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2046 de Wong Kar_Wai

2046  de Wong Kar_Wai Director: Wong Kar-Wai, con Tony Leung, Gong Li, Takuya Kimura,Faye Wong, Zhang Ziyi, Carina Lau, Chang Chen, Wang Sum, Siu Ping Lam, Maggie Cheung.
Año de producción: 2003 Duración: Dos horas, 9 minutos. Hong-Kong-Francia
Web internacional de la película
Enlace al trailer de la película

Hong Kong, 1966. En su pequeña habitación de hotel, Chow Mo Wan, escritor en crisis de inspiración, trata de terminar un libro de ciencia ficción situado en 2046. A través de la escritura, Chow recuerda a las mujeres que han atravesado su vida solitaria.Apasionadas, intelectuales o románticas, todas ellas han dejado una huella imborrable en su memoria y en su imaginario personal. Son sus recuerdos, y el libro es ese tronco al que se le susurran las palabras que nos llevan a lo más secreto de nuestro corazón, para que él los guarde. Su Li Zhen, que sin duda ha sido su amada, se aloja en la habitación 2046...
El nuevo trabajo de este autor irreemplazable, de talento intuitivo y meticulosidad enfermiza, puede ser entendido como una continuación, temporal y evolutiva, de su anterior film, la excepcional “In the mood for love" ("Deseando amar"), cuya filmación discurrió en paralelo a ésta; en realidad, dos manos cuyos dedos se entrelazan para complementarse hasta la disolución de las fronteras, por lo que no resulta recomendable acercarse a la más reciente sin conocer sus precedentes. Pero el presente largometraje es también el espacio interior en el que se dan cita las obsesiones que pueblan ese universo personal, hipnótico, perturbador, al que uno se asoma con el pudor de pisar en existencias ajenas y la convicción de contemplar su propio retrato.

Persecución estéril de lo huidizo, de aquello ya superado en cronología pero no en cuanto a equilibrio interior, “2046” trata de los demonios que habitan ese territorio compartido por el amor y la memoria, de una realidad sentimental que, como notas musicales, precisa de un tiempo concreto para distribuirse y hacerse oír, fuera del cual alteraría la melodía completa y carecería de sentido. El tímido, prudente y delicado Chow Mo Wan (Tony Leung) de “In the mood for love (Deseando amar)”, visiblemente tocado por su frustrada relación con Su Li Zhen (Maggie Cheung), se ha convertido con el paso de los años en un mujeriego cínico y descarado que, entregado a la bebida y al juego, busca compañía femenina pero, según sus propias palabras, sólo está dispuesto a comprarla al por menor, sin compromisos ni implicaciones emocionales que repitan su sufrimiento. Chow no ha abandonado su anodino trabajo en el periódico, aunque también en las ficciones que escribía se ha producido un cambio simultáneo: ya no son las novelas de artes marciales las que lo ocupan, sino historias de sexo bien pagadas y de dudosa calidad. Y es que a la contención y sobriedad erótica que presidían “In the mood for love (Deseando amar)”, ha venido a substituirlas una carnalidad mucho más explícita de placeres desatados en lugares nocturnos.

El título de la película hace referencia a la habitación del hotel donde, en el pasado, acordaron encontrarse Su Li Zhen y Chow; cuatro paredes, ahora contiguas a la suya, por las que desfilarán diferentes mujeres, sustitutas parciales de aquélla. Porque en esa búsqueda infructuosa de la mujer que reemplace los recuerdos del amor de su vida, Chow halla a Su Li dividida en tres: el cuerpo Bai Ling (Zhang Ziyi, habitual en los films del director chino Zhang Yimou), una joven impulsiva, dispuesta a cobrarse, que se enamora irremediablemente de él, la mente Wang Jing Wen (Faye Wong), la sensible hija del dueño del hotel, y escritora aficionada, a la que Chow ayuda en su relación con un novio japonés que cuenta con la oposición del padre, como si con ello expiara culpas y saldara cuentas pendientes y el nombre otra Su Li Zhen (Gong Li, la antigua musa y compañera de Yimou), tahúr profesional apodada “La araña negra”, -quizás la más consciente de su ingrato papel en la función— , todas ellas marcadas por la fatali-dad y ninguna de las cuales logrará satisfacer lo imposible: que Chow recupere aquello que quedó tan atrás. Tres capítulos —al que cabe agregar el estelarizado por la madura bailarina Lulu/Mimi (Carina Lau)— pautados por la Nochebuena de años consecutivos, fechas éstas de las Navidades que, como bien sabe Charles Dickens, se prestan mejor que ninguna otra a la visita de fantasmas pretéritos que ahuyenten la soledad.

