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La elegía de Lord Alfred Tennyson

La elegía de Lord Alfred Tennyson

Lord Tennyson escribió una maravillosa y larguísima elegía a la muerte de su amigo Arthur Henry Hallan en 1849.
Hace un año, perdí a una querida amiga cuya muerte prematura y cruel todavía lloro. A ella le dedico este fragmento de la elegía de Tennyson:


Be near me when my light is low,
When the blood creeps, and the nerves prick
And tingle; and the heart is sick,
And all the wheels of Being slow.
Be near me when the sensuous frame
Is rack’d with pangs that conquer trust;
And Time, a maniac scattering dust,
And Life, a Fury slinging flame.
Be near me when my faith is dry,
And men the flies of latter spring,
hat lay their eggs, and sting and sing
And weave their petty cells and die.
Be near me when I fade away,
To point the term of human strife,
And on the low dark verge of life
The twilight of eternal day.


Permanece a mi lado cuando se apague mi luz
y mis nervios se alteren con punzadas oyentes
mientras la sangre del corazon enfermo se arrastre
en las ruedas que giran lentamente.

Permanece a mi lado cuando a mi frágil cuerpo
lo atormenten dolores y no alcance la verdad...
Mientras el tiempo, maniaco. siga esparciendo el polvo
y la vida, furiosa. siga arrojando llamas...

Permanece a mi lado cuando vaya apagándome
y puedas señalarme el final de mi lucha
en el atardecer de los dias eternos
en este oscuro borde de la vida...


Jane Eyre y Edward Rochester: el primer encuentro y las dos primeras conversaciones

Jane Eyre y Edward  Rochester: el primer encuentro y las dos primeras conversaciones

No voy a descubrir el Mediterráneo cuando digo que Jane Eyre es una de las grandes novelas decimonónicas, junto con Madame Bovary, Los miserables, Cumbres Borrascosas, Ana Karenina, La Regenta o la menos conocida pero extraordinaria La Desheredada, de Benito Pérez Galdós.

La originalidad de Jane Eyre resalta en este contexto, porque es una mujer que no asume el papel de ’víctima’ de su tiempo o de su sociedad, ni siquiera de sí misma, que podemos atribuir a las demás protagonistas de las novelas mencionadas.

Jane Eyre no sólo no se hunde en la miseria social, moral o económica como las demás heroínas: no sucumbe a un destino fatal. Por el contrario, Jane Eyre se erige dueña de su persona y de su destino, crea su propio valor al margen del amor que concibe y que centra su vida y al que tiene el valor de abandonar por sus principios. Jane, después de su personal travesía del desierto, en los páramos, huyendo sin un penique, sin abrigo, sin nadie, es capaz de regenerarse en compañía de los hermanos Rivers, es capaz de buscar una nueva identidad como profesora rural, de enaltecer su oficio y a sus alumnas, chicas empobrecidas de los alrededores. Es capaz de despertar la admiración de Saint-John Rivers, y una vez ha heredado de su lejano tío de Madeira, es capaz de rechazar a Saint-John y volver a buscar a su amor: Rochester. Una vez a su lado, desaparecido el obstáculo que significaba Bartha Mason, Jane se erigirá en el pilar sobre el que Edward Rochester fundará su vida: ella es la mujer fuerte, ella la que tiene la llave de la verdad, de los principios, de la felicidad y de la regeneración.

Esta historia de redención tiene una base sólida: las conversaciones entre Jane Eyre y Edward Rochester. Es ahí donde el personaje de Jane toma forma ante nosotros, lleno de coherencia y de valor. Y es ahí donde averiguamos el porqué Rochester, desilusionado, quemado, amargado y ’maldito’ (tal como él se define), puede descansar por fin y soñar en la felicidad al lado de ese ’ser élfico’, ’casi sobrenatural’ que es Jane, y que en su primer encuentro ’hace caer’ a Rochester del caballo, tal como San Pablo ante la revelación de Dios. Rochester tendrá también una revelación, aunque no en ese momento, a pesar de que más tarde diga a Jane sobre su extraño encuentro en Haylane: ’Yo necesitaba ayuda, y ayuda recibí...de esta pequeña manita".

El encuentro entre Rochester y Jane resulta extraordinario por la carga reveladora que encierra. La primera conversación, cuando él cae del caballo y se tuerce el tobillo, revela la fuerza de Jane y la ambigüedad del carácter de Rochester. Ella ofrece su ayuda, él maldice y se queja de su mala suerte al caer, y decide que ella es una hechicera y que ha hechizado a su caballo. Él la cree proveniente de un mundo mágico, alejado de la realidad, extraño y misterioso desde un principio. Y en verdad que Jane es extraña al mundo de él, oscuro y lleno de una agobiante angustia. Jane, a pesar de su bagaje de extraordinarios sufrimientos y soledades es un ser puro, en efecto: ’sobrenaturalmente’ distinto a lo que él está acostumbrado a ver en su mundo licencioso y fatuo. Jane se ha sobrepuesto a su dolor, a su soledad en el mundo: se ha encontrado consigo misma en los años de purgación de Gateshead y de Lowood, gracias a la influencia benéfica de Helen Burns (su ángel, su mejor amiga, muerta casi en olor de santidad), y Miss Temple, su maestra y protectora. A pesar de la crueldad de Mrs. Reed y de Blocklehurst, Jane ha triunfado sobre el rencor y el odio y tiene sus propios principios, alejados del fanatismo religioso o incluso de la falsedad de las convenciones religiosas. Jane ha encontrado su propio camino hacia la pureza. De ahí que Rochester reconozca en ella, tras ese primer encuentro, al ser élfico, puro, superior espiritualmente, que ella, en efecto, es.
Pero Rochester muestra también en ese primer encuentro su amargura, su rechazo, su dureza de espíritu. A pesar de la actitud extremadamente amable de Jane, su respuesta es amarga y está llena de soberbia: esa soberbia que le caracteriza, y que le será arrebatada para siempre tras su castigo. Rochester será humillado. Su error le conducirá hasta alcanzar la humildad al final de la obra.

Retrospectivamente, Rochester recordará aquel encuentro con Jane en estos términos:


"Cuando tomé, aquella tarde helada de invierno, la senda que trae a Thornfield Hall, lugar para mí tan aborrecible, no tenía el menor asomo de esperanza de encontrar entre estos muros nada parecido a la paz, cuanto menos al placer. Pues bien, sentada en una valla del camino de Hay, vislumbré una figura pequeña y solitaria. Pasé de largo, prestándole tan poca atención como al sauce que había al otro lado, sin sentir el más leve presentimiento de lo que aquel encuentro iba a significar para mí, ni de que, disfrazado bajo apariencias andinas, el árbitro de mi vida y mi destino, mi genio del mal y del bien acaba de aparecérseme. Ni tampoco lo sospeché cuando tras el accidente de Mesnour se me acercó con aspecto serio y se ofreció para prestarme ayuda. Aquella muchacha delgadita y de aire candoroso fue, sin embargo, como un jilguero posado en mi pie, capaz de abrir las alas y llevarme en volandas. La traté con rudeza, pero no se marchó; se mantuvo allí con inesperada pertinacia, sin dejar de mirarme y dirigirme la palabra, imbuida de una rara autoridad. Estaba escrito que había de llegarme el socorro por su cauce, y me llegó". p. 474-75.


