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Pintura y pintores

Benjamín Domínguez, un pintor mexicano

Benjamín Domínguez nació en 1942 en Jiménez, Chihuahua. En 1962 ingresó en la Academia de San Carlos, estudió con los maestros Capdevilla, en Grabado; y Roberto Garibay, Héctor Cruz, Nicolás Moreno y Antonio Rodríguez Luna, en pintura. A lo largo de 10 años se dedicó a grabar y dar conferencias de apreciación estética. En 1970 ingresó al equipo de museografía del Museo del Virreynato en Tepotzotlán, a cargo de Jorge Guadarrama; durante su estancia en este museo aprendió el amor por el objeto y el virtuosismo técnico, dejando una huella tan profunda que cinco años más tarde definirían su estilo personal, reflejado en las “Monjas coronadas” y “Alacenas”. Trabajó diseñando ropa y joyería en plata, tiñendo telas, estambres e hilo mercerizado y serigrafía para estampado en tela y piel. Además dio clases para niños en el Museo de Antropología.
Una de sus series más conocidas es la del Matrimonio Arnolfini.

La fascinación que en mí ejerce su pintura proviene de la visión presente que proyecta sobre el pasado colonial o atávico. A mí también me fascinan las monjas coronadas y los ángeles coloniales, la pintura flamenca y las alacenas. Hay algo de equilibrado y algo de perverso en su pintura. Algo estético y algo monstruoso. Todo ello me atrae.

Un gran pintor americano: Andrew Wyeth

Andrew Newell Wyeth ( Julio 12, 1917) es un pintor del realismo americano y uno de los mejor conocidos en su país. Sus temas preferidos: la gente y los paisajes de Pennsylvania y Maine.Su obra más conocida (y la que me impactó de niña y nunca ha dejado de fascinarme) es El mundo de Cristina (1948), en la que se ve a una joven inválida en una colina (Museo de Arte Moderno de Nueva York).

Dibujos y caligrafías

1. Cartas de Wilde a Alfred Douglas- 2. Nada de quejas:Nahui Olin- 3. Palabras, palabras, palabras- 4. Poblado de palabras

Colores del papel o de la elocuencia del color

Colores del papel o de la elocuencia del color

Mi ex me regaló por mi cumpleaños dos libros. De uno de ellos, extraigo este fragmento:

Aparte del papel blanco, color ordinario, se encuentra el papel de color púrpura (violeta claro o amatista); el emperador romano de Constantinopla, Constantino VII Porfirogéneto, envió en 949 al Califa de España ’Abd-ar-Rahman una carta escrita con tinta de oro sobre pergamino violeta.
El azul es color de luto. En Egipto y Siria las órdenes de ejecución estaban escritas sobre papel azul.
El rojo se consideraba como un color de felicidad y de fiesta. El rojo claro y, sobre todo, el rosa eran muy estimados. El empleo de papel rojo en la correspondencia oficial era una prerrogativa de los altos rangos y una señal especial de favor; en Siria, el virrey de Damasco y el gobernador de la fortaleza de Karak eran los únicos que tenían derecho a escribirse en papel rojo con su soberano del Cairo. Era también el color de la humanidad; se vestían de rojo para reclamar justicia.
El papel amarillo gozaba también de una particular estima. El historiador de la conquista musulmana, Bélâd-hurî, menciona, antes de 892, papeles amarilleados con azafrán.

Clément Huart, Los calígrafos del Oriente musulmán, José J. de Olañeta Editor, Barcelona, 2004, 2º ed., (Trad. de Vitoria Argimón)

Hundertwasser (1928-2000)

En Mis ambigüedades electivas podéis leer algunos escritos de Hundertwasser.
La web oficial es ésta.

Ángeles barrocos de Hispanoamérica

Ángeles tamborileros, ángeles coronados, ángeles arcabuceros, arcángeles, ángeles de la guarda...maravillosos ángeles hispanoamericanos de la época colonial... si queréis más información, pinchad aquí y aquí.

Picasso en Corea

Picasso en Corea Me escribe Cristino Montañez ( vía Digizen ) para proporcionar un enlace a una expo de Picasso que se está haciendo en Corea. Os recomiendo la visita al sitio (tiene versión en inglés).

David Hockney, Inglaterra ( 1937-)

Paul Klee, el poeta de la pintura

Paul Klee, el poeta de la pintura

Paul Klee nació en una familia de músicos: su padre era profesor de canto, su madre se dedicaba también a la música y enseguida lo inició en el estudio del violín. Su abuelo paterno había sido organista en Thuringia. La mujer de Klee, Lily, era pianista. En sus pinturas, la música se hace presente, en la abstracción y en la poesía que emanan. Sus cuadros son armónicos. Hay escalas (de colores), sus cuadros hacen música: conmueven.

                     

En su juventud, Klee fue segundo violín de la Orquesta de Berna, pero él no quería dedicarse a eso aunque nunca abandonó su violín: antes de pintar, Klee siempre tocaba durante una hora o dos. Yo creo que los artistas nunca se sienten atraídos sólo por una de las artes: siempre hay confluencias. Una cosa les lleva a otra. Hay misteriosas redes que se tejen alrededor de las obras. Klee ejerció también de crítico musical.

Klee viajó mucho: por Italia, Francia (vivió en París), Munich (donde estudió pintura y también vivió), Weimar, Dessau, Dusseldorf (siempre recuerdo las altas, gráciles torrecillas de las iglesias alemanas, que han decidido conservar su dominio sobre el resto de la ciudad).

Los primeros trabajos de Klee son pesimistas y bastante amargos: sus quince aguafuertes nos lo revelan como un excelente dibujante pero aún no es Klee: o está siendo Klee de una manera que no entendemos como suya, pero que luego lo llevará a ser él.

                        

No hay simplicidad en sus obras posteriores, sino sencillez: pureza, poesía. No creo que los artistas verdaderos, si escuchan su propio interior, puedan mantener un único estilo, a no ser  que lo hagan para vender más. Creo que todos ellos (bueno, no todos, ahora me vienen a la mente Rothko o Pollock, que acabaron suicidándose por no encontrar un camino de salida) , sacan a la luz las transformaciones internas que todos sufrimos a lo largo de nuestras vidas. En el arte de la pintura esa transformación es visible a través de las obras. Así pues, las primeras de Klee son obras sombrías, muy diferentes de sus obras posteriores.

