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Ricardo III, de William Shakespeare

Ricardo III, de William Shakespeare


En algunas clases dedicadas a Lope, no he podido menos que compararle con el cisne de Avon. No es una comparación halagadora para el Fénix, lo sé. Es inevitable comparar la ’invención’ de Lope sobre el arte nuevo de hacer comedias, en cuanto al número de actos, que él reduce a tres, y lo que esto conlleva para el teatro : el ritmo de la obra lopesca se acelera y esto va en lucimiento de la acción y en detrimento de la psicología. Lo hemos visto claramente cuando hemos analizado El caballero de Olmedo, una de las lecturas prescriptivas. Lope es un gran poeta, pero su drama no es más que un drama sentimental de fábrica, en el que el caballero no resalta por nada (excepto por ser un buen alanceador de toros), o sea, por ser un buen deportista. Sus sentimientos por Inés no son expresados más que superficialmente, a través de un flechazo, y su amor no se desarrolla ante nuestros ojos en ningún momento. Ya sé que es injusto comparar esto con los dramas históricos de Shakespeare, entre otras cosas porque Shakespeare, en sus cinco actos, pudo ’analizar’ o mejor dicho, pudo criticar con tremenda profundidad la ambición de poder porque la dinastía reinante en Inglaterra ya no era ni la de los Lancaster ni la de los York. Una vez triunfaron los Tudor (precisamente tras la caída de Ricardo III), se pudo cuestionar y poner en escena todo aquel magma fabuloso ( y crudelísimo), de la historia inglesa. Cosa que Lope no pudo hacer (tampoco sabemos si le habría interesado). Los reyes en Lope son siempre justísimos, bonísimos, garantes absolutos de la Justicia (con mayúscula). No hay color. Tampoco podemos olvidar que el pentámetro yámbico de Shakespeare resulta inmensamente mejor para los lectores actuales que la polimetría de Lope y su rima. No podemos concebir mejor retrato psicológico de la AMBICIóN (con mayúsculas), que el de Ricardo III, ni mayor truculencia bien resuelta que en Macbeth, o Titus Andronicus.

Bien de todos modos, estas clases me han arrojado de nuevo en los amados brazos de Will Shakespeare, a quien tanto me gusta manosear de vez en cuando. En clase hemos visto su Macbeth (Orson Welles), y ya en casita, he releído su Ricardo III, únicamente para mi placer.

Ricardo III fue uno de los grandes éxitos de Shakespeare desde su estreno, junto a los que cosechó con Romeo y Julieta y Hamlet, y ha sido una de sus obras más representadas. Incluso más que la del príncipe de Dinamarca. Shakespeare se basó muy literalmente en una crónica escrita por Sir Thomas More, La historia del rey Ricardo III, incluida en una crónica de Richard Hall sobre la guerra de las Dos Rosas; The Union of the Two Noble and Ilustrious Families of Lancaster and York.


La guerra civil inglesa o Guerra de las Dos Rosas, enfrentó a las dos familias más importantes del reino, los Lancaster y los York, que deseaban y luchaban por el poder absoluto del gobierno de Inglaterra.

Ricardo III es la historia truculenta y casi inverosímil de un auténtico criminal, de un psicópata que mata sin sentir remordimiento alguno a sus seres más cercanos para lograr el poder. Es una obra que disecciona, con extremada precisión, la ambición, el anhelo de poder y cómo ese anhelo corrompe hasta la última fibra del alma de un hombre al que se le puede considerar un humano chacal, o un jabalí salvaje. animal con el que es comparado muchas veces en la obra que nos ocupa.

Ricardo, duque de Gloucester y perteneciente a la casa de York, había matado ya (cuando comienza la obra), a Enrique VI de Lancaster y a su hijo, su heredero y príncipe de Gales, Eduardo. Ricardo era el tercero de los hermanos de la casa de York, y por ello, la corona (tras los asesinatos de los dos Lancaster), fue a parar a su hermano mayor, Eduardo IV (sí, la corona inglesa es un lío de Enriques, Eduardos, Margaritas e Isabeles, tanto como la Española lo es -aunque por suerte, con una sola línea sucesoria-, con los Felipes, Fernandos, Margaritas, Isabeles y Marianas).


