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Infancia e infierno

Infancia e infierno

Para escribir un comentario como éste debería inaugurar un nuevo tema en este blog con el nombre de ’Citas de libros’, pero no voy a hacerlo. De hecho, ya alguna que otra vez he puesto citas de libros (recuerdo una sobre la casa, de Pascal Quignard), y seguramente esta cita de hoy tampoco será la última.

¿Y por qué Bernhard, hoy? ¿Cuando es primavera, el curso se acaba, yo estoy razonablemente feliz, mis orquídeas florecen lujuriosamente, acabo de leer el magnífico libro de Robertson Davies, Ángeles Rebeldes, y tengo un fin de semana perfecto en perspectiva? Pues porque el alma humana está llena de misterios.

Bernhard es el oscuro. El hijo de Kafka (aunque bien podría ser su padre); en su literatura, la soledad y de la obsesión circulan por el laberinto; es un pesimista sarcástico y se burla cruelmente de todo lo respetado y respetable. En Maestros antiguos , que es también el único sitio de su literatura donde nos habla de ese ser que él amó y que perdió ( y lo hace maravillosamente, sin desvelarnos nada, sólo diciendo lo que dice... que es lo que hay que decir cuando se vive o se muere esa experiencia aterradora), nos cuenta la historia de un hombre que a días alternos se sienta en una sala del Museo de Arte de Viena para contemplar un cuadro de Tintoretto. Reger es observado y reseñado por un narrador (Atzbacher), que testifica no sólo lo que ve, sino lo que piensa Reger, y no sólo lo que piensa sino lo que cree que dice o dice al vigilante de la sala Bordone, Irrsingler. Reger escribe para The Times, pero en realidad y fundamentalmente, observa el cuadro de Tintoretto, El hombre de la barba blanca. Delante de ese cuadro es donde encuentra la temperatura ideal para pensar y escribir, e incluso para beber un vaso de agua.

La prosa de Bernhard me envuelve:

" Mi padre era un hombre sin sentido musical, dijo, mi madre tenía sentido musical, según creo, incluso mucho sentido musical, pero con el tiempo su marido le había quitado la musicalidad. Mis padres eran un matrimonio espantoso, dijo, se aborrecían en secreto, pero no podían separarse. La propiedad y el dinero los mantenían unidos, ésa es la verdad. Teníamos muchos cuadros, bellos y costosos, colgados de nuestras paredes, dijo, pero durante decenios no los miraron una sola vez, teníamos muchos miles de libros en las estanterías, pero durante decenios no leyeron ni uno solo de esos libros, teníamos un piano Bösendorfer, pero durante decenios nadie lo tocó. Si la tapa de ese piano hubiera estado soldada, no se hubieran dado cuenta en decenios, dijo. Mis padres tenían oídos, pero no oían nada, tenían ojos, pero no veían nada, sin duda tenían un corazón, pero no sentían nada. En medio de esa frialdad me críe yo, dijo. Toda mi infancia no fue otra cosa que una época de desesperación. Mis padres no me querían y yo tampoco los quería. No me perdonaban el haberme hecho, en toda su vida no me perdonaron el haberme hecho. Si existiese el infierno, y naturalmente que existe el infierno, dijo, entonces mi infancia fue el infierno. Probablemente la infancia es siempre un infierno, la infancia es el infierno, da igual qué infancia sea, es el infierno. La gente dice que ha tenido una hermosa infancia, pero sin embargo fue el infierno".


Cadencia. A veces la literatura es eso; ritmo respiratorio de las palabras. Verdad airosa.


Thomas Bernhard, Maestros antiguos, Alianza editorial, Madrid, 1999. (Versión española de Miguel Sáenz).

2 comentarios

Pilar Moreno Wallace -

Un texto excelente e informativo. Me ha encantado esa ultima frase: "Cadencia ..."

Fernando Giucich -

Acopiando excelentes referencias. Abrazos.