Blogia
arteyliteratura

Paul Auster

Un hombre en la oscuridad, de Paul Auster

Un hombre en la oscuridad, de Paul Auster

El 2 de septiembre, primer día de su distribución, recogí en mi librería (Celler de Llibres), mi ejemplar de la última novela de Paul Auster. Desafortunadamente, esta vez me parece que el neoyorquino no ha conseguido trascender las palabras para crear un mundo (o dos, ya que son dos las historias que se nos cuentan).

Ya nos había dejado una vez una historia abandonada y a su personaje encerrado en un bunker (en Brooklyn Follies), y con esa misma frivolidad, el soñador de historias de Un hombre en la oscuridad abandona a su suerte a Brick. Eso no está bien. Los personajes no son muñecos que sin más ni más se abandonan cuando al novelista o al soñador les da la gana. Eso sólo puede hacerse si uno no cree en su fábula, y si uno no cree en su fábula ¿para que plasmarla? ¿para que escribir? Eso es jugar con el lector de mala manera y el lector (o en este caso, la lectora), se cabrea. No vengas a mí inventando una historia sin consecuencias: no tengo tiempo para esto. Si quieres que me entregue a tu literatura, chaval, empéñate hasta el fondo en ella, pero no me marees con jueguecitos que no van más allá de una historieta prescindible que además se acaba cuando te aburres, sin razón y sin sentimiento.

Finalmente, la historia ’marco’, por así decirlo, es decir, la historia del soñador-creador de la historia burdamente conclusa de Brick, es vulgar y corriente. No toco carne alguna aquí, no late ningún corazón por ningún lado: no me viven entre los brazos ni August, ni Sonia, ni Katya, ni Miriam.

Me sabe mal decirlo, pero creo que Auster no debió dar esta novela a la imprenta. Simplemente, no vale lo que cuesta.


Paul Auster, Un hombre en la oscuridad, ed. Anagrama, Barcelona, 2008. (Traducción de Benito Gómez Ibáñez).

La música del azar, de Paul Auster

La música del azar, de Paul Auster A pesar de que Auster es uno de mis narradores preferidos, este libro concreto se me había venido resistiendo. Más de una vez lo comencé y todas las veces interrumpí la lectura. La historia no conseguía atraparme. Tras varios meses, quizá hasta dos años...he subido la cuesta o más bien, he ido completando el muro.

Jim Nashe es uno de esos personajes austerianos que lo pierden todo, menos la generosidad. Y otro más que recibe una inesperada herencia que le permite moverse con libertad por toda la unión americana. Jim Nashe, a punto de gastar el total de la herencia y tras un larguísimo periodo de soledad absoluta, encuentra a Jack Pozzi. La historia en realidad comienza ahí, cuando son dos. Cuando Nashe, inesperadamente, ’adopta’ a Jack, a ese turbulento, joven, apaleado, jodido bajito. De repente, sus esperanzas renacen y su capacidad de estar con otro se renueva con total frescura. Ya no está solo, ya no piensa como un solitario. Ah, pero ahora el destino, un destino digno de un buen discípulo de Kafka, lo espera. En ese momento, cuando la narración se hace irrealista y el mundo en el que penetra Nashe es otro mundo, la narración toma vuelo. Nashe se convierte en un símbolo, y su trabajo en una ordalía mitologizada. Ahora Nashe es un titán, un hombre que construye montañas con guijarros. Qué hermoso es este punto del texto.

Inevitablemente, sabemos que volverá la soledad. Que Pozzi desaparecerá. Queda la duda de si era o no era cómplice de este secuestro. Víctima o verdugo. Muerto o vivo. La historia de Pozzi queda en blanco, pero la de Nashe remonta más allá, al llegar el momento clave en el que por fin vuelve a ser dueño de su Saab rojo, pone las manos en el volante y, escuchando un cuarteto de cuerda del siglo XVIII encuentra la más hermosa manera de salir de esta vida: por una curva interminable.

Una muerte feroz y rápida. Quién la tuviera.


Paul Auster, La música del azar, Barcelona, Anagrama, 2001.





Travels in the Scriptorium (Viajes por el Scriptorium), de Paul Auster

Travels in the Scriptorium (Viajes por el Scriptorium), de Paul Auster

Como ando bastante despistada por el aluvión de exámenes ( y las consecuentes correcciones) de fin de trimestre, había olvidado que encargué a mis libreros Pilar y Ferran Pontón del Celler de Llibres, el último libro de Paul Auster, aún no publicado en español.

Ayer, que pasaba a comprar un regalo de cumpleaños, me lo entregaron. La edición es muy bonita, en tapa dura, con una portada a la par elegante y sobria. 

La novela pertenece a esa vertiente austeriana en la que reflexiona metafóricamente sobre la creación propia, sobre su encierro como escritor, A esta primera trama que podríamos llamar metaliteraria, entrelazará Auster la lectura de un manuscrito ajeno: las memorias de un soldado Sigmund Graf, de un estado que es también metáfora de USA: la Confederación. Ambientado en 1830, este relato se irá desarrollando hasta quedar inconcluso, para asombro y disgusto de Mr. Blank, que tendrá que imaginar el desenlace. Se trata de un relato apenas esbozado, en su esqueleto: una nouvelle folletinesca, con cierto saborcillo a western crepuscular, desengañado.

Para empezar, en Travels in the Scriptorium, como en La trilogía de Nueva York , existe un escritor cautivo, un alter ego de Auster. Esta vez se llama El señor Blanco (Mr. Blank). Es viejo, se olvida de todo, está cautivo o cree estarlo (en realidad, no sabemos dónde está, si hay una ventana en la habitación que puede abrirse al exterior o si no la hay, si la puerta está cerrada o está abierta, si puede salir libremente o no, si hay un armario o no lo hay en la habitación), Mr. Blank no recuerda cómo llegó ahí ni qué hace ahí. Tampoco recuerda, más que muy vagamente, a su criaturas, pero ellas lo acompañan. En su habitación todo está rotulado: la pared lleva un nombre inscrito con cello: PARED, la mesa, otro: MESA…Las fotos de esas criaturas que él ha creado están sobre su escritorio, pero él no las reconoce, si acaso se acuerda del nombre de pila de una: de Anna Blume , o de la inicial del nombre de Sophie…pero ahí están Quinn, Fanshowe, Stillmann, el recuerdo de David Zimmer, de El Palacio de la luna y de El libro de las Ilusiones…reprendiéndole por lo que les hizo, pero también queriéndole, pues gracias a él, como dice Anna, han vivido…

Este tipo de novelas tienen un indiscutible sabor becketiano, pero también, para un lector español, unamuniano. Es imposible leer esta novela (corta, para lo que venía siendo  habitual últimamente), sin acordarse de aquella famosa escena de Augusto Pérez y Unamuno en la Universidad de Salamanca en Niebla ( 1914 ): 

—Bien, ¿y qué? —me interrumpió, volviéndome a la realidad.  —Y luego has insinuado la idea de matarme. ¿Matarme? , ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a manos de una de mis criaturas! No tolero más. y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes, extravagantes, anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues a tu casa te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!  

