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Desgracia, de John Maxwell Coetzee

Desgracia, de John Maxwell Coetzee

Se cumple una década desde la publicación de esta obra del autor de Esperando a los bárbaros. Como en toda obra importante, en Desgracia lo que se dice es mucho más importante que lo se cuenta. Coetzee nos refiere una historia que transcurre en su Sudáfrica natal en la época posterior a la abolición del ominoso apartheid, y esta historia es la de varias violencias. Violencias que como un boomerang tienen un viaje circular: de ida y vuelta.

La violencia sexual que impregna el relato tiene muchos matices y se nos presenta problematizada, puntuada, diría yo, entre posibles interrogantes de índole moral, social y racial. No resulta casual que Lurie, protagonista bajo cuyo punto de vista vamos a ver toda la historia, abuse de una alumna de origen nativo y que los perpetradores del abuso de su hija Lucy sean nativos también. El abuso que perpetra David Lurie no es propiamente una violación en el sentido estricto del término, sino un abuso en la medida de que él está investido de un poder superior ante la alumna: él es el hombre de 52 años: ella, una chica de 20; él es el profesor: ella la alumna; él es blanco, ella negra. Él sabe lo que quiere ( la quiere a ella, o más bien, la desea) y ella no sabe cómo responder a este deseo y se somete. Sin embargo, este hecho trasciende a los dos protagonistas. Al hacerse público, se hace problemático. Al fin y al cabo, ella accedió a tener sexo con él, y no es menor de edad. Él, a pesar de su edad ¿no puede ya tener deseo? Nos enfrentamos a una serie de tópicos, a menudo hipócritas. El sexo entre un hombre viejo con una joven, el sexo entre un profesor y su alumna. Los otros, los que juzgan ¿desde qué perspectiva, con qué autoridad juzgan este hecho? Y sobre todo, los protagonistas ¿se sienten culpables? ¿por qué? ¿existe el lugar de la culpa? ¿es ésta necesaria para la redención o para el olvido?

Todas estas preguntas quedan planteadas, pero no resueltas. Lo que es evidente es que el hecho, cualquiera que sea su significado o su lectura, tiene unas consecuencias: Lurie debe marcharse de la universidad, comenzar otra vida. Ella, tras un paréntesis, retoma la suya.

De modo que nos encontramos ante la primera paradoja: el verdugo resulta víctima de sus actos.No sólo debe reconsiderar su posición en el mundo (perdiendo su puesto de trabajo y su residencia habitual), sino que debe plantearse en profundidad si está permitido o no a un hombre de su edad tener deseos sexuales. En otras palabras, debe decidir si está vivo o no para los otros, especialmente para las otras, aquellas mujeres que en otros tiempos él gozaba y que ahora, de pronto, han desaparecido: la prostituta a la que veía cada semana, la alumna cuya relación le sale tan cara, la ex-esposa. Pero también las demás: aquellas que no ha conocido todavía o que conocerá (Bev, esa mujer que no le atrae en lo absoluto pero con la que intimará también, sin saber muy bien por qué).

Así, este abuso se convierte en la primera hecatombe y puede ser vista desde múltiples perspectivas, pero la consecuencia es una sola: cierra una etapa de la vida de Lurie para siempre. Después, él debe ser otro.

La segunda secuencia de la novela nos lleva hasta Lucy, la hija de Lurie. Lucy es lesbiana, tiene una propiedad muy alejada de lo que Lurie llama ’civilización’; vive sola, no quiere que su padre la considere una chiquilla: no lo es. Lucy es una persona que vive inmersa en un mundo que en principio no le pertenece. Es una outsider. Se quiere convertir en una campesina. Una campesina blanca y sola en medio de un mundo que le es naturalmente hostil, tanto en lo que se refiere a la naturaleza como en lo que se refiere a la raza o incluso al género. En ese mundo rural ella es una incongruencia. Y la segunda hecatombe sobreviene casi con matemática naturalidad: como dos y dos son cuatro, ella será víctima de esa diferencia con el entorno y Lurie, que está con ella, la sufre también, aunque no del mismo modo. Curiosamente, es Lurie quien debe enfrentarse a la hija, y no es la hija la que se enfrenta al mundo que la atacó: como Melanie con Lurie, Lucy se somete también a la violencia que la ha pisoteado. Al fin y al cabo, ellos son los usurpadores ¿por qué no deberían sufrir la vuelta del boomerang, el golpe de la venganza?

Lurie sale escopeteado de la primera hecatombe. Lucy  se quedará a plantar cara a la segunda. Tomará la decisión incomprensible. Y Lurie, anonadado, debe aceptar que las vidas de ambos están rotas. Por mucho que te quieras disfrazar, la violencia te alcanza. Estabas disfrazado de enterrador compasivo de perros abandonados,habías dejado la ciudad donde todos te odian, querías emprender una nueva vida camuflado, indiferente, aséptico, querías crear una ópera sobre Byron y Teresa Guiccioli, pero no puedes sustraerte a la realidad. Así es la cosa. El mundo deja de ser un lugar comprensible, ya no eres dueño de nada, ni comprendes el porqué de las cosas. La palabra clave es renuncia.

Desgracia puede leerse de muchos modos, literalmente, simbólicamente, políticamente, incluso con una perspectiva de género. Pero hay una sola cosa que Coetzee no nos permite: pensar en una redención. 

 

J.M. Coetzee, Desgracia, Debolsillo, Barcelona, 2009 (Traducción de Miguel Martínez-Lage).

 

7 comentarios

Gabriela -

Efectivamente, Daniel, y esos arrebatos tienen unas consecuencias nefastas para el protagonista de esta espeluznante historia.
Saludos cordiales.

Daniel -

Los frenos afectan al deseo, pero ¿no es justamente el saber cómo detener nuestros impulsos lo que hace que seamos "civilizados"? Siempre he pensado que se es culpable cuando a sabiendas de la diferencia de edad se deja uno llevar por el deseo. Un momento de arrebato cuesta caro, y se paga muy pronto.

Gabriela -

¡Gracias, Elisa! ¡Qué alegría verte por aquí!

Abrazos.

Elisa -

¡Qué desoladora novela! Y qué magnífico comentario, como todos los tuyos.

Gabriela -

Fer, claro que sí, nos falta mucho a todos! Una vida no basta. Abrazos.

Mario, bienvenido. Coetzee es, en efecto, un escritor que narra sin involucrarse. De ahí es donde se desprende (yo creo) la poesía de su obra. Me recuerda en eso a Rulfo. Menos es más. Saludos.

Mario Salazar -

Coetzee es un maestro para narrar y un escritor enorme para leer y disfrutar, tiene una habilidad tremenda para contar historias difíciles sin llegar a involucrarse emocionalmente, en pocas palabras tiene una visión templada que deja fluir la historia como si fuera la vida misma así de extraña y dura. Saludos.

Mario.