podría yo compararte con un día de verano?

Tú eres más linda y delicada:

Vientos feroces cimbran los renuevos de mayo,

Y el tiempo del verano tiene muy corta vida:


Alguna vez muy caliente el ojo del verano brilla,

Y a menudo su tez de oro es oscurecida;

Y cada cosa bella, de lo bello declina

Por azar o por el desajustado curso de la natura;


Mas tu eterno verano no desaparecerá,

Ni perderá posesión de la belleza que posees;

Ni la muerte se jactará de que vagues en su sombra,

 

Cuando en las eternas líneas del tiempo tú crezcas.


Mientras  los hombres puedan respirar o los ojos ver,

Esto seguirá vivo, y te dará vida a ti.

 


La cita es de la película Venus (2006) para cuya reseña y ficha os remito aquí.

(La traducción es mía, por tanto, perdón por los errores).

 

Nos vamos de vacaciones

¡Hasta la vuelta!

Los dejo con el cantor mexicano Óscar Chávez, del álbum Herencia Lírica Mexicana

Letra:

No salgas niña a la calle
porque el viento fementido
jugando con tu vestido
puede dibujar tu talle.

No hay quien de amor no desmaye
al ver que en tus formas bellas
se manifiesta la huella
que el pudor ocultar debe,
y sólo el viento se atreve
a entretenerse con ellas.

Desgracia, de John Maxwell Coetzee

Desgracia, de John Maxwell Coetzee

Se cumple una década desde la publicación de esta obra del autor de Esperando a los bárbaros. Como en toda obra importante, en Desgracia lo que se dice es mucho más importante que lo se cuenta. Coetzee nos refiere una historia que transcurre en su Sudáfrica natal en la época posterior a la abolición del ominoso apartheid, y esta historia es la de varias violencias. Violencias que como un boomerang tienen un viaje circular: de ida y vuelta.

La violencia sexual que impregna el relato tiene muchos matices y se nos presenta problematizada, puntuada, diría yo, entre posibles interrogantes de índole moral, social y racial. No resulta casual que Lurie, protagonista bajo cuyo punto de vista vamos a ver toda la historia, abuse de una alumna de origen nativo y que los perpetradores del abuso de su hija Lucy sean nativos también. El abuso que perpetra David Lurie no es propiamente una violación en el sentido estricto del término, sino un abuso en la medida de que él está investido de un poder superior ante la alumna: él es el hombre de 52 años: ella, una chica de 20; él es el profesor: ella la alumna; él es blanco, ella negra. Él sabe lo que quiere ( la quiere a ella, o más bien, la desea) y ella no sabe cómo responder a este deseo y se somete. Sin embargo, este hecho trasciende a los dos protagonistas. Al hacerse público, se hace problemático. Al fin y al cabo, ella accedió a tener sexo con él, y no es menor de edad. Él, a pesar de su edad ¿no puede ya tener deseo? Nos enfrentamos a una serie de tópicos, a menudo hipócritas. El sexo entre un hombre viejo con una joven, el sexo entre un profesor y su alumna. Los otros, los que juzgan ¿desde qué perspectiva, con qué autoridad juzgan este hecho? Y sobre todo, los protagonistas ¿se sienten culpables? ¿por qué? ¿existe el lugar de la culpa? ¿es ésta necesaria para la redención o para el olvido?

Todas estas preguntas quedan planteadas, pero no resueltas. Lo que es evidente es que el hecho, cualquiera que sea su significado o su lectura, tiene unas consecuencias: Lurie debe marcharse de la universidad, comenzar otra vida. Ella, tras un paréntesis, retoma la suya.

De modo que nos encontramos ante la primera paradoja: el verdugo resulta víctima de sus actos.No sólo debe reconsiderar su posición en el mundo (perdiendo su puesto de trabajo y su residencia habitual), sino que debe plantearse en profundidad si está permitido o no a un hombre de su edad tener deseos sexuales. En otras palabras, debe decidir si está vivo o no para los otros, especialmente para las otras, aquellas mujeres que en otros tiempos él gozaba y que ahora, de pronto, han desaparecido: la prostituta a la que veía cada semana, la alumna cuya relación le sale tan cara, la ex-esposa. Pero también las demás: aquellas que no ha conocido todavía o que conocerá (Bev, esa mujer que no le atrae en lo absoluto pero con la que intimará también, sin saber muy bien por qué).

Así, este abuso se convierte en la primera hecatombe y puede ser vista desde múltiples perspectivas, pero la consecuencia es una sola: cierra una etapa de la vida de Lurie para siempre. Después, él debe ser otro.

La segunda secuencia de la novela nos lleva hasta Lucy, la hija de Lurie. Lucy es lesbiana, tiene una propiedad muy alejada de lo que Lurie llama ’civilización’; vive sola, no quiere que su padre la considere una chiquilla: no lo es. Lucy es una persona que vive inmersa en un mundo que en principio no le pertenece. Es una outsider. Se quiere convertir en una campesina. Una campesina blanca y sola en medio de un mundo que le es naturalmente hostil, tanto en lo que se refiere a la naturaleza como en lo que se refiere a la raza o incluso al género. En ese mundo rural ella es una incongruencia. Y la segunda hecatombe sobreviene casi con matemática naturalidad: como dos y dos son cuatro, ella será víctima de esa diferencia con el entorno y Lurie, que está con ella, la sufre también, aunque no del mismo modo. Curiosamente, es Lurie quien debe enfrentarse a la hija, y no es la hija la que se enfrenta al mundo que la atacó: como Melanie con Lurie, Lucy se somete también a la violencia que la ha pisoteado. Al fin y al cabo, ellos son los usurpadores ¿por qué no deberían sufrir la vuelta del boomerang, el golpe de la venganza?

Lurie sale escopeteado de la primera hecatombe. Lucy  se quedará a plantar cara a la segunda. Tomará la decisión incomprensible. Y Lurie, anonadado, debe aceptar que las vidas de ambos están rotas. Por mucho que te quieras disfrazar, la violencia te alcanza. Estabas disfrazado de enterrador compasivo de perros abandonados,habías dejado la ciudad donde todos te odian, querías emprender una nueva vida camuflado, indiferente, aséptico, querías crear una ópera sobre Byron y Teresa Guiccioli, pero no puedes sustraerte a la realidad. Así es la cosa. El mundo deja de ser un lugar comprensible, ya no eres dueño de nada, ni comprendes el porqué de las cosas. La palabra clave es renuncia.

