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Paul Auster, La invención de la soledad

Paul Auster, La invención de la soledad

Como en Crónica de un fracaso precoz, Auster aquí convoca sus propios fantasmas vitales. Esto no debe ser confundido con autobiografía ( o más bien, dos, ya que es un libro que tiene dos partes bien diferenciadas), porque todo lo que pasa por el tamiz de la escritura es literatura y se convierte en ficción.

La primera edición española es de 1994, ésta que tengo en mis manos es la decimocuarta edición, pero el libro, originalmente, es muy anterior (1982). Buscaba desde hace tiempo este libro. La primera parte ( Retrato de un hombre invisible), es una búsqueda del padre escrita en primera persona, y narra desde el momento en el que recibe la llamada que le anuncia su muerte, hasta los recuerdos de su infancia, marcada por ese padre ausente, ajeno a la expresión de los sentimientos, dado al tópico, carente de tantas cosas y sin embargo, poseedor de algunos tesoros, unos ocultos, otros evidentes, como su amor incondicional hacia sus tres hermanos. 

La herida que pueden causar los padres en un hijo es inamovible y marca para siempre. En esa herida pone la voz Paul Auster para explicar en primera persona su historia familiar.“Hay una herida y ahora me doy cuenta de que es muy profunda. Y el acto de escribir, en lugar de cicatrizarla como yo creía que haría, ha mantenido esta herida abierta”. Como en otros libros suyos, Auster nos adentra con firmeza en su secreto dolorido. La explicación de la ausencia mental y afectiva del padre la encuentra el escritor neoyorkino en su historia familiar: Auster había recibido tres historias distintas sobre la muerte de su abuelo, pero ninguna era la verdad. Su abuelo, desaparecido de las fotos familiares y desterrado del recuerdo de sus familiares más cercanos, había sido asesinado por su esposa, la abuela de Auster, la madre de su padre. Esta tragedia marca entonces (según nuestro autor) el despego casi patológico de su padre hacia todo lazo afectivo, excepto el que mantiene con su propia madre y con sus hermanos. Así, la madre de Auster, los hijos (Auster y su hermana), son habitantes de una especie de limbo inalcanzable, en el que las relaciones auténticas están desterradas.

En la segunda parte del libro se cuenta, en cierto modo, la misma historia, partiendo desde otro momento de la vida de A. El del tiempo que siguió al divorcio de sus esposa, ocurrido des meses después de la muerte de su padre. Se narra con diferente estilo (un estilo fragmentario de recuerdos, de azares, de encuentros y desencuentros, en desorden cronológico y emocional) y en tercera persona: se llama El libro de la memoria, y en él encontramos fragmentos, trozos de la vida del personaje Auster (aquí llamado A.), sus idas y venidas por USA, México, París, su divorcio, su alejamiento del hijo (en cierto modo, la repetición de la historia familiar, de otro manera, con otras condiciones vitales), y sus relaciones con otros miembros de su familia, su esposa (pronto  ex esposa), su abuelo,  su hijo Daniel (entonces muy pequeño), y otros muchos personajes, amigos, escritores o artistas. Lleno de citas literarias, de Pascal, de Mallarmé, de Liconfrón, de Carlo Collodi... 

Con ambos textos sentí profunda afinidad. De nuevo me doy cuenta de que aquellas personas reales y de que aquellos autores que amo, tienen en el fondo de sus almas y de sus historias la misma herida que yo tengo ¿Es una casualidad que yo me haya sentido tan atraída por la narrativa del autor neoyorkino, cuando mi herida surge también de esta carencia? No lo creo, pero constato que algunas de las cosas que Auster cuenta las he vivido yo en carne propia por parte de un padre tan ausente como si estuviera ya muerto, sin estarlo: el desprecio por la cultura, la convicción de que una persona dedicada a la literatura en realidad no trabaja, la falta de comprensión, de gestos amorosos, la indiferencia hacia los nietos, la extrema avaricia…

Se trata de un libro particularmente triste en el contexto de la optimista obra de Paul Auster. No podría ser de otro modo.

Como siempre en Auster, otras historias aparecen. Esta vez, subsidiarias de la propia. Pero siempre estremecen: por su humanidad, por su verdad. De nuevo atrapada en la magia de uno de mis autores favoritos, me quedo con las ganas de leer más, de leer siempre más de todo lo que ha escrito y escribe este judío neoyorkino aparentemente tan lejano, tan distinto de mí, y sin embargo, tan mío.   

Paul Auster, La invención de la soledad, Compactos Anagrama, Barcelona, 2006 (decimocuarta edición), Traducción de María Eugenia Ciocchini.

4 comentarios

Ernesto Guajardo -

Evidentemente, cada obra tiene su tiempo y espacio específicos en su encuentro con el lector; y esta novela de Auster fue una de aquellas obras que no se leen, sino que te leen a ti mismo, que te despliegan la propia biografía ante los ojos, cuando uno suponía que estaba saliendo de su cuerpo.

Gabriela -

Gregorio, extrañamiento y mímesis ¡Qué combinación más explosiva! Un fuerte abrazo.

Javier, uno de su slibros más bellos, sí, aunque sigo pensando que (para mí), el mejor libro (de los que he leído), es El Palacio de la Luna.
Saludos cordiales.

javier -

probablemente la mejor novela de Auster... extraña y entrañable...

Gregorio -

Quizás sea esa la función de la gran literatura, ¿no crees?, hacer visible la familiaridad de lo extraño, por una parte, y nuestro enajenamiento en lo familiar, por otra.