—Pero... por Dios...  

—No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!  

— ¿Conque no, eh? —me dijo—, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá ala nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos, sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima...  

— ¿ Víctima ? —exclamé. 

— ¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir! ¡Usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues!  Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto.  Y le empujé a la puerta, por la cual salió cabizbajo. Luego se tanteó, como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva. 

De manera paralela, aunque sin la acritud de Unamuno y Augusto, en Travels in the Scriptorium, Anna Blumme le dice a Mr. Blank: 

Sin usted, yo nunca habría conocido a David (Zimmer). Créame, Mr. Blank, no es su culpa. Usted hace lo que tiene que hacer, y después las cosas pasan. Cosas buenas y cosas malas. Es así. Nosotros podemos ser los que sufran, pero hay una razón para ello, una buena razón, y cualquiera que se queje es que no comprende lo que es estar vivo. (p. 22)

Más adelante, el diálogo continuará de este modo: 

Empiezo a recordarte ahora, dice él. No todo, pero pequeños fragmentos, trozos, y piezas aquí y allá. Yo era muy joven la primera vez que te vi ¿ no es cierto?Cerca de los veintiuno, creo, dice Anna.

Pero continué perdiéndote. Estabas ahí por unos días, y después te desvanecías. Pasó un año, pasaron dos años, cuatro, y de repente volviste a aparecer. 

Usted no sabía qué hacer conmigo, ésa es la razón. Le tomó mucho tiempo imaginarme.

Y entonces te mandé a tu…a tu misión. Recuerdo que temía por ti. Pero eras una auténtica guerrera en esos dias, ¿no es así?... y eso es lo que me dio esperanza. Si no hubieses sido una persona con recursos, no lo habrías conseguido. (p. 24). 

El narrador es un omnisciente parcial. Y su relato, objetivo y externo, se puede confrontar con una cámara cenital que toma nota, cada segundo, de la actividad o reposo de Mr. Blank. Para mí, la vertiente más interesante de Auster no es ésta. No son éstas las narraciones suyas que más me atraen.

Pero es una vertiente muy suya. Reflexionar sobre la escritura, sobre las criaturas, sus agonistas (como diría Unamuno), sobre su propia condición de recluso de su obra, de cautivo en una habitación cerrada, es muy propio de Auster.


El porqué de que Auster se convierta en personaje es muy sencillo:


Mr. Blank es uno de nosotros ahora y aunque tenga dificultades para comprender su predicamento, siempre estará perdido. Creo que hablo por todos los cargos que se pueden hacer contra él, cuando digo que tiene lo que merece, no más, no menos. No como un castigo, sino como un acto de suprema justicia y compasión. Sin él, no somos nadie, pero la paradoja es que nosotros, los hilos desprendidos de otra mente, sobreviviremos a la mente que nos creó, porque una vez que fuimos echados al mundo, contonuamos existiendo siempre, y nuestras historias seguirán siendo explicadas, incluso después de nuestra muerte. (p. 129)

Así que, convierténdose en agonista, él sobrevivirá como personaje. No como Auster, condenado, como todos los demás, a la muerte y el olvido. Esa es la razón de que Auster esté, en sus mismas ficciones, ficcionalizado.

 

 Paul Auster, Travels in the Scriptorium, Faber and Faber, London, 2006. 

(La traducción de los fragmentos citados es mía)

 


Nota posterior: Anagrama ya ha editado en español este libro, con traducción de Benito Gómez Ibáñez (2007).

El cuaderno rojo, de Paul Auster

El cuaderno rojo, de Paul Auster

El cuaderno rojo es un libro sencillo, sin retórica. El armazón, por así decirlo, de historias sin adornos y sin afeites. Un cuaderno de apuntes en el que Auster nos cuenta historias reales (o no ¿a quién le importa la verdad? A mí no, desde luego, como lectora me complace lo mismo una gran mentira que una verdad sagrada, en tanto me interese y me apasione la historia).No es el cuaderno anunciado en La trilogía de Nueva York, el libro de Fanshowe. Es un libro de Auster sobre Auster, sobre cosas que le han sucedido realmente, y la última historia cuenta cuál fue la génesis de la primera novela de la trilogía (Ciudad de Cristal): la llamada equivocada ocurrió, aunque no como en la novela, claro, y eso dio la idea a Auster, la idea de escribir esa historia ficticia en la que Quinn recibe una llamada telefónica para Paul Auster.

Una de estas historias me sucedió a mí. Cuenta Auster que cuando era guardés en Francia se le quemó la última comida que tenía: un pastel de cebollas. A mí me pasó lo mismo. Un día sólo tenía una olla de frijoles para comer (el cambio geográfico modifica las historias sustancialmente, ya lo veis) y se me quemó. Ese día me sentí la persona más desdichada del mundo. Él también. Ahora me río recordando que se me quemó porque hice el amor y olvidé la olla. Él también encuentra la gracia en su porqué: salió a dar unas vueltas a la granja para olvidar el hambre mientras el pastel se cocía: demasiado tarde. Cuando volvió, el pastel era incomible.

Otra cosa más en común ¿eh? La 'última cena' quemada.

Recuerdo que entonces yo vivía en un enorme edificio de la calle de Nueva York.*

¿Eso también será una coincidencia? 

*En ese edificio han vivido generaciones de mexicanos. Es enorme, es elefantiásico, está en la Colonia Nápoles, cerca del Poliforum Siqueiros.   

Paul Auster, El cuaderno rojo (Trad. y prólogo de Justo Navarro), Compactos Anagrama, Barcelona, 2006, 8ª edición).

La trilogía de Nueva York, de Paul Auster

La trilogía de Nueva York, de Paul Auster

Había conseguido dejar a Paul Auster un poco de lado, a favor de otros escritores como Beckett o Maurice Blanchot, pero mi hija mayor, Paulina, con la que comparto indudablemente muchas cosas –entre ellas el amor por ciertos pintores, escritores, y por los viajes a Grecia--. Me regaló esta trilogía que fue la que dio la voz sobre la calidad literaria del recién estrenado Príncipe de las Letras 2006, allá por los años 85-87.

Las tres historias fueron publicadas por separado. Se trata de cuentos largos o novelas cortas con un trasfondo policiaco. (En nuestra lengua no existe una palabra que defina este tipo de historias, como si la hay en francés –nouvelle- o italiano –novella o novellino-. En francés e italiano se usan las palabras roman y romanzo para designar lo que nosotros llamamos, inadecuadamente, novela. El español se quedó sin palabra para decir cuento largo).

