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Thomas Hardy: El alcalde de Casterbridge

Thomas Hardy: El alcalde de Casterbridge


Podríamos decir que Thomas Hardy es el escritor naturalista inglés por excelencia, si no fuera porque también tenemos a Dickens. Ambos pertenecen a esa riquísima época victoriana en la que convive el goticismo romántico (muy bien representado por las tres hermanas Brontë), con el realismo y el naturalismo, y en la que destaca también la obra (quizá sólo comparable a la de Emilia Pardo Bazán), de esa escritora tan extraordinaria que es Elizabeth Gaskell, de la que me ocuparé en otro momento.

Thomas Hardy se distancia de Dickens, escritor mejor conocido entre nosotros, porque su mundo es más oscuro todavía, más pesimista; y porque también se centra más en problemas de género tanto como de clase, dejando un poco a un lado el gran tema dickensiano de los bajos fondos londinenses o de las soledades infantiles. Hardy escribe sobre un territorio imaginario: el de Wessex, realmente Dorset, lo que agrega matices diferentes a la realidad que nos cuenta: la suya es una realidad rural llena de campos de trigo, cebada y avena, de graneros, de ferias campesinas. Como Dickens, Hardy escribía por entregas y este hecho no disminuye la fluidez ni la calidad de su literatura. Hardy posee un estilo impecable, tan rico y tan suntuoso como descriptivo y brillante.

Últimamente he leído tres de sus obras: La bien amadauna historia intrigante, la última novela de Hardy (quien hubiera pasado quizá a una etapa más simbolista como hizo Pérez Galdós)El alcalde de Casterbridge, y Unos ojos azulesPero hoy quiero hablar de El alcalde..., que es una de sus mejores obras. Hardy y Dickens escribieron (como Wilkie Collins, como Galdós) novelas por entregas. Es la razón de que sus obras sean tan extensas. En contra de lo que pudiera pensarse, su literatura es de una categoría impresionante. Dickens escribe novelas urbanas, y sus obsesiones son la infancia desprotegida, la pobreza, la injusticia social y toda su obra es un ataque a los procedimientos judiciales de su época. Hardy se centra, en cambio, en el ámbito rural. Su mundo es un mundo en el que la injusticia de género está en auge, en el que las mujeres padecen esa doble moral asesina que rompe sus vidas en pedazos. Por ende, sus personajes masculinos resultan inmisericordes, poseídos por contra-valores como la represión sexual absoluta, la doble moral a veces cínica, a veces  dolorida, pero siempre inapelable. Hardy ataca los valores de esa sociedad victoriana expresando en sus argumentos lo absurdo de esos planteamientos que impiden la felicidad. Esas convenciones que van contra la naturaleza y que se apoderan de las mentes más lúcidas, impidiéndoles ver su ridícula inconveniencia.

Por otro lado, las novelas de Hardy se mueven siempre en el límite entre el melodrama y la tragedia. Mientras que las obras de Dickens acaban felizmente, las de Hardy tienen un final acorde con la realidad: doloroso. Las heroínas que Dickens imagina son muchachas dulces, buenas hasta hacerse inverosímiles (Esther Summers, de Casa Desolada o la pequeña Dorrit, por ejemplo); las de Hardy son mujeres vapuleadas, complejas, buenas, dulces, sí, pèro capaces de grandes maldades también (o de grandes errores, según se mire), como todos nosotros.

En El alcalde de Casterbridge (1886), una de sus mejores novelas, Hardy emprende el trazado de un personaje (Michael Henchard), muy próximo al héroe trágico. Sólo que no se trata de un personaje noble o elevado, sino de un humilde cosechador de trigo cuya rueda de la Fortuna lo eleva hasta lo más alto de su mundo rural convirtiéndolo en alcalde y magistrado, para después dejarlo caer hasta lo más bajo en la escala social: arruinado, despreciado, roto.

No se trata de una obra moralizante, sino de un estudio naturalista. Henchard tiene muchos matices. No es solamente un verdugo, un inconsciente, un malvado. Es también un hombre de palabra, un ser capaz de sacrificio. El odio y la envidia no son los únicos sentimientos que alberga. En medio de su dureza y de su incapacidad para ser feliz y para hacer felices a los que le rodean hay un punto de ternura, de decencia. La que le hace huir al final de la obra y lo lleva a escribir ese testamento conmovedor que cierra la obra con tanta solemnidad como tristeza.

Hardy nos cuenta en El alcalde la historia de un hombre que a los 21 años, mientras viaja para conseguir trabajo como cosechador, vende a su mujer y a su hija por cinco guineas en una feria de ganado cercana a Casterbridge. El ’comprador’ es un marinero que antes de llevarse a la mujer y a la niña de escasos meses, pide su consentimiento, que ella da. Es una historia con un comienzo espeluznante, pero no inverosímil. Hardy se documentó y existen al menos tres casos reales de tales ventas: la mujer vista y tratada como ganado. La ’disculpa’ de Henchard es que estaba borracho, por lo que al día siguiente, después de buscar a su mujer y a su hija por todas partes sin encontrarlas, jura ante la Biblia que no volverá a tocar el alcohol en el mismo tiempo que ha vivido hasta entonces: 21 años. La historia se reanuda 19 años después, cuando Susan, la esposa, y su hija Elizabeth Jane, vuelven a buscarlo.

