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Recuerdos

Tomás Segovia muere en México

Tomás Segovia muere en México

 

Conocí a Tomás Segovia en 1973. Entonces ni siquiera estaba El Colegio de México en el Ajusco: todavía tenía repartidos sus Seminarios por toda la colonia Roma. Tomás dirigía entonces el de Traducción. Cómo me hizo disfrutar con la de Nerval, con esas Quimeras enigmáticas. Y con sus propios sonetos votivos. Entonces yo sólo conocía su Terceto y era una muchacha flaca y aniñada. Tomás me hizo crecer.  Como todo ser amable (literalmente), era cercano, sencillo y hermoso. Cuando caminaba, siempre erguido, Tomás parecia mirar al horizonte, como en una ensoñación lírica, y sin embargo era realista, carnal, humano y erótico. Nadie como él ha cantado al erotismo del cuerpo femenino. Nadie como él ha conocido sus secretos, su magia y su olor.


Ante esta muerte de Tomás, me interrogo si los poetas mueren, y me contesto que sólo mueren cuando ya nadie los lee. Y me digo que las personas amadas sólo mueren cuando quienes los han amado, los olvidan. No creo que nadie que amó a Segovia lo pueda olvidar y no creo que quien lo haya leído alguna vez deje de leerlo.

¡Viva Tomás eternamente, y viva su poesía!

 

 

Dicho a ciegas

Di si eran éstas las palabras
Míralas bien
Córtalas con cuidado
Y vamos a guardarlas
Sepultadas debajo de la casa
Tesoro rescatado
Devuelto al culto
Palabras guarecidas
Mantenidas en vida
Que de secreto se alimentan
Reverenciadas en su catacumba
Ocultas mientras dure afuera
         la locura lasciva del lenguaje
Para sólo sacarlas
Cuando pisemos el silencio soberano
En la omnisciente noche de la afasia
Y antes de que la clave se nos borre
Mirarlas un instante en su esplendor
Carne verbal viviente en el silencio
Inmaculadas concepciones
Rompedoras del círculo vicioso
Otra vez mediadoras
Para que se hagan mutuos mediadores
Dos que dicen tú y yo
Antes de que la noche del amor los borre
Mas todo está fundado si al borrarse se hablan.

Nubes por Castilla

 

 

Ya se me habían olvidado estas fotos, pero como estoy ’limpiando’ mi Mac, salieron y aquí las traje.

 

Para ver la presentación a pantalla completa, pinchen en 'Full' (abajo, a la izquierda de las flechas de pase).

 

 

Aniversario


23 de diciembre de 1966. Octavio Obregón Fregoso y yo nos hacemos novios.
23 de diciembre de 1967: nos casamos.
1969: hace su aparición en escena la flaca, la calaca, la calva, la puta muerte.
Todavía me haces falta cuarenta años después.

Miguel Manzur y yo

Miguel Manzur y yo


En 1969, estudié  fugazmente en la Prepa 7, Plantel Ezequiel A. Chávez, en la Calzada de la Viga. Me había casado y cambiado de domicilio, y me mudé de Prepa. Después, nostálgica, regresé a la 6, donde terminé mis estudios preparatorianos. Pero en ese año de 1969 tuve el privilegio de estudiar con el maestro Miguel Manzur Kuri, que nos enseñaba Filosofía.


Hoy me acordé de él porque mi compañero, Andreu Arroyo, bromeando, me propuso sustituirlo en la clase que daría sobre El Banquete de Platón. Con el maestro Manzur Kuri me leí con ganas la Apologia de Sócrates y los Diálogos. También La República. La verdad, la  altura intelectual de muchos alumnos de esa Prepa no era muy grande, así que el maestro 'me echó el ojo' y me dijo un día que yo era una flor entre cardos. Me preguntó que qué hacía yo ahí. Estudiar, naturalmente.


El maestro Manzur era bondadoso y brillante, me atrajo por su claridad y su sencillez expositiva, y me apasionó de una materia que realmente nunca comprendí del todo y que siempre ha estado por encima de mis posibilidades. Con él amé a Platón y a Santo Tomás, y algo también a Heidegger. Creo que he olvidado mucho de la materia que me enseñó, pero no lo he olvidado a él. Fue un privilegio estar en sus clases. Su flequillo alegre, sus cigarritos medio consumidos, sus trajes medio arrugados, su extraordinaria vitalidad, su ironía.