Tras este primer encuentro, Jane ignora quién es el misterioso viajero accidentado de Hay Lane, hasta que llega a Thornfield Hall y ve allí a Pilot, el perro de Rochester. Al día siguiente, Jane es llamada a tomar el té con el amo, y Rochester, implacable, la somete a un interrogatorio que dará pie a que su interés por ella vaya siempre in crescendo. Jane se ve confrontada con un hombre brusco, sin modales sociales, extraño en todo a ella. Sin embargo, nos dice que se siente a gusto en su compañía, que prefiere esta rudeza a una afectada cortesía: desde el principio, Jane ’entiende’ a Rochester ¿Y Rochester? Edward dirá en la siguiente conversación, que ésta primera lo lleva a desear ’saber más de Jane’. Las respuestas de Jane, y sus dibujos le dejan intrigado: Edward sabe ahora que ella es diferente ¿Pero qué significa esta diferencia para él? Lo descubrirá sólo más tarde, en la tercera conversación.

De momento, debemos imaginar a la joven e inexperta institutriz ante la implacable mirada del señor de Thornfield. No intimidada, sin embargo. Edward le pregunta por su paso por Lowood y se asombra de su capacidad de supervivencia. Se asombra también ante la falta de empatía entre Jane y Blocklehurst, porque asume que ella, tras tantos años en la institución de caridad, ha sido sometida a los dictados del fanatismo de su director. pero Jane desmiente esto categóricamente ’con un frío : ¡No!’ : primera sorpresa.

Las respuestas de Jane no son convencionales, si bien son corteses, pero bajo ellas, Edward percibe de inmediato la originalidad de su espíritu, su falta de convencionalismo. A ello contribuyen poderosamente las tres pinturas que él admira: las tres que califica de ´élficas’. Los especialistas han estudiado pormenorizadamente estas tres pinturas, que son la expresión misma del alma de Jane Eyre y que contienen también elementos proféticos en cuanto a su historia con Rochester. No poseen, dice Edward, la maestría necesaria, pero son muy originales, para una joven estudiante. Cuando él le pregunta si estaba satisfecha de su labor, ella responde, también sorprendentemente para él, que no lo estuvo. que lo que pintó era sólo un pálido reflejo de lo que había imaginado. Rochester termina esta rara entrevista abruptamente y se sumerge inmediatamente en sus más oscuros pensamientos. Sin embargo, la impresión que Jane le ha causado le hará llamarla de nuevo, poco después. La tercera conversación será la definitiva. Cuando termina, Edward ya sabe que Jane es su amada, que lo será siempre. Y toda la historia que viene comienza a desarrollarse ante nuestros ojos, con toda su increíble complejidad.

En esa segunda conversación, Rochester es objetivo de la observación de Jane. Él pregunta, intempesitivamente - ¿Me encuentra guapo, señorita Eyre? Y ella responde impulsivamente - ¡No, señor!. Este comienzo humorístico da pie a que él reafirme su idea sobre Jane: ella es honesta. Sus respuestas no están marcadas por el convencionalismo. Como dirá él mismo más adelante: la respuesta al candor suele ser la hipocresía. Pero Jane no es hipócrita. La tercera conversación comienza de este modo, y prefigura la observación que hará Blanche Ingram acerca de la ’fealdad’ como condición (deseable) masculina. Blanche retomará pues, el tópico, dándole la vuelta y mostrándose ante Rochester como es: una joven mundana que manipula y miente, mientras que Jane, no.

Aquí Rochester ya se define a sí mismo ante Jane y lo hace despiadadamente: sabe que es un pecador vulgar, un hombre que ha pasado de la desesperación a la degeneración por debilidad, que no se ha enfrentado a su abismo para resistir, sino para entregarse a la perdición de su alma. Y sin embargo, Rochester también confía a Jane, en esta extraordinaria segunda conversación, que siente repugnancia por sus errores, que quisiera ser puro y tener ’una memoria impoluta’ como ella. Todas estas confesiones resultan tan sorprendentes como inesperadas, sobre todo si tomamos en cuenta que Rochester y Jane sólo han hablado dos veces más, y si consideramos que él tiene 38 años y ella sólo 18, que él es un hombre experimentado y ella una huérfana sin ninguna experiencia de la vida. Pero ella se presenta ante él como el ser puro que necesita para purificarse. La puerta de su corazón se abre cuando Jane le dice que ’ni siquiera por un salario ella toleraría una insolencia’. Ahí es donde él percibe la pureza inmarcesible de Jane. Ahí queda rendido ante ella. Y también ante su dignidad. Porque Rochester, ante todo, encuentra la dignidad del ser humano en Jane; una dignidad que ha visto tan poco en sus viajes desde las Indias Occidentales hasta su paso por París. Y ahora la cobija bajo su propio techo en la forma de esta pequeña, delgada, extraordinaria jovencita.

Rochester pide ayuda a esta mujer digna cuando le dice que se jacta de ser tan duro como una pelota de caucho, pero que tiene conciencia, y que dentro de esa dureza todavía queda un remanente sensible (¿su corazón?). Le pregunta a Jane -¿Queda aún esperanza? Ella responde -¿Esperanza, para qué? No hay duda de que él habla de su salvación.

Un poco más adelante, ella dice que teme decir estupideces, ya que la conversación se convierte en extremadamente enigmática para ella. Él le responde: -"Si usted las dijera, con ese aire tan suyo, tan serio y grave, yo las tomaría por sensateces".

Es aquí, en esta segunda conversación, cuando él recibe la inspiración: ella será su guía, su estrella matutina, su ángel salvador. Le habla a Jane con enigmas porque no puede ser explícito, pero le confía que a partir de ese momento, sus intenciones han cambiado: piensa pavimentar con buenas intenciones sus antiguos pecados, su antiguo camino al infierno. Sus compañías serán otras, otras sus prioridades. Ella se asusta un poco, pensando en nuevas tentaciones, pero él le asegura que no se trata de tentaciones, sino de inspiración.

El remordimiento no basta, dice Edward, hace falta reformarse. Edward quiere ser feliz, quiere fabricar el placer de la vida como la abeja fabrica la miel en el páramo. Abre los brazos, en una acción sin duda teatral, para abrazar este sueño: sueño de paz, de felicidad y de bondad que representa Jane.