El caso es que estas tres historias nos dan ya desde el comienzo su trazo identitario cuando se menciona a William Wilson ( ese personaje de doble que aparece en uno de los relatos más emblemáticos de Edgar Alan Poe), pues la trilogía trata fundamentalmente de eso: de dobles, de vidas intercambiables, o lo que es lo mismo, de vidas que se asoman al espejo y se abisman tanto en la otra vida que acaban por perderse (o encontrarse), en ella. Alicia del otro lado del espejo.Como referencias, podemos recordar, aparte del William Wilson de Poe,  aquel soberbio relato de Julio Cortázar, Axolotl, en el que el observador del misterioso animal, un día se transforma y mira a su observador desde el otro lado interior del cristal, en el Jardin des Plantes. Otra referencia que me ha saltado a la mente es la de la Niebla de Unamuno (¡1914!), esa nivola que cada vez que releo me asombra y me fascina. Cuando Qunn descuelga un teléfono y alguien pregunta por el detective Paul Auster; cuando Quinn, llevado por la curiosidad, va a buscar a Auster, y Auster, ese hombre alto y delgado, le abre la puerta, le presenta luego a su mujer, Siri, y a su hijo David…no puedo sino acordarme de Augusto Pérez, ese agonista, ese ser perdido en la niebla de una vida que sólo alcanza a vislumbrar confusamente, que se entrevista con Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca sólo para descubrir que es un simple personaje de ficción…Tanto Quinn en Ciudad de Cristal como Azul en Fantasmas, ven cómo su vida, a través de la observación, se va transformando en la del otro. También hay un plano superior no escrito : es el blanco que llena el lector. Yo, como lectora, reflexiono: el autor vive el mismo fenómeno; su vida se transforma en aquella de los seres que describe ¿ Qué otra cosa hace un autor de ficciones sino vivir de cerca, observar y describir, de manera obsesiva, las vidas de otros? ¿Y no es cierto que esos personajes, en realidad, acaban por ser él mismo? ¿No es verdad que al autor deja de vivir para que ellos vivan? ¿No es cierto que toda creación fagocita la vida de quien escribe las historias hasta dejarlo convertido en un hombre que día tras días, se sienta ante un escritorio, ausente de todo lo que no sea la historia que cuenta? En la habitación vacía, Azul y Negro escriben la misma historia. Sentados frente a frente, en edificios gemelos, una a cada lado del espejo que es la calle que los separa, no hacen otra cosa que observar al otro, y escribir. Y aquello que escriben es idéntico.Ciudad de cristal ha sido, además,.publicada como novela gráfica, como podéis leer en la web de mi amigo Ferre, que ha reseñado esta obra tan peculiar.

La tercera historia, por fin, es la que me hace sentirme de nuevo en el universo Auster. Autobiografiándose (no cabe ninguna duda de que Fanshowe es él, su yo literaturizado) y al mismo tiempo, creando esa atmósfera ominosa y a la vez transparente que le caracteriza. La imagen del doble, imagen que en toda la obra ha estado presente en cada relato, aquí se hace aun más evidente. Quinn, el detective de la primera obra, reaparece, fugazmente (el mundo de Auster es un mundo de interconexiones). En La habitación cerrada, Auster habla por primera vez de su hermana, aquejada de esquizofrenia, que es aquí la hermana de Fanshawe. Sophie, esposa de ambos, tan parecida a Siri y el narrador empiezan su historia de amor, historia que repite la de Fanshowe y Sophie, historia que, por tanto, ocurre dos veces. Una vez desaparecido el doble, el narrador se adueña de su vida, de su obra, de su amor, de su hijo, con la aquiescencia del ‘difunto’ (más bien, del ‘falso difunto’). Pero esta carga, la de vivir la vida de otro, es demasiado grande, demasiado pesada, es destructiva. Corroe al narrador hasta la médula. La mezcla de envidia y de amor es tan explosiva, tan real, que le lleva a dedicarle la vida entera. Así, adueñándose de la vida de Fanshowe, Fanshowe se adueña de su vida. Al terminar de leer La habitación cerrada medito sobre la afinidad. Sobre esos mundos que se cruzan, incesantes, en la obra de Auster. Y el por qué esa obra me dice tanto. He encontrado aquí referencias a los casos de Victor de Aveyron y de Gaspar Hauser, temas que a mí también me han apasionado. En cierto modo, el secuestro de la infancia en el silencio (tema que también comparte Pascal Quignard) es un leit motif en mi vida. Referencias al silencio, al apartamiento del mundo ¿es esto lo que me une a la narrativa de Auster? No lo sé. Seguiré descubriéndolo a medida que lo siga leyendo.  

Creo que había cierto placer en aquello –experimentar el lenguaje como una colección de sonidos, verse empujado a la superficie de las palabras, donde los significados se desvanecen-, pero también era muy cansado y tenía el efecto de encerrarme en mis pensamientos. 

La trilogía se cierra abriéndose, abriéndose hacia dentro, hacia las otras dos obras que la conforman, y también hacia fuera, al Cuaderno Rojo, otra obra de Auster (pero también es la obra de Fanshowe), que aún no he leído. Y que será la próxima.      

Paul Auster, La invención de la soledad

Paul Auster, La invención de la soledad

Como en Crónica de un fracaso precoz, Auster aquí convoca sus propios fantasmas vitales. Esto no debe ser confundido con autobiografía ( o más bien, dos, ya que es un libro que tiene dos partes bien diferenciadas), porque todo lo que pasa por el tamiz de la escritura es literatura y se convierte en ficción.

La primera edición española es de 1994, ésta que tengo en mis manos es la decimocuarta edición, pero el libro, originalmente, es muy anterior (1982). Buscaba desde hace tiempo este libro. La primera parte ( Retrato de un hombre invisible), es una búsqueda del padre escrita en primera persona, y narra desde el momento en el que recibe la llamada que le anuncia su muerte, hasta los recuerdos de su infancia, marcada por ese padre ausente, ajeno a la expresión de los sentimientos, dado al tópico, carente de tantas cosas y sin embargo, poseedor de algunos tesoros, unos ocultos, otros evidentes, como su amor incondicional hacia sus tres hermanos. 

