En realidad, no sé dónde nació, si en Guanaceví, Durango, o ya en Parral, Chihuahua, pero creo que a partir de mi madre (que era la que en línea ascendente iba antes que él), ya todos los hijos de Pedro De Lille Borja y María Aizpuru Álvarez nacieron en Parral.
Me contaron que de niño era muy tímido, porque no hablaba bien: tenía un problema con las erres y decía eles, por lo que, cuando lo enviaban a la tienda, todos se reían al escucharle decir Pol favol, un kilo de aloz y un kilo de flijoles. Mi tío tenía un gato fiel, que le seguía por todas partes y que le esperaba a la salida de la escuela. Gato cuyo rastro se perdió en una de esas huidas a los USA que ya he relatado. Malos tiempos para los animales domésticos.
La inteligencia de mi tío, en cuanto a las Matemáticas, era excepcional. Una vez, el profesor mandó llamar a mi abuelito para decirle que mi tío hacía trampas con las operaciones. Que debía haberse agenciado el libro del profesor con las respuestas, pues no acababa él de escribir los ejercicios, cuando ya mi tío tenía los resultados. Además, la inteligencia maquiavélica de mi tío había hecho que el profesor no pudiera encontrar el dichoso solucionario, por lo que el indignado profesor acudía a mi abuelito para el interrogatorio del reo. Mi tío dijo a mi abuelo que él solucionaba los problemas él solito. Y que no tenía la culpa que esto fuese raro o excepcional. Mi abuelo le creyó y le propuso al maestro la sencilla prueba de la sinceridad y aptitud del muchacho: él mismo dictó los problemas de un libro al chico, mientras el maestro observaba atentamente al chaval, quien no sólo resolvió en cuestión de segundos los de su curso, sino que también pudo con los de cursos superiores.
Este talento inusual para las matemáticas hizo albergar sin duda muchas expectativas para el futuro de mi tío, en el sentido de una posible dedicación a la ciencia. Por alguna razón que no alcanzo a comprender, no fue así.
Mi tío Mario era guapísimo, más todavía que mi tío Pedro, pero no era tan alto. No tenía tan buena planta. Era delgado y sus enormes ojos castaños tenían un brillo especial. No estudió ninguna carrera ¿Es probable que estuviera acomplejado por mi abuelo, dada su inmensa y legendaria sabiduría, o por el éxito de mi tío Pedro? No lo sé. Pero se dedicó a la venta ambulante. Durante la época de la Segunda Guerra, mi tío vendía lámparas de petróleo, porque en la capital había muchos apagones. Luego fue mejorando hasta terminar como vendedor estrella de una compañía de muebles para oficina, H. Steele y Cía.
Se cuenta que una vez mi tío Pedro quiso introducirlo en la radio. Fue un fracaso. Como venía de los Estados Unidos, de aquella estancia en casa de mi tío Enrique que ya mencioné en un post anterior, hablaba un poco en gringo y anunció a un piano solo, en vez de a un pianista y su obra. Con lo que al parecer la salida radiofónica no pudo prosperar.
No sé si tuvo amores antes de conocer a mi tía Leonor. Ellos se conocieron cuando los dos trabajaban en la Compañía de luz. Tras un año de noviazgo, se casaron. Leonor Fuentes había tenido un novio al que había adorado: Juanito. Por equis o zeta esa relación había terminado, y mi tío se introdujo en su vida. Una vez me confió que él, incluso si se hubiese casado con aquel tipo, la habría esperado a que se quedara viuda. El hecho es que, en efecto, Juanito se casó con otra y murió poco después. Mi tía siempre lo recordaba con nostalgia. A mis abuelitos tampoco les gustaba mi tía Leonor (igual que Elsie) porque venía de una familia mucho más liberal. Mi tía nadaba muy bien, montaba a caballo, se iba de fin de semana con amigas. Eso mis abuelitos, al fin bastante provincianos, bastante profiristas, bastante reaccionarios, vieron eso como una cosa muy indeseable, excesivamente "moderna". Sin embargo, estoy segura que después mi abuela "Niní" pudo apreciar las muchas cualidades de mi tía, que tocaba el piano de oído. cantaba, cocinaba de vicio y era una mujer alegre y preciosa, como podéis ver en la foto de la boda. Claro que tenía sus defectos. Yo la quise muchísimo. Al final creo que mi abuela y mi tía se quisieron bastante.
Si puede decirse algo de mi tío, es que adoraba a Leonor. Quizá ella hubiera preferido ser menos querida y menos celada. Mi tío desconfió siempre de ella, aun cuando ella nunca le fue infiel. Las razones de estos celos patológicos las conozco, pero no puedo revelarlas. Esos celos destrozaron la vida familiar. Mi tío era alegre, simpático, bueno, trabajador, aunque nunca salió de pobre. Pero esos celos envenenaron su vida y la de Leonor. Aunque no creo que él fuese violento con ella, o nunca lo he oído decir. Pero aún así, él hacía sufrir, inflingiendo daños, moralmente. También creo que mi tía hubiese querido que él tuviera más dinero, más éxito. Sus hermanas se habían casado bien. Ella la única que vivía en una vecindad, en la calle de Van Dick 50, en Mixcoac, mientras que sus hermanas casadas se daban la gran vida.
El caso es que mis tios tuvieron 5 hijos: Mario, que es arquitecto y escritor, Paloma, que ha sido profesora de inglés, psicóloga, escultora y ocasional escritora; Enrique, que ha tenido negocios y empresas y tocaba muy bien la guitarra, aunque no hizo una carrera universitaria; Ramón, que es médico anestesista y también músico aficionado como Enrique, y Patsy o Patricia, que tampoco hizo carrera y se casó.
Casi todos mis primos tienen aptitudes artísticas de diverso estilo. Por eso creo que la neurosis colectiva familiar está ligada en parte a esa inquietud artística, que no acaba de cuajar en ninguno de nosotros.
Al final de su vida (que fue corta, pues murió a los 55 años), mi tío había conseguido mejorar un tanto su estatus. Y creo que estaba en camino de mejorar también sus ataques de celos y de impotencia, esas angustias que de pronto le asaltaban, esa desesperación que le hacía encerrarse en su cuarto y llorar a gritos.
Para mí fue el padre que nunca tuve: aunque naturalmente, mi relación con él fuese intermitente y episódica, marcada por los malentendidos o las afinidades caprichosas que mantenía mi madre con él. Pero él fue una persona que yo adoré, al que le debo algunas de las emociones más nobles que sentí en mi infancia, emociones estéticas compartidas ante un atardecer, frente al mar de Acapulco o cariños y efusiones que mi madre nunca me dio y mucho menos mi (ausente) padre.
Mi tío también escribía muy bien, pero no fue un escritor. No sé si mis primos conservan sus escritos. Ojalá sea así. Lo que es cierto es que mientras vivamos aquellos que le quisimos, él seguirá viviendo en nuestros corazones y su recuerdo no se perderá.
Toavía lo recuerdo, bombín en mano, con un paraguas como bastón, cantando con su hermosa voz de tenor "Adiós, muchachos, compañeros de mi vida". No adiós, querido tío, sino hasta luego.