Sin embargo, Rochester tomará de nuevo el camino equivocado, a pesar de todo lo que dice. Ocultará la verdad a Jane (su terrible, indecible secreto), intentará llevársela consigo sin tener derecho a ello. Pero ella los salvará a los dos. Su conciencia, esa conciencia que él denominará ’clara, impoluta, límpida’se impone para conseguir, más tarde, la redención de los dos, una vez unidos para siempre.

Cuando se despiden esa noche, aunque Jane no lo sabe, ya está en el corazón de Rochester para siempre.




Ninguna traducción hace justicia a esta maravillosa obra literaria cuyo lenguaje y cuyos diálogos inigualables tal vez jamás puedan ser vertidos con la debida fidelidad a ninguna otra lengua; pero, puestos a escoger os recomiendo, de todas las ediciones, ésta: Charlotte Brontë, Jane Eyre, Debolsillo, Barcelona, 2003, (Prólogo y traducción de Carmen Martín Gaite).


Esta versión de Jane Eyre para la BBC (1973), a pesar de sus defectos de producción (debidos a la época), es la más fiel al libro, y la que mejor refleja las personalidades de los dos protagonistas principales. Los actores son Michael Jayston y Sorcha Cusack. En esta escena podemos ver escenificada parte de la primera conversación Rochester-Eyre:


Y la segunda conversación, que comienza: -¿Me encuentra guapo, señorita Eyre?
-¡No, señor!

Premio blogger del día y mis preferidos

Premio blogger del día y mis preferidos

Mi amigo Ramon Balcells de El 7ºarte me ha concedido este simpático premio, cosa que le agradezco mucho. Es verdad que conmigo comenzó a hacer sus pinitos, pero qué no ha hecho Ramon después. Su increíble y precoz talento todo lo podrá, y si no, al tiempo.

Las normas de este asuntillo, son, según Ramon:

* El premio debe ser atribuido a los blogs que se consideren buenos blogs y que uno acostumbra visitar regularmente y deja comentarios.

* Cuando se reciba el premio se debe escribir un post indicando quién fue la persona que te dio el premio y su respectivo link a ese blog.

* Una etiqueta al premio

* Indicar 7 blogs que recibirán el premio.

* Se debe exhibir orgullosamente la etiqueta del premio, preferentemente con el link donde se habla de él.

* (Opcional) Si quieres dar publicidad a la criatura con demasiado tiempo libre para hacer el premio o que tuvo la idea de inventar el premio, o sea Skynet, el autor va a estar muy agradecido.


Mis blogs preferidos son (sin orden ni concierto):


* Clara. Un espacio donde la poesía más pura y más auténtica nos deja siempre con el corazón en un puño. De Luis Fernando Giucich.

* Mujeres de Roma. Un blog dedicado a la buena literatura, a la recreación de un mundo excepcionalmente vivo gracias a su autora. De Isabel Barceló.

* El café de Ocata. Movido café en donde todos los temas, filosóficos, políticos o personales tienen cabida salpimentados con la hospitalidad de Gregorio Luri, el amo del café.

* Mínimas, de Luis Bardamu. La inteligencia y la sensibilidad de todo un señor que escribe como dios.

* Retroklang. Ferre nos dedica desde A Coruña sus estupendos, completos, exhaustivos y amenos posts sobre música, sobre cómic, sobre cocina y muchos otros temas.

* Darle a la lengua. Profesor y excelente divulgador de las TIC en la enseñanza, Felipe Zayas es un referente para mí, profesionalmente.

* El lamento de Portnoy. El blog indispensable para todo lector. Amigo Portnoy ¿qué sería de nosotros sin Su Merced?


Ramon, de nuevo, gracias.


Suite inglesa de Julien Green

Suite inglesa de Julien Green

Los lectores fieles a este blog habrán podido notar (aunque indirectamente), que estoy en una de mis etapas literarias recurrentes: la literatura inglesa del siglo XIX. Por una revista, me enteré que se había reeditado este libro, en sus tiempos, traducido y publicado por Jesús Aguirre, un hombre cuya cultura enciclopédica sólo podía ser superada por su petulancia (no sólo enciclopédica sino también universal). Pedí el libro, y mi librera, Pilar me lo ha regalado. Es un precioso volumen de tapa dura, bella y cuidada encuadernación, perfecta impresión: en fin, una delicia que se merece este pequeño librito, originalmente publicado en Londres en 1928. Julien Green es un escritor franco-americano, autor de una serie de obras muy interesantes entre las que destacaría su Leviatán, Green fue elegido miembro de la Académie Française. Como Lytton Strachtey, Green posee una gran capacidad de síntesis y mucha elegancia y amenidad, traspasada por el traductor a nuestra lengua con total perfección.

Los retratos que hace Green son perfectos en estilo y en esencia porque consigue capturar los rasgos más singulares de cada uno de los personajes escogidos y nos adentra en su intimidad, en sus penas y delirios y sus miedos o sus fobias. Green nos hace entrar en el alma de cada uno de sus retratados por la puerta de su dolor sin condenarnos a un sólo segundo de aburrimiento: tan límpida y graciosa arde la llama de su prosa.

La Suite comienza con una exploración de la vida y la fama de Samuel Johnson (1709-1784), y lo hace recordándonos la paradoja de que Johnson haya sido conocido por los siglos que han seguido, fundamentalmente, gracias al libro de otro: James Boswell, su fiel biógrafo y no verdaderamente porque su prosa se pueda leer actualmente más que como ejercicio escolar .(Por cierto que la famosísima biografía de Johnson hace poco más de un año que fue reeditada entre nosotros por Acantilado, y ya va por su segunda edición).Green nos retrotrae al momento en que Boswell, entonces de 23 años, conoce a Johnson y decide dedicarle la vida entera. Desde ese momento, ni uno sólo de los momentos de Johnson es un momento íntimo: se vive para la posteridad, para la posteridad de la biografía que >Boswell arma con toda la paciencia y el amor del mundo. Por lo ue toca a Johnson, erudito, luchador, incansable investigador, su nombre ha quedado en el siglo de los Fielding, los Richardson o Goldsmith como el del rey de la literatura inglesa de su tiempo y único autor de esa monstruosa y extraordinaria hazaña que es el Diccionario de la lengua inglesa.

Uno de los primeros libros de arte que compré cuando era una jovencita fue el Matrimonio del cielo y del Infierno de William Blake. La poesía y el arte en hermandad (y el genio). De este ángel o demonio u hombre sólo exteriormente, también se ocupa Green, describiendo su vida en medio de esas alucinaciones místicas o trascendentales, su extraño empeño por ilustrar sus libros con acuarelas y dibujos originales, y por imprimir él mismo esas raras joyas bibliográficas. Blake pertenece a una estirpe muy reducida, muy exclusiva, donde apenas entrevemos a John Donne y a San Juan de la Cruz. Tal vez Rimbaud. Green nos seduce con la descripción de su personalidad incomparable, al tiempo que nos recuerda las obras de Blake que se han perdido, quizá para siempre.