Desgracia puede leerse de muchos modos, literalmente, simbólicamente, políticamente, incluso con una perspectiva de género. Pero hay una sola cosa que Coetzee no nos permite: pensar en una redención. 

 

J.M. Coetzee, Desgracia, Debolsillo, Barcelona, 2009 (Traducción de Miguel Martínez-Lage).

 

Son huasteco: La Pasión, con Guillermo Velázquez y los Leones de la Sierra

 

 

El son huasteco es un género que me fascina. La música, los violines, las arpas, el guitarrón, las letras, el falsete. Todo.

Todavía tiene valor juglaresco e improvisado en ocasiones.

Más información y videos de Guillermo y sus Leones, aquí

 

La Pasión

 

De tanto no haberte visto

Soy con el alma vacía.

Soy con el alma vacía

De tanto no haberte visto. (Bis)

 

Con dos carbones provisto

Y caído en la melancolía

Sólo la pasión de Cristo

Se compara con la mía.

 

Me condenan por quererte

Por amarte me han juzgado.

Por amarte me han juzgado

Me condenan por quererte. (Bis)

 

Me han flagelado tan fuerte

De espinas me han coronado

Y en el dolor de no verte

Me siento crucificado.

 

Nunca lo hubiera previsto

Y en Judas me convertí.

En Judas me convertí

Nunca lo hubiera previsto. (Bis)

 

Pero en otra vida existo

Porque siento esto en ti

Y en vez de entregarme a Cristo

Yo quiero entregarme a ti.

 

Lunes y martes deseo  

Que el miércoles traiga el don

Que el miércoles traiga el don

Lunes y martes deseo. (Bis)

 

El jueves santo en que oteo

El viernes de mi Pasión

Y el domingo que te veo

Eres mi Resurrección.

 

 

 

Actores mexicanos

 

Los actores son: Pedro Armendáriz, Diego Luna, Gael García Bernal, Enrique Lizalde, Eduardo Palomo. 

¡Qué ojos y qué presencia escénica!

Mi primera novela, El Rosario, de Florence L. Barclay

Mi primera novela, El Rosario, de Florence L. Barclay

Me conmueve pensar en el trabajo que se tomó mi mamá para encontrarme una novela adecuada cuando yo era una niña. Yo fui una devoradora de libros desde que tengo recuerdo; ella me compraba biografías de hombres y mujeres ilustres o narraciones históricas, cuentos infantiles, leyendas, mitología adaptada para niños (recuerdo especialmente Los doce trabajos de Hércules), libros con las películas de Disney (mi favorito era La bella durmiente del bosque, que,  en su versión cinematográfica vi doce veces en el cine Continental de la colonia del Valle), historias de religión, como la vida de Santa Casilda, que tenía unas ilustraciones preciosas. Cosas así. Pero un buen día pedí, supliqué (como diría Caridad Bravo Adams), una ¡NOVELA! Todavía no había yo descubierto los tesoros de la biblioteca de mis abuelos, de donde robé después libros completamente inapropiados, como La Divina Comedia, la biografía del poeta Shelley escrita por André Maurois o los Diálogos de Platón, en esas ediciones de tapa dura, papel grueso y grabados que mandó hacer el filósofo José Vasconcelos para ilustrar a los mexicanos en la cultura clásica y universal después de la Revolución y que mi abuelo, como amante de la buena literatura, había coleccionado.

Y mi mamá se debió de tomar su trabajo: me regaló El Rosario, de Florence L. Barclay, novela publicada en 1909, cuya primera edición ilustra esta entrada. La he vuelto a leer recientemente* : la nostalgia es una forma de amor. Se trata de una obra claramente romántica, pero de un romanticismo religioso, cristiano, en la que no hay ni un solo beso. No sé cómo se las arregló la buena señora Barclay para escribirla así, y que sin embargo siga siendo un canto al amor humano, eso sí, teñido de esperanzas en Dios y su bondad, misericordia ¡y en la que el héroe canta sin asomo de timidez el Veni, Creator Espiritus a cada rato!

(En lo que sigue hay spoilers, pero no creo que importe, porque la novela no está editada recientemente en español).

No sé por qué no escogió Jane Eyre, ya puestos, porque esta obra tiene su aroma, si bien no su crudeza. La protagonista se llama Jane, y es también una mujer de rasgos comunes (plain, en inglés no significa lo mismo que fea, pero en castellano no hay adjetivo que traduzca este matiz). Recordemos el famoso monólogo de Jane Eyre cuando le dice a Rochester :"Do you think, because I’m poor,  plain, obscure and little that I’m soul-less or heartless?..." Jane Champion, como su homónima, no es la típica heroína hermosa. Es una rica y noble huérfana  de 30 años, decidida. deportista (la acción se sitúa vagamente a finales del XIX y principios del XX), que viste de Redfern, famoso modista inglés, pero que no tiene ni un asomo de coquetería. Nunca ha sido amada por sí misma, y no ha amado nunca, aunque su corazón guarda grandes tesoros de ternura y devoción. Su tía, la duquesa de Meldrum, organiza una de sus famosas reuniones en su casona de Overdene, en la que encontramos al héroe: un muchacho hermoso, joven ( 27 años), enamoradizo (pero igualmente casto), que pinta maravillosamente y cuyo carácter alegre lo hace parecer, a los ojos de Jane, como un niño grande algunas veces. Pero una noche, Jane canta en público y su alma se desvela ante Garth Dalmain, quien a través de esta revelación ve en ella a la mujer ideal, a la mujer única, y en una escena extraña, bañados ambos por la luz de la luna, le expresa su amor apasionadamente y la reconoce como su esposa. Jane reacciona con sorpresa y abraza a Garth para que no vea su cara, puesto que él es un adorador de la belleza y ella se sabe común. Naturalmente, Garth entiende que ese gesto significa un y cuando ella le pide tiempo para pensar su proposición, él accede, confiado. Al día siguiente ella lo rechaza, pero no le dice la verdadera razón: que teme que, confrontado cada día con su aspecto, él deje de quererla o se sienta torturado por la diaria visión de su fealdad. En vez de eso, le dice que no puede casarse con un chiquillo. Garth acepta esta negativa pensando que es indigno de ella, sorprendido ante sí mismo por haberse creído capaz de conquistarla y de ser su esposo, y desde ese día la elude, marchándose de la casas de los amigos comunes adonde ella llega, sin jamás coincidir con la torturada Jane. El mejor amigo de Jane desde su infancia es un reputado médico y psicólogo que, notando la depresión y la tristeza de su amiga, le ’receta’ un largo viaje por el mundo, que ella emprende. Tres años después, ante la magnificencia de la Gran Pirámide y ante la Esfinge, Jane reconsidera esta equivocada decisión y admite por fin que no debería haberse negado a Garth: decide volver a Inglaterra, buscarlo y reanudar la relación. Pero esa misma noche se entera de que Garth ha sufrido un accidente a consecuencias del cual ha quedado ciego.