Más tarde (sería por 1972), cuando me puse a trabajar de periodista, me mandaron a la Universidad Iberoamericana, en donde lo reencontré ya como director de la Facultad de Filosofía. Me cogió en fuera de juego cuando me dijo que a veces le gustaba releer viejos exámenes, y que hacía unos días se había releído un examen mío sobre, precisamente, Platón. Me ofreció una beca para estudiar Filosofía en la Ibero. Pero la Ibero era una universidad muy popis para una chava como yo. No iba con mis planteamientos sesentayocheros y pseudorevolucionarios, y además yo sabía que la filosofía no era lo mío, así que decliné el ofrecimiento, aunque siempre recordaré su gesto con mucho cariño y con mucho agradecimiento.


Qué maestros tuve. Qué suertuda fui. Ahora que todavía me queda memoria de aquellos días y de aquellas clases, escribo y recuerdo. 




Miguel Ángel Maceiras

Miguel Ángel Maceiras

Iba yo a la primaria de las señoritas Amaro, en San Ángel (El Instituto Colonia Guadalupe), y estaba más sola que la una. Mi mamá no me dejaba ni ir solita al colegio : me llevaba Josefina, que era una india güera (rubia), de pelo chino , afro y ojos verdes y que desplegaba su sex appeal como la miel sobre una tostada mañanera. Yo estaba muy enojada, porque era la más chaparrita de la clase y porque no era guapa guapísima, como mi mamá. Yo heredé la cara de batracio de mi papá y estaba muy triste por eso. Me dediqué a la lectura y a la tele. Me vi todas las películas que pasaban por el canal 4, de Bette Davies, de Errol Flynn: todo el cine de los años 40 y 50. Ahí nacieron mis dos aficiones primordiales: los libros y el cine.
Cuando estaba en quinto de primaria, Miguel Ángel Maceiras me trajo a la casa una luciérnaga en una cajita. Me acordé hoy, porque Alejandro Aura en su blog alude a esas criaturas mágicas. Yo no salía de mi casa, así que no vi a la luciérnaga lucir sus fosforescencias, pero aún así, recuerdo esa cajita como uno de los momentos cumbre de mi existencia infantil.
Miguel Ángel Maceiras era uno de los guapos de la clase, era alto, rubio, un poco macarrilla. Que me llevara la luciérnaga a mi casa (aunque no pasó de la reja: órdenes de mi mamá-celadora), fue un triunfo inesperado, una alegria, un vuelco en el corazón.
¿Qué habrá sido de aquellos compañeros de primaria? De Maceiras, de Leticia Viramontes, de Amelia Martínez, de José Antonio Molina, de Sergio Bátiz, de Andrés Piccini Pérez, de Eugenia Ortiz de Zárate, de Teresita Legazpi o de Cristina Deschamps?

Prolegómenos: La grandeza del Arte o de José Tomás en Barcelona

Prolegómenos: La grandeza del Arte o de José Tomás en Barcelona

Leía yo un artículo de Almudena Grandes para El País esta mañana, mientras me preparaba para irme al trabajo. El 17 de junio, como sabéis, vuelve a los ruedos José Tomás tras cinco años de retiro. Cito: "En los últimos días de su vida, Rafael Gómez, El Gallo, se atrevió a definir el arte de torear con una sentencia hermosa y honda, poética casi. "Maestro, ¿cuándo diría usted que un torero es artista, y que torea con arte?", le preguntó alguien. "Cuando tiene un misterio que decir, y lo dice", respondió él.

Mis recuerdos me llevan a aquellas tardes en que salías de la plaza sintiendo que ese misterio se había encarnado ante tus ojos. Misterio del Valor y de la Belleza. misterio del silencio y de la hondura del alma. Igual que cuando lees a San Juan de la Cruz en La noche oscura del alma o como si hubieras visto pintar Las Meninas a Velázquez. Misterio del Arte, revelado en un silencio en que la música no hacía falta para resaltar el pase, sino que estorbaba, o tal vez, en vez del sonido de la banda y el pasodoble, la música habría debido ser de Haendel.
No sabemos si ese misterio se va a encarnar de nuevo el 17 de junio en Barcelona, pero ahí estaremos, como si fuésemos a comulgar y creyésemos que en ese redondel va a aparecerse el Arte, en carne y sangre.