Charles Lamb (poco conocido entre nosotros), Charlotte Brontë ( y el enigma de su vida con relación a su obra), y Nathaliel Hawthorne, ese puritano capaz de conmovernos con La letra escarlatacompletan el volumen. Todos los retratos se ajustan a la línea que ya he señalado: la elegancia, la comprensión del sujeto y la descripción de su mundo más íntimo y más vulnerable.

Se trata de una obra deliciosa, que no hay que dejar pasar si uno es admirador de la literatura inglesa.


Julien Green, Suite inglesa (Trad. Jesús Aguirre), Barcelona, Ariel, 2008. (Ilustrada).

Arielle Dombasle: Ni norteamericana ni francesa: ¡chicana!


Me ha gustado mucho encontrar este video de Arielle Dombasle porque con qué gracia pasa a decir al entrevistador que puede sentirse francesa o norteamericana, pero que en realidad, en lo profundo es chicana y latinoamericana.

Ya me imagino el asombro del entrevistador.

Me ha gustado siempre mucho esta mujer, desde que la vi en Paulina en la playa. Nació en USA en 1953, pero creció en México, donde su abuelo era embajador de Francia. Después de la prematura muerte de la madre, la abuela es la que se ocupa de la educación de la cría y ahí empieza la afición al canto, a la danza y al teatro. Arielle se instala en París en 1976 y debuta nada menos que con Perceval el Galo de Erich Rohmer, que, como he dicho, la adoptará como su musa durante una década y media. Rohmer había escrito un guión veinte años atrás para Brigitte Bardot, pero tras tanto tiempo en el cajón fue a parar a manos de Arielle: Pauline en la playa. Vinieron también La buena boda y El árbol, el alcalde y la mediateca y La rodilla de Clara.. Arielle se convierte en la musa de otros intelectuales, de Robbe-Grillet a Peter Handke o Raoul Ruiz, especialmente en Fado y en Las almas fuertes. Con todos ellos ha rodado varias películas.

Sin embargo, es también una genial cómica, como demuestra en sus colaboraciones para la saga de los Ásterix, al lado de Depardieu, con quien también ha filmado Vatel, por ejemplo. Ha sido compañera de rodaje de Johnny Depp en El Libertino y, en fin, su filmografía abunda en títulos extremadamente minoritarios y también ampliamente populares.

A mí me ha gustado especialmente en las de Rohmer y en L’ennui, de Cédric Kahn. Desde el 93 está casada con el filósofo Bernard-Henry Lévy.

Tilda Swinton

Desde que vi el Orlando de Sally Potter me fascinó Tilda Swinton. Su hermosura es distinta a la de otras actrices: puede ser angelical o perversa, masculina y femenina, blanca y oscura. Su trayectoria al lado de Derek Jarman (con quien filmó hasta su muerte), fue sencillamente, espectacular. Es una actriz independiente, heterodoxa, iconoclasta, que ha navegado casi continuamente bajo banderas corsarias.

De su filmografía destacaría todas aquellas películas suyas con Jarman; Caravaggio (1986) The Last of England (1988), Blue (1993) (voz) Wittgenstein (1993) y Edward II (1991). Después, su interpretación de Orlando (1992): no creo que sin ella, Sally hubiese podido hacer una película en la que todo se basa en que creamos que el personaje es primero varón y después, mujer. Tilda nació para ese papel. También, por ser totalmente diferente de las anteriores, destacaría su actuación en Young Adam (2003), además de su excepcional trabajo en Stephanie Daley (2006), y por supuesto, en Michael Clayton.

No he visto todas sus películas, pero me identifico con su idea del cine, con su criterio para elegir las películas. Brilla en todos sus papeles. No se la puede comparar con ninguna otra actriz, no por ser superior a todas, sino porque ella tiene una filosofía de su arte, además de lo que se tiene que tener para sobresalir en su oficio.

El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser, de W. G. Sebald

El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser, de W. G. Sebald

Los que amamos el silencio, amamos a a Walser. Wlaser o la literatura del silencio. Walser, afirma Sebald, sólo estuvo unido al mundo de la forma más fugaz. Walser nunca tuvo nada ni a nadie. Pero tuvo la firmeza, la fueza, la obsesión de la escritura.

Yo puedo imaginar cómo esa grafomanía que lo llevó a llenar con su minúscula letra decenas de miles de folios debió constituir para él el único mundo, con su infierno y su cielo.
En este pequeño volumen delicioso, Sebald repasa los avatares de la desdichada vida de Walser y explica de qué forma tan milagrosa su obra se salvó del olvido y pasó a formar parte de nuestro universo. Cuántos Walsers no habrá por ahí, surge la pregunta...

Pero Sebald introduce también un elemento biográfico: la muerte de su abuelo y la de Walser son similares e incluso, Walser y su abuelo se parecen. Murieron el mismo año: 1956. Me resulta curioso este dato, porque, habiéndolo leido miles de veces, al leer a Sebald me he dado cuenta de que cuando yo tenía 6 años, Walser murió. Y me resulta extraño porque al leerlo, siempre me remito a un mundo intemporal, onírico, por lo que me resulta difícil pensar que Walser y yo estuvimos seis años en el mismo planeta.

Lo que más admira Sebald de Walser es su inmensa modestia, su pobreza exterior, su capacidad de asumir el desprecio de los otros.
No hay nada fatuo o prescindible en este libro: es un sincero homenaje a un escritor sincero.
Un pequeño volumen editado primorosamente por Siruela, traducido del alemán por el extraordinario Miguel Sáenz e ilustrado,

Si eres un amante de Robert Walser, este librito te resultará indispensable.


W.G. Sebald, El paseante solitario. En recuerdo de Robert Walser, (trad, de Miguél Sáenz), Siruela, Madrid ( Biblioteca de Ensayo, serie menor), 2007.


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María de Lourdes canta Cielo Rojo de los Hermanos Zaizar.

arteyliteratura: tres años

arteyliteratura: tres años

Cuando comencé esto, no pensé si duraría o no. Ya hace tres años. No me arrepiento.

Se impone un pastelito.

Impasse

Estoy en un momento de la vida en la que sólo puedo hacer lo que quiero: no lo que debo.

Afinidades

Afinidades

(Para Bardamu)

Ando paseando la mirada distraída por las fotos de un blog. Pronto me paro a contemplar, con escalofríos, dos que están juntas: las de Thomas Bernhard y Paul Celan.
Y qué miedo me da, a ratos, esto del Plan...
Tanto como buscar a los que aparecen en las fotos que conserva Julien Davenne en La habitación verde:temo encontrar mi propia fotografía.


