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Dos películas de Derek Jarman

Dos películas de  <a href=&quot;http://technorati.com/tag/Derek Jarman&quot; rel=&quot;tag&quot;>Derek Jarman</a> Derek Jarman nació en Northwood, Middlesex, Inglaterra en 1942. Se educó sucesivamente en Hampshire y Dorset antes de emigrar a Londres para estudiar Bellas Artes en el prestigioso King's College (1960-1963) y en la no menos famosa Slade School of Art (1963-1967).
Comenzó su extensa carrera de creador multifacético (poeta, narrador, fotógrafo, pintor y cineasta, además de activista) en 1969 y realizó una ingente cantidad de obras hasta su prematura muerte, en 1994.

Hubo una época en que me interesé por el cine inglés, aunque me he sentido sucesivamente más identificada con otras cinematografías (como la francesa o la china, pero nunca he llegado tan lejos como para hacerme fan del cine iraní, a pesar de lo que pueda pensar mi hija Paulina).
La primera película inglesa que me impactó fue A taste of Honey(1961), de Tony Richardson, que vi en 1966 con Octavio, en la cineteca del CUC. Una década después, me aficioné (al menos parcialmente) al cine de Ken Russell. Era nuestra era pop y su cine era diferente. Además, contaba con la complicidad de la gran Glenda Jackson, de Oliver Reed y Alan Bates. A Bates lo vi en Londres en el teatro, en una obra de Harold Pinter, autor que siempre he tenido muy metido en mis entretelas y con el que precozmente me sentí involucrada ya en mi época de “crítica teatral” en México. Bueno, es obvio que mi cineasta inglés favorito es , (el maestro de maestros). Pero Derek Jarman también me gusta. Hoy me he propuesto reseñar dos de sus películas que he tenido la suerte de “pescar” en diversos establecimientos barceloneses. Esto de “pescar” perlas raras es muy excitante, porque estas películas son codiciadas por los cinéfilos, que aunque escasos, existen; porque generalmente sólo hay una en la tienda más grande del mundo, porque si le preguntas por ella al vendedor, inevitablemente te mirará como si fueras un marciano o un asesino en serie, porque nadie más las ha visto, porque… en fin, hoy estoy haciendo demasiadas digresiones y paso a centrarme. Decía que Jarman me gusta, porque aparte de la etiqueta de cineasta gay, su afán experimental siempre me ha producido placer. Nunca me ha parecido estridente o vulgar y algunas de las cosas que hizo, hoy se hacen con toda naturalidad. Además, tiene mucho en común con Pasolini (con el mejor ), que para mí no es el del Decamerón o los Cuentos de Canterbury, que son las películas que han editado en DVD, sino el de Teorema, Medea o Edipo. Porque en ambos hay un deseo de autenticidad, un deseo anti-hollywoodiense, de presentar la antigüedad casi antropológicamente, buscando los paisajes, la música, el vestuario y las imágenes mentales que pudieran tener verdaderamente en esos tiempos. Y también buscando trenzar los hilos que nos unen hoy, en nuestro presente histórico, con esos tiempos anteriores. Cosa que creo consigue siempre el arte: abolir el tiempo sin obviarlo, haciéndose eterno retorno, actualizándose cada vez: volviendo a nacer, volviendo a ser, una y otra vez y siempre fresco.

Sebastiane (1976)
Guión: Derek Jarman y James Whalley
Música: Brian Eno
Fotografía: Peter Middleton
Reparto: Richard Warwick, Neil Kennedy, Leonardo Treviglio, Lindsay Kemp, Barnes James.

Es bien conocida la iconografía de San Sebastián, icono gay donde los haya, para contar de nuevo la historia de este mártir cristiano de la era de Dioclesiano. Jarman aquí filma en latín (como Mel Gibson filmó en latín y arameo La pasión de Cristo)y por las mismas razones: le resultaba imposible contar esta historia de otro modo. Encuentro esta idea doblemente seductora: por una parte, el latín posee una elegancia, una limpidez y una belleza que no puede ser igualada por el inglés (o por ninguna otra lengua, salvo, quizás, el francés), por otra, Jarman busca la verosimilitud y el alejamiento de los clichés hollywoodienses que son la marca de fábrica de este enfant terrible inglés.
El texto de la película de Jarman es un texto hermoso, poético y lleno de metáforas y de imágenes poéticas. Y para mí, lo más bello de la película. La expresión del amor divino que embarga a Sebastián es única: por fuerza está emparentada con la literatura mística, cuyas palabras o cuyo erotismo no pueden tener otro referente que el amor humano, pero cuyo destinatario es otro muy diferente: Dios mismo.
Filmada en el norte de África, en un paisaje agreste, arenoso, seco, en él el mar y la arena, escenario del exilio al que es condenado Sebastián, juegan un papel muy importante. No sé por qué, en su momento, esta historia fue leída como cuasi pornográfica o como apología de la homosexualidad. Porque históricamente, la homosexualidad era factor inherente en la milicia, tanto griega como romana, y porque en el exilio, perdidos en aquel campamento casi inhabitable, solos con ellos mismos, la homosexualidad brotaba incluso en aquellos que eran heterosexuales.
El amor que siente Severus por Sebastián es un amor terreno, al que el futuro mártir no puede ni quiere corresponder: "Triste y pobre Severius -le dice- ¿Crees que tu ebriedad libidinosa puede compararse con el amor de Dios?". Y su ascetismo, su pureza, en resumen, su diferencia respecto al grupo, son un estímulo para la crueldad de todos, exceptuando a Justinus, su gran amigo, en compañia de quien Jarman filma las más bellas escenas de amistad desinteresada y pura entre hombres que yo haya visto jamás. No puedo resistir la tentación de inlcuir un fragmento de diálogo entre ambos, cuando Justinus ofrece un caracol a su amigo y escuchan su sonido, ambos retrepados en una roca, rodeados por el mar:

--¿Qué oyes?
-- Oigo suspirar a los dioses ¿y tú?
-- Nada. Espera... Oigo una gaviota que grita tu nombre en medio de una tempestad. Dice tu nombre: "¡Sebastián, dilectísimo Sebastián!". Toma. Escucha.
-- Oigo un canto hermoso como el de un ruiseñor. Escúchalo. Me recuerda mi infancia y el sonido de voces medio olvidadas.