Emprende el regreso a Inglaterra pensando en reunirse con Garth, pero Deryck, el médico, le hace ver que Dalmain no aceptará su lástima. Le da su punto de vista masculino: le dice que Dalmain pensará que ya que ella no lo quiso cuando él era un hermoso, rico y exitoso pretendiente, ahora le busca sólo por compasión. Deryck explica a Jane que ningún hombre acepta la compasión de la mujer amada y menos que nadie Garth, que tan valientemente se apartó de su vida cuando ella lo rechazara. Sin embargo, una feliz coincidencia la lleva a suplantar a la enfermera que Deryck había contratado para Garth. Durante la guerra anglo-boer (1899-1902), Jane había servido como enfermera en el frente y está capacitada para sustituir a miss Gray. Y allá va Jane, disfrazada de una sutil, pequeña y vaporosa nurse Rosemary Gray, para cuidar de su adorado. Al principio, el pintor se niega a admitir a la nurse, por la similitud de su voz con la de la mujer amada, pero se aviene a razones y ella se convierte pronto en indispensable para él.

Por supuesto y tras muchos avatares, Jane será perdonada porque ha sido amada siempre. Recupera su verdadera personalidad y revela al emocionado Garth que ha sido ella quien ha estado siempre a su lado, ciudándole y queriéndole.

La novela tiene muchos valores, entre los que destacan su sentido del humor, la bondad de todos los personajes (no hay un solo villano o mujer celosa que se atraviese en el camino de los protagonistas), y  trata de la poca importancia que tiene la belleza exterior, aun para el más grande de sus adoradores. Garth ama a Jane por encima de todas aquellas mujercitas extraordinariamente hermosas que se cruzan por su camino y que él pinta, porque ve en ella las cualidades internas que él espera de una esposa y futura madre de sus hijos. Y es fiel siempre a este amor y a esta certeza, a pesar de la negativa de Jane. Jane, por su parte, a pesar de que pone por encima de sus sentimientos esa inseguridad por su aspecto, es capaz, primero, de sobreponerse a ella (en Egipto), y después, de reconocer su equivocación: el amor de Garth no era un enamoramiento pasajero, no era un sentimiento superficial que pudiera ser olvidado en unos meses. Era un amor firme, maduro: un amor que reconocía el lazo que unía sus almas. 

Me siento agradecida a mi mamá por haberse tomado el trabajo de buscar una novela que era apropiada para mi edad (aunque después yo le hiciera trampas ocultando los libros inadecuados en el inmenso Atlas del National Geographic que me compró). Es un trabajo que todos los padres ( y profesor@s) deberían tomarse muy en serio. 

La música tiene un papel importante en esta obra. En primer lugar, como ya he mencionado, la del himno Veni, creator Spiritus, cuya letra es muy bonita y revela la esperanza de ambos personajes en momentos de dolor: 

 

Alumbra con la eterna luz las tinieblas de nuestros ojos;

unge y alegra nuestra humilde faz con la abundancia de tu gracia;

líbranos de nuestros enemigos, trae la paz a nosotros.

Siendo tú nuestro guía, ningún mal puede venirnos.

 

En segundo lugar, la revelación del alma de Jane se produce cuando ella canta una canción que mezcla religiosidad y amor humano y que da nombre a la novela: El Rosario, canción que estuvo muy de moda a finales del XIX y principios del XX, y que cantó - entre otros-, el famoso tenor italiano Mario Lanza. En la obra se alude constantemente a algunos de los versos como metáfora de las situaciones vividas por los protagonistas. Así, cuando Garth acepta la negativa de Jane, le dice que "acepta su cruz". Cuando ambos se refieren a los recuerdos de sus horas felices, repiten que ’cada hora es una perla, y cada perla, un beso’:

 

Como perlas prendidas de un hilo imaginario,

las horas que a tu lado pasé, mi corazón

las desgranó una una, y todas ellas son 

mi rosario, mi amor, mi rosario.

Cada hora es una perla y cada perla un rezo

para que Dios se apiade de mi dolor presente...

Yo las cuento una a una, hasta que al fin tropiezo

con una cruz pendiente.

Rosario del recuerdo, quemadura y fulgor,

breve luz en la sombra, sombra de aquella luz...

Beso todas tus cuentas, y pido a Dios valor

para besar la cruz, para besar la cruz.

 

Cuando Garth envía a la nurse Gray a buscar los dos retratos que hizo de su amada (La esposa y La madre), y ella, al contemplarse a través del amor que Garth le profesa y se ve a sí misma hermosa, casi divinizada por el amor de él, una de las doncellas canta un himno que también se relaciona con los sentimientos que ella va viviendo mientras contempla los cuadros:

 

Oh mi amor, mi eterno amor, no me abandones:

deja a mi alma que repose en ti,

y que a mi muerto corazón, la vida

más rica fluya por tu amor, así...

No me niegues la antorcha que otros días

con su luz mi camino iluminaba,

ni aquel rayo de sol que dulcemente

a mi cuerpo aterido calor daba...

 

Esa escena es trascendental porque hasta entonces, Jane había creído obrar bien, había creído actuar pensando en Garth, y no en sí misma. Pero al ver los dos cuadros, por fin comprende que él la amaba de verdad, y que a sus ojos, su rostro era digno de ser contemplado a todas horas y para toda la vida. Jane comprende que no es cierto que actuara movida por un sentimiento altruista hacia Garth, sino por miedo, por egoísmo, y que actuó equivocadamente. En ese momento decide arriesgarse y confesarle a Garth la verdad sobre su negativa (a través de una carta),  y desvelarle su auténtica personalidad, hasta entonces escondida en la falsa identidad de la nurse Rosemary.

