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Las cartas de amor de Emilia Pardo Bazán a Galdós

Las cartas de amor de Emilia Pardo Bazán a Galdós

Ahora que he tenido a mi pequeña filóloga conmigo, he sacado de uno de mis estantes una deliciosa recopilación de cartas amorosas escritas por Emilia Pardo Bazán a Benito Pérez Galdós, descubiertas y publicadas en 1976 por Carmen Bravo Villasante.

En su momento, mi amiga Pilar Alegret y yo disfrutamos con ellas,  poniendo a la carta la voz, intentando buscar los matices del humor, de la inquietud amorosa, de la pena o de la culpa, que todo ello se reúne en esas extraordinarias muestras de la personalidad de la gran escritora gallega.  Una de mis pasiones en aquellos años fue leerla. Hace algún tiempo, cuando pude conocer la ciudad de A Coruña (para mí, la más bella de España), sentí una gran emoción al acercarme a su casa, visitar su pequeño museo, caminar por las habitaciones curioseando, como una invitada, las cosas de doña Emilia, sus retratos, sus muebles, sus manuscritos. La amabilidad de la gente que lleva el museo  me hizo sentir muy a gusto y al final de la visita me senté  en un lucernario que para ello han adecuado, a leer unos pasajes de su extraordinaria obra. Yo de niña ya conocí a esta señora. Mi mamá me había comprado una antología de Carlos González Peña: Florilegio de cuentos; el nombre me encantó, aunque no sabía qué significaba esa palabra. Ahí encontré varios de la Pardo. No olvido el de La cabellera de Laura, leído muchas veces y mi preferido junto con ¡Adiós, cordera!, de Clarín y El patio azul, de Santiago Rusiñol

En los años de facultad, Pilar y yo disfrutamos como locas de la lectura de sus novelas, desde Un viaje de novios hasta La madre Naturaleza y también de  La cuestión palpitante, porque no hay que olvidar que además de su talento como escritora, la Pardo introdujo el tema del naturalismo francés en plan teórico y práctico en España, y también fue pionera en su interés por los escritores rusos que hoy todos admiramos. Entonces, allá por el 1976, estas Cartas a Galdós nos ayudaron a entrar un poquito en la intimidad de esta mujer, grande por su extraordinario talento, su humor y su valor como persona.

De modo que, al llegar mi pequeña Sarita, ninguna otra propuesta me pareció más idónea que la lectura en voz alta de estas cartas, que ella desconocía. Francamente, disfrutamos. Hace poco, Sara había leído a Galdós en dos de sus obras más interesantes: Fortunata y Jacinta, y La Desheredada, novela injustamente relegada, cuando es tan interesante y enjundiosa como La Regenta de Clarín. Algún día os hablaré de ese personaje quijotesco y complejo que es Isidorita Rufete y de toda la gente que puebla su universo y que la acompaña en su imparable descenso a los infiernos.

 

                                                                      

A lo que iba. No se puede decir que Emilia fuese una mujer hermosa. Era alta, robusta (luego sería algo más que robusta), ligeramente estrábica. Sin embargo, todos sus compañeros de generación (menos Juan Valera, que era misógino y antifeminista), la adoraron. Fue educada por un padre generoso y progresista, que jamás le prohibió leer ningún libro, consciente de que como heredera absoluta de sus bienes, que no eran pocos, y por su inmenso talento, su hija podía hacerlo todo: todo lo que quisiera. Ella se formó en la biblioteca paterna, aprendió idiomas, viajó. Se casó muy joven como era costumbre y estuvo siempre unida a su madre y a sus numerosos hijos. La relativa facilidad con la que entró en el mundo literario no es ajena a su posición social y económica. Otro gallo le hubiera cantado de no haber sido quien era, pero lo que llegó a ser...eso se lo ganó a pulso ella solita, trabajando y escribiendo incansablemente.

Bravo Villasante encontró estas 32 cartas inéditas datadas en 1889-1890 (la correspondencia de todos los miembros de esta generación del 68 es muy abundante), aunque la amistad entre doña Emilia y Galdós data probablemente de 1881, año de publicación de La Desheredada y de La cuestión palpitante y de la separación conyugal (muy discreta y de común acuerdo), de la autora gallega.

