(Casi) Todos tenemos nuestro Benedetti
Es un tópico porque tiene mucho de verdad: los creadores no se mueren. Ahí están sus obras, para hoy y para mañana y para pasado mañana, si hay suerte.
No quise publicar este artículo en el momento en que todos hablaban de Benedetti porque me chocan los oportunismos, pero la verdad es que releí la que para mí es su mejor obra, La tregua.
Casi todos los escritores tienen varias facetas: faceta poeta, faceta prosista, faceta personal. Mi Benedetti no es el poeta. Como poeta, Benedetti me parece medianito, excepción hecha de un par de poemas que forman parte de mi biografía (incluso cinéfila: aquellos que él mismo recita, en alemán, en El lado oscuro del corazón, esa rara y original película del irregular Eliseo Subiela) y que tanto gustan también a mi hija mayor. Pero le considero importante como poeta porque ha hecho que muchos y muchas que no leen poesía la lean con él.
En mis años universitarios, leí La tregua, que me hizo y me hace llorar (acabo de comprobarlo). Compré después, en Barcelona, en una librería llamada Latinoamericana que estaba por el Eixample (no recuerdo si en Consell de Cent o cerca de ahí), un ejemplar de Gracias por el fuego al que no pude resistirme porque en efecto, estaba medio quemado y anunciaba así la verdad de su contenido con el propio estado calamitoso en que se hallaba. Luego vino Primavera con una esquina rota, novela que contaba una misma historia desde distintos puntos de vista, pero nada que ver con las sofisticaciones de un Cortázar o de un Juan Goytisolo, finalmente, ya no recuerdo cuándo, Quién de nosotros...
En fin, la que ha quedado en mi memoria y en mi corazón es La tregua, ese amor crepuscular, recatado, temeroso de Santomé por una Avellaneda que pasa fugazmente por su vida. Ilumina un momento, se va, como piensa Rochester que se irá Jane: gentle, sweet dream, you will fly too.
Por mis nuevas lágrimas al releer la historia simple, escrita en primera persona, de Martín Santomé, deduzco que algo en mí sigue conmoviéndose con las mismas sensaciones que cuando era una veinteañera apasionada e impulsiva. No sé si enorgullecerme o avergonzarme, o quizá, más acertado sería aceptar que es verdad que el cuerpo envejece, pero no lo hace el alma. Y así, lloré con Martín Santomé a Avellaneda, como hace 30 años. Y no lloro a Benedetti, sino que lo celebro. Celebro que haya escrito. Y que lo escrito no perezca.
8 comentarios
Gabriela -
Eduardo Bribbo -
Aunque yo sigo sosteniendo firmemente que hay que evitar su poesía, que es de los peor. Además, sedujo a muchos lectores a quedarse en ella eternamente; así, éstos se perdieron más de la mitad de la lírica en lengua castellana, en nombre de la transparencia y sencillez de don Mario.
Yo, a librería que vaya, pediré siempre UNA TREGUA, la suya.
Saludos
Eduardo
Gabriela -
Gabriela -
isabelbarcelo -
Fernando Giucich -
Gabriela -
antonio -