Finalmente, una vez unidos y felices, ambos se acercan a la casa, huyendo de la luz de la luna, mientras Garth canta el Veni, creator, que había sido fuente de fortaleza para él en sus momentos de desesperanza.

En conjunto, la relectura de esta novela me ha resultado muy  interesante, porque a pesar de su carga religiosa veo en ella los valores que contiene, los del amor y la lealtad, los de la sinceridad y la profundidad de pensamiento y sentimientos. La obra juega constantemente con la idea de la luz y de la oscuridad, de la lucidez y la ceguera (del cuerpo y del alma); en ella, la verdadera luz es la del alma, no la del cuerpo. Y creo sinceramente que estos valores no pasan de moda. Se trata de una novela que se lee con mucho agrado, muy  rica en descripciones y análisis psicológico, con un buen estilo literario. Es una pena que no se reedite en español. La traducción es muy fiel y me gustan mucho, especialmente, las versiones en verso de las canciones. Es muy difícil traducir los versos y que la traducción contenga la musicalidad original, y en este caso, ese reto ha sido superado con creces.   

 

 

* Gracias a los servicios impagables de amazon.com y sus vendedores de libros de viejo, acabo de conseguir una edición de ¡1931! Pero es la misma traducción que yo leí de chica, aunque la mía era una edición de los años 60 que no tenía , o yo no lo recuerdo, tantas erratas.

 

Florence L. Barclay, The Rosary, IndyPublish.com, Virginia (USA), 2007.

Florencia L. Barclay, El rosario, Ediciones Edita, Barcelona, 1931 (traducción de Zoe Godoy y María Luz Morales).

 

Volviendo a La vida secreta, de Pascal Quignard

Volviendo a La vida secreta, de Pascal Quignard

 

¿Qué hay de mí aquí?

¿Qué cosa tocan estas palabras? ¿Qué fibra? ¿Qué recuerdo olvidado?

¿Qué momento vivido o soñado?  

Qué potencia tienen las palabras. Mueven, conmueven, reavivan, despiertan.

                      ***

Non manifeste sed in occulto.

Así es como Jesús asistió a la fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén ("No abiertamente sino a escondidas", Juan, VII, 10).

Así fue como nos amamos.

No abiertamente, sino a escondidas.

Así vagaba yo por Verneuil cada noche, nunca seguro de que fuera ni posible ni imposible. Ya porque me prohibiera entrar. Ya porque tuviera que esperar la hora acordada para reunirme con ella. 

                    ***

Némie la de los labios mordidos, la de los ojos entrecerrados para despedirme. Nos sumergíamos juntos en la intensa complicidad del silencio rítmico y vacío que precede a la despedida.

Al acabar la sonata nos volvíamos a encontrar, juntos y atónitos, en la orilla de lo real.

                   ***

¿Iba yo a tener éxito en lo que ella no se había atrevido a tenerlo?

Ella tenía la absoluta certeza de mi talento.

Sobre la carrera sacrificada de Némie, quiero argumentar que el arte tiene una parte maldita.

Voy a definir esa parte maldita del arte: tirarse de cabeza al agua. Vuelvo a Paestum y a su saltador, con los dos brazos extendidos hacia delante sobre el dorso de la piedra de la tumba. Es un juicio divino. Todo artista debe acceder a perder la vida.

 

Pascal Quignard, Vida Secreta, Madrid, Espasa, 2004 (traducción de Encarna Castejón). 

 

¿Quién es María Iribarne?

¿Quién es María Iribarne?

 

Hay obras que conozco tanto que me parece que he nacido con ellas. Las he leído muchas veces y siempre me han quedado mil preguntas que hacerles, como si fueran de mi familia. Enigmas familiares, por así decirlo.

Sobre la historia de María y de Juan Pablo he pensado mucho, casi tanto como he decidido, durante mucho tiempo, olvidarme de ella. Pero esa historia, que nunca he sabido por qué me ronda insistentemente cuando salgo del metro Universidad y que relaciono absurdamente con la fachada del edificio de La Vanguardia de la calle Pelayo, se me viene de pronto a la memoria y no me deja en paz.

María sale y entra de mi vida sin que yo nunca haya sabido quién es ella. Por qué actúa de esa manera misteriosa, tramposa. Por qué baja la voz cuando recibe la llamada de Juan Pablo, o por qué lo lleva a la estancia para que se enfrente con Hunter. No entiendo por qué María decide volver loco a Castel ni por qué lo escoge como verdugo. Porque ella debía saberlo ¿no? debía saberlo desde el primer momento. En cuanto vio el retrato de aquella mujer en la pared de la galería, en cuanto él se le acercó y la siguió, sí, ella debió saber ya todo lo que pasaría después:  sin embargo, no sólo no quiso evitarlo, sino que lo invitó a hacerlo. Lo estimuló para que siguiera adelante, para que se obsesionara con ella, para que acabara con ella.

La historia de la víctima María me recuerda la de Trotsky, que nunca se quedaba solo con nadie en su despacho, pero que ese día se quiso quedar solo con Ramón Mercader a pesar de que todos sospechaban de él. O precisamente, se quedó solo con él porque sabía lo que iba a hacer Mercader en cuanto se quedaran solos, en cuanto él cogiera el supuesto artículo de Mercader para leerlo o revisarlo o qué sé yo. Es obvio que Trotsky sabía lo que iba a sacar Mercader del bolsillo de la gabardina, lo mismo que María supo siempre lo que Castel iba a hacer con ella. Eso lo explica todo ¿no crees? Las respuestas vacilantes, los susurros por el teléfono que hicieron que Castel sospechara de ella. Ella lo sabía todo desde el encuentro en la exposición, frente al cuadro que contaba ya toda la historia; lo sabía cuando invitó a Castel, cuando le presentó a Hunter o a su marido; lo sabía cuando sintió la atroz repulsión de Juan Pablo ante la ceguera de Allende y por eso los dejó solos; lo sabía todo el tiempo durante la atroz reunión organizada por ella. María lo había sabido todo cuando presintió que la seguía hasta aquel edificio donde le perdió la pista momentáneamente aquella primera vez: lo sabía ya todo cuando Juan Pablo la persiguió inútilmente, entonces. Pero luego, yo sé, ella se hizo la encontradiza y jugó sabiendo cómo terminaría el juego. No se entregó a Castel, sino a lo que Castel haría con ella. María supo que de ese modo él no iba a olvidarla nunca, y ahí queda la confesión de Juan Pablo para probarlo, esa confesión que desde 1948 sigue repitiendo, punto por punto, obsesivamente, todo lo que pasó, todo lo que ella sabía que pasaría. La confesión en la que él cuenta incesantemente todo lo que ella quiso que él recordara:  Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne...

