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Pintura y pintores

Unas pinturitas

Un amigo mío me preguntó por mis pinturas. La verdad, me gustan unas cuantas, aunque he pintado mucho.

Aquí hago un intento de selección.

 

 

Juan O'Gorman: ingeniero/arquitecto, pintor y muralista mexicano

 

Ingeniero, pintor excelentísimo, muralista. Sobre todo; humanista.


En este día en que se conmemora el brutal encuentro de Europa y América, quiero hacer mi propia conmemoración, recordando a este insigne mexicano con el lema de la Universidad Nacional Autónoma de México, máxima casa de estudios: ¡Por mi raza hablará el espíritu! 

Los videos pertenecen a Canal Once Mexicano, canal cultural pionero en América Latina. A la serie Con los ojos de... Juan O’Gorman (1994).

 

Miguel Condé expone en Madrid

El pintor y grabador mexicano Miguel Condé expone obra sobre papel, en Madrid, del 5 de Noviembre al 12 de Diciembre en la Galería BAT Alberto Cornejo.

La dirección es Calle María de Guzmán, 61,

Madrid 28003

http://www.galeriabat.com

La cita promete ser muy interesante.

 

Antonio López: En torno a mi trabajo como pintor

Antonio López: En torno a mi trabajo como pintor


Éste es un libro "hablado". En él se recoge el curso que impartió Antonio López en Valladolid. Trata de la relación de Antonio con la pintura, no sólo con la suya, sino también de sus diálogos con la otra pintura, la de los otros, la no figurativa, la internacional...

Se trata de un libro en el que lo que intuía sobre él queda aclarado. López es un pintor que sabe quién es, y que por eso mismo admite una relación misteriosa con la obra. Yo también pienso que la obra es inextricable. Es fruto de no se sabe qué misterio, de no se sabe qué secreto. Surge como milagro. A pesar de sus defectos, hay obras grandes. Algunas, firmadas por Antonio López.

Hablar de sí mismo, pintando. Buscarse, buscar el sitio (diría un taurino) y encontrarlo. Es una lucha, una lucha larga: a veces, muchas veces, dolorosa. Otras gozosa, como admite López con relación a su pintura de los años cincuenta y sesenta. Admite que ahí pintó con fuerza, con entusiasmo y con verdad.

La verdad, la verdad de la obra está, sí, muy por encima de cualquier otra consideración, aunque no alcanza, tampoco, a explicar la grandeza. Hay que equilibrar destreza con misterio, con búsqueda de la verdad, con diálogo interior para conseguir algo que trascienda la propia vida, la propia época. Algo que es más grande que el artista mismo y que sale de él, quién sabe por qué o de qué modo.

López cuenta la fe que inicialmente tuvo su tío Antonio López Torres en su capacidad y su llegada a Madrid a los 13 años. Y cómo encontró enseguida su sitio en ese sitio, y cómo pintó, con otros amigos y compañeros, (Lucio Muñoz, Enrique Gran, Feito), incesantemente desde entonces, buscando, equivocándose, sufriendo (como cuando pintó aquel óleo maravilloso y lleno de silencio, lleno de misterio de la Calle de Alcalá al amanecer).

La primera exposición...la relación con las galerías, el conocimiento de otros pintores a través de las revistas que llegaban a sus manos... muchos recuerdos llenan las páginas de este libro hermoso.

Y también la escultura, las maderas policromadas, el dibujo... la lucha con los materiales. La impotencia con el vacío del cielo en contraste con la habilidad de su esposa Mari.

La gestación de algunos de sus cuadros (Carmencita de comunión, 1960), y cómo los pintaría ahora.

Lo que importa a López es la luz y el aire. Es eso lo que hace el cuadro. Y la distancia, la perfección de las relaciones en los objetos que compone dentro del cuadro. Esa inmutabilidad que se respira en la atmósfera de sus obras y que no es más que un deseo de eternidad. Y un momento de intensa soledad. Todos los cuadros de López están habitados por un ser solitario: yo, que contemplo en silencio ese silencio.

Un libro hermoso. Sencillo y puro como López, como toda su pintura. Sincero.

Cito:

LA PERFECCIÓN EN EL ARTE

Yo sé que cosas mías - y me lo han dicho a mí- han pasado por etapas más afortunadas. De repente ha habido un verano que he estado dorando la luz de un paisaje todo el tiempo. Lo veía dorado todo. Y después, cuando se acababa la temporada, lo llevaba a casa y me han dicho " ¡pero si está demasiado amarillo! ". Bueno, pues a lo mejor, efectivamente, está demasiado amarillo, o no lo está, ¡qué se yo! No lo sé de cierto, pero no importa: es que no importa absolutamente nada. Eso que se llama la perfección no creo que exista ni en Velázquez, ni en ninguna obra humana: ¡No existe! Existe como sueño de nuestra mente. Entonces lo que sí existe es el deseo de hacer las cosas, y un impulso mayor: una especie de pulmones mayores o más pequeños, que tienen las personas que están trabajando ahí. (pp. 24-25).

