Sesiones Dobles. Segunda sesión: El séptimo sello, de Ingmar Bergman
El Séptimo sello es probablemente la película más vista y comentada de Bergman, la que ha calado más hondo en la memoria colectiva. La idea estética y metafísica que le sirve de aliento (la de la Muerte jugando al ajedrez con el caballero), le vino a Bergman cuando, acompañando a su padre por las iglesias del lugar, vio un fresco que documenta ese encuentro. El mismo fresco que Anton Block ha visto también. Cuando la Muerte le pregunta que cómo sabe que juega al ajedrez, Block le responde: "Porque lo he visto en algunas pinturas".
La película hermana de ésta es El manantial de la Doncella en la que también se mezclan en un solo plano la realidad y el mito o la leyenda.
Yo creo que si hay una película que explique qué fue la Edad Media, ésa es El séptimo sello, cuando lo maravilloso formaba parte de la vida cotidiana (esa bellísima escena, llena de candor, en la que el juglar ve a la Virgen María enseñando a andar al niño Jesús), y en la que la fe y la duda formaban parte integrante de la mentalidad colectiva. Cuando la muerte era una presencia, una acompañante de la vida.
Block y su escudero, un poco cínico y un mucho lúcido y descreído, vuelven de la Cruzada a cumplir su destino, que no es otro que morir.
En su camino hacia y con la Muerte, encuentran cadáveres, un pintor de iglesias, una joven martirizada como bruja, una muchacha que va a ser violada, una compañía de juglares (que protagonizan una pequeña historia picante), y una esposa que espera el regreso de su marido, Penélope medieval.
Durante ese largo trayecto, avanzan con la Muerte. El juglar, que ve a la Virgen, curiosamente no percibe la presencia de la Muerte excepto cuando va huyendo de ella en medio de una tormenta casi sobrenatural.
El juglar, José, y su esposa, María, con su hermoso bebé son los verdaderos vencedores. Ellos no morirán (por el momento). El caballero los salva. Es ese pequeño gesto el que lo eleva y redime y no su participación en la Cruzada. A pesar de que no tiene fe, y quiere tenerla, como el San Miguel Bueno de Unamuno, Anton lleva a cabo esta pequeña acción de amistad: distrae a la muerte para que los tres huyan y se salven. Anton sabe que lleva a la muerte consigo y que su juego de ajedrez no es más que una triquiñuela inútil. Pero salvar a esos tres seres llenos de pureza es su acción particular, la que le salvará a él, finalmente. La que le hará sentir que su vida ha tenido un propósito, lejos de la muerte y de la destrucción de su Cruzada, lejos de la frialdad y soledad de su alejamiento del hogar.
Su reencuentro con la paciente esposa es frío, distante: ya no es de este mundo. El momento más bello es el de la amistad, cuando en el campo come las fresas y bebe la leche que les ofrece María, en compañía de los otros.
El caballero es un ser descreído que necesita creer, el escudero es su conciencia crítica. La Muerte existe, pero no sabe nada. Ella no sabe siquiera si Dios existe ni dónde está. La Muerte lo ignora todo, igual que él. Sólo cumple con su trabajo.
Como le dice Oliverio a una Muerte más seductora que ésta en El lado oscuro del corazón de Eliseo Subiela : "¡Vaya laburo de mierda que tenés! ¡Muerte puta, puta Muerte!"
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4 comentarios
jazzman -
Saludos!
Gabriela -
Un saludo, Alicia. Fer, ya sabes.
Alicia -
fgiucich -
P.D. es el segundo intento de comentar: espero tener suerte. Vale.