"La corrida a inspiré les plus grands artistes et nombre de théoriciens. Mais nul, à ce jour, ne s’était aventuré à philosopher sur elle. C’est le défi qu’a relevé Francis Wolff. A le lire, on comprend que la corrida, parce qu’elle touche aux valeurs éthiques et qu’elle redéfinit l’essence même de l’art, est un magnifique objet de pensée. La corrida est une lutte à mort entre un homme et un taureau, mais sa morale n’est pas celle qu’on croit. Car aucune espèce animale liée à l’homme n’a de sort plus enviable que celui du taureau qui vit en toute liberté et meurt en combattant. La corrida est également une école de sagesse : être torero, c’est une certaine manière de styliser sa vie, d’afficher son détachement par rapport aux aléas de l’existence, de promettre une victoire sur l’imprévisible. La corrida est aussi un art. Elle donne forme à une matière brute, la charge du taureaa ; elle crée du beau avec son contraire, la peur de mourir ; elle exhibe un réel dont les autres arts ne font que rêver".

Francis Wolff, Philosophie de la corrida, Fayard, París, 2007. (Directeur du département de philosophie de l’École normale supérieure, Francis Wolff est auteur de plusieurs ouvrages, notamment Aristote et la politique (PUF, 1997), Socrate (PUF, 2000) et Dire le monde (PUF, 2004).

Confesión

Confesión El sentimiento que me invade cuando quiero conocer algo es la impaciencia. La impaciencia me ha llevado a comprar por internet las películas que sé positivamente que se editarán en español en un año, en seis meses: pero yo las quiero ver ya. La impaciencia me lleva a no poder aguardar la traducción de un libro y a comprar ediciones en lenguas que no domino. Me sirvo del diccionario (tengo muchos diccionarios de idiomas), o leo sin comprender del todo, deslizando con prisa los ojos sobre las palabras, intuyendo lo que dicen. A veces pienso que lo que quiero saber, esa impaciencia de saber es un sentimiento que acompaña no un deseo, sino un conocimiento previo. Lo que quiero saber ya lo sé. Sólo quiero comprobar. Sé lo que van a decirme mis escritores o lo que me van a contar mis cineastas. Lo sé y por eso quiero saberlo. Siento sed de algún líquido que ya he apurado antes. A veces, leer o ver sin comprender del todo no es más que una constatación: la de la cosa táctil, sensorial, física que siento cuando al leer o ver algo vengo a reconocerlo casi como un ciego reconocería la proximidad de un ser amado sin que éste haya hecho un ruido o haya pronunciado una palabra. 

José Tomás reaparecerá en Barcelona el 17 de junio

José Tomás reaparecerá en Barcelona el 17 de junio

José, tu afición te espera.
Nos has dado las tardes más puras de un arte milenario. Sólo tú posees el secreto. Valor, temple, belleza viva, irrepetible.
Verte torear fue como ver pintar a Velázquez sus Meninas.
Creímos que nunca volveríamos a vibrar con esa fiesta que si no es arte supremo es sólo carnicería y barbarie.
Tú elevas.
Serás muy bienvenido en esa Plaza Monumental de Barcelona que te ha visto bordar las más bellas secuencias de movimiento grácil o de inmovilidad escueta y verdadera. Frente a frente, poder contra poder, lucha hermosa de hombre y bestia cuya hondura no puede ser descrita porque se resuelve en belleza oscura y escalofrío. Única muerte hermosa. Rito. Inteligencia y valor armonizados con el poderío del bicho y con su nobleza.
Único torero vivo que merece llamarse Artista (con mayúscula), nos dejaste el sabor de aquellas tardes en las que tu aspiración y la nuestra se veía cumplida.
Ni antes ni después pudimos ver y vivir nada que lo igualase.
Torero del silencio, de la verdad más honda. Quién podría olvidar tus naturales imposibles, donde hombre y bestia se superponían en un espacio que parecía el mismo espacio, desafiando las leyes de la física de los cuerpos. Tus volapiés, tus gaoneras, tus escalofriantes chicuelinas. Torero majestuoso, has encontrado la cuadratura del círculo en silencioso diálogo contigo mismo.Torero ensimismado y reflexivo, torero metafísico y filósofo.


Ya queremos que sea 17 de junio en Barcelona.

arteyliteratura:segundo cumpleaños

arteyliteratura:segundo cumpleaños

Con sus más y sus menos, este blog cumplió dos años hace pocos días. Creo que he conseguido poco a poco reflejar aquí mis intereses. Me doy cuenta de que este blog es una radiografía de mi alma (de la parte racional de mi alma, de la parte pasional, también), una radiografía acaso pudorosa, pero exacta.

Sin lectores, silenciosos o elocuentes, agradecidos o indignados, pacientes o inquietos, no habría seguido escribiendo aquí.

