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Jane Eyre y Edward Rochester: el primer encuentro y las dos primeras conversaciones

Jane Eyre y Edward  Rochester: el primer encuentro y las dos primeras conversaciones

No voy a descubrir el Mediterráneo cuando digo que Jane Eyre es una de las grandes novelas decimonónicas, junto con Madame Bovary, Los miserables, Cumbres Borrascosas, Ana Karenina, La Regenta o la menos conocida pero extraordinaria La Desheredada, de Benito Pérez Galdós.

La originalidad de Jane Eyre resalta en este contexto, porque es una mujer que no asume el papel de ’víctima’ de su tiempo o de su sociedad, ni siquiera de sí misma, que podemos atribuir a las demás protagonistas de las novelas mencionadas.

Jane Eyre no sólo no se hunde en la miseria social, moral o económica como las demás heroínas: no sucumbe a un destino fatal. Por el contrario, Jane Eyre se erige dueña de su persona y de su destino, crea su propio valor al margen del amor que concibe y que centra su vida y al que tiene el valor de abandonar por sus principios. Jane, después de su personal travesía del desierto, en los páramos, huyendo sin un penique, sin abrigo, sin nadie, es capaz de regenerarse en compañía de los hermanos Rivers, es capaz de buscar una nueva identidad como profesora rural, de enaltecer su oficio y a sus alumnas, chicas empobrecidas de los alrededores. Es capaz de despertar la admiración de Saint-John Rivers, y una vez ha heredado de su lejano tío de Madeira, es capaz de rechazar a Saint-John y volver a buscar a su amor: Rochester. Una vez a su lado, desaparecido el obstáculo que significaba Bartha Mason, Jane se erigirá en el pilar sobre el que Edward Rochester fundará su vida: ella es la mujer fuerte, ella la que tiene la llave de la verdad, de los principios, de la felicidad y de la regeneración.

Esta historia de redención tiene una base sólida: las conversaciones entre Jane Eyre y Edward Rochester. Es ahí donde el personaje de Jane toma forma ante nosotros, lleno de coherencia y de valor. Y es ahí donde averiguamos el porqué Rochester, desilusionado, quemado, amargado y ’maldito’ (tal como él se define), puede descansar por fin y soñar en la felicidad al lado de ese ’ser élfico’, ’casi sobrenatural’ que es Jane, y que en su primer encuentro ’hace caer’ a Rochester del caballo, tal como San Pablo ante la revelación de Dios. Rochester tendrá también una revelación, aunque no en ese momento, a pesar de que más tarde diga a Jane sobre su extraño encuentro en Haylane: ’Yo necesitaba ayuda, y ayuda recibí...de esta pequeña manita".

El encuentro entre Rochester y Jane resulta extraordinario por la carga reveladora que encierra. La primera conversación, cuando él cae del caballo y se tuerce el tobillo, revela la fuerza de Jane y la ambigüedad del carácter de Rochester. Ella ofrece su ayuda, él maldice y se queja de su mala suerte al caer, y decide que ella es una hechicera y que ha hechizado a su caballo. Él la cree proveniente de un mundo mágico, alejado de la realidad, extraño y misterioso desde un principio. Y en verdad que Jane es extraña al mundo de él, oscuro y lleno de una agobiante angustia. Jane, a pesar de su bagaje de extraordinarios sufrimientos y soledades es un ser puro, en efecto: ’sobrenaturalmente’ distinto a lo que él está acostumbrado a ver en su mundo licencioso y fatuo. Jane se ha sobrepuesto a su dolor, a su soledad en el mundo: se ha encontrado consigo misma en los años de purgación de Gateshead y de Lowood, gracias a la influencia benéfica de Helen Burns (su ángel, su mejor amiga, muerta casi en olor de santidad), y Miss Temple, su maestra y protectora. A pesar de la crueldad de Mrs. Reed y de Blocklehurst, Jane ha triunfado sobre el rencor y el odio y tiene sus propios principios, alejados del fanatismo religioso o incluso de la falsedad de las convenciones religiosas. Jane ha encontrado su propio camino hacia la pureza. De ahí que Rochester reconozca en ella, tras ese primer encuentro, al ser élfico, puro, superior espiritualmente, que ella, en efecto, es.
Pero Rochester muestra también en ese primer encuentro su amargura, su rechazo, su dureza de espíritu. A pesar de la actitud extremadamente amable de Jane, su respuesta es amarga y está llena de soberbia: esa soberbia que le caracteriza, y que le será arrebatada para siempre tras su castigo. Rochester será humillado. Su error le conducirá hasta alcanzar la humildad al final de la obra.