Lectura y escuela

Lectura y escuela

Estos días he estado leyendo algunos libros que considero que pueden convertirse en lecturas para mis alumnos de Primero de ESO. Hemos tenido problemas con la Editorial Anaya, porque clásicos que los chicos leían este curso, como El príncipe y el mendigo, de Dickens, Primer amor, de Turguénev o El prisionero de Zenda de Anthony Hope, que pertenecían a la colección Tus libros, han sido descatalogados. Aparentemente, porque la colección está cambiando las portadas duras por unas nuevas, blandas. En realidad, se va imponiendo desde hace mucho la moda de los libros de usar y tirar, libros ’juveniles’ que no tienen sustancia, o que tienen moraleja y carecen de méritos literarios. Libros sin estilo y sin valor, olvidables. Libros que nunca me han interesado como lectura para mis chicos. La idea de que los chicos lean estos librillos y se ’enganchen’ a su lectura por su sencillez y su simplicidad siempre me ha repugnado. Creo sinceramente que aunque los clásicos sean más difíciles, aportan algo, aunque aunque sea una semilla de algo, a las almas de mis criaturas pequeñas.


Ha caído en mis manos una obra de Ian McEwan: En las nubes (Anagrama), que creo que les puede gustar y estoy considerando agregarla a la lista de los libros que pueden leer en el tercer trimestre. Mi librero, Ferran, me ha dicho que le gusta que yo crea en la capacidad de lectura de mis chicos. Si no creyera yo en ella...apaga y vámonos, he pensado.
El libro está narrado por un adulto Peter Fortune, que rememora las metamorfosis que tuvo de los 9 años a los 12, gracias a su imaginación. Convertido en gato, en muñeca mala, en bebé o en adulto, Fortune experimentó en su propio cuerpo tales metamorfosis vivamente, y a través de ellas comprendió el mundo. Su imaginación lo llevaba lejos de la realidad, pero sólo para entenderla. Es un libro hermoso, poético, a ratos terrorífico. Cada capítulo narra una de esas metamorfosis, que finalmente constituyen el proceso de crecer. Crecer poéticamente, creando un mundo tan rico de sensaciones que deja chiquito el mundo real, tan rutinario, tan superficial, lleno de puras apariencias.

El otro libro que he estado considerando es el de Frances Hodgson Burnett, El jardín secreto (Siruela), que narra la historia de una niña decimonónica, dura de corazón y que ha crecido en la India, y que, a la muerte de sus padres, pasa a la tutela de su tío político, un noble jorobado y desdichado cuya vida es un infierno. Trasplantada a la vieja mansión de los páramos, la niña comienza por fin a ser mejor, al calor de la compañía de una criadita cariñosa, primera que la considera como persona, y de su hermano Dickon, conocedor de los secretos de los pájaros y de los animalillos del páramo. Al cabo de un tiempo, Mary descubre la existencia de un primito de su edad, confinado en sus habitaciones. Solitario, privado de amor, como ella. Poco a poco, los niños van creando su propio mundo, y como resultado de ello, ambos se redimen de su dolor, de su abandono, de su enfermedad nerviosa. En el jardín secreto, las plantas florecerán como sus pequeños jardineros. Y la felicidad por fin podrá establecerse en la vieja mansión.
Se trata de una novela que algunos han comparado con Cumbres Borrascosas: gótica, oscura, misteriosa, extraña. Y hermosa.

Por otra parte, en Bachillerato sobrellevamos como podemos las absurdas pretensiones de quienes nos prescriben las lecturas. Y nada menos que nos ordenan leer en el curso de 2º de Bachillerato (Literatura de Modalidad), fragmentos de El Quijote, El caballero de Olmedo, de Lope de Vega, Los pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán y Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Me pregunto con qué criterio ( o ausencia de criterio), se obliga a los alumnos a ’zapear’ por las dos partes de El Quijote en una treintena de capítulos que no siguen la historia, sino que la trocean, haciéndola verdaderamente incomprensible, para luego pasar al inabarcable Lope. Y de ahí saltar al naturalismo español y luego a la literatura hispanoamericana del XX. Me pregunto a quién se le ha ocurrido que la inmensa novela política y psicológica de doña Emilia y la genial obra de Gabo puedan leerse así, en un curso en el que vamos de las jarchas a la literatura contemporánea en 9 meses. Estoy convencida que hay que luchar contra esta tendencia mutiladora de la educación que nos quiere obligar a dar nombres y títulos en una interminable lista sin sentido; que hay que luchar contra la superficial manía de amontonar obras en una frágil tentativa de dar un ’barniz’ de ’cultura’ a los muchachos. Me siento obligada a hacer calas, a profundizar en lo posible, pero ¿cuánto tiempo tengo? Muy poco, pero no quiero hacer una lista de la compra con estas obras.


El programa de Primero de Bachillerato incluye las lecturas de Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, que es una obra de humor surrealista y con toques racistas que hoy día ya no se entienden: una obrita prescindible; Amor y pedagogía de Unamuno, y las poesías de Antonio Machado. Ah ¡pero el programa de literatura de Primero de Bachillerato no es de literatura del siglo XX! Pequeño detalle que se ha escapado a Ensenyament. De modo que hay que situar estas obras al margen de lo que se está enseñando en el curso. Un despropósito.

Luchamos, en primer lugar, contra el sistema educativo. Para poder dar sentido a esto, para sacar de esto algo valioso y perdurable.

Jaime Sabines, No es que muera de amor, muero de ti

Jaime Sabines, No es que muera de amor, muero de ti


No es que muera de amor, muero de ti.

Muero de ti, amor, de amor de ti,

de urgencia mía de mi piel de ti,

de mi alma, de ti y de mi boca

y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mi, muero de ambos,

de nosotros, de ese,

desgarrado, partido,

me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,

en mi cama en que faltas,

en la calle donde mi brazo va vacío,

en el cine y los parques, los tranvías,

los lugares donde mi hombro 
acostumbra tu cabeza

y mi mano tu mano

y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire

para que estés fuera de mí,

y en el lugar en que el aire se acaba

cuando te echo mi piel encima

y nos conocemos en nosotros,

separados del mundo, dichosa,
penetrada, 
y cierto , interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos

entre los dos, ahora, separados
del uno al otro, diariamente,

cayéndonos en múltiples estatuas,

en gestos que no vemos,

en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre

que no muerdo ni beso,

en tus muslos dulcísimos y vivos,

en tu carne sin fin, muero de máscaras,

de triángulos oscuros e incesantes.


Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,

de nuestra muerte ,
amor, muero, morimos.

En el pozo de amor a todas horas,

inconsolable, a gritos,

dentro de mi, quiero decir, te llamo,

te llaman los que nacen, los que vienen

de atrás, de ti, los que a ti llegan.


Nos morimos, amor, y nada hacemos

sino morirnos más, hora tras hora,

y escribirnos y hablarnos y morirnos.

