Jane Eyre, con Orson Welles y Joan Fontaine (1944)
¡Este artículo contiene spoilers!
Con el pintoresco título de Alma Rebelde, por fin ha salido a la venta el DVD de Jane Eyre con Orson Welles y Joan Fontaine como Rochester y Jane. Se trata de una versión ya clásica en un gótico blanco y negro dirigida, se dice que a medias, por Robert Stevens y Welles. Aparte de esta curiosidad, encontramos en ella a una jovencísima Elizabeth Taylor, toda dulzura y rizos, en el papel de Ellen Burns, la única amiga de Jane. Lo curioso es que su nombre no aparece en los créditos.
El problema de trasladar la novela de Charlotte Brontë a la pantalla grande ha sido siempre su compleja estructura narrativa. Para empezar, la novela tiene como narradora a la propia protagonista, y esa voz narrativa nos informa de cosas que no nos son narradas, sino comentadas por ella, que escribe su historia diez años años después. Como ejemplo, podríamos citar la celebérrima frase que inicia el último capítulo de la obra: Reader, I married him: Lector, me casé con él. Esa frase nos dice que Jane toma la decisión, no Rochester; nos dice que ella lleva las riendas de su vida, que ha conseguido ser dueña de su vida y hacer lo que quiere y lo que debe hacer siguiendo su particular código ético y sus sentimientos. En esa frase se resume la autonomía conseguida por Jane, nos habla de su infinita libertad interior y por eso es tan importante conservar esa voz. Nada hubiera hubiera sido igual si Jane hubiera escrito: El señor Rochester se casó conmigo...
Conservar esa voz en off conlleva muchas cargas en el cine y pocas veces resulta soportable. Por el contrario, prescindir de ella nos quita esa esencial cualidad del libro, que es la columna sobre la que Brontë edifica su extraordinaria narración.
Por tanto, en la pantalla debe conservarse, sin con ella restar fuerza a las acciones. Difícil tarea.
Un segundo problema de la estructura narrativa es la sucesión de tres tramas inextricablemente unidas, cada una con su estructura de planteamiento, desarrollo y desenlace. Cada una con personajes distintos, lugares distintos, épocas distintas: la infancia de Jane, primero en casa de la tía Reed (personaje difícilmente olvidable en su execrable frialdad) y en el internado de Lowood, donde se forja el carácter de Jane; en segundo lugar, la trama ’central’ de Thornfield, con Rochester, Adèle, la Sra Fairfaix y Bertha, y la subtrama que introduce Rochester con su falso cortejo de la vanidosa Blanche Ingram, y tercero, la huida de Jane tras el descubrimiento del matrimonio de Rochester, que tiene lugar en la casa del páramo, con Saint-John, sus hermanas, Hannah, la escuela para niñas, la proposición de Saint-John, la herencia del tío de Jamaica y la llamada telepática de Rochester, que hace a Jane volver a Thornfield para reunirse con su amado, ahora ciego y desesperado en su indefensión y soledad.
Todo ello se ha revelado como un material imposible de resumir en una película de duración convencional, y es por ello que solamente las versiones seriadas hechas por la televisión inglesa han podido ajustarse a la obra de Brontë, aunque también han debido ’saltarse’ ciertos aspectos (especialmente, en varias de ellas, el amor de Saint-John por Rosamunda, aunque se trate de una historia que revela muchísimo sobre este personaje singular).
Al ver esta versión de Jane Eyre debemos ser conscientes de esas limitaciones insuperables. El guión está firmado por Aldous Huxley, que resuelve con enormes elipsis los problemas estructurales y que modifica sin contemplaciones y excluye toda la tercera parte de la novela, que es tan importante para Jane. Pues es en compañía de Saint-John y de sus hermanas que Jane consigue crecer, madurar, saber quién es, decidir por sí misma. Este largo proceso queda eliminado en la versión que nos ocupa, así como la herencia de la fortuna del tío de Jamaica, que tanto explica sobre la nueva igualdad sobre la que Jane edificará su unión con Rochester: en el libro, Jane aporta al matrimonio una fortuna -que ha compartido con sus primos pero que no es pequeña ni mucho menos-. Ya no es una huérfana destituida y empobrecida. Ya es la igual de Rochester. Y este elemento es importantísimo. Sin embargo, debemos quedarnos sin él y conformarnos con verla de vuelta en casa de la tía Reed, cuyas posesiones, después de su muerte, están siendo subastadas. La llamada telepática se produce, pero en condiciones muy distintas a las imaginadas por Brönte. Y Jane vuelve a Thornfield sin haber experimentado esa transformación liberadora que se produce en el libro. Son las servidumbres que impone la duración de una película convencional de menos de hora y media.