Así que: ¡gracias a todos!

Los invito a una rebanadita de pastel.

Yehudi Menuhin (1916-1999)

Yehudi Menuhin  (1916-1999)

He contado muchas veces que mi madre recibía revistas de música, de literatura y el National Geographic, revista por la que siento una debilidad enfermiza. De chica leí un artículo que me gustó mucho, sobre un violinista que había sido un niño prodigio: Yehudi Menuhin. Su hermana también había sido una precoz concertista de piano y ambos debutaron, muy pequeños, en el mundo musical.
La casualidad hizo que pudiese acudir, muchos años después, a dos de los conciertos que ofreció en Barcelona, en el marco incomparable del Palau de la Música Catalana. Lugar mágico por sí mismo (yo pienso que posee el escenario más hermoso), y mucho más si consideramos que fueron las Suites para violín y clavecín de Bach las obras que se programaron. Entonces me fascinaba (bueno, y me sigue fascinando, Gustav Leonhardt, a quien también escuché, pero no en esa ocasión). El Palau de la Música Catalana es una de las principales salas de conciertos del mundo y está considerado como uno de los máximos exponentes del Modernismo, fue edificado por el arquitecto Lluís Domènech i Montaner entre los años 1905-1908. En 1997 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
No he olvidado ese concierto. Durante años escuché con fruición las Suites para violín de Bach. Oír a Menuhin fue un privilegio, aunque a ratos me pareció que la música le llevaba un poco de ventaja, que su respiración era demasiado acelerada, que quizá no staba en su mejor forma física. Esto no es obstáculo para admirar la entrega, la belleza de la conjunción conseguida en las seis obras que componen el ciclo.
Menuhin, de origen judío, fue uno de los grandes violinistas de su época. También pude escuchar a otro de los grandes, con quien se disputaba el cetro : David Oistrakh (y a su hijo, Igor, violinista también)Me encanta cómo toca Oistrakh a Brahms... En cambio, Isaac Stern se me escapó.
Menuhin nació en 1916 en Nueva York, y a los siete años hizo su primera aparición en público como solista de la Orquesta Sinfónica de San Francisco. Más tarde estudió con George Enesco y con Adolf Busch. En 1932, cuando tenía sólo 16 años, hizo una memorable grabación del concierto para violín de Elgar, dirigido por el propio compositor. En 1944 encargó y estrenó la sonata para violín solo de Bartók. Realizó frecuentes giras, a menudo acompañado por su hermana menor, otra niña prodigio, la pianista Hephzibah Menuhin. Él cuenta que su hermana empezó a tocar el piano casi al salir de la cuna. No es extraño. Más tarde dirigió la Bath Festival Orchestra, (que se transformó en la Menuhin Festival Orchestra). En 1963 fundó la Escuela Menuhin de Música en Surrey, Inglaterra. También tocó con el sitarista indio Ravi Shankar, que compuso Prabhati (1966) para él, en un disco que recuerdo haber escuchado por primera vez en casa de mi prima Paloma De Lille: East meets West, se llamaba, si no me engaña la memoria, mucho antes de viajar a Europa. Tenía un carácter alegre y a la vez meditativo, al parecer. Y no comulgaba con la visión que tenía Glenn Gould, aunque colaboró con él en algún proyecto, también memorable. Pero él pensaba la música de otro modo: como acercamiento, como paz de espíritu, como comunión. No tenía fobia al público, al contrario, disfrutaba tocando en las salas de conciertos y después, dirigiendo y no compartía las extravagancias de Gould, aunque le admiraba y llegó a entenderse con él, tras ciertos desajustes.
Hoy he visto el DVD en el que Yahudi y Hephzibah, su hermana, tocan a Franck, Bartók, Enescu, Schubert y Mendelssohn, y aunque no sé nada de música, he querido celebrarlo compartiendo con vosotros este video del maestro del violín a quien conocí de oídas por una revista, cuando yo debía tener 9 ó 10 años y a quien, quince o veinte años después pude escuchar. Y todavía recuerdo el gustillo.

Espero que lo disfrutéis a tope.

Color mexicano

Color mexicano

 

 

Cuando estudiaba en L’Escola D’Art de Sant Cugat, mi profesor siempre me reprochaba que pusiera tantos colorines. Cuántos colorines, decía…Me es muy difícil dejar de lado ninguno, cuando pinto, si acaso el rojo es el color que menos uso. Mucha gente piensa que los colorines se los debo a Frida Kahlo y no, es una cosa común: es México.