Asimismo, “2046” es el título del relato futurista que Chow está escribiendo, cuya acción transcurre, precisamente, en ese mismo año. En esta segunda ficción, trasunto de la primera, los protagonistas viajan sin retorno, a bordo de un tren ultramoderno, hacia un tiempo que promete haber conservado intacta la memoria, caso de ese joven nipón (Takuya Kimura) que persigue en una androide de reacciones retardadas lo mismo que anhela Chow, con idénticos resultados.

De este modo paralelo, va cobrando forma la paradoja que empuja a los personajes a huir hacia el futuro para reencontrar un pasado idealizado que nunca volverá. Amor y tiempo como dos coordenadas invisibles que marcan el destino —uno, determinado e irrepetible— y se cruzan en ese número mágico —estancia de hotel, emplazamiento en la ficción literaria, morada de recuerdos—.

Toda esta maraña de episodios vitales y tormentas sentimentales, llevados con parejo tacto y expresión por los actores principales, se transforma, a efectos prácticos, en un puzzle argumental de círculo cerrado, conducido por la voz en off de su protagonista masculino, que a menudo se desliza atrás y adelante en el tiempo, y donde el plano real convive con la fabulación. Pero a pesar de su aparente complejidad conceptual, “2046” discurre con la misma solidez y cla-rividencia que el material del que se nutre, el idioma de las emociones. La película exhibe la solución estilística que ya empleara en “In the mood for love (Deseando amar)”, de un preciosismo estético fascinante. Y es esa caligrafía de Wong Kar-Wai, intrínseca y tan reconocible, la más apropiada para desmigajar los pormenores del amor y sacar a la luz las dobleces del corazón. Su narración, con el falso aspecto de una improvisación musical, de borrador de un proyecto inacabado, tan pronto ahonda en el detalle tangencial como se recrea en lo pasajero, consciente como es de que lo importante no tiene por qué ser obvio y de que lo parcial es tan válido como el conjunto. Esto se traduce en sus acostumbrados e insinuantes fuera de campo, en los encuadres donde los personajes aparecen solitariamente descentrados o en esas escenas ralentizadas que pretenden congelar inútilmente el tiempo, siendo su dominio del ritmo y la composición, una lección magistral de las posibilidades que esconde el lenguaje cinematográfico.

Al de Hong Kong le gustan los pasillos estrechos llenos de puertas de las casas de huéspedes, que propician el cruce de desconocidos; los espejos y marcos que ejercen de guillotina; las escaleras en las que los encuentros se hacen fugaces; los callejones nocturnos con esquinas de paredes desconchadas que invitan a apoyar la espalda; la lluvia que parece precipitarse desde las farolas; las volutas de humo ascendiendo hasta perderse contra el techo; los pies femeninos que danzan como si tuvieran vida propia.... Gestos, roces, retales; coreografías y espacios con los que levanta una arquitectura de lo efímero, caricia sobre la herida cotidiana con guantes de seda.

Así, a esa primera piel hecha con las manifestaciones del alma, se suma una segunda capa, sucesión de imágenes exquisitas que la fotografía de Christopher Doyle, Lai Yiu Fai y Kwan Pun Leung arropa de nuevo, en ese tapiz con sello propio donde el rojo, el verde y el ámbar tienen adjudicado un puesto de honor. Y a este envoltorio visual, se añade una tercera textura, compuesta por el terciopelo de cuerdas, vocales o instrumentales, que conforman su banda sonora —otro tema principal y magstral de Shigeru Umebayashi rotundo e imborrable-, y un puñado de canciones tan atemporales como la historia misma, entre las que destacan “Siboney” de Xavier Cugat, “Perfidia” de Alberto Domínguez, “Sway” de Dean Martin, “The Christmas Song” de Nat King Cole, o el “Casta Diva” de la “Norma” de Vinenzo Bellini—. Diferentes pelajes indisolubles que constituyen una única epidermis.

El resultado, engañosamente casual pero preciso en su construcción, es un sublime revulsivo para el espíritu, extraordinario en su belleza, elegante en sus maneras y agitador por su exótica proximidad. En “2046”, sentido y sensibilidad se abrazan para dar cobijo a una visión descarnada, pesimista, extenuante de nuestra naturaleza romántica, es decir, espantosamente real. Resaca, íntima e intimista, de ideas y vivencias, revisitación propia y ajena donde la sombra de lo perecedero es más alargada que nunca, a lo que hace Wong Kar-Wai la etiqueta de película se le queda corta. Sus trabajos son siempre experiencias demoledoras, porque acarician sentidos y muerden sentimientos. Si su cine gusta, no se aprecia, se adora. Salir con lágrimas en los ojos y transidos de emoción del cine es casi una declaración de amor."

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