Les solidarités mystérieuses de Pascal Quignard
Cada nueva novela de Quignard es un reencuentro. Te conocemos, autor, te reconocemos. Sabemos que en estas páginas nos esperan placer y melancolía, nostalgia y dulzor. Sabemos qué vas a decirnos y esperamos que nos lo digas y con distintas voces. La antigua leyenda que nos contarás, aunque transcurra en el siglo XXI, es una leyenda ancestral y las voces, tercera y primera, están lejos y cerca del hecho narrado, fuera y dentro de la ficción, que es más real que lo real, que encontramos en la paradoja de que lo que nos dices está callado. Háblanos, pues, silenciosamente con tus palabras, que son también las nuestras, pero que no han sido nunca dichas.
En Les solidarités tenemos al narrador omnisciente que nos cuenta la historia de Claire en tercera persona; tenemos a Paul, en primera persona, que nos cuenta su vida y la de su hermana (a quien llama alternativamente Chara y y Marie Claire). Tenemos a los personajes de Quignard, que en la mitad de sus vidas (in mezzo del camino), huyen sin razón aparente, buscando una nueva vida o buscando olvidar su vida presente. La huida se muestra como la única salida a una desesperación que viene de muy lejos, que acompaña siempre al personaje, a la persona. Pero esa nueva vida está (o mejor dicho, se encuentra) siempre en el lugar donde estuvo la vida de antes: está en la vida infantil y en el despertar juvenil. Esa nueva vida es la propia vida pasada, la vida de antaño a la que hay que volver. Es de ahí de donde se sacan las fuerzas para seguir viviendo: en los propios orígenes.
Hay mucho en común entre Anne (de Villa Amalia) o entre el innombrado narrador de Vida Secreta con la Claire de Les solidarités mystérieuses: los tres huyen hacia el origen en una inconsciente búsqueda de éste a través del retorno a los lugares de la infancia, al reencuentro con el inolvidable primer amor en la omnipresencia de la salvaje naturaleza de la Bretaña francesa, al lado del mar, al pie del acantilado. Es Quignard quien vuelve una y otra vez a ese lugar donde fue. Y somos nosotros, sus lectores, quienes volvemos con él.
He leído algunas reseñas que señalan que el plural del título en realidad es un singular. Según esto, la única "solidaridad" en la novela es la que se establece entre Claire y su hermano Paul. Falso. La novela comienza con el reencuentro entre Claire y su antigua profesora de música, Madame Ladon, del mismo modo que en Vida secreta el protagonista rememora su primer amor por la profesora de música Némie (cuyo nombre lo dice todo: ella es nadie, ella es ella), personaje alrededor del cual gravita toda la obra. En Les solidarités, este encuentro entre Claire y Madame Ladon desvela la primera solidaridad: la antigua maestra de música acoge a la recién llegada (y huérfana temprana) Claire como a una hija pródiga. Le ofrece su casa, primero, y le cede su recóndita granja, después, para que Claire pueda encontrarse a sí misma en el silencio y la soledad. Para que pueda volver a su antaño (a su “Jadis”), hecho de naturaleza, mar, viento, tormenta, acantilado, arbustos, retamas, landas, espinos, conchas de mar, calas ocultas, piedras neolíticas, olores ancestrales, salvajes, de la infancia. Y Madame Ladon es indispensable para que Claire reencuentre primer amor, hermano, amigas infantiles, lágrimas, deseos, emociones, fuerzas y hasta a su hija, esa desconocida, esa abandonada. Madame Ladon es la madre perdida, y Claire es la hija encontrada. Así que no hay una sola solidaridad:
"Examinons les choses froidement. Tu n’as plus de mère. je ne sais pourquoiquand je t’ai revue, un jour de marché, sur la place de Dinard, juste devant l’affreux immeuble de la Poste, tu est arrivée dans ma vie comme ma fille. Tu vis dans une ferme qui est à moi, je veux dire par là qu’elle n’est pas à toi et que, si je meurs, tot devient compliqué pour toi si jamais tu souhaitais y rester" (p.85).
Como Anne Hidden de Villa Amalia, Claire camina incansablemente; como ella, encuentra en esta huida perenne que es la caminata interminable, un poco de paz. Más todavía, Anne está presente en la Navidad de 2007 en Saint-Énogat, donde su hermano Paul y su amante programan un concierto (al que sólo asisten 7 personas), en el que tocan piezas de Anne Hidden y de otros músicos (Bach y Unsuk Chin). Un guiño quignardiano que no pasará inadvertido a sus lectores.
El dolor de Claire es el dolor de Anne y del protagonista de Vida Secreta. Es y será una herida siempre abierta, una ansiedad, una angustia, una mudez, un aislamiento, una pérdida nunca compensada, nunca aceptada. Es un vacío de amor. Una ausencia. Es un recuerdo vivo y sangrante, un recuerdo que se vive cada hora, cada minuto, en presente. Otra paradoja.
¿Quién no sueña con volver a la infancia, a la casa perdida, al jardín secreto que habitamos, y que nos habitó de niños, aunque sea para morir allí? Yo sé quién sueña con todo esto: los lectores fieles de Quignard, que en la lectura de sus obras buscamos ese camino de regreso al lugar de la inocencia, previo a la palabra, húmedo, lleno de árboles, poblado ahora de fantasmas, de amores perdidos o muertos, de muertos que insisten en vivir dentro de nosotros y que nos visitan, como la esposa del señor de Sainte-Colombe en Todas las mañanas del mundo. Los lectores quignardianos, con su libro en la mano, vivimos durante unas horas aislados del mundo, en el acto íntimo y ceremonial del retorno, muertos para todo, menos para la lectura: purificados por ella, y llenos de emoción, como habitantes de una de las Quimeras de Nerval, bajo el cielo negro de la melancolía.
Pascal Quignard, Les solidarités mystérieuses, Gallimard, París, 2011.