                     

Me siento muy cerca de Klee. Cuando veo su obra, la emoción sube por mi garganta. Entonces recuerdo que mi hijo siente la música de su cello ahí. Es en la garganta donde los sonidos de la emoción se encuentran. No puedo ver una obra de Klee impasible ¿Qué hay en ella? Yo creo que hay verdad y pureza, pero también hay algo atávico, algo perdido en mi memoria. En una memoria colectiva, de sombras, de bosques, de sonidos pre-lingüísticos, de sensaciones con la luz, con los espacios.

                    

Sus ciudades me parecen siempre ciudades sumerias o quizá edénicas. Sus colores son los colores de las fuentes del Nilo. Hay algo en su obra que me parece que está escrito en un lenguaje antiguo, quizá transcrito en caracteres cuneiformes. Todo es tan sutil, y sin embargo, tan profundo. Flores, casas, árboles, jardines de Babilonia. Cuando ví en el Museo de Pergamon (en Berlín), las murallas de Babilonia que ahí se conservan, creí ver los antecedentes de la obra de Klee. Los colores, la salvaje belleza de un mundo que fue nuestro, en el que todavía se encuentran nuestros orígenes..

                       

¿Y cómo pueden esos conjuntos de cuadritos de colores, de arbolitos, de flores o casitas o de alfabetos desconocidos emocionar así, conmover así? Lo ignoro, pero sé que eso que pinta Klee es arte. Y no estoy sola en esa apreciación. Hay cierto consenso sobre ello. Un consenso a-científico, impreciso pero firme en la convicción ¿Qué es arte? ¿Es aquello que nos transmite lo inefable, lo indecible, lo indescriptible? ¿Aquello que nos emociona, sacando de nosostros ese temblor del alma que sólo él sabe sacar? ¿Es esa cosa que nos pasa cuando oímos a Bach, eso que tiembla dentro como una pequeña lucecita vacilante, insegura, escondida, íntima? Ese temblor no se puede compartir más que diciendo palabras, pero es anterior a las palabras. Por eso ahoga en la garganta.  

                       

Las imágenes provienen del libro de Jean-Louis Ferrier, Paul Klee, Lisma Ediciones, 2001, que contiene un precioso estudio de la obra de Klee que recomiendo calurosamente.

La imagen de la muralla de Babilonia la saqué de una postal que compré en el Museo Pergamon, cuya visita también considero imprescindible.

Cornelis de Vos, pintor flamenco del Siglo XVII

Cornelis de Vos, pintor flamenco del Siglo XVII

A Cornelis de Vos lo conocí en un pequeño museo de Amberes, el Mayer van den Bergh, fruto del amor por el arte y el coleccionismo que desarrolló Fritz Mayer van den Bergh ( 1858-1901)  que en un periodo increíblemente corto de su vida,diez años, reunió una impresionante colección de esculturas góticas, pinturas (especialmente) flamencas y otros muchos objetos cuya belleza es incuestionable. Después de su temprana e inesperada muerte, su madre construyó el edificio que alberga la colección con el loable propósito de que no se dispersara. En ella están tres cuadros magníficos de Brueghel el Viejo: El censo en Belén, Los oficios, y sobre todo, Mad Meg, esa tela extraordinaria que recuerda al Bosco en su terrorífica y enigmática factura. 

           


Ahí pude ver y admirar algunos de los cuadros del retratista flamenco Cornelis de Vos, que pueden compararse con lo mejor de Anton van Dijk o de Rubens, su maestro, hasta el punto que ha habido numerosas dudas acerca de las atribuciones de obras entre estos tres grandes pintores flamencos. De Vos nació en Hulst (Zelanda, Países Bajos) c. 1584. Es posible que fuese discípulo del gran Rubens, y puede ser que trabajara como marchante de arte. Se sabe que estudió con un pintor modesto, también dorador, David Remeeus. Su hermana Margarita casa en 1611 con  Frans Snijders (también llamado Snyders), otro de los grandes pintores de la escuela de Amberes. Su hermano pequeño, Paul de Vos (1590-1678), también fue un pintor conocido, especializado en escenas de caza, tan populares en su tiempo y en la pintura de animales, en que destacó un poco menos que el excelente Paulus Potter, uno de mis pintores favoritos. Parece ser que viajó a Francia en 1604. De Vos fue aceptado como maestro pintor en el gremio de San Lucas de Amberes en 1608. El 1617, ya adquirido el prestigio burgués, casó con Sussana Cock, medio hermana del paisajista J. Wildens. De Vos pintó muchas veces a su familia, a sus hijos, a sí mismo en grupo familiar en crónica deliciosa de su propia vida.

                       

 Por esos mismos años pintó en la Iglesia de San Pablo de Amberes al lado de Rubens, Jordanes y Van Dijk. En 1627 recibe el encargo de seis retratos reales para la casa real española. En 1635 se sabe que trabajó con Jordaens y con Rubens en la recepción del Cardenal-Infante Fernando de Austria pintando un arco de triunfo. Para celebrar una de sus victorias en la guerra de Flandes. De.1636 a 1638 trabajó con Rubens en la decoración de un pabellón de caza de Felipe IV em Madrid, La torre de la Parada

                       
La obra de Vos está  fundamentalmente centrada en los retratos: de niños, de familias burguesas. En esa especialidad destacan los cuadros que pude contemplar en el Museo van den Bergh, pero también incursionó en los géneros habituales de su época: paisajes, mitologías y cuadros religiosos en los que el influjo rubensiano se hace notar más que en los retratos, tan finos, con un cuidado exquisito en la expresión. Cornelis de Vos murió en Amberes en 1651. Sus obras se encuentrasn en todos los museos importantes del mundo: Madrid, París, Londres, Gante o San Francisco y Nueva York o Finlandia poseen obras de este pintor flamenco.

                       

Cornelis de Vos es un pintor flamenco apreciable.

Las mujeres lectoras en la pintura

Las mujeres lectoras en la pintura

Por fin liberada de las engorrosas correcciones, me dedico a leer un libro que he recibido hace unos días, Reading Women (Mujeres lectoras).

