El cine de Maurice Pialat ( I )
En mis grandes pasiones cinéfilas, Maurice Pialat se disputa el primer puesto con François Truffaut. Pero si hablamos de amores, diré que Truffaut es el de mi juventud y Pialat el de mi madurez.
La primera película que filmó Pialat fue gracias a los buenos oficios de Truffaut.
Pialat era un hombre imprevisible e iracundo. Cuenta Isabelle Huppert que, mientras filmaban Loulou, Pialat desapareció durante tres días completos y que cuando por fin fue encontrado (en una época en que no había teléfonos móviles), su director artístico bajó las escaleras para hacer una llamada al set y anunciar que lo había encontrado sólo para encontrarse que Pialat, en el ínterin, había vuelto a desaparecer.
En cuanto a la dificultad de su carácter: todos sus actores y técnicos sufrieron sus ataques de ira. Algunos dejaban el trabajo a medio hacer, huyendo de él para nunca más volver. Otros, como Jacques Dutronc, Depardieu o Sandrine Bonnaire, comprendían que esas crisis se debían a su anhelo de perfección, a su dolor ante la vida, a su vulnerable y extraña manera de vivir. Amaban trabajar con él. Y a él. Como dice Depardieu en una entrevista, Maurice era el amor y el odio en estado puro. Lo daba todo y todo lo quitaba, como Dios.
En España se han editado varias de sus obras (por separado y en un pack) y podéis ver A nuestros amores, Police, Van Gogh, Nosotros no envejeceremos juntos y Bajo el sol de Satán. Resta por editarse la otra mitad de su obra: L’enfance nue, su primer largo, L’amour existe, un extraordinario y lírico mediometraje, Le garçu, su última obra, Loulou, con la inmejorable Isabelle Huppert y Depardieu, La maison des bois, y La guele ouverte
Tomás Segovia escribió en A Contracorriente (UNAM; Mëxico, 1966) que el arte no busca la belleza, sino la verdad. Y Maurice Pialat hace cine (ese arte hecho de artificio y de simulación) con esa premisa. De ahí que muchas veces, viendo sus películas, el único tributo que puedo hacerle se traduce en lágrimas. Reconozco en su cine esa verdad que sólo puede decir el arte y que la vida nos esconde.
Gérard Depardieu ha manifestado en alguna ocasión que Pialat era un monstruo precisamente porque era un genio. Casi nadie podía soportarlo y menos que nadie, él mismo. En sus rodajes nadie decía ’acción’ o ’corten’, porque la actuación brotaba de la situación y fluía en el plano secuencia -otra de las características de su cine-, sin que los actores supieran bien a bien desde cuándo estaban siendo filmados, o cuándo paraba la filmación. Pialat mezclaba actores (actorazos) con personas que jamás habían estado frente a las cámaras. Por ejemplo, en Police (1985) intervenían policías, inspectores, delincuentes y abogados reales metidos en situación, sin guiones escritos: trabajaba frecuentemente con guiones orales, dejándose llevar por la acción, pero sin embargo, siguiendo una idea muy precisa de lo que deseaba. A menudo Pialat hacía 30, 40 tomas, hasta quedar satisfecho. A medio rodaje despedía gente o la gente huía de él, llegaba gente nueva y sin embargo, la obra terminada es de una consistencia, de una coherencia absoluta, única.
Pialat es una paradoja, un autor imprescindible.
2 comentarios
Gabriela -
Abrazos.
Fernando Giucich -