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De un libro que tengo, que se llama precisamente, Mexicolor, he sacado estas muestras de colorines, para todos:


Casas:

Interiores:

Patio de entrada:

Cocina:

 

Jícaras de Michacán, cucharas de palo, chocolatero:

Tapices:

Huipiles y manteles

Detalle de un bordado de huipil: 

 

Juguetes:

Y un avioncito de calabaza y otros juguetes y ollitas:

 

He tomado las fotos de:

Melba Levick, Tony Cohan, Masako Takahashi, Mexicolor. The Spirit of Mexican Design, Chronicle Books, San Francisco, 1998.

 

 

 

 

 

 

 

Asociación de ideas

Asociación de ideas

 

Cuando oigo tocar el piano a Ernesto Lecuona, me parece que estoy oyendo tocar a mi tía Leonor.

Mi tía Leonor no era una concertista, sino una mujer con sentido de la música. Tocaba de oído y lo hacía con un estilo que no sé cómo definir ¿Popular? Expresando mucho, sobre todo en el acompañamiento. Era capaz de ’sacar’ cualquier melodía en menos de dos minutos.

En las fiestas familiares siempre tocaba el piano y nosotros cantábamos y/o bailábamos. Mis primos también tocan: Enrique (el que está en sus brazos, bebito), y Ramón, que después estudió medicina. Los dos tocan bien la guitarra y la armónica. Qué bien nos la pasábamos en esas ocasiones.

Ahora que viene la Navidad, me acuerdo de esas reuniones familiares. Mi tía era una mujer alegre (aunque en esta foto está triste porque se le había muerto una amiga y se la ve melancólica), optimista y cariñosa. A los postres, después de la exquisita cena (Leonor cocinaba muy bien, otra de sus gracias), se brindaba por los ausentes. Ausentes que siempre están presentes. Como Leonor en mis pensamientos. La costumbre se ha extendido a mi hogar. Y cuando brindamos por los ausentes-siempre-presentes, su linda carita se me aparece en la memoria entre las primeras.    

 

Amigos mexicanos

Amigos mexicanos

Ayer estuve con mi hijo Arturo (también llamado ’el cellista’ por mi querido emejota)y estuvimos recordando a dos de los mejores amigos que su padre y yo tuvimos en México.

Roberto Heredia no es un latinista canónico en el sentido de que no es raro. Es un tipo simpático, alegre y sorprendente. Roberto estuvo en España en su juventud y aquí convenció a todos de que era un famoso cantante mexicano. Salió en el programa de José María íñigo tocando su guitarra y cantando. Y también en un documental de Basilio Martín Patino, ’Torerillos’, que está editado con el DVD de ’Nueve cartas a Berta’, porque también hizo sus pinitos en el noble arte de torear. Así es Roberto: un hombre con muchas facetas, como los buenos diamantes. Acaba de recibir  la máxima distinción que concede la UNAM a sus investigadores. Porque Roberto es también el investigador serio, solvente y erudito que edita, traduce e interpreta ( en la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana), a Juvenal, a Tácito, a Petronio o a Apuleyo, rescatando sus textos menos conocidos.

Cuando Juan (hoy Catedrático de Latín de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona), llegó a México siguiéndome y dejó por mí su puesto en la Universidad Autónoma de Barcelona, se dedicó a promocionar los libros de la editorial Crítica entre los profesores de la UNAM. Roberto, intrigado por su erudición, le hizo un tercer grado y averiguó que mi amado ex (todos los ex deberían ser siempre amados: no en balde los amamos alguna vez, y fue por algo), era el excelente latinista y ex profesor de las universidades Central y Autónoma de Barcelona ( yo entonces estudiaba el doctorado en El Colegio de México). Roberto Heredia consiguió que la UNAM le contratara como profesor en la Facultad de Letras (Clásicas).

Así que Roberto avaló a Juanito y la amistad se extendió a otro personaje cuyo recuerdo sigue muy vivo en mi corazón: Ignacio Osorio Romero. Vital, generoso, alegre, Ignacio fue un hombre cuyo sentido del honor era muy alto. Tenía conciencia política, cosa tan rara a veces. Y además era amoroso y tierno. Nacho trabajó sobre todo en latín Novohispano y en historia de las bibliotecas y cuando murió, en 1991, era Director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y de la Biblioteca Nacional de México. Todavía corren por aquí algunos de sus libros: Tópicos sobre Cicerón en México (1976); Colegios y Profesores Jesuitas que enseñaron latín en Nueva España 1572-1767 (1979); Floresta y Gramática Poética y Retórica en Nueva España (1980); Conquistar el eco.  La paradoja de la conciencia criolla (1989); y La enseñanza del latín a los indios (1990). Historia de las bibliotecas novohispanas (1987) e Historia de las bibliotecas en Puebla (1988). Además participó en el proyecto de la Historia de las bibliotecas en México.