El amor y la pasión de doña Emilia aparecen aquí teñidos con los tonos del humor, de la ternura y de la clandestinidad a que estaban obligados. También de la sinceridad.  Comienzan amablemente, asépticamente; son los inicios y la escritora encabeza: Mi querido amigo y maestro... y firma, muy seria, Su amiga, E., pero pronto cambia el signo: en la tercera carta, que le escribe desde París, dice:

Triste, muy triste...como diría un orador de la mayoría, me quedé al separarme de ti, amado compañero, dulce vidiña...¿quién reemplazará condignamente nuestras expansiones a la mesa y el el execrable puesto, nuestras dulces y disparatadas causeries, nuestra charlas, ora guasonas, ora serias y literarias, nuestra ternura que era la salsa secreta de todo el compagnage y de toda el alma amistad que nos veníamos mintiendo? Ahora es cuando la p...ícara imaginación representa con lindos colores toda la poesía de este viaje feliz...Hemos realizado un sueño, miquiño adorado, un sueño bonito, un sueño fantástico que a los 30 años yo no creía posible. Le hemos hecho la mamola al mundo necio que prohibe estas cosas; a Moisés que las prohibe también con igual éxito; a la realidad, que nos encadena; a la vida que huye; a los angelitos el cielo, que se creen los únicos felices porque están en el Empireo con cara de bobos tocando el violín... Felices, nosotros ¡Ay, cuándo volveré a estrecharte en mis brazos, mono, felicidad mía, cuándo será!

Y esta vez se despìde de modo muy distinto:

...Que sueñes en renovar horas tan venturosas, que vayas tramando el modo de realizarlo en compañía de tu

Peinetita,

que te besa un millón de veces el pelo, los ojos, la boca y el pescuezo.

La dificultad de encontrarse se manifiesta en muchas de las cartas. Los encuentros debían ser secretos, a horas muy bien estudiadas, porque la Pardo viaja con frecuencia con su madre y con los niños:

Le escribe desde Lourdes: Mi vida, en este momento acabo de perder el tren que debía llevarnos a España...Lo que me consterna es pensar que tal vez no me esperes ya, con tantas dilaciones...Soy tu rata, que te ama y está rabiando con este contratiempo...

Y un lunes: Mi propósito es plantarme el jueves de 6 a 7 de la tarde near Maravillas Church (Palma Strasse), pero voy con mamá...Iré al loco citato, si no me es absolutamente imposible, el jueves; y si no, el viernes, all' ora stessa. Te abrazo con toda la fuerza de mis brazos y de mi corazón, diletto, vita ed anima mia. Ti bacia caldamente, tu Porcia. 

(La Pardo y Galdós solían reunirse en un discreto apartamento de la calle de La Palma, cerca de la iglesia de Maravillas, que ella llama, con su humor habitual, Palma Street o Palma Strasse y Maravillas Church).

Un domingo, le escribe:

Minino: Ayer nos convidaron al Real: mamá en casos tales se pone como una niña: quiere ver subir el telón...Al ver esto, y ver que en el fatídico reloj sonaba la media, y transcurría tiempo, y las siete se apropincuaban, huí del impuro nido. El martes ahí tendrás a tu Suriña. Se me hace el tiempo largo; la metá de mis deseos, cual huye ante mis asombradas pupilas ¡Ah! ¡Oh! ¡Seductor, no me fascines con tu serpentina lengua! Adiós mono, hasta el martes -loco citato, all’ora stessa: En cuantique te vea, te como.  

No todo son mieles en la relación. Ella tiene un affaire con Lázaro Galdiano en Barcelona. Narcís Oller, que los ha presentado, se siente celoso y se lo cuenta a Galdós. En una carta que desconocemos (las cartas de él no han llegado hasta nosotros), se lo reprocha. Doña Emilia, sorprendentemente, confiesa:

...Mi infidelidad material no data de Oporto, sino de Barcelona...Perdona mi brutal franqueza. La hace más brutal el llegar tarde. Y no tener color de lealtad. Nada diré para excusarme y sólo a título de explicación te diré que no me resolví a perder tu cariño confesando un error momentáneo de los sentidos fruto de circunstancias imprevistas. Eras mi felicidad y tuve miedo a quedarme sin ella. Creía yo que aquello sería para los dos culpables igualmente transitorio y accidental. Me equivoqué: me encontré seguida, apasionadamente querida y contagiada. Sólo entonces me pareció que existía problema: sólo entonces empecé a dejarme llevar hacia donde -al parecer- me solicitaban fuerzas mayores, creyendo que ahí llenaba yo mayor vacío y hacía mayor felicidad. Perdóname el agravio y el error, porque he visto que te hice mucho daño, a ti, que sólo mereces rosas y bienes, y que eres digno del amor de la misma Santa Teresa que resucitase...