La crueldad del bello centurión Severus se basa en el deseo insatisfecho; la de los otros, en una simple diversión perversa, en medio de una ociosidad exasperante, muy bien explicada en los juegos absurdos que ocupan su tiempo.
En ese mundo de incomprensión, Sebastián goza del consuelo de su fe, de la visión de Cristo (nada que ver con la habitual de Hollywood) y de la amistad de Justinus, que morirá defendiéndolo.
Un defecto de la película es que no se ajusta a los hechos históricos. En realidad, Sebastián no muere a causa de las flechas, sino que sobrevive. Al enterarse Diocleciano, le manda azotar hasta la muerte. Pero la verdad poética es tan poderosa… Yo creo que Jarman no se vio con fuerzas para oponerse a tantos siglos de iconografía para contar la verdad sobre la muerte del santo.
La fotografía muestra tanto la agresividad del paraje como la belleza de esos cuerpos semi desnudos de hombres hechos a la guerra, en constante movimiento inútil, sin rumbo, sin finalidad: fuertes y a la vez vulnerados por el deseo o por la crueldad. Quemados por el sol, mojados por el mar; primitivos, crueles, y sólo excepcionalmente tiernos, como en esa hermosa escena del amor masculino entre Antonio y Adriano, rodada con tremenda sensibilidad.
No entiendo cómo puede herir susceptibilidades esta obra. Yo la encuentro desnuda y hermosa como una escultura del período pre-clásico.

Eduardo II (1991)
Guión: Derek Jarman, Stephen McBride, Ken Butler ( Basada en una obra de teatro de Christopher Marlowe, contemporáneo de Shakespeare)
Música: Simon Fisher Turner
Fotografía: Ian Wilson
Reparto: Tilda Swinton, Steven Waddington, Andrew Tiernan, John Lynch, Dudley Sutton, Kevin Collins, Jerome Flynn, Nigel Terry

Basada en una obra teatral de Christopher Marlowe (en su tiempo, mucho más famoso que el hoy idolatrado William Shakespeare), que a su vez se basó, como era muy frecuente, en la historia de Inglaterra (qué gran Historia, llena de asesinatos, sangre, parricidios y humor negro), Jarman plantea este tremendo dramón de homofobia, traición, intereses políticos, adulterio y sadismo en una escenografía futurista y/o minimalista. Esto ya de por sí me parece interesante. La visión hollywoodiense ha hecho que pensemos inevitablemente en salones del trono y palacios kitsch, en lujos asiáticos, en grandes cortinajes, abundancia de objetos. No, los lujos vinieron mucho más tarde, cuando los monarcas se establecieron como absolutos, ya muy entrado el siglo XVI. La escenografía es muy escueta, con grandes muros de concreto, con plataformas, con tonos grises o sepias. Los actores visten con trajes modernos, y todo transcurre en interiores, salvo las escenas nocturnas de la persecución de Gaveston, en las que la oscuridad circundante (sólo rota por la luz de la hoguera), no deja ver tampoco el escenario natural.
La historia de Eduardo II ( 1284-1327) es la de un rey inglés casado con Isabel de Francia (la misma que, anacrónicamente, aparece como “enamorada” del héroe escocés en ese Braveheart de Mel Gibson tan radicalmente opuesta a esta obra de Jarman en todo), enamorado de Piers Gaveston, un galés de la pequeña nobleza al que su padre, mientras reinaba, exilió. En cuanto consigue la corona, Eduardo le invita a volver. Todo lo que sigue es previsble: los celos y el salvaje rencor de la reina, las intrigas de los grandes nobles, que luchan inútilmente por el favor del rey y que se sienten insultados por la absurda cantidad de títulos, tierras y dinero que Eduardo da a su favorito. La guerra de Escocia y su pérdida, por culpa de la inconciencia real, la alianza entre el traidor Mortimer e Isabel de Francia para deponer y asesinar al rey, y finalmente la cruel prisión y la infamante muerte del odiado Eduardo.
Esta película fue nominada para el León de Oro de Venecia, y Tilda Swinton recibió la Copa Volpi: Eduardo II se sostiene todavía como una obra sin concesiones en la que el protagonista, Eduardo, es probablemente el único sincero. Sincero en su amor por Gaveston, por quien se lo juega todo, sincero en sus desinterés por los asuntos de estado, sincero en su ingenuidad, que le impide ver el interés del favorito y el rencor de su esposa y de su amante, Mortimer, el odio de los nobles y su poder sobre él: solo, en su amor loco. Solo como todo ser que ama y no es realmente correspondido. La tragedia para mí es ésta y no la infamante muerte, que durante siglos ha alimentado el morbo de la gente. La tragedia es amar y no ser amado con igual denuedo.

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