Edipo Rey, de Pasolini
Yo sabía que ese muro de adobe de Rulfo me llevaba a Micenas. He estado dos veces ahí y he sentido el peso de lo sagrado al cruzar la puerta de los leones o al penetrar en las tumbas de los reyes. El aliento homérico aún se respira ahí, en la fortaleza que domina aquel paisaje árido. Los héroes, los reyes, los mitos de la antigua Grecia respiran por las piedras y los arbustos de la ciudadela de Micenas, que por cierto no es vista al acercarse uno: todo es visible desde sus muros de antigua roca, mientras que ella permanece oculta a los ojos de todos los que se acercan a ella. Es una imagen del destino: para el destino somos tan visibles, mientras que nosotros, hasta que no lo alcanzamos no lo conocemos, no sabemos nada de él. Y esa idea me ha llevado a su vez al Edipo Rey de Pasolini, que he visto tantas veces y que tanto me recuerda aquella Grecia antigua que está representada en mi mente por Micenas.
Micenas y Edipo Rey son conceptos que llevan a pensar en el mito, común a civilizaciones antiguas, ya sean prehispánicas o griegas. El mito es una realidad intraducible, una verdad poética.
Cuando Pasolini filma Edipo Rey en 1967, todos leíamos a Mircea Eliade, en El mito del eterno retorno. Creo que de ahí parte la lectura que Pasolini hizo de Edipo y que filmó en Turquía, con música búlgara. Su aproximación no proviene de Freud, sino de la antropología de la religión y de su preocupación social y es por eso que el prólogo sitúa el nacimiento de Edipo en una villa lombarda de la Italia presfascista, y el épílogo lo sitúa, ya ciego y errante, en la Bolonia de los años sesenta.
Pasolini coloca a su Edipo en cuatro coordenadas de calado ético y social: ceguera y destino, caos y destrucción social.
Injustamente, Edipo es maldecido por el destino antes de su nacimiento: será esposo e hijo de su madre, padre y hermano de sus hijos, asesino de su padre. Y por ello es abandonado en medio del desierto para que muera. Sin embargo, ese mismo destino decide que no ha de ser así, y Edipo es recogido y adoptado por los reyes de Corinto. Ciego ante esta verdad, que desconoce, Edipo crece feliz y orgulloso de sí mismo por ser el hijo de los reyes, con la ceguera inconsciente de la juventud alevosa, pero, enfrentado al misterio insondable del oráculo, éste le desvelará su terrible destino.
Edipo, horroizado, confundido acerca de sus orígenes, ciego ante la verdad que no conoce, decide abandonar a quienes cree sus padres para eludir ese destino: esto no hará sino acercarlo a él. Como en el cuento persa, el destino le aguarda al final de la huida.
Pasolini sitúa a su Edipo con los ojos cubiertos en cada cruce de caminos. Gira sobre sí mismo, inconsciente, cegado y el destino lo lleva, lo va llevando insensiblemente hasta el crimen de Layo. Por una minucia y un mal entendido orgullo, Edipo encuentra a su verdadero padre y le da muerte, ignorando su verdadera identidad: es decir, lo mata ciegamente. Envalentonado, mata también a la Esfinge que aterroriza a los tebanos y recibe el premio-castigo prometido: casarse con la reina Yocasta, su madre. A Yocasta, Edipo la ama fogosamente, furiosamente. Sin saber que es su madre, en ella encuentra todo lo que desea. Y ella en él. Pero el desorden ético, moral y social se hace presente cuando aparece la peste y mueren animales, hombres, niños en toda la ciudad. ¿Quién, dice Edipo es responsable de todo esto? Edipo sigue ciego e inconsciente, ignorando que él es el origen del caos y de la destrucción.
Cuando aparece Tiresias y le previene sobre la cruel verdad, Edipo no cree que va a incriminarle, y provoca al viejo: le exige que hable. Y cuando habla el ciego profecta, el único que ve lo que no es aparente, el que puede por ello conocer la verdad, Edipo ya no puede seguir estando ciego.
Yocasta, horrorizada por el crimen, se ahorca y Edipo, que ahora ve la realidad, se ciega. Es la paradoja del mito. Coge el alfiler del vestido de su madre-amante y se arranca los ojos.
Desde el momento en el que conoce la verdad, Edipo debe errar por el mundo. Pero el Edipo de Pasolini acabará en las calles de la Bolonia de los años sesenta. Porque su Edipo es un hombre contemporáneo, que se ve arrastrado, inerme, por un destino que desconoce, ante el que está ciego. Y ese hombre nunca llega a saber que él mismo es el causante del caos que se desata en el mundo, y cuya destrucción él ha originado. El hombre moderno es un hombre ciego, que desoye las voces del destino; un hombre que, vendado, gira sobre sí mismo y toma a ciegas un camino sin saber hacia dónde es llevado: siempre ciego, y siempre inconsciente de lo que vendrá. Hasta que el caos y la destrucción se asientan en su vida, rompiéndola. Entonces ve. Y empieza a recorrer el mundo, ya olvidado de sí mismo
Un enlace interesante: http://www.pasolini.net/cinema_edipore.htm
13 comentarios
anyi -
Ferre -
Gabriela: De acuerdo con tu observación sobre lo bello en el arte moderno. A mi, cuando alguien me dice de algo que es bonito... reconozco que me echo a temblar. No es que no me guten las cosas bellas, es que me fío muy poco de lo que otros consideran belleza.
emejota -
Gabriela -
Gabriela -
Portnoy -
Donde pone "nunca quiso que sus películas gustasen" debería poner "empleaba una estética alejada de los cánones habituales"... no me refería a hacer películas para que no gusten, me refiero a hacer películas para mantener al espectador estéticamente alejado, que no pueda, de ninguna manera, implicarse estéticamente en la obra... llamémosle "feismo" o "antiesteticismo", pero creo que Pasolini busca esa distancia con el espectador, lo cual, al mismo tiempo, es un acercamineto a la realidad.
En fin... matices.
Ferre -
Hacerlas para no gustar es estar igual de \"pillado\" que hacerlas para gustar.
Que les dé igual... una cosa es que no sea su principal preocupación, que no les quite el sueño... pero estoy seguro (al 100%, sin duda) de que todos y cada uno de ellos prefieren que guten a que no. Aunque sea a 2 ó 3 personas.
Ah, el Edipo freudiano, si no recuerdo mal, funciona para todos, ya que representa cierta estructura del insconsciente. Pero, insisto, sólo es un vago recuerdo (en otras palabras, lo mismo he dicho un chorrada).
Magda -
Besos, Gabriela, me ha gustado mucho tu post
:)
emejota -
Un saludo cordial
Portnoy -
Ahora me has hecho recordar los prendedores con los que Edipo se ciega.
¿No crees que Pasolini nunca quiso que sus películas gustasen?
En fin, seguiremos el camino de la antiestética y, definitivamente, hablaré de Pasolini.
Un saludo
emejota -
Como tampoco he visto la película he dejado de leer a mitad del post... pero como la blogosfera permanece, a pesar de la gripe aviar, lo recuperaré en cuanto la vea (si sobrevivimos a la idem)
Abrazos.
Gabriela -
Ferre -
Esta de la humanidad en conjunto como un Edipo moderno no la conocía y es muy acertada. Tendré que hacer lo posible por ver la película (y eso que Passolini no es un director al que tenga mucha estima).