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Isadora Duncan y Sergéi Yesenin

Isadora Duncan y Sergéi Yesenin “Isadora Duncan y Sergéi Yesenin”
Carola Stern
Muschnik editores.
Barcelona, 2001

Por Gabriela Zayas.
Fascinante historia de dos artistas revolucionarios: Isadora Duncan, la mítica creadora de la danza moderna (indispensable su autobiografía: “Mi Vida”), y el poeta ruso por excelencia Sergei Yesenin.
Por separado, la vida de Isadora ya es de por sí materia novelesca: su bohemia infancia y juventud, sus danzas semidesnuda y descalza, su sueño de reencarnar la naturaleza en el movimiento, su fe en el amor libre, la muerte de sus pequeños hijos, precipitados dentro de un coche en el Sena. Sus éxitos mundiales. Su extraña muerte en Niza, a bordo de un Bugatti descapotable, estrangulada por el largo y vaporoso “echarpe” que abrazaba su cuello. El mundo mitológico de Duncan es el mundo de Sarah Bernhardt, de Diaghilev, de Bernard Shaw: un mundo desaparecido, donde las “celebridades” eran artistas verdaderos, cuyas aportaciones hacían del arte de su tiempo un campo de experimentación.
Isadora Duncan, ya en su madurez, busca en la Rusia revolucionaria el aliento de su propia lucha: un arte por y para el pueblo, alejado de las convenciones de lo clásico: nuevo, orgánico y libre, como la propia sociedad que (sueña) está naciendo en la nueva Rusia.
Ahí encontrará al ángel rubio, mezcla de campesino rudo de la estepa y de Rimbaud atormentado que era Sergéi Yesenin. Diecisiete años más joven, gamberro, destructivo, borracho y maltratador, pero poseído por las musas. Probablemente bisexual, sus excesos con el alcohol y una posible epilepsia le equiparan con otros creadores como Dostoievski, Edgar Alan Poe, Scott Fitzgerald o Jack London, pero su poesía lo coloca en el olimpo de los grandes poetas rusos como Pushkin, Gogol o Máximo Gorki, quien le admiró profundamente. En él, Isadora encuentra el hijo que perdió y el amante mudo que todas hemos soñado. La pasión entre ellos se produce sin que puedan intercambiar palabra: Yesenin no habla ni francés ni inglés ni alemán. Duncan no conoce la lengua de Tolstoi. Así que, impelidos ambos solamente por la sexualidad o por el instinto, vivirán una pasión llena de altibajos: ternuras y violencias, cuidados y maltratos. Tiranías y dulces retahílas sin sentido. Viajan por Europa: París, Berlín, Venecia son algunos de los escenarios en que Yesenin, torturado, destrozará muebles y cuadros en las lujosas suites de los mejores hoteles como cualquier moderno cantante de rock, mientras Isadora paga las facturas y mece a su niño una vez pasada la turbiedad de la borrachera y del “delirium tremens”
Finalmente, la vuelta a Rusia y las palabras de Duncan “He devuelto el niño a su patria y ya no tengo nada que ver con él”. La renuncia de Duncan acendrará la tortura del poeta que, tras diversas angustias (duda de su importancia como poeta, duda de la importancia de la poesía en un mundo tal), terminará suicidándose, no sin antes escribir con su sangre un último poema:

Hasta pronto, amigo mío, hasta pronto.
Te llevo, querido mío, en el corazón
Esta separación predestinada
Nos promete un encuentro en algún otro lugar.

Hasta pronto, amigo mío, no sufras, no te lamentes.
Sin estrechar tu mano me voy y sin palabras.
En la vida, morir no es nada nuevo.
Ni es nada nuevo vivir.

1 comentario

kleine -

Una disculpa que mi comentario no sea referido al tema. Tienes algo referente a Remedios Varo?. Me encantaría saber de ella. Dejo mi mail. Gracias y buen blog!