Cinco caballeros románticos que pueden matarte (accidentalmente) mientras duermes

1. Heathcliff (de Cumbres Borrascosas: Emily Brontë)

2. Edward Rochester (de Jane Eyre: Charlotte Brontë)

3. Drácula ( de la novela del mismo nombre: Bram Stoker)


4. Michael Henchard (de El mayor de Casterbridge: Thomas Hardy)

5.El doctor Frankenstein (Mary Shelley)


Danzón, de María Novaro


(Esta reseña contiene spoilers)

Ayer, en clase de Literatura de Bachillerato, leíamos (casi representábamos), El Caballero de Olmedo de Lope de Vega. Una de mis alumnas comentó que ojalá estuviéramos en aquellos tiempos, porque el cortejo había desaparecido y hoy todo es tan prosaico y tan sin gracia. Le recordé que antes las mujeres no se casaban por amor, que cuando tenían relaciones sexuales no tenían medios anticonceptivos y después podían morir de parto. Aun así, la idea de cortejo les pareció mejor que lo que ellas viven hoy. Esto me recordó la película de María Novaro, Danzón.

El danzón es un baile criollo, fundamentalmente cubano, en el que un hombre y una mujer bailan enlazados, pero a distancia; en el que las miradas no son francas, sino sesgadas: los danzantes se miran de refilón. Los pasos son cortos: se dice que el danzón se puede bailar sobre un pañuelo. La mano del hombre sujeta con delicadeza la cintura de su pareja. Es una danza muy propia de México, en donde el cortejo todavía existe, tal vez porque no hay tanto escepticismo. Digo esto porque creo que una de las características europeas con las que menos me identifico es ese escepticismo y ese cinismo europeo que parece consustancial a su ’civilización’. Todo ese escepticismo rechaza cualquier signo de sentimentalismo. Y el cortejo, o es sentimental o no es. Y el cortejo exige pudor. Es imposible cortejar con cinismo o escepticismo.

María Novaro, cineasta mexicana, escribió y rodó Danzón en 1991. La película cuenta con el reparto perfecto: María Rojo, Carmen Salinas, Tito Vasconcelos o Margarita Isabel... y cuenta la historia de una mujer trabajadora (Julia) que lo deja todo para buscar a su pareja de baile, que ha desaparecido súbitamente. Julia y él sólo se han encontrado, durante años, para bailar. Ella sabe muy poco de él: solamente que es cocinero. Por amistades comunes se entera de que su huida se debió a una injusta acusación de robo y se dirige a Veracruz a buscar a su pareja sin otra referencia que su amor por el danzón. Julia deja su pasividad ante la vida, sus asumidas expectativas de trabajo y de vida, para buscar, activamente, al objeto de su deseo: esa pareja de la que sabe tan poco, y sin embargo, que le ha dado tanto durante esos años de compartida pasión por el baile. Julia, dejando de lado la protectora actitud hacia su hija adolescente, la deja encargada en casa de sus amigas y en su viaje a Veracruz reencuentra, poco a poco, y con ayuda de doña Ti. la Colorada, del guapísimo Rubén (factor del puerto), y de una amiga travesti, su femeneidad, su ser femenino: seductor, fresco, sensual y honesto.

La búsqueda no es, pues, infructuosa, a pesar de que no encuentra a Ramiro, un caballero serio, callado, elegante y atento, al que descubre que ama cuando está tratando de encontrarlo.

De vuelta a la capital de la república, la primera noche que vuelve al salón donde suelen danzar, Ramiro reaparece. Él sabe que ella lo ha estado buscando: sabe pues, que lo ama. Por fin, ambos se pueden mirar a los ojos. No hacen falta las palabras: la toma del talle para bailar con ella.


Danzón. Directora; María Novaro. Guión: María y Beatriz Novaro; Reparto: María Rojo, Blanca Guerra, Carmen Salinas, Tito Vasconcelos, Margarita Isabel, Víctor Carpinteiro.Producción: Jorge Sánchez, Miguel Necoechea, Dulce Kuri, Tlacateotl Mata. Fotografía: Rodrigo García. Edición: Nelson Rodríguez, María Novaro, con la colaboración de Sigfrido Barjau. Música: Danzonera Alma del Sotavento, Danzonera Dimas de los Hermanos Pérez, Marimba La Voz de Chiapas, Pepe Luis y Felipe Pérez; canciones: Felipe Pérez, Pepe Luis, Agustín Lara y Consuelo Velázquez. Sonido: Nerio Barberis, (México, 1991).


(En el video, la escena final, la del reencuentro)

Otra vez

Otra vez


No puedo reclamarte las palabras que te robé, ni pedirte que me digas aquellas cosas que dejé que olvidaras.
En mi interior espero que recuperes aquello que te quité, que lo robes de nuevo, si es que te sientes con fuerzas para ello. Que entres en el lugar del que te expulsé otra vez, con la misma fuerza, con la misma discreta violencia.
No tengo miedo de tu espectro.

Le lecteur, de Pascal Quignard

Le lecteur, de Pascal Quignard

Primorosamente editado por Gallimard en esa colección de pequeños volúmenes sobria y sin una errata, que parece que estás en el XVIII, leo estos pensamientos de Quignard. Estos escritos, sobre la desaparición del lector en la lectura, sobre la familiaridad del lector con ese mundo de muertos que son los autores, y que paradójicamente están más vivos que muchos seres vivos pues nos hablan con sabiduría o con imaginación de cosas necesarias. Tantas veces me he sumergido en ese mundo circular de Quignard, en el que las ideas dan vueltas y vueltas sobre sí mismas, en el que los conceptos alcanzan profundidades peligrosas, que sólo es cuestión de poderlo leer (por así decirlo), cerrando los ojos, concentrándome en sus palabras y tratando de llegar ahí donde nadie más llega, cuando no hay nadie más en el mundo que esas palabras y yo.


Porque en verdad un lector es alguien que se olvida de sí mismo para sentir con el libro, para pensar con él y en él, borrando todo aquello que puede resultar un obstáculo: tiempo, circunstancia, sexo, incluso opiniones. Y todo lector renuncia al mundo para entrar en ese otro universo, buscando un espejo en el cual contemplarse para conocer. Sí. Esa aventura de leer.
Cualquier libro de Quignard me remite a Quignard y a mí misma, a mi ser más remoto y más solitario, más aislado y sin embargo, más vivo. A mi ser pensante, cuyas remotas oscuridades ni yo misma conozco. Leer puede ser una road movie en la que uno viaja hacia afuera o hacia adentro con el otro, que pilota: el escritor.


Y el escritor Quignard escribe de manera que sus palabras no pueden ser cambiadas o glosadas. Escribe con la precisión de la poesía, que nos obliga a la literalidad. Por eso es imposible reseñar un libro de Quignard. Lo que él dice es el cómo lo dice, y cualquiera otra formulación traiciona su pensamiento y con él, el sentimiento de su lector. Lo que el lector aprehende de él sólo puede ser dicho palabra por palabra.


