Blogia
arteyliteratura

Antonio Alatorre sobre Rulfo.

Antonio Alatorre sobre Rulfo. Como he dicho antes, Antonio Alatorre posee una fina ironía. Me apetece colgar aquí un fragmento de un artículo suyo sobre Juan Rulfo y la invención de su personaje público, que se refiere concretamente a la influencia de Faulkner en su Pedro Páramo y a la estructura de la novela. Creo que es un fragmento interesantísimo, que posee la gracia, la agudeza y la precisión de la que siempre hace gala Antonio. He aquí el fragmento:

He dicho que Juan era lector de novelas norteamericanas, y esto me da pie para hablar de una mentira mucho menos trivial. Inmediatamente después de publicado Pedro Páramo en 1955, hubo críticos que detectaron en la novela -así como en varios de los cuentos, por ejemplo “Macario”- la huella inconfundible de William Faulkner. El primero que lo dijo en letras de imprenta parece haber sido Mario Benedetti en un artículo publicado en Marcha, de Montevideo, en noviembre del propio año de 1955. Y en 1956 defendió James Irby su tesis sobre La influencia de Faulkner en cuatro narradores hispanoamericanos, uno de ellos Juan Rulfo (Irby 132-163). No sé si Juan leyó esta tesis, pero sin duda supo de su existencia, pues la república literaria de México era pequeña en 1956. El caso es que el 15 de marzo de 1985, cuando se celebraban los treinta años de la primera edición de Pedro Páramo, Juan publicó en Excélsior unas declaraciones de tono solemne, especie de” last will and testament”, para dejar asentada la “verdad histórica” en cuanto al proceso de elaboración y las circunstancias de publicación de su muy aplaudida novela. No he vuelto a leerlas, pero tengo la impresión de que Juan las hizo sobre todo para negar, y muy categóricamente, cualquier huella faulkneriana en su obra: “Cuando escribí Pedro Páramo yo aún no leía a Faulkner”.Como antes dije, yo estudié en una orden religiosa, y de allí salí a los 20 años hecho un perfecto imbécil en cuestión de literatura, sobre todo la moderna. Mi introductor a la lengua española (García Lorca, Neruda, Gorostiza) y a la francesa (Claudel, Cocteau, Duhamel) fue Juan José Arreola. Y mi introductor a la norteamericana fue Juan Rulfo. Por él supe de la existencia de John dos Passos, de Willa Cather, de John Steinbeck, de Hemingway. Estuve varias veces en su casa, casa de gente acomodada; Juan tenía un buen tocadiscos, y música clásica (lujo inalcanzable para Arreola y para mí; y tenía, limpiamente ordenados en la estantería, muchos libros, de los cuales recuerdo en especial las novelas norteamericanas, en traducciones impresas en Buenos Aires y Santiago de Chile. Él trataba de contagiarme su enorme afición a esas novelas, pero yo, la verdad, bastante quehacer tenía con los contagios de Arreola. Como para facilitarme la entrada en ese mundo nuevo, Juan me prestó una novela sencilla, God’s little acre, de Erskine Caldwell (La chacrita de Dios, en la traducción argentina). Y, sobre todo, me puso por las nubes las novelas de Faulkner, que él estaba dispuesto a prestarme. El resultado fue que inmediatamente me eché a leer una de ellas, Santuario. Si en 1985 mi trato con Juan hubiera sido como el que tuvimos cuarenta años antes (creo que la última vez que lo vi fue a fines de 1981), le hubiera dicho: “Juan, ¿pero por qué dices eso, si tú y yo y Arreola sabemos que no es verdad?” Pero es claro que el Rulfo de 1985 no era el de 1945. Era otro. Y me doy esta explicación: consciente -y orgulloso- de la originalidad de Pedro Páramo, tan subrayada además por la crítica, Juan tiene que haber sentido que quienes hablaban de lo faulkneriano estaban achicando esa originalidad. Los hombres famosos suelen volverse muy susceptibles. La responsabilidad de esa flagrante mentira no recae sobre Juan, sino sobre su gigantesca fama. Y si en 1985 hubiera tenido un trato más o menos asiduo con él, también le hubiera