La herida que pueden causar los padres en un hijo es inamovible y marca para siempre. En esa herida pone la voz Paul Auster para explicar en primera persona su historia familiar.“Hay una herida y ahora me doy cuenta de que es muy profunda. Y el acto de escribir, en lugar de cicatrizarla como yo creía que haría, ha mantenido esta herida abierta”. Como en otros libros suyos, Auster nos adentra con firmeza en su secreto dolorido. La explicación de la ausencia mental y afectiva del padre la encuentra el escritor neoyorkino en su historia familiar: Auster había recibido tres historias distintas sobre la muerte de su abuelo, pero ninguna era la verdad. Su abuelo, desaparecido de las fotos familiares y desterrado del recuerdo de sus familiares más cercanos, había sido asesinado por su esposa, la abuela de Auster, la madre de su padre. Esta tragedia marca entonces (según nuestro autor) el despego casi patológico de su padre hacia todo lazo afectivo, excepto el que mantiene con su propia madre y con sus hermanos. Así, la madre de Auster, los hijos (Auster y su hermana), son habitantes de una especie de limbo inalcanzable, en el que las relaciones auténticas están desterradas.

En la segunda parte del libro se cuenta, en cierto modo, la misma historia, partiendo desde otro momento de la vida de A. El del tiempo que siguió al divorcio de sus esposa, ocurrido des meses después de la muerte de su padre. Se narra con diferente estilo (un estilo fragmentario de recuerdos, de azares, de encuentros y desencuentros, en desorden cronológico y emocional) y en tercera persona: se llama El libro de la memoria, y en él encontramos fragmentos, trozos de la vida del personaje Auster (aquí llamado A.), sus idas y venidas por USA, México, París, su divorcio, su alejamiento del hijo (en cierto modo, la repetición de la historia familiar, de otro manera, con otras condiciones vitales), y sus relaciones con otros miembros de su familia, su esposa (pronto  ex esposa), su abuelo,  su hijo Daniel (entonces muy pequeño), y otros muchos personajes, amigos, escritores o artistas. Lleno de citas literarias, de Pascal, de Mallarmé, de Liconfrón, de Carlo Collodi... 

Con ambos textos sentí profunda afinidad. De nuevo me doy cuenta de que aquellas personas reales y de que aquellos autores que amo, tienen en el fondo de sus almas y de sus historias la misma herida que yo tengo ¿Es una casualidad que yo me haya sentido tan atraída por la narrativa del autor neoyorkino, cuando mi herida surge también de esta carencia? No lo creo, pero constato que algunas de las cosas que Auster cuenta las he vivido yo en carne propia por parte de un padre tan ausente como si estuviera ya muerto, sin estarlo: el desprecio por la cultura, la convicción de que una persona dedicada a la literatura en realidad no trabaja, la falta de comprensión, de gestos amorosos, la indiferencia hacia los nietos, la extrema avaricia…

Se trata de un libro particularmente triste en el contexto de la optimista obra de Paul Auster. No podría ser de otro modo.

Como siempre en Auster, otras historias aparecen. Esta vez, subsidiarias de la propia. Pero siempre estremecen: por su humanidad, por su verdad. De nuevo atrapada en la magia de uno de mis autores favoritos, me quedo con las ganas de leer más, de leer siempre más de todo lo que ha escrito y escribe este judío neoyorkino aparentemente tan lejano, tan distinto de mí, y sin embargo, tan mío.   

Paul Auster, La invención de la soledad, Compactos Anagrama, Barcelona, 2006 (decimocuarta edición), Traducción de María Eugenia Ciocchini.

Paul Auster, Brooklyn Follies (2006)

Paul Auster, Brooklyn Follies (2006)

Mi compañero (y sin embargo, amigo), Jordi Redon, me ha prestado el último libro de Paul Auster, Brooklyn Follies. El dato no es insignificante, por cuanto que Jordi es para mí una de esas personas indispensables y cálidas, que hacen que la vida de uno se detenga por un momento, para sonreír.

 

Nathan Glass es el narrador del libro, un narrador que, como otros personajes de Auster, detiene su vida cotidiana (un divorcio, una jubilación) y comienza otra. Como siempre en Auster, la soledad es la causa del nuevo movimiento. La interiorización de la vivencia lleva al sujeto a salir de sí, a pensar en los demás, a acercarse a los otros. Como el azar no puede estar ausente, en esa nueva vida aparecerá Tom, el sobrino perdido, hijo de la hermana pequeña de Nathan. Ex estudiante prodigioso, Tom conducirá  a Nathan hacia los otros personajes de la novela: Harry el oscuro y el claro, Rufus, Nancy, Joyce, Lucy, Rory…todos ellos con sus historias, en una ramificación típicamente austeriana de las vidas sin fin…unas llevan a otras. Todas son únicas, en todas hay una pérdida, pero en todas, también, hay una redención.

Si hay un motivo narrativo que creo que lastra la narrativa de Auster es la persistencia de las herencias inesperadas. Es un punto consistente en su narrativa, y para mí, un punto flaco. Sin embargo, Auster siempre plantea esa posibilidad como un pilar de los hechos narrados. Hay que tener autonomía económica para hacer cosas. Las cosas entonces ocurren, pueden ocurrir, cuando existe una liberación insospechada.

Los proyectos (en este caso, la creación del Hotel Existencia), pueden ser delirantes, pero en el fondo, son ese proyecto que todos hemos enunciado en nuestro fuero interno. La primera parte de libro, la parte de Tom, fluye con seguridad y tersura narrativas. Los acontecimientos concatenados se suceden, una cosa lleva a la otra, un personaje a otro, una historia a otras historias. Todas, es cierto, como el título indica, muestran ese punto de locura necesario para crear la chispa narrativa. La literatura de Auster no es realista. Afortunadamente, sus personajes sobrevuelan el mundo real, pero no pertenecen a él: lo encarnan casi con total verosimilitud, pero son personajes románticos, no en vano ahí detrás laten los universos de Poe o Dickinson.

Como en la infancia, la repetición de los recursos narrativos es una delicia agregada para el lector de Auster. El estilo, la forma de narrar esas historias cruzadas, ese camino de Auster que conocemos y transitamos nos ofrece un gran placer, un placer ya conocido.  Estamos familiarizados con esos personajes, sabemos que están dolidos, heridos, casi muertos de dolor, por la vida, pero también sabemos que van a renacer, que serán capaces de hacer cosas inusuales, que su mundo es un mundo de dolor y soledad, de fracaso y decepciones, pero que van a remontar, van a salir de ésa. Los libros vuelven también a estar en el centro de la narración, son libros que pueblan las estanterías del Attic, libros que lee Tom, libros que lee Nathan;  libros que escribe Nathan (para empezar, The Brooklyn Follies: el Libro del desvarío humano)), libros que, al final de la historia, piensa escribir sobre los muertos, para que no se pierda su recuerdo (la idea de Nathan es similar a la del Julien Davenne de La Chambre verte, de Truffaut, esa película gótica y sombría que cuento entre mis preferidas). La importancia de lo escrito, la importancia de las historias en nuestras vidas, la importancia de la imaginación por encima de la realidad, como en esa preciosa historia de la Niña que perdió a su muñeca y Kafka:

 

(...)Para entonces, la niña ya no echa de menos la muñeca, Kafka le ha dado otra cosa a cambio, y cuando concluyen esas tres semanas, las cartas la han aliviado de su desgracia. La niña tiene la historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.