El libro viene profusamente ilustrado y contiene varios capítulos que os reseño aquí:

En el Prefacio, Karen Joy Fowler (autora de varios libros sobre género y de novelas, también), reflexiona sobre el significado de estas imágenes en un contexto histórico cambiante, en las que el libro tiene diversas interpretaciones. El libro que lee la Virgen María, mientras el arcángel le anuncia su destino sagrado es un libro de pureza y de oración. Es interesante pensar qué libros leían las modelos de los cuadros. Pensar enq ué vidas secretas, imaginarias, alcanzaban, leyendo. El libro es también un objeto que inmoviliza. Inmoviliza exteriormente, pero no mentalmente. Vivir en la imaginación ha sido siempre un peligro. Más todavía en el caso de las mujeres. La mujer se aleja del ajetreo familiar y casero y se abstrae en la lectura ¿Se puede considerar, entonces, que la lectura es un acto combativo? Recordemos que la lectura tiene efectos nocivos tanto en los casos de El Quijote como en el de Emma Bovary ¿es necesaria la censura de las lecturas femeninas? Fowler recuerda unas palabras de Juan Luis Vives: la mujer no debe seguir su propio juicio, pues tiene muy poco. Debe leer únicamente lo que los hombres consideran apropiado y beneficioso para su educación como mujeres” y

En el siglo XIX inglés, las madres debían velar para que sus hijas leyeran libros adecuados. Es muy improbable que estas madres dejaran que sus hijas leyeran, por ejemplo, a Shakespeare…Por otra parte, se suponía (erróneamente” que las mujeres leían n mayor placer las historias novelescas que la literatura seria o filosófica. Las mujeres cristianas pueden ver acrecentada su fe y su piedad a tarvés de la lectura, pero las jóvenes imprudentes pueden estropear su vida entera leyendo novelas románticas o autores inmorales.

Hoy, han cambiado tanto las cosas que parece que el problema ya no es que las mujeres lean, sino que los hombres no lo hacen. En varios países del mundo occidental se constata que las mujeres forman el grupo mayoritario de personas que leen.

Por mi parte, siempre leí. Me recuerdo leyendo desde la más tierna infancia. Nada me ha proporcionado mayor felicidad que la lectura ¿Nada? Bueno…dejémoslo así.

Lectoras pías: La lectura como fuente de piedad y de fe.

Simone Martini (c. 1284-1344) El pintor de Siena muestra una Anunciación original: Parece que la Virgen no admite con gusto el destino que el arcángel le dicta. Se refugia, reticente, en un rincón del cuadro y sostiene en su mano un libro que evidentemente, es un libro de Horas o libro de oraciones. Martín nos muestra a la Virgen como un ser sabio, educado.

                                       

Hugo van der Goes (c. 1440-1482)

El maestro de Gante recibió de Tomasso Portinari el encargo de este altar para una iglesia de Florencia. El pintor, siguiendo la costumbre de su tiempo, muestra en menor tamaño a los donantes, y en un tamaño mayor, pinta a los santos (en este caso las santas), Santa Margarita y Santa María Magdalena. La primera sostiene un libro entre sus manos, pero no lo lee: simplemente, es un símbolo de piedad y conocimiento teológico. Armada con la cruz y con la Biblia, la santa aplasta la cabeza del Demonio.

                                               

Momentos íntimos, lectoras encantadas: El tiempo de ocio era escaso. El tiempo de la lectura era el tiempo de la esfera de lo privado, y era ajeno a la presión social y comunitaria.

Domenico Fetti (1588-1623)

La joven lectora, con sus pobres ropas asume la dignidad del más alto rango porque lee. Le ensimismada y melancólica. Puede ser María Magdalena, puede ser cualquier chica del pueblo que, por milagro, haya podido aprender a leer a la luz del fuego del hogar.

                                       

Johannes Vermeer (1632-1675)

Vermeer es uno de los pintores que mejor ha captado esos momentos en que las mujeres se apartan para leer. Sus mujeres leen cartas, las leen ensimismadas, silenciosas, en momentos de absoluta intimidad, sólo rota por nuestro voyeurismo de espectadores. Irrumpimos en ese momento, pero nos detenemos, también silencio, para ver la escena, iluminada por la ventana holandesa.

                                       

Lectoras placenteras, que confían en sí mismas.

Las mujeres dejan de ser admiradas únicamente por su belleza o por su gracia. También lo son por sus conocimientos, por su ingenio, por su capacidad literaria, como lectoras y como escritoras.

François Boucher (1703-1770)

Madame de Pompadour espera a su amante Luis XV. El libro descansa como esperando que ella le vuelva a atender. Tanto detrás como en la mesilla de noche, se pueden ver gruesos volúmenes de la biblioteca de la mujer. El vestido resalta su belleza, los libros, su deseo de no ser admirada únicamente por su apariencia.

                                       

Jean-Etienne Liotard (1702-1789)

El pintor suizo gusta de pintar a sus modelos en hábitos orientales. Aquí vemos a Marie Adelaïde de Francia, absorta en su lectura. Bella y culta.

                                       

Lectoras sentimentales. La lectura estimula el sentimiento. A lo sabían los medievales, que discutían si Amor en verdad existía o era sólo una creación de la mente humana, socializada y publicitada por los libros. Leer en el XIX significaba identificarse con los personajes o ideas expresadas en los libros.

Franz Eybl (1806-1880)

La joven lectora está tan embebida en su lectura, que ni siquiera nota que la blusa se ha deslizado y abandonó su hombro para mostrárnoslo, así como un asomo de su pecho.

                                       

Sir Lawrence Alma-Tadema (1836-1912)

Sus hijas leen. Refugio infantil: el libro de cuentos. La imaginación se despierta. Una parece reticente a dejarnos entrar en su secreto. La otra nos mira con suprema confianza en su inocente pose.

                                       

Lectoras apasionadas, que adecúan su vida con el arte. Literaturizan sus existencias. Aquí entra Emma Bovary , también Anita Ozores. Son las que sienten una pasión hasta hacerse sufrir indeciblemente con ella.

Ramon Casas i Carbó (1886-1932)

Después del baile, la mujer, agotada toma un libro al descuido, tal vez una novela, mientras se come la vida a bocados.

                                       

Théodore Roussel (1847-1926)

La desnudez de la mujer que lee no es mitológica: es realista. EL kimono, descuidadamente (aunque bellamente) olvidado en la silla, le otorga carácter intimista y a la vez casual a la pintura.

                                        

                                       

Por supuesto, el libro está lleno de imágenes y de ideas: Hopper, Matisse, Duncan Grant, Deineka. El sujeto Mujer leyendo es inacabable.

Aquí he querido dejar unas cuantas menciones que espero que os hayan gustado.

Stephan Bollmann, Reading Women (prefacio de Karen Joy Fowler), Merrell Publishers, New York, 2006.