En ese mundo despoblado, silencioso de Quignard es donde yo soy más yo: leyendo a otro. Paradoja que explica por sí misma lo que significa ser un lector: alguien que da vida a esa cosa que espera, muerta y callada, a que le den vida: el libro. Mientras que el libro vive dentro del alma del lector, éste está muerto para la vida y sólo vivo para el libro.

Vous souvient-il d’un prêche que Claude de Marolles, vers le milieu du XVIII siècle, fit au sujet de la lecture?

Il décelait dans la pasion de lire un péril mortel pour l’âme du lecteur; la lecture était un rapt d’âme. Cet enlèvement, aux yeux du Créateur, équivalait à une perdition totale et ne durât-elle que le temps que durât la lecture, les flammes de l’éternité ne pouvaient laver ce péché (cette métamorphose extraordinaire, monstrueuse, au regard du statut de notre condition), ne pouvaient pas régénérer ce mort. (p.29).

Recordáis la prédica que Claude Marolles hizo hacia mediados del siglo XXIII como tema de la lectura ?
 Él descubrió en la pasión de leer un peligro mortal para el alma del lector: la lectura era un rapto del alma. Este robo, a los ojos del Creador equivalía a una perdición total que no duraba nada más que el tiempo que perduraba la lectura, el fuego y la eternidad no podían lavar este pecado ( esta metamorfosis extraordinaria, monstruosa de la mirada del estatus de nuestra condición ), no podía regenerar esta muerte. ( p. 29 ).

(...)

Son tombeau? un auditorium muet et étrange: son corps. Le visage abîmé. Le corps pesant, assis ou affaissé, corps témoin opaque et lourd ainsi qu’en termes de marine flotte immuable et fixé, sous bruine infranchissable, dans l’océan, le repère du "corps mort".
Enfin, le souffle rare. La vie à demi vive, les apparences de la mort. Le silence du lecteur. (p.34-35).


¿ Su tumba ? un auditorio mudo y extraño sin cuerpo. El rostro ajado. El cuerpo pesado, sujeto o abatido, cuerpo testimonio opaco y pesado, tanto como cuando en términos marinos algo flota inmutable y fijo bajo la llovizna infranqueable en el océano, la marca de la muerte. En fin, la respiración rara. La vida a medias viva, la apariencia de la muerte. El silencio del lector.(pp. 34-35).

.

Pascal Quignard, Le lecteur, Gallimard, París, 1976.

(La traducción es de mi amigo y compañero, Gonçal Tomás)

La televisión pública, una comparación



Dado que esta semana he estado enferma y como no me gusta abundar en este tema (a pesar de que conozco blogs que no hablan de otra cosa que de enfermedades y recetas de forma verdaderamente impúdica), y como tampoco he podido leer a causa de la gripe, he dedicado los ratos de vigilia a repasar las series de la BBC o de la PBS (Public Broadcasting System), y de su Masterpiece Theater: series que adaptan los grandes clásicos de la literatura, preferentemente victoriana. Lo hice a tenor de mi reseña de Jane Eyre: una producción de 2006 que costó cuatro millones de libras y que constó de cuatro capítulos de una hora.

Creo que la televisión pública española ha fallado siempre como vehículo educativo. Nunca se ha planteado como necesario dar una pincelada de cultura a los televidentes. Si se han adaptado obras literarias, ha sido a salto de mata, sin una línea clara, esporádicamente. No creo que se hayan gastado nunca el equivalente a cuatro millones de libras en ninguna serie de estas características.

A bote pronto, recuerdo las adaptaciones de Los gozos y las sombras, de Gonzalo Torrente Ballester, Los pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán, una lejana y creo que barata producción de Fortunata y Jacinta de Galdós, y más recientemente (pero de eso hace ya algunos años), una versión de La Regenta, la obra maestra de Leopoldo Alas, Clarín.

Por tanto, no es extraño que, poseyendo una de las literaturas más potentes de Europa, los españoles ignoren casi todo sobre sus clásicos. Siempre me he preguntado por qué nunca se han hecho versiones televisivas de las Novelas Ejemplares de Cervantes, con lo deliciosas que son, o de las Leyendas de Bécquer (mientras que los anglosajones no han dejado de llevar a las pantallas grande y pequeña a Edgar Alan Poe). Ya no hablo de Lope, Calderón o Ruiz de Alarcón...

En Inglaterra, cualquier ente medianamente avispado sabe quién es Mr, Darcy. Me pregunto cuántos sabrían aquí quién es el Magistral,

La televisión puede llevarnos de la mano hacia la obra. Una buena serie, una buena adaptación es una invitación a la lectura.

En cuanto me he metido un poco a investigar las versiones de Jane Eyre, encuentro que se han hecho, para la televisión y solamente por lo que toca a escritores victorianos, media docena de ambiciosas adaptaciones, todas ellas con sus cualidades y defectos. Veo también versiones de obras de Thomas Hardy (El mayor de Casterbridge, Tess la de los Uberbille), de Emily Bronté, Cumbres Borrascosas, de Anne Brontë, La inquilina de Wildfell Hall; de Jane Austen, varias y hermosas versiones de Emma, de Persuasión, de Orgullo y Prejuicio, de Northanger Abbey, de Sentido y Sensibilidad. También están las adaptaciones de obras del gran Dickens: Nicholas Nickelby, David Copperfield, etc. Todo esto, sólo referido a un período: el de la prosa victoriana que coincide con la del Realismo español. Una época feliz para la literatura española, en la que Clarín, Galdós, Pardo Bazán, Pereda e incluso Valera podrían compararse con cualquier Balzac o Dickens ¿Y qué me dicen de Unamuno? Sus novelas darían maravillosas horas de reflexión y de entretenimiento. Ibsen no era mejor.

Todo esto, me temo, no sólo está relacionado con la falta de una meta educativa en la televisión pública española: también abarca otros campos: está relacionado con la falta de preparación de los actores en el mismo tema. Las obras clásicas españolas, las grandes obras, no son llevadas al teatro. Aquí nadie o casi nadie sabe decir el verso, aparte del bueno de Flotats, criado a los pechos de la Comèdie Francaise y no pocos lo ignoran todo acerca de la literatura española según he podido ver en algún concurso donde exhiben su ignoracia en medio de risas y jaleos (me refiero al programa Pasapalabra, de Telecinco). ¿Y los guionistas, cuya joya de la corona son las series de Telecinco que miran mis alumnos, como Aída o Escenas de Matrimonio? ¿Dónde estarían los guionistas para las grandes adaptaciones?

Es preocupante que la televisión pública española no se sienta con la obligación de instruir deleitando, como quería Horacio.

No educar desde la televisión pública ¿es una estrategia?

