Méliès, pintor y dibujante
Motivada por el muy acertado artículo que Óscar ha dedicado al cine de Méliès en su página web El Parnasillo, compré el DVD del pionero francés. Hay muchísimas cosas del cine que ignoro, y mi amistad con Óscar afortunadamente me da este tipo de sorpresas, aunque me dé otras también, menos encantadoras.
Al ver la obra de Méliès con detenimiento, (claro que había visto fragmentos antes, como todos, pero sin prestar demasiada atención), me he dado cuenta de la tremenda carga de industriosidad y de trabajo en sus obras. Todo el proceso de hacer cine artesanalmente es asombroso. La cantidad de trabajo que se tomó Méliès, las horas que invirtió y el talento...
Méliès debió sentirse poseído por ese espíritu mortal de la pasión compulsiva, que hace que uno se dedique exclusivamente a algo a todos horas, poseído del espíritu de la creación: espíritu mordaz y cruel la mayoría de las veces, que pide siempre más, y más, y que termina consumiéndonos. En su caso, ese algo era un montón de cosas cuya finalidad era conseguir unos cuantos metros de película. Para ello, Méliès dibujaba, diseñaba, cortaba y pintaba unos decorados absolutamente impresionantes, tomando en cuenta la perspectiva y las dimensiones del estudio donde grababa, el diseño del vestuario y su manufactura, la utilería y la tramoya (sacados, no me cabe duda, de los hallazgos del Versalles de Luis XIV, tan revolucionarios en su tiempo), la elaboración del guión, la actuación, la edición, y finalmente, el coloreado de los fotogramas.
No sólo resulta un trabajo hercúleo por su diversidad y por su extensión, sino también por la belleza conseguida.
Como pintor, Méliès me ha alucinado por su destreza, su creatividad y su imaginación. Toda en blanco y negro, usando todos los matices de grises, la obra pictórica de Méliès resulta importante por sí sola. Y supera, con mucho, lo que podríamos llamar una excelente escenografía. Sucede en menor medida con los dibujos de Bécquer: resultan asombrosos porque no se trata de un talento aislado, sino porque viene envuelto en otro u otros talentos igualmente sobresalientes.
Ese trabajo de Méliès, cuya finalidad era únicamente formar parte de la película, un trabajo que como pintura era fugaz, aunque como escenario estuviese destinado a perdurar, me conmueve. Ese espacio lleno, esas palmeras, esos riscos, esos edificios, hasta esas mesas y sillas cuasi surrealistas de puro poéticas: esa otra verdad del arte, no fotográfica sino evocadora, apabullan por su cantidad y por su poder metafórico. No me extraña que para sus creaciones, que eran pura imaginación, pura creación emocional, Méliès desdeñase casi siempre los decorados realistas. La realidad nunca puede sustitir la sugerencia que da el arte, Y arte son sus pinturas y dibujos, sus escenarios y sus fondos.
Os recomiendo revistar Méliès, ese genio de la pintura y del movimiento. Precisión y poesía son sus características principales.
Al ver la obra de Méliès con detenimiento, (claro que había visto fragmentos antes, como todos, pero sin prestar demasiada atención), me he dado cuenta de la tremenda carga de industriosidad y de trabajo en sus obras. Todo el proceso de hacer cine artesanalmente es asombroso. La cantidad de trabajo que se tomó Méliès, las horas que invirtió y el talento...
Méliès debió sentirse poseído por ese espíritu mortal de la pasión compulsiva, que hace que uno se dedique exclusivamente a algo a todos horas, poseído del espíritu de la creación: espíritu mordaz y cruel la mayoría de las veces, que pide siempre más, y más, y que termina consumiéndonos. En su caso, ese algo era un montón de cosas cuya finalidad era conseguir unos cuantos metros de película. Para ello, Méliès dibujaba, diseñaba, cortaba y pintaba unos decorados absolutamente impresionantes, tomando en cuenta la perspectiva y las dimensiones del estudio donde grababa, el diseño del vestuario y su manufactura, la utilería y la tramoya (sacados, no me cabe duda, de los hallazgos del Versalles de Luis XIV, tan revolucionarios en su tiempo), la elaboración del guión, la actuación, la edición, y finalmente, el coloreado de los fotogramas.
No sólo resulta un trabajo hercúleo por su diversidad y por su extensión, sino también por la belleza conseguida.
Como pintor, Méliès me ha alucinado por su destreza, su creatividad y su imaginación. Toda en blanco y negro, usando todos los matices de grises, la obra pictórica de Méliès resulta importante por sí sola. Y supera, con mucho, lo que podríamos llamar una excelente escenografía. Sucede en menor medida con los dibujos de Bécquer: resultan asombrosos porque no se trata de un talento aislado, sino porque viene envuelto en otro u otros talentos igualmente sobresalientes.
Ese trabajo de Méliès, cuya finalidad era únicamente formar parte de la película, un trabajo que como pintura era fugaz, aunque como escenario estuviese destinado a perdurar, me conmueve. Ese espacio lleno, esas palmeras, esos riscos, esos edificios, hasta esas mesas y sillas cuasi surrealistas de puro poéticas: esa otra verdad del arte, no fotográfica sino evocadora, apabullan por su cantidad y por su poder metafórico. No me extraña que para sus creaciones, que eran pura imaginación, pura creación emocional, Méliès desdeñase casi siempre los decorados realistas. La realidad nunca puede sustitir la sugerencia que da el arte, Y arte son sus pinturas y dibujos, sus escenarios y sus fondos.
Os recomiendo revistar Méliès, ese genio de la pintura y del movimiento. Precisión y poesía son sus características principales.
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