 

La belleza del  mundo imaginario, la perfección que se crea a partir de las palabras, la felicidad que convocan las palabras. El placer de vivir, de respirar, de sentir (incluso sufriendo estamos vivos), el triunfo del recuerdo por encima del olvido, de la vida por encima de la muerte, eso son las historias. Dice Nathan Glass:

 

En general, las vidas se esfuman. Una persona muere y poco a poco todo rastro de su vida desaparece. Un inventor sobrevive en sus invenciones, un arquitecto está presente en sus edificios, pero la mayoría de la gente no deja tras de sí un monumento alguno ni logros duraderos (…) Unos cuantos objetos, algunos documentos, y unas cuantas impresiones causadas a otras personas. Estas últimas siempre tienen historias que contar sobre el muerto, pero las más de las veces se mezclan fechas, se suprimen hechos, se distorsiona cada vez más la verdad, y cuando a esas personas les llega su turno de morir, la mayoría de las historias desaparece con ellas.

Mi idea era la siguiente: crear una empresa que publicara libros sobre los olvidados, rescatar historias, hechos y documentos antes de que desaparecieran para luego darles forma y construir una narración continua, el relato de una vida.

 

No otra cosa ha hecho el señor Paul Auster, desde que comenzó a publicar. Su empresa nos pertenece a todos.   

  

 Paul Auster, Brooklyn Follies, Barcelona, Editorial Anagrama, 2006 (Traducción de Benito Gómez Ibáñez).

Paul Auster, A salto de mata (Crónica de un fracaso precoz)

Paul Auster, A salto de mata (Crónica de un fracaso precoz)

En 1997 Auster publicó esta obra autobiográfica, obra que se sustenta sobre la distancia que establece el sujeto hacia sí mismo o más bien, a lo que él mismo fue en su juventud, pero ya no es, o ya no es del mismo modo.

Auster cuenta su infancia y cómo le fue sobreviniendo la conciencia de ser distinto, distinto a esos padres que discutían eternamente sobre el dinero, distinto a ese país capitalista, imperialista, que se llama democrático cuando este concepto le es dudosamente aplicable. País que en realidad es una selva donde los vencedores se comen a los vencidos, a los fracasados: Como para demostrar la esencial falta de humanidad del mercado, casi todas sus metáforas están sacadas del mundo animal: mundo de lobos, de toros o de osos salvajes, competencia brutal, supervivencia del más fuerte. Frente a este mundo, Auster opta desde el principio por la huida o por la renuncia:

Yo me largué antes de entrar. Al principio de la adolescencia ya había decidido que el mundo de los negocios tendría que pasarse sin mí...Ardía en la fiebre de un idealismo recién encontrado, y la severidad de la perfección que buscaba me convertía en un pequeño puritano en prácticas.

Auster se distancia y nos cuenta cómo el divorcio de los padres le liberó en cierto modo, al dejarle sin casa, y cómo comenzó entonces su búsqueda del no lugar en el mundo que entonces buscaba, profundizando en su soledad al mismo tiempo que fraternalmente, lúcidamente, se mezcla con los otros en los mil y un trabajos que , como el propio nombre del libro indica, le mantuvieron a salto de mata hasta la treintena. Auster no abandona la casa paterna después del bachillerato: es la casa paterna la que se deshace, al divorciarse los padres y por tanto, él sólo tiene que permanecer fuera, no tiene que salir: ya no hay casa. Así, comienza su periplo en mil trabajos y mil nuevas amistades, las mil nuevas historias que le cuentan, ésas que no tienen fin, ésas que nos deleitan siempre que lo leemos:

Recuerdo claramente que no me atrevía a preguntarle lo que le había pasado, pero una noche me lo contó de todas formas, sintetizando lo que debía de ser una historia complicada en un relato breve y descarnado de los acontecimientos que le habían destrozado. En el espacio de dieciséis meses, me dijo, murieron todas las personas que habían significado algo para él. Hablaba en un tono filosófico, casi como refieriéndose a otra persona, y sin embargo había una resaca de amargura en su voz. Primero sus padres, me dijo, luego su mujer, y después sus dos hijos. Enfermedades, accidentes y entierros, y cuando todos hubieron desaparecido fue como si le hubieran desgarrado las entrañas. Es el personaje austeriano por excelencia, aquel que lo pierde todo, que naufraga completamente antes de renacer de sus cenizas, no se sabe si para volver a caer...Ese personaje no es inventado por Auster, es encontrado por él a través de su experiencia vital, de su vía dolorosa. Somos todos, siempre naufragando y siempre saliendo milagrosamente a flote, hasta que nos hundimos definitivamente hasta el mismo final, abierto, incluso, Abierto hasta cuando termina la historia, la novela o la vida.

Auster nos habla de sus ideales y de sus aspiraciones, pero no en un tono lírico, sino con naturalidad y sobriamente. Nos cuenta las historias de todos esos seres, marginados muchos (como él, aunque de distinto modo), que cruzaron su vida dejándole recuerdos imborrables.

Auster describe sus largas temporadas en las afueras de Nueva York, en el Norte, en el Sur de los Estados Unidos, en París, en Dublín, en México, sus trabajos editoriales, sus fracasos que no lo fueron, pues de un modo que él mismo no conoce, todo ello le fue dando lo que luego floreció: experiencia de vida.

La vida no está dentro, está fuera, es necesaria la contaminación, la vivencia, la convivencia, el sufrimiento, la soledad, el trabajo constante para ser, para crecer, para alcanzar aquello que deseamos. En el caso de Auster, el largo camino le dio siempre cosas ¿cuáles? A veces ni él mismo sabe cuáles. Pero sabe que las tiene, que las tuvo, que existieron, que existen:

Y después, durante años, cada vez que cerraba los ojos antes de dormirme, volvía a Dublín. Mientras me abandonaba la conciencia y me iba sumiendo en el sueño, allí me encontraba de nuevo, caminando por aquellas mismas calles. No me lo explico. Algo importante me ocurrió allí, pero nunca he logrado determinar exactamente lo que fue. Algo horrible, supongo, un encuentro fascinante con lo más hondo de mi ser, como si en la soledad de aquellos días hubiera atisbado en las tinieblas y me hubiese visto por primera vez.