La ilustración de portada es de Gustav Adolph Hennig, Muchacha leyendo, 1828.

Autorretratos femeninos

Autorretratos femeninos

Hace unos días me llegó un libro de arte: Seeing Ourselves ( Women’s self-portraits), de Frances Bozzello, Thames&Hudson, Londres, 1998) que es una historia del autorretrato femenino desde el siglo XVI hasta nuestros días. En portada, el de Nora Heysen (1933)

De todas las reproducciones he decidido compartir éstas:

                      

Catharina Van Hemessen :el primer autorretrato de un pintor (que se sepa), independientemente del sexo, que muestra a un/a pintor/a ante el lienzo (1548)

                     

Ana Waser se pintó a los 12 años. Fue una niña prodigio (1691)

                    

 Anna Dorothea Therbusch se pintó mostrando los estragos de la edad y con el anteojo necesario para la lectura (1762)

                    

Elisabeth Vigée-Lebrun se presentó a la sociedad de su tiempo llena de candor y belleza juvenil (1781)

                   

Zinaida Serebryakova se muestra en la intimidad de su tocador (1909) con buen humor y un toque de erotismo

                   

Dorothea Tanning, pintora surrealista, se muestra hermosa y con las puertas que la circundan abiertas a lo desconocido. A sus pies una bestia sugiere el poder de lo onírico (1942)

                   

La chicana (mexicano-americana) Yolanda M.López se pinta usurpando los hábitos de la Virgen de Guadalupe y con aspecto feliz y dinámico (1978)

                   

Rachel Lewis pinta su enfermedad en un collage con el trasfondo de los recortes de diarios y revistas que la oprimen con la presión soscial de la delgadez y de la moda (1990)

                   

Jenny Saville pinta su enorme cuerpo sin pudor, un cuerpo marcado con palabras o marcado, como esperando el escalpelo de cirujano plástico (1992)                

Ver y apreciar la pintura. Los pintores figurativos (modernos) que más me gustan.

Ver y apreciar la pintura. Los pintores figurativos (modernos) que más me gustan.

                                                   Desnudos de Antonio López 

Mi madre, aunque era una mujer culta y muy preparada, hacía pocas cosas conmigo. Su trabajo centraba su vida. La definiría con esa afortunada palabra en inglés: Workoholic. Adicta al trabajo. Una adicción que para los demás puede ser tan devastadora como cualquier otra. El caso es que recuerdo que los domingos solía llevarnos al teatro del Bosque (en Chapultepec) a ver obras infantiles, o al zoo y al trenecito, pero sólo cuando estaba a bien con mi tío Mario, que era quien llevaba la batuta en estas salidas. A veces fuimos al museo del Castillo de Chapultepec, que era muy didáctico (no sé cómo estará ahora), con sus muñequitos figurando batallas, sus escenas miniaturescas de la historia de mi país y dos preciosos cuadros (creo que parecían de algún seguidor de Wintelhalter) de Maximiliano de Habsburgo y de Carlota, fugaces e inoportunos emperadores de México. De todo el museo, lo que más me gustaba eran esos cuadros. Pero no tuve una educación artística de niña. Sin embargo, como ya he contado antes, en la biblioteca de mi abuelo había muchos libros, y por ellos comencé a ver cuadros en ilustración. Mi madre recibía varias revistas en inglés, y ahí también me enteré de qué se cocía en el mundo el arte, porque recuerdo que cuando yo tenía 16 años y entré en la Prepa 6 de Coyoacán (había perdido un año a causa de la muerte de mi madre y una estancia que resultó frustrante en Wisconsin, con mi tía Chata), ya sabía quiénes eran Leonardo, Rafael, Miguel Ángel y Henry Moore, Alexander Calder y algunos otros. Recibí algunas clases de pintura junto con mi gran amiga de la secundaria Marilú Nájera Coronado. No recuerdo más que visitas escolares a los museos de San Ángel, ni recuerdo con precisión cómo comencé a sentirme atraída por la pintura. A los 17, yo pintaba esporádicamente, aunque, como he mudado tanto de casa, no conservo nada de lo pintado entonces.

Quizá no fue hasta que llegué a Europa ( a los 23 años) que verdaderamente comencé a ver arte en el Louvre, el museo de Orsay (entonces en la Orangerie). Como dice David Hockney en su libro El conocimiento secreto, lo normal es familiarizarse con el arte a través de las ilustraciones. Puede que sea cutre, pero es así. Por eso es importante internet: pone a nuestra disposición un gran número de ilustraciones. ¿Cómo se puede aprender a apreciar el arte? Viendo arte, no importa en qué forma: por internet, a través de libros, in situ. Lo que sí es verdad es que para ver arte no hay que tener prejuicios, no hay que tener miedo tampoco. Si a alguien no le gusta Picasso ¿por qué no va decirlo? Y hay que tener gusto ¿Gusto? tal vez el gusto se educa cuando se ve arte. Yo sé que siempre he tenido buen ojo. Y que nunca he dudado sobre la calidad de una obra, sea abstracta o figurativa. Como soy impulsiva, no me importa lo que opinen los demás. No tengo complejos. Soy ecléctica en mis gustos artísticos. Salvo la pintura italiana en su mayoría (que encuentro excesivamente esteticista y por ello, superficial, salvo excepciones), adoro la pintura de todos los tiempos y de todas las tendencias si me parece buena, si me habla.

Dialogo con las obras. Cuando las veo, ellas me hacen preguntas, me suscitan una indagación estética. Una emoción, también, aunque no soy de las que lloran frente a un cuadro. La única vez que recuerdo haber llorado fue en el Prado, ante las sonrosadas mejillas de la Maja vestida de Goya, que parece que esté respirando. 

Es importante no confundir el arte con la búsqueda o el hallazgo de la Belleza. El arte no busca la Belleza, como dice Tomás Segovia (en A contracorriente): a veces la encuentra, casi de pasada. El arte busca la verdad. El arte tampoco busca la fiel reproducción del mundo, ni siquiera en las épocas realistas: busca un simbolismo de ese mundo. Una interpretación. El arte no busca la perfección de la forma: busca la transmisión de una emoción o de un sentimiento, o de un pensamiento. El arte es a menudo feo, irrealista, imperfecto.