 

Ernesto Sabato, El túnel, ed. Cátedra, Madrid, 2009.

 

 

Hijos sin hijos de Enrique Vila-Matas

Hijos sin hijos de Enrique Vila-Matas

A veces es imposible no continuar un relato. Al finalizar el primero de Hijos sin hijos de Enrique Vila-Matas (Los de abajo), he recordado de pronto a Maria Braun (extraordinaria Hanna Schygulla), encendiendo el fósforo que hará estallar la casa. Y así, Rita, en mi imaginación, mientras afila los fósforos, abre la llave del gas. Juan comprende el gesto de ella y sonríe. El loro grita por última vez que quiere a Rita y todo se confunde: cielo, tierra, fuego y luz.

 

Enrique Vila-Matas, Hijos sin hijos, Anagrama, Barcelona, 2001. 

 

Elizabeth, de David Starkey

Elizabeth, de David Starkey

No es ningún secreto que la historia es una de mis aficiones favoritas, especialmente la de los siglos XVI y XVII, aunque en tiempos también me apasionó la del XVIII Novohispano. Y una de las más atractivas es la de la Inglaterra Tudor. Nunca comprendí por qué razón los historiadores ingleses son tan amenos, tan agradables de leer. Lynch, Carr, Schiama, incluso Kamen. Y Starkey es uno de ellos, además de ser un genial divulgador a través de sensacionales documentales en los que sus conocimientos se entrelazan con su vehemente manera de contar porque ¿qué es la historia sino una de las más maravillosas o terribles narraciones que podemos escuchar o leer?

De modo que tras haber visto su serie sobre la monarquía inglesa desde sus inicios (reyes sajones y normandos, etc.), he comprado vía internet su biografía de Elizabeth, personaje a todas luces brillante y enigmático, que me es bastante familiar. De muy niña leía aquellas biografías de André Maurois o de Stefan Zweig de la biblioteca de mi abuelo y el género siempre me ha fascinado. Sobre Gloriana tengo un buen puñado de estudios, incluso iconográficos (la representación pictórica es muy esclarecedora, con todo su simbolismo y su importancia como propaganda, bien conocida desde siempre por los poderosos), de los que alguna vez he dado cuenta aquí.

La lectura de esta biografía me ha resultado muy fructífera. Lo ha sido porque Starkey no sólo se ocupa en este libro de una etapa que los otros estudiosos han visto por encima (la etapa inicial, la del aprendizaje, como la llama Starkey), sino porque estudiándola, se dilucida todo lo que después fue la personalidad de la monarca inglesa en su plenitud. En su infancia y en su adolescencia, en sus años formativos, encontramos el germen de lo que Elizabeth fue (y de manera muy importante, también lo que no quiso ser ) durante los 45 años de su reinado. Por otro lado, Starkey se introduce en los documentos de la época con rara habilidad para que nosotros, profanos, podamos sacar nuestras propias conclusiones. Él también nos ilustra, claro está, sobre la significación de las cosas pequeñas, porque todo significa, y mucho más en esa época y en esas circunstancias. 

El libro de Starkey no sólo está escrito con todo el vigor y el entusiasmo que posee su autor: también tiene la precisión y la objetividad necesarias para que el resultado sea un libro imprescindible para conocer no sólo a la monarca, sino a la mujer cuyos primeros años de vida estuvieron marcados por la muerte de su madre y la incertidumbre  de su papel en la corte, tanto en la época de su padre, Enrique VIII, como en la de su hermana, María Tudor. Resulta muy interesante observar cómo fue educada Elizabeth por los mejores maestros, como Roger Ascham o  William Grindal. Cómo aprendió latín y griego perfectamente, a través de un método de traducción doble (primero traducía el texto original al inglés, y cuando ya había ‘olvidado’ el original tenia que traducirlo del inglés y conseguir el mismo texto en latín o griego que habían escrito los grandes autores que debían convertirse en su modelo). Con ello, su maestro decía que no sólo aprendía a traducir, sino a introducirse en la mente de los grandes escritores como Cicerón o Sófocles. Por supuesto, Elizabeth dominaba también el francés, el italiano, el español, y era música consumada y no mala poeta. 

En los primeros capítulos, Starkey nos recuerda la feroz inteligencia y raras virtudes de Enrique VIII en su época de príncipe. Porque el denostado (y con razón) Enrique, el padre de Elizabeth, fue el príncipe más culto de Europa: latinista, músico, poeta, teólogo y erudito. Enrique pasó de ser un príncipe de encantamiento a ser un tirano cruel e inestable. Ese tránsito del sueño a la pesadilla fue vivido por Elizabeth desde muy tierna edad, cuando su madre fue decapitada por orden de su padre y ella pasó de ser princesa de Inglaterra a ser simplemente Lady Elizabeth, una niña declarada bastarda que no tenía ropa que ponerse y cuya Casa fue desmantelada sin que ella pudiese comprender por qué, cuando sólo tenía tres años y medio.

Según Starkey, es imprudente o por lo menos temerario hablar de la influencia que pudo tener en Elizabeth la muerte de su madre, ya que nunca habló o escribió sobre ella. En cambio, sabemos que tuvo por su padre una constante adoración. Enrique llegó también a apreciar las cualidades ostensibles de la joven Elizabeth; su inteligencia era preclara y su cuidadosa preparación intelectual fue un hecho no ajeno al interés de su padre por los estudios. Para la historia de las mujeres es un dato curioso: tanto las hijas de Enrique como las de Thomas Moro por ejemplo, o la misma Isabel la Católica y su hija Catalina de Aragón (primera esposa de Enrique e hija de los Reyes Católicos), fueron mujeres cultísimas, que tuvieron como profesores a las mejores mentes europeas de su tiempo. También lo fue Ana Bolena, madre de Elizabeth.