Retrospectivamente, Rochester recordará aquel encuentro con Jane en estos términos:


"Cuando tomé, aquella tarde helada de invierno, la senda que trae a Thornfield Hall, lugar para mí tan aborrecible, no tenía el menor asomo de esperanza de encontrar entre estos muros nada parecido a la paz, cuanto menos al placer. Pues bien, sentada en una valla del camino de Hay, vislumbré una figura pequeña y solitaria. Pasé de largo, prestándole tan poca atención como al sauce que había al otro lado, sin sentir el más leve presentimiento de lo que aquel encuentro iba a significar para mí, ni de que, disfrazado bajo apariencias andinas, el árbitro de mi vida y mi destino, mi genio del mal y del bien acaba de aparecérseme. Ni tampoco lo sospeché cuando tras el accidente de Mesnour se me acercó con aspecto serio y se ofreció para prestarme ayuda. Aquella muchacha delgadita y de aire candoroso fue, sin embargo, como un jilguero posado en mi pie, capaz de abrir las alas y llevarme en volandas. La traté con rudeza, pero no se marchó; se mantuvo allí con inesperada pertinacia, sin dejar de mirarme y dirigirme la palabra, imbuida de una rara autoridad. Estaba escrito que había de llegarme el socorro por su cauce, y me llegó". p. 474-75.


Tras este primer encuentro, Jane ignora quién es el misterioso viajero accidentado de Hay Lane, hasta que llega a Thornfield Hall y ve allí a Pilot, el perro de Rochester. Al día siguiente, Jane es llamada a tomar el té con el amo, y Rochester, implacable, la somete a un interrogatorio que dará pie a que su interés por ella vaya siempre in crescendo. Jane se ve confrontada con un hombre brusco, sin modales sociales, extraño en todo a ella. Sin embargo, nos dice que se siente a gusto en su compañía, que prefiere esta rudeza a una afectada cortesía: desde el principio, Jane ’entiende’ a Rochester ¿Y Rochester? Edward dirá en la siguiente conversación, que ésta primera lo lleva a desear ’saber más de Jane’. Las respuestas de Jane, y sus dibujos le dejan intrigado: Edward sabe ahora que ella es diferente ¿Pero qué significa esta diferencia para él? Lo descubrirá sólo más tarde, en la tercera conversación.

De momento, debemos imaginar a la joven e inexperta institutriz ante la implacable mirada del señor de Thornfield. No intimidada, sin embargo. Edward le pregunta por su paso por Lowood y se asombra de su capacidad de supervivencia. Se asombra también ante la falta de empatía entre Jane y Blocklehurst, porque asume que ella, tras tantos años en la institución de caridad, ha sido sometida a los dictados del fanatismo de su director. pero Jane desmiente esto categóricamente ’con un frío : ¡No!’ : primera sorpresa.

Las respuestas de Jane no son convencionales, si bien son corteses, pero bajo ellas, Edward percibe de inmediato la originalidad de su espíritu, su falta de convencionalismo. A ello contribuyen poderosamente las tres pinturas que él admira: las tres que califica de ´élficas’. Los especialistas han estudiado pormenorizadamente estas tres pinturas, que son la expresión misma del alma de Jane Eyre y que contienen también elementos proféticos en cuanto a su historia con Rochester. No poseen, dice Edward, la maestría necesaria, pero son muy originales, para una joven estudiante. Cuando él le pregunta si estaba satisfecha de su labor, ella responde, también sorprendentemente para él, que no lo estuvo. que lo que pintó era sólo un pálido reflejo de lo que había imaginado. Rochester termina esta rara entrevista abruptamente y se sumerge inmediatamente en sus más oscuros pensamientos. Sin embargo, la impresión que Jane le ha causado le hará llamarla de nuevo, poco después. La tercera conversación será la definitiva. Cuando termina, Edward ya sabe que Jane es su amada, que lo será siempre. Y toda la historia que viene comienza a desarrollarse ante nuestros ojos, con toda su increíble complejidad.

En esa segunda conversación, Rochester es objetivo de la observación de Jane. Él pregunta, intempesitivamente - ¿Me encuentra guapo, señorita Eyre? Y ella responde impulsivamente - ¡No, señor!. Este comienzo humorístico da pie a que él reafirme su idea sobre Jane: ella es honesta. Sus respuestas no están marcadas por el convencionalismo. Como dirá él mismo más adelante: la respuesta al candor suele ser la hipocresía. Pero Jane no es hipócrita. La tercera conversación comienza de este modo, y prefigura la observación que hará Blanche Ingram acerca de la ’fealdad’ como condición (deseable) masculina. Blanche retomará pues, el tópico, dándole la vuelta y mostrándose ante Rochester como es: una joven mundana que manipula y miente, mientras que Jane, no.