Antonio López, En torno a mi trabajo como pintor, Ed. Fundación Jorge Guillén, Valladolid, 2008.


El dibujo que ilustra este post es Casa del pintor Antonio López Torres (1972-1975), de Antonio López.

Exposiciones en Madrid: Cranach y Durero, Camille Claudel, Pierre Klossowski

Exposiciones en Madrid: Cranach y Durero, Camille Claudel, Pierre Klossowski

 

En el Museo Thyssen, la exposición Cranach-Durero. Durero, no cabe duda, es uno de los mejores dibujantes que ha habido en la historia del arte. Por eso mismo, no puedo considerarlo un gran pintor. La magnífica técnica, el preciso y precioso dibujo que inunda toda su obra le confieren una gélida perfección. Su autorretrato, tantas veces visto en el Museo del Prado, es una muestra más de esa complacencia en el detalle, así como los grabados de animales, especialmente su espectacular rinoceronte. En todo caso, he visto tanto a Durero, en Madrid y en otros museos, que para mí la gran sorpresa de esta exposición ha sido Lucas Cranach. El trazo puro, el color restallante, las delicadas pieles de sus doncellas (níveas, pero no inanimadas ni muertas, ni inexpresivas) me recuerdan a esas adolescentes de Balthus también llenas de pureza, si bien ligeramente perversas de una manera misteriosa o mejor dicho, de una manera enigmática. Adolescentes que guardan trémulos secretos entre los muslos todavía impúberes.

Así es la ninfa que reposa al lado de la fuente, o la Lucrecia que aguarda antes a la muerte que a la grosera satisfacción de Tarquino. Después, ese hermosísimo retrato de Hans Baldun Grien en tonos naranja, ocres y blancos, que dirige su mirada chinesca y esmeralda  a todos los visitantes, como interrogándonos sobre la mortalidad o la belleza. Pocos lienzos nos retratan así a la adolescencia femenina como éste: quizás con él pondría el retrato de Giovanna Turnabuoni de Ghirlandaio, que habita en el mismo Museo Thyssen, o a la morena, también de aspecto oriental, de Petrus Christus.

Retratos poderosos de jóvenes, pieles bancas, ojos soñadores, formas divinizadas por el pincel.

 

 

La exposición de Camille Claudel  que ofrece la Fundación Mapfre es extraordinaria ( y gratuita). Nos permite verla evolución de esa gran artista francesa, cuya vida quedó marcada con el encuentro con Rodin, para bien y para mal. Su obra está llena de movimiento, de pasión y de fuerza dramática. Y sobresale en un tipo de escultura que podríamos llamar "narrativa", como las escenografías de dolorosa melancolía o de desesperación de sus "chimeneas". La exposición nos permite sumergirnos en el mundo de Claudel. Desde las sucesivas versiones de su obra podemos ver su búsqueda, la profundización que lleva a cabo en las variantes. Son extraordinarias su caritas sonrientes, los esbozos de los "burgueses de Calais" (grupo de Rodin en el que participó la alumna), los retratos que hizo de su hermano Paul a quien plasmó en varias ocasiones desde los seis años hasta los 37: Paul Claudel, que no dudó en internarla para siempre en un asilo psiquiátrico, a pesar de las desgarradoras cartas que le escribía Camille.

En la última sala asistimos a la eclosión de su talento en las obras más significativas: El vals, Sakountala, L’age mür, o su Niobe.

Además, la exposición ofrece una gran cantidad de esculturas de pequeño formato, esbozos, cartas, fotos, y sobre todo, una panorámica de la obra de Camille, llena de personalidad y de fuerza.   

 

En el Círculo de Bellas Artes  se exhibe una amplia colección de dibujos de gran formato de Pierre Klossowski, cuyo hermano, Balthus, oscureció sin querer el calado de su obra. Tal vez también contribuyó a esto el hecho de que Klossowski optara por el dibujo con lápices de colores y no por el óleo o el acrílico, restando así fuerza expresiva a su magnífico estilo, oscuro, perverso, pornográfico, provocativo y sensual.

Es imposible dejar de percibir la tormenta interior que estos dibujos reflejan. Su atroz crudeza. Su verdad.

Una exposición indispensable. 

                   

 

 

 

Félix Nussbaum, de nuevo...

Félix Nussbaum, de nuevo...

