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El salón en Württemberg, de Pascal Quignard

El salón en Württemberg, de Pascal Quignard

Leo y escribo. Escribo y escribo, y me digo a mí mismo que este espíritu debe tener un cuerpo, estos ojos deben tener lágrimas, estos labios necesitan algún tipo de lamento. Escribo y súbitamente pienso que también, quizá, este sueño necesita un durmiente.(p. 274).  

Mi ejemplar de este libro tiene su pequeña historia. Lo compré a través de  amazon porque en español está agotado, y me costó un céntimo (más los portes). Me llegó de Australia en perfectas condiciones: no creo que nadie lo haya abierto antes. Pertenecía a la biblioteca de algún pueblo canadiense: Fraser Valley Regional Library. No lo compré en francés  porque, aunque lo leo, los volúmenes nutridos me agotan: muchas veces debo mirar el diccionario, demasiadas para también disfrutar con la lectura, así que opté por esta versión inglesa, ya que la versión española está agotada desde hace mucho tiempo.

Este libro, este ejemplar del libro de Quignard ha viajado hasta aquí, me digo, para que yo lo lea.  

El salón en Württemberg es una novela primeriza de Quignard (publicada originalmente en 1986). Pero ya es su voz. Cuando la escribió ya tenía 40 años. Ya tiene su estilo: su sugerente,  magnífica prosa, su toque exquisito y  misterioso: oraciones como gemas que se ocultan y cuyo brillo llega afuera. Siempre hay un misterio detrás de las palabras de Quignard, detrás de su prosa. Ese misterio se encarna en nuestro interior, mientras leemos. Cuando cerramos el libro el misterio quiere irse, escaparse y huir, como si su destello fuese sólo un silencio y toda palabra dicha fuese una profanación.

En cierto modo, la suya es una literatura del silencio, como lo es la pintura de Vermeer. 

El protagonista, Charles Chenognes resulta ser cellista como Quignard,  y la acción tiene lugar retrospectivamente a partir de 1963, en la época en la que el narrador, un joven de 21 años, está haciendo su servicio militar. El hecho de que Quignard escoja la novela como medio, no excluye que la obra esté trufada con sus habituales reflexiones, algo que dota a la obra de un aire profundamente lírico y poético, una de cuyas cumbres ya conocidas es el tema del lenguaje o más bien, de la incapacidad del lenguaje para decir aquello que verdaderamente importa: para describir un cuerpo amado, para decir el deseo, el placer que en él buscamos. Hablamos en científico, en pedante o en procaz, pero nunca decimos lo que verdaderamente quisiéramos decir sobre el amor y el deseo: no hay un lenguaje para ello. Dice Quignard: ‘es un gemido, es un grito, es un suspiro o es un vago silencio’ 

Hay un aire decadentista en todo lo que toca Quignard y así, muchas veces, se nos hace difícil situar en los años sesenta esa tertulia en casa de Madmoiselle Aubier  o la estancia de los tres jóvenes en la casa de la Provenza, o ya solos los dos amantes en la casa de verano de Normandía: podríamos perfectamente visualizarlas un siglo antes. Tras muchos años de exitosa carrera musical,  este alter ego de Quignard rememora aquel tiempo vivido en casa de Mademoiselle Aubier, la amistad profunda que le unió a Florent Seinecé, el amor que sintió por la mujer de éste, Isabelle, la ternura que le provoca la hija del matrimonio, Delphine o la simpatía del perrito de Mademosielle Aubier, Poncio Pilatos.

La historia de Chenognes es también la de su familia, escindida entre Alemania y Francia, en esos territorios que las guerras hicieron pasar de Francia a Alemania a causa de las guerras. Y él, Charles, es un niño escindido entre dos lenguas: el francés y el alemán, y entre dos nombres: Charles y Karl.

La muerte de la madre de Florent le remite a la muerte y al recuerdo de su propia madre: qué extraño resulta que la familia más cercana sea como una sombra nunca encarnada de nuestras vidas… un recuerdo de  un pasado que no fue, que nunca fue común.

El amor entre Ibelle y Charles cede paso, poco a poco, a la separación. Algo se rompe, no sé sabe ni cómo ni cuándo. Todo se vuelve oscuro y frío. ‘Estaba inmerso en una extraña tristeza que no era realmente dolorosa pero que no cesaba’. Poco a poco, la sombra de Seinecé ganó terreno entre los dos amantes. Los reproches que se hacían el uno al otro también se los podían haber dicho a sí mismos. Ibelle le reprocha: ‘ Lo sé, es a Florent a quien amas –dijo-, te equivocaste al venir conmigo. Vuelve a él’. La separación es como una muerte y a la vez un renacimiento. Y ese renacimiento es la música y también la vuelta a la casa familiar de Bergheim, la dedicación a la música barroca y a la viola de gamba, los conciertos, las traducciones de biografías de músicos. Finalmente, la adquisición de una casita en medio de un bosque en Oudon. La vida simplificada de un eremita. Las pesadillas, los terrores nocturnos, la soledad y el dolor. La culpa, la muerte del único ser que verdaderamente le había amado, Dido.

A lo largo de los años que vendrán, Florent Seinecé. el amigo de la juventud, el marido de Ibelle, el padre de Delphine, el huésped de Mademoiselle Aubier seguirá vivo en Charles, al igual que todo lo vivido después de su primer encuentro. Veinte años después, el resultado es El salón en Württemberg, que leemos. Recuerdo y memoria de un tiempo que fue. Reflexión sobre el amor, los amores, la soledad y la muerte. Sobre las palabras y el silencio.

Parece que estas novelas de Quignard van a reeditarse. Al menos, he leído que Terraza en Roma está por aparecer en Espasa. Ojalá.     

Pascal Quignard, The Salon in Würtemberg, (trad. Barbara Bray), ed. Grove Weidenfeld, New York, 1991.

 

5 comentarios

Gabriela -

Querida vanessa, estoy segura que cuando llegue alguna de sus obras allá te sentirás como yo, identificada con su pensamiento, con su lenguaje y con sus silencios. Un fuerte abrazo, querida amiga.

Vanessa -

Querida Gabriela,
Siempre que vuelvo a leer un post tuyo sobre Pascal Quignard, cualquier sea su contenido o aspecto tratado, alguna obra suya, algún dato autobiógrafico, lo más mínimo concerniente a él entrelazado con algunas cosas que cuentas sobre ti misma, me tiembla el corazón :´)
En Lima sigue siendo difícil encontrar libros suyos, pero supongo que en febrero me lanzaré a buscar con mayor paciencia. Y a lo mejor tenga mayor suerte de la que he tenido hasta ahora. Pienso que tal vez no sólo ese libro, sino Quignard completo viaje a Lima a través de sus libros para que yo pueda leerlo por fin.
Un abrazo inmenso. Vanessa

Ferre -

Halago, halago.

Aunque si te hubieras expresado con oscuro y absoluto hermetismo, también hubiera sido muy lacaniano, pero en plan reproche :-P

Pero como no ha sido así: halago.

Saludos,

Ferre

Gabriela -

¿Es un halago o es un reproche?

:-))

Abrazos, Ferre.

Ferre -

"[...] la incapacidad del lenguaje para decir aquello que verdaderamente importa [...]"

Tal cual lo hubiera dicho Lacan en uno de sus seminarios.

Saludos,

Ferre