Aquí Rochester ya se define a sí mismo ante Jane y lo hace despiadadamente: sabe que es un pecador vulgar, un hombre que ha pasado de la desesperación a la degeneración por debilidad, que no se ha enfrentado a su abismo para resistir, sino para entregarse a la perdición de su alma. Y sin embargo, Rochester también confía a Jane, en esta extraordinaria segunda conversación, que siente repugnancia por sus errores, que quisiera ser puro y tener ’una memoria impoluta’ como ella. Todas estas confesiones resultan tan sorprendentes como inesperadas, sobre todo si tomamos en cuenta que Rochester y Jane sólo han hablado dos veces más, y si consideramos que él tiene 38 años y ella sólo 18, que él es un hombre experimentado y ella una huérfana sin ninguna experiencia de la vida. Pero ella se presenta ante él como el ser puro que necesita para purificarse. La puerta de su corazón se abre cuando Jane le dice que ’ni siquiera por un salario ella toleraría una insolencia’. Ahí es donde él percibe la pureza inmarcesible de Jane. Ahí queda rendido ante ella. Y también ante su dignidad. Porque Rochester, ante todo, encuentra la dignidad del ser humano en Jane; una dignidad que ha visto tan poco en sus viajes desde las Indias Occidentales hasta su paso por París. Y ahora la cobija bajo su propio techo en la forma de esta pequeña, delgada, extraordinaria jovencita.

Rochester pide ayuda a esta mujer digna cuando le dice que se jacta de ser tan duro como una pelota de caucho, pero que tiene conciencia, y que dentro de esa dureza todavía queda un remanente sensible (¿su corazón?). Le pregunta a Jane -¿Queda aún esperanza? Ella responde -¿Esperanza, para qué? No hay duda de que él habla de su salvación.

Un poco más adelante, ella dice que teme decir estupideces, ya que la conversación se convierte en extremadamente enigmática para ella. Él le responde: -"Si usted las dijera, con ese aire tan suyo, tan serio y grave, yo las tomaría por sensateces".

Es aquí, en esta segunda conversación, cuando él recibe la inspiración: ella será su guía, su estrella matutina, su ángel salvador. Le habla a Jane con enigmas porque no puede ser explícito, pero le confía que a partir de ese momento, sus intenciones han cambiado: piensa pavimentar con buenas intenciones sus antiguos pecados, su antiguo camino al infierno. Sus compañías serán otras, otras sus prioridades. Ella se asusta un poco, pensando en nuevas tentaciones, pero él le asegura que no se trata de tentaciones, sino de inspiración.

El remordimiento no basta, dice Edward, hace falta reformarse. Edward quiere ser feliz, quiere fabricar el placer de la vida como la abeja fabrica la miel en el páramo. Abre los brazos, en una acción sin duda teatral, para abrazar este sueño: sueño de paz, de felicidad y de bondad que representa Jane.

Sin embargo, Rochester tomará de nuevo el camino equivocado, a pesar de todo lo que dice. Ocultará la verdad a Jane (su terrible, indecible secreto), intentará llevársela consigo sin tener derecho a ello. Pero ella los salvará a los dos. Su conciencia, esa conciencia que él denominará ’clara, impoluta, límpida’se impone para conseguir, más tarde, la redención de los dos, una vez unidos para siempre.

Cuando se despiden esa noche, aunque Jane no lo sabe, ya está en el corazón de Rochester para siempre.




Ninguna traducción hace justicia a esta maravillosa obra literaria cuyo lenguaje y cuyos diálogos inigualables tal vez jamás puedan ser vertidos con la debida fidelidad a ninguna otra lengua; pero, puestos a escoger os recomiendo, de todas las ediciones, ésta: Charlotte Brontë, Jane Eyre, Debolsillo, Barcelona, 2003, (Prólogo y traducción de Carmen Martín Gaite).


Esta versión de Jane Eyre para la BBC (1973), a pesar de sus defectos de producción (debidos a la época), es la más fiel al libro, y la que mejor refleja las personalidades de los dos protagonistas principales. Los actores son Michael Jayston y Sorcha Cusack. En esta escena podemos ver escenificada parte de la primera conversación Rochester-Eyre:


Y la segunda conversación, que comienza: -¿Me encuentra guapo, señorita Eyre?
-¡No, señor!

7 comentarios

Begoña -

Si os dais cuenta Rochester se enamoró de JAne desde l minuto 1. En el libro claramente dice que se escondia esperando el regreso de ella hacia la casa.

Johanna -

Acabo de terminar de leer la novela y viene a estar entre mis favoritas. Me encanta el contraste entre ambas personalidades y tus comentarios no pueden ser mas exactos. Es una novela maravillosa, me encanto y me hizo llorar.

Gabriela -

Isabel, Sol, gracias por vuestros comentarios. Os quiero.

Sol -

Gabriela: No sabes lo que me ha emocionado leer las mismas conversaciones que tenemos en la reja de los marginados, prisioneras de exterior. Te echo de menos.Un beso enorme.

isabelbarcelo -

Felicidades, querida amiga. Has hecho un análisis extraordinario de esta novela que, por casualidad, he releído hace unos meses. De los grandes maestros nunca se deja de aprender. Y el gusto que da que sean maestras... Besitos.

gabriela -

Querido Fer, es una novela que me ha acompañado desde la adolescencia y la sigo encontrando maravillosa, siempre con nuevas perspectivas que ofrecer..

fgiucich -

Es una novela conmovedora que enseña y valora al ser humano. Abrazos.