Nacho y Roberto son dos autoridades en el campo del Latín Clásico y Novohispano, y  a este estudio han dado sus mejores, más encomiables esfuerzos.

Hay un México, hay unos mexicanos...quizá desconocidos de este lado del charco: Serios y alegres, trabajadores y bohemios, eruditos y campechanos.

Nacho y Roberto fueron (son), dos buenos amigos nuestros de allá de México.

La soledad sin fondo del doctorando

La soledad sin fondo del doctorando Para Loriana

Una amiga reciente, que sufre en la soledad su perplejidad acuciante frente a un ordenador que espera devorar ansioso Documento Word tras Documento Word, que finalmente culmine en suficientes Documentos Word para quedar estructurados como tesis, como Summa, me ha recordado mi larguísimo calvario o periplo como doctoranda-en-proceso-de-escribir-una-tesis. Y aquí paso al recuerdo que figura en los temas de este apartado de mi blog.
¡Tuve tantas dudas! Primero iba a dedicarme a la Lírica Popular con Margit Frenk, pero Frenk se fue a dar clases a Harvard. En El Colegio de México-CELL (Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios), donde cursé los tres años de estudios, me dejó al cargo de Yvette Jiménez de Báez. Pero yo tenía dudas, dudas de que se pudiese tratar la Literatura oral como la escrita, sin tomar en cuenta el contexto, la antropolgía que sustenta esas creaciones, tal como hacían el El Colegio. Así que cambié los derroteros de mi investigación. Había estado buscando a un amigo de Juan Meléndez Valdés, poeta español del siglo XVIII, que se había ido a Guadalajara de México como Magistral de la Catedral ( y a quien Meléndez había dedicado la Epístola a Gaspar González de Candamo), para escribir un artículo. Y de pronto me vi envuelta en una serie de lecturas que me llevaron a plantearme que el género de la Oratoria Sagrada (con tantas implicaciones ideológicas, de manipulación informativa, etc), había estado completamente olvidado, aunque es difícil encontrar otro género literario más abundante por aquellos años. Me gustó la idea de un estudio interdisciplinar: ideología y literatura. Total, ya con una beca del Instituto de Cooperación Hispano-Mexicano, volví a España, dispuesta a encontrar las raíces de esa Ilustración novohispana en España. González de Candamo iba a ser mi personaje. Pero claro, me lié. Incluí finalmente dos predicadores más: Beristáin de Souza y Aguiar y Zeijas, y tuve que hablar del sincretismo, del guadalupanismo mexicano, de la alta jerarquía eclesiástica mexicana, de Alexander de Humboldt...en fin. Traté de trazar un fresco coherente de la época y del lugar y de la peculiar Ilustración española y de la Novohispana, aún más ignorada.
Para no hacer el cuento largo, padecí 6 años solitarios frente a mi tesis. La padecí y la gocé, investigando cuando y cuánto podía (en Salamanca, en Oviedo, en León, en Madrid, incluso en Tarragona), escribiendo una y otra vez algunos capítulos. Y sin ayuda de un ordenador: a máquina, heroicamente ¡Qué pesadilla! A la vez, era orgásmico cuando encontraba algún documento desconocido, que solamente a mí me importaba encontrar. Mi director de tesis fue Joaquín Marco que, aunque sabe un montón de Ilustración Española, no sabe nada absolutamente de Nueva España, ni de su historia del XVIII, ni de la iglesia mexicana, ni ...tampoco estaba interesado en leer lo que yo iba escribiendo. Sospecho que leía la primera página como mucho. Aún así, me sobrellevó con algunas entrevistas, pero claro, nunca pudo aportarme nada, excepto ánimos y una frase "No es una tesis de Estado"...porque yo tardaba tanto en escribirla... y es que nadie sabe más que uno mismo de su tesis de doctorado. Nadie conoce mejor que un mismo sus fallos, sus lagunas, sus errores y sus taras. Sólo uno, uno mismo, sabe qué falta y dónde, y de ahí que yo, tercamente, tratase de mejorarla, escribiendo incansable, o reescribiendo, aún más desvalida, una y otra vez, hasta que me parecía que los capítulos estaban bien escritos. Pero después, la estructura general... Un capítulo puede estar bien, pero lo importante es la estructura general.
¿A quién le importa, se preguntarán ustedes, la Oratoria Sagrada en Nueva España de 1770 a 1816? Pues a mí, joder, a mí me importaba. Con la tesis terminada fui a México, no para entegarla en El Colegio, porque no me valía la pena hacer los trámites ahí (yo ya estaba establecida en Barcelona y aparte de haber estudiado en la Universidad Central de Barcelona la licenciatura, había hecho la convalidación los estudios de El Colegio y algún que otro curso de doctorado más). No. Llevé la tesis terminada a la única persona que sabía que sabía sobre mi tema: Antonio Alatorre.
Estuve un mes en México. Antonio me dijo: "No voy a leerla completa (¡eran 500 páginas!), pero le haré algunas calitas". Pero la leyó completa. Y la corrigió completa. Es la única persona, incluyendo al jurado que me dio el Cum Laude en 1990, estoy segura, que la leyó de principio a fin. Jamás le agradeceré bastante sus correcciones, sus aportaciones, sus críticas y sus elogios.
Una vez de vuelta en Barcelona, la pasé en limpio, tomando en cuenta todo lo que me había dicho Antonio, y la presenté ante un jurado compuesto por mi "director de Tesis", Joaquín Marco, Sergio Beser y José Manuel Blecua Jr. de la UAB, Sebastián Serrano, de Lingüística, Y Carlos Vaíllo y Luis Izquierdo de Literatura. Beser y Serrano se la leyeron bastante como para poder aportar cosas y salir del trance. Vaillo también. Izquierdo pasó, lo mismo que mi director de tesis, diciendo lo bien que estaba y blablabla. Y Blecua fue siempre amable, como es, y me dio ánimos. Una hora y media y ya era doctora, tras seis años de esfuerzos.
¿Valió la pena? Objetivamente, no. No valió la pena, porque para dar clases en un Instituto de Secundaria y Bachillerato no se necesita un doctorado. Es más: diría: me sobra ese doctorado, reniego de él.
Pero personalmente, sí valió la pena ¿Cómo olvidar la excitación al entrar en los archivos, abrir los folios polvorientos, oler el picante tufo de la tinta vieja de más de dos siglos?, el placer de leer aquello que nadie nunca ha leído antes, la documentación, y la bibliografía moderna de Historia, de Sociología, de Historia de la Iglesia, de Retórica y Póética, las obras literarias de los autores contemporáneos... todo eso valió la pena. Y luchar contra uno mismo, para escribir un discurso coherente, bien estructurado, nuevo. Documentado, pero no aburrido. Descubrir un mundo y darle un sentido, aunque sólo sea para uno mismo.
Sí: valió la pena.