Termina la guerra civil con el acceso al trono del hermano mayor y Ricardo comienza la obra con ese extraordinario monólogo que dice:

Now is the winter of our discontent...


Deforme físicamente y por lo tanto, no apto para la vida cortesana, decide convertirse en un villano y matar, matar, matar, hasta llegar a ser coronado rey de Inglaterra. De esa corona le separan varios parientes: a todos conseguirá apartar de su camino de la manera más vil y tortuosa: por razones políticas, cortejará y se casará con la viuda de Eduardo de Lancaster, Anne, en una de las escenas más extraordinarias de la trayectoria teatral de Shakespeare en la que presenta una cortejo necrófilo: el cadáver del marido está de cuerpo presente en la misma sala donde se encuentran su jovencísima viuda y su asesino. Mandará matar a su hermano, el duque de Clarence, a quien hace ahogar en un barril de vino de malvasía reteniendo una orden de perdón de su hermano mayor, el rey; ëste, enfermo y culpándose de la muerte de su inocente hermano, morirá pronto, en parte por los remordimientos. Pero Ricardo debe entonces eliminar a ciertos hombres del Consejo del reino que son leales a su rey y a sus herederos legítimos, los pequeños hijos de Eduardo IV : Eduardo, principe de Gales y Ricardo, duque de York, dos inocentes niños de 12 y 7 años, respectivamente, a quienes Ricardo aloja en la Torre de Londres y a quienes envía un asesino. Preocupado por la muerte de estos niños, el consejo es consciente de que Ricardo pretende hacerse con el poder, y Ricardo sabe que debe desafiarlos. Por ello, excenifica una cruel pantomima, auxiliado una vez más por su fiel secuaz, Buckingham, quien ya se ha encargado de esparcir el rumor de que los niños son ilegítimos. Buckingham es tal vez, como algunos piensan, el personaje más desvaído de Shakespeare. Secuaz de Ricardo, ejecutor de las órdenes del multiasesino, cuando se topa con la orden de matar a los niños recula, pide, en mal momento, su recompensa: el ducado de Hereford que le había sido prometido. Pero Ricardo está furioso y se lo niega. Buckingham entonces, sin mayores explicaciones por parte de Shakespeare decide dejar a su señor y pasarse al bando de Richmond (luego Enrique VII, de la casa Tudor). Mata también a su esposa, la joven Anne, que había sido antes la mujer del príncipe de Gales ( de la casa de Lancaster), porque ahora Ricardo quiere casarse con su sobrina, la hija de su hermano Eduardo, Isabel de York, que finalmente se casará con Enrique VII, terminando así la guerra civil inglesa con esta unión de los descendientes de ambas casas.


En medio de todo este baño de sangre y crimen, Ricardo se nos presenta como el personaje más cruel de los muy crueles personajes históricos de Shakespeare. Macbeth tiene remordimientos (y un corazón tan blanco....) Titus Andronicus actúa siguiendo las costumbres de justicia de su sociedad, y habiendo sido su hija Lavinia mutilada, violada y trastornada por la crueldad de los enemigos, no le queda más remedio que vengarse con la misma moneda y apela a la más cruel de las venganzas; pero siendo así, su venganza resulta justa y su violencia no resulta gratuita sino motivada.


En Ricardo III,, el personaje nos anuncia cada vez sus planes, nos hace sus confidentes, nos habla constantemente al oído. Ricardo funciona en la obra de dos modos: como personaje y como coro griego. Nos convierte, en cierto modo, en cómplices o voyeurs de sus crímenes. La implicación es tan poderosa como lo es el rechazo que nos embarga ante semejante personaje: asesino, mentiroso, manipulador, traicionero, vil. No es del todo cierto, históricamente, que Ricardo fuese realmente un ser deforme: pero Shakespeare utiliza esta metáfora para mostrarnos su alma monstruosa y corrrompida. Hace unos años se encontraron los esqueletos de dos niños en la Torre de Londres, dando la razón a la voz popular que consideró que estos niños habían sido asesinados por Ricardo. Parece que fue así, en efecto.

