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Europa ¿Civilización y/o barbarie?

Europa ¿Civilización y/o barbarie?

Para mi querido Gregorio Luri, con verdadero afecto.


El suplicio de Cuauhtémoc

Hecho así, cuando se hubieron ido los embajadores de los señores de Tlatelolco, luego se presentaron ante (los españoles) los principales de Tenochtitlan. Quieren hacerlos hablar.

Fue cuando le quemaron los pies a Cuauhtemoctzin.

Cuando apenas va amanecer lo fueron a traer, lo ataron a un palo, lo ataron a un palo en casa de Ahuizotzin en Acatliyacapan.

Allí salió la espada, el cañón propiedad de nuestros amos.

Y el oro lo sacaron en Cuitlahuactonco, en casa de Itzpotonqui. Y cuando lo han sacado, de nuevo llevan atados a nuestros príncipes hacia Coyoacan.

Fue en esta ocasión cuando murió el sacerdote que guardaba a Huitzilopochtli. Le habian hecho investigación sobre dónde estaban los atavíos del dios y los del Sumo Sacerdote de Nuestro Señor y los del Incensador máximo.

Entonces fueron hechos sabedores de que los atavíos que estaban en Cuauhchichilco, en Xaltocan; que los tenían guardados unos jefes.

Los fueron a sacar de allí. Cuando ya aparecieron los atavíos, a dos ahorcaron en medio del camino de Mazatlán.

Los últimos días del sitio de Tenochtitlan

Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos,
nosotros lo admiramos.
Con esta lamentosa y triste suerte
nos vimos angustiados.

En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre.

Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo, pero
ni con escudos puede ser sostenida su soledad.


Hemos comido palos de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, lagartijas,
ratones, tierra en polvo, gusanos...
Comimos la carne apenas,
sobre el fuego estaba puesta.
Cuando estaba cocida la carne,
de allí la arrebataban,
en el fuego mismo, la comían.

Se nos puso precio.
Precio del joven, del sacerdote,
del niño y de la doncella.

Basta: de un pobre era el precio
sólo dos puñados de maíz,
sólo diez tortas de mosquito;
sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa.

Oro, jades, mantas ricas,
plumajes de quetzal,
todo eso que es precioso,
en nada fue estimado.

Nos hemos convertido en sombras,
Hemos perdido nuestra tierra, nada somos ya,
Hemos sido vencidos.
Ya nada nuestro tenemos,
Nada somos ya.



(Extraigo estos fragmentos de la Visión de los vencidos, de Miguel León Portilla, México, FCE, 1988, que a su vez los trae a colación: esta crónica es de 1528 y se guarda en la Biblioteca Nacional de París)

2 comentarios

Gabriela -

Yo siempre digo a mis estudiantes de bachillerato que están en su personal 'Renacimiento': entre el refinamiento y la barbarie, Fernando.
Un beso.

fgiucich -

La barbarie de la civilización. Abrazos.