Una vez muerto su padre, Elizabeth pasó a vivir con su madrastra, Katherine Parr, quien a los pocos meses casó con Thomas Seymour. Entonces ocurrieron aquellos acontecimientos dudosos que hicieron pensar a todos que Seymour había abusado de la ingenua Elizabeth (entonces de 14 años), metiéndose en su cama por las mañanas, haciéndole cosquillas e incluso haciendo trizas su vestido con una daga en presencia de la supuestamente muy virtuosa Katherine Parr, que murió de parto semanas después del oneroso incidente. Puede que Seymour considerara la posibilidad de casar con la princesa antes de ser llevado a la torre y decapitado, una orden dada por su propio hermano, consejero del joven monarca Eduardo VI. Elizabeth estuvo en peligro de muerte por este affaire y Starkey señala dos puntos importantes: uno, que todos los hombres que ella amó tenían el mismo perfil físico y psicológico de Seymour y dos, que desde ese momento ella se dio cuenta de lo peligroso que era el amor físico. Probablemente, especula Starkey no sin razón, fue el episodio de Seymour y no la muerte de Ana Bolena, su madre, una de las razones principales  que la apartaron para siempre del matrimonio. Siendo una joven de 16 años, Elizabeth supo capear el temporal y consiguió salvar la vida, pero nunca más se dejó llevar a mares tan procelosos y fue infinitamente reacia a comprometerse con ningún hombre, a pesar de sus sentimientos por Robert Leicester, por Lord Essex o por el duque de Anjou.

Cuando su hermano Eduardo VI se sentó en el trono, Elizabeth gozó de tranquilidad y de una situación en la corte muy favorable. Le fue entregada la cuantiosa herencia que Enrique VIII le había asignado: las tierras, los palacios, el dinero. Ser protestante la colocó en una luz muy favorable ante el rey, que la quería mucho y que era un fanático de la reforma de la Iglesia. Mientras, María Tudor oscilaba entre el amor fraternal y el rechazo que su religión católica causaba en su hermano y en el Consejo. A todas luces, María era un problema. Ninguna de las dos medio-hermanas estaba casada cuando el jovencísimo Eduardo murió. El rey, a sus 15 años, era también un chico precoz, inteligentísimo y muy cultivado, y de su propia mano escribió unas disposiciones testamentarias que alejaban a las dos mujeres que más quiso del trono inglés. Era lógico que alejara a María, a causa de su religión. Preveía Eduardo que su acceso al trono podría causar una guerra de religión aún más temible que la guerra de las Dos Rosas que había enfrentado a los Lancaster y a los York y que se había resuelto con el matrimonio de su abuelo Enrique VII con Isabel de York, su abuela. Su razón para excluir a María fue la declaración de bastardía (arguyendo, como hizo su padre, que el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón era nulo, por haber sido ella viuda del hermano de su padre, hecho que según las Escrituras constituye un delito atroz: es un incesto y como tal, está maldito).  Eduardo aparta también a Elizabeth de la sucesión, por considerar también que es bastarda e hija de una adúltera. Eduardo no quiere una mujer en el trono inglés como sucesora, pero su problema está en que todas las posibles candidatas son mujeres: sus hermanas, María y Elizabeth, su prima María Estuardo (que además es católica como María Tudor, su hermana), las hijas de su tía Mary, nombrada en el testamento de su padre, e incluso las nietas de su tía. En un periodo cortísimo, casa a todas estas jóvenes (las Grey) y nombra como sucesora a Jane Grey, sobrina-nieta de su padre y que reinó 9 días y terminó siendo decapitada en la Torre por orden de María Tudor, la legítima sucesora de Eduardo VI.

Cuando su hermana sube al trono, la vida de Elizabeth se complica tremendamente. María la presiona para que abrace la religión católica. La apresa, la vigila estrechamente. Elizabeth parece que cede. En realidad, se prepara para cuando llegue su momento, pero antes que nada, lucha denodadamente para no morir en la torre, como su madre, como Jane Grey, como Seymour.

Más de una vez Elizabeth burla el peligro y la muerte, pues como vemos más adelante, se ve envuelta en todas y cada una de las conspiraciones que quisieron derrocar a María Tudor del trono inglés a causa de su catolicismo. Elizabeth, según Starkey, probablemente participó en estas conspiraciones, aunque fue lo suficientemente hábil como para no dejar prueba de ello, por lo que su hermana María no pudo involucrarla. Por otra parte, María vivió pendiente de su tardía boda con Felipe II, y de sus esperanzas, siempre fallidas, por tener un heredero. Cuando esto no ocurrió y supo por fin que moría para dejar su reino en manos de la protestante Elizabeth, María no luchó ni maniobró para impedirlo. 

En muy corto periodo de tiempo, Inglaterra había pasado de ser una nación católica a ser protestante, pero sobre todo, a tener una religión nacionalista, ajena a Europa e independiente de Roma. Volvió luego el catolicismo con María Tudor, para después regresar al Acta de Supremacía y a la independencia del Papa en el reinado de Elizabeth. Y todo ello no se hizo sin que corrieran ríos de sangre, tanto católica como reformista. 

La gran aportación de Enrique VIII a Inglaterra fue esta reforma religiosa, y a pesar de su crueldad a la hora de arrasar abadías y conventos, con ello configuró la Inglaterra actual, independiente, insular. Su hija contribuyó a ello instaurando una religión que estaba a medio camino entre el catolicismo (ya que no renunció a ciertas formas católicas, a ciertos símbolos y ornamentos, a ciertas prácticas antiguas), y el protestantismo, del que es jefe supremo el soberano inglés. No quiso Elizabeth profundizar en las almas de sus súbditos que, más que católicos o protestantes, se sintieron siempre ingleses y súbditos suyos, pero no pudo eludir el reto que significaba la presencia en Inglaterra de María Estuardo, su más que probable sucesora, que volvía a plantear el cambio de religión de haberla sobrevivido. 

Elizabeth supo aprender de los errores de sus predecesores. No cometió los errores de su padre, con su insana crueldad, ni de su hermano Eduardo VI, con su tremendo fanatismo, ni los de María, con su celo religioso y su incapacidad para reinar sola. Elizabeth fue una reina de este mundo, no del otro, y su tiempo quedó como la etapa más gloriosa de la historia inglesa, como una edad de oro.

Starkey muestra en esta biografía la crucial importancia del tema religioso en los años formativos y en los primeros años del reinado de Elizabeth, y no dedica más de un capítulo al asunto de los amores de la joven protagonista. Eso también es de agradecer.