Ya me conocéis: soy un poquitín obsesiva. Desde el día que vi el autorretrato de Nussbaum en el Museo Thyssen, hace unos meses, me propuse conocer alguna cosa más sobre un pintor que me había resultado completamente desconocido hasta ese momento. Pedí un libro a Amazon: Art and exile, Félix Nussbaum: 1904-1944, catálogo de una exposición que se llevó a cabo en el Museo judío de Nueva York.
El libro consta de tres ensayos y una cronología, y aunque muchas de las ilustraciones son en blanco y negro (cosa lamentable tratándose de pintura), resultó lo bastante interesante y amplio como para que yo pudiera formarme una idea más clara de la peripecia (trágica) de la vida y la muerte de este pintor alemán, así como de los avatares de su obra, desconocida (prácticamente), hasta 1970.
Mi cartero, insensible ante el contenido del sobre que llevaba dentro el catálogo, dobló el libro para introducirlo en el buzón. Así que llevo dos semanas planchándolo con mi tesis de doctorado (que para algo deben servir estas tesis ¿no?) y por fin, esta tarde le he hincado el diente.
Resulta curioso saber cómo su obra fue redescubierta: casi por azar. Cómo, en 1970, sólo se conocía una etapa temprana de su pintura con visibles influencias de la pintura de Van Gaugh, y cómo, poco a poco, tras muchas investigaciones y contactos con quienes le habían conocido (e incluso con quienes le habían presumiblemente, explotado), en sus épocas más negras, poco a poco se fue conociendo esa obra suya original, personal, desgarradora, lúcida y terrible, que surgió del miedo, del horror que padeció y que finalmente le costaría la vida.
En 1970, pocos conocían el nombre de Nussbaum, pero una exposición de pintores de su ciudad natal, y la intervención de una periodista curiosa, propiciaron este descubrimiento.
Parte de la obra de Nussbaum estaba en manos ajenas a las de su familia: en las de el Dr. Grosfils, a quien el propio pintor había pedido que tutelara sus obras en sus últimos años de exilio en Bruselas, cuando se escondía de la Gestapo. Se sabe que este Dr. llegó a commprarle obras por valor de un franco por lienzo. El Dr., cuando fue requerido por la familia para entregar el legado de Nussbaum que obraba en su poder, no sólo se negó, sino que exigió por medio de los tribunales una exorbitante suma por los gastos de almacenar las obras de Nussbaum, aunque éstas finalmente llegaron en estado calamitoso (ya que habían sido guardadas en un sótano sin medidas de conservación), al museo de Osnaebrück donde todo comenzara.
Después de 1970, el proceso de recuperación de obras desconocidas prosiguió a distinto ritmo. Se encontraron obritas menores, dibujos juveniles o retratos hechos por encargo, pero en 1974, aparecieron las obras que hoy causan mi admiración, aquellas que reflejaban la época que le tocó vivir: la de la persecución nazi, la de los campos de concentración, la del horror y la muerte en lienzos conservados por la familia de uno de los que les cobijaron en su exilio belga: la familia Billaestraet.
Estos lienzos nos muestran aquello que expresa Bertold Brecht en un poema que inicia este volumen:

Siempre encontré falso el nombre que nos dieron: emigrantes.
Quiere decir aquellos que dejan su país. Pero nosotros
no nos fuimos, no escogimos
por nuestra propia voluntad, otra tierra. Ni entramos
en esa tierra para quedarnos, si era posible, para siempre.
Simplemente, huimos. Nos sacaron, nos prohibieron quedarnos.
No un hogar, sino un exilio será la tierra que nos acogió.
Sin descanso esperamos, lo más cerca posible de la frontera,
esperamos el día del regreso, cada pequeña alteración
observando tras las fronteras, preguntando con celo
en cada arribada, sin olvidarnos nada, sin renunciar a nada
y sin perdonar nada de lo que pasó, perdonando nada.
Ah, el silencio del Sonido no nos decepciona. Oímos
los gritos de los campos también aquí. Sí, nosotros mismos
somos casi como rumores de crímenes
escapados a través de la frontera. Cada uno de nosotros
que con zapatos rotos caminamos entre la multitud
somos testigos de la vergüenza que ahora asola nuestra tierra.
Pero ninguno de nosotros
se quedará aquí. La palabra final
aún no ha sido dicha.


Emily D. Bilski (comisaria), Art and Exile, Felix Nussbaum 1904-1944. With essays by Peter Junk, Sybil Milton, Wendelin Zimmer, The Jewish Museum, New York, 1985.

(La traducción del poema es mía)

Felix Nussbaum (Alemania, 1904-1944)

Cuando fui a Madrid a ver la exposición de Tintoretto, me pasé también a ver la exposición (magnífica) del Museo Thyssen, El retrato del siglo XX. Me llamaron la atención dos retratos de un pintor que no conocía: era Felix Nussbaum. Al volver, busqué información y aquí os dejo con la maravilla de sus cuadros.

Felix Nussbaum nació en Osnabrueck, Alemania y estudió en Hambugo, Berlín y Roma. Él y su pareja, Felka Platek, se instalaron en Bélgica en 1935. En 1940, fueron arrestados y enviados a los campos de concentración de Saint Cyprien y de Gurs, al sur de Francia. Nussbaum escapó, y vivió oculto en Bruselas hasta que fue capturado de nuevo en 1944 y enviado a Auschwitz, donde murió.