dicho: “Puesto que el objeto de tus declaraciones es decir cómo se hizo Pedro Páramo, ¿por qué no mencionas la ayuda que te dio Arreola en un momento en que mucho la necesitabas?” En efecto, esta es otra mentira ex silentio, como la del paso por el seminario. He aquí mi testimonio: Una vez, pocos meses antes de que saliera Pedro Páramo a la luz, me contó Arreola, en esencia, lo siguiente: El otro día estuve en casa de Rulfo porque me pidió ayuda. Estaba en un atolladero, realmente angustiado por el plazo de entrega de su novela,y quería que le ayudara a hilvanar los pasajes que tiene escritos. Yo le dije: “Mira, tu novela es como es, hecha de fragmentos, y así funciona muy bien. El orden es lo de menos”. Entonces puse la mesa del comedor los distintos montoncitos de cuartillas, y comenzamos a acomodarlos mientras yo le decía esto aquí, esto quizá después, esto mejor hacia el comienzo. Tardamos varias horas, pero al final Juan estaba ya tranquilizado. Eso que me contó Arreola, y que resumo con la mayor honradez, se me quedó muy grabado por la sencilla razón de que yo tenía unas ganas enormes de leer la novela de Juan desde que me topé en la revista Universidad de México, en junio de 1954, con el maravilloso “Fragmento de la novela Los murmullos”. A fines de 1988, al recordar Arreola y yo este episodio en un diálogo público, durante el gran simposio rulfiano celebrado en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, él dijo (Homenaje 208-209) que fueron dos las sesiones, y añadió algo que yo no recordaba. Lo cito: “Mira, en realidad no nomás estaba hecho todo Pedro Páramo, sino que hubo Pedro Páramo de más, que no conocimos nunca. Cuando yo llegué, esa tarde, ya había un cesto con muchas cuartillas rotas y él estaba en trance de seguir rompiendo”. Arreola no lo dice expresamente, pero da a entender que él moderó esa furia destructora, tan de Rulfo. Y, como para quitarle trascendencia a su intervención, añade esto: “Yo creo que cualquiera que fuera el orden que se diera a los fragmentos, existiría Pedro Páramo igual, dejando sólo la parte final exacta como está” (o sea que allí no hubo problema alguno: el final fue siempre el final) ¿Por qué este espeso silencio de Rulfo? Seguramente, me digo yo, por la misma razón tan sin razón que lo llevó a negar la lectura de Faulkner. ¡La fama, la maldita fama! Todos los que han escrito sobre Pedro Páramo habrán estudiado, quién más, quién menos, la disposición del texto, la secuencia narrativa, las rupturas…, en una palabra, la estructura novelística. Y ciertamente hay abundante material de análisis, abundantes oportunidades para que los rulfistas se luzcan, sobre todo si poseen un buen bagaje de doctrinas “narratológicas”. Pero no sería superfluo para los rulfistas saber que, más que obediencia a un exquisito plan artístico que se hubiera trazado Rulfo, la estructura del Pedro Páramo que conocemos no es sino el resultado de las horas que empleó Arreola en sacar del atolladero a su amigo.

3 comentarios

Makkkafu -

La obra, tanto literaria como fotográfica de Rulfo es impresionante.

Dejo un enlace a un post que escribí hace algún tiempo, basado en fotos de Rulfo y su libro Pedro Páramo.
http://my.opera.com/odradek/blog/mi-comala-imaginada

Un saludo.

Gabriela -

Yo tampoco creo que estos comentarios deprecien la obra de Rulfo y menos conociendo la ironía antonioalatorresca. Pero sí creo que Clara Aparicio no puede ver a Antonio y que todo lo habido en torno a la polémica del Premio Rulfo a Tomás Segovia (gran amigo de Alatorre), y la presencia de éste en el acto de Guadalajara, no fueron ajenos a la retirada del nombre del premio...Un saludo.

ernesto -

Como no hay comentarios vengo aquí a meter mi cuchara nomás para decir que los comentarios de Antonio Alatorre creo que no demeritan para nada la obra de Rulfo, y que ya la leí y que me parece muy buena y digna de elogio.