Tercer problema: los escenarios. Esta versión de 1944, rodada en plena Segunda Guerra Mundial, carece de presupuestos lujosos y prescinde de los lugares reales donde ocurre la acción. Está rodada íntegramente en estudio ¿Y cómo prescindir de esos páramos de Yorkshire inmensos, solitarios, salvajes? El mismo problema lo encontramos en la versión -también clásica y mítica- de Wuthering Heights (Cumbres Borrascosas), rodada en estudio por Laurence Olivier y la inadecuada Merle Oberon. Es obvio que un elemento importante de la obra es el lugar donde ocurren los hechos. Thornfield, cuyo nombre mismo evoca la soledad y la hosquedad en la historia de Rochester, que oculta ahí la miseria y el secreto de su matrimonio y de su vida secreta. El misterio que rodea Hay Lane, el lugar del primer encuentro entre Rochester y Jane, que a él se le figura un elfo o una bruja que hace un conjuro para que caiga su caballo y lo desmonte, y a ella le recuerda una leyenda sobrenatural, al ver a Rochester montado en aquel corcel, precedido por el fantasmagórico Pilot y surgiendo de la niebla como un fantasma... Escena en la que ambos se imaginan al otro saliendo de un mundo sobrenatural, en la que se habla de hechizos, de anillos mágicos...Y la casa de Saint-John, en medio del páramo lluvioso, apartado del mundo, estoico, sobrio como el propio Saint-John.
Todo esto no puede ser reflejado con los efectos de niebla artificial o con decorados pintados, y sin embargo, de algún modo, la película consigue, a pesar de su pobreza visual evidente, crear la ilusión del páramo o de Hay Lane ¿Por qué no? Queremos creer que lo que vemos es eso. Y lo creemos, a pesar de los pesares. Incluso diría que esa limitación se convierte en otro factor poético de la película.
Así pues ¿qué elementos hacen que esta versión sea imprescindible?
Las escenas del internado están muy bien rodadas, tanto por lo que toca al reparto como a la atmósfera, genialmente fotografiada en esos contrastes de luz y sombra tan expresionistas como elocuentes. En ese calvario que modela el alma de Jane, el internado toma vida propia. Sólo hay dos luces ahí: la inocencia de Ellen y la bondad del médico. Todo lo demás es horror, pura tortura. Y sin embargo, Jane sale indemne de la prueba, fortalecida y ennoblecida por la influencia benéfica de esas presencias y del conocimiento que recibe, a pesar de todo, en ese lugar y que le permitirá ganarse la vida, salir al mundo, encontrar su propio camino.
Ya en Thornfield, encontramos dos actrices que me parecen dos joyas relucientes de esta versión: la Sra. Fairfax, interpretada por Agnes Moorehead, y la pequeña Adèle, por Margaret O’Brien. La primera, amable, pero también reticente ante los acontecimientos. Misteriosa (¿sabe algo la Sra. Fairfax?). Y la pequeña, deliciosa, encantadora, vaporosa, vanidosa...la mejor Adèle de todos los tiempos. No sé qué sería de esta actriz infantil (sólo la recuerdo en una versión de Mujercitas que no he visto hace mucho, y no sé si en otra de El Jardín Secreto), pero está perfecta como esa florecilla parisina que tan malos recuerdos le trae a Rochester sobre su oscuro pasado.