La información biográfica procede de aquí

Gustave Moreau

Como el otro día escribí aquí (a propósito de mi lectura del libro de Gerard Vergés, Tretze biografies), sobre Moreau, me puse a navegar por la red y encontré algunas muestras de su maestría. Arte y maestría no son sinónimos. Para mí, Moreau es un maestro de la acuarela, un amante y un creador de la belleza, pero no es un artista tal como yo veo el arte. Es una decorador. Un hombre que domina su técnica. Qué alejado está de los que me emocionan (como Goya o como Vermeer). Sin embargo, contemplar sus obras es mirar la belleza, decadente y lujuriosa, del mundo mitológico y del mundo oriental y bíblico: Moreau es un preciosista. Por supuesto, no pienso dejar de visitar su Casa-Museo en París, si finalmente voy para allá en mayo. Os dejo aquí una considerable muestra de sus bellísimas acuarelas y de algún que otro óleo. Espero que os gusten.


Elisabeth Vigée-Lebrun

En memoria tuya, pequeña amiga mía:


La vida de Elisabeth Vigée Le Brun ( 1755-1842), me ha intrigado desde hace tiempo. Una querida amiga mía, recientemente desaparecida, utilizaba ese nombre por internet y hace unas semanas compré por amazon una biografía suya. Elisabeth Vigée Le Brun, The Odissey of an artist in an Age of Revolution, de Gita May.
Lo primero que me llamó la atención de las pinturas de Vigée que pude admirar en París es su trazo delicado, y también su fuerza expresiva. Como pintora, destacan la maestría y la soltura de su enfoque, aunque se le pueda reprochar que cultivó el halago y se convirtió, a través de esa mirada esteticista y favorecedora, en la principal retratista de su época, que fue de transición entre el Neoclasicismo y el Romanticismo. Rubens y Van Dyck fueron sus modelos (Van Dyck, junto con Antonio Moro, Sánchez Coello y Sofonisba Anguissola están también entre mis retratistas preferidos). Vigée se mueve en esos parámetros, quizá añadiendo algo de la gracia y de la superficialidad de un Fragonard o de Boucher.
Aunque a veces dolida porque el subgénero del retrato no estaba entre los mejor valorados en su tiempo, Vigée llegó a ganar más dinero por sus retratos que Sir Joshua Reynolds, y fue apreciada por las aristocracias, las casas reinantes y las elites en toda Europa, incluida la Rusia de Catalina la Grande, donde llegó a pintar unos 50 retratos.
Fue la retratista oficial de María Antonieta y de sus hijos, el primer Delfín, Madame Royale y el que después sería el segundo Delfín de Francia, llamado más tarde Luis XVII, que murió trágicamente tras años de cruel cautiverio, pero su larga vida le permitió retratar a personajes de generaciones muy diversas tanto en Francia como en el extranjero.
En el libro que nos ocupa, Gita May señala acertadamente que la visión que Elisabeth dio sobre la reina María Antonieta forma parte de una estrategia publicitaria para contrarrestar la mala fama que ésta ya tenía entre sus súbditos y tratar de presentarla como una mujer similar a las otras mujeres, madre y esposa amante.
Sin embargo, sus intentos (por ejemplo en el retrato en camisa de campesina), fueron recibidos como escandalosos e irritantes e incluso como una afrenta contra la majestad de los reyes. Fuerzas encontradas estaban en juego entonces en Francia, y muchos no se dieron cuenta de que esta visión simplificada de María Antonieta como mujer era un argumento a favor de la austriaca en un país en el que era rechazada (y pronto se vería cuánto). No cabe duda que la fama de Vigée se asentó sobre esta relación, que le permitió despegar de un modo fulgurante cuando tenía sólo 20 años.
Pero Vigée no sólo retrató a la reina, también a muchos cortesanos, como la duquesa de Polignac, Madame du Barry, la condesa Bocquoi, y , ya en su exilio, la famosa Lady Hamilton o las nietas de Catalina la Grande.
Vigée se había hecho un nombre en Francia, pero la Revolución Francesa y su estrecha relación con María Antonieta la obligaron a partir (aunque su marido, el marchante de arte, Jean Baptiste Pierre Le Brun permaneció en Francia y defendió su recuerdo en épocas aciagas para ella, a pesar de que tuvieron que divorciarse por razones políticas).
Este periplo, que inició en Italia y prosiguió en Suiza, Italia, Inglaterra, Polonia y Rusia, paradójicamente engrandeció su fama, extendiéndola a toda Europa, y también sus horizontes y sus contactos con los grandes pintores europeos. Asimismo, pudo contemplar y estudiar a los grandes maestros, y aunque menos conocidos, sus paisajes y sus cuadros históricos y mitológicos ganaron con ello.
Los autorretratos de Vigée, a la par que muestran su narcisismo, complacido ante su propia belleza, son deliciosos. Y también sus "maternidades" en donde se pintaba al lado de su hija Julie, tal vez para demostrar que aunque era una pintora famosa y ampliamente conocida, no por ello descuidaba su papel de mujer y de madre.
A su vuelta a Francia, Vigée apenas había perdido un poco de reconocimiento, y pintó a la hermana de Napoleón, Carolina Murat y a Madame de Staël, entre otras nuevas celebridades.
A base de talento y de dedicación, Vigée ocupó un lugar preeminente en su época, y sólo la Historia del Arte posterior le ha jugado una mala pasada: no así sus coetáneos, que la celebraron como una de las grandes artistas de su siglo.