Auster es un hombre que jamás mira por encima del hombro a nadie. Escucha, compadece o ama, observa, luego escribe, pero jamás está por encima de las criaturas (de sus criaturas), pues todos esos seres han cobrado vida en su vastísima obra, todos han permanecido en su memoria. Memoria que compartimos sus lectores. Y así, cobran vida de nuevo ante nosotros, en nosotros, Pat Gray, la enfermera irlandesa, Teddy el gracioso y su compinche el serio Casey, la reencarnación del caballero Christopher Smart, (Doc), o Joe Reilly, caído desde los altos rascacielos de los magnates de Nueva York  y convertido en un borrachín  que cuenta las limosnas de Auster (un dólar y quince céntimos) para no olvidar su deuda con el joven caritativo, o Madame X. Todos ellos pasan a formar parte de esa galería inacabable de seres austerianos memorables, inolvidables también para nosotros. 

Los trabajos y los días, la juventud de Auster hasta su matrimonio y posterior divorcio y la publicación de su primera novela, el petrolero en que se embarca como mozo de cubierta, luego como camarero; los cafés parisimos, los poemas, los artículos escritos por encargo, las traducciones, los resúmenes de guiones cinematográficos, las insólitas propuestas de trabajo...todo ese mundo vivido, transmitido. La vida, siempre mucho más presente que los libros que devoraba ávidamente, pero que son apenas rememorados, hasta llegar a 1981, año de su primera novela publicada, una novela alimenticia, escrita para ganar dinero, por encargo. La muerte del padre, el divorcio, el comienzo de otra nueva etapa, un nuevo matrimonio, una nueva novela, ésta sí salida de sí mismo, de su propio mundo interior. En medio, su literatura: puro Auster, Auster puro: Auster el grande ¡Qué gozada!

Paul Auster, A salto de mata (Crónica de un fracaso precoz), Compactos Anagrama, Barcelona, 2006 (Trad. de Benito Gómez Ibáñez).   


Leviatán, de Paul Auster

Leviatán, de Paul Auster

 

El hecho de que el leviatán esté presente en aguas dulces y saladas hace pensar que, tal vez sean dos seres distintos, pero con el mismo nombre. O tal vez exista un leviatán de río y otro de mar.

Por Gabriela Zayas

Peter Aaron, traductor y escritor (como el propio Auster), escribe a contrarreloj la historia de un hombre que ha estallado en pedacitos junto a la bomba que manipulaba: su gran amigo Ben Sachs, autor de “El nuevo coloso”. Ese final tormentoso, dramático, había sido presentido por Aaron, porque él “había dicho lo suficiente como para convencerme de que tenía graves problemas, de que se estaba precipitando hacia un oscuro e innombrable desastre”. Esta novela cuenta la historia de los 15 años de amistad de Aaron y de Sachs y también la historia bifurcada y coincidente a trozos, de cada uno de ellos y de las mujeres que cruzan sus vidas dejando una huella. Pero también la historia de dos formas de enfrentarse a la literatura, formas antagónicas. La lenta, dura, trabajosa de Aaron, en lucha contra las palabras que se resisten a seguir un camino recto entre sus pensamientos y su pluma y la fácil, directa, asombrosamente productiva de Sachs, dotado para escribir con la misma facilidad que habla. Capaz de encontrar extraordinarias coincidencias (azares) que conforman la historia o las historias que narra. Aaron y Sachs son las dos caras de una misma historia. La cara y la cruz en casi todos los hechos de su vida.
Aaron fracasa en su primer matrimonio con Delia, mientras Sachs y Fanny se quieren, complementan y conviven con total armonía. Pero Aaron había conocido, se habia cruzado con Fanny muchos años atrás, y está también enamorado de ella. Su belleza, su gracia tranquila, su silenciosa presencia (siempre unida a la de Sachs) se convierten en un faro mientras su vida, su matrimonio, su divorcio, su precaria situación económica hacen crisis. Ante ella, Aron es otro, se hace otro, ocultando su amor a todos, menos, por supuesto, a Fanny. De modo que ambos, Aaron y Sachs, aman a la misma mujer. Al mismo tiempo, Aaron mantiene una relación con uno de esos personajes típicamente de Auster: Maria Turner, mujer artista que investiga con fotografías, textos, entrevistas, y que inventa proyectos indagatorios sobre la condición humana no sin cierto peligro. Personaje al que le une una relación fundamente sexual y de ternura, pero no amorosa, mientras Sachs, en California por esos días, la mantiene con una chica llamada Cynthia.
Luciana Armanini describe algunas de las claves de este movimiento de Auster entre sí mismo y su ficción: “Un escritor real (Paul Auster) escribe una novela sobre un escritor (Peter Aaron) que cuenta sobre la vida de otro escritor (Benjamín Sachs). Encontré aquí un juego de espejos y anagramas, donde los nombres y las situaciones se reflejan. En esta ficción, Peter Aaron, que las mismas iniciales que Auster tiene una esposa llamada Iris y la de Paul Auster se llama Siri. Ambos tienen un hijo de un matrimonio anterior, el de Auster se llama Daniel, y el de Aarón, David.” Primera página:Paul Auster:Vida y obra (literalmente)
Aparte de estas observaciones, que son interesantes, hay que decir que mientras Auster escribe la historia que escribe Aaron sobre la historia de Sachs y la suya propia, los agentes del FBI, que visitan a Peter Aaron al principio de la novela, también escriben la historia del hombre que murió junto a una carretera de Wisconsin mientras manipulaba una bomba, y la historia del hombre (Peter Aaron) cuyas iniciales y teléfono encontraron en uno de los bolsillos de ese hombre. Ellos también escriben las dos historias que se bifurcan y se unen, meticulosamente como hace Aaron, todos con la finalidad de buscar la “verdad” sobre el personaje de Sachs o. para los del FBI, del hombre que murió manipulando una bomba.
De este modo, una vez más, las historias se multiplican y el azar vuelve, insistente, pero nunca monótono, a ser el centro neurálgico de las ¿ficciones? de Auster. La aparición en la vida de Peter Aaron de Maria Turner, introducirá, en la vida de Sachs, a un personaje decisivo para el tremendo final de la histria de Sachs: Lillian Sterne. Lillian, antigua amiga del alma de Maria, prostituta encontrada por azar (claro) por ésta y casada posteriormente, vive en California con su marido, un catedrático al que conoció también por azar, cuando sustituía la vida de Maria Turner (cumpliendo uno de los proyectos artísticos de ésta).
Publicada en 1992, esta obra de Auster se sitúa entre “La Música del azar”(1990) y “Mr Vértigo” (1994), “Leviatán” sigue la pauta bien conocida de Auster como autor, con sus mismas hermosas reflexiones sobre las palabras, los libros, la literatura. Sentencioso a ratos, y otras pletórico de historias, Auster no abre ni cierra sus ficciones, como dice Armanini, sino que abre puertas y más puertas en ese laberinto inacabable que es su imaginación. Esa inagotable capacidad de fabular que encanta e hipnotiza a sus lectores.