La gente del Colemex

La gente del Colemex Cuando ingresé en El Colegio de México para cursar el doctorado en Literatura Hispánica venía de Barcelona, de un tipo de educación académica muy distinta a la que enocntré ahí. Una de nuestras primeras clases fue con Antonio Alatorre. Yo ignoraba quién era él, aparte de traductor del "Erasmo en España". Me irritó y le respondí feo. A él le debí hacer gracia. Nos echó un anzuelo defendiendo a ultranza a Corín Tellado para indagar sobre el tema, tan sartreano, de "qué es la literatura". Yo piqué y me eché un "discursito", tal como me dijo él. Desde ahí yo le traté con distanciamiento y él me trató con sorna, pero con sorna cariñosa. Sus clases no eran serias y se traía a su psicoanalista. Nos contaba sus sueños. La verdad, no le encontré el chiste. Era la persona que más sabía de Siglo de Oro, pero no nos servía. Luego fui entendiendo su lección. Antonio no es un profesor, es un maestro, cosa bien distinta y mucho más distinguida y exótica y excepcional.
Aprendí a quererlo a regañadientes. Alto y feo, pero no desagradable, su ironía era de las finas. Al mismo tiempo, su discurso era sencillo y profundamente sabio. Pero no es un hombre sencillo. Es petulante porque sabe lo que sabe. Y no admite trucos ni trampas. Le choca el "bluff", tan mexicano. Y no pasa por complaciente.
Me relacioné con él al mismo tiempo que con Margit cuando ella no veía bien que uno simpatizara con los dos. Con ella tuve también mis más y mis menos, y la notaba muy rígida. También la quise y ella me impulsó a tomar aquel curso en el INAH sobre Literatura y antropología. Margit es muy dulce a la vez que muy exigente. Es completamente distinta de Antonio. Los quise a los dos.
La casa de Antonio está llena de juguetes mexicanos.
Me gustaría volver a verte, Antonio, y decirte que nunca llegué a ser una erudita, pero que sigo amando la literatura como el primer día.