Todo lo que sigue después va a confirmarnos que Henchard, que ahora es alcalde de Casterbridge y magistrado y uno de los hombres más ricos del pueblo, sigue siendo un hombre que lleva el dolor a quienes se acercan a él. Henchard toma siempre las decisiones equivocadas, piensa siempre mal de todos, principalmente porque piensa mal de sí mismo. Cree actuar rectamente, pero no es capaz de amar, de creer en los otros, de apoyar a los suyos. Y labra con ello la desgracia de unos cuantos y se precipita hacia su propio final. Su némesis es Donald Farfrae, un escocés de generoso corazón que poco a poco, convirtiendo los errores de Henchard en sus propios aciertos, se hace con todo lo que fue de Henchard: alcaldia, puesto de magistrado, casa, muebles, mujeres (amante a hija de Henchard), negocio. Al principio amado por Henchard (Nunca ningún hombre ha amado a otro más que yo a ti, le dice en un momento dado), y después odiado y envidiado, Farfrae no quiere ser un rival para Henchard, pero lo es. Es el que, por obra de la misma Fortuna lo tendrá todo, habiendo comenzado con nada. Cuando él llega desposeído a Casterbridge comienza la inexorable caída de Henchard.

Los detalles descriptivos de la obra, los matices psicológicos, los hechos narrados, todo ello constituye una obra cuya fuerza es total. Llevado en parte por su destino y en parte por su orgullo, y por sus secretos y sus mentiras y sus sucios tratos, Henchard no puede sino terminar mal.

Es una extraordinaria novela sobre el dolor y la rabia: sobre su naturaleza destructiva. Y en ella sólo sobreviven y triunfan, no sin heridas, Elizabeth Jane y Farfrae, que no conocen el rencor.  

 

Esta novela ha sido llevada a la pantalla dos veces: una para la televisión, en una recreación cuasi-perfecta del universo de Casterbridge y muy fiel al texto de Hardy (2003). Otra para el cine: Michael Winterbottom filmó una versión adaptada, en la que los trigales de Wessex son sustituidos por las altas montañas norteamericanas y el trigo, por oro. Es una obra también muy lograda (2002) . Ambas tienen un extraordinario reparto de actores. Han sido filmadas en espacios igualmente espectaculares, aunque mi Michael Henchard siempre tendrá el rostro de Ciaran Hinds, ese actor irlandés capaz de matizar sobria y acertadamente todos los recovecos del alma de sus criaturas y mi escenario imaginado es el dorado campo de trigo de la versión televisiva.

 

Thomas Hardy, El alcalde de Casterbridge, Historia de un hombre de carácter, Alba editorial, Barcelona, 1999 (Traducción de  Bernardo Moreno).

Otras obras de Thomas Hardy:  La bien amada, El Cobre Ediciones, Barcelona, 2005; Tess, la de los D’Urberville, Alianza ed. Madrid, 2006; Jude el Oscuro, Alba Editorial, Barcelona, 2002.

 

 

11 comentarios

Gabriela -

¡Gracias por la corrección, Sandy! Enseguida corrijo el texto.

Sandy -

Mistake!: "Hardy escribe sobre un territorio imaginario: el de Wessex, realmente Derbyshire". No es Derbyshire, sino Dorset, al sur de Inglaterra. El que escribio sobre Derbyshire fue DH Lawrence, so no me acuerdo mal. Tambien Eliot?

Gabriela -

Pues nada, Ferre, a leer!
Abrazos.

Ferre -

Gabriela, pero ¿tú sabes las docenas de libros que tengo a la espera para leer? ¿Y ahora, ¡hala!, a ponerme los dientes largos... no con uno, no, sino con dos (porque el de "El adversario" también me lo voy a apuntar). ¡Maldición!

¡Qué buena pinta que tienen!

Saludos,

Ferre

isabelbarcelo -

Una historia espeluznante, según deduzco de tu reseña. Me pica la curiosidad. Un abrazo muy fuerte, querida amiga.

Gabriela -

Yo comencé leyendo El brazo marchito y otros cuentos. A pesar de la longitud, varias de sus novelas valen la pena, e.r. Saludos y gracias por la visita.

e. r. -

HOla,
hasta ahora solo leí tres cuentos de Hardy, en una antología que quitó página 12 hace unos años. Es genial la verdad. Sus novelas todavía dan miedo por el tamaño, pero después de la crónica seguro que con ganas tomo una. saludos

Gabriela -

Fer, estoy segura de que si la encuentras, te vas a enganchar a Hardy. Crea adicción. Yo estoy ahora con Jude el oscuro. super interesante!

Gabriela -

Mil gracias, Blog de libros, por vuestra puntual visita y por vuestra amabilidad.

Blog de Libros -

Excelente post! Sale link en el próximo Lo mejor de la quincena.

Fernando Giucich -

No lo conocìa. Imposible no leerlo luego de esta excelente crònica. Abrazos.