El Palacio de la Luna

El Palacio de la Luna Por Gabriela Zayas

“El Palacio de la luna” narra la historia de Marco Stanley Fogg desde sus inicios como huérfano ignorante de su orfandad, hasta el momento en que, después de un via crucis iniciático, mete los pies en el Gran Océano y recomienza su historia. En esa literal travesía del desierto, Fogg, como Phileas, recupera su día perdido. Gana su apuesta y se convence, por fin, de que puede vivir.
La pérdida (en este caso del tío Víctor, su único familiar vivo), como en otras obras de Auster, da pie al comienzo del duelo: el duelo es el primer paso de la desaparición del mundo: “Al final, el problema no era la pena, la pena era la primera causa tal vez… pero…toda una cadena de fuerzas se había puesto en marcha” y la vida de Fogg comienza a desvanecerse al mismo tiempo que desaparecen las cajas con los libros que ha heredado de Víctor.
Para mí, uno de los pasajes más emocionantes de toda la literatura actual se encuentra en esos fragmentos en los que Víctor deja a su sobrino, apilados eclécticamente en cajas de cartón, sus 1492 volúmenes: poemas, novelas, filosofía, libros de ajedrez y opúsculos de ínfima calidad, amontonándose en el orden de sus etapas vitales, ilustrando su vida por épocas. M.S. Fogg convierte esas cajas primero en mobiliario, apilándolas de diversas formas, haciendo con ellas bases para el colchón, mesas, taburetes… pero después, iniciada ya la caída, comienza a leerlos para poder, después, venderlos al librero de viejo. A medida que su dieta se hace cada vez más escueta, Fogg pierde la capacidad de comprender las palabras de los libros de Víctor, pero tenazmente, en homenaje amoroso, no puede venderlos sin antes, al menos, pasar sus dedos por cada renglón. Pocas veces se ha descrito un homenaje de amor más conmovedor que éste: “Así fue como terminé la tarea: como un ciego leyendo en braille. Si no podía leer las palabras, al menos quería tocarlas”.
Y así, poco a poco, el joven estudiante de Columbia University termina su carrera casi ciego, convertido en un esqueleto de campo nazi, en medio de Nueva York: orgulloso de no haber cedido a soluciones. Dispuesto a esfumarse de la vida. El periodo eremita de Fogg no ha hecho más que comenzar, pues aún tiene un techo; pero pronto lo perderá y se convertirá en el náufrago que vive bajo las estrellas, privado de todo, en Central Park.
Estas páginas mágicas nos recuerdan la terrible precariedad de nuestras vidas, y cómo la privación de aquello que amamos devasta nuestras vidas. Los personajes de Auster son seres que aceptan esa radical fragilidad; que no la eluden, que la admiten y la viven a fondo y llegan hasta rozar los labios de la muerte, convencidos de que no pueden hacer otra cosa que escapar de la vida, que estar muertos en vida para purgar. Para sufrir. Son personajes que beben hasta el fondo del vaso esa cicuta que se llama dolor o se llama soledad. Que admiten el desamparo de una manera total, sin medias tintas ni componendas. He ahí su grandeza.
Su extraordinario encuentro con Kitty Wu cuando en realidad busca a David Zimmer (luego protagonista de “El libro de las ilusiones”), es típico de Auster: el reconocimiento de la igualdad de ambos “gemelos” es fulgurante. Y ella será el ángel que, en compañía de Zimmer, le salvará del naufragio en Central Park porque como dice Fogg:”Yo había saltado desde el borde y entonces, en el último instante, algo me cogió en el aire. Ese algo es lo que defino como amor. Es la única cosa que puede detener la caída de un hombre, la única cosa lo bastante poderosa para invalidar las leyes de la gravedad”.
Desde esa salvación, el camino de Fogg se cruzará con la de Effing, un extravagante millonario ciego e impedido, que va a narrarle su vida y sus memorias (que como en otras novelas de Auster constituye una novela dentro de la novela),y que va a conducirle, inexorablemente a encontrar por fin la identidad del padre desconocido. Fogg conocerá la piedad por un camino tortuoso, extraño. Y después de un viaje iniciático y revelador a pie por el desierto americano, en el que romperá cinco pares de botas, llegará a su propio lugar fundacional. Renacido, encontrará por fin su verdadera patria “Aquí es donde empiezo, me dije, aquí es donde mi vida comienza”

El Palacio de la Luna

El Palacio de la Luna Por Gabriela Zayas

“El Palacio de la luna” narra la historia de Marco Stanley Fogg desde sus inicios como huérfano ignorante de su orfandad, hasta el momento en que, después de un via crucis iniciático, mete los pies en el Gran Océano y recomienza su historia. En esa literal travesía del desierto, Fogg, como Phileas, recupera su día perdido. Gana su apuesta y se convence, por fin, de que puede vivir.
La pérdida (en este caso del tío Víctor, su único familiar vivo), como en otras obras de Auster, da pie al comienzo del duelo: el duelo es el primer paso de la desaparición del mundo: “Al final, el problema no era la pena, la pena era la primera causa tal vez… pero…toda una cadena de fuerzas se había puesto en marcha” y la vida de Fogg comienza a desvanecerse al mismo tiempo que desaparecen las cajas con los libros que ha heredado de Víctor.
Para mí, uno de los pasajes más emocionantes de toda la literatura actual se encuentra en esos fragmentos en los que Víctor deja a su sobrino, apilados eclécticamente en cajas de cartón, sus 1492 volúmenes: poemas, novelas, filosofía, libros de ajedrez y opúsculos de ínfima calidad, amontonándose en el orden de sus etapas vitales, ilustrando su vida por épocas. M.S. Fogg convierte esas cajas primero en mobiliario, apilándolas de diversas formas, haciendo con ellas bases para el colchón, mesas, taburetes… pero después, iniciada ya la caída, comienza a leerlos para poder, después, venderlos al librero de viejo. A medida que su dieta se hace cada vez más escueta, Fogg pierde la capacidad de comprender las palabras de los libros de Víctor, pero tenazmente, en homenaje amoroso, no puede venderlos sin antes, al menos, pasar sus dedos por cada renglón. Pocas veces se ha descrito un homenaje de amor más conmovedor que éste: “Así fue como terminé la tarea: como un ciego leyendo en braille. Si no podía leer las palabras, al menos quería tocarlas”.
Y así, poco a poco, el joven estudiante de Columbia University termina su carrera casi ciego, convertido en un esqueleto de campo nazi, en medio de Nueva York: orgulloso de no haber cedido a soluciones. Dispuesto a esfumarse de la vida. El periodo eremita de Fogg no ha hecho más que comenzar, pues aún tiene un techo; pero pronto lo perderá y se convertirá en el náufrago que vive bajo las estrellas, privado de todo, en Central Park.
Estas páginas mágicas nos recuerdan la terrible precariedad de nuestras vidas, y cómo la privación de aquello que amamos devasta nuestras vidas. Los personajes de Auster son seres que aceptan esa radical fragilidad; que no la eluden, que la admiten y la viven a fondo y llegan hasta rozar los labios de la muerte, convencidos de que no pueden hacer otra cosa que escapar de la vida, que estar muertos en vida para purgar. Para sufrir. Son personajes que beben hasta el fondo del vaso esa cicuta que se llama dolor o se llama soledad. Que admiten el desamparo de una manera total, sin medias tintas ni componendas. He ahí su grandeza.
Su extraordinario encuentro con Kitty Wu cuando en realidad busca a David Zimmer (luego protagonista de “El libro de las ilusiones”), es típico de Auster: el reconocimiento de la igualdad de ambos “gemelos” es fulgurante. Y ella será el ángel que, en compañía de Zimmer, le salvará del naufragio en Central Park porque como dice Fogg:”Yo había saltado desde el borde y entonces, en el último instante, algo me cogió en el aire. Ese algo es lo que defino como amor. Es la única cosa que puede detener la caída de un hombre, la única cosa lo bastante poderosa para invalidar las leyes de la gravedad”.
Desde esa salvación, el camino de Fogg se cruzará con la de Effing, un extravagante millonario ciego e impedido, que va a narrarle su vida y sus memorias (que como en otras novelas de Auster constituye una novela dentro de la novela),y que va a conducirle, inexorablemente a encontrar por fin la identidad del padre desconocido. Fogg conocerá la piedad por un camino tortuoso, extraño. Y después de un viaje iniciático y revelador a pie por el desierto americano, en el que romperá cinco pares de botas, llegará a su propio lugar fundacional. Renacido, encontrará por fin su verdadera patria “Aquí es donde empiezo, me dije, aquí es donde mi vida comienza”