En cuanto a la pintura figurativa, he aquí algunas muestras de pintores que me interesan:

Valerio Adami:

Hermen Anglada-Camarasa:

Francis Bacon:

Marc Chagall:

André Derain:

Vassily Kandinsky:

Paul Klee:

René Magritte:

Henri Matisse:

 

Hans Memling: La pintura flamenca de un alemán

Hans Memling: La pintura flamenca de un alemán

Para el amigo Portnoy 

Siempre me ha atraído la pintura flamenca. Tal vez porque mis antepasados De Lille provenían de la zona de los Países Bajos que después pasó a ser de Francia o más seguramente porque su sencillez y su sobriedad reflejan mejor mi concepción del arte. Más allá del detalle cotidiano, del paisaje o del acercamiento religioso, en la pintura flamenca noto una contención que me dice más que la exuberancia italiana o que la dulzura francesa, exceptuando, claro está, a pintores jansenistas como Georges de la Tour del que ya he hablado aquí.

Mi primera visita a Brujas fue en compañía de mi marido, Juan Francisco, cuando se hizo aquella exposición de Europalia en que se pretendía mostrar el ligamen íntimo que hubo en las etapas humanista y renacentista (y aun en el barroco), entre los Países Bajos y España. Los Países Bajos costaron a la corona española muchas vidas, muchos esfuerzos, mucho dinero. Al mismo tiempo, las influencias artísticas quedaron de manifiesto, lo mismo en pintura que en otras artes como la literatura o la música.  No por casualidad los museos españoles están llenos de pintura flamenca, traída principalmente a España durante el reinado de Carlos V, ese rey flamenco que no hablaba español cuando llegó a España...

En Brujas vi la mayor parte de las obras de Hans Memling que hoy forman parte de mi pinacoteca mental y emocional. Ya le había visto antes, en El Prado, pero no en todo su esplendor. El número en pintura es importante: una obra no dice mucho, muchas obras nos lo dicen casi todo. Sus retratos siempre contienen un detalle digno de ser observado, una mirada cómplice, una mano que se apoya en el marco, como voyeurista, una expresión peculiar...

                             

He vuelto varias veces a Brujas, y en sus dos principales museos, el de Groeninge y el de Hans Memling, en el Hospital de San Juan, que es una ubicación perfecta. He reafirmado mi amor por esta pintura seria y meditativa, pura en líneas y colores, cuya sutil trascendencia es transparente casi, como los velos que pinta en sus retratos femeninos.

Esta trascendencia de los transparente, de lo puro, de lo uniforme y de lo sereno se ve claramente en este detalle el Tríptico de la familia Morleen, donde se aprecian perfectamente las cualidades que poseen sus retratos femeninos.

En cuanto a su capacidad para la composición exterior e interior, veamos este hermoso cuadro de La presentación en el templo, en el que contrasta la geometría del edificio gótico, con la actitud, tan flexible, de la figuras humanas que conforman el conjunto central. Y esa serenidad y esa blancura de la tez, esa sobria manera de asentarse en el mundo, armoniosa, callada, surge en toda su obra, tiñendo todo de paz. El retrato de Memling es ecuánime, pero no inexpresivo. y su composición posee una gran riqueza, tanto cuando se refiere a los paisajes como a los personajes que aparecen y siempre hay un detalle para el movimiento y la imaginación.
También llama la atención la capacidad miniaturista de Memling, concentrada tanto en sus altares como en sus trípticos ( son maravillosos los de El Juicio Final, el de San Juan Bautista, el de la Pasión, algunos de ellos encargados por mecenas italianos) y en el arca de Santa Úrsula, maravilloso relicario que es una obra extraordinaria y llena de detalles: en un espacio tan reducido, una pintura narrativa asombrosa. verdadera joya del arte flamenco.

Además de los retratos y de la las obras con tema religioso, Memling también ejecuta bodegones o Vanitas (esas pinturas que tanto me gustan, en que se ejemplifica la vanidad de lo visible y el Tempus fugit) y cuya utlidad consistía en recordar a los espectadores la fugacidad de lo material y la importancia de lo trascendente. Pero sobresale su maestra en la composición de grandes escenas pintadas en pequeños paneles como el de El Juicio Final:

 

Un detalle:

                            

Por lo que toca al Museo del Prado, ahí podéis ver este alucinante cuadro, que debe mucho al colorido y la composición de Van der Weyden (pintor también extraordinario e indispensable) y que es el tríptico de la Adoración de los Reyes.

En el Museo Thyssen también se encuentra algún cuadro valioso de este gran artista flamenco: Un maravilloso bodegón y un espléndido retrato masculino de la época más madura del pintor.

En realidad, Memling nació en Man, Alemania, cerca de la ciudad de Frankfurt (1440?-1494), pero en 1465 se presentó a las autoridades de la ciudad de Brujas para registrarse como pintor. Fue ahí donde floreció su obra. Los grandes pioneros de la pintura flamenca son Jan van Eyck, el Maestro de Flémalle y Rogier van der Wyden, quienes crearon esa magnífica paleta de colores vivos, naturales, esplendorosos. Esos rojos, esos brocados, esas transparencias de los velos en donde lo religioso y lo humano se dan la mano. Sus seguidores fueron cuatro pintores estupendos: Dieric Bouts en Lovaina. Hugo van der Goes en Gante y Petrus Christus y Memling en Brujas. Se cree que Memling nunca fue pintor independiente, sino que trabajó para Carlos el Calvo, aunque esto no está probado. También se cree que fue alumno de wan del Wyden en Bruselas y es posible que esto haya sido así. Cuadros como los de La adoración de los reyes o el Matrimonio de Santa Catalina así lo atestiguan.

En suma, un pintor indispensable. Si vais a Brujas, esa ciudad un poco cursi, un mucho hermosa, no dejéis de visitar sus museos y de asombraros ante este gran artista del detalle y de la línea más pura. 

César Manrique. En sus propias palabras

César Manrique. En sus propias palabras

Me han interesado siempre los artistas multifacéticos. César Manrique (Arrecife, Lanzarote 1919-1992) no sólo dedicó su vida a la pintura (él se consideraba, prinicpalmente, pintor), sino que también fue escultor, arquitecto medioambiental, escritor, fotógrafo, diseñador...

Mii hija mayor, Paulina, me trajo de Lanzarote este libro de aforismos escrito por Manrique durante sus últimos años. La naturaleza es su gran maestra y ella se refleja tanto en su pensamiento como en su obra. Tanto es así, que no sé si llamarlo un pintor realista, porque la tierra, su tierra, está presente como sustancia misma de su obra.