La relación prosiguió, pese al obstáculo. Y Emilia sigue desplegando su humor sano y contagioso:

Cariño, caro (acabo de recibir una carta muy apasionada de un siciliano y por ende me dan ganas de seguir requebrándote en la lengua de Petrarca) no emprenderé il mio viaggio hasta domani, ossia martedí alle cinque e mezzo...y ahora recobro el idioma natal para decirte que es preciso, en esta ocasión tan excepcional, que te revistas de alguna indulgencia para la cuestión de las citas...Ratonciño, adiós, hasta mañana.

De nuevo, desde París, adonde acude a ver la Exposición Universal, le invita:

Por ahora la Exposición para mí sólo se traduce en gasto, polvo, sudor, mareo y traqueteo de tren. Veremos si mañana, ante la Torre Eiffel, mudo de pauta y canto un himno al progreso. De todas suertes se me figura que prefiero ya a Steinkopfenkerken o como se llama esa ignorada aldea en que...

Y Tras los viajes a París, Suiza y Alemania, le escribe:

Mi vida, al abrir los baúles fueron saliendo objetos que eran otras tantas reminiscencias de nuestra feliz escapatoria... Pero sobre todo lo que yo tengo presente es la (escena) de Francfort, que pertenece al número de las que por rebasar de los límites del amor nefando y el deleite vil, se graban en el espíritu con imborrable huella... Haz por venir pronto, cielo, feo, monigote...¡Cuán grande va a ser mi orgullo si me dices que tus saudades corren parejas con las mías, y que tú también has encontrado en mí la compañera que se sueña y se desea para ciertas escapatorias en que burlamos a la sociedad impía y a sus mamarrachos de representantes!...Imposible parece que después de lo muchísimo que charlamos, ya en los fementidos y angostos lechos germánicos, ya en los lujosos vagones, al amparo de los feld-mariscales que nos abrían las portezuelas y nos llamaban príncipes, quede todavía una comezón tan grande de charlar más, y un deseo tal de verte otra vez en cualquier misterioso asilo, apretaditos el uno contra el otro, embozados en tu capa o en la mía los dos a la vez, o tumbados en el impuro lecho, que nuestra amistad tiernísima hace puro en tantas ocasiones. Sí, yo me acuesto contigo y me acostaré siempre, y si es para algo execrable, bien, muy bien, sabe a gloria...porque tienes la gracia del mundo y me gustas más que ningún libro. 

Sé que debo dejar de transcribir este delicioso diálogo, del que conservamos sólo una parte, la de doña Emilia. Debemos dejar al Miquiño y a Porcia. Antes sólo permitidme deciros que si algún día en alguna librería de viejo encontráis estas cartas, las llevéis con vosotros. Las vais a disfrutar. Ternura, humor, amor.

Carmen Bravo Villasante, ed., Emilia Pardo Bazán, Cartas a Benito Pérez Galdós (1889-1890), Ediciones Turner, Madrid, 1975. 

 

 

3 comentarios

Elisa -

Acabo de comenzar a leer la biografía de Doña Emilia que ha escrito Eva Acosta y he buscado tu entrada para releerla, pues me había gustado mucho en su momento. ¡Casualmente, hace un año justo de su publicación! La casualidad es la que me invita a dejarte un comentario y decirte que tu blog me parece interesantísimo, cada entrada merece una lectura detenida y, como ves, una relectura.

Gabriela -

Querido Portnoy, sí, quién pudiera pedir una extensión del tiempo para poder abarcar lo inabarcable. La gran biblioteca. Un sueño imposible, pero hermoso. Un abrazo y mis mejores deseos para que sigamos compartiendo este año tus lecturas y las mías.

Portnoy -

Siempre me ha fascinado la literatura epistolar, la traición que supone desvelar publicamente algo que pertenece a la intimidad de dos personas, pero que desvela al mismo tiempo la verdadera personalidad de los autores.
Me has hecho recordar aquellos pasajes epistolares de Tristana, quizás muy influenciados por estas cartas reales... en serio, si pudiese pedir un regalo pediría tiempo, un tiempo suspendido para poder leer todo lo que quiero... las cartas de doña Emilia, por ejemplo.
Un saludo