Gita May, Elisabeth Vigée Le Brun, The Odyssey of an artist in an Age of Revolution, Yale University Press, Michigan, 2005.

Balthus, Memorias y pintura

Balthus se ha introducido en mi vida esta semana, tras algún tiempo relegado al baúl de los recuerdos.  Mi librero, Ferran Pontón, me señaló el apetecible ejemplar de Mitsou, historia de un gato, seguido de Cartas a un joven pintor que contiene dos textos de Rilke ( segundo marido de su madre), acompañados de los dibujos con tinta china que Balthus hizo cuando sólo tenía 6 años y en la que narraba la historia de su gatito perdido.Instigada por este hallazgo y persiguiendo mis obsesiones que, como señala mi hija Paulina, son innegables (lo dijo porque yo niego ser obsesiva en mis pasiones ya que creo que soy una persona superficial, atenta a demasiadas cosas a un tiempo), volví a leer las Memorias de Balthazar Klossowski de Roda, conocido en el mundo del arte con el nombre de Balthus.
En mi juventud pasé mucho tiempo ‘cerca’ de Gide, de Rilke, de Pierre Klossowski (el hermano ‘perverso’ de Balthus), de Bataille, de Michaux y por supuesto de Balthus, al que durante una etapa de mi vida tuve en un altar al lado de Lucien Freud. Ahora, una vez más, compruebo cómo no me equivoqué del todo en el sentido de que lo que amé intuitivamente ha pasado a ser algo que puedo seguir amando, algo con lo que puedo identificarme sin dudar un solo instante. La recurrencia de los conceptos sobre el silencio y el apartamiento del mundo que me son tan caros son el leit-motif de estas excelentes, poéticas Memorias.

Balthus señala sus filias: Poussin, Cèzanne, Giacometti, Picasso, Tàpies, Miró en lo moderno; abunda sobre el amor que siente por los italianos Piero Della Francesca, Giotto, Masaccio, Simone Martino, Fra Angelico; subraya la indiferencia que siente ante la obra de Vasarely, Rouault o Piet Mondrian.
También manifiesta su disidencia con la obra de su hermano Pierre, o su distanciamiento de Francis Bacon o de Chagall, porque no comparte con ellos su visión sobre la finalidad del arte, a pesar de que reconoce en ellos a pintores de gran importancia.
Las Memorias hablan sobre todo de su pintura, de la pintura, del pintor como sacerdote de la belleza. Fragmentariamente, rememora episodios de su vida, de su infancia, de su juventud, de sus amores, de su época, pero todo gira alrededor de la pintura, centro y sol de la existencia de Balthus.
 
Reivindica sobre todo la concentración, la entrega absoluta a la obra, la búsqueda de la belleza y de la perfección a través del silencio para encontrar la luz.
 

 
Dejadme que comparta con vosotros estos fragmentos:
 

  • Pintar no es representar, sino penetrar. Ir al fondo del secreto. Ser capaz de sacar la imagen interior. De modo que el pintor también es un espejo. Refleja el espíritu, el rasgo de luz interior.

  • Un retrato es un fragmento del alma que se atrapa.

  • Yo veía lo que había que pintar a través de Bonnard y de Cèzanne, y también de lo que escribía Rilke, era el mundo invisible y visible a la vez, el lugar donde lo real y el sueño llegan a tocarse y nos llevan muy lejos.

  • No se puede pintar en la algarabía del mundo, con sus facilidades y seguir su mismo compás. Por el contrario, debemos conseguir cada vez más soledad y silencio, mezclarnos con los maestros de antaño para volver a inventar el mundo y no dejarse enredar por las falsas sirenas, el dinero, las galerías, la vida mundana...

  • El pintor no sabe nada de eso. Pinta, eso es todo, no intenta traducir nada. Lo que se debe buscar por todos los medios es el silencio. Por eso me parece ridículo y superfluo tratar de explicar la pintura con la palabra ¿Qué palabras, qué frases podrían expresar los espacios de silencio, secretos y oscuros, a los que todos queremos encontrar un sentido, del que todos queremos tomar algo?
 
