Hans Memling: La pintura flamenca de un alemán
Para el amigo Portnoy Siempre me ha atraído la pintura flamenca. Tal vez porque mis antepasados De Lille provenían de la zona de los Países Bajos que después pasó a ser de Francia o más seguramente porque su sencillez y su sobriedad reflejan mejor mi concepción del arte. Más allá del detalle cotidiano, del paisaje o del acercamiento religioso, en la pintura flamenca noto una contención que me dice más que la exuberancia italiana o que la dulzura francesa, exceptuando, claro está, a pintores jansenistas como Georges de la Tour del que ya he hablado aquí. Mi primera visita a Brujas fue en compañía de mi marido, Juan Francisco, cuando se hizo aquella exposición de Europalia en que se pretendía mostrar el ligamen íntimo que hubo en las etapas humanista y renacentista (y aun en el barroco), entre los Países Bajos y España. Los Países Bajos costaron a la corona española muchas vidas, muchos esfuerzos, mucho dinero. Al mismo tiempo, las influencias artísticas quedaron de manifiesto, lo mismo en pintura que en otras artes como la literatura o la música. No por casualidad los museos españoles están llenos de pintura flamenca, traída principalmente a España durante el reinado de Carlos V, ese rey flamenco que no hablaba español cuando llegó a España... En Brujas vi la mayor parte de las obras de Hans Memling que hoy forman parte de mi pinacoteca mental y emocional. Ya le había visto antes, en El Prado, pero no en todo su esplendor. El número en pintura es importante: una obra no dice mucho, muchas obras nos lo dicen casi todo. Sus retratos siempre contienen un detalle digno de ser observado, una mirada cómplice, una mano que se apoya en el marco, como voyeurista, una expresión peculiar... He vuelto varias veces a Brujas, y en sus dos principales museos, el de Groeninge y el de Hans Memling, en el Hospital de San Juan, que es una ubicación perfecta. He reafirmado mi amor por esta pintura seria y meditativa, pura en líneas y colores, cuya sutil trascendencia es transparente casi, como los velos que pinta en sus retratos femeninos. Esta trascendencia de los transparente, de lo puro, de lo uniforme y de lo sereno se ve claramente en este detalle el Tríptico de la familia Morleen, donde se aprecian perfectamente las cualidades que poseen sus retratos femeninos. En cuanto a su capacidad para la composición exterior e interior, veamos este hermoso cuadro de La presentación en el templo, en el que contrasta la geometría del edificio gótico, con la actitud, tan flexible, de la figuras humanas que conforman el conjunto central. Y esa serenidad y esa blancura de la tez, esa sobria manera de asentarse en el mundo, armoniosa, callada, surge en toda su obra, tiñendo todo de paz. El retrato de Memling es ecuánime, pero no inexpresivo. y su composición posee una gran riqueza, tanto cuando se refiere a los paisajes como a los personajes que aparecen y siempre hay un detalle para el movimiento y la imaginación. Además de los retratos y de la las obras con tema religioso, Memling también ejecuta bodegones o Vanitas (esas pinturas que tanto me gustan, en que se ejemplifica la vanidad de lo visible y el Tempus fugit) y cuya utlidad consistía en recordar a los espectadores la fugacidad de lo material y la importancia de lo trascendente. Pero sobresale su maestra en la composición de grandes escenas pintadas en pequeños paneles como el de El Juicio Final: Un detalle: Por lo que toca al Museo del Prado, ahí podéis ver este alucinante cuadro, que debe mucho al colorido y la composición de Van der Weyden (pintor también extraordinario e indispensable) y que es el tríptico de la Adoración de los Reyes. En el Museo Thyssen también se encuentra algún cuadro valioso de este gran artista flamenco: Un maravilloso bodegón y un espléndido retrato masculino de la época más madura del pintor. En realidad, Memling nació en Man, Alemania, cerca de la ciudad de Frankfurt (1440?-1494), pero en 1465 se presentó a las autoridades de la ciudad de Brujas para registrarse como pintor. Fue ahí donde floreció su obra. Los grandes pioneros de la pintura flamenca son Jan van Eyck, el Maestro de Flémalle y Rogier van der Wyden, quienes crearon esa magnífica paleta de colores vivos, naturales, esplendorosos. Esos rojos, esos brocados, esas transparencias de los velos en donde lo religioso y lo humano se dan la mano. Sus seguidores fueron cuatro pintores estupendos: Dieric Bouts en Lovaina. Hugo van der Goes en Gante y Petrus Christus y Memling en Brujas. Se cree que Memling nunca fue pintor independiente, sino que trabajó para Carlos el Calvo, aunque esto no está probado. También se cree que fue alumno de wan del Wyden en Bruselas y es posible que esto haya sido así. Cuadros como los de La adoración de los reyes o el Matrimonio de Santa Catalina así lo atestiguan. En suma, un pintor indispensable. Si vais a Brujas, esa ciudad un poco cursi, un mucho hermosa, no dejéis de visitar sus museos y de asombraros ante este gran artista del detalle y de la línea más pura.
También llama la atención la capacidad miniaturista de Memling, concentrada tanto en sus altares como en sus trípticos ( son maravillosos los de El Juicio Final, el de San Juan Bautista, el de la Pasión, algunos de ellos encargados por mecenas italianos) y en el arca de Santa Úrsula, maravilloso relicario que es una obra extraordinaria y llena de detalles: en un espacio tan reducido, una pintura narrativa asombrosa. verdadera joya del arte flamenco.
6 comentarios
Tristán Estar -
Bonito post.
Un gran saludo, Gabriela.
debolsillo -
Gabriela -
Gabriela -
Kramer -
debolsillo -