 

(Por cierto que el libro me costó un céntimo más los portes en amazon)

David Starkey, Elizabeth (Apprenticeship), Vintage, London, 2000.

 

 

Duda

Duda

Siento horror ante esos momentos de duda que me embargan cuando termino un libro y no sé qué libro coger. Tengo en mi mesa de trabajo una media docena y en mi mesita de noche una decena. Es como estar ante un camino demasiado ancho, que no me deja respirar porque no sé por qué lado he de cogerlo, hacia adónde ir. Son momentos como de vacío o más bien, como de miedo al vacío. Me ocurre a veces. Acabo de leer la biografía de Elizabeth de David Starkey, me gustaría seguir con otro de historia, pero...

¿Por qué seré una lectora compulsiva?

Nubes por Castilla

 

 

Ya se me habían olvidado estas fotos, pero como estoy ’limpiando’ mi Mac, salieron y aquí las traje.

 

Para ver la presentación a pantalla completa, pinchen en 'Full' (abajo, a la izquierda de las flechas de pase).

 

 

Audiolibros I: Jane Eyre, leída por Lucy Scott

Audiolibros I: Jane Eyre, leída por Lucy Scott

Leer en voz alta siempre ha sido una buena costumbre en mi familia. Leer a otros o que otros te lean. La música de las palabras escritas. Recuerdo que Tomás Segovia me dijo una vez que el poema debe ser, siempre, dicho. Y es cierto: la belleza de la poesía está en su música. Pero también está en la prosa, como bien aseveró Fray Luis de León, diciendo que en ella hay que contar también las sílabas.

La medida de una obra maestra (especialmente de una obra clásica), resulta más clara cuando la leemos en voz alta. Su ritmo, eso que algunos llaman su estilo. Yo me leo a veces, sola. Me leo para escuchar las palabras, especialmente en francés o en inglés. Quiero oír cómo suenan mis obras favoritas; Quignard, Brontë, Montaigne ¡qué bien saben sonar! Por supuesto, Aldana, Garcilaso de la Vega, el propio Segovia, Sor Juana, Quevedo, Cortázar, Borges. Un festín de los sentidos. No sólo el corazón se sabe emocionar, también nuestra mente se emociona, y lo hace respondiendo a la lectura en voz alta como a una sinfonía de Mozart o a una fuga de Bach. Pero ¡ojo! una mala lectura en voz alta es para mí uno de los tormentos más indeseables. Impostación, falta de frescura, presunción en la voz ¡Qué difícil es leer bien en voz alta! Porque implica intimidad y publicidad al mismo tiempo. Un equilibrio de emoción que no puede convertirse en actuación. Sincerarse ante el texto escrito para decirlo con su justo tempo y tono. No es fácil encontrar ese punto. 

Estos primeros días de vacaciones los he empleado, como siempre, en buscar lecturas para mis estudiantes del próximo curso, para terminar algunas tareas del Instituto que no había podido concluir antes, para leer, como siempre. Pero en la noche, fatigada, he optado por los audiolibros. Semirecostada en el sofá, con esa luz de las nueve de la noche, luz que se va extinguiendo a veces bruscamente, he dejado que me encante y me seduzca la lectura que Lucy Scott hace de Jane Eyre, la obra que probablemente he leído más veces en mi vida junto con El Quijote o El túnel, una obra a la que su lectura está dotando de una nueva vida, de unos nuevos matices. Toda Jane Eyre está en la lectura de Lucy Scott: su ingenio, su sarcasmo, su tristeza, su extraordinaria descripción del páramo, de los estrechos y fríos dormitorios de Lowood, de los tres pisos de Thornfield con su misterio escondido, con su prisionera. Los diálogos entre Rochester y Jane, esa fantástica habilidad para poner en la mejor prosa inglesa su creciente amor. Leidos, los diálogos de Jane y Rochester se nos muestran engrandecidos. Son literarios, pero no son falsos. Son inspirados y son verdad. Y el ruiseñor que canta en el jardín la noche de la declaración de Rochester o la extraña intervención de la gitana en el salón de la casa, tratando de embaucar a Jane para que hable, para que diga que ama a Rochester adquieren de pronto, peso. El peso de una historia que tiene muchas dimensiones y una de ellas es su perfección formal. Qué ritmo tiene este texto. Hasta ahora, no sabía yo en dónde radicaba su extrema perfección. Está ahí: en el ritmo de la palabra dicha.

Poder escuchar y comprender cada matiz es un privilegio. Sé que me pierdo tanto no pudiendo hacer lo mismo en otras lenguas, como por ejemplo, en alemán. Pero en inglés este placer es todo mío, es un placer que debo a esta lectora maravillosa: Lucy Scott.

Por obra y gracia de internet.

 

Charlotte Brontë, Jane Eyre, Lectora: Lucy Scott,  Great Literary Classics en i-Tunes por sólo 1, 95 euros. (En inglés).

 

 

 

 

 

El Huapango de José Pablo Moncayo

Hoy traigo a colación el magnífico Huapango, de José Pablo Moncayo, ilustrado con imágenes del paisajista mexicano José María Velasco.

Orquesta Filarmónica del Estado de México dirigida por el Maestro Enrique Bátiz.

Benjamin Constant: Cécile

Benjamin Constant: Cécile

Benjamin Constant, historiador de las religiones, político, filósofo y escritor suizo  (1767-1830), es el autor de uno de los relatos más alabados de la novela psicológica: Adolphe, texto basado en experiencias propias y uno de los clásicos de la literatura en lengua francesa. Hoy me ocupo de este otro relato de características similares: Cécile, en el que nos narra los acontecimientos de su vida amorosa y sentimental entre 1793 y 1816. Dividido entre dos amores, el narrador/autor nos cuenta sus idas y venidas entre una mujer dulce, tierna, solícita, a la que amaba con ternura y con la que acabaría casándose y otra mujer, inteligente, sarcástica y tiránica a la que amó apasionadamente y con la que mantuvo una relación de amor-odio durante 13 años, el mismo tiempo que vivió enamorado tiernamente de Cécile, la mujer que da nombre al relato.

Cécile oculta el nombre verdadero de la esposa de Constant, Charlotte de Hardenberg y Madame de Malbée el de la amante apasionada y apasionante cuyo verdadero nombre era Madame de Staël, esa gloria de las letras francesas cuya obra hoy todavía es tan deliciosa y perfecta como la de Montaigne. 