  • Hay que esforzarse por recuperar el alma, que ha sido mermada, borrada, trabajar para volver a hechizar el mundo. Es la tarea de los artistas. Creo en esa misión sublime. Creo en ese intento sublime. En ese intento obstinado de armonía, esa aparición de la belleza que debería buscar siempre la pintura.
 
  • Creer que en mis niñas hay un erotismo perverso es quedarse en el nivel  de las cosas materiales. Es no entender nada de las languideces adolescentes, de su inocencia, es ignorar la verdad de la infancia,
 
  • La turbación adolescente de los cuerpos de mis niñas revela esa ambigüedad: luz de las tinieblas y luz de los cielos. No obstante, creo que el camino que puede despejar mi pintura no va en la dirección del cínico Don Juan, como tampoco en la de una piedad angelical. Como Byron, o como el protagonista violento y entero de Cumbres Borrascosas, he buscado en la sombra y la luz el rastro de la naturaleza pura.

       

Balthus y Rilke, Mitsou, historia de un gato, seguido de cartas a un joven pintor, Artemisa Ediciones, Tenerife. 2006 (Prólogo y traducción de Juan Andrés García Román).       

Balthus, Memorias, ed. Debolsillo, Barcelona 2002 (trad. Juan Vivanco). 

        

Hammershøi i Dreyer en el CCCB


La exposición del CCCB se titula Hammershøi i Dreyer, pero yo, ’pasé’ de comparar la estética de los dos artistas daneses y al visitarla me centré en la observación de la pintura del primero. No hace falta decir que no fue porque yo desprecie la extraordinaria obra cinematográfica del autor de la milagrosa Ordet, sino porque, a pesar de desconocer totalmente a Hammershøi, me sentí, sin embargo, cercana a sus premisas estéticas: a esta altura del partido ya sabéis que me gusta el silencio y el estatismo reflexivo tanto en literatura como en artes plásticas: amo la imagen sobria y callada. La pintura de Hammershøi es más que una pintura de la luz y del silencio.
También nos ofrece una referencia o un desarrollo personal de la obra de Vermeer en la que creo que encuentra inspiración: mujeres ante una ventana o ante un mueble, de perfil o de espaldas, silenciosas, solitarias, abstraídas, caseras, ensimismadas; los interiores burgueses, senequistas, iluminados por una luz que casi siempre viene de la izquierda, la carencia de ornato, la desnudez del espacio, la carencia de símbolos en el entorno plasmado, la apreciación del detalle, la perfección de una pincelada leve, casi tan aérea como la niebla de los escasos paisajes. También veo a Vermeer o a la escuela de Delft en el perspectivismo ’en cajas’ de las habitaciones y de las puertas: puertas y habitaciones que adivinamos como interrogaciones sobre una vida que desconocemos pero que allí ocurre. Hay una irrupción del espectador como ’voyeur’ en estas casas, en esta cercanía con las mujeres que habitan y se mueven en estas habitaciones donde nosotros también ’estamos’. Hemos entrado en su intimidad sin que parezcan notar nuestra presencia.
La paleta de Hammershøi es muy distinta de la de Vermeer, en grises, blancos y amarillos, pero corren ahí venas silenciosas y secretas que nos remiten al legado del artista de Delft.
Hammershøi también me recordó, por supuesto, la obra de Caspar David Friedrich, tan misteriosa como invitadora, tan narrativa como ecónomica, en el sentido de que te ahorra todo para que todo lo adivines...Por otro lado, esas figuras de espaldas son toda una interrogación sobre el sujeto. Una interrogación sobre la realidad, la soledad y el mundo. Incluso recordé una imagen de Friedrich en que una mujer se asoma a una ventana, dándonos la espalda. Hammershøi pinta una casi idéntica y no puede ser casual.


Detrás de la pintura de Hammershøi, igual que en el cine de Dreyer, late el protestantismo. La simplicidad de los gestos, la disposición desnuda de los muebles, la sobriedad de las actitudes, el recogimiento ascético, lejos de lujo y del barroquismo, los interiores interiorizables, interiorizados, tanto del alma como del habitáculo. Filosofía y/o biografía de la paz interior, y por eso mismo, inquietante para el espectador, porque detrás de eso ¿qué hay? Pintura que nos interroga.

Os recomiendo la visita.

