La música del azar, de Paul Auster
A pesar de que Auster es uno de mis narradores preferidos, este libro concreto se me había venido resistiendo. Más de una vez lo comencé y todas las veces interrumpí la lectura. La historia no conseguía atraparme. Tras varios meses, quizá hasta dos años...he subido la cuesta o más bien, he ido completando el muro.
Jim Nashe es uno de esos personajes austerianos que lo pierden todo, menos la generosidad. Y otro más que recibe una inesperada herencia que le permite moverse con libertad por toda la unión americana. Jim Nashe, a punto de gastar el total de la herencia y tras un larguísimo periodo de soledad absoluta, encuentra a Jack Pozzi. La historia en realidad comienza ahí, cuando son dos. Cuando Nashe, inesperadamente, adopta a Jack, a ese turbulento, joven, apaleado, jodido bajito. De repente, sus esperanzas renacen y su capacidad de estar con otro se renueva con total frescura. Ya no está solo, ya no piensa como un solitario. Ah, pero ahora el destino, un destino digno de un buen discípulo de Kafka, lo espera. En ese momento, cuando la narración se hace irrealista y el mundo en el que penetra Nashe es otro mundo, la narración toma vuelo. Nashe se convierte en un símbolo, y su trabajo en una ordalía mitologizada. Ahora Nashe es un titán, un hombre que construye montañas con guijarros. Qué hermoso es este punto del texto.
Inevitablemente, sabemos que volverá la soledad. Que Pozzi desaparecerá. Queda la duda de si era o no era cómplice de este secuestro. Víctima o verdugo. Muerto o vivo. La historia de Pozzi queda en blanco, pero la de Nashe remonta más allá, al llegar el momento clave en el que por fin vuelve a ser dueño de su Saab rojo, pone las manos en el volante y, escuchando un cuarteto de cuerda del siglo XVIII encuentra la más hermosa manera de salir de esta vida: por una curva interminable.
Una muerte feroz y rápida. Quién la tuviera.
Paul Auster, La música del azar, Barcelona, Anagrama, 2001.
Jim Nashe es uno de esos personajes austerianos que lo pierden todo, menos la generosidad. Y otro más que recibe una inesperada herencia que le permite moverse con libertad por toda la unión americana. Jim Nashe, a punto de gastar el total de la herencia y tras un larguísimo periodo de soledad absoluta, encuentra a Jack Pozzi. La historia en realidad comienza ahí, cuando son dos. Cuando Nashe, inesperadamente, adopta a Jack, a ese turbulento, joven, apaleado, jodido bajito. De repente, sus esperanzas renacen y su capacidad de estar con otro se renueva con total frescura. Ya no está solo, ya no piensa como un solitario. Ah, pero ahora el destino, un destino digno de un buen discípulo de Kafka, lo espera. En ese momento, cuando la narración se hace irrealista y el mundo en el que penetra Nashe es otro mundo, la narración toma vuelo. Nashe se convierte en un símbolo, y su trabajo en una ordalía mitologizada. Ahora Nashe es un titán, un hombre que construye montañas con guijarros. Qué hermoso es este punto del texto.
Inevitablemente, sabemos que volverá la soledad. Que Pozzi desaparecerá. Queda la duda de si era o no era cómplice de este secuestro. Víctima o verdugo. Muerto o vivo. La historia de Pozzi queda en blanco, pero la de Nashe remonta más allá, al llegar el momento clave en el que por fin vuelve a ser dueño de su Saab rojo, pone las manos en el volante y, escuchando un cuarteto de cuerda del siglo XVIII encuentra la más hermosa manera de salir de esta vida: por una curva interminable.
Una muerte feroz y rápida. Quién la tuviera.
Paul Auster, La música del azar, Barcelona, Anagrama, 2001.
8 comentarios
angel -
Saludos...
Ana -
Besos. Ana
Toronaga -
ernesto -
Saludos de nuevo
Gabriela -
Ramon Balcells -
Ahora tengo en la mesa La Carretera, de McCarthy. Ya te contaré cuando me lo "pula".
Un saludo, Gabriela!
Gabriela -
Abrazos.
Fernando Giucich -