La reedición del Teorema de Pier Paolo Pasolini
La burguesía nunca logrará convertir a todos los hombres en burgueses Cuando yo comencé a ver cine, comencé por los grandes, o sea, por el postre: Bergman, Visconti, Monicelli, Truffaut, Godard... Pasolini. La primera película que vi de Pasolini fue Teorema. Coincidía totalmente con mi visión del mundo burgués. Yo entonces era trotskista, que es una forma romántica de ser comunista. Pasolini me vino a confirmar que existe un rojerío romántico. Para entonces, por el lado del teatro yo estaba conociendo a Samuel Beckett y a Fernando Arrabal, a Antonin Artaud, a Cocteau, a Strindberg (El ensueño), todos ellos a través de los montajes que Alejandro Jodorowski llevaba a cabo en La Casa del Lago, o sea, a través del teatro universitario de Chapultepec. De los 16 a los 18 años, me alimenté de estos grandes escritores y cineastas. Como es obvio, algunos no me han abandonado nunca. Pero algunas de sus obras no las he vuelto a ver sino años después, pasado ya tanto tiempo que no sé, antes de revisitarlos, si me seguirán hablando al oído, como antaño, o si me van a parecer extraños, lejanos, insostenibles... Llevada por la curiosidad o por la nostalgia, he vuelto a ellos, a veces sintiendo ligeras decepciones ( es el caso de Jules et Jim, de Truffaut). Otras, reconsiderando el contenido simbólico, pero sintiéndome de nuevo implicada (Persona, de Bergman) y todavía más, reconstruyéndolas en mi interior como si el tiempo no hubiese pasado: es el caso de Teorema. Hace unos días pude volver a verla gracias a la oportuna reedición en DVD del Fnac. Visualmente, no ha envejecido. Pasolini tiene la cualidad de enmarcar a sus personajes desde una distancia que respeta su intimidad y que también nos muestra su carácter. Es una película metafórica, como siempre, que comienza cuando el Godot de Beckett ya ha llegado. Si en la obra de Beckett los personajes se pasan el tiempo esperando a alguien que no saben quién es, aquí se ven desbordados por el deseo que les despierta un personaje que ya ha llegado. No sabemos qué hace en esa casa, o por qué ha llegado ahí. La película comienza con una escena de falso documental, comienza por el final, cuando el padre ha regalado su fábrica de Milán a los obreros, y el periodista televisivo pregunta a éstos si se trata del gesto de una nueva burguesía ’revolucionaria’, de una tendencia nueva, o de una nueva trampa. Lo cierto es que la familia burguesa sucumbe a este intruso y se deshace, sustentada como estaba por columnas de barro : su vida entera ha sido un gran vacío que se muestran incapaces de superar cuando el visitante marcha. Cada uno de ellos se lanza a resolver este vacío de diverso modo. El final es uno de los más bellos de la filmografía del cineasta italiano: ese padre de familia desnudo, que se ha despojado de todo, en medio de su desierto (desierto que tantas veces retrató maravillosamente Pasolini en Edipo rey, en Medea), gritando, inacabablemente, su desesperación.
¿Quién es él? Bueno, se ha especulado tanto: Pasolini aclaró quién no era: no es Jesús de Nazaret redivivo y modernizado. No es Eros ¿Es un dios campestre, pre-industrial, es la conciencia de Lo Sagrado, es el Deseo sagrado? ¿Es La Trascendencia? ¿Acaso La Verdad interior? ¿La Conciencia? Yo creo que en el discurso de Pasolini, (y luego comprobé, en el de su amigo Paolo Volponi, del Memoriale que leí gracias a Sara), el hombre verdadero no es el hombre de la fábrica, el hombre del siglo XX, industrializado, enajenado por los valores burgueses: dinero, comodidad, familia burguesa, carente de verdaderos lazos que unan a unos con otros en lo profundo. El hombre de verdad, para Pasolini, sigue siendo el que habita en los pueblos, el que acepta los ciclos de la vida, las estaciones, el que come de la tierra, el hombre pre-industrial, el que vive aún en el territorio de lo sagrado, llámese como se llame, religión, fábula o mito. El hombre que convive con naturalidad con el milagro o con la maldición. El que es capaz de hacer crecer un arroyo con sus lágrimas. El que puede comer ortigas para purificarse, el que tiene la mirada llena de horizonte. El que no ha vaciado su alma en busca de los bienes materiales: ése, que va desapareciendo en Europa, pero que aún existe en el fondo de cada uno de nosotros. Ese que no tiene un desierto interior. Que no está solo en el planeta. Que pertenece a él. De todos los personajes, sólo Emilia, la criada que es sustituida en la casa burguesa por otra criada también llamada Emilia (otro