CCCB, Hammershøi i Dreyer
Del 25 de enero al 1 de mayo de 2007.
C/ Montalegre 5, 08001 Barcelona
Tel. 93 306 41 00 Fax. 93 306 41 01

Mujeres de Goya

No soy persona que se emocione hasta llorar ante ningún cuadro, aunque muchos me han conmovido o movido interrogándome, inquietándome, haciéndome reflexionar. Pero cuando me paré frente la Maja vestida de Goya se me saltaron las lágrimas ante ese rostro arrebolado, tan incitante, tan puro y tan vivo.
Después, he podido ver otros muchos retratos femeninos de Goya en diversos museos. Sus mujeres son personas seguras de sí mismas. concientes de su lugar en el mundo. Dignas (independientemente de que sean nobles, burguesas o trabajadoras). Sus mradas son fijas, directas y hondas, y sus cuerpos se erigen ante nosotos concientes de su poder hipnótico, de su belleza, de su rotunda femeneidad. Femeneidad que no se entiende como ornamento, sino como sustancia pura. En estas figuras femeninas hay sensualidad y poder, seguridad e inteligencia. Y solamente en el retrato de la reina María Luisa se puede ver algo así como un esperpento en el fondo de la pintura, en su subtexto. Todas las demás resultan un homenaje, producto del conocimiento de sus almas. Son retratos físicos y psicológicos, y nos dicen mucho de Goya y de las mujeres de su tiempo.

José Luis Cuevas

José Luis Cuevas es uno de mis dibujantes y grabadores favorito: aquí os dejo algunas de sus obras. Es el Daumier mexicano.Algunas obras seleccionadas pertenecen a su ’Suite Catalana’(1981).


Hermen Anglada Camarasa en CaixaForum

Mi museo favorito en Barcelona fue el de Arte Moderno y Contemporáneo que estaba situado al lado el Parlament de Catalunya, en el Parc de la Ciutadella.
Allí contemplé por primera vez la obra de este gran artista catalán, el primero que traspasó fronteras, como más tarde hicieron Dalí o Miró.
En el Reina Sofía aprecié en su ambigüedad y belleza el Retrato de Sonia de Klamery, condesa de Pradére, y en el de Bellas Artes de Asturias, en Oviedo, el maravilloso lienzo de los Campesinos de Gandía.
Ahora tenemos la oportunidad de ver, reunida, la obra de este artista extraordinario, ya que se exhiben casi 200 obras. Salvo algunos paisajes en tonos pastel de la última época, que me parecen mediocres, todo lo demás merece una vista, aun cuando la exposición carece (una vez más) de una luz adecuada, o de una atmósfera más cálida.
Una virtud de la exposición es que nos permite recorrer, didácticamente, todas las etapas de la obra y del artista. La exposición nos ofrece también algunos cuadros de contemporáneos suyos muy afines (quién podría olvidar las similitudes existentes entre algunos retratos de Camarasa y otros del gran Zuloaga, uno de cuyos cuadros, magnífico, pende en esta exhibición).
La luz, la sombra, la belleza del color, la riqueza de las formas, y una perversa cualidad ambigua que se desprende de algunas de sus obras, bastan para fascinar al visitante.
Están bien representadas todas las etapas: la de Barcelona, que va del 1885 al 1894, en la que es visible la influencia de otro gran pintor catalán, Modest Urgell, y en la que se nota el orientalismo que flotaba sobre toda la pintura europea de la época desde Delacroix.
Las dos épocas de París, en la que vemos la influencia de Lautrec, y también del cartelismo modernista, así como las temáticas de la vida nocturna parisina. En estas etapas, Anglada Camarasa se mueve, fluctuante, entre el realismo y el simbolismo, entre el sueño y la curva, entre el sensualismo y la perversa atracción de las alucinaciones provocadas por esa hada verde que puebla las miradas de sus retratados. Etapas que van de 1894 a1914), antes de la Primera Gran Guerra. Ambas etapara están separadas únicamente por un viaje a Valencia que no será episódico, sino que va a reflejarse quizá en una tendencia barroca y mediterránea que teñirá algunas de sus mejores obras, como las de los Campesinos de Gandía o La novia valenciana, e incluso El ídolo.


A partir de los comienzos del siglo XX, Anglada Camarasa consigue éxito y reconocimiento internacional. Gorki, Diaghiliev, Kandinsky, Picasso, el gran Manolo Hugué se convierten en sus admiradores. Una de sus discípulas más destacadas es Marie Blanchard.
Durante la etapa mallorquina, que va de 1914 a 1936, Anglada Camarasa se refgudia en la isla, huyendo de la devastación de una Europa en Guerra. De aquí surgen esos paisajes que sólo excepcionalmente logran decirme algo: la mayoría son cuadros decorativos, carentes de emoción, en tonos pastel: sin vibración interna.
Anglada se queda anclado atrás de las vanguardias, y su estilo se resiente. Se debilita, se hace blando y ya no es el mismo. O ese mismo que es ha dejado de hablar.
En la última etapa, es la que le sorprende en Barcelona durante la Guerra Civil. Por sus ideas republicanas, es admitido (como protegido) en Montserrat. Ahí lleva a cabo de nuevo unos paisajes, de los que uno al menos, me parece hermoso. De Montserrat pasa a Francia, exiliado, y de nuevo, más tarde, pasa a Mallorca. En 1953 sufre un accidente y abandona, forzosamente, la pintura.

