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La gente del Colemex

La gente del Colemex Cuando ingresé en El Colegio de México para cursar el doctorado en Literatura Hispánica venía de Barcelona, de un tipo de educación académica muy distinta a la que enocntré ahí. Una de nuestras primeras clases fue con Antonio Alatorre. Yo ignoraba quién era él, aparte de traductor del "Erasmo en España". Me irritó y le respondí feo. A él le debí hacer gracia. Nos echó un anzuelo defendiendo a ultranza a Corín Tellado para indagar sobre el tema, tan sartreano, de "qué es la literatura". Yo piqué y me eché un "discursito", tal como me dijo él. Desde ahí yo le traté con distanciamiento y él me trató con sorna, pero con sorna cariñosa. Sus clases no eran serias y se traía a su psicoanalista. Nos contaba sus sueños. La verdad, no le encontré el chiste. Era la persona que más sabía de Siglo de Oro, pero no nos servía. Luego fui entendiendo su lección. Antonio no es un profesor, es un maestro, cosa bien distinta y mucho más distinguida y exótica y excepcional.
Aprendí a quererlo a regañadientes. Alto y feo, pero no desagradable, su ironía era de las finas. Al mismo tiempo, su discurso era sencillo y profundamente sabio. Pero no es un hombre sencillo. Es petulante porque sabe lo que sabe. Y no admite trucos ni trampas. Le choca el "bluff", tan mexicano. Y no pasa por complaciente.
Me relacioné con él al mismo tiempo que con Margit cuando ella no veía bien que uno simpatizara con los dos. Con ella tuve también mis más y mis menos, y la notaba muy rígida. También la quise y ella me impulsó a tomar aquel curso en el INAH sobre Literatura y antropología. Margit es muy dulce a la vez que muy exigente. Es completamente distinta de Antonio. Los quise a los dos.
La casa de Antonio está llena de juguetes mexicanos.
Me gustaría volver a verte, Antonio, y decirte que nunca llegué a ser una erudita, pero que sigo amando la literatura como el primer día.

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