Me escribió Gregorio: No olvides la Itaca de Kavafis. Emprendemos un viaje, buscamos algo. Algo dentro que necesita salir. Nosotros, en el viaje, escucharemos una voz que en nuestra vida cotidiana no oímos. Salimos, pues, a buscarla.
He viajado a Albi ¿Qué busco yo en Albi? ¿Qué voz mía se esconde en este sitio?
Fuera de la zona de la basílica, Albi parece un lugar fantasma.
He venido a parar a un lugar silencioso. He ido a la basílica. Por fuera, es una fortaleza, por dentro es una joya llena de delicadeza, con frescos que muestran el Juicio Final.
El sonido de la trompeta -dice la guía-, indica que te cueces en tus pecados por siempre jamás.
¿Acaso la voz mía dice: Todos estamos hechos de lágrimas?
O dice: ¿Hay que dejar fluir la vida, con toda su complejidad, con todas sus luchas?
De tus ojos no deja de brotar el dolor ¿Es esto lo que me dice la voz? ¿O la voz me dice: De mis ojos no deja de brotar el color?
¿Es que la belleza del mundo me duele? ¿El color del mundo me hiere?
Los nombres de calles: calle del Paraíso, calle de los Encantos, calle de los Jardines. Extraordinario silencio. Casas que parecen deshabitadas, o tal vez habitadas por durmientes, por espíritus del pasado que rondan por aquí. Zumbidos, zureos de palomas. El sonido del calor en medio de la tarde.
Vine a parar a un lugar silencioso cuyo latido es el río, es la calle desierta, es el rumor de las hojas de los árboles.
De modo que he salido de mi silencio para entrar en otro silencio.
Silencio, silencio, silencio, silencio.
Y color, color, color, color.
(La ilustración es una página de mi cuaderno de viaje, con una mala copia de uno de los cuadros de Toulouse-Lautrec)