guiño pasoliniano: los servidores son siempre los mismos para la clase dominante y son intercambiables, no tienen nombre o sólo tienen uno: servidores), vuelve al pueblo. Reacciona ante la ausencia del visitante santificándose, reintegrándose en su verdadera vida como chamana, regando con sus lágrimas la infértil tierra, que se apresta a ser invadida por el capital. Ella es la única que busca en su interior, fertilizándose para los Otros, para los Suyos. --No he venido a morir aquí -le dice a su acompañante-, sino para renacer. El guión no tiene escritas ni mil lineas de diálogo. No las necesita. Habla con las imágenes, con las miradas, con el silencio del misterio. Así, la película volvió a hablarme, a interrogarme y a moverme cosas. Para eso está hecho el arte ¿no es cierto? Terence Stamp está tan perfectamente hermoso, tan cálido, tan tierno, tan mudo en su ofrenda. Silvana Mangano y los demás actores, con un diálogo totalmente minimalista, apenas necesario, expresan su vacío, su felicidad al descubrir el amor, el deseo de ser amados: el lleno. Y luego la desesperación al perder todo aquello y ser incapaces de llenar sus almas nuevamente con lo que poseen...Laura Betti, en el papel de Emilia, la criada, que después de la partida del visitante se vuelve a su pueblo para hacer milagros, para levitar, para curar enfermos, para hacer nacer el manantial de la pureza en medio de un enorme terreno en que presumiblemente se va a erigir otra fábrica o un gran complejo industrial, o un fraccionamiento de lujo, es la piedra sobre la que Pasolini nos muestra esa alternativa. Es la campesina. La mujer integral, la única capaz de hacer fértil la ausencia del visitante. La única que puede llenar el vacío. La única que posee una respuesta constructiva. Pasolini es también un romántico. Un romántico marxista. Su obra no cae jamás en el panfleto. Por el contrario, es poliédrica, es ambigua y rica en significados. Se la puede leer literalmente, alegóricamente (o como metáfora). Es una obra clara y oscura, elocuente y silenciosa, desértica y feraz. He tomado las dos primeras imágenes de aquí. He visto que se ha edtado la novela, que Pasolini escribió al mismo tiempo que rodaba: Pier Paolo Pasolini, Teorema, ed. Edhasa, 2005. Y la ficha de la película es: Teorema (1968) Director y guionista: Pier Paolo Pasolini. Productores: Mauro Bolognini y Franco Rosellini. Fotografía Giuseppe Ruzzolini; Escenografía Luciano Puccini; Vestuario: Marcella De Marchis; Música originale Ennio Morricone y Requiem de Mozart. Montaje: Nino Baragli; Intérpretes: Terence Stamp, Laura Betti, Massimo Girotti, Silvana Mangano, Andrès José Cruz Soublette, Nineto Davoli, Susana Pasolini. |
7 comentarios
Miguel -
Asi que preparate para recibir mis comentarios a menudo, jeje.
Gabriela -
Miguel -
También coincido bastante con tus opiniones. La idea del desierto interior en la escena última de Teorema me ha dado que pensar, y también lo relativo a Edipo y la ceguera del jóven frente a la del viejo...
Aunque no comparto que Edipo y Teorema sean mejores que El evangelio o Saló, tus comentarios me han dado un enfoque más.
Para alguien como yo que descubre todo este cine antiguo, es una maravilla encontrar quien y donde hable de él. Te agradezco tu blog y lo pongo en favoritos.
Gabriela Zayas De Lille -
Un abrazo y vuelve por acá.
Pedro -
Interesante su visión de la visión del mundo de Pasolini. Solo un comentario: el imaginar lo que los autores quieren decir es a veces riesgoso, sobre todo cuando se hace desde una óptica política que nos puede hacer ver cosas que el autor nunca pensó (que puede ser la magia del arte). Recuerdo el susto de Garcìa Márquez al comentar un comentario a su Coronel no Tiene Quien le Escriba, decía que un comentarista mantenía que el gallo de Aureliano era el símbolo del proletariado, mientras que el novelista confesaba que era sólo un gallo, y que en la escena final estuvo a punto de hacer que el Coronel lo convierta en sancocho, y él jamás hubiese puesto a hervir al proletariado!
Saludos,
Pedro
Gabriela -
Diana Carolina -
Cuánto sin escribirte, más no sin leerte, pues todos los días estoy al tanto de lo que nos compartes.
Me has antojado esa película que dices.
Con grato placer vi Medea de Pasolini, y Francesca Ricci me pareció perfecta para ese papel, que en ratos la veo y se me figura que va a cantar como la diva Callas.
Tanto me gusta en especial ese drama de Eurípides, y Pasolini me lo representó maravilloso. Veré más de él, te lo prometo.
Te mando un fuerte abrazo! Cuídate.