Ricardo, que durante toda la obra va asesinando con éxito a su hermano, a su mujer, a sus sobrinos, a miembros del Consejo, cae de manera espectacular. Inesperadamente. Richmond (el futuro Enrique VII), vuelve de Francia y Ricardo es abandonado por sus huestes, no sin antes vivir una escena similar a la de la cena de Macbeth con los fantasmas. Ricardo, la noche antes de la famosa batalla en la que pierde la vida, se ve asediado por los fantasmas de los muertos, y en un monólogo extraordinario, tan bueno como aquel de Lady Macbeth sonámbula o como el de Enrique V antes de la batalla de San Crispín, se pregunta y se responde, se habla, se ama, se odia, se aterroriza y se tranquiliza y parece prefigurar una sesión de psicoanálisis.

¡Ah, conciencia cobarde, cómo me afliges! Las luces arden como llama azul. Ahora es plena medianoche. Frías gotas miedosas cubren mi carne temblorosa. ¿Qué temo? ¿A mí mismo? No hay nadie más aquí: Ricardo quiere a Ricardo; esto es, yo soy yo. ¿Hay aquí algún asesino? No; sí, yo lo soy. Entonces, huye. ¿Qué, de mí mismo? Gran razón, ¿por qué? Para que no me vengue a mí mismo en mí mismo. Ay, me quiero a mí mismo. ¿Por qué? ¿Por algún bien que me haya hecho a mí mismo? ¡Ah no! ¡Ay, más bien me odio a mí mismo por odiosas acciones cometidas por mí mismo! Soy un rufián: pero miento, no lo soy. Loco, habla bien de ti mismo: loco, no adules. Mi conciencia tiene mil lenguas separadas, y cada lengua da una declaración diversa, y cada declaración me condena por rufián. Perjurio, perjurio, en el más alto grado; crimen, grave crimen, en el más horrendo grado; todos los diversos pecados cometidos todos ellos en todos los grados, se agolpan ante el tribunal gritando todos: "¡Culpable, culpable!" Me desesperaré. No hay criatura que me quiera: y si muero, nadie me compadecerá; no, ¿por qué me habían de compadecer, si yo mismo no encuentro en mí piedad para mí mismo?

Es en este tipo de momentos en los que sentimos que Shakespeare es el más grande dramaturgo de todos los tiempos. Porque su penetración psicológica trasciende su época, la supera. Se mete en la mente del hombre y saca conclusiones y preguntas , conclusiones y preguntas válidas para el hombre de ayer, de hoy, de mañana. El alma humana, siempre.

Ricardo III fue la primera tragedia de Shakespeare. Su personaje principal es una fuerza primitiva, de una sola pieza, terrible, como en las tragedias griegas. Ricardo es el epítome del tirano. Y puede ser retratado en toda su crudeza y horror porque no sólo no es un Tudor, sino que el caos político y la guerra sangrienta fratricida culminan en un periodo de paz por obra y gracia de la dinastía que reina en Inglaterra cuando Shakespeare escribe.
Y Shakespeare escribe, por tanto, libremente, sobre esta alma corrompida por la ambición, y hace el retrato de todo tirano, lo mismo que en el teatro griego. De ahí que su Ricardo no haya perdido vigencia: de ahí que pueda ser trasladado (como en una excelente versión con Ian McKellen) a la época nazi o a cualquier época o lugar.


En cuanto a las versiones cinematográficas. podemos citar tres: la de Laurence Olivier, un poco acartonada, demasiado teatralizada, pero aun así, memorable ( 1955), la del gran Ian McKellen (1995), y el documental de Al Pacino (con partes de la obra representadas), LooKING for RICHARD (1996), probablemente uno de los análisis más interesantes de esta gran obra de Shakespeare.


William Shakespeare, Ricardo III, Valdemar, Madrid, 2004.



6 comentarios

Gabriela -

¡Querida Isabel! Muchísimas gracias. Yo también te deseo unos días estupendos.

isabelbarcelo -

Impresionante baño de sangre, terrible personaje cuya ambición no conoce límites. Me he quedado un poco acongojada, cuando venía a desearte unas felices vacaciones. Disfruta y descansa, querida amiga.