N.B:El clip es de Jane Austen, Northanger Abbey (2008) No he podido poner ningún video de serie española, porque significativamente ¡NO HAY NINGUNO en Youtube!

Jane Eyre: sobre el personaje de Edward Rochester: Orson Welles y Toby Stephens


En 2006, y tras una cantidad ingente de mediocres versiones de la gran novela romántica de Charlotte Brönte, la BBC llevó a cabo esta miniserie.
De todas las versiones anteriores, la única que se sostiene por sus méritos es la que se filmó en 1944, con Orson Welles como Edward Rochester y Joan Fontaine como Jane. La firmaba Robert Stevens, pero en su oscuridad, goticismo y tenebrosa belleza neoexpresionista se adivina la mano prodigiosa de Welles.

Desde entonces, todos los Edward Rochester de la pantalla han estado por debajo de ese gran personaje masculino, entre otros, George C. Scott, demasiado estólido y cuadrado, Timothy Dalton, mediocre en sí mismo, incapaz de dotar a Rochester de su fiereza y ternura o William Hurt, completamente desangelado, frío y fuera del personaje...

Pero en este miniserie de 2006 encontramos a un Toby Stephens en Rochester (de casta le viene al galgo, pues es hijo de Maggie Smith).

Todas las obras literarias necesitan revisarse, y en cierto modo, actualizarse de tanto en tanto. Su lectura es múltiple y va de acuerdo con los tiempos.

La versión (excelente) de 1944, fruto de nada menos que de Aldous Huxley en el guión, pecaba quizá de una cierta timidez en cuanto a la pasión que unía a Rochester y a Jane, no haciéndola visible ante los espectadores excepto en momentos clave, y se personificaba ante nosotros en unos pocos besos apasionados, miradas ardientes y manos entrelazadas compulsivamente. En la versión de la BBC se nos muestra de mejor manera la pasión que une a estas dos almas solitarias, heridas: su unión no es sólo espiritual, es también física, y es por eso que el sacrificio que se impone Jane ( y que le impone al desdichado Rochester), es tan insoportable.

Que Jane se enamore perdidamente de Rochester parece bastante comprensible. Es un ser torturado por misteriosas y tremendas desdichas, un viajero impenitente, un cascarrabias capaz de la más sutil ternura. Un ser poderoso, que trata a la joven mujer como a su igual, que en cuestiones morales la sabe superior a sí mismo, y que confía en ella (y sólo en ella), ciegamente.

Rochester ve en la pequeña Jane la fuerza ética, la incorruptibilidad, la pureza. Como expresó muy bien Toby Stephens en una entrevista, Jane es prístina. Carece de la carga de oscuro pecado que él lleva sobre sus hombros. Y sin embargo, Jane es también oscura como él puesto que ha sufrido. Ha sido una niña huérfana de padre y madre, rechazada, reprimida por su tía Reed y por el internado; Jane ha sufrido la pérdida de su única amiga y por todo ello, Jane puede comprender a Rochester y Rochester a Jane, como si ’un hilo invisible atara su corazón al mío’.

El carácter, la personalidad de Rochester, qué reto para un actor. Ciclotímico y sereno, violento, rudo y también exquisito y tierno, anegado por la angustia de su pasado y a la vez capaz de enfrentarse ’ a la ira de Dios’ en su búsqueda de la felicidad con Jane. Sufriente y capaz de inocentes alegrías, como cuando sale con Jane a comprar vestidos para su luna de miel. Herido de muerte, vulnerable cuando se siente solo, cuando le pide a Jane ’No te vayas ¿quién me ayudará si tú no estás?’, y al mismo tiempo fuerte, viril, potente y decidido. Rochester, se nos dice, no es guapo, pero qué personaje más atractivo.

Para mí, el primero en encarnarlo después de Welles es Stephens, incluso cuando físicamente carece de esa estatura que hacía que Welles llenara toda la pantalla con su inmensa presencia. Stephens es pequeño, y sin embargo, su Rochester está lleno de grandeza. Todos los matices del dolor han sido interiorizados; transmite todo ese sarcasmo profundo de Rochester (que hace que se permita burlarse de su adorada Jane, cuando le indica, perversamente, que puede llegar a casarse con la vanidosa Blanche Ingram), pero sin hacerlo caer en la maldad. Le da una fuerza sexual que Welles transmitía también: Rochester es sexy, muy sexy. Y Welles y Stephens demuestran esa pulsión abismal, esa necesidad de hembra, pero también de alma, que se une en Jane para encarnar, como indica Rochester ’la otra parte de mi alma, la compañera de mi vida’.

Rochester es sin duda un icono de la masculinidad bien entendida. El hombre fuerte y débil, todopoderoso y vulnerable, rudo y tierno, distante y complaciente que todas desearíamos tener o por lo menos, haber amado alguna vez. Porque además, Rochester posee una cualidad : la fidelidad. Jamás veremos a Rochester gustar verdaderamente de la presencia de la hermosa y ambiciosa Blanche. Él sabe de quién es su corazón, y lo mantiene alejado de tentaciones mientras ama a Jane, es decir, desde ese primer encuentro, en medio de la niebla, en medio del páramo. Cuando ella ’se le aparece’ como una hechicera, haciéndolo caer del caballo.

Veo muy poco la televisión y no sé si en España se ha visto esta serie. Os recomiendo las dos: La indispensable Jane Eyre de 1944 y la Jane Eyre de la BBC de 2006.
Una y otra se complementan y nos invitan a la lectura de una de las grandes obras de la literatura universal, la Jane Eyre de Charlotte Brönte, esa extraña mujer que imaginó esa gran historia de amor que nunca vivió. Y que lo hizo magistralmente.

No me es posible enlazar directamente este fragmento con Welles, pero podéis seguir el enlace y verlo. Vale la pena.


Jane Eyre (USA 1944), Director: Robert Stevens, Guión: Aldous Huxley y John Houseman sobre la novela homónima de Charlotte Brönte. Música: Bernard Hermann, Fotografía: George Barnes.Reparto: Orson Welles, Joan Fontaine, Margaret O’Brien, Agnes Moorehead, Peggy Ann Gardner y Elizabeth Taylor (en el pequeño papel de Helen).

Jane Eyre (BBC, UK, 2006, miniserie en 4 capítulos), Directora: Sussanah White, guión: Sandy Welch, M´suca: Rob Lane, Fotografía: Mike Eley. Reparto: Toby Stephens, Ruth Wilson, Tara Fitzgerald, Francesca Annis, Claudia Colter.


Charlotte Brönte: Jane Eyre, Alianza Editorial, Madrid, 2006.

Volviendo a La Vida secreta de Pascal Quignard

Lo que Quignard me ofrece no son las palabras ni su sentido: es el rumor.
El rumor de algo indecible que está en mí desde hace mucho, pero que no ha sido nunca articulado. Un rumor que resuena como un río que fluye en en el interior de una caverna.