De Anglada Camarasa sorprende la fuerza expresiva, el barroquismo, entre el kitsh y la emoción suprema, la afinidad con Klimt (en algunos, en varios cuadros, le veo superior a éste, tan amanerado en ocasiones) y con el Zuloaga de La condesa de Noailles ( propiedad del Museo de Bellas Artes de Bilbao, del que un día hablaré), o de La morfinómana, que aquí se exhibe tan oportunamente.
En conclusión: Anglada Camarasa es un pintor que vale la pena conocer, ver, disfrutar. Nos recuerda la efímera voluptuosidad de la fama.

Exposición: El mundo de Anglada Camarasa
Lugar: CaixaForum
Horario: De martes a domingo, de 10.00 h a 20.00 h
Precio: Actividad gratuita
Dirección: Av. Marquès de Comillas, 6-8. 08038 BARCELONA
Al pie del MNAC, en Montjuich

Los dibujos de Federico García Lorca

En Diciembre, mis alumnos y yo ( de hecho, todos los alumos de Bachillerato, con mis compañeros profesores, Alicia y Gonzalo), iremos al Teatre Auditori de Sant Cugat a ver la obra dirigida por Rubianes, Lorca somos todos, que tanto escándalo suscitó (por razones extra-teatrales) en Madrid hace unos meses. Espero que la experiencia sea muy positiva.
A raíz de esto, les preparé, para nuestro blog de aula, una presentación con los dibujos de Lorca. Espero que os guste:



Roger van der Weyden

Stanley Spencer: un pintor fascinante

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Gracias a mi querido Portnoy, que incluye en su último post un descarnado desnudo de Stanley Spencer, me he puesto a buscar más imágenes suyas por internet, para poneros la miel en la boca.
Hace tiempo vi algunas de sus obras en la Tate y me impresionaron tanto como las de Freud y Bacon: he aquí lo que he podido recopilar para vosotros.
Stanley Spencer (1891-1959), fue considerado miembro de la escuela de Londres junto a Francis Bacon y Lucien Freud, otros dos pintores extraordinarios, y también fue coetáneo de Henry Moore, a quien acabo de dedicar un post. En Spencer se pueden ver las influencias de Otto Dix o de Diego Rivera, pero también le veo muchas cosas en común con Brueghel y con la pintura flamenca, que tanto me entusiasma. Igualmente ligada al surrealismo y al realismo descarnado, su obra tiene tanta magia como realidad. Sus paisajes, sus dibujos, me parecen también extraordinarios. Espero que os gusten.

Ramón Gaya en La Pedrera (Fundació Caixa Catalunya)

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Ramón Gaya, pintor inspirado, pintor ascético, pintor puro. Pensador y escritor (Murcia, 1910-Valencia,2005), vivió en París, México, Roma, Barcelona, Venecia. Amigo de Manolo Hugué, de Soledad Martínez, de Juan Gil-ALbert, de Altolaguirre, Prados, Bargamín, y maestro de Tomás Segovia, Gaya ilumina con su pintura, llena de luz y de transparencia, todo lo que toca.

Escribe:

El arte es Destino, y el día que esto se llegue a comprender dejaremos de oír todo ese estúpido rosario de obligaciones que los diferentes estetas le han echado siempre encima -que el arte debe ser bello, o moral, o expresivo, o imaginativo, o copiador, o bastracto-, y se caerá en la cuenta de que el arte, como destino que es, no lo podemos construir nosotros, ni siquiera hacerlo nosotros, sino escucharlo y cumplirlo.

Ramón Gaya: La hora de la pintura, en la Sala de exposiciones de Fundació Caixa Catalunya La Pedrera. Paseo de Gracia, 92, Barcelona. Entrada gratuita. (hasta el 1 de octubre de 2006).

Cuadros de castas en la Nueva España del siglo XVIII

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La clasificación implacable de las castas producto del mestizaje, que creó un subgénero de pintura virreinal, muestra el punto de vista de los colonizadores y el racismo imperante. Aún así, siendo ideológicamente rechazables, son muy interesantes desde los puntos de vista histórico y sociológico, así como pictóricamente.

Monjas coronadas (Siglo XVIII)

Es un género de retrato femenino colonial. Se retrataba a las monjas cuando tenía lugar su "matrimonio" sagrado: vestidas como novias, con sus coronas de flores y su ramo. Poco después, dejarían los fastos del mundo, la vanidad de los atavíos, para entregarse a una vida de contemplación, de rezos o de estudio. A su muerte, se las volvía a ataviar como novias para el encuentro final con el Amado. Los retratos de monjas coronadas vivas y muertas son el testimonio de un mundo fenecido, no por hermoso menos tremendista. Misterioso. El erotismo del Cantar de los Cantares o el misticismo sanjuaniano son sugerencias inevitables cuando contemplamos estos cuadros.