Gabriela -

Querido Portnoy, no he leído la obra de Mújica Laínez, ni tampoco tenía noticia de la de Josephine They. Pero en cuanto a la historicidad del Ricardo como malo-malísimo absoluto, está claro que hubo una campaña pro-Tudor, que incluía esa deformidad física como imagen de la deformidad moral que se le atribuía. En algún sitio he leído que no era físicamente repulsivo, en realidad. En cuanto a los crímenes, algunos parecen ciertos (como los de los niños), pero el envenenamiento de Lady Ann puede ser dudoso... así como la muerte, causada por el remordimiento, de su hermano el rey tras la ejecución de Clarence En fin, parece que los Tudor se hicieron propaganda y que Shakespeare contribuyó con sus obras a la creación de un nuevo concepto de una 'Inglaterra' después de la Guerra Civil: una Inglaterra Tudor. Shakespeare dedicó una docena de obras a la historia inglesa y eso es mucho: casi un tercio de las que escribió, aunque no en todas, los Lancaster o los York aparecían tan desfavorecidos como en Ricardo III.
Abrazos.

Portnoy -

Hay una novela de Josephine They, La hija del tiempo, en la que se hace una investigación policial histórica en la que se concluye que tal vez Richard of Gloucester no fuese el malvado despiadado y sibilino que la historia y a literatura nos ha dejado. Es interesante como curiosidad y como complemento a la obra de Shakespeare, y nos hace reflexionar sobre la validez histórica de la literatura.
También prefiero la versión de Olivier... la de McKellen me pareció grandilocuente... por cierto, a veces me pregunto si Mujica Lainez no tenía demasiado presente a Olivier-Ricardo para crear su Orsini.
Un abrazo

Gabriela -

Querido Ferre, cada vez me convenzo más de que tales obras no pueden tener una 'versión definitiva'.
Hay partes que son mejores en unas que en otras, fragmentos que entresacarías de aquí y de allá para formar una versión 'ideal'. En cuanto al Enrique V, el primer acto de Olivier es delicioso -e insuperable, desde mi punto de vista-, y la escena de la 'ley sálica' en la versión de Branagh es muy seria, muy pomposa y también muy estática: la interpretación de Olivier es mucho mejor y a mi modo de ver, encaja perfectamente con lo que sería la interpretación shakespeariana de esa parte tan curiosa, tan informativa y a la vez tan cínica de la obra. En el Enrique V de Branagh, sin embargo, hay también grandes aciertos...por ejemplo, toda la parte de la corte francesa es maravillosa, o las batallas...

En cuanto a los Ricardos, el de McKellen es a veces demasiado pomposo (por ejemplo, esa larguísima escena inicial, antes de que recite el famoso monólogo), o la forma en que resuelve la aparición de la reina Margaret (haciendo un solo personaje de la que en la obra son dos)... son muy dicutibles, pero sobre todo: la escena de "A horse, a horse, my kingdom for a horse", al haber sido actualizada la acción, resulta mucho menos efectiva que en la versión de Olivier. Y es una pena que ese parlamento tan grandioso se pierda por el anacronismo.

En fin, que quizá de las tres pelis que cito, me quedo, aunque a ratos contiene comentarios muy tontos, con la de Pacino y es lamentable que no se haya lanzado a fondo a hacer la obra directamente, por todo ese rollo de que los actores americanos no saben decir el pentámetro yámbico y bla, bla, bla...

Ferre -

Ese sí que era un malo de una pieza y lo demás son cuentos.

Yo, a pesar del acortanamiento de la versión de Olivier (acartonamiento que es más evidente en su Enrique V... aunque también más justificado por el juego del teatro dentro del teatro), la prefiero a la de Locraine/McKellen. Aunque debería volver esta última, por si el tiempo ha cambiado mi opinión. En principio, el de McKellen me parece más sibilino, más depravado (en el sentido de que ha perdido su ancla moral), pero el de Olivier es más como una fuerza de la naturaleza, más salvaje, con su ambición por bandera.

Saludos,

Ferre