Paul Auster: Biografía

Paul Auster: Biografía ¿Qué mejor retrato de un escritor que mostrar a un hombre que ha quedado embrujado por los libros?
“Ciudad de Cristal”

Novelista norteamericano, ensayista, traductor y poeta, cuyas misteriosas novelas tienen que ver a menudo con la búsqueda de la identidad personal y el conocimiento de uno mismo.

Nació en Newark, New Jersey en 1947. Tuvo una infancia difícil, pues la madre, después de dar a luz a la hermana de Auster, comenzó a padecer trastornos psicológicos graves. Auster comenzó lo que él llama su "exilio interior", cuando comenzóa sentirse un extranjero en su propia casa. En 959, uno de sus tíos, en viaje por Europa, dejó en su casa una serie de cajas conteniendo su biblioteca. El jovencísimo Auster comenzó a devorar caja tras caja de libros, y extrajo de ahí grandes dosis de placer nunca antes sentido, cosa que le alejó aún más de sus progenitores. Comenzó a escribir poemas, y su tío, una vuelto del viaje, le asesoró y criticó : era un hombre estricto, según él mismo ha declarado. Después de graduarse en la Universidad de Columbia (M.A., 1970), Auster se trasladó a Francia, donde comenzó a traducir los trabajos de escritores franceses y a publicar sus propias obras en revistas americanas. Obtuvo renombre por una serie de historias experimentales sobre detectives publicadas en un tomo como "La Trilogía de Nueva York" (1987). Comprende "Ciudad de Cristal" (1985), sobre un autor de novela negra que se ve envuelto en una situación misteriosa que le lleva a asumir diversas identidades; "Fantasmas" (1986), sobre un detective llamado "Azul" que debe investigar a un hombre llamado "Negro" por cuenta de un cliente llamado "Blanco"; y "La Habitación Cerrada" (1986), la historia de un escritor que, mientras se encuentra investigando la vida de un escritor desaparecido para una biografía, se da cuenta que va asumiendo paulatinamente la identidad de esa persona.
Otros libros en los que los protagonistas aparecen obsesionados con los acontecimientos diarios de la vida de otras personas son las novelas "El Palacio de la Luna" (1989) y "Leviatan" (1992). "La Invención de la Soledad" (1982) es a la vez un recuerdo sobre la muerte de su padre y una meditación sobre el acto de escribir. Otros trabajos de Auster incluyen los volúmenes de poesía "Unearth" (1974) y "Wall Writing" (1976), las colecciones de ensayos "White Spaces" (1980) y "El Arte del Hambre" (1982), y las novelas "La Música del Azar" (1990), "Mr. Vertigo" (1994) y "Tombuctú" (1999). Ha escrito también los guiones de películas aclamadas por la crítica como "Smoke" and "Blue in the Face" (1995) y "Lulu on the Bridge" (1998).
En la colección de relatos "Creía que mi padre era Dios" (2002), Paul Auster realizó una propuesta inusual: invitó a los oyentes a participar en un programa de radio contando una historia verdadera. La respuesta fue abrumadora: más de cuatro mil relatos de los que Paul Auster seleccionó y editó ciento ochenta, y que componen un volumen extraordinario. Son historias relatadas por gente de todas las edades, orígenes y trayectorias vitales. La mayoría de las historias son breves, intensos fragmentos narrativos que combinan sucesos ordinarios y extraordinarios, y la mayor parte de ellas describen un incidente concreto en la vida del narrador. Unas son divertidas, como la historia de cómo el amado perro de un miembro del Ku Klux Klan apareció corriendo por la calle durante el desfile anual del Klan y le arrebató la capucha a su amo mientras la ciudad entera estaba mirando. Otras son misteriosas, como la historia de una mujer que vio cómo un pollo blanco caminaba muy decidido por una calle de Portland, Oregón, subía a saltos los escalones de un porche, llamaba a la puerta y entraba tranquilamente en casa.
En 2003 publicó "El libro de las ilusiones", novela tan increíble como las anteriores: el azar, las decisiones, y las intrigas confabulan un universo mágico propio del escritor. Imprescindible y un año siguiente (en 2004), la maravillosa "El oráculo nocturno".
Auster también fue editor en Random House y es traductor de poetas franceses, de ensayos y poemas de Joan Miro, Jacques Dupin, Jean-Paul Sartre, Stephan Mallarme, y Jean Chesneux, entre otros. Es Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia desde 1993; recibió el Premio Medicis de literatura extranjera en ese mismo año; el de la American Academy and Institute of Arts and Letters en 1990; el Premio de la fundación Ingram Merrill, en de traducción del Centro del Club PEN. Fue profesor de escritura creativa en la Princeton University de 1986 a 1990.