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¿Quién es María Iribarne?

¿Quién es María Iribarne?

 

Hay obras que conozco tanto que me parece que he nacido con ellas. Las he leído muchas veces y siempre me han quedado mil preguntas que hacerles, como si fueran de mi familia. Enigmas familiares, por así decirlo.

Sobre la historia de María y de Juan Pablo he pensado mucho, casi tanto como he decidido, durante mucho tiempo, olvidarme de ella. Pero esa historia, que nunca he sabido por qué me ronda insistentemente cuando salgo del metro Universidad y que relaciono absurdamente con la fachada del edificio de La Vanguardia de la calle Pelayo, se me viene de pronto a la memoria y no me deja en paz.

María sale y entra de mi vida sin que yo nunca haya sabido quién es ella. Por qué actúa de esa manera misteriosa, tramposa. Por qué baja la voz cuando recibe la llamada de Juan Pablo, o por qué lo lleva a la estancia para que se enfrente con Hunter. No entiendo por qué María decide volver loco a Castel ni por qué lo escoge como verdugo. Porque ella debía saberlo ¿no? debía saberlo desde el primer momento. En cuanto vio el retrato de aquella mujer en la pared de la galería, en cuanto él se le acercó y la siguió, sí, ella debió saber ya todo lo que pasaría después:  sin embargo, no sólo no quiso evitarlo, sino que lo invitó a hacerlo. Lo estimuló para que siguiera adelante, para que se obsesionara con ella, para que acabara con ella.

La historia de la víctima María me recuerda la de Trotsky, que nunca se quedaba solo con nadie en su despacho, pero que ese día se quiso quedar solo con Ramón Mercader a pesar de que todos sospechaban de él. O precisamente, se quedó solo con él porque sabía lo que iba a hacer Mercader en cuanto se quedaran solos, en cuanto él cogiera el supuesto artículo de Mercader para leerlo o revisarlo o qué sé yo. Es obvio que Trotsky sabía lo que iba a sacar Mercader del bolsillo de la gabardina, lo mismo que María supo siempre lo que Castel iba a hacer con ella. Eso lo explica todo ¿no crees? Las respuestas vacilantes, los susurros por el teléfono que hicieron que Castel sospechara de ella. Ella lo sabía todo desde el encuentro en la exposición, frente al cuadro que contaba ya toda la historia; lo sabía cuando invitó a Castel, cuando le presentó a Hunter o a su marido; lo sabía cuando sintió la atroz repulsión de Juan Pablo ante la ceguera de Allende y por eso los dejó solos; lo sabía todo el tiempo durante la atroz reunión organizada por ella. María lo había sabido todo cuando presintió que la seguía hasta aquel edificio donde le perdió la pista momentáneamente aquella primera vez: lo sabía ya todo cuando Juan Pablo la persiguió inútilmente, entonces. Pero luego, yo sé, ella se hizo la encontradiza y jugó sabiendo cómo terminaría el juego. No se entregó a Castel, sino a lo que Castel haría con ella. María supo que de ese modo él no iba a olvidarla nunca, y ahí queda la confesión de Juan Pablo para probarlo, esa confesión que desde 1948 sigue repitiendo, punto por punto, obsesivamente, todo lo que pasó, todo lo que ella sabía que pasaría. La confesión en la que él cuenta incesantemente todo lo que ella quiso que él recordara:  Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne...

 

Ernesto Sabato, El túnel, ed. Cátedra, Madrid, 2009.

 

 

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