Un adiós a Ingmar Bergman
Yo tenía 16 años. Iba cada domingo al cineclub del CUC, en la UNAM. Con Bergman (Persona, Pasión, Vergüenza) y con Truffaut, especialmente, comencé a ver cine, a ver cine de verdad.
Persona ha sido para mí, junto con El séptimo sello, una de sus mejores películas. En Persona, Bergman nos habla del silencio, silencio necesario, autoimpuesto, porque llega un momento en que ya no se tolera la impostura, el teatro, la representación de algo que no somos nosotros y hace falta callar. Los otros querrán romper ese silencio, interpretarán ese silencio según su propio discurso interior, como si ese silencio no pudiera, no debiera ser vacío puro, silencio verdadero, como si hubiera que poblarlo de palabras o buscarle un sentido, cuando lo que se manifiesta en él es precisamente la nada. Como en muchas de sus películas, hay un proceso de vampirización, hay una destructividad que se manifiesta a través del amor, amor que en verdad no es más que narcisimo, egoísmo, en fin: mentira.
Después, ya en el Festival de cine, El rostro, El rito, La noche del lobo, y más tarde, Secretos de un matrimonio, Gritos y susurros y ya en España, Fanny y Alexander y las obras anteriores, que antes no había conocido, entre otras, El manantial de la doncella o Fresas salvajes. Toda mi vida ha estado marcada con sus obras. Esas obras duras, severas, pensativas, a veces incluso terroríficas, con un terror profundo, como el que nos hizo salir de la proyección de La noche del lobo casi precipitándonos, al final de la película, atacados todos por un miedo irracional ¿ a qué? ¿a nosotros mismos? El horror de El huevo de la serpiente, lectura implacable del nazismo y de la maldad...
Rara en su obra es la alegría y la frescura de La flauta mágica, o ciertos pasajes de Fanny y Alexander, antes de que esta película se torne sombría y estremecedora.
Bergman llenó mis tardes de domingo de preguntas a las que todavía no he respondido, de inquietudes que todavía me asaltan. En las tertulias posteriores al cineclub y ya por la noche en animada tertulia ante los pambazos de mole de El Convento de Coyoacán, o delante de la fondue de carne de El Coyote Flaco, en la calle de Francisco Sosa, palabras, preguntas, debates y mucho tabaco nos llevaban de regreso, una y otra vez, al cine del maestro sueco durante horas. Recuerdos de una felicidad intelectual que le debo a Ingmar Bergman. El hombre ha muerto, pero la obra queda.
4 comentarios
Gabriela -
Ferre, yo he reconsiderado a veces, viendo sus películas d enuevo, y en parte estoy de acuerdo contigo, pero no olvido esos momentos, que siguen siendo presente en mi memoria, aunque reconozco que algunas de sus pelis son, en efecto, plúmbeas. Pero de su mano hicimos muchos descubrimientos fértiles, allá por los lejanos años 70 y 80...
Paco, Antonioni nunca estuvo en mi onda. Nunca me gustó...
Abrazos a los trres.
Paco -
Un abrazo, Gabriela.
Ferre -
B) Yo... en fin, es que a mí Bergman como que nunca me ha llamado. Lo diré sin doblez: siempre me ha parecido aburrido (es más, yo diría que plúmbeo)... aunque también es cierto que El Séptimo Sello y Fanny & Alexander me gustan bastante. ¿Será cuestión de volver a intentarlo? Lo pensaré, lo pensaré.
Saludos,
Ferre
fgiucich -