En boca cerrada no entran moscas
O cuando se terminan las palabras es mejor quedarse callado, que diría el gran Wittgenstein.
Siempre he añorado una vivencia no vivida: la del silencio en un claustro o jardín conventual.
A veces las palabras desaparecen: el signo lingüístico, todos lo sabemos, es dialogístico. Pero cuando deja de serlo desaparece, se esfuma no como niebla, sino como vacío.
Cuando el vacío se instala, es mejor salir de la habitación.
La habitación vacía es la hermosa metáfora de la ausencia. Y sólo admite una persona: el contemplador, que está afuera y observa, silenciosamente, pero no participa de esa ausencia, pues la ausencia no es posible habitarla.
La paradoja consiste en anunciar la ausencia de las palabras, porque solamente diciéndolo es posible convocar el vacío que vendrá. Así, por un momento, la palabra habita la ausencia, para enseguida abrir la puerta y salir.
Siempre he añorado una vivencia no vivida: la del silencio en un claustro o jardín conventual.
A veces las palabras desaparecen: el signo lingüístico, todos lo sabemos, es dialogístico. Pero cuando deja de serlo desaparece, se esfuma no como niebla, sino como vacío.
Cuando el vacío se instala, es mejor salir de la habitación.
La habitación vacía es la hermosa metáfora de la ausencia. Y sólo admite una persona: el contemplador, que está afuera y observa, silenciosamente, pero no participa de esa ausencia, pues la ausencia no es posible habitarla.
La paradoja consiste en anunciar la ausencia de las palabras, porque solamente diciéndolo es posible convocar el vacío que vendrá. Así, por un momento, la palabra habita la ausencia, para enseguida abrir la puerta y salir.
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