Ambas mujeres amaron a Constant, y Constant las amó a las dos. Como recuerda el postfacio del traductor, Constant pertenece por un lado a la cultura dieciochesca, en la que la figura del libertino estaba muy arraigada, pero por otro pertenece al primer tercio del siglo XIX, con su carga de neomoralismo postrevolucionario. Es por ello quizá que el texto no fue nunca publicado en vida de su autor. Sólo en 1951 la editorial Gallimard dio el campanazo de la década publicando estas memorias ficcionalizadas.  Algunos acontecimientos no corresponden a la realidad vivida. Como todo texto literario, hay artificio en él, pero subyace, más allá de la historicidad de las anécdotas, una verdad profunda: la de nuestras propias contradicciones.

Porque más allá de los convencionalismos sociales, más allá de lo canónico o aceptado, hay en nuestra alma, como en la del narrador, una lucha entre lo que amamos y lo que deseamos. Y casi siempre lo que deseamos es lo que amamos pero no podemos tener. Y en cuanto lo tenemos, lo amamos mucho menos. Esta es la encrucijada perpetua en la que vemos a nuestro narrador. Cuando está con Madame de Malbée, añora a Cécile. Su paz, su ternura, su entrega desinteresada, sin quejas: emocionante. Cuando está con Cécile, en cambio, añora la inteligencia sin par de la Malbée, su extraña energía vital, su alegría,  su coraje, su tiránica pasión. Se siente obligado a amar a ambas puesto que es amado por las dos. Y las ama, a su modo, alternativamente.

Siempre he pensado que una sola persona no puede llenar nuestros anhelos. Una persona pacífica, dulce, encantadora, puede llenar esa necesidad de paz en la guerra que todos tenemos, pero al mismo tiempo sentimos la atracción ineludible del peligro, de la emoción superlativa: una ansiedad por la pasión, tantas veces destructiva, pero que es también extraordinariamente embriagadora.

La edición de la editorial Periférica es preciosa. Formato, papel, impresión, traducción y postfacio: todo ello exquisitamente presentado.

Un relato que apasiona y al mismo tiempo, un relato clásico. 

En francés se pueden encontrar los tres libros  de memorias ficcionalizadas de Constant ( El cuaderno rojo, Adolphe y Cécile) en un solo volumen a un precio muy asequible (Col. Folio, de Gallimard). (4 euros).

Benjamin Constant, Cécile, ed. Periférica, Cáceres, 2009 (Traducción y postfacio de Wenceslao-Carlos Lozano).

 

 

Los libros de texto digitales

Los libros de texto digitales

Hoy aparece la noticia de que algunas editoriales impulsarán, a partir de diciembre, los e-books o libros electrónicos a través de librerías o internet por medio de códigos de descarga. Lo hace algún tiempo parecía imposible hoy es posible. Desde hace unos años, amazon. com o Sony lanzaron al mercado los famosos lectores, el más conocido, el Kindle, que puede albergar varios cientos de libros en su memoria. Los que amamos el libro y lo consideramos un invento inmejorable no creo que nos sintamos muy afines a la idea, pero, bajo ciertas circunstancias (por ejemplo, un viaje), no voy a negar que llevar con nosotros una amplia biblioteca en un cacharrito de 20x 20 cms. puede resultar apetecible.

En cuanto a la escuela (el Instituto, en mi caso), hemos recibido ya las primeras ofertas para implantar el libro de texto electrónico. Enmarcado en el Pla de Millora de Centre (Plan de mejora del Centro-Educativo-), este proyecto podría ser viable y sobre todo, sería extremadamente económico para las familias. Me explico: en España nunca ha existido un proyecto de libro gratuito, como sí lo hay, por ejemplo, en México. Inexplicablemente, ningún gobierno español ha optado por asumir el gasto de los libros de texto (supongo que por la resistencia de las poderosas editoriales y por otras consideraciones de tipo económico, y no educativo). Como consecuencia, este es un gasto ingente para las familias que, año tras año, se gastan unos cientos de euros en ’equipar’ a sus hijos. No quiero pensar en cuánto gastan aquellas familias que tienen muchos hijos, a pesar de que en algunas escuelas e Institutos se ha establecido el reciclaje de libros, que pasan de unos a otros con el fin de ahorrar algún dinero a los padres. Generalmente son las AMPAS (Asociaciones de Padres), las que organizan e implementan este servicio.  

El coste de los libros de texto digitales de todas las asignaturas va de 15 euros a 30 euros, según las distintas ofertas de las nuevas editoriales digitales. Sí, habéis leído bien: de ¡15 a 30 euros!

Si el estudiante desea impreso algún libro, el monto es de 3 euros por ejemplar. Sí, de nuevo habéis leído bien. La impresión, naturalmente, es en blanco y negro, pero es impresionante el bajo coste. 

En una sociedad en crisis económica, es obvio que comprar un mini- ordenador (200-300 euros) individualmente, o alquilarlo (leasing) por medio de la escuela y pagar estos 15-30 euros por los libros de texto digitales ahorraría muchísimo dinero a las sufridas familias. Ahora bien ¿es posible instaurar el libro digital en las escuelas o institutos españoles? De momento, no lo es.

El problema es la infraestructura de los centros. Es imposible conectar a la vez a 100 alumnos. Y un centro de primaria o un Instituto tienen muchísimos. Es lamentable, pero el ancho de banda no da para tanto. Parte de los atractivos de estos libros son su interactividad y sus imágenes dinámicas, lo que hace que cada una de sus páginas sea ’pesada’ y tarde en desplegarse en su totalidad. Las conexiones de los Institutos y de los colegios de primaria son, tristemente, muy precarias. Los servidores no aguantarían. Por lo tanto es necesario que el gobierno, en el caso nuestro, la Generalitat, ponga manos a la obra y consiga que la potencia de nuestros servidores pueda con la enorme demanda de megas que necesitaríamos para proceder a incorporar estos libros interactivos. Es decir, habría que gastar ¡ Ups! El gobierno de la Generalitat tendría que invertir para que los padres pudieran ahorrar.

Ay, ay, ay, ay, ay.

El gobierno no va a gastarse ese dinero cuando los sufridos padres tienen asumido el gasto por libros.

Seguramente, en el Colegio Alemán o el Liceo Francés o el Colegio Japonés sí puedan hacer el cambio y ahí envían a sus hijos ¿verdad?

Pues eso.