Aún mutilada, la historia de Jane es hechizante. Fascina. La unión improbable de los dos polos opuestos que son Jane y Rochester hace saltar chispas. La bondad de ella no es sosa ni aburrida, porque ella es fuerte y heroica. Actúa movida por fuerzas imbatibles: su ética y su sentimiento. Su evolución es hermosa y noble. Admirable, diría. Y su amor no es un regalo de los dioses, es una amor conflictivo y en el que luchan elementos universales: atracción y rechazo. Afirmación y negación de sí misma. Su amor llegará a triunfar porque ella, antes, ha sabido vencerse y renunciar a lo que Rochester pretendía. Ante todo, ella es veraz, incluso a costa de lo que más ama ¿Y Rochester? ¡Ah, esa paradoja viviente! Quizá es uno de los héroes más extraños de la literatura, porque es al mismo tiempo despreciable y mentiroso, manipulador, cruel, inmoral, a la vez que tierno, apasionado, generoso, igualitario, divertido, sarcástico, fuerte y vulnerable a un tiempo. Un personaje cuya complejidad fascina, no cabe duda, a todos los lectores de esta obra máxima. Y que acaba siendo un personaje amado por Jane y por nosotros, a pesar de que debería ser odiado y denostado. Una maravilla de personaje.
Y la encarnación de Welles está a la altura de ese prodigio de hombre. Welles cuenta con esa fuerza, esa rudeza, esa presencia escénica imborrable que suponemos en Rochester. Tiene su carisma. En la escena de Hay Lane se yergue poderoso, aunque herido tras el accidente, y amedrenta, a la vez que nos hace sonreír con su sorna. Parece que Welles nació para encarnar a este hombre contradictorio e inolvidable. Su Rochester es tan oscuro y misterioso como Thornfield. Es también un ’campo de espinos’ (que es la traducción de ese nombre). Y tan luminoso cuando toma delicadamente la mano de Jane, cuando se despide de ella.
Intenso, Welles es Rochester, a pesar de su acento americano. Y un Rochester que no desmerece en la lista de los actores que lo han encarnado en estas décadas, sino que los supera (quizá con la excepción de Michael Jayston, para mí el mejor de todos y un poco por delante de Toby Stephens, a quien le falta la presencia escénica y un poco más de vigor perverso para erigirse como el Rochester definitivo).
Las actrices que han encarnado a Jane han sido siempre, desde mi punto de vista, el lado más débil de las adaptaciones hasta la llegada, muy reciente, de Ruth Wilson, que la retrata con una compleja delicadeza hasta en sus mínimos matices), pero la Jane de Joan Fontaine me parece muy digna, muy en su papel de muchacha ingenua pero decidida. Quizá menos acertada en las escenas pasionales, Fontaine se empareja con el coloso Welles sin perder pie y sin desmerecer a su lado, y ya es mucho decir.
El error de esta parte central de la historia es la elección de Blanche Ingram, que no sé por qué se empeñan en retratar como rubia, cuando su cabello es tan negro como el plumaje de un cuervo, según la descripción de la Sra. Fairfaix. Sólo en dos versiones televisivas Blanche se parece a la oscura figura de esta mercenaria con la que Rochester intenta presionar a Jane y despertar sus celos para descubrir si lo ama. El color oscuro de la bella Blanche es importante, pues es trasunto de la belleza criolla de Bertha Mason. Las únicas versiones que respetan este importante detalle narrativo son las que hizo la BBC en 1973 (para mí la mejor Blanche: Stephanie Powers), y la de 1983.
En suma, a pesar de las importantes lagunas de esta versión de 1944, es imprescindible.
El DVD, por desgracia, no está a la altura de la importancia de la película. Viene con un precio alto (18.95, un euro menos en FNAC), y a pesar de estar remasterizada, arrastra un sonido pésimo. Sin extras, ni bonus, ni un triste material adicional que llevarse a la boca, sólo aporta un librillo del todo prescindible con algunas notas sobre el rodaje o la adaptación y una galería fotográfica. Francamente, es una pena que no se aproveche mejor la oportunidad de ofrecer algo digno de esta obra clásica.
Enlace a unas escenas de la película (en inglés).
Alma Rebelde (Jane Eyre) Director: Robert Stevenson, Reparto: Orson Welles, Joan Fontaine, Margaret O’Brian, Peggy Ann Garner, Agnes Moorehead, John Sutton, Hillary Brooke. Productores: William Goetz, Kenneth MacGowan. Orson Welles. Guión (sobre la novela de Charlotte Brontë): John Houseman, Henry Koster, Aldous Huxley. Fotografía: George Barnes. Música: Bernard Herrmann. 20 th Century Fox, USA (1944).
2 comentarios
Fernando Giucich -
tienes la virtud de hacer crónicas de excelente factura. Que estés bien. Abrazos.
isabelbarcelo -