Primer amor ( 1 )

Primer amor ( 1 ) Claire tuvo un hermano. ¿Lo sabía?. No, no lo sabía porque nunca se lo expliqué.

Pablo le llevaba a su hermana un año y nueve meses. Él era rubio, alto, guapo. Todo lo que ella no era. Era fuerte, ágil. Le enseñó a Claire a subir a los árboles, a saltar la reja de la casa cerrada. La casa y el jardín eran su reino. Esa casa solitaria no era oscura. No puedo decir que lo fuera. Todas las habitaciones eran grandes y estaban llenas de luz. La madre. Una mujer siempre ausente. Siempre fuera, trabajando. No fiera, pero no cariñosa. Fría. Eficiente. Su trabajo era su vida. Los hijos crecieron con las criadas. Con el jardinero. Solitarios no, porque se tenían el uno al otro.
Salían de clase a las 2 de la tarde. Y el resto del tiempo era suyo. Leían y jugaban. Cada tarde. Se leían uno al otro en voz alta los libros más inadecuados. Dante, Petrarca, Platón. No podemos saber ya qué entendían de los libros, pero sí que las palabras les enamoraban. Les encantaba escucharse, soñar.
Pablo crecía. Ella menos. Él le llevaba a veces pequeños regalos. Una libélula fue el que a ella más le gustó, muerta en su pequeña caja, con tantos colores.
Por las noches, la madre llegaba muy cansada. No tenía tiempo para ellos, o no tenía ganas de estar con ellos. Se sentaba ante el televisor. Ellos se iban al fondo de la casa. Lejos de ella. Tan fría, tan eficiente. Tan silenciosa. Tan sin caricias.
Claire tenía el cabello muy largo y había que peinarlo. Todas las noches había que cepillar esos cabellos castaños, lisos, abundantes. La madre la llamaba. Trae el cepillo y siéntate. Pero Claire se quejaba, me estiras el cabello. Antes de que la madre la tocara, Claire ya estaba llorando. Lás lágrimas le caían por las mejillas. Me duele, mamá.
Pablo entonces entraba. Déjalo, ya lo hago yo. Conmigo no llora. Que te peine tu hermano, decía. Y así se iban. Se iban por el pasillo hasta el fondo de la casa. En la habitación de Claire, se sentaban en la cama. Él deshacía las trenzas con sumo cuidado. Poco a poco, con infinita paciencia, iba pasando cabellos y cabellos hasta que toda esa masa quedaba tersa sobre la espalda de la niña. Luego volvía a dividir el pelo en dos mitades y tejía de nuevo las trenzas. Así, cada noche, durante años.
Después, los dos se iban a la cama. Claire se metía entre las sábanas. Contenta. Pablo la arropaba y acariciaba su carita. Ella tomaba las manos de él. El se tendía a su lado. Ponía su cabecita sobre el pecho de ella. Y ella le acariciaba los cabellos, los cabellos rubios, algo rebeldes. Se hablaban. Se contaban historias. Piratas, reyes, príncipes... aventuras en las selvas. Sí, ella iría después a las selvas, esperando encontrar a su Pablo. Pero no lo encontró.
Cuando Claire cumplió los doce años, hizo una íntima declaración de independencia. Estaba cansada de que la llevaran al colegio, cansada de las trenzas, tal vez cansada de dormir cada noche con ese hermano al lado. Se fue resueltamente a la peluquería. Dijo a la dueña, que dice mi mamá que me cortes las trenzas. ¿Estás segura? dijo Raquel. Sí, contestó muy formalita, dice que ya soy muy grande para llevar trenzas
¿Hasta dónde? Hasta aquí, dijo Claire y señaló el cuello.
Pablo la miró extrañado, interrogante. Más seria todavía, ella lo miró y le dijo, qué miras, ya no tengo trenzas, ya no me vas a peinar más, y ya no vas a dormir en mi cama. Ya soy grande y quiero dormir sola.
Tres días después, encontraron a Pablo en la bañera. Ahogado en su propia sangre. Ella no pudo verlo, no debió verlo, no lo recuerda. No se acuerda de nada. Pero oyó que decían que en el espejo, él había escrito con letras mayúsculas, con un lápiz de labios rojo, un nombre : CLAIRE.