Voy a dejar aquí algunas de sus frases. Hablarán de Manrique mucho mejor que yo:

* Lo importante es la mera atracción emocional de loq ue se encuentra frente a uno mismo y la frescura de su solución: el poder de comunicar en ese espacio de la mirada.

* Me pregunto muchas veces: ¿Dónde está la perfección? pero en este juego es dnde lleno mi alma, al endfrentarme al desconocimiento del infinito. Esta es la causa para hacer de la vida un juego y saltar por encima de las recetas de los prejuicio y de esas torpes normas que han ensuciado el sentimiento.

* El comprender la belleza y el saber su armonía es la clave del secreto universal. Ella nos lleva a los estratos superiores y nos impone la atención hacia el desarrollo de la energía de la vida, las plumas simples de las aves, la increíble finura del ala de una mosca, el cmplicado mecanismo de un ojo, la concisa estructura de las fibras de una hoja seca.

* El arte se tiene que desarrollar en el ámbito en el que uno vive, con el conocimiento y olfato de todas sus posibilidades, reorganizando cambios del propio medio y en su misma longitud de onda.

* Siempre he caminado solo y sin miedos, con absoluta libertad, y sin necesidad de grupos formando un rebaño como defensa colectiva.

* Ante el exterminio suicida de nuestro planeta, la intervención de los artistas en defensa de la conservación del medio se convierte en una cuestión urgente de máxima responsabilidad, ya que es hora de traspasar las fronteras y ampliar los ambiguos límites del arte.

Fernando Gómez Aguilera (Selección e introducción), César Manrique. En sus palabras, Fundación César Manrique, Lanzarote, 2004.

Georges de La Tour

Georges de La Tour

Cuando yo tenía 23 años, el Louvre no tenía el aspecto que tiene actualmente. No existía la famosa pirámide, ni el gran vestíbulo...Se accedía por la puerta del Carrousel y se atravesaba una gran galería subterránea con las esculturas griegas, romanas y etruscas hasta llegar a la gran escalinata principal que coronaban la Victoria de Samotracia y la Venus de Milo. Era una visión de ésas que quitan el hipo, pero decimonónica.

En la Gran Galería de pintura, un cuadro llamó poderosamente mi atención. Qué rarita he sido siempre: no se trataba de la Gioconda, ni de ninguna obra de Rafael, ni siquiera de Frans Hals, aunque su pequeño retrato sonriente también me daba la bienvenida a la Gran Galería: era un cuadro de Georges de La Tour. Un enigma. Ese cuadro me ha llamado siempre. Por su expresividad, por la historia que se adivina detrás de las caras, por su composición, por su colorido, por la relación que se adivina entre los personajes, por el sentido del humor, y (last but not least), por la luz cambiante que ilumina o ensombrece los rostros y las figuras del cuadro. Las miradas establecen la dirección de la mirada del espectador y van desde el centro ocupado por la dama que mira de reojo al jugador tramposo, a la criada que escancia el vino y mira, también de reojo, al jugador absorto de la derecha y sólo después, al final de las miradas,  nos detenemos en el detalle del jugador que nos da la espalda y que oculta el as de diamantes. La intención es didáctica, el color, lúdico, como el tema: la partida de cartas, mil veces representada. El fondo es oscuro pero una misteriosa luz les ilumina a todos, sólo la cara del tramposo queda en penumbra, como su gesto, para los demás jugadores. Sin embargo, dos de esas personas saben  ¡Cómo lucen los pechos femeninos, los hombros, los tocados las plumas, la manga del joven absorto. Hay un engaño y hay una complicidad. Hay una zona de luz y otra de sombra. Rojos, naranjas, bermellones y ocres sobre esa oscuridad uniforme de la escena que no está en ningún lugar, como dice Racine. Y seguramente, son las ocho de la tarde. 

Me compré en Laie -esa buena librería barcelonesa de la Via Layetana-, un ensayo de Pascal Quignard sobre él. Quizá su nombre no os diga nada, pero si os digo que es el autor de la novela (que en realidad no es una novela) en que se basó la película de Alain Corneau Tous les matins du monde (Todas las mañanas del mundo) lo recordaréis.

                                       

He comentado a veces mi devoción por la prosa francesa que bebe en las fuentes de la sobriedad neoclásica. Mi fascinación por el jansenismo se reflejó en mi tesis doctoral. El jansenismo es una doctrina cristiana que busca volver a las fuentes de la religiosidad y si me permitís, de la ética cristiana. El jansenismo quiere volver a la sobriedad y a la austeridad fundacionales, a la autenticidad de los tiempos carentes de pompa y circustancias, ajenos todavía al boato ceremonial e iconográfico, al estallido del lujo del espectáculo eclesial. Su filiación es problemática, pues muchos lo confundieron con el protestantismo. Fue considerado peligroso, cercano a la herejía, cuando no era más que una vuelta a la raíz. Por supuesto, esa fidelidad a la raíz era una traición a la Iglesia. Y más todavía a la iglesia del Barroco, pura plasticidad, puro lujo, puro oro y puro espectáculo. Quignard, que escribe en los siglos XX y XXI es uno de sus estudiosos más lúcidos y uno de sus penúltimos amantes. Él describe a Georges de La Tour como el pintor del barroco jansenista, opuesto a la eclosión suntuosa de un Poussin o de un Le Nain. Acierta, por supuesto. Ninguna pintura es más sobria que la de La Tour, está despojada la escena del no-lugar; es el instante del silencio, la búsqueda de lo interior, sea abandono del mundo y de los placeres, como en sus Magdalenas, sea en el momento de la trampa, como en El as de diamantes o en el de La adivinación de la fortuna

            La lección de lectura

Su breve ensayo sobre de La Tour comienza con una referencia a Racine, que traduzco libremente: Racine dice que la escena es un lugar inexistente, en un tiempo ignoto, a las ocho de la tarde, iluminado por la luz de las velas y que nunca se encuentra al alba, por mucho que uno se esfuerce en buscar el más lejano rincón de las calles de la ciudad donde uno vive.

En 1600, en Vic, dice Quignard, un nene i( de La Tour) ignora que pasará la vida buscándose a sí mismo a la luz de una vela...Sus cuadros son la expresión del instante detenido, en medio del silencio, a la luz de esa vela. La luz de la vela ilumina la noche, la oscuridad y el silencio, pero se trata de una luz íntima, no de una luz cegadora. En la luz que ilumina esa sombra, uno se pregunta por el sueño, por la realidad, por la verdad. Todos los personajes de La Tour buscan su propia historia. La Magdalena dice adiós a los fantasmas de su voluptuosidad. No es rubia, no es perceptible (sólo se adivina) su belleza. Su largo cabello negro es ya una renuncia. Se despide de todos los placeres de su cuerpo a la luz de esa vela.

            La adivinación de la fortuna

El jansenismo, dice Quignard, va en busca de un destino que llega más allá de su tiempo, escapando de la doctrina clásica. Su fundamento es el estupor ante la muerte (Sobre el jansenismo, ningún libro mejor que el de Lucien Goldmann, Le dieu caché - El dios oculto-). El tiempo, el abandono, el terror, la sexualidad forman parte de esa familia del nuevo hombre, que  está solo ante ellas, no acompañado por Dios. El mundo sólo puede ser asido a través de la nada. La negación es la llave de la vida. La muerte abre, por fin el misterio de la vida; la vida sólo existe si se niega. Dice San Juan de la Cruz: La completa oscuridad de la noche oscura es el único amanecer que puede conocer el alma.

            San José Carpintero

La Magdalena que no contempla la vela o la calavera, sino su propia reverberación interior duplicada por esa llama que incendia en el espejo, para oscurecer mejor el mundo... La lección de lectura, en que una niña se asoma al misterio de la letra a la luz de la candela...El San José, preguntándose también si esa luz es la que iluminará el camino de ese niño que prometerá a otros la vida eterna, mientras pierde la suya, crucificado. La ternura en la mirada del padre carpintero se posa en la carita de ese niño para, entre las sombras, iluminar su triste calvario con su amor. La mirada lo dice todo. La luz, también. Y en el instante del misterioso nacimiento de ese mismo niño salvador nada perturba nuestra vista que no sea lo esencial. Las pinturas de Georges de La Tour son enigmas. Misterios interiores, silenciosos.

Amo el silencio, amo la pintura silenciosa de Georges de La Tour, amo la literatura callada de Pascal Quignard, que dice: Ante La Tour, el Verbo mismo se queda en silencio. El silencio se convierte en la verdadera Pasión. Es el último silencio.

Pascal Quignard, Georges de La Tour, ed. Galaxie, Paris, 2004.

Estos días, la pintura.

Estos días, la pintura.

Hola a todos mis lectores, silenciosos o elocuentes, fieles e infieles.

Estos días he estado ausente del blog, pero he procurado ir a visitar a los otros blogueros, a Portnoy,  emejota, retroklang, Apostillas, a mi amiga Lety; a Fernando, Bardamu, Orfa, Laura, Indianguman, Felipe, Ramon, Diana...

Me ha faltado tiempo para escribir, porque he estado pintando. Para pintar en casa (otra cosa son las clases, ahí se impone la disciplina y pintas porque pintas: no hay otra), necesito atmósfera, silencio y un poco de orden. Como ha venido mi pequeña filóloga de Bolonia...como ha habido cierto jaleo de fiestas con mis otros hijos, Paulina y Arturo y Teresita...como he visto a mi querido güerito... se me ha complicado la cosa del tiempo.

Tenía un encargo y acabo de cumplirlo. Ha sido placentero y peligroso. Complacer a alguien que quieres mucho es arriesgado: puede que no lo consigas. No sé si él se ha sentido contento con los intentos. Gracias a Picasso, tengo mis defensas preparadas: Cuando Gertude Stein le encargó su retrato y Picasso se lo llevó, ella le dijo, disgustada: ¡No me parezco en nada! ¡No me reconozco! Y él le dijo: No te preocupes, Gertrude, ya te parecerás...  Gracias a esa frase, mi conciencia queda un poquitín más tranquila. También recuerdo un hermoso retrato de una dama, pintado por ese otro ser maravilloso que es Henri Matisse. La dama del encargo no se lo quiso comprar por la misma razón arguyendo que ella no tenía la cara verde. Y es un cuadro hermosísimo...Pero no piensen que me creo Picasso o Matisse: es sólo una disculpa que me doy a mí misma por mi torpeza.

                                                                                               

Ya saben: quien no se consuela es porque no quiere.

He hecho lo que he podido, aunque sé muy bien que en estas cosas el esfuerzo y la buena voluntad no sólo no bastan. Es que no tienen importancia.

El parecido es algo que los pintores artesanos del pasado dominaban: su técnica les permitía todo tipo de expresiones. Cuando estudiaban en los talleres de los maestros, éstos les encargaban pares de ojos: ojos risueños, ojos melancólicos, ojos redondos, ojos rasgados...y así, bocas, manos, posturas, expresiones.

                                                                                              

Yo no tengo técnica y lo lamento. No es una cosa que me enorgullezca, pero sé que tengo estilo. Algo es algo y menos da una piedra.

Así que vuelvo por acá otra vez, deseando a todos un Feliz 2006. Y mucha vida. 

Leonora Carrington

Leonora Carrington

Leonora Carrington (Lancanshire, Inglaterra, 1917) es, con Remedios Varo (a quien debo el logo de mi blog), y Leonor Fini, una de las tres representantes más importantes del surrealismo femenino ¿Surrealismo? A veces las palabras llaman a engaño. Pintura imaginativa, onírica, profunda. Quizá no sean sinónimos.

Carrington nació en Inglaterra, en el seno de una familia aristocrática de ascendencia irlandesa que muy pronto la envió a diversos conventos a seguir su (católica) educación y pronto comenzaron a manifestarse en ella las dos características más importantes de su carácter: la rebeldía y la imaginación. Para entender a Carrington resulta indispensable tomar en cuenta los mitos celtas y los elementos fantásticos que acompañaron su niñez, marcando para siempre su estilo, llenándolo de animales que en la mitología celta tienen un significado especial: caballos, hienas, halcones y lechuzas. Todos pueblan sus cuadros y dialogan con sus personajes, establecen con ellos una dialéctica vitalista y especial.

Carrington se enamoró primero de Max Ernst, en Londres, para luego pasar con él a Francia hasta los inicios de la Segunda Guerra Mundial. En París, Carrington intimó con Breton, Miró, Péret o Arp. Ernst fue encarcelado varias veces por los nazis, y Carrington, después de intentar salvarlo en dos ocasiones, emprende una larga huida hacia España y Portugal, donde casualmente encuentra a Ernst en compañía de su nueva amante, Peggy Guggenheim. Entonces viaja de Lisboa a Nueva York y finalmente, a México, cuando acepta el matrimonio que le ofrece el cónsul mexicano y periodista Renato Leduc, en 1942.

En México transcurrirá el resto de su vida y crecerán sus hijos Pablo y Gabriel (nacidos de su matrimonio con el fotógrafo húngaro Imre Weisz). Consolida su amistad con Remedios Varo, y con su marido Benjamin Péret, al mismo tiempo que año tras año se hace mayor su peso como artista y se acrecienta su presencia en galerías y museos de América Latina y Europa. Carrington coincide pues con esa inmensa diáspora europea que puebla México y lo enriquece con su aportación artística y humana. Tras algunas breves estancias neoyorkinas, en los años ochenta, vuelve a México.

Carrington no sólo pinta, también escribe cuentos (La dama oval o La debutante), novelas (La casa del miedo, La puerta de piedra) y obras teatrales (como La camisa de franela y Penélope), y su aportación al arte mexicano no puede resumirse en unas cuantas líneas. Sin embargo, le dedico este breve articulito para picar vuestra curiosidad y que vayáis en su busca.

Sus colores y formas son vívidos y oníricos al mismo tiempo. Sugerentes y fantasiosos, los cuadros sugieren historias no explicadas. Su ascendencia inglesa e irlandesa dotan a su obra de un sentido del humor muy especial. Amiga de lo oculto y lo esotérico, ha incursionado en el budismo, en la filosofía china y en el espiritualismo tibetano. Como otras mujeres de su tiempo, fue internada por trastornos emocionales. Ella ha declarado después que sintió el rechazo y la represión social por causa de su sexo y su rebeldía. Pero como artista que es, supo volcar en narraciones y pinturas su angustia vital, transformándola de destructora en generadora de trascendencia a través de su arte.

María Izquierdo



Lope de Vega, con su talento desbordante, eclipsó la obra teatral de Cervantes. Lo mismo le pasó a María Izquierdo, que el azar hizo contemporánea de Frida Kahlo.

Nació en San Juan de los Lagos, Jalisco, en 1902. Se casó muy jovencita, a los 14 años, y se divorció, ates de entrar, a los 26 años, en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos. Duró solamente un año ahí, porque su carácter no se adecuaba al academicismo que imperaba entonces en aquella escuela. A los 28 años expuso por primera vez, y fue la primera mujer mexicana que expuso en los Estados Unidos, París y Tokio.
Vivió una estrecha relación tanto pictórica como sentimental con Rufino Tamayo de 1929 a 1933. Dicen que él marcó la obra de María: yo no lo veo. Su mundo es femenino, íntimo, secreto, telúrico. Hay en ella algo de niña, sobre todo en sus alacenas o sus naturalezas vivas, o en sus escenas de circo, que me recuerdan tanto al circo de Calder como a algunas pinturas de Seurat.



En sus retratos, ella pinta la apariencia, no el interior secreto de los retratados: ni siquiera sus autoretratos son explícitos. Siempre hay un vínculo entre el concepto persona-máscara. El hieratismo no es fruto de la ignorancia técnica, sino de la convicción de que todo rostro es un enigma.



A Frida la elogió Breton, a Izquierdo la admiró Artaud. Su relación con Tamayo no enturbió las relaciones con otros intelectuales y pintores de la época, como Diego Rivera o Siqueiros.

María tiene una paleta telúrica e indigenista, hecha de verdes, marrones y amarillos.

A veces el rosa irrumpe en sus cuadros como breve metáfora de dulzura o alegría.

Mi preferido es esta naturaleza muerta con huachinangos por su decidida originalidad, por la desolación que muestra el contraste del azul prusia con los sepias y marrones, y por el estremecido tratamiento de los peces.



María Izquierdo murió en 1955, después de haber padecido una hemiplejia que le paralizó el brazo derecho. Aún así, siguió pintando. De momento, la posteridad no le ha dado el reconocimiento que merece. Esperemos que éste llegue algún día.

El erotismo de los caracoles

Para Lety, que me ilumina los días.

Estaba yo apenas comenzando a aprender a pintar en la Escola Municipal d'Art de Sant Cugat, cuando nuestro profesor, Pere, nos pidió hacer una acuarela. La acuarela a todos parece difícil. Pero su naturaleza, que es impusiva y atarantada, que te exige pintar en unos minutos, mientras está húmeda la hoja, que no te permite elaborar demasiado y que te da el resultado bueno o malo de inmediato, se lleva bien con mi carácter impaciente. Yo abandono las tareas más pesadas. Desde chica me ha gustado llegar y besar el santo. Y si no me sale algo, pues lo dejo, pero ¿yo trabajar?. Así que la acuarela se me entregó: somos iguales. Echadas a perder o válidas, pero luego, luego. Me salió bonita.



A Pere le gustó mucho. Me salió en dos patadas. Luego me puse a pensar. El caracol es como un oído. Un oído femenino o si queréis, sensible. Un oído en el que se esconden los sonidos del mar, de donde venimos. Es una cosa húmeda que guarda secretos insondables, secretos de profundidades y de oscuros silencios, pero oscuros no por perversos, sino por antiguos. El caracol es femenino y musical. En él se esconde la vida que no se ve, pero que existe, como en nuestro cuerpo de mujeres. Late ahí un ser. Estamos, tantas veces, ocultas incluso para nosotras mismas... ¿Y en qué reside el erotismo del caracol? en su misterio. En la tibieza interior, que aguarda un oído que escuche. Sobre todo, queremos ser oídas, descubiertas en nuestro ser interior. Más allá de la belleza del envoltorio, que no todas tuvimos, dentro hay algo precioso: el alma, la música.

Poco después hice un par de acuarelas con ese mismo tema. La siguiente no me gustó tanto, aunque si lo veis bien, es más evidente la característica sexual. Creo que es una acuarela más física que la anterior, que es más alma que carne y en ésta se invierten los términos:



Para mi sorpresa, la que vendí fue la tercera de la serie, que a mí no me gustó y que me hizo abandonar el tema. Ni siquiera la escaneé: ahora la incorporo:



No he buscado fuentes literarias para esta reflexión. No sé si el caracol ha sido en algún momento emblema de lo más hondo de nuestras almas de mujeres. Para mí lo es. Por eso al leerte, Lety